Princesa Bibliófila – Volumen 5 – Arco 1 – Capítulo 6: La carta del príncipe

Traducido por Ichigo

Editado por Sakuya


—¿Una pista, dices?

Si era información que le llevaba hasta Sauslind, eso significaba que lo que fuera también pertenecía a nuestro país. Solo había una posibilidad.

—¿Algo que ver con la Pesadilla de Ceniza?

La plaga se estaba extendiendo en Maldura también. Como Su Majestad enfermó de ella justo cuando la delegación estaba de visita, la facción a favor de la guerra estaba proponiendo una invasión.

El príncipe Irvin sonrió, satisfecho.

—Bueno, eso es parte de ello.

Sacó un pequeño objeto de su bolsillo. Cuando quitó la tela que lo envolvía, solo vi una piedra normal y corriente.

—¿Y esto es…?

—Un tipo de mineral tan demandado que no podemos producirlo lo bastante rápido. Conoces las piedras de calor que se utilizan para los baños de vapor que se pueden extraer de las minas de Ralshen y Norn, ¿verdad? Tiene propiedades similares, pero es mucho más potente y ha ganado bastante atención este último año. Si enviamos esto al extranjero, nos darán toda una montaña de oro a cambio.

—Dios mío.

Parpadeé. Las piedras de calor se extraían de las montañas de Ralshen y se diferenciaban de las rocas normales en que, una vez calentadas, mantenían la temperatura durante mucho más tiempo, casi un día entero. Podían utilizarse como fuente de energía y, de hecho, había oído que este último tiempo las aplicaban a la tecnología naval. Era sorprendente oír que esta nueva piedra era aún más poderosa.

A mi lado, Mabel tragaba poco a poco su comida, con las cejas fruncidas en señal de sospecha.

—¿Y qué tiene que ver con Sauslind?

—No, espera un momento —dije.

Mencionó “en el extranjero”. Esa palabra me pesó. Sauslind aún no había oído hablar de este nuevo mineral y, sin embargo, el príncipe Irvin afirmaba que podrían obtener toda una montaña de oro del otro continente comerciando con él. Mientras contemplaba las implicaciones de esto, por fin comprendí.

No puede ser…

Miré al príncipe Irvin, que sonreía divertido.

—¿Así que la razón por la que me tienen en el punto de mira no es por mi posición como prometida del príncipe, sino porque quien lo está haciendo quiere impedir que establezcamos relaciones diplomáticas con Maldura?

—¿Qué?

Sorprendida, Mabel levantó la cabeza y me miró. Era posible que me estuvieran atacando por mi posición política. Sin embargo, si había algo que ganar quitándome de mi puesto actual, sería…

—El mar es la debilidad de Maldura. Todo el mundo lo sabe. No se dedican mucho al comercio marítimo. Cualquiera que sea el socio de Maldura en el oeste… no, no son ellos: Deben tener a alguien en Sauslind contrabandeando para ellos. Por eso no quieren que Sauslind y Maldura establezcan lazos diplomáticos. Porque podrían hacer un trato oficial y ponerle aranceles. Entonces el contrabando dejaría de ser beneficioso.

Una sonrisa irónica se dibujó en el rostro del príncipe Irvin.

—Por eso dije que si alguien te asesinara ahora mismo, el gobierno de aquí nos echaría la culpa a nosotros. Como mínimo, las relaciones diplomáticas quedarían descartadas. Eso está claro.

Mabel se llevó una mano al pecho, tratando de reprimir su sorpresa. Al recordar el terror que sintió cuando nos atacaron, observó con cautela nuestro entorno.

Volví a sumirme en un silencioso pensamiento. Mientras el príncipe Irvin continuaba con sus explicaciones, me pregunté por qué había un tono tan sarcástico en su voz, por qué todo lo que decía parecía retorcido y mordaz.

—Bueno, tanto si eres tú quien la inicia como si el reino lo hace por su cuenta, si nuestros países entran en guerra, Maldura no tiene ninguna posibilidad de ganar. La mayoría de nuestra gente está enferma de la Pesadilla de Ceniza. Tal vez ese sea el objetivo del cerebro: acorralarnos y hacerse con el control de nuestras minas para quedarse con todos los beneficios.

El príncipe Irvin hizo girar la roca sobre la punta de los dedos, mientras con la otra mano bebía un trago de su copa. Su criado le dirigió una mirada admonitoria.

—No es eso —dije—. Si fuera así, no tendría sentido que vinieras aquí. Lo más probable es que a los responsables les dé igual que haya guerra o no. Solo no quieren que nuestros países se alíen.

Le miré con atención a sus ojos negros mientras continuaba.

—Hay un conducto para el contrabando en ultramar, y al igual que alguien está cosechando los beneficios en Sauslind, alguien en Maldura también se está beneficiando. La razón por la que viniste era investigar eso, ¿no?

Tras una breve pausa, sus labios se torcieron. Había un brillo en sus ojos, dudoso y a la vez atrayente.

—No puedo asegurarlo. ¿Y si te dijera que en realidad no mentía cuando dije que había venido a secuestrarte?

Mabel se levantó de la silla, las patas rasparon con mucho ruido contra el suelo. Tuve que darme la vuelta para detenerla. El canto de lord Alan estaba atrayendo toda la atención sobre él ahora mismo, pero si ella montaba una escena, sus ojos estarían sobre nosotros en cuestión de segundos.

—No tienes remedio —escupió el sirviente del príncipe Irvin—. Esto pasa siempre. Necesitas arreglar ese horrible hábito que tienes de desear mujeres que ya están tomadas.

—Oh, cielos —murmuré.

Tanto Mabel como yo lo miramos con frialdad.

El príncipe Irvin se llevó una mano al pecho.

—Me has herido. ¿De verdad crees que intentaría algo con una chica extranjera solo por diversión? ¿En especial considerando lo aterrador que es su prometido?

—¿No es el peligro lo que te excita?

—Bueno, tienes razón, pero incluso yo tengo la suficiente discreción para saber con quién puedo y con quién no puedo jugar a esos juegos.

Mi mirada y la de Mabel solo se enfriaba cuanto más cavaba su tumba. No es que al príncipe Irvin parecieran preocuparle lo más mínimo nuestras reacciones.

Su sirviente suspiró de nuevo, volviendo a centrar su atención en mí.

—En cualquier caso, hay otra razón más probable para que seas el objetivo que tiene que ver con quién eres.

Todos volvieron los ojos hacia mí, pero yo me limité a ladear la cabeza, sin saber a qué se refería. Aparte de ser la prometida del príncipe y la encargada de abogar por la paz con Maldura, ¿qué más podía haber?

Exasperado, el criado soltó:

—Es muy posible que lleves dentro al próximo heredero al trono.

—¡¿Qué?! —gritaron Mabel y Jean al unísono.

Los ojos del príncipe Irvin brillaron en silencio.

—¿Así que ya ha hecho un movimiento con ella, hm?

¿Es esta la parte en la que se supone que debo mantener mi dignidad de noble dama e insistir en mi propia pureza?

El criado del príncipe Irvin parecía imperturbable por completo, como si no viera nada de malo en su afirmación. ¿Quizás se trataba de una diferencia cultural?

—Es bastante común en Maldura —dijo— que la fecha de la boca y la del nacimiento del niño no coincidan. Sauslin parece hacer hincapié en las costumbres tradicionales, pero… Seguro que ese tipo de accidentes siguen ocurriendo, ¿no?

Mabel me miró con cara de darse cuenta.

—En el camino, recuerdo que surgió ese tema. Ahora tiene sentido por qué alguien como yo, de una estirpe de comadronas, fue elegida como tu doncella…

Estás malinterpretando demasiado la situación, Mabel.

Jean soltó una risita seca.

—No, no es posible. Ni siquiera un poco. El día que alguien con atractivo sexual negativo como la señorita cruce esa línea con el señor demonio, será el día en que todos los fornidos mineros de por aquí acaben embarazados por inmaculada concepción.

No sé ni por dónde empezar a comentar eso, pero lo que dices no tiene ningún sentido, Jean.

Mientras me preocupaba por la mejor manera de defender mi pureza, Jean ya estaba haciendo el trabajo por mí.

—Dame un respiro. Eso es como contar todas las pieles de mapache antes de haber atrapado a las malditas bestias. Excepto que en este caso, el mapache sería el que me despellejaría vivo. Además, la señorita pasa todo su tiempo en los archivos reales. No tiene tiempo para tontear así con el príncipe. Su falta de atractivo sexual lo hace bastante obvio, ¿no? Y no es como si algo pudiera haber pasado porque yo estaba ocupado tomando una siesta y no me di cuenta. No, no es eso.

Sonaba más como si ya estuviera formulando una excusa por si se equivocaba y yo de verdad estaba embarazada. En cualquier caso, me molestó lo suficiente como para llamar al posadero y pedirle en secreto que el próximo plato de Jean fuera extra picante.

—Ejem —dije, aclarándome la garganta en un intento de disipar la incómoda atmósfera que se había apoderado de nosotros—. En cualquier caso, esa es otra posible razón por la que podrían tenerme en el punto de mira. Lo tendré en cuenta. Estando en semejante posición, es natural que me persigan. La cuestión más apremiante es que tenemos que hacer llegar con velocidad un mensaje a Lord Alexei.

Aún quedaba mucho por hacer: sofocar las revueltas, atender a los infectados y confirmar la magnitud de la propagación.

—Lo más importante —intervino Mabel, tras recuperar su compostura. Su voz estaba teñida de desconfianza—: Está claro que deberíamos ocuparnos de quienquiera que esté detrás de todo esto. Y en ese sentido, creo que las personas de las que más deberíamos sospechar están aquí con nosotros.

Sorprendida, levanté la mirada y la vi clavada en el príncipe Irvin.

—Eli -o El, más bien- confía demasiado en los demás. Teniendo en cuenta quiénes son en verdad estos hombres, es muy posible que quieran tomarte como rehén para utilizarte en las negociaciones con Su Alteza —dijo.

Mis hombros se sobresaltaron al darme cuenta de que podía tener razón. Después de todo, la facción a favor de la guerra había hecho prisionera a la delegación de Maldura, y su representante era el hermano mayor del príncipe Irvin. Mi aprensión se disparó al dudar de mí misma.

El príncipe Irvin sonrió, divertido.

—Sí, existe esa posibilidad.

Su tono era demasiado vago para que yo pudiera adivinar si estaba bromeando o hablando en serio.

Su sirviente dio otro suspiro y expresó el mismo escepticismo que yo sentía ante la afirmación de Mabel.

—Eres libre de dudar de nosotros si lo deseas, pero solo beneficia al enemigo sino cooperamos.

Mabel apretó las cejas en silencio.

Ahora me tocaba a mí suspirar. Esto me recordaba lo difícil que era el trabajo del príncipe. Además, tenía que examinar cada asunto desde múltiples ángulos.

El príncipe Irvin rio en voz baja, guardando la piedrecita antes de comentar con ligereza:

—Si ése es el juego al que quieres jugar, también tenemos dos motivos para sospechar de ti. Si de verdad piensan en el bienestar de El, deberías llevarlo de vuelta a la finca del conde. O al menos a una ciudad con alguna milicia que lo proteja. En vez de eso, le has hecho ocultar su identidad y venir hasta aquí. ¿Por qué?

Mabel se estremeció, desconcertada por su pregunta, y su pérdida de compostura se me contagió. La persona que nos había alejado de nuestros perseguidores y me había sugerido que me disfrazara hasta ponernos a salvo… la persona que nos había traído hasta aquí, era…

—Hm. ¿Soy yo o el aire aquí parece un poco pesado?

Lord Alan apareció detrás de mí, tomando la jarra de la mesa para rellenar su vaso. A pesar de su comentario, no parecía molesto por el ambiente. Echó la cabeza hacia atrás y se bebió todo el vaso. Al parecer, su canción había terminado y venía a tomarse un descanso.

Cuando le hice señas para que se sentara, se dejó caer con alegría.

—Ah, me muero de hambre. La forma en que El propuso hacer la comida es muy interesante, y parece ser un éxito entre los otros clientes. El posadero dice que nos dará una ración más de pan frito, pero que nos costará más ponerle queso. Es todo un hombre de negocios.

Mientras hablaba con alegría, alguien trajo su pedido, y lord Alan picó de inmediato.

Al darse cuenta de que todos le estábamos mirando, se rio con la misma risa inocente y despreocupada de siempre.

—¿Qué, todos sospechan de mí porque nos he traído a este pueblo?

Sus hombros vibraron de risa.

—No soy el traidor que buscan. Aunque admito que ha habido una serie de anomalías esta vez. Pero, solo los he guiado hasta aquí porque cierto alguien me lo ordenó.

Lord Alan me apresuró a reconocer nuestras dudas mientras sacaba una carta de su bolsillo y me la tendía. La letra me era familiar.

En ese momento, fue como si se rompiera un dique y todas las emociones que había estado conteniendo brotaran de mi interior. Me temblaron las manos cuando estiré la mano y la tomé, recorriendo con los dedos la letra del sobre. Decía: Para Elianna. Era como si el príncipe me estuviera llamando desde kilómetros de distancia, dándome la respuesta que necesitaba.

♦ ♦ ♦

A mi queridísima Elianna….

Casi tan pronto como empecé a escribir las palabras iniciales de mi carta, mi mano se detuvo.

Con mi matrimonio oficial con Elianna a pocos meses de distancia, el amanecer del nuevo año trajo ansiosa anticipación. Sin embargo, la emoción se vio interrumpida por un anuncio monumental: Maldura enviaría una delegación aquí. Llamamos a los Caballeros del Ala Negra a la capital para que escoltaran a Elianna en su viaje para visitar a mi tío abuelo. Solo faltaban dos días para que ella partiera y emprendiera su viaje a Ralshen. Ella y los demás estaban ocupados preparándose para el viaje.

Pensar en ella me hizo dirigir la mirada hacia el lugar donde solía sentarme en mi despacho. Desde que empezó a visitar el palacio tras nuestro compromiso inicial, pasaba aquí más de la mitad del tiempo leyendo libros.

Hacía mucho tiempo que escribía, aunque mis pensamientos seguían estancados en el presente. Pero mientras mi pluma seguía moviéndose, mi mente volvía al pasado.

Hace mucho tiempo, cuando nos conocimos, me sentía una especie de aventurero mientras buscaba señales de ella entre las estanterías. La biblioteca real de Saoura era tan amplia que un niño podría perderse con facilidad en ella. Aunque no prometimos encontrarnos, ni ella me dijo nunca en qué pasillo estaría a continuación, siempre me divertía intentando adivinar dónde la encontraría.

Como único heredero directo al trono, disponía de muy poco tiempo libre a pesar de mi corta edad. Eso significaba que disponía de poco tiempo para navegar por esta enorme biblioteca y olfatearla. Al principio, lo hice porque me parecía entretenido. Me producía la misma emoción que burlar a mis profesores cuando me planteaban un problema difícil de resolver. Muchos de estos profesores eran muy devotos a la familia real y, cuando se dieron cuenta de que yo era más inteligente que ellos a pesar de ser un niño, se les metió la idea de que tenían que demostrarme lo cruel que podía llegar a ser el mundo. Lo que más me divertía era vencer a esos tipos.

Sentí lo mismo cuando conocí a Eli. No tenía reparos en levantarme la mano y regañarme a pesar de mi superioridad. El hecho de que frecuentara la biblioteca real indicaba que también formaba parte de la sociedad noble. Recuerdo que pensé que era una joven excéntrica. De seguro comprendía cuál era su lugar en la jerarquía social, pero no hizo ningún intento por contener su ira hacia mí.

¿Quizás entiende con lógica, pero es demasiado ignorante del mundo y sus reglas? pensé.

En cualquier caso, aunque me escandalizó su comportamiento, también me sentí avergonzado por mi propia inmadurez y por descargar mi ira de una forma tan destructiva. Intenté mantener una conversación con la chica, pero, como era de esperar, no funcionó muy bien. Una vez empezó a leer, no importa cuánto intentara charlar con ella; ni siquiera me dirigía una mirada. ¡Yo, el príncipe heredero!

Intenté caerle en gracia por los medios normales, utilizando cosas que gustaban a la mayoría de las chicas de su edad: dulces, flores bonitas y cotilleos populares del reino. Cuando terminó su libro y cerró la tapa, bajó la guardia lo suficiente como para aceptar uno de los dulces que le ofrecí sin pestañear. Un momento después, sus labios se fruncieron con sorpresa y disgusto. Me hizo preguntarme si había algún tipo de error, si los dulces que había seleccionado estaban agrios de alguna manera.

No puede ser. Los cocineros de palacio los hacían en persona, me dije. Qué raro, No sabía que las chicas torcieran así la cara. Mientras me quedaba helado, mi eterno chambelán sacó un poco de agua para que ella se la bebiera. Lo único que podía hacer era mirar.

Después de engullir el contenido del vaso, por fin suspiró y dijo:

—No me gustan las cosas dulces.

—Lo siento —murmuré, pero ella ya había vuelto a ponerse en guardia.

No tienes por qué desconfiar tanto de mí…

A continuación, le pedí al jardinero real que le preparara un ramo. Como imaginarás, no le interesó en lo más mínimo. En cambio, empezó a explicarme las propiedades medicinales de las flores que había recogido.

Luego me dijo que me lo llevara a casa, aunque se lo quería regalar.

Tampoco le interesaban los cotilleos populares de palacio. Lo que de verdad le llamaba la atención y le hacía brillar los ojos de curiosidad eran los tratados inéditos escritos por historiadores, algo que solo un selecto grupo de investigadores estaría dispuesto a leer.

¿En qué clase de realidad alternativa estoy viviendo?

Mi chambelán intentó reprimir la risa en numerosas ocasiones mientras observaba todo lo que ocurría a mis espaldas, pero yo me estaba hundiendo cada vez más, sobrepasando el punto de no retorno. Era como un acertijo, muy difícil de resolver.

De acuerdo. Adelante.

Al principio, era mera curiosidad. Me entretenía.

Ayer, estaba leyendo textos de medicina y anatomía. ¿La encontraría hoy en la misma sección? No, tal vez solo parecía interesada en la anatomía. Tal vez la encontraría en la sección de bellas artes, hojeando tomos que representaban la forma humana. Mientras recorría la biblioteca, utilicé mis dotes de deducción para localizarla. Al final la encontré en la sección de misterio.

¿Cómo demonios funciona su cerebro?

Estaba sentada en una silla junto a la ventana, hojeando un libro. Era una visión inusual, sobre todo porque rara vez la veía en el suelo. Estaba encaramada a lo alto de una escalera apoyada en una de las estanterías. Tuve que estirar el cuello para ver el título de la portada. Como era una niña, me pregunté si este tipo de textos no la asustaba en absoluto.

De repente, un saltamontes saltó por la ventana y aterrizó justo encima de su cabeza, como si quisiera posar ahí sus alas.

¿Debería ser un caballero y deshacerme de él por ella?

No tuve mucho tiempo para pensarlo, porque saltó sobre las páginas abiertas de su libro.

Vale, las chicas odian a los insectos, así que esta es mi oportunidad. En cuanto grite, me abalanzaré y…

La joven Elianna cogió el saltamontes con la mano y lo soltó por la ventana. Luego volvió a su lectura como si nada hubiera pasado. Todo había terminado en un abrir y cerrar de ojos. Ni siquiera tuve la oportunidad de salvarla.

Detrás de mí, mi chambelán luchaba con desesperación por contener la risa tras verme fracasar de manera estrepitosa.

Qué molesto. Como si alguien hubiera podido anticipar la forma en que ella lo manejó.

Mientras me enfadaba, intenté averiguar por qué leía un libro así. Estaba escrito para niños, pero el contenido era muy aterrador. Espera, pero estoy bastante seguro de que el autor se dedicó a la medicina en su pasado. Debe de ser por eso por lo que lo está leyendo.

Asentí para mis adentros, satisfecho con la respuesta que había dado.

No, un momento.

¿Qué me pasaba? ¿Acaso me creía una especie de niño detective que se sentía realizado al resolver los misterios de esta chica? Mi verdadero objetivo al principio era resolver el enigma que era Elianna Bernstein. Pero de repente empecé a cuestionarme a mí mismo. ¿Por qué sentía ese deseo? Ya había conocido a muchas otras personas excéntricas. Había otros con personalidad extrañas que despertaban mi interés: personas de todas las edades y sexos. ¿Qué hacía a esta chica tan especial? ¿Fue porque se le ocurrió la idea de querer una biblioteca hecha de médicos? ¿O porque ayudó a cerrar la brecha entre mi madre y yo? ¿O porque tenía un punto de vista tan distinto y me enseñó tanto?

Cuando decidí que quería descubrirla, lo mantuve en secreto. Eso incluía a mis amigos de la infancia, Alex y Glen, a quienes confiaba casi todo. Nunca les mencioné que venía cada día a la biblioteca a buscarla porque… era mi tesoro.

Quizá me equivoqué desde el principio cuando supuse que solo me interesaba por ella por curiosidad o porque me entretenía. De seguro me enamoré de ella en el momento en que se enfadó de manera tan sincera conmigo por aquellos libros, que ni siquiera le importó nuestra diferencia de estatus.

Murmuré su nombre en voz baja. Como era de esperar, no levantó la cabeza para mirarme, pero estaba bien.

Qué desastre, pensé mientras se relajaba la tensión de mis hombros. Llevaba tanto tiempo atado y decidido a resolver sus misterios que fracasaba una y otra vez, lo que no hacía sino obstinarme más. Intentaba encajarla en una caja, como había hecho con todas las demás personas que había conocido, pero ya no era necesario. Estaba bien que siguiera siendo un enigma que ni yo ni nadie podía desentrañar.

 Algún día, haré que me mires como miras esos libros.

—Eli… —murmuré su nombre mientras observaba cómo el viento se colaba por la ventana, agitando sus suaves mechones de pelo. Tuve que resistir el impulso de tocarlos.

Fui demasiado imprudente después de darme cuenta de lo que sentía por ella y fracasé de manera estrepitosa. Abandonó la capital y, por mucho que buscara en la biblioteca, nunca volvería a verla ahí. El tiempo que pasé intentando descifrar su proceso de pensamiento y captar su atención fue en vano. Ya no podría disfrutar de aquel pelo esponjoso que parecía fundirse en el fondo ni de aquellos preciosos ojos. Mi tesoro había desaparecido, y todo por mi culpa.

Por eso no quiero volver a experimentar esas sensaciones ni ese arrepentimiento nunca más, pensé al recordar lo vacío que me había sentido en su ausencia.  Apreté con fuerza la pluma.

En este último tiempo habían ocurrido varias cosas sospechosas. Una de las más evidentes fue el festival de caza del año pasado. Un grupo de insurgentes entró en Sauslind en ese momento, apuntando a la élite de Maldura, así como a los principales miembros del gobierno de Sauslind. El curso de la investigación me llevó por fin al Ducado de Miseral. Lady Ramond, o más bien Mireille, también seguía una pista similar, aunque desde un ángulo diferente. Así fue como acabamos intercambiando información.

Lo que aprendí de ella lo contrasté con los datos que me llegaban del Ministerio de Finanzas y de otros departamentos, así como con los acontecimientos de nuestro pasado. Juntos, pintaban un cuadro alarmante de lo que podría esperarnos en el futuro: había una posibilidad muy real de que la Pesadilla de Ceniza regresara. No, de hecho, ya estaban apareciendo signos de ella en Madara. Entonces, ¿qué debíamos hacer?

Respiré hondo.

La respuesta estaba clara. Tenía que confiar el asunto a Elianna. Según mis predicciones, me resultaría difícil hacer cualquier movimiento. No, si hacía algo, el culpable detrás de todo esto de seguro se hundiría de nuevo en las sombras. Entonces estarían fuera de nuestro alcance. No podíamos seguir repitiendo este ciclo. Necesitábamos arrancar esta mala hierba de raíz.

Pero ¿cómo hacerlo?

Solo había una persona en la que confiaba para sacarnos de este apuro, y era Elianna.

Me quedé mirando el lugar donde ella solía sentarse, discutiendo en mi cabeza. ¿Era de verdad la decisión correcta? ¿O era un cobarde por imponerle esta carga? ¿No había otra manera?

Cerré los ojos de golpe. Los engranajes ya estaban en marcha. La única persona a la que podía confiar esto, la única capaz de hacerlo, era Elianna. No pasaba nada si mi carta no llegaba nunca a sus manos, pero también confiaba de algún modo en que así fuera.

Con la determinación renovada, me di cuenta de que tenía que escribir todo lo que pudiera para ella. El presente no era una repetición del pasado. Sabía muy bien que fueron solo mis maniobras las que nos llevaron al compromiso, pero fue ella quien decidió levantar la cabeza y asumir la responsabilidad de lo que implicaba su nuevo título. Quería ser mi princesa heredera, caminar a mi lado.

Mis labios se movieron para pronunciar su nombre, aunque no salió ningún ruido. Con esperanza en el corazón, escribí la verdad sobre la situación del país. Me planteé contárselo todo de manera abierta de antemano, pero no podía descartar la posibilidad de que tuviéramos un traidor cerca. Era imposible saber qué información podía poner en peligro su seguridad, y gran parte de ella eran especulaciones. No había ninguna garantía de que mis sospechas no estuvieran equivocadas. Al final, esta carta es solo un seguro. Tú eres nuestra verdadera baza, Elianna. Voy a soltar tu mano ahora. Ya no creo que el amor signifique proteger a alguien de todo y mantenerlo lejos del peligro. Ya cometí ese error una vez. No pensé en tus sentimientos ni en tu posición. Lo único que hice fue dejarme llevar por mi deseo egoísta de tenerte a mi lado, y acabé enfrentándome a esos podridos mapaches, que eran mucho más listos e insidiosos qué cualquier cosa a la que me hubiera enfrentado antes.

Ahora tiene sentido por qué mi padre y el primer ministro murmuraban en voz baja:

—Buena suerte, nuestra pequeña estrella de esperanza.

Era obvio que sus intentos de “apoyo” eran insinceros por completo.

Incluso después de recibirte en palacio como mi prometida, una parte de mí seguía viéndote como un enemigo entretenido. Esos sentimientos empezaron a desvanecerse en algún momento porque empezaste a interesarte por el mundo real. A medida que te abrías camino en la interacción humana y empezabas a entablar relaciones con otras personas, te veía tropezar y perder el rumbo. A veces estabas deprimida y otras ansiosa, pero volcabas todo tu esfuerzo en superar todo eso.

Ansiaba llamarla, pero su nombre estaba en mis labios, sin pronunciar. Te estoy arrastrando a una situación peligrosa y reprimo el impulso de protegerte de todo ello. Confiaste en mí y quiero estar a la altura. Quiero que te sientas orgullosa.

Y así le escribí todo lo que sabíamos sobre la posibilidad del resurgimiento de la plaga. Solo teníamos una pista para encontrar una cura, y era la Jarra de Furya.

La persona que la posee vive en un pueblo minero llamado Hersche. Y lo más probable es que tú seas la única persona que tiene la oportunidad de atar todos estos cabos sueltos, Elianna..

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