Princesa Bibliófila – Volumen 5 – Arco 1 – Capítulo 8: El sueño se ha acabado

Traducido por Ichigo

Editado por Sakuya


Como príncipe heredero de Sauslind, me bombardean con numerosas reuniones e información de todo el país sobre el número de infectados. La mayor parte de mis horas las pasaba dando órdenes y vigilando a los militares como un halcón. Cuando volví a mi despacho, el sol ya se estaba poniendo.

Ya tenía bastante con preparar las contramedidas para hacer frente a la plaga, pero no era el único asunto que había que atender; había otras cuestiones políticas en marcha en todas nuestras regiones que no se podían ignorar. El primer ministro podía aprobar la mayoría de los asuntos, pero la decisión final tenía que pasar por mí.

No es de extrañar que no sintiera ninguna inclinación por dirigirme a mi mesa de trabajo. En lugar de eso, opté por sentarme en el sofá de la esquina de la habitación, cerca de donde siempre se sentaba Elianna. Como no había nadie más a la vista, exhalé un profundo suspiro y me tapé la cara con un brazo. Después de unos minutos de descanso, hablé, dirigiendo una pregunta a una de mis Sombras.

—¿Ha habido algún informe de Alan?

El guardaespaldas no solía mostrar ninguna emoción, pero esta vez dudó un momento antes de contestar.

—Todavía nada. 

Su voz no revelaba nada, pero había algo inusual en su respuesta. 

Ya lo intuía. Algo extraño estaba ocurriendo con mis Sombras.

Suspiré de nuevo, apretando el puño con fuerza al recordar el informe inicial que recibí. “No hemos podido confirmar si lady Elianna Bernstein sobrevivió o no al ataque”.

Cuando la envié lejos supe que, por muchos preparativos que hiciera, existía la posibilidad de que ocurriera lo imprevisto. La gente me había aconsejado antes que confiara en los hombres que eligiera para que me sirvieran, pero ya un hombre al que una vez había considerado amigo -un hombre en el que había depositado mi fe- me había traicionado. No importaba las circunstancias, que alguien pudiera haber forzado a Ian a ello. Los hechos eran los hechos. Y ahora, algo extraño estaba ocurriendo con los mismos guardaespaldas que había asignado para proteger a Eli como última línea de defensa.

Apreté los dientes. Una rabia sin filtro rezumaba de mí, sofocando el aire. Incluso las Sombras, que permanecían ocultas, se estremecieron ante el cambio.

En cuanto me enteré de que la Pesadilla de Ceniza estaba resurgiendo, preví todos los peores escenarios que se me ocurrieron mientras reunía pistas y se las confiaba a Elianna. Por desgracia, alguien más estaba obteniendo la misma información que nosotros. No pasarían por alto a Elianna, sobre todo porque estaba intentando buscar una cura.

Desde que supe que había desaparecido, una inquietud empezó a invadirme por dentro. Creía que seguía viva. Sabía que algunos intentarían atentar contra ella en cuanto abandonara el palacio, y por eso di la orden de ocultar su identidad y no filtrarla a nadie en caso de que ocurriera lo peor.

Sabía que la ponía en peligro. Por eso simulé todo en mi cabeza y puse contramedidas. Incluso la envié con algunas de las Sombras de la familia real, guardaespaldas del más alto calibre. Entonces, ¿por qué estaba ocurriendo algo extraño entre ellos?

Siempre ocultaba mi amargura y mi furia tras una fachada de piedra, pero el agotamiento me había quitado las fuerzas para hacerlo. Salía de mí como un veneno cuando pensaba en que había gente ahí fuera que podría haber hecho daño a Elianna.

Si algo le pasara…

Cuando mis pensamientos empezaron a oscurecerse, de repente llamaron a la puerta en el momento perfecto. La persona ni siquiera se molestó en esperar una respuesta; irrumpió en la puerta y me dirigió un suspiro exasperado.

—Creí haberte dicho que te fueras a acostar.

Era Glen, que había estado a mi lado casi todo el tiempo sin molestarse en cambiar de turno con nadie. En ausencia del persistente regaño de Alexei, estaba haciendo un trabajo admirable cumpliendo el papel de cuñado molesto, regañándome todo el tiempo por una cosa ridícula u otra.

Mis oscuros pensamientos empezaron a disiparse cuando respiré hondo. Un aroma familiar me hizo cosquillas en la nariz, un brebaje especial que mi eterno chambelán había preparado. Me quité el brazo de la cara, me incorporé y tomé la taza humeante.

—Es horrible —ahogué tras dar un pequeño trago.

Glen gruñó:

—Dame un respiro.

El chambelán se encogió de hombros, acostumbrado a mis quejas.

—Recuerdo que antes te bebiste una taza entera de ese té negro tan amargo que te preparó lady Elianna. Era tan repugnante que Alex y yo no pudimos probar otra cosa durante el resto del día —dijo Glen.

Suspiré ante su refunfuño resentido:

—Glen, cuando la mujer que amas te prepara algo ella misma, sabe incluso mejor que el vino más celestial. No lo entiendes porque aún no lo has experimentado.

Sorprendido, se llevó una mano al pecho.

—Puede que tengas razón.

Mi chambelán, más realista, se limitó a sacudir la cabeza y decir: 

—No creo que importe cuánto amas a la persona. Ella puso diez veces más de lo que debería por una sola tetera. Cualquiera estaría de acuerdo en que era asqueroso.

Justo cuando sus bromas empezaban a animarme…

—Por favor, alto —dijo un guardia fuera.

Solo unos segundos después, la puerta se abrió de golpe. No era algo que me molestara de alguien de mi círculo íntimo, pero este intruso estaba lejos de ser un aliado.

—Perdóneme por interrumpir su agradable charla, príncipe Christopher.

El hombre entró con descaro a pesar de sus disculpas. Su pelo era del mismo marrón rojizo oscuro que sus ojos. A primera vista, sus rasgos se parecían mucho a los de mi madre, pero había una diferencia reveladora: tenía los labios tensos y los ojos entrecerrados, como si estuviera escrutando a todos y a todo, incluido a sí mismo. Como hermano mayor de la reina, lo que también lo convertía en mi tío, Greig Odín era el noble más prominente de todo Sauslind.

Su descarada audacia provocó una queja de mi chambelán, que dijo:

—¿Cómo te atreves a irrumpir así en el despacho de Su Alteza?

Sin embargo, la intimidante mirada de mi tío lo silenció con rapidez.

—Me temo que si no lo hiciera, no tendría otra oportunidad de solicitar audiencia con Su Alteza. Tendrá que disculparme por ser demasiado atrevido.

Sonrió disculpándose, pero no había vergüenza en su voz.

Aunque el tío Theodore era a menudo despreocupado y descortés conmigo, había cierto afecto familiar en sus acciones. Esto era muy diferente.

Tío Greig entró con la presencia imponente de un noble eminente, exudando una presión que silenciaba a los que estaban por debajo de él. Ni siquiera tuvo que decir nada para echar a mi chambelán por la puerta. Glen se quedó, pero mi tío ni siquiera le dirigió una mirada.

Contuve el impulso de chasquearle la lengua mientras permanecía sentado, mirando con frialdad a nuestro intruso:

—Me siento muy honrado de que alguien tan ocupado como usted se tome la molestia de venir hasta mi despacho, tío. Sin embargo, si se trata de un asunto urgente, ¿no deberías haberlo compartido durante nuestra reunión de hace un rato, donde todos podríamos haberlo discutido?

Durante estas repetidas reuniones, mi tío solo dijo lo mínimo. Nunca sacaba ningún tema a colación. Los que hablaban más alto en su facción eran los de abajo. Eso hacía que su objetivo fuera aún más evidente. Quería arrinconarse y utilizar la seguridad de Elianna como cebo para que le propusiera un trato. Eso era de seguro lo que había estado esperando, aguardando hasta que yo llegara arrastrándome. Por desgracia, como debería haber sabido desde el principio, yo no era tan obediente. 

Cuando era más joven, se ofreció numerosas veces a darme refugio seguro de la facción de la reina anterior. Solo tenía que aceptar casarme con su hija o con la princesa del ducado de Micelar, con quien estaba emparentado. Dado el delicado equilibrio de poder entre los nobles y el ambiente político de la época, mi padre lo rechazó. Una vez que tuve edad para ello, empecé a cortar esas conversaciones de compromiso antes de que vieran la luz del día. Al fin y al cabo, para entonces ya había conocido a Elianna.

A mí tío de seguro le enfurece que no me doblegara a su voluntad. Siempre le saludaba con una sonrisa, pero esta lucha de poder llevaba años entre nosotros. Incluso cuando se atrevió a tomar asiento sin que yo le invitara, mantuvo una máscara en el rostro que no dejaba traslucir ninguna emoción. Su forma de comportarse podría hacer pensar que ésta era su habitación, no la mía. Al menos podía respetar a regañadientes su audacia.

—Es algo que me pareció demasiado delicado para discutirlo con los demás miembros del gabinete, Alteza.

Sonrió con altanería, como si esperara que le agradeciera su consideración.

Cuando le devolví la sonrisa por reflejo, me di cuenta de que mi tío, sin querer, había contribuido en gran medida a convertirme en el hombre que era.

—Si es demasiado delicado para plantearlo delante de los demás, suena bastante serio. Me temo que no tengo la menor idea de lo que podría estar insinuando. ¿Hay algo que quieras confiarme? —le pregunté.

No solo era el señor regional que controlaba el puerto de Kelk, la puerta occidental de Sauslind, sino que mi tío también tenía profundos lazos con el ducado de Micelar, lo que lo convertía en un experto en el comercio en mar abierto. Había estado vigilando un poco el comercio de ultramar desde el incidente del Festival de Caza de Otoño. Estaba claro que alguien no veía con buenos ojos que estableciéramos lazos diplomáticos con Maldura y no tenía reparos en tomar medidas para asegurarse de que fracasáramos.

También había movimientos en el Ducado de Miseral, más que nada en relación con el comercio marítimo. Ahí fue donde mi búsqueda chocó con la antigua princesa Mireille, que investigaba la muerte accidental de su marido. Los dos conseguimos intercambiar información antes de fin de año, y todas las pistas que seguí desde entonces me llevaron a una persona: Tío Greig. Sabía que no caería con facilidad.

Tras una breve pausa, mi tío asintió.

—Por supuesto, como ya he dicho, se trata de un asunto delicado. Me gustaría que fuera confidencial.

Fruncí las cejas y empecé a apretar los puños mientras él continuaba. 

—Príncipe Christopher, permítame decirle lo orgulloso que estoy de que haya decidido cumplir con su deber esta vez durante la hora de necesidad de nuestro país. En especial desde que, ah, “desafortunadas noticias” han llegado hasta usted.

Su malicia era clara por la forma en que enfatizaba las palabras. Sin duda se refería al otoño pasado, cuando irrumpí mis obligaciones para salvar a Eli del peligro. Esta vez no podía hacerlo, ya que el rey estaba inconsciente y yo ocupaba por el momento su lugar. Por mucho que quisiera cabalgar y confirmar su seguridad por mí mismo, tenía las manos atadas. Calificar el informe sobre la desaparición de Elianna de “noticia desafortunada” no era más que su forma de tratar de ponerme nervioso.

Glen llevaba sus emociones en la manga, frunciendo el ceño hasta mi tío. En cuanto a mí, le lancé una mirada gélida.

Solo había una persona capaz de atacarla y actuar sin vacilar.

A pesar de que mi ira empezó a desbordarse, mi tío mantuvo la compostura. Hablaba como si tuviera plena fe en su visión del mundo, como si fuera impensable que se equivocara.

—Sin embargo, Su Alteza, hay un deber aún mayor que le debe al reino en este momento. Uno que me temo que has descuidado.

Mientras fruncía las cejas, murmuró en voz baja pero alta como para que yo lo oyera:

—O más bien supongo que lo has pasado por alto a propósito.

—Me temo que no entiendo a qué aludes, tío.

—Príncipe Christopher…

Hablaba con una voz que no admitía disidencias; no porque intentara darme el “amor duro” que cabría esperar de la familia, sino porque me estaba incitando a obedecer.

Ahora que lo pensaba, tío Odín siempre me hablaba usando “Alteza” o “Príncipe Christopher”. Nunca usó un apodo cariñoso para mí como lo hacía el tío Theodore. Aunque no hubiera adivinado ya lo que iba a decir, la falsa cortesía que empleaba al pronunciar mi nombre era una señal reveladora. 

—Ahora que Su Majestad ha caído enfermo, la supervivencia de la familia real está en juego. Ahora mismo eres el único descendiente directo. Como príncipe heredero y miembro de la familia real, es tu deber velar por la continuidad de tu sangre real. ¿O me equivoco?

De inmediato se me heló la sangre. Así que él estaba detrás de todos esos rumores en las calles.

La puerta se abrió de manera brusca, como si quien hubiera entrado hubiera consultado a mi tío y programado su entrada para que coincidiera con sus palabras. Era una mujer, vestida no con los floridos vestidos normales que llevaba por la tarde o la ropa de calle que vestía en el centro, sino con un traje de noche que acentuaba su silueta femenina.

Mi prima, Pharmia Odin, tenía el mismo pelo castaño rojizo oscuro que su padre, pero aquellos ojos avellana que eran tranquilos y modestos ahora se llenaban de determinación. Me miró con atención, con el rostro tenso. Al hablar, se hizo eco de las palabras de los conservadores prominentes de Sauslind, que pensaban ante todo en la familia real.

—Su Alteza, es su deber continuar la línea real.

♦ ♦ ♦

Al principio no sospeché de Jean tanto como debí. Supuse que había regresado con los demás de la cacería, vio el fuego y de inmediato corrió a salvarme el libro.

Mientras las brasas bailaban en el aire, empecé a apresurarme hacia él, pero Rei extendió una mano para detenerme. Le miré con el ceño fruncido, pero al seguir la mirada de Rei, divisé una figura en el suelo acunando su brazo.

—¡Lord Alan!

Con Rei conteniéndome, lo único que podía hacer era mirar.

Jean sostenía el libro en una mano, pero en la otra…

¿Por qué sostiene un cuchillo? ¿Y por qué gotea sangre?

—¿Jean…? —balbuceé.

Esperaba que respondiera como siempre lo hacía. Que dijera: “Señora, su precioso libro estuvo a punto de convertirse en cenizas”. Pero en lugar de eso, me ignoró y arrojó el texto a las llamas.

Ese libro era toda la investigación que el Doctor Furness había dejado sobre una cura para la Pesadilla de Ceniza. Por muy terrible persona que hubiera sido o por mucha discordia que hubiera existido entre él y la doctora Hester, seguía siendo su padre. Aquel libro era la culminación del trabajo de su vida: el Jarro de Furya. Me quedé boquiabierta, con el aire silbándome entre los dientes en un grito silencioso.

Lord Alan también alargó la mano hacia ella, pero la espada de Jean azotó el aire y lo obligó a retroceder.

—Jean —se atragantó lord Alan, con el rostro pintado de desesperación e ira—. Así que, después de todo, tú eres el traidor…

Las palabras pasaron a través de mis oídos, como si mi cerebro no pudiera comprender su significado. En un abrir y cerrar de ojos, el libro se convirtió en cenizas al extenderse las llamas. La forma en que crecían era antinatural, como si alguien hubiera rociado aceite por todas partes. 

Los ojos de Jean eran más fríos de lo que jamás los había visto. No mostró piedad cuando bajó su espada hacia lord Alan, congelándose solo cuando el grito desgarrador de Mabel reverberó por toda la casa. También había otras voces que me llamaban. En algún lugar, la gente luchaba, acero contra acero.

Rei por fin salió de su parálisis y saltó a través de las llamas, arrancando su espada antes de interponerse entre Jean y lord Alan. Los dos intercambiaron golpes dos o tres veces. Cuando Rei tropezó a causa de las llamas, Jean aprovechó para poner distancia entre ellos.

Siempre había pensado que Jean era alto y larguirucho, siempre cansado y desmotivado. Además, siempre parecía tener la mirada perdida, pero ahora sus ojos estaban más nítidos y concentrados que nunca. Era casi como si fuera otra persona. Una persona que no reconocía.

—¿Jean?

A pesar de todo lo que había visto, lo único que pude hacer fue pronunciar su nombre como una tonta.

Por fin volvió su mirada hacia mí. Su rostro estaba lleno de determinación, la determinación de separarse de mí. Sus acciones hablaron por sí solas, pero entonces dijo: 

—El sueño ha terminado, milady.

Jean giró despacio su espada hacia mí.

—¡Jean, basta! —gritó lord Alan.

Me quedé helada mientras él se acercaba más y más, hasta que una viga cayó del techo envuelta en llamas.

—Rei,  ¿dónde estás? —llamó el príncipe Irvin desde algún lugar de la casa.

—¡Por aquí! —gritó Rei mientras levantaba a lord Alan, ayudándole a escapar del fuego que nos rodeaba.

Me quedé paralizada mientras miraba con atención a Jean. Me dio la espalda y desapareció, engullido por las brasas y el humo.

Aunque el edificio empezaba a desmoronarse, el príncipe Irvin consiguió colarse por la parte trasera y unirse a nosotros.

—Rei, ¿ha pasado algo?

—El traidor se ha dejado ver. Parece que el criado de la princesa está del lado del enemigo. ¿Cómo han ido las cosas por tu parte?

El príncipe Irvin chasqueó la lengua, frunciendo el ceño.

—Pensé que pasaba algo cuando me di cuenta de que había desaparecido de repente. Nos encontramos con unos tipos fuera que estaban disparando flechas incendiarias a la casa. Aunque ya han huido.

—¿Y Mabel y la anciana? —preguntó lord Alan.

—Ya las he escoltado fuera de la casa —respondió el príncipe Irvin. Cuando él y lord Alan se dieron cuenta de que me había conmocionado, me gritaron para que les acompañara.

Yo solo podía quedarme ahí, con los ojos clavados en el fuego arrasador que lo destruía todo a su paso. El jarro de Furya ya no era más que cenizas. Nuestra esperanza de crear una cura para la Pesadilla de Ceniza se había extinguido con ella. Además, Jean había cortado conmigo, se había puesto del lado del enemigo e incluso había vuelto su espada contra nosotros.

El shock fue tan fuerte que mi mente se entumeció. El humo y la ceniza del aire me escocían los ojos a medida que las llamas se acercaban, pero mis piernas estaban rígidas como tablas, inmóviles.

—¡Eh, Princesa Bibliófila!

El príncipe Irvin envió a lord Alan y Rei por delante mientras me ladraba. Pero a pesar de su insistencia, permanecí ahí como una estatua.

—¡Elianna!

Me estremecí cuando me agarró del brazo y me arrastró hacia él. Sus ojos negros como el carbón parecían atravesarme.

—Contrólate. Aún no ha terminado.

La fuerza de su mirada fue como una chispa que me devolvió la vida. Por fin, la parálisis desapareció, y con ella, la realidad de la situación se abalanzó sobre mí. El humo inundó mis pulmones y me dejó tosiendo y con arcadas.

El príncipe Irvin me cubrió la cabeza con un brazo mientras me acompañaba fuera del edificio en llamas, protegiéndome de las brasas que caían. De algún modo, logramos escapar con vida.

Cuando salimos, la ventisca había cesado. Me desplomé en la nieve sobre las manos y las rodillas. Al principio sentí que me ardía la garganta, pero al tragar el aire frío de la noche, el repentino cambió de temperatura me hizo ahogarme de nuevo.

—¡Lady Elianna! 

Mabel corrió a mi lado y me acarició la espalda. Una vez recuperé el aliento, le aseguré que estaba bien y le pregunté por su bienestar. Estaba cubierta de hollín y tenía algunas quemaduras leves, pero en general estaba bien. Me sentí aliviada. En el borde de mi visión, vi a nuestro guía de pie, apoyando a la doctora Hester. Lord Gene estaba junto a ellos. Rei también estaba cerca, haciendo algunos primeros auxilios básicos para detener la hemorragia de la herida de lord Alan.

Los que habían disparado las flechas incendiarias a la casa ya se habían ido. Aunque era tranquilizador que todos hubieran sobrevivido, había una ausencia notable en nuestro grupo. La conmoción por la traición de Jean se apoderó de mi corazón.

Los copos de nieve bailaban a nuestro alrededor mientras las llamas seguían consumiendo la casa. Por mucho que quisiéramos combatir el fuego, ya se había extendido demasiado. Todo lo que podíamos hacer ahora era ver cómo el edificio se derrumbaba.

El príncipe Irvin recogió su grueso manto, que debió de tirar a la nieve cuando se precipitó al interior del edificio, y me lo echó sobre los hombros.

—Volvamos al pueblo ahora.

Sus palabras hicieron que por fin todos nos pusiéramos en marcha, aunque el ambiente que se apoderó de nosotros era sombrío.

Al darme cuenta de que todo nuestro duro trabajo había sido en vano, el agotamiento se apoderó de mí.

Mi caballo huyó durante el incendio, así que no tuvimos más remedio que abandonarlo, el único que nos quedaba estaba inquieto de tanto ajetreo. Una vez que estuvimos lejos del fuego como para que se calmara, montamos a lord Alan y a la doctora Hester en su lomo y nos dirigimos montaña abajo. Cuando regresamos a Hershe, el sol ya se estaba poniendo. Multitudes de personas empezaban a acomodarse en las mesas del comedor de nuestra posada. El posadero estaba horrorizado por el estado en el que nos encontrábamos, pero su conmoción fue el doble al ver que habíamos traído a la bruja con nosotros.

El príncipe Irvin le dio una breve explicación de lo sucedido. De expresión sombría, el hombre asintió y dijo que se pondría en contacto con la milicia del pueblo para apagar el fuego. También prometió hacer que alguien revisara la montaña para asegurarse de que los daños no se extendieran. 

Llevamos a la doctora Hester a una habitación y la acostamos. Lord Gene permaneció a su lado mientras nuestro guía desaparecía para buscar medicinas. El posadero permitió que los que quedábamos (excepto el herido lord Alan) tuviéramos prioridad para utilizar los baños de vapor.

Mabel no estaba menos conmocionada que yo después de que le contara todo lo sucedido, pero se apresuró a serenarse y atenderme. A pesar de haber pasado por los mismos terribles acontecimientos, demostró tal valentía que me dejó asombrada. Su actitud era alentadora. Aunque aún no habíamos resuelto nada, me recordé que no era el momento de perder los nervios.

Nos quitamos el humo y el hollín del cuerpo y disfrutamos de un pequeño descanso antes de ir a cenar. Me las arreglé para tragarme algo de comida a pesar de que no tenía apetito. Cuando terminamos, Mabel y yo nos dirigimos a la habitación de la doctora Hester para ver cómo se encontraba.

Lord Gene estaba en la puerta para recibirnos. Era menos amable de lo que yo recordaba, sus ojos eran ahora suspicaces y cautelosos.

—Ahora está dormida. 

No dijo las palabras en voz alta, pero su lenguaje corporal parecía gritar: “No se acerquen”.

Nuestra visita a la casa de la vieja bruja había supuesto una carga aún mayor para su ya debilitado corazón y, lo que era peor, también había perdido su casa en el proceso. 

Suspiré y bajé la cabeza. Al bajar de la montaña, Lord Alan por fin explicó lo que había mantenido oculto todo este tiempo. El príncipe Christopher sospechaba que había un traidor cerca de mí que filtraba información a nuestros enemigos.

—No teníamos ni idea de quién era. El Príncipe Christopher investigó a todo el mundo: Lady Lilia, Lady Therese, la duquesa Rosalie e incluso Alexei.

Tragué saliva. Lord Alexei Strasser era la mano derecha del príncipe, pero aun así Su Alteza lo había investigado. Se me apretó el pecho. Esto me hizo replantear todo. Lord Alexei era en este momento el tercero en la línea de sucesión al trono. Su Alteza debía de haber considerado todo tipo de posibilidades, dejando a un lado sus sentimientos personales mientras investigaba y tachaba a sospechosos improbables. La corona exigía ese tipo de cálculo sin emociones.

El príncipe Irvin se burló.

—¿Qué, Músico de la Corte, así que ni siquiera consideró la posibilidad de que tú fueras el culpable?

Su tono era sarcástico, pero lanzó una mirada aguda a lord Alan. Éste limitó a soltar una risita forzada. 

—Hasta que el príncipe Chris me recogió de las calles, era un huérfano que se dedicaba a robar carteras y hurtos en una de las ciudades portuarias de Sauslind. Por supuesto, me investigó a fondo antes de que empezara a trabajar para él. Pero no tengo ninguna conexión con la nobleza, y no soy como las Sombras de la familia real, que fueron entrenadas desde una edad temprana.

—¿Las Sombras de la familia real? —murmuré.

Lord Alan no tardó en explicármelo. La guardia personal de la familia los protegía en público, mientras que otro grupo de élite llamado Sombras los vigilaba y cumplía sus órdenes entre bastidores. Cuando el príncipe no podía estar conmigo, se aseguraba de que algunas de sus Sombras estuvieran conmigo. Lo primero que me vino a la mente cuando lord Alan mencionó aquello fue el Festival de Caza de Otoño del año pasado. Recordé a alguien saliendo de entre las sombras para luchar contra aquellos matones. Lo mismo había ocurrido hacía unos días, cuando nos atacaron. El nombre de Sombras encajaba a la perfección con ellos. 

—Sin embargo —continuó lord Alan, con voz cada vez más sombría—, algo no va bien con ellos este último tiempo. Los mensajes del príncipe Chris no han llegado. Y había muchos menos de ellos con nosotros de los que se suponía que debería.

—Hm, suena bastante bien.

El príncipe Irvin gruñó.

—Cuando atacaron el carruaje de lady Elianna, seguíamos a tu grupo desde otro camino y vimos cómo se desarrollaba parte de la situación. El enemigo lo orquestó para poder separarla de los Caballeros del Ala Negra, y cuando las Sombras de tu príncipe cabalgaron para ayudar a combatirlos, no eran muchos.

Respiré de manera entrecortada, con el pecho aún oprimido por la conmoción. Jean era una de las Sombras de la familia real. Me había estado protegiendo en secreto todo este tiempo. ¿Por qué me había traicionado ahora? Un gran peso me oprimió el corazón. La culpa parpadeó en los ojos de lord Alan cuando dijo:

—Si hubiera sospechado de él antes.

Lord Alan había sido el encargado de vigilarme desde que me comprometí con el príncipe. En el proceso, tuvo mucha interacción con Jean. Debe haber sido difícil para él sospechar de Jean después de todo el tiempo que pasaron juntos. Sobre todo porque intentó enfrentarse a Jean y proteger las notas de investigación del doctor Furness, y resultó herido en el intento.

Sacudí la cabeza en silencio. Todo lo que pude decir fue: 

—No es culpa suya, lord Alan.

Mientras reflexionaba sobre aquella conversación, me disculpé una vez más con lord Gene por haberle arrastrado a esto y haberle puesto en peligro. Él y su abuela ya tenían malos lazos con la familia real, y ahora volverían a ser víctimas por nuestra culpa.

—Lo siento de veras —dije.

Mabel se quedó boquiabierta mientras yo permanecía con la cabeza gacha. Aunque ella pudiera desaprobar mis acciones, me sentí obligada a demostrar que mis sentimientos eran sinceros.

Lord Gene entreabrió los labios, pero antes de que pudiera hablar, una tos resonó en la habitación detrás de él. Miró con brevedad por encima del hombro antes de volver la mirada hacia Mabel.

—Tienes conocimientos médicos, ¿verdad? Cuida de mi abuela.

Ella suavizó los rasgos de su rostro y asintió con la cabeza antes de deslizarse junto a él. Preocupada, intenté seguirla dentro, pero Lord Gene me impidió el paso. Me miró con desprecio, como si yo fuera el presagio de la desgracia. Sus ojos decían todo lo que su boca no decía: Si no fuera por ti, nada de esto habría ocurrido.

Mabel se apresuró a llamar por encima del hombro:

—Lady Elianna, por favor, vaya a quedarse con lord Irvin y los demás.

Apenas terminó la frase, me cerraron la puerta en las narices.

Abatida, volví tambaleándome hacia la cafetería. Fue por el camino cuando me quedé helada al oír unas voces.

—¡¿Me están diciendo que el General Bakula de los Caballeros del Ala Negra está muerto?! ¡¿En serio?! —exclamó alguien.

—¡Shh! —silenció otro.

Era un grupo de mineros.

—He oído a la patrulla hablando entre ellos.

Hablaban en voz baja, sin duda porque el contenido de la conversación era muy impactante.

—Hace dos o tres días, hubo una persecución a gran escala en el Paso de Roxas. Resulta que la prometida del príncipe fue atacada ahí, y el general Bakula perdió la vida en el proceso. Sin embargo, la futura esposa de Su Alteza sigue desaparecida, así que la patrulla estaba buscándola.

—¿Estás seguro de esto? —preguntó alguien, tragando saliva. Era obvio por su reacción lo mucho que el General Bakula significaba para la gente de Ralshen. Era un héroe que les había protegido durante la Guerra de la Carretera Continental, cuarenta años atrás. El abuelo Teddy también asistió al servicio conmemorativo cada año. Además de eso, estableció su grupo de caballeros en Ralshen y continuó protegiendo nuestra frontera oriental.

—Sí, estoy seguro —respondió alguien en un susurro, con la voz cargada de emoción—. Parece que el palacio está reteniendo el anuncio oficial, pero los patrulleros estaban bastante bajos de ánimo y conmocionados por la pérdida.

Un pesado silencio se apoderó de ellos, pero el siguiente murmullo estaba cargado de ira.

—¿Y el culpable?

—Tiene que ser de Maldura, ¿no?

—Ni idea —respondió el hombre que daba todos los detalles. A pesar de la falta de pruebas, su animosidad y furia hacia Maldura no hacían más que aumentar.

—Me gustaría preguntar —siseó uno de ellos—, por qué la prometida del príncipe estaba ahí en primer lugar.

—No sé si es cierto o no, pero he oído que intentaba llevar suministros médicos a la aldea cercana al monte Urma cuando la atacaron.

Hubo un breve y confuso silencio, como si no pudieran comprender que alguien de la familia real hiciera algo así. Era una clara demostración de lo poco que la gente de por aquí confiaba en nosotros.

—Nadie puede asegurarlo.

—Sí, pero el general Bakula la protegió con su vida, ¿verdad? No han encontrado un cuerpo, así que tiene que estar viva. Que siga desaparecida debe significar que huyó. No me sorprende. Es una de esas hijas de la alta nobleza. De seguro se asustó con la Pesadilla de Ceniza y huyó.

—Ah, sí —dijo otro, como si de repente recordara algo—, hablando de hijas de la alta nobleza, ¿saben que este último tiempo un montón de gente ha estado yendo a la capital, verdad? Parece que hay una chica noble ahí que ha estado repartiendo fruta para ayudar a prevenir la plaga. No le asusta en lo más mínimo. Ahora todos la llaman la “Señora Santa”.

—¿En serio? —respondió un hombre que parecía muy impresionado—. Ambas chicas son de la nobleza, pero son muy diferentes.

—¿Cómo se llama ésta?

Seguí rondando cerca de la entrada de la sala principal donde se servía la comida. Cuanto más escuchaba, más parecía que la oscuridad se tragaba mi visión.

—Creo que dijeron que la chica es la hija del duque Odín. He oído que, como esta plaga está arrasando el país, ya se ha liado con el príncipe y está embarazada de él.

—Ja. Bueno, dicen que la sangre de la familia real es preciosa, supongo —se burló uno de ellos.

La conversación continuó, pero no me atreví a seguir escuchando. Mis piernas inestables me llevaron a mi habitación. Cerré la puerta, aislándome así de la presencia de otras personas en el edificio, y caí de rodillas. El corazón me martilleaba en el pecho. Aún no había asimilado del todo lo que estaba ocurriendo, y ahora tenía que equilibrarlo con toda esta nueva información.

El día que salí de la capital, estaba decidida a cumplir con mi papel. Me juré a mí misma que haría un magnífico trabajo como prometida del príncipe, para demostrar que era digna de estar a su lado. En cambio, sucedieron los imprevistos y tomé la decisión de ir a la aldea cercana al monte Urma. Pero ¿fue un error?

Tal vez lo que debería haber hecho era escuchar a lord Alexei y apresurarme a regresar a la capital. Entonces podría haber apoyado al príncipe mientras navegaba por este desastre. Tal vez, después de todo, fue una tontería precipitarme a sofocar una revuelta cuando ni siquiera podía protegerme del peligro. Si hubiera regresado con obediencia a la capital, el abuelo Teddy podría no haber perdido la vida. Jean podría no haberme traicionado.

Y el príncipe no habría acogido en sus brazos a Lady Pharmia. Un sollozo apagado se abrió paso desde mi garganta. Sabía que no podía creer en rumores. No era la primera vez que me llevaban de las narices gracias a unos rumores. El príncipe me había prometido al salir de la capital que yo era su única reina. Aun así, no podía borrar mi propia ansiedad. Su Majestad había caído enfermo y la línea real estaba en peligro. Gracias a la lectura de los libros de historia, sabía como solían elegir los gobernantes la continuidad de su sangre. No había garantía de que el Príncipe Christopher fuera una excepción. Se enfrentaba a una crisis nacional que le obligaba a sospechar de todos los que le rodeaban, incluso de su mano derecha, lord Alexei. Tenía que estar emocionalmente agotado. No tenía ninguna duda de que Lady Pharmia podría estar a su lado en los momentos de necesidad y apoyarle. Era el tipo de persona que era.

No era que dudaba de los sentimientos del príncipe hacia mí; guardaba su promesa en mi corazón. La cuestión era que no había cumplido con el deber que me había encomendado, perdiendo en el proceso el jarro de Furya y nuestra única pista para encontrar una cura. Ahora mismo, me preguntaba si de verdad merecía estar a su lado. No había logrado nada. Llegados a este punto, no era más que una bibliófila cualquiera.

Las lágrimas empezaron a brotar mientras mis emociones se descontrolaban, pero entonces sonó un golpe en la puerta.

—El, ¿estás ahí?

Era la voz del príncipe Irvin.

Me sequé con velocidad las lágrimas, pero antes de que pudiera levantarme del suelo, la puerta se abrió de golpe y me golpeó en la cabeza con un fuerte crujido.

—Oh, lo siento… —dudó—. Pero, para empezar, ¿por qué estás agachada en el suelo?

Tras cerrar la puerta, se arrodilló a mi lado y me miró a la cara. Casi de inmediato pareció darse cuenta de lo que pasaba.

—Ajá…

Se movió y se sentó a mi lado antes de extender de repente una mano. Me presionó la cabeza con la palma de la mano, con mucha más suavidad de lo que habría esperado.

—Te habrá dolido mucho, pero no te preocupes, el dolor desaparecerá pronto.

Aunque se refería al chichón de mi cabeza, tuve la sensación de que intentaba aliviar el dolor que sentía por dentro. Debía darse cuenta de que me dolía la traición de Jean y toda la información que nos había llegado. Era muy sarcástico con todo, siempre se burlaba de la gente, pero el cambio en su actitud me hizo bajar la guardia.

Si intentaba decir algo ahora, estaba segura de que mis emociones se desbordarían. En lugar de eso, me quedé sentada en silencio mientras él seguía acariciándome la cabeza. Mientras luchaba por contener mis lágrimas, bromeó:

—Puedes llorar si quieres. Se lo ocultaré al príncipe.

El corazón se me subió a la garganta. Para lo densa que era, aquellas palabras bastaron para alarmarme. Empecé a apartarme, pero como por instinto, me tiró hacia atrás. Un aroma desconocido inundó mi nariz. Intenté forcejear y escapar, pero sus palabras me paralizaron.

—Has trabajado muy duro. No te preocupes por lo que digan esos sin nombre de ahí fuera. Te he observado. Sé cuánto te has esforzado. Deja de hacerte la dura y apóyate un poco en mí.

La implicación era, deja de tratar de hacer todo por ti misma.

Como prometida del príncipe, sentía que tenía que hacer algo para detener la guerra en ciernes con Maldura, sofocar el levantamiento cerca de las minas del monte Urma y descubrir una cura para la plaga que asolaba nuestras tierras. Estaba desesperada por resolver todos esos problemas y, sin embargo, había fracasado de manera estrepitosa.

Me sentía patética, pero el príncipe Irvin estaba reconociendo todos mis esfuerzos. Las lágrimas que había estado conteniendo brotaron.

—De verdad eres una cabezota, cosa que no habría adivinado al principio con solo mirarte —dijo mientras aflojaba el brazo que me rodeaba. Ahí fue donde cometí mi error: levanté la cabeza. Aquellos ojos negros me miraron, parecieron atravesar mis defensas.

—Elianna, ven a Maldura.

Esta vez, cuando mi pulso se aceleró, fui consciente de ello. Las únicas personas que decían mi nombre sin añadir un “lady” delante eran mi familia cercana, parientes y…

El príncipe Irvin me acarició la mejilla. El calor de las yemas de sus dedos era tan febril que amenazaba con tragarse mi corazón. Tenía una mirada salvaje que inspiraba miedo, pero ahora mismo su expresión era tan suave.

Tragué saliva.

—Nunca te dejaría sola así. Nunca te dejaría llorar sola, Elianna. Quiero robarte.

Sus brazos me rodearon con fuerza, acercándome a él. No podía apartar los ojos de él.

Y fue entonces cuando me di cuenta de algo.

Cuando estaba en peligro o en apuros, siempre oía al príncipe llamándome. Pero esta vez no. Su voz estaba siendo sobrescrita por la que ahora resonaba en mis oídos.

—Elianna.

El extraño aroma del príncipe Irvin me hizo cosquillas en la nariz.

Afuera había vuelto a caer una ventisca y toda la posada temblaba por la fuerza del viento. Ahora mismo, me sentía como si estuviera en medio de ella, perdida en la nieve. Nunca más sería capaz de evocar la imagen de los ojos del príncipe, que tanto se parecían a un cielo azul claro y soleado. Me quedaría encerrada para siempre en el frío del invierno, soñando con una primavera que nunca llegaría. 


Sakuya
Como me desespera esta mujer, tanto cariño le ha mostrado el príncipe y luego luego le atrae cuando otro le habla bonito. Ya que se vaya con el otro. ¬_¬ (perdón, pero eso cae mal x_X)

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