Sin madurar – Capítulo 41: El reencuentro (2)

Traducido por Den

Editado por Lucy


—Tirala —dijo, después de leer la carta.

—¿Qué?

—Tírala.

—¿No deberías decirme al menos lo que pone?

—¿Quieres que… te la lea?

—Sí.

—De acuerdo… Prepárate.

¿Qué pone para que exagere así?

Me abracé las rodillas y apoyé la barbilla encima, mirando con atención a Lily. Tosió un par de veces para aclararse la garganta y luego respiró hondo.

—T-Tú, que hueles a f-fragantes lilas…

—Ah… Bien, es suficiente —interrumpí.

—¿Lo entiendes ahora? —me preguntó.

Me froté los brazos; tenía la piel de gallina. Supuse que así era cómo la gente se confesaba su amor en esta época. A decir verdad, preferiría la propuesta sencilla de Lorenzo: «Te seguiré.»

Lily dobló la carta y la metió de nuevo en el sobre. Luego se la guardó en el bolsillo del pecho.

—¿Por qué la has puesto ahí? —pregunté.

—¿Qué?

—“¿Qué?”, no. Esa es mi frase —repliqué.

—De todos modos, no la necesitas.

—Ya… Pero puede que quiera guardarla.

Lily me miró como si fuera patética. Aparté la mirada, avergonzada. Entonces me agarró de la muñeca, tiró de mí y me abrazó.

—No puedo dejar que te cases todavía —dijo.

—¿Quizás… te gustan las chicas?

—No seas tonta.

—Vale.

Nos recostamos en la cama. Estuvimos bromeando un rato, y mi mente se relajó. Me froté los ojos cansados.

—¿Qué harás cuando vuelvas a ver a ese caballero? —preguntó Lily.

—Puede que no sea mala idea tener una cita…

—No —respondió cortante, interrumpiéndome.

—Si ya te habías decidido, ¿por qué me lo preguntaste?

—No puedes ser tan ingenua.

—¿Ingenua? ¿Yo? —pregunté, pero ya se había quedado dormida. Solo oía su suave respiración.

No podía entender a qué se refería. Por supuesto, no tenía planes de salir con nadie ni de casarme hasta asegurarme de que Leandro no moriría.

Aun así, ¿no puedo divertirme un poco mientras tanto?

Sin embargo, Lily lo cortó de raíz.

¿Tal vez forma parte de su misión de protegerme?

No pude evitar dudar.

♦ ♦ ♦

El príncipe heredero y su séquito ni siquiera habían llegado, pero el castillo estaba animado desde primera hora de la mañana. Llevábamos toda la semana limpiando, así que todo el lugar estaba pulcro y reluciente. Aun así, teníamos que echar más agua al suelo y seguir fregando.

Sin embargo, eso no era todo. Teníamos que asegurarnos de que todos los platos que usarían los invitados estuvieran en perfecto estado, sin grieta alguna. También debíamos comprobar que cada fibra de las toallas en las habitaciones de invitados estuviera inmaculada. Todavía nos falta mucho trabajo por hacer. Hoy, me habían puesto a cargo de limpiar las habitaciones. Estaba harta de fregar suelos, así que aproveché la oportunidad y levanté la mano emocionada, presentándome voluntaria. Pensaba que lo único que tenía que hacer era quitar el polvo y hacer las camas, pero suspiré para mis adentros cuando una superior me dijo que empezara por cambiar las sábanas.

Por fortuna, eran solo el príncipe heredero y su séquito, un noble y varios caballeros. Era un consuelo que no vinieran tantas personas.

Cada sirvienta estaba a cargo de dos habitaciones de invitados. Teníamos que cambiar las sábanas y barrer; este trabajo era mucho mejor que fregar suelos. Ya no quería ponerme en cuclillas y frotar esas malditas manchas.

—Hay mucho polvo.

Arrugué un poco la nariz.

Cuando entré en una de las habitaciones, por fin entendí por qué la superior me ordenó que limpiara todo. La finca del barón estaba en medio de la nada, así que no solía haber invitados. Podía contar con las manos las veces que habíamos tenido invitados desde que Lily y yo empezamos a trabajar aquí.

Hice una mueca, pero pronto me puse manos a la obra.

La primera habitación no era bastante grande, así que terminé rápido. Sin embargo, la otra era el problema. Sin duda era una de las habitaciones más lujosas. Era grande, por lo que tendría mucha más superficie que limpiar.

Levanté la alfombra y barrí. A simple vista, el castillo parecía limpio, pero tal vez porque era antiguo, había demasiado polvo.

Después de eso, quité el polvo de los cajones, el armario, el tocador y otros muebles. No pude evitar quejarme mientras cambiaba las sábanas limpias y las mantas, que parecían limpias, sobre todo porque la cama era gigantesca.

Una de las sirvientas abrió la puerta de golpe y entró en la habitación.

—¡Y-Ya están aquí! ¡Han llegado! Ven, rápido. El señor nos quiere a todos afuera —hablaba de prisa y no paraba de moverse, poniéndome nerviosa.

—Espera, déjame terminar esto —dije.

—No, ya llegamos tarde. Date prisa.

—Dios, espera un poco.

—¿No quieres ver al príncipe heredero?

Para ser sincera, quería pero no quería verlo. Recordaba haberle visto hace mucho tiempo, así que tenía ganas de ver cuánto había crecido. Al fin y al cabo, era el protagonista masculino de esta historia. Aun así, no quería mirar a escondidas o soltar risitas con las otras sirvientas por la cara de alguien que podría matar a Leandro algún día.

Me debatía con esa idea.

—En ese caso, nos vemos luego —añadió.

—Espera, ya estoy —respondí al cabo de un rato.

Eché un vistazo a la habitación, comprobando si había olvidado algo. A mi parecer, todo parecía perfecto.

Enrollé las sábanas, casi nuevas pero usadas, y las llevé a la lavandería. La sirvienta no me esperó, así que me escabullí sola por la entrada del servicio.

Gracias a mi excelente sincronización, llegué justo cuando el príncipe heredero y su séquito desmontaban de los caballos. Me uní al grupo de sirvientas e incliné la cabeza junto a ellas.

—Su Alteza, es un honor acogerlo en mi humilde morada —saludó el barón al frente de los miembros de su familia.

El anciano se arrodilló ante el joven de veinte y tantos que podía ser su nieto. Sabía que la jerarquía social era muy estricta aquí, pero nunca podría acostumbrarme a ver esta clase de cosas.

—Es humilde, desde luego—coincidió con voz ronca.

Era una voz prepotente llena de arrogancia. El barón soltó una risita nerviosa, tratando con todas sus fuerzas de suavizar el ambiente. No podía verlo porque inclinaba la cabeza, pero suponía que tenía una expresión triste en el rostro.

Pobre barón. ¿Cómo no se da cuenta de lo mucho que nos esforzamos barriendo y frotando cada rincón de este antro? Qué desafortunado es por vivir cerca del territorio otorgado al príncipe.

—S-Si le parece bien, Alteza, mis sirvientes se encargarán de los caballos, por lo que, por favor, entre a la finca —dijo.

—El castillo es bastante viejo. Pero tiene un buen ambiente —comentó el príncipe heredero.

—Me honran sus palabras, Alteza.

—Y también parece un lugar en el que habría muchas ratas.

Daba la impresión de que se divertía metiéndose con el barón y viendo cada una de sus reacciones.

Menudo imbécil.

—¿Cómo te llamabas? —preguntó al barón.

—Ruperto Edilto, Alteza.

¿No deberías saber al menos el nombre de la persona en cuya casa te alojas? ¿No son modales básicos?, pensé mientras escuchaba su conversación.

El príncipe heredero y su séquito pasaron entre los sirvientes dispuestos en dos filas. Como inclinaba la cabeza y miraba al suelo, solo pude ver sus piernas al pasar. Asumí que la persona que iba delante con los pantalones blancos debía ser Diego.

—Debe estar hambriento tras su largo viaje. Haré que mis sirvientes le preparen la comida, Alteza —ofreció el barón.

—No, primero tomaré un baño. Envía a una doncella bonita a mi habitación.

Tras eso, el barón le ordenó a la doncella principal que preparara el baño. Luego nos hizo levantar la cabeza para que Diego decidiera a quién quería como mucama. Entonces dijo que era una broma y detuvo al barón.

Me quedé sorprendida. Diego era el típico protagonista masculino de novela romántica, excepcional en todos los sentidos. Nunca impedía que las mujeres se le acercaran, pero acababa de rechazar que lo atendiera una.

Hizo ondear su capa roja mientras entraba. Las mucamas por fin pudimos levantar la cabeza. Todos los sirvientes que estaban afuera retomaron sus tareas. Así que Lily y yo también regresamos a la cocina.

—¿Habéis visto la cara del príncipe heredero? Cielos, aún no puedo creerlo.

—¿Todos en la ciudad imperial se ven así? Incluso los caballeros son muy altos.

Escuché la conversación de las sirvientas que lavaban los platos.

¿Cómo demonios vieron sus caras cuando todos mirábamos al suelo? Al parecer no era una criada tan competente como ellas. Me preguntaba cómo lograron ver todas las caras en tan poco tiempo.

Continuaron con la charla.

—Oye, ¿quieres fingir que nos hemos perdido por la noche y que entramos “por accidente” en sus habitaciones? Quién sabe lo que pasará.

—¿Lo hacemos? ¿Cuándo tendremos otra oportunidad de ver a hombres así aquí en medio de la nada?

—¿Habláis en serio? ¿Creéis que estos hombres de la capital se fijarán en chicas como vosotras? —comentó en voz baja Lily, que había estado escuchando su conversación en silencio.

De inmediato se cernió el silencio en la cocina, solo resonaba el ruido de los platos en el fregadero. Examiné los rostros de las doncellas que lavaban los platos mientras colocaba un aperitivo en un plato.

—No tenías que decirlo así… —gritó una de ellas, a la vez que intentaba contener sus lágrimas. Se estaba poniendo roja y, al final, parecía que estaba llorando. Dejó el plato que estaba lavando y salió corriendo de la cocina con la cara entre las manos. La otra doncella fue tras ella para consolarla.

—Genial, ahora tenemos más trabajo que hacer gracias a ti. Increíble —me quejé.

—No seas sarcástica —respondió Lily.

—¿En serio tenías que decirlo así? Creo que está llorando.

—Espero que no pienses como ellas.

—¿Te crees que soy idiota?

La fulminé con la mirada.

Si se tratara de otros invitados, podría considerar la idea. Pero nunca se me ocurriría involucrarme con el séquito del príncipe heredero. No quería tener nada que ver con él ni con su gente. De todos modos, no me correspondía a mí decidir eso.

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