Sin madurar – Capítulo 42: El reencuentro (3)

Traducido por Den

Editado por Lucy


—Evelina, Liliana, preparaos para emplatar la comida. Pronto serviremos —anunció el chef.

Pusimos los platos en una bandeja como se nos había ordenado. Otras doncellas y sirvientes se encargaban de servir la comida. Lily cuajó uno de los pudines y una calabaza cruda con su fuerza excesiva, pero, aparte de eso, la preparación marchó sin problemas. Y como si fuera una compensación por habernos dejado la piel antes de la llegada del príncipe heredero, no tuvimos mucho que hacer después. Pero claro, como había más bocas que alimentar, había más platos que fregar. Era un suplicio.

Aun así… Gracias a Dios ya no tenemos que trabajar hasta tarde.

Una vez terminamos de almorzar, Lily y yo regresamos a nuestra habitación. Como había invitados nos ordenaron que no saliéramos a menos que tuviéramos asuntos que atender. Habíamos estado trabajando muy duro estos días, limpiando aquí y allá, así que quería descansar en mi habitación. Por ello no podía estar más agradecida con esa orden.

—Pesas —comentó Lily.

—Mentirosa —repliqué.

Estaba apoyada contra su cuerpo mientras leía un libro de cuentos infantiles. Quería aprender a leer rápido para interpretar algunos de historia y cosas por el estilo. Entonces tal vez podría entender cómo se inició la guerra a la que se hacía referencia en la historia original y cómo se desarrollaron las cosas después.

Lily me corregía cada vez que leía mal una palabra. Esta era una de las ventajas de tener a un caballero aristócrata siguiéndome. No era poca cosa para los plebeyos saber leer y escribir en este mundo. La gente podía arreglárselas sin saber leer. Además, los libros más bien eran bastante caros. Pero el mero hecho de aprender a leer y escribir abría todo un nuevo mundo de trabajos de buena calidad. De ahí que estudiara con mucho gusto con ella.

Mi compañera, que había recibido una educación superior debido a que era la hija de un noble, compartía sin reservas sus conocimientos conmigo. Sin embargo, no entendía por qué también tenía que enseñarme a sentarme de forma correcta cuando tomaba el té o a caminar con propiedad. Aun así, seguía sus instrucciones sin quejarme. Estaba aprendiendo gratis, por lo que no tenía motivos para hacerlo.

—No ha vuelto —comenté.

—¿Quién? —preguntó Lily.

—Esa chica que salió corriendo de la cocina.

—Ah, ya. ¿Adónde fue?

Lily jugaba con mi pelo suelto.

Cerré el libro y observé a través de la ventana. Por alguna razón me sentía inquieta.

—¿Qué hora es? Se está poniendo el sol.

—No creerás que entró de verdad en la habitación de alguien, ¿verdad?

—Venga ya… No habría hecho algo tan estúpido.

—¿Eso piensas? Pero en el mundo existen muchas personas así.

Giré la cabeza y la miré. Lily no parecía entender por qué me sorprendía tanto. Eso me hizo darme cuenta de que en realidad no sabía lo que pasaba en el mundo. Ella era de origen aristocrático, así que tal vez había visto todo tipo de cosas.

Como las mucamas de aquí habían estado sirviendo a un barón anciano en el campo, me pareció razonable que se enamoraran de los hombres del príncipe, que rondaban nuestra edad y tenían estatus, buena apariencia…, entre otras cosas. Aun así, ¿no era una tontería lo que esa chica quería hacer? ¿No podía prever lo que le depararía el futuro si lo hacía? Si los hombres fueran nobles de rango bajo, quizás podría convertirse en su novia o algo por estilo. Pero ¿qué pensaba qué pasaría con las personas del palacio imperial?

—Lo que quiere hacer… es una estupidez —coincidí.

—Supongo que quiere arruinarse la vida —respondió Lily.

—¿No deberíamos buscarla?

—¿Tú también quieres arruinarte la vida?

—No… pero somos sus compañeras de habitación.

—Si salimos y nos pillan, será el fin.

—Sí. Quedemos aquí…

Lily dejó escapar un largo suspiro. A pesar de lo que había dicho, estaba preocupada por la chica con la que compartimos habitación desde hace más de un año. Además, fue ella quien la hizo llorar después de soltar lo que pensaba sin filtro.

Volví a abrir el libro, pero en realidad la miraba de reojo sin leerlo. En un momento dado, nuestras miradas se encontraron.

Se echó el pelo gris hacia atrás y se levantó.

—Vale, vamos a buscarla antes de que sea demasiado tarde.

—Sí, esperemos que no haya ocurrido lo peor.

—No te acerques a las habitaciones de invitados.

De esa manera, en lugar de disfrutar de una lectura o admirar la hermosa puesta de sol, abandonamos nuestra habitación. Me preocupaba encontrarme con el caballero que me dio la carta de amor hace poco, por lo que Lily decidió buscar afuera. Yo, por mi parte, dentro del castillo.

La doncella no estaba en la cocina ni en la lavandería. Detuve a una criada y pregunté por ella, pero nadie la había visto.

M****a. Lily me dijo que no me acercara a las habitaciones de huéspedes… Echaré un vistazo rápido por el pasillo. Si no la encuentro, volveré a la habitación.

Si lo que nos preocupaba ya estaba pasando, no podía hacer nada. Era su vida y sus sueños los que se truncarían por su estupidez.

Subí las escaleras que conducían hacia donde se hospedaban el príncipe heredero y su séquito. Y allí estaba ella.

¿Por qué siempre se cumplen las peores predicciones?

Después de buscar por cada recoveco del castillo, por fin encontré a la sirvienta. Pero las cosas no pintaban tan de color rosa como ella había fantaseado antes. Estaba de rodillas, suplicando frente a una puerta abierta mientras un hombre le gritaba.

—¡Contesta! ¿Es así como el barón trata a invitados importantes?

—N-No sé cómo sucedió. Señor, cambiaré la funda de la almohada ahora mismo. Por favor, cálmese.

—¿Que me calme? ¿Acaso parezco enfadado? Solo estoy perplejo por tu impertinencia.

—D-Deje que le traiga una nueva…

—Esto ha ido más allá de solo cambiar la funda de la almohada. ¿Eres tan tonta para entenderlo? Qué desgraciada.

Supuse que el hombre que le gritaba era miembro del séquito del príncipe, en concreto un noble, a juzgar por su tono arrogante y su ropa ostentosa.

Intenté averiguar qué estaba pasando. La mucama le suplicaba perdón y el noble parecía violento como si estuviera a punto de darle un revés. Sentía como si la sangre se me drenara de la cara. Cuando miré con más atención, noté que estaban frente a la habitación que había limpiado antes. Todo me había parecido estar bien la última vez que lo comprobé antes de irme. Mi corazón dio un vuelco cuando vi la mirada amarga en los ojos del hombre.

—Señor, ¿cuál es el problema? Yo estuve a cargo de la limpieza de la habitación… —le pregunté con cautela.

Pensé que era mejor que me gritara a mí que quedarme de pie preocupada. No podía seguir observando cómo reprendían a mi compañera por algo que yo había hecho. Sin embargo, no tenía ni idea de cuál era el problema. En ese momento, casi podía oír la voz de Lily en mi cabeza preguntándome por qué me estaba entrometiendo. Aun así, no pude evitarlo. No podía huir como una cobarde.

Intentando parecer lo más lamentable posible, puse las manos en el abdomen, cerré los ojos con fuerza y me coloqué junto a la sirvienta. Por muy aristócrata de sangre pura que fuera, no podía entender por qué armaba semejante escándalo en un castillo ajeno.

—¿Y tú quién eres? ¿Intentas encubrirla o algo así? —respondió el hombre.

—No, yo limpié esta habitación esta mañana. Ella no hizo nada malo…

—¿Cómo que nada malo? Esta desgraciada llamó a la puerta y me despertó con sus desagradables golpes.

Ella no hizo nada para negarlo.

—¿Qué miras? ¿Hay algo que quieras decir?

—No…

—Mira esta muestra de amistad. Es tan conmovedor que da asco. Tú, fuera de mi vista.

El hombre apartó a la otra criada con una patada. Muerta de miedo, ella gritó y sollozó.

El hombre se quejó de que su suciedad manchó sus pantalones.

—¿No me has oído? ¡Fuera de mi vista!

Entonces levantó la mano e hizo como si fuera a abofetearla. La doncella se levantó rápido, gritando. Luego inclinó la cabeza y salió corriendo.

¿Ahora me toca a mí?

Respiré hondo y apreté la mandíbula. Menos mal no era muy grande. De hecho, parecía frágil, como si no hubiera estado bajo el sol en toda su vida. Así que, aunque me golpeara, no parecía que fuera a lastimarme tanto.

—Tú, ven aquí.

Se volvió hacia mí y me indicó que entrara en la habitación.

Dudé pero le seguí. Estaba preparada para que me golpeara al instante, por lo que me sorprendió un poco.

Con los dedos adornados con anillos brillantes, señaló la almohada del suelo. Me arrodillé y la examiné. La almohada blanca estaba limpia, sin ningún rastro de suciedad, y era suave.

—Perdone, pero ¿podría decirme qué problema hay con esta almohada…? —pregunté, con las cejas fruncidas. Seguía queriendo parecer lamentable.

El hombre resopló incrédulo. Se puso de cuclillas a mi lado y me dedicó una sonrisa soberbia. No pude evitar fruncir el ceño ante lo desagradable que era. Hice lo que pude para no evidenciarlo.

—¿No lo ves? Cerca del borde izquierdo, hay una mancha —respondió.

Entrecerré los ojos y revisé con atención la almohada. Entonces vi una tenue marca roja. Por fin entendí lo que estaba pasando. El hombre estaba aburrido y quería molestar a alguien. Esta marca no era más que una excusa.

Simpaticé con la sirvienta que el hombre había pateado. Al menos a partir de ahora no volvería a llamar a la puerta de un noble con esa ridícula esperanza. Sin embargo, ahora necesitaba preocuparme por mí misma más que por ella. Tenía que salir de esta situación lo antes posible. No tenía más remedio que doblegarme a su voluntad.

—Ah, ya veo… Lo veo con claridad. Le pido disculpas, señor. Ha sido culpa mía. Le traeré una almohada nueva de inmediato.

—Eso ya no importa —respondió.

—¿Perdón?

¿Veis? Una excusa.

—Levanta la cabeza y mírame. Te ves linda para ser una mucama que trabaja en el campo.

No quiero hacerlo… Pero no tenía el poder para negarme, así que levanté la cabeza. El hombre me agarró de la barbilla y estudió mi cara con detenimiento.

—¿Qué vas a hacer al respecto? ¿Le digo al barón que te dé unos azotes?

La clase de personas que disfruta torturando a los débiles…

Me molestó aún más que actuara como si me estuviera dando a elegir.

Si es así cómo vas a jugar…

Ser una sirvienta no lo era todo. Si el hombre trataba de tocarme de forma inapropiada, tendría que patearle el trasero. Fue difícil encontrar este empleo, pero si me iban a tratar así, preferiría renunciar.

—Si no… ¿Qué tal si me calmas con tu cuerpo? —añadió.

—No lo creo —me negué y me levanté enseguida.

El hombre ladeó la cabeza como si no pudiera creer lo que acababa de oír.

Bien. De todos modos no me gustabas.

Apreté los puños. A pesar de mi aspecto, era bastante fuerte. En el fondo también sabía que Lily me protegería. Así que me preparé para atacar al hombre sin dudarlo.

Pronto el susodicho se enfadó e intentó empujarme al suelo. Me apresuré a buscar a tientas con las manos y agarré un cenicero.

—¡Z***a arrogante!

En ese momento resonó una voz grave y agradable en la habitación.

—Esade.

Mis ojos se encontraron por un instante con un par de ojos dorados, agudos y brillantes. Bajé despacio la mano que sostenía el cenicero. El hombre también retrocedió.

—Su Alteza, por favor, no dude en llamarme por mí nombre —dijo el hombre.

—¿Por qué? No soy tan cercano a ti —respondió el príncipe heredero Diego.

Asumí que Esade era el apellido del hombre, que parecía molesto. Pero los ojos de Diego no lo miraban.

—Levántate. El suelo está frío —ordenó Diego. Esade se levantó de un salto. Aun así Diego, apoyado en la puerta de brazos cruzados, siguió mirando hacia abajo.

Por fin me di cuenta de que me hablaba a mí. Dejé el cenicero y lo aparté con el pie. Luego me levanté despacio.

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