Traducido por Kiara
Editado por Ayanami
Desde que era una niña, he tenido este extraño y persistente sueño. Al menos, eso es lo que pensaba que era.
En el sueño, estaba dentro de una pequeña casa de madera, mirando con entusiasmo un objeto cuadrado llamado televisión. Uno de los lados del cuadrado era de cristal, y a través de este, podía ver todo tipo de cosas. Paisajes. Imágenes en movimiento. Mujeres con faldas tan cortas que mostraban sus piernas por completo.
De vez en cuando, me encontraba mirándome en un espejo, sólo para descubrir el reflejo de una persona completamente diferente. Una chica con pelo negro perfectamente lacio, ojos marrones oscuros, y una nariz ancha y plana, pero la verdad es que mi pelo es de un color marrón claro y mis ojos son de un gris verdoso apagado. A veces, escudriñaba mi reflejo en una cuchara y me preguntaba si tenía algún tipo de deseo subconsciente de cambiar mi apariencia.
Pero no fue hasta los seis años que empecé a ver estos sueños con una mayor claridad. Lo recuerdo porque fue justo entonces cuando mi padre tomó una segunda esposa. Mi madrastra siempre fue increíblemente cruel conmigo, como a mi padre nunca le habían gustado los niños, generalmente, hacía la vista gorda ante mi sufrimiento. Los sirvientes también mantuvieron su distancia, para no correr el riesgo de perder sus trabajos. Cuando lloraba, lo hacía en soledad.
Pero una vez que empecé a tener esos sueños tan vívidos, poco a poco… dejé de preocuparme. Dejé de esperar que mi padre viniera a rescatarme. Y eso hizo que fuera más fácil de soportar.
Desafortunadamente, las cosas sólo empeoraron para mí.
Tres años después, tras la muerte de mi padre, fui relegada a la posición de sirvienta. ¿El culpable? Mi malvada madrastra, por supuesto. Confiscó todas mis posesiones, me dio exactamente un vestido negro para que lo usara, que era perfecto para esconder la suciedad y la mugre, y me puso a trabajar limpiando la casa de arriba a abajo todos los días.
Lloré en secreto todas las noches, deseando que me amara como a mi hermanastro menor. Pero era sólo una pequeña niña de nueve años, así que no podía oponerme a ella. Si no seguía sus órdenes, me quedaría con hambre durante todo el día y si voy a morir, prefiero que no sea de hambre.
Pero siempre que tenía esos sueños recurrentes, mi “otra familia” en todo momento fue muy amable conmigo. Ese pequeño resquicio de esperanza fue lo que me ayudó a pasar estos tiempos difíciles.
Sin embargo, resultó que mi vida de sirvienta sólo duró unos meses antes de llegar a un final abrupto, el día que fui adoptada por un noble que nunca había conocido.
Desafortunadamente, mi nuevo padre, el conde de Patriciél, no era, de ningún modo, un hombre de buen corazón. Me dijeron que quería una hija para usarla como un peón político y, para ello, había pagado una gran suma a mi madrastra para que me entregara en sus manos.
Al menos, parece quererme lo suficiente para no permitir que pase hambre. Me dieron un armario con ropa bonita, y los sirvientes me trataron con respeto. Claro que no había afecto entre nosotros, pero aun así era mejor que una vida de servidumbre.
A los once años, me inscribió en un internado parroquial para hijos de la nobleza. Ahora, tres años después, vivo una vida relativamente tranquila, aprendiendo todos los detalles de la etiqueta adecuada mientras ocultaba mi oscuro pasado. Y, con el tiempo, esos extraños sueños desaparecieron…
♦ ♦ ♦
—Claramente, fui demasiado optimista.
Sentada en el suelo de mi dormitorio, con la luz del sol brillando en las paredes de yeso blanco, me acurruqué en posición fetal y suspiré. Después de leer la última carta del conde Patriciél, apenas había podido reprimir un grito y ahora estaba en la agonía de la desesperación.
Por supuesto, esta reacción es natural, creo, ya que mi padre adoptivo acaba de ordenarme que me case con un hombre que me dobla la edad. Peor aún, se rumoreaba que el hombre en cuestión tenía tres o cuatro amantes diferentes. Lo había visto una vez, en la finca de Patriciél. Tenía un rostro tan horrible, como un sapo toro.
No soy una persona que ría todo el tiempo, pero, aun así, puedo recordar lo gracioso que me pareció su rostro…
Catorce años. Seguramente, a una chica de mi edad se le permite tener sueños extravagantes, como la oportunidad de tener un marido apuesto, ¿verdad?
Mientras más pensaba en el pasado, Lord Patriciél mencionó que pretendía hacerme asistente de la reina. Había asumido que me contratarían en el palacio inmediatamente después de la graduación… pero fui una tonta.
Al parecer, sólo las mujeres casadas pueden servir a la reina. De esa manera, en caso de que el rey tomara una de ellas como amante, cualquier hijo ilegítimo podría hacerse pasar por el de su marido. Y como la política nacional dicta que dichos niños no serían considerados herederos legítimos al trono, esta era una forma conveniente de deshacerse de ellos.
Personalmente, no sólo no quería casarme, sino que tampoco quería tener que acostarme con un viejo de la realeza que no me interesaba, sólo para mantener mi trabajo. Pero el conde nunca me dejaría decir que no. ¡Ugh, que alguien me saque de aquí!
Por encima de todo, la opinión pública de la reina es menos que favorable.
La Reina Marianne era, originalmente, la princesa de Llewyne, un reino que lindaba con el nuestro. Llewyne y Farzia habían tenido una relación hostil que se remonta a muchos, muchos años atrás, pero finalmente, una vez que ambos países agotaron por completo sus tropas y recursos, acordaron casar a sus familias reales como prueba de una tregua.
Pero, en los últimos años, Llewyne había comenzado a invadir pequeños países del este, y al parecer habían vuelto a sus trucos habituales. Algunos confiaban en que Llewyne dejaría en paz a Farzia, ya que la hermana menor de su rey era nuestra reina, pero otros no estaban tan seguros de eso. Además, la reina se negó a asimilar la cultura Farziana, y se rumoreaba que estaba en malos términos con el rey.
Así que, si me convierto en su asistente, y luego estalla una guerra entre Llewyne y Farzia… Acabaría en el lado de la reina, ¿verdad? En ese caso, ¿no me verían todos como un enemigo del estado?
Después de todo lo que he pasado, ¡sólo quiero vivir una vida normal! ¡No quiero ser una de los malos!
En ese momento, todos los recuerdos de mis sueños recurrentes aparecieron en mi cabeza a la vez, golpeándome como una ola.
En mis sueños, era una niña de catorce años con pelo y ojos oscuros que vivía en un país llamado Japón. A mi otro yo le encantaba jugar a los videojuegos, específicamente los juegos de rol. Pero el combate en tiempo real era demasiado rápido para mí, así que prefería los juegos de estrategia por turnos. De esa manera, podría tomarme mi tiempo para pensar la mejor opción.
Mi favorito de todos los tiempos era un juego llamado Farzia: Reino en Guerra, en el que el protagonista, Alan, luchaba contra la reina y su ejército invasor para reclamar su patria robada y vengar la muerte del príncipe heredero.
En un momento de la historia del juego, el protagonista se topó con una malvada hechicera que trataba de impedir su progreso: Kiara Credias, una asistente de la reina con pelo castaño y ojos verde pálidos.
Aquí en la vida real, el vizconde con el que se me ordenó casarme se llama Lord Credias… y si el matrimonio se lleva a cabo, terminaría teniendo el mismo nombre que esa hechicera…
Espera, ¿qué? ¡¿Significa eso que soy la villana?!
Esto no puede ser, voy a enloquecer.