Bajo el roble – Capítulo 57: Pertenencias

Traducido por Aria

Editado por Yusuke


Sobre el amplio tablero con tela negra había raíces de varias plantas poco comunes, frascos de polvos desconocidos y finas ramas apiladas al azar. Para un ojo inexperto, que no supiera para qué servían, no sería más que un montón de basura. Ruth se bajó rápidamente del caballo y examinó diligentemente los objetos uno por uno.

—¿Son todas hierbas?

Hebaron, que había estado regateando todo el camino detrás de él, también asomó la cabeza al no poder vencer su curiosidad. En lugar de responder, Ruth llamó a un hombre que estaba recortando las hierbas en la esquina.

—Me gustaría comprar 20 segales [1] de todo tipo, ¿cuál es el precio?

—Un derham por 10 segales —respondió un comerciante con una generosa sonrisa en su rostro—. Son hierbas preciosas de buena calidad, y el precio es bastante alto. Si compras todo tipo, tienes que pagar 40 derham.

—¿Puedo pagarlas en liram? —preguntó Ruth.

—¡Por supuesto! Voy a por la balanza.

Ella observó cómo el mercader colocaba cuidadosamente las raíces con hojas secas en una balanza de latón. Ruth, que tenía la manía de llevar variadas cosas en un pequeño bolsillo, lo sacó y le tendió cuatro monedas de plata. El comerciante pesó entonces la plata en la balanza. Mirando lo que sucedía, Max susurró junto al oído del mago.

—¿Por qué lo está p-pesando?

—Para asegurarse de que es plata de verdad —Ruth añadió entonces—. Recientemente, ha habido una afluencia de monedas falsas. Incluso hemos pillado a gente que muele sus monedas poco a poco para hacer dinero nuevo.

—¿M-Moler las m-monedas?

—Max estaba asombrada.

—Cuando se pone el dinero en una cesta y se agita, el polvo de oro se desprende. Los recogen y hacen otra moneda de oro. Si lo repites una y otra vez, las monedas se desgastan mucho más y se nota la diferencia de peso. Pero no me preocupa. Mis monedas son casi nuevas.

Sacó algunas monedas de su bolsillo y se las mostró. Los bordes estaban definitivamente afilados. Satisfecho, el mercader se embolsó las monedas y sacó 8 derham para comprobar su peso, mientras Ruth observaba atentamente la aguja de pesaje.

—El mago siempre ha sido tacaño.

Hebaron abucheó, pero Ruth ni siquiera parpadeó.

—Es que soy meticuloso —declaró con orgullo, y se fue al otro lado de la calle.

Esta vez comenzó a regatear, con un hombre que parecía ser un mercenario, por una piedra del tamaño de una roca. Mientras el mercenario insistía en que no aceptaría menos de 15 liram diciendo que casi había muerto para conseguir la piedra de maná, un inflexible Ruth resoplaba y discutía que 10 liram eran suficientes. Al final, tras una larga batalla, Ruth compró cinco piedras de maná por el precio que quería.

Mientras tanto, Max miraba las cosas expuestas de los otros vendedores. Una daga del tamaño de la palma de la mano con cuentas de colores, una pequeña pieza de madera con forma de animal, un cinturón con bordados, un broche de bronce y una cuerda con hilos de varios colores.

—¿Q-Qué es esto? —Max, que miraba la colorida cuerda con ojos curiosos, hizo preguntas a un lado. Ruth, sin embargo, estaba ocupado regateando con otro mercader a distancia. Se sintió avergonzada e intentó levantarse de su asiento cuando escuchó una voz contundente.

—Es un accesorio para la espada.

Max giró la cabeza con asombro. Hebaron se estaba agachando y jugueteando con los adornos que ella estaba mirando.

Continuó, sin levantar la mirada ni una sola vez.

—Muchos aventureros creen que pueden ser protegidos por los espíritus si lo tienen. Lo atas aquí.

Señaló su propia espada en la cintura. Una espada de cuero de aspecto robusto estaba atada con adornos de tela de colores retorcidos. Alternó entre Hebaron y los accesorios con una cara de incomodidad.

—N-Nunca lo había visto a-antes. Ri-Riftan no lleva e-estos accesorios, así que…

Todo el conjunto de Riftan era más bien brusco y escueto como el propio hombre. Así que era muy obvio que Max, que sólo había visto a ese único hombre de cerca, no conocía esas creencias que parecían estar extendidas entre la multitud general.

—El líder cree que esto es inútil. Su orgullo es demasiado fuerte como para entretenerse con supersticiones.

Las palabras del caballero eran una mezcla de sarcasmo y afabilidad. Max se relajó y sonrió un poco.

—Si es Riftan, c-creo que sí.

—Pero si la señora se lo regala, podría llevarlo —preguntó con voz tranquila, rascándose el pelo ondulado de la espalda—. ¿Le gustaría elegir uno?

Max parpadeó hacia él. El inesperado favor la inundó de vergüenza y alegría a la vez.

—¿N-No sería caro?

—¿Cuánto puede costar esta cosa?

Max se sonrojó ante sus absurdos comentarios. No quería actuar como una tonta. Escogió una cuerda corta de color rojo, verde y naranja de entre los adornos que colgaban. Hebaron entregó una moneda al comerciante sin preguntar por el precio.

—Es suficiente dinero, por supuesto.

A juzgar por los ojos abiertos del mercader, parecía haber pagado mucho más que el precio original.

—L-Lo devolveré tan p-pronto como regrese al castillo.

—Está bien. No soy un hombrecillo insignificante como un mago que trae una moneda.

Se encogió de hombros y se volvió hacia Ruth. Max recogió su accesorio y se apresuró a seguirlo. Se le pasó por la cabeza que aún no le había dado las gracias, pero el hombre ya le había cortado la atención y estaba refunfuñando a Ruth por cuánto tiempo más iba a procrastinar. Ruth metió la mercancía comprada en un saco e hizo un gesto de molestia.

—Sí, sí, señor. Volvamos.

Ruth tiró de las riendas y caminó sin prisa hasta un lugar tranquilo. En cuanto salieron del mercado, cabalgaron directamente hacia el castillo de Calypse. Ella también pudo subir el sinuoso camino de la colina con su hábil destreza.

—¿Quién va a participar en esta ronda?

Cuando llegaron a la barrera, Ruth volvió a mirar a Hebaron y le preguntó, Hebaron se acarició la barbilla con las manos como si estuviera reflexionando.

—Creo que Gabel y yo vamos a ir. Y estoy pensando en llevar a algunos caballeros en formación. Ya es hora de que adquieran experiencia práctica.

—El castillo será menos ruidoso.

Por las palabras satisfechas de Ruth, Hebaron sonrió.

—Tendré que pedirle al líder que saque al mago también.

Sir Calypse no me llevará. Cuando pase algo, se sentirá más aliviado de que yo esté en el castillo.

—Sí, supongo que sí.

Hebaron suspiró admitiendo a regañadientes.

—Muy bien. Disfruta de tu paz mientras estamos fuera. Limpiaré la montaña en un abrir y cerrar de ojos y volveré para hacer algo de ruido cerca de tu torre.

Hebaron aceleró su caballo y los condujo a través de la puerta de inmediato. Ruth se limitó a encogerse de hombros despreocupadamente.

Max sintió un poco de envidia por sus riñas. Había una profunda comprensión y un vínculo entre Hebaron y Ruth. No eran los únicos. Cuando Riftan estaba con los caballeros, parecían más naturales que nunca. Incluso cuando discutían y peleaban, seguían pareciendo felices. A los ojos de Maximillian, que siempre había estado sola, el firme vínculo que existía entre ellos parecía tan fascinante como siempre.

—Ahora tengo que volver y echar una siesta. He estado viviendo como un murciélago durante los últimos días por culpa de esas malditas herramientas mágicas.

Ruth pasó de repente por la puerta y volvió a mirarla.

—La señora también ha hecho un gran trabajo. Si no me hubiera ayudado, habría tardado tres días más.

—Si soy de a-ayuda, es un p-placer.

—Te proporcionaremos ese placer de nuevo en un futuro próximo.

Ruth sonrió descaradamente. Intentó fruncir el ceño, pero acabó riendo. Deseaba ser aceptada como miembro de ellos poco a poco de esta manera. Un sentimiento de pertenencia. Se preguntaba cómo se sentiría eso.

♦ ♦ ♦

A la mañana siguiente, Riftan se levantó de la cama incluso antes de que saliera el sol. Max se despertó medio dormida junto con él, frotándose los ojos somnolientos con el dorso de la mano. Ante su espectáculo somnoliento, Riftan frotó sus labios en su mejilla con una sonrisa.

—Duerme un poco más. No tienes que levantarte a estas horas por mi culpa.

—He d-dormido b-bastante.

—Pensé que te había mantenido despierta hasta bastante tarde —Riftan alargó su última palabra y le acarició suavemente el pecho. Max se sonrojó y levantó rápidamente la sábana.

Riftan se rió y le apartó el pelo revuelto.

—No seas dura contigo misma. Sólo duérmete.

—M-Me l-levantaré.

Max salió de la cama, sujetando las sábanas con las manos, y esquivó por poco el brazo que se estiró hacia ella para colocarla en su sitio. Riftan se encogió de hombros como si no hubiera pasado nada y comenzó a prepararse para su aparición.

Ella tiró la leña cortada a la chimenea, y lo vio lavarse la cara y afeitarse junto a la palangana. Tras unos cuantos roces, las llamas se encendieron y la habitación se iluminó.

Max humedeció una toalla después de calentarse, se limpió la cara y el cuerpo y sacó ropa interior y zapatos nuevos del armario. Como a Riftan no le gustaba que le sirvieran los criados, últimamente se había acostumbrado a arreglarse sola. Max se sentó frente al espejo para peinarse después de ponerse unas medias largas hasta el muslo y un vestido de lana grueso sobre un chaleco.

—Dame el peine, yo lo haré por ti.

Riftan, vestido con una túnica azul marino y pantalones de cuero de invierno, se acercó a su espalda. Max negó con la cabeza.

—E-Está bien. L-Lo haré.

—Dámelo. No podré tocarlo durante los próximos días, debería disfrutarlo bastante.

¿Qué hay de divertido en tocar mi pelo igual a una enredadera? No pudo entenderlo del todo, pero Max le entregó obedientemente el peine.

Riftan cogió un peine tan pequeño como una almeja con la mano rígida y empezó a peinarla. Las mejillas de Max se sonrojaron ante sus cuidadosos gestos, que parecían preocupados por poder lastimar siquiera un cabello. Riftan desenredó con cuidado su pelo desordenado y lo trenzó con habilidad en cuatro partes.

—¿No es suficiente mi habilidad ahora? —se elogió a sí mismo, mirando su cabello estrechamente trenzado.

Max le besó en la barbilla impulsivamente. Entonces el cuerpo de Riftan se puso rígido. Él la besaba a menudo, pero ¿por qué reaccionaba así cuando ella se acercaba primero? Se preguntó Max con calma, ocultando su timidez.

—Es un b-beso de g-gratitud.

—Quiero decir tú… —Riftan soltó un largo suspiro—. De todas formas, no quiero salir. No lo hagas tan difícil.

—No era mi i-intención hacerlo d-difícil.

Mientras ella lanzaba una mirada desconcertada que parecía genuinamente abatida, Riftan tiró de su brazo y la abrazó. Por un momento, cuando él se agachó asombrado, Max le rodeó la cintura con los brazos con cuidado. Riftan gimió y se frotó la frente con brusquedad sobre el hombro de ella.

—¿Vas a seguir actuando tan linda?

—No he hecho n-nada.

—Maldición, me temo que nos estamos quedando sin tiempo para hacer uno más y lavarnos de nuevo.

Riftan miró la cama con una mirada desesperada.


[1] Equivale a 100 gramos.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 

error: Contenido protegido