Dama a Reina – Capítulo 1: La nueva reina del Imperio Mavinous

Traducido por Kiara Adsgar

Editado por Yusuke


Rosemond Mary La Phelps había estado en un estado de somnolencia en los últimos días, porque su mayor oponente política, la depuesta reina Petronilla, había sido ejecutada.

Cualquier noble cuerdo no se atrevería a proponer a uno de sus familiares como la nueva reina en lugar de la concubina favorita del emperador. Por lo tanto, a menos que ocurriera algo inesperado, Rosemond sería la próxima reina de Mavinous. La posición había sido la que tanto deseaba, al punto de llegar a preguntarse si todo el dolor que había experimentado valía la pena para alcanzar esta felicidad.

—¿Cuándo anunciará el emperador una nueva reina? —preguntó a su fiel doncella Glara—. No puede dejar la posición vacía por mucho tiempo, así que es muy probable que lo anuncie pronto, ¿no crees?

—Sí, lady Phelps.

La expresión de Rosemond se endureció ante las palabras de Glara.

—Glara, ¿no deberías llamarme Su Majestad ahora? Si no puedes arreglar ese hábito, entonces no necesitas esa lengua. ¿Debo cortarla?

Glara cayó de rodillas asustada.

—Lo, lo siento, mi la, no, Su Majestad. Soy una ignorante y torpe sirvienta… perdóname —rogó.

Rosemond resopló con arrogancia, complacida por las palabras de Glara.

—Bien. Tienes que tener cuidado con lo que dices a partir de ahora, Glara. ¿Entiendes?

—Sí, Su Majestad.

—Sí deberías. —Después de confirmar que se cumpliría su deseo, Rosemond se sintió satisfecha y se alisó las uñas con una expresión relajada.

—Quizás Su Majestad tenga algo que decirme. ¿Vamos al Palacio Central?

♦ ♦ ♦

Cuando Rosemond llegó al Palacio Central, sin embargo, tuvo que enfrentar noticias que no eran tan agradables como deseaba.

—¿Qué quieres decir con que no puedo entrar? —exigio Rosemond.

—Su Majestad está… descansando en este momento —respondió una dama de compañía.

—Pero es de día.

—Su Majestad dijo que estaba cansado el día de hoy y que tomaría una siesta. Lady Phelps, lo siento, pero Su Majestad le ordenó que nadie pudiera entrar.

—¿Qué? —gritó Rosemond. Esto no podría ser posible para alguien como ella—. Soy la persona que pronto se convertirá en la reina de Su Majestad. ¿Pero te atreves a impedirme el paso?

—No me atrevo a desafiar las órdenes del emperador. Lo siento, mi señora.

—¡¡Aaaah!!

Un sonido familiar vino del interior de la habitación. La expresión de la dama de honor se contorsionó mientras el de Rosemond se iluminó. Este era su momento de dar un paso adelante. Miró expectante a la dama de compañía, que bajó la cabeza avergonzada.

Rosemond mantuvo su tono de voz agradable.

—Su Majestad está teniendo otra pesadilla.

—Por favor, entra —accedió finalmente la dama de honor. Ella no tenía elección en estas circunstancias. Solo había una persona en el imperio que podía calmar la locura del emperador.

Rosemond se dirigió con orgullo hacia la puerta y la abrió sin dudarlo. Ella le indicó a la dama de honor que no dejara entrar a nadie más, luego entró.

—Su Majestad —llamó a Lucio con voz ronca. Ella miró su angustiada forma, luego, sonriendo, caminó con gracia hacia él. Probablemente no sabía lo feliz que estaba de ser la única que podía ver esta faceta suya y que podía arreglarlo. Rosemond se sentó al lado de la cama con una sonrisa.

Estaba teniendo una pesadilla. Aún no se había despertado, y su rostro estaba torcido como si estuviera atrapado en un sueño terrible. Rosemond, desafortunadamente, no simpatizaba con su dolor, no, no podía relacionarse con esos sentimientos.

—Su Majestad —susurró, acariciando cariñosamente la mejilla de Lucio—. ¿A qué le temes tanto? ¿Qué es eso que te persigue en tus sueños?

—¡Auugh..!

—¿Estás soñando con la reina Alisa otra vez? ¿O…?

—Haa… Qu…

Sonriendo, Rosemond continuó acariciando su rostro.

—Reina…

Cuando esa única palabra salió de la boca de Lucio, la cara sonriente de Rosemond se endureció instantáneamente. Lucio nunca llamó a Alisa “Reina” cuando tenía sus pesadillas. El nombre de Alisa siempre había sido “Madre”. La expresión de Rosemond se contorsiono con furia mientras miraba el movimiento de la boca de Lucio.

—Por favor… no…

—¡Ah! —gritó Rosemond con burla. ¿Con que era eso? ¿No estaba soñando con Alisa, sino con Petronilla después de su muerte?

Rosemond seguía dándole a Lucio una mirada fria. ¿Qué estaba mal? ¿Por qué?

—Por qué en vez de soñar con Alisa… ¿por qué sueñas con la mujer que mataste?

—¡Aaaagh! —Lucio continuo gritando preso de su agonía. Rosemond lo miró con desánimo y luego lo tranquilizó con calma.

—Cálmate, Su Majestad.

—¿Rose?

—Sí, Su Majestad, soy yo. —La frialdad anterior fue reemplazada por una calidad sonrisa. Ella continuó susurrando—: Ya, ya Su Majestad. Fue solo un mal sueño. Estoy a su lado ahora, así que puede relajarse ahora. Todo está bien.

Lentamente Lucio se fue calmando.

—¿Tuviste un mal sueño? Te ves pálido.

—Soñe con la difunta reina —respondió con sinceridad. Rosemond sospechaba que fuera así, pero que él lo confirmará no la hizo más feliz. Aun acariciando levemente su rostro, se forzó a sí misma para permanecer neutral.

—¿Oh, la difunta reina? ¿De qué trataba?

—Solo —dijo evasivamente—. No fue mucho.

Ah, esto es lo peor. Estaba guardando un secreto. Rosemond no quería secretos entre ellos. Por supuesto, que ella le ocultaba una o dos cosas, pero esperaba que él no le ocultará nada. Una relación completamente egoísta, en la que ella pudiera refugiarse, pero él no tenía derecho al mismo trato, porque ella ocupa la posición superior.

—¿Estás seguro de que no fue nada?

—Sí.

—Estaba preocupada. Estabas gimiendo y sudando.

—No te preocupes, seguro se me pasa en un dia o dos —expresó en un tono cansado teñido de nerviosismo. A Rosemond no le gustó el extraño cambio en la atmósfera. Sus instintos le decían que se fuera, pero ella decidió quedarse.

—Pero ahora estoy contigo —dijo amablemente—. Olvídate de una mujer tan malvada, y mírame solo a mí, ¿de acuerdo?

—Sí —respondió Lucio con un suspiro—. Sí, lo haré. Fueron tantos sacrificios que tuvimos que hacer solo para que este momento llegara, que debemos hacerlo.

—No suenas sincero —comentó Rosemond, entrecerrando la mirada—. Pero debo estar escuchando mal, ¿verdad, Su Majestad?

—Lo siento, estoy un poco cansado. Ha sido un poco difícil estos días. —El cansancio en la voz de Lucio parecía estar diciéndole que se fuera, y el humor de Rosemond cambió por completo. Sin embargo, ella no quería renunciar a su control.

—Su, Su Majestad. Yo…

—¿Sí?

—¿Cuándo nombraras una nueva reina? Ha pasado casi un mes desde que se ejecutó a la reina anterior.

—No te quejes. Todo pasa por un procedimiento.

—¿Sí? Pero… ha pasado un mes, Su Majestad. Es más que suficiente, ¿no crees?

—¿Crees que todo en el imperio gira en torno a ti? Además de eso, hay mucho trabajo por hacer, y afortunadamente, ninguno de ellos involucra al palacio por ahora. —Lucio hizo una pausa por un momento, luego se disculpó—. Lo siento, Rose. Estoy demasiado sensible.

Rosemond sintió un poco de consuelo ante sus últimas palabras, pero su frustración no se desvaneció. Ella había prometido actuar como un santo que entendía todo sobre él y como una santa necesitaba la fidelidad de su seguidor.

—Está bien, Su Majestad —dijo con una sonrisa melosa en su rostro—. Se te permite ser sensible. Estás abrumado por el trabajo y tienes muchas cosas de que preocuparte. Deberías descansar. ¿Te gustaría dormir más?

—No, debo levantarme ahora. Tengo una montaña de trabajo que hacer.

—Muy bien. —Rosemond lo levantó con cuidado, y él tropezó un poco, cayendo en sus brazos. Ella lo mantuvo firme y le susurró—: Su Majestad, si necesita relajarse más, ¿qué tal un viaje?

—¿Oh?

—Sí. Hay una fuente termal no muy lejos de la ciudad imperial que han disfrutado los antiguos emperadores. Deberías ir allí.

—No es una mala idea —dijo Lucio en voz baja, y Rosemond le frotó la espalda con amor.

—Todo estará bien.

♦ ♦ ♦

El deseo de Rosemond se hizo realidad. Unos días más tarde, Lucio anunció a todos que la nombraría como la nueva reina del Imperio Mavinous. Por supuesto, ella estaba más que encantada de escuchar las noticias.

—Felicitaciones, Su Majestad —dijo Glara con una voz sonriente, y Rosemond le lanzó una mirada fulminante.

—¿Y qué? ¿No es eso lo que todos esperábamos?

—Pero has pasado por mucho, ¿no es así, Su Majestad?

—Es cierto —murmuró Rosemond. La posición de reina siempre había sido suya y había pasado por tanto para obtenerla . ¿Pero no estaba todo eso en el pasado? Ahora el futuro estaba en sus manos y ella haría lo que quisiera.

—Ahora el Imperio Mavinous es todo tuyo —dijo Glara.

—El imperio pertenece a Su Majestad. Solo soy su reina —respondió Rosemond con amargura.

—Pero Su Majestad, usted siempre me dice, el hombre es quien gobierna el mundo, y la mujer quien gobierna al hombre, ¿no? Usted está con el emperador, y por ende este imperio también es suyo.

—Realmente sabes usar las palabras Glara —dijo Rosemond encantada. Era un enorme contraste entre su furia de hace unos días, cuando acusó a Glara por no honrarla como debía.

En cualquier caso, las dos no dijeron nada más. Lo único que importaba era el futuro que podía forjar. No el pasado.

♦ ♦ ♦

—La reina está entrando —anunció un sirviente.

Rosemond entró en la catedral. Hoy era el día de su coronación, celebrado en la Catedral del Santo Deste, donde se celebró la coronación de Lucio en el pasado.

¡Finalmente!

Con paso firme, Rosemond avanzó, la alegría era evidente en su rostro. En la solemne atmósfera de la catedral, ella brillaba como nadie. Era hermosa, aunque lucir bien era su único trabajo diario en el imperio. Además de su personalidad y comportamiento del pasado, nadie podía negar su belleza.

Cuando Rosemond finalmente se detuvo, estaba frente al hombre más poderoso del país, el sacerdote le dio la señal de que debía arrodillarse e inclinar la cabeza y así lo hizo.

—Rosemond Mary Astar De Mavinous.

Su apellido finalmente había sido cambiado. El apellido imperial que solo la familia imperial de Mavinous, podría tener. En ese momento sentía que podía estallar de alegría y sonrió. Ella no podía ver la cara de Lucio porque su cabeza estaba inclinada hacia abajo, pero también debe estar complacido con este resultado. ¿Por qué no lo estaría? Se ensució las manos con sangre para colocarla en esta posición. Por supuesto que sería feliz.

—En nombre del emperador, te nombro como la nueva reina del Imperio Mavinous.

Ante eso, estallaron vítores de alegría por todos lados.

—¡Viva la reina!

—¡Larga vida al emperador!

—¡Gloria al Imperio Mavinous!

Todo iba bien.

Rosemond sonrió encantada.

♦ ♦ ♦

—Finalmente soy la reina —murmuró Rosemond en su habitación, se sentía ligera como si estuviera caminando sobre nubes—. ¡Al fin, al fin!

—Su Majestad, por favor, cálmese. Su Majestad estará aquí pronto —advirtió Glara, su tono de voz era más alto de lo habitual. Rosemond asintió con una mirada encantada.

—Bien, bien.

Las visitas de Lucio habían comenzado a volverse cada vez más raras, pero como esta noche era su primera noche como reina, era obvio que él había venido a visitarla. Rosemond movió nerviosa los dedos sobre su vientre. Era como una niña que había experimentado su primer amor, y todavía era lo suficientemente pura como para pensar en la maldad.

—Ahora solo necesito dar a luz a un príncipe.

—Sí, Su Majestad —dijo Glara—. Puedes tomarte tu tiempo. No hay nadie en el Imperio Mavinous que pueda detenerte. Eres la reina del país y tu hijo pronto será el próximo Sol del imperio. ¿Por qué estás tan preocupada?

—No estoy preocupada, Glara. Es que no confío en Su Majestad —dijo Rosemond con una sonrisa—. No confío en él. Es una tontería creer en un hombre. —Su expresión solo se volvió más fría con cada palabra—. Aún más si se trata de un monarca.

—Pero… ¿no amas a Su Majestad? —preguntó Glara.

—¿Amor? —Rosemond se echó a reír—. Sí, Glara. Lo amo. Su Majestad, quien ahora es mi esposo, y algún día será el padre de mi hijo, pero Glara, amo aún más lo que me da. ¡Estado, riqueza, poder! Cosas así.

—Sí… —Glara no sabía cómo reaccionar, así que simplemente miró a Rosemond. La dama de honor de repente sintió pena por el emperador. Parecía que realmente estaba enamorado de su reina…

Glara volvió a parpadear rápidamente cuando la voz de una sirvienta habló desde afuera.

—Su Majestad la reina, Su Majestad el emperador ha llegado.

—¡Oh por los dioses! —Rosemond chilló tiernamente—. Déjalo entrar. No puedes dejar a una persona tan importante esperando afuera.

—Sí, Su Majestad.

La puerta se abrió y Lucio entró justo cuando Glara se fue con tacto. Rosemond estaba tan feliz de ver a Lucio en la habitación que abrió los brazos y lo abrazó.

—Su Majestad —ronroneó, y trazó círculos en su pecho con la punta de los dedos—. Te extrañé, Su Majestad.

—También yo, Rose.

—Fue tan increíble lo que sucedió en la catedral —expresó entusiasmada—. Quería besarte de inmediato y arrojarme a tus brazos.

—Me alegra que no lo hayas hecho.

—Por supuesto.

Era normal que Lucio la abrazara primero, pero hoy parecía un poco tímido. Bueno, eso no importó. No importa quién inició un abrazo primero si el resultado es el mismo.

Depósito besos en su cuello, trazando un camino hasta sus labios, para luego besarlo apasionadamente.

—Aaah…

Rosemond dejó escapar un gemido más obsceno de lo habitual. Ella se comprometió para tener su semilla en su vientre esta noche. Ahora era la mujer de más alto rango en el imperio, pero eso no era suficiente. Tenía que cimentar su posición, y para eso, tenía que dar a luz un príncipe. Para ser exactos, al próximo príncipe heredero del imperio.

—Su Majestad… la cama…

Rosemond tenía que ser quien tomará la delantera. El trabajo y el amor siempre se realizaban con sus manos, por lo que ella sería la encargada de dirigir el evento de esta noche. Ella desabrochó hábilmente la ropa de Lucio.

—Te deseo tanto… —Rosemond se quejó—. Mi cuerpo está ardiendo, he pensando en ti todo el día.

Eso era una vil mentira. No estaba perdida por la lujuria, ya que se dio cuenta a temprana edad que podía usar su cuerpo como un arma. Bueno, eso no importa de ninguna manera.

Ella le susurró con la voz más baja y seductora que pudo.

—Espere ansiosamente por ti, Su Majestad. No lo dejaré ir toda la noche.

♦ ♦ ♦

Rosemond se estiró y abrió los ojos. ¿A qué hora se durmió anoche? Repasó sus recuerdos por un momento, pero pronto se dio por vencida. Debe haber sido casi el amanecer, pero era un pensamiento inútil.

Su mano se deslizó hasta su vientre. Es posible que todavía no se haya formado un niño, pero algún día. ¡Este estómago plano pronto crecerá con el niño que algún día gobernaría este gran imperio…!

Rosemond se sintió eufórica, como si ya fuera una madre. Como se esforzó tanto anoche, pronto habría buenas noticias. Ella lo creía firmemente.

—¿Rose…?

Una voz a su lado la llamó, una que había escuchado innumerables veces la noche anterior. Quizás porque estaba pensando en su futuro niño, pero se sentía más orgullosa de esa voz. ¡El hombre que sería el padre de su hijo!

—¿Estás despierto, Su Majestad? —respondió.

—Te levantaste temprano —comentó Lucio.

—Hace un momento —dijo, y depositó un beso sobre su frente. A Lucio nunca le disgustaron ninguno de los besos matutinos que ella le daba.

—Te ves feliz —comentó Lucio con voz áspera.

—¿Qué mujer podría sentirse mal después de una noche así? —Rosemond presionó sus labios contra el pecho desnudo de Lucio—. Y debido al destronamiento, me siento aún mejor.

—¿Cómo te sientes acerca de ser la reina ahora?

—¿Cómo me siento? —Rosemond reflexionó por un momento antes de dar una respuesta clara—. Me siento increíble.

—¿De verdad?

—Sí, es maravilloso.

—Vas tan lejos como para llamarlo algo maravilloso.

—Ah. No, Su Majestad, realmente me siento bastante emocionado en este momento.

Por supuesto que lo era. ¿Cuánto esfuerzo había puesto para obtener esta posición? Para Rosemond, más que emocionante, era impactante, para nada se podría considerar una exageración.

Rosemond habló con una hermosa sonrisa.

—Finalmente soy capaz de pararme a tu lado. No como una concubina que debe permanecer oculta, sino a plena luz del día.

Esta no era una felicidad que podría haber conocido si hubiera tenido una posición alta toda su vida. Este momento le fue entregado en el instante en que la reina Alisa comenzó a maltratar al príncipe heredero.

—Ahora nadie puede interferir con nuestro amor —dijo Rosemond.

—Sí.

—¿Soy la única para ti?

—Claro —susurró con voz cálida—. Ahora solo te tengo a ti.

Solo ella y nadie más. Rosemond confiaba en que no había nadie más aparte de ella, era la única para él. Eso significaba que si ella desaparecía, él también colapsaría.

—Te amo, Su Majestad —susurró alegremente.

♦ ♦ ♦

Rosemond no era una mujer tonta. Nunca había estado a cargo de los asuntos del palacio, pero con la ayuda de la duquesa Ephreney, la casa estaba funcionaría sin problemas. En la mayoría de los casos, Rosemond era bastante sabio e inteligente.

El problema era personal. Tuvo una infancia llena de privaciones y, como tal, cultivó un deseo de poder. Sin embargo, la avaricia por las cosas materiales, solía venir acompañada del poder.

—Glara, mira esto —dijo Rosemond suavemente—. Es un diamante aguamarina. ¿No es hermoso?

—Sí. —Estuvo de acuerdo Glara—. ¿De dónde lo obtuvo?

—Es una joya del otro lado del mar. Es muy preciosa —tarareo Rosemond, luego dejó el collar de diamantes en la mesa y se volvió hacia Glara—. Ven, tengo que cambiarme el vestido ahora.

—¿Qué? —dijo Glara perpleja. Habían pasado menos de cinco horas desde que Rosemond se había puesto un vestido—. Pero Su Majestad, ¿no acaba de cambiarse hace cinco horas?

—Lo hice —dijo Rosemond con voz clara—. Pero salí antes.

—Es un desperdicio cambiarse de nuevo solo por eso.

—¿Me estás respondiendo ahora? —preguntó claramente irritada, y Glara se encogió. No hace mucho tiempo, había otra dama de compañía que desafió sus palabras y murió. Para ser exactos, la duodécima dama este mes. Rosemond excuso sus actos diciendo que tenía que imponer disciplina en su patio interior, pero nadie sabía que sus acciones eran simples actos para desahogar su ira. No importa cuán cerca estuviera Glara de Rosemond, no tenía garantizada su seguridad. Ella inmediatamente retiró sus palabras.

—Claro que no, Su Majestad. Siempre tiene razón. Por cierto, ¿tiene sentido que la mujer más noble del imperio use un vestido durante cinco horas seguidas?

—Ahora estás empezando a tener sentido. —Rosemond sonrió y llamó a las otras damas de honor—. Vamos, ¿me ayudarán a elegir un vestido?

—Sí, Su Majestad.

Un momento después, Rosemond pareció recordar algo, luego llamó a una doncella.

—Lauren.

La doncella llamada Lauren se acercó rápidamente.

—Sí, Su Majestad.

—Los documentos de los que habló la duquesa Ephreney. ¿Cómo va todo?

—¿Te refieres a la fiesta de cumpleaños de Su Majestad?

—Sí.

—No se preocupe, Su Majestad —dijo Lorraine con una sonrisa—. Todo está marchando bien.

—Sí. —Solo después de que Rosemond recibió la respuesta de la criada, se relajó. Sin embargo, la inquietud le molesto y ella dio otra orden.

—Consígueme el papeleo. Quizás debería leerlo yo misma.

—Por supuesto, Su Majestad. Solo un momento, por favor.

Lauren se apartó de la vista de Rosemond con una sonrisa en su rostro. Le dio la espalda y, tan pronto como se enfrentó a la reina, la sonrisa se desvaneció.

6 respuestas a “Dama a Reina – Capítulo 1: La nueva reina del Imperio Mavinous”

    1. Y aquí vamos con el pasado después de la ejecución :s

      A ver cómo le salieron las cosas a Rosemond

      Gracias por los capítulos ❤️!

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