Dama Caballero – Capítulo 101: ¿Ya lo olvidaste?

Traducido por Kiara

Editado por Gia


Después de la ópera, Elena y Carlisle se dirigieron al centro de la ciudad. Por orden de Elena, el carruaje se detuvo frente a un establecimiento con un letrero que decía: «Tío Charles». Era una panadería popular, a menudo frecuentada por multitudes; sin embargo, esa noche en particular se encontraba vacía. Elena había alquilado el lugar para que pudieran estar a solas. Las ventas de la panadería eran tan altas que se había necesitado una gran cantidad de dinero para monopolizarla durante unas horas.

Cuando ambos esposos llegaron a la panadería, Carlisle miró con curiosidad la tienda vacía.

—¿Preparaste esto para mí?

—Sí. No me importa estar rodeada de otras personas, pero creo que es mejor si lo hacemos de esta manera.

La mayoría de los aristócratas enviaban a sus sirvientes a comprar pan en tiendas famosas para que puedan disfrutarlo en su tiempo libre dentro de sus casas. La aparición repentina del príncipe heredero frente a una multitud causaría una gran perturbación. Elena había pensado mucho en su salida de esa noche, y Carlisle no pudo reprimir su sonrisa.

—No esperaba que prestaras tanta atención a los detalles.

—La última vez que fuimos a la ópera, rentaste un restaurante completo —se defendió Elena.

—Bueno, siempre he querido hacer lo mejor para ti.

Elena sintió una ola de calor en su rostro ante la confesión casual de Carlisle. No estaba preparada en absoluto, por lo que trató de calmar su acelerado corazón agarrando rápidamente el brazo de Carlisle y llevándolo a la panadería.

—Entremos. No puedes admirar el pan antes de probarlo.

Carlisle siguió el ejemplo de Elena y su mirada se posó en sus manos entrelazadas. Sonrió y se tapó la cara con la otra mano.

Un dulce tintineo sonó cuando entraron. Ante ellos se extendía un vasto buffet con diversos panes y pasteles. Elena soltó la mano de Carlisle para tomar unas pinzas y una bandeja.

—Toma lo que quieras. Personalmente, me gustan los croissants, los pasteles de crema y los pasteles de queso que vemos ahí.

Carlisle asintió, pero en lugar de alejarse, simplemente siguió a Elena y colocó en su propia bandeja los mismos alimentos que ella elegía. Después de seleccionar todo lo que querían probar, ambos se sentaron en una mesa.

—Elegiste todas las cosas que se ajustan a mi gusto —protestó Elena al ver el contenido de la bandeja de su esposo.

—Tengo más curiosidad por lo que te gusta comer.

Elena no supo cómo responder y simplemente asintió. Extraño… Y de nuevo, experimentó un sobresalto en su corazón.

Tomó un delicado tenedor lleno de tarta de queso y se lo puso en la boca. El queso se disolvió en una textura suave y aterciopelada en su lengua, y mientras ella sonreía, Carlisle le devolvió el gesto. Después de terminar la tarta de queso, decidió pasar a la deliciosa tarta de crema.

Sin embargo, repentinamente, la mano de Carlisle se apresuró a su rostro, limpiando un poco de la crema batida que había quedado a un lado de su boca. Luego, se lamió la crema de los dedos.

Elena se congeló y miró a Carlisle con los ojos muy abiertos. Él le devolvió la mirada y le sonrió como todo un depredador satisfecho.

—Esta crema es lo mejor de aquí.

Elena sintió que se sonrojaba hasta la punta de sus dedos.

♦ ♦ ♦

Pasadas las horas, se encontraron junto a un tranquilo lago. Elena había ordenado que se colocaran docenas de velas flotantes en el cuerpo azul, pero el efecto fue aún más impresionante cuando lo vio con sus propios ojos. El agua estaba tan quieta como un espejo, reflejando la suave luz de las velas y las estrellas titilantes contra el cielo de ébano. Carlisle miró al lago con atónita sorpresa.

—Mi esposa parece decidida a impresionarme esta noche.

—Me alegro de que te agrade. Bueno… ¿te gustaría dar un paseo?

Carlisle asintió y dieron un tranquilo paseo, sintiendo el aire fresco de la noche. De vez en cuando, se podía oír el sonido del agua ondeando al son del viento.

¿Cómo debería empezar?

No pudo evitar preguntarse por dónde comenzar. ¿Debería decirle cuándo le empezó a gustar? ¿O debería mencionar que quería estar con él incluso sin un contrato? Sus pensamientos entraban y salían de su cabeza sin ninguna estructura en particular. Su corazón latía con fuerza, tanto, que temía que se saliera de su pecho. Elena respiró profundo y decidió que debía empezar.

—Caril…

Se preguntó si él se daría cuenta de su vacilación.

—Dime, esposa mía.

Elena cerró los ojos con fuerza.

—Para serte sincera… yo…

Ella no pudo terminar la oración. Se escuchó el agudo silbido del viento, y Carlisle rápidamente tomó a Elena en sus brazos y se echó a un lado.

En un instante, decenas de flechas atravesaron el suelo justo donde estaban parados un momento antes.

Las cabezas de Carlisle y Elena giraron en la dirección de donde venían las flechas y vieron docenas de figuras que venían hacia ellos desde la oscuridad. Supo, por intuición, el momento en que los vio.

—¡Peligro!

Se levantó la falda de su vestido y desenvainó la daga atada a su tobillo. Carlisle también se puso a trabajar rápidamente, llevándose los dedos a la boca y silbando con fuerza.

Se escuchó un sonido particular, como de tambores, y el gran caballo negro de Carlisle vino galopando hacia ellos. Los guardaespaldas de Carlisle, también conscientes de la amenaza, dispararon desde sus escondites para enfrentarse al enemigo que se aproximaba. Eran muy hábiles, pero pronto quedó devastadoramente claro que los superaban en número. Eran diez de los hombres de Carlisle contra los que parecían ser unos setenta.

Los dos bandos se enfrentaron y se produjo una feroz batalla entre los asesinos y los guardaespaldas imperiales.

—¡Escape, Su Alteza! —gritó uno de los guardaespaldas del príncipe.

Carlisle apretó los dientes, pero eran demasiados asesinos para que se quedara a luchar. Era normal que le prepararan una gran emboscada como esa cuando estaba en la guerra, pero era difícil de creer que sucediera en el corazón de la capital. Si lo hubiera imaginado, no habría salido con solo diez guardias.

Sin embargo, ahora no había tiempo para eso. Elena estaba con él. Carlisle saltó sobre su caballo y extendió su mano.

—Rápido, esposa.

Elena tomó rápidamente la mano de Carlisle y se arrojó sobre el caballo. Mientras los guardias les ganaban tiempo, tenían que escapar lo más rápido posible y esperar la llegada de refuerzos. Uno de sus caballeros debió haber ido al palacio para alertarlos del ataque. El caballo que llevaba a la pareja se adelantó.

Los cascos del semental resonaron en el suelo, y un fuerte grito salió del enemigo:

—¡Atrápenlos! ¡El príncipe se está escapando!

Los guardias imperiales retuvieron a las fuerzas enemigas lo mejor que pudieron, pero su número era demasiado pequeño. Los asesinos estarían detrás de Carlisle en poco tiempo. El príncipe espoleó al caballo lo más rápido que pudo.

—Es probable que me persigan. Te dejaré en algún lugar fuera de la vista de todos, así que ve al palacio imperial y trae tropas de respaldo —le indicó a Elena.

—No digas tonterías.

Ella lo rechazó, e inmediatamente rasgó la falda de su vestido para que no entorpeciera sus movimientos. Deseó tener un arma más adecuada, pero,  como siempre, el peligro llegó sin previo aviso. Carlisle frunció el ceño cuando vislumbró las suaves pantorrillas de Elena.

—¿Por qué no me escuchas?

Elena agarró con fuerza la daga, su única arma.

—No te dejaré.

De repente, sintió un escalofrío ominoso recorrer su espalda. Esa situación se parecía al momento en el que rescató a Carlisle por primera vez. Debería haber muerto en aquel entonces.

Ella apretó los dientes. Si perdía a Carlisle aquí, no sería capaz de hacerle frente al futuro. Incluso si no lo necesitara para salvar a su familia, su seguridad seguía siendo su prioridad.

Los ojos de Elena brillaron con determinación, y se aferró a la ancha espalda de Carlisle.

—Hay algo que no te he dicho todavía. Así que no te lastimes hasta que yo lo haga.

—Tu seguridad es más importante que la mía —le recriminó Carlisle.

Elena no pasó por alto la preocupación en su tono, pero sonrió.

—¿Lo olvidaste? Soy tu espada más afilada. —Podía oír los caballos de los asesinos acercándose a ellos. Elena giró la cabeza para mirar hacia atrás, luego susurró una advertencia al oído de Carlisle—: Si llega a ponerse peor, déjame primero. Sabes que puedo durar más que los otros caballeros.

—Eso es ridículo.

Carlisle simplemente condujo el caballo más rápido. Los asesinos que los perseguían no los atraparían fácilmente, pero tenían armas adecuadas en sus manos que Elena no tenía.

—¡Maldición! ¡Caril, flechas!

Ante el grito urgente de Elena, Carlisle rápidamente se inclinó hacia la izquierda.

Varias flechas pasaron volando junto a ellos. Elena podría devolver el ataque si tuviera su arco, pero ahora solo contaba con una pequeña daga. Lo mejor que podría hacer sería acabar con un solo asesino arrojando su arma, por lo que decidió que era mejor conservar la daga consigo por si acaso. Elena se volvió hacia Carlisle, pero mantuvo un ojo en los asesinos que venían tras ellos.

—Solo podemos confiar en tus habilidades de conducción ahora.

—Haré lo mejor que pueda.

Elena le gritaba la dirección de las flechas que venían desde atrás, y Carlisle las esquivaba de inmediato. Un error de cualquiera de ellos tendría consecuencias mortales, pero estaban completamente sincronizados, como si hubieran entrenado juntos por años. Por ahora, la vista aguda de Elena y la habilidad de Carlisle para montar como el infierno los mantuvieron con vida.

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