Dama Caballero – Capítulo 106: La tristeza no es necesaria

Traducido por Kiara

Editado por Gia


Desde que lastimaron a Elena, Carlisle rara vez se apartaba de su lado. Debido a que había estado confinada a su cama durante un largo tiempo, el príncipe decidió que el día de hoy la llevaría a un jardín privado para que tomara un poco de aire fresco.

—C-Caril, bájame. Alguien podría vernos.

Las mejillas de Elena estaban calientes mientras miraba ansiosamente a su alrededor.

—¿Y qué si ven? —respondió Carlisle ante las protestas de Elena.

—No soy una niña y es vergonzoso que me lleves así.

—Mi esposa es demasiado tímida. Nadie juzgará a una pareja de esposos por salir a dar un paseo juntos.

Claro que los sirvientes no les dirían nada a ellos, pero Elena estaba segura de que hablarían a sus espaldas. Aquellos que servían en el palacio imperial eran humanos después de todo, y no serían capaces de resistir un poco de charla sobre la vida privada de sus señores.

—Aún así…

—No te preocupes. Si alguien te dice algo ofensivo, lo castigaré severamente —respondió Carlisle a la continua preocupación de Elena.

No sonaba como si estuviera bromeando, y ella frunció el ceño con desaprobación.

—No puedes ganarte la lealtad de tus subordinados si los castigas con demasiada dureza —indicó Elena.

—El corazón de las personas es malvado y no sabemos si son verdaderamente leales. La obediencia viene antes que la lealtad.

Carlisle no estaba equivocado; pensando objetivamente, se trataba de una creencia general por una razón. Como príncipe heredero, Carlisle no podía darse el lujo de depositar fácilmente su confianza en los demás.

Sin embargo… Elena sentía preocupación por la ocasional naturaleza violenta que a veces demostraba Carlisle. Quería enseñarle que la conquista sangrienta de los emperadores pasados ​​no era el único camino para él, y que la política podría ser beneficiosa para su pueblo. Ese era el pequeño deseo de Elena.

—Tienes razón, pero recuerda también que debes ser amable siempre. De esa manera, más personas estarán ahí para apoyarte si llegases a tener dificultades.

Carlisle sonrió ante sus palabras.

—¿Estás preocupada por mí?

—Por supuesto. Ocupas la mayor parte de mis preocupaciones.

—Sean cuales sean, me gusta que te preocupes por mí —confesó Carlisle.

Después de decir aquello, se detuvo en una mesa en medio del jardín. Se sentó en una silla y, con mucha fuerza, acomodó a Elena para que quedara sentada en su regazo.

—¡Vaya! —Elena lanzó una exclamación de sorpresa y él la miró, admirando su figura.

—De hecho… una vez llegué a pensar que si no llegaba a ser amado por ti, entonces preferiría ser odiado.

—¿De verdad?

—Quería que tu mente estuviera llena de mí, sin importar lo que sintieras.

Los sentimientos de Carlisle eran diferentes a los de la gente común. Elena no podía definirlo en una sola palabra, pero ciertamente él no expresaba su afecto como lo hacían los demás. Incluso descubrió algo nuevo al respecto.

Cuando Caril no actúa de forma tierna y amable, lo hace aún más tierno y amable.

En realidad, lo más probable era que Elena fuera la única quien lo veía de esa manera. Desde un punto de vista objetivo, las acciones de Carlisle no eran particularmente atractivas, pero a Elena no le importaba su codicia. Estaba feliz de que esos intensos ojos azules estuvieran dirigidos únicamente hacia ella.

Puede que yo también sea un poco extraña…

Elena sonrió por la felicidad que sentía al inundar su mente con pensamientos sobre Carlisle.

—Funcionó. Ahora paso la mayor parte del día pensando en ti —habló Elena con voz perezosa mientras se apoyaba en el ancho hombro de Carlisle, sintiéndose algo cansada después de estar al aire libre durante un tiempo.

Carlisle miró fijamente el cabello dorado de Elena, el cual brillaba a la luz del sol. A pesar de su palidez enfermiza, sus ojos irradiaban bastante energía y, sin poder contenerse más, acarició con cuidado el cabello de Elena.

—Estoy locamente enamorado de ti. Por favor, quédate a mi lado durante mucho tiempo.

Elena sintió una leve nota de desesperación en las palabras de Carlisle. Parecía enfermo de preocupación desde que ella había sido alcanzada por la flecha. Sabía que si hubiera estado en su lugar, también habría estado tan asustada si Carlisle estuviera a punto de morir.

—Sí. Estaré a tu lado por mucho tiempo.

A pesar de la confianza en la respuesta de Elena, Carlisle solo mostró una sonrisa arrepentida. No había garantía de que Elena nunca saliera herida, no cuando el camino por delante de ellos era tan peligroso.

—A menos que muera, lo más probable es que me convierta en emperador. Sin embargo, depende de ti decidir qué tipo de emperador seré. —Ella lo miró confundida—. Tú sabes más que nadie lo egoísta y agresivo que soy. Difícilmente soy un santo. Así que te necesito a mi lado…

Elena se irguió para que sus ojos quedaran al mismo nivel que los de Carlisle. Nadie nunca antes le había dicho que la necesitaba de esa forma. Ahora que lo pensaba, siempre había sido así con él.

Un sentimiento se hinchó en su pecho. Elena se sentía tan feliz.

—Eres muy dulce, Caril. —Elena sonrió y tomó el rostro de Carlisle con sus manos delgadas—. Un hombre que no puede estar sin mí…

Aunque Elena no fuera consciente de ello, su belleza podría llegar a cautivar a cualquier hombre en el mundo. Carlisle agarró su mano, como si no pudiera contenerse más; sin embargo, tan pronto como lo hizo, aflojó su agarre. Su ceño se frunció mientras la miraba.

—Necesitas ganar algo de peso. Siento que te romperé si aplico un poco más de fuerza.

Elena estalló en carcajadas ante sus palabras. Era cierto que había perdido algo de peso, pero no era tan frágil como para hacerle daño con su mano; sin embargo, a Elena no le incomodaron aquellas palabras. Su pecho se calentó al pensar en su tierno trato hacia ella.

—No me romperé, así que puedes aferrarte a mí con fuerza.

—No me provoques, esposa mía. —Carlisle miró fijamente los vendajes en la espalda de Elena y continuó en voz baja—: Apenas puedo contenerme.

Elena entendió su significado y sonrió levemente.

Ahí, en el exuberante jardín del palacio del príncipe heredero, la pareja disfrutaba del sol de la tarde. No había cambiado mucho, pero Carlisle sintió una calidez filtrarse en él, la cual parecía provenir de otro mundo.

—¿Olvidaste algo? —preguntó él con una voz suave mientras abrazaba a Elena.

—¿Olvidar?

Elena pensó en los acontecimientos recientes para tratar de entender a qué se refería, pero no se le ocurrió nada. Desde su lesión, se la había pasado descansando confinada en su cama.

—No, creo que no.

Ante la respuesta de Elena, Carlisle sacó en silencio una pequeña caja de su bolsillo. Cuando la abrió, reveló el anillo con el rubí rojo.

Era el anillo que Elena había mandado a hacer para Carlisle. Tomó la caja con una mirada sorprendida.

—¿Olvidaste darme mi regalo?

—Pero, ¿cómo…?

—Lo encontré en tu vestido. Supe que era mío en el instante en que lo vi.

Elena se sonrojó. Estaba lista para dárselo, pero se sentía demasiado avergonzada como para pronunciar las palabras.

—¿Cómo estás tan seguro de que es tuyo?

—Es un anillo para un hombre —aseguró Carlisle.

—Sí —confirmó Elena.

—Así que es mío, por supuesto.

Elena sonrió ante su actitud inalterable.

Tuvieron una conversación similar antes, cuando ella todavía no entendía su forma de pensar. Elena le había preguntado qué haría si llegara a serle infiel, ante eso, Carlisle había respondido sin dudarlo.

—Los mataría a todos. A todos los hombres que entraran en contacto contigo.

—¿Y si no es solo uno o dos?

—Te lo dije, los mataría a todos. Y si no te detuvieras, mataría a todos los hombres del continente.

Aunque su pasión era dulce, las palabras en sí mismas eran bastante espantosas.

—Tal vez si llegara a ser el único hombre en el mundo, te fijarías solamente en mí.

—Si este es el anillo de otro hombre, ¿matarías a esa persona? —habló nuevamente Elena mientras miraba cariñosamente a Carlisle.

—Sí. Haría que fuera una muerte dolorosa.

¿Qué debo hacer con este hombre?, pensó Elena por un momento.

Sus palabras estaban llenas de locura, pero ella se sintió tan atraída por esa demostración de extremo afecto.

Las cejas de Carlisle se levantaron cuando Elena no respondió.

—No es realmente el anillo de otro hombre, ¿verdad? —comentó Carlisle con una voz más tranquila y curiosa. Elena no pudo contenerse más y lo abrazó; sin embargo, se detuvo cuando sintió una punzada de dolor en la espalda. Carlisle miró a Elena con preocupación cuando ella se quejó—. ¿Estás bien? Deberías tener más cuidado.

—Entonces deja de hacer expresiones tan entrañables. —Carlisle la miró fijamente con un semblante que denotaba claramente su incomprensión—. Si no fueras tú, ¿a quién más le daría este anillo? Por supuesto que te lo compré a ti. Quería hacerte una confesión increíble esa noche.

—No tienes que preocuparte por eso. Todo lo que dices me hace feliz —respondió Carlisle.

—Es lo mismo conmigo.

Elena sacó el anillo de la caja y lo deslizó cuidadosamente en el dedo anular izquierdo de su esposo.

Carlisle miró fijamente la joya en su mano, y pronto su rostro se iluminó con una sonrisa. Las comisuras en el borde de la boca de Elena tampoco pudieron evitar levantarse ante su reacción complacida, y terminó inclinándose para besar los labios de su amado.

Se separaron un momento para luego volver a abrazarse. Su euforia crecía como el fuego, tanto era así, que se sentían dichosamente mareados de felicidad.

♦ ♦ ♦

Carlisle se separó a regañadientes de Elena después de que ella se fuera a dormir una siesta. Había un asunto importante que había estado aplazando hasta ese momento.

El paso firme de Carlisle parecía tener una autoridad más resuelta mientras se dirigía hacia la mazmorra. Cuando llegó, encontró a Zenard esperándolo frente a una celda con gruesos barrotes de hierro. Su asistente hizo una profunda reverencia mientras se acercaba.

—Bienvenido, Su Alteza.

—¿No le tocaste ni un pelo como te ordené?

—Sí. Lo traje en buenas condiciones.

—Muy bien.

Después del breve intercambio, Carlisle entró a la celda para ver a Oswald Selby, el marqués, quien se encontraba encadenado.

Cuando se descubrió que el marqués Selby estaba detrás del intento de asesinato del príncipe, este trató de huir del país inmediatamente. Fueron los hombres de Carlisle los que lo atraparon y lo llevaron de vuelta al palacio.

Tan pronto como Oswald notó la presencia de Carlisle en la celda, lo miró con una expresión lamentable.

—Su Alteza, no soy el culpable. Usted sabe bien que no lo soy. Solo me encontraba cegado porque mi hija estaba en peligro. Testificaré ante todos. Así que, por favor, por favor… perdóneme la vida. —Sin embargo, Carlisle no se conmovió ante las súplicas desesperadas del marqués—. Su Alteza, créame. Fue la emperatriz. Esa mujer astuta me engañó para que tratara de matarle.

A pesar de haber hecho esa confesión, parecía que el príncipe escuchaba con desinterés. Oswald hizo una pausa en un breve momento de confusión, y fue entonces cuando Carlisle le habló:

—¿Esas fueron tus últimas palabras?

—¡S-Su Alteza!

Los ojos de Oswald se abrieron de miedo, pero Carlisle no tenía intención de entretenerlo más.

—¿Quieres que te diga algo? El informe oficial dice que sigues prófugo. Nadie sabe que estás retenido en este calabozo; por lo tanto, no te llevarán a juicio.

—¿Q-Qué…?

Oswald había asumido que el rostro de Carlisle era suavemente inexpresivo; sin embargo, cuando miró más de cerca, descubrió que estaba equivocado.

El príncipe tenía una mirada terrible, denotaba una ira apenas contenida.

El marqués Oswald retrocedió con miedo cuando el príncipe comenzó a acercarse lentamente hacia él. Estaba tan aterrorizado que ni siquiera podía mover la boca para hablar.

—¿Tu testimonio? No necesito eso. —Carlisle se acercó un paso más—. Incluso sin este, tengo mucho cebo para atrapar a la emperatriz. —La distancia entre ellos se cerraba con cada palabra—. No hay necesidad de entristecerse. Todos los involucrados morirán al igual que tú.

El rostro de Oswald palideció.

—P-Por favor, Su Alteza.

—Te mataré ahora. Y lo haré de la forma más dolorosa posible.

Poco después, los gritos de Oswald resonaron en la mazmorra.

Zenard, quien estaba parado fuera de la celda, miró hacia adentro. Había esperado eso cuando Carlisle le ordenó que no le hiciera daño al marqués.

—Debió haberse suicidado antes de que llegara el príncipe… —susurró Zenard.

♦ ♦ ♦

Elena, quien estaba tomando una siesta en su habitación, despertó antes de lo habitual. No era del tipo de persona que durmiera durante mucho tiempo, y cuanto más mejoraba su condición, menos necesitaba descansar.

Cuando abrió los ojos, notó que Carlisle no estaba a su lado, por lo que inclinó la cabeza con asombro.

¿A dónde fue?

Sin embargo, pronto descartó ese pensamiento, debido a que sabía de antemano que él tenía una agenda ocupada. Seguramente tenía algo urgente que atender.

Elena se estaba levantando en silencio de la cama cuando la niñera, quien había venido a verla, se acercó a ella a toda prisa.

—¿Acaba de despertar Su Alteza?

—Sí. Debo estar mejor porque ya no duermo por tanto tiempo.

—Qué alivio. Mientras dormía, llegó un mensajero del emperador.

—¿Del emperador?

—Sí. Si es que se encuentra dispuesta, el emperador quiere verla el día de hoy.

—Ahhh…

La convocatoria del emperador Sullivan despertó recuerdos en ella.

Había prometido, en su última reunión, que revelaría los secretos del anillo de cuentas azules de Carlisle la próxima vez que se vieran. Tal vez hasta podría enterarse qué eran esas escamas negras que aparecieron en el cuerpo de su esposo. Fue a causa de la mala salud del emperador que su reunión se había retrasado.

Sin embargo, él estaba preguntando por ella ahora… Eso significaba que finalmente descubriría los secretos del anillo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 

error: Contenido protegido