Dama Caballero – Capítulo 94: Debería ser mío

Traducido por Dea

Editado por Gia


Sarah volvía de su visita habitual a la mansión de Helen; sin embargo, ese día habían muchos mendigos en la calle, los cuales estaban rodeando el carruaje.

—Por favor, ayúdenos.

—No he comido nada en dos días.

Sarah se pellizcó con delicadeza la nariz con una mano y luego se inclinó para hablar con el conductor del carruaje.

—¿No puedes ir un poco más rápido?

—Lo lamento, mi señorita. Los mendigos están bloqueando el camino.

—Aggg.

Frunció el ceño cuando de pronto…

La ventana del carruaje se abrió y una mano entró. Sarah estaba demasiado asustada como para gritar y se quedó paralizada. La mano dejó caer una carta y luego desapareció con rapidez.

—¡Ahhh!

Cuando finalmente dejó escapar un grito, ya todo había pasado. El conductor se volvió hacia ella alarmado.

—¿Qué ocurre, mi señorita?

—Eso…

Con un dedo tembloroso apuntó a la carta, pero tan pronto como la razón comenzó a volver a ella, se dio cuenta de que había algo extraño. De las innumerables visitas que realizó a la residencia de Helen, nunca antes habían aparecido tantos mendigos en esa calle. ¿Por qué la rodearon ese día? Mucho más importante, el repentino intruso no la había lastimado. Era probable que los indigentes no lo fueran en realidad, y que su presencia en la calle tenía algún propósito.

Quizás…

Se recuperó con rapidez y miró por la ventana del carruaje. Los mendigos que los habían rodeado ya no estaban, desaparecieron como si ya hubieran cumplido su tarea. La duda se transformó en certeza. Todo resultó ser un teatro para entregarle una carta.

¿Quién envió la carta?

La confusión de Sarah se convirtió en un análisis profundo.

—Mi señorita, ¿se encuentra bien? —El conductor, sin darse cuenta de lo que estaba pasando, habló con voz preocupada.

—Ah, sí. No es nada.

Sarah recogió la carta del suelo y la abrió. Empezó a leer el contenido con escepticismo, pero su expresión se fue oscureciendo a medida que avanzaba. Y cuando llegó a casa…

—¡Mi señorita!

El criado se sobresaltó cuando abrió la puerta del carruaje. Sarah estaba sentada dentro, luciendo pálida y extremadamente exhausta. Los sirvientes de la familia Jenner se apresuraron a ayudarla, pero ella se mordió los labios temblorosos y guardó la carta.

Lo que estaba dentro…

Nadie debía saberlo.

♦ ♦ ♦

El día de la fiesta se acercaba con rapidez. Isaac le envió los resultados de su trabajo a Elena después de tres días, tal y como le había prometido. Todo iba según lo planeado, y lo único que quedaba era atraer a Helen a su trampa.

Se escuchó el suave sonido de la seda cuando Elena ató la corbata en el cuello de Carlisle. Se había vuelto parte de su rutina diaria, y era mucho más hábil ahora que en su primer intento. Mientras lo hacía, mantuvo con firmeza su mirada lejos de los ojos penetrantes de su esposo.

—¿Ha habido algún cambio de opinión? —mencionó Carlisle en voz baja.

Las mejillas de Elena de repente se tiñeron de un tono rosado por la culpa.

—¿Por qué de pronto me estás preguntando eso? —habló con cuidado, preocupada de que sus sentimientos por él estuvieran escritos en su rostro.

Carlisle observó el vestido y la joyería que Elena estaba utilizando, los cuales eran mucho más llamativos de los que habitualmente empleaba.

—Hoy estás vestida mucho más hermosa de lo usual, pero no creo que sea para mis ojos.

—Ahhh…

Pudo entender a qué se refería. La observación de Carlisle no era errónea. Ese día, Elena había puesto un gran esfuerzo para lucir lo más hermosa posible. Llevaba las joyas de esmeralda raras y distintivas que Carlisle le había dado, y eligió el vestido más llamativo que Mirabelle jamás hubiera preparado. Si el príncipe heredero aparecía en la fiesta cuando habían rumores de que tomaría a una segunda esposa, era evidente que todos mirarían a Elena. No tenía ninguna intención de desanimarse en frente de los nobles.

—Yo… No estoy segura, Caril, pero para las mujeres, un vestido hermoso es como un arma en la sociedad.

Carlisle soltó una risa suave.

—Todos deberían estar nerviosos de verte completamente armada.

Carlisle no sabía que era él quien la hacía sentir nerviosa. Llevaba un hermoso abrigo negro de cola de golondrina, y estaba garantizado que llamaría la atención de todas las mujeres en la fiesta. Elena quería estar en la posición que todas codiciaban, justo al lado de Carlisle. El lugar junto a su mano derecha era suyo por completo.

—Terminé.

Alisó la corbata con una mano, y antes de que pudiera detenerse, miró a los ojos de Carlisle. Se dio cuenta de que la observaba con una sonrisa suave en su rostro

Su corazón latía con fuerza en su pecho, pero se las arregló para devolverle el gesto con una sonrisa calmada. Cada momento con Carlisle era como un regalo. Cuando cautelosamente llegó a ser consciente de sus sentimientos, fue capaz de experimentar la emoción por completo.

—¿Por qué no tomamos un poco de aire después de la fiesta?

—¿Aire?

Lo miró con curiosidad.

—No has salido del palacio imperial desde que nos casamos. Debe ser frustrante no tener la oportunidad de hacerlo —respondió con un tono amable.

—No lo sé… La vida en el palacio resultó ser mucho más ocupada de lo que esperaba.

Y aún así, de alguna forma, Carlisle logró colarse en el corazón de Elena.

—Piénsalo.

Extendió su mano hacia ella, viéndose tan apuesto como siempre. Ahora que estaban completamente preparados, era momento de ir a la fiesta. Elena asintió y tomó su mano sin decir una palabra. Cuando la pareja salió del palacio, Zenard, quien esperaba en la entrada, anunció su aparición.

—¡Salve a Su Alteza Real, el príncipe heredero, y a Su Alteza Real, la princesa heredera!

La gente fuera del palacio les cedió el paso. Todos se inclinaron y corearon en voz alta:

—¡Salve al príncipe heredero y a la princesa heredera! ¡Gloria eterna al Imperio Ruford!

Las voces se elevaron juntas, como si se trataran de un solo grito fuerte, y ambos subieron lentamente al carruaje dorado. Al principio, a Elena le pareció bastante ruidoso el viaje, pero poco a poco se fue acostumbrando.

Fijó su mirada en el perfil de Carlisle. Cuando lo conoció por primera vez, le propuso el matrimonio para cumplir sus propios propósitos… pero ahora esperaba poder estar con él por mucho más tiempo.

Como si supiera que lo observaba, Carlisle apartó su rostro de la ventana para verla a los ojos. Parecía una imagen de ensueño, apoyado en su codo mientras el cálido sol de la tarde lo envolvía. Sus ojos azul zafiro ardían con un calor misterioso.

—No te veas tan hermosa, mi esposa. Si sigues mirándome así, querré llevarte a otro lugar.

Elena no pudo evitar soltar una pequeña risa. La miraba con tanta dulzura, que le hizo sentir cosquillas en el corazón.

♦ ♦ ♦

Para Helen, la fiesta de ese día no era menos que una batalla. Tenía preparado el afrodisiaco para Carlisle, pero aún así, se había embellecido lo mejor que pudo. Después de todo, fue nominada como la Virgen del baile, y aunque había sido eclipsada por Elena, estaba orgullosa de ser considerada como una de las bellezas que representaban a la región sur.

Helen se preparó ese día con el mejor vestido hecho en el Reino Freegrand. Además, se colocó las joyas más caras que tenía, y completó tanto su maquillaje como su peinado en el salón más famoso de la capital. Estaba segura de que luciría más exquisita que cualquier otra mujer en la fiesta.

En ese momento, estaba en su carruaje, murmurando para sí misma mientras seguía comprobando su apariencia en el espejo.

—Creo que es mejor colocar la decoración del cabello hacia la izquierda. —Helen le había pedido al salón de belleza que lo colocara a la derecha, pero tras mirarse en el espejo, pensó que era mejor colocarlo a la izquierda. Se vio obligada a llamar a la criada que estaba sentada en el suelo del carruaje—. Ven aquí y arregla mi cabello.

—¿Y-Yo, mi señorita?

Tilda fue quien había acompañado a Helen a la fiesta ese día.

—¿Quién más podría ser? ¿Debo pedirle al conductor que toque mi cabeza? ¿Eh?

—Oh, no, mi señorita.

Cuando el carruaje se detuvo por un momento, Tilda se movió apresuradamente del suelo al asiento donde estaba Helen.

—¿Cómo le gustaría que lo pusiera?

—Quita el adorno de aquí y cámbialo de lugar. Ponlo a la izquierda.

—S-Sí.

Tilda trató de retirar con cuidado el adorno cuando…

—¡Ah!

Helen soltó un breve grito y luego abofeteó a Tilda en la mejilla.

—¿No puedes hacerlo bien? ¿Acaso sabes qué día es hoy?

—L-Lo lamento, mi señorita.

El repentino ataque de Helen hizo que Tilda cayera a un lado del carruaje, pero la criada se levantó con rapidez. Sabía por experiencia que si no lo hacía de manera apropiada, Helen no se detendría ahí. Sus hombros estaban tensos mientras tocaba el cabello de Helen con más cuidado que antes.

Después de un momento, Tilda pudo cambiar con éxito la posición del adorno.

—Ah, si las cosas van mal hoy, será tu culpa —habló Helen mientras se admiraba en el espejo.

—L-Lo lamento.

Tilda había hecho todo lo que Helen le había pedido, pero no obtuvo ningún elogio de su parte. Mientras trataba de regresar a su posición original, el carruaje comenzó a disminuir la velocidad, lo que significaba que se acercaban a la fiesta. Helen se volvió hacia Tilda con un brillo feroz en sus ojos.

—Siéntate de una vez en el suelo y escóndete. No quiero que otras personas te vean en el carruaje conmigo.

—Sí, mi señorita.

Tilda se agachó y se escondió rápidamente para que nadie pudiera verla desde la ventana. Helen observó a la doncella, y luego dirigió su mirada hacia los nobles que estaban fuera del salón de fiestas.

—¿Dónde está Sarah en este momento? Me vería mejor si ella estuviera frente a mí… —Helen miró otra vez a Tilda con el ceño fruncido—. Tú, encuentra a Sarah y tráela.

—¿A-Ahora?

—Hmm. Puedes ir a buscar el carruaje de Sarah más tarde.

—S-Sí, entiendo.

—No te dirijas a mí dos veces.

Cuando la irritación de la joven se intensificó, Tilda cerró su boca de inmediato. Helen odiaba intercambiar palabras con sirvientes de clase baja por un extenso periodo de tiempo.

Cuando el carruaje se detuvo por completo, Helen cambió la mueca de desprecio de su rostro, y salió del carruaje con una sonrisa agradable. Tilda estaba acostumbrada a sus diferentes estados de ánimo, por lo que se retiró asustada mientras miraba la espalda de la dama alejándose.

Helen fue recibida por nobles de todos lados al entrar al salón.

—Oh, ¿es esa lady Selby? Se ve absolutamente deslumbrante…

—¿Dónde consiguió ese vestido? Dios mío, es tan hermoso.

Nadie se atrevería a hablar mal de la dama de honor de la emperatriz. Helen lució una sonrisa orgullosa en su rostro mientras caminaba a través de la sala.

—No tiene sentido decirles dónde conseguí el vestido. Es tan caro que ninguno de ustedes podría comprarlo.

Algunas personas se congelaron ante las palabras de Helen, pero pronto los nobles sonrieron, tal y como se acostumbraba en la sociedad. Cuando Helen sintió los ojos de los incontables hombres aristocráticos sobre su figura, su ánimo se disparó.

¿Dónde está el príncipe heredero?

Ella deseaba mostrarle a Carlisle esa hermosa imagen suya. Helen estaba dando un paseo solitario por la fiesta cuando…

La entrada se abrió, y un hombre gritó en voz alta:

—¡Sus Altezas, el príncipe heredero y la princesa heredera están aquí!

Todos los hombres y mujeres de la habitación se inclinaron para saludar a Carlisle y a Elena cuando entraron a la estancia. El príncipe era todo un espectáculo, pero su esposa lo era aún más. Helen se agarró el pecho mientras miraba la hermosa figura de Carlisle.

Esa posición debería ser mía.

Tendría que ser ella, y no Elena, quien estuviera junto a Carlisle. Lucían hermosos juntos, lo suficiente como para hacerla sentir celosa, pero ese día, Helen sintió que no se quedaría atrás. La cantidad de dinero que había invertido en su vestido y joyas era exorbitante.

Su corazón latió con emoción mientras tocaba el brazalete en su muñeca, diseñado especialmente para verter el afrodisíaco cuando ella lo girara.

Y esa noche…

Carlisle sería suyo.

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