Dama Caballero – Capítulo 98: Es tu elección

Traducido por Kiara

Editado por Gia


La investigación sobre Helen avanzaba a un ritmo constante. Todo transcurría sin problemas, según lo planeado y con Elena cuidando hasta el más mínimo detalle para que Helen no pudiera escapar.

De pie frente a Elena ahora estaba Sarah, quien había terminado de dar su testimonio. La joven se inclinó profundamente y con una sonrisa astuta en su rostro.

—Salve a la princesa heredera. Gloria eterna al Imperio Ruford.

—Toma asiento —le indicó Elena con la mirada puesta en la silla frente a ella.

—Gracias, Su Alteza.

Sarah se tensó ante el comportamiento frío de Elena, pero en el exterior mantuvo su sonrisa. La joven había quedado firmemente atrapada en la red de Elena, razón por la cual traicionó a Helen aquella noche.

Todo comenzó con una sola carta que describía los diversos crímenes que la familia Jenner había cometido en secreto. También proporcionaba los detalles en los que Helen obtuvo el afrodisíaco, lo que demostraba su participación.

Al final de la carta, Elena hizo dos demandas.

«Hay dos condiciones para mantener todo esto en silencio.

Primero, testifica que lady Selby compró el afrodisíaco. Segundo, obtén el antídoto y tráemelo.

La decisión es tuya».

Si el contenido de la carta se hiciera público, estaba destinado a ser un golpe fatal para la familia Jenner. Además, la casa Jenner era considerablemente menos influyente que la familia Selby, y no habría nadie que pudiera salvarla si se revelaba que estaba relacionada con el escándalo.

Sarah no tardó mucho en tomar su decisión. Ella eligió traicionar a Helen sin mirar atrás. Se había escondido en el pasillo el día de la fiesta, entregándole en secreto el té a Helen, para luego ir directamente con Elena a informarle y que esta pudiera llevar a los guardias a tiempo. Sarah era ahora un parásito que dependía de Elena para sobrevivir, lo quisiera o no. Toda la ayuda que la familia Jenner recibió del marqués Selby fue eliminada de inmediato, y la princesa heredera era la única que podía protegerla actualmente. Como tal, Sarah se vio obligada a congraciarse con Elena.

—Alcancé a ver a lady Selby mientras estaba dando mi testimonio. Claramente se merece lo que le está pasando.

—Sí —contestó Elena.

Sarah se sorprendió brevemente por la respuesta de Elena, pero se compuso de forma rápida y profundizó su sonrisa.

Lady Selby cometió una insensatez al ignorar a la princesa heredera. Su Alteza es muy sabia, pudo aprovechar esa gran oportunidad para mostrarle su poder.

No hubo cambio en la expresión de Elena, y Sarah se estremeció por dentro.

Terminó inclinando la cabeza pensativa. Su familia era relativamente pobre y había vivido a merced de otras más poderosas. Hasta ahora, las palabras dulces de Sarah siempre habían funcionado con las demás jóvenes nobles, pero Elena no estaba respondiendo de la manera que esperaba. Sarah miró confundida a la princesa heredera, mientras que esta última comenzó a hablar:

—No tengo intención de perdonar a lady Selby por lo que ha hecho. Cualquiera que la ayude no podrá escapar.

Sara dejó de pensar y rápidamente asintió.

—Todo se debe a su ingenio, Su Alteza.

—Sí… Mientras tanto, se ha desempeñado bien, lady Jenner.

—Por supuesto. Sirvo como sus manos y pies no solo en el presente, sino también en el futuro, Su Alteza.

Elena sonrió levemente cuando observó que Sarah cambiaba de posición tan rápido.

—Espero que así sea. —Elena se levantó de su asiento primero, señalando el final de la conversación—. Lady Jenner volvamos a encontrarnos en otra oportunidad. No me siento bien y debo descansar.

Era una clara invitación para que la joven se fuera. Sarah se sentía un poco impaciente porque la conversación no fluyó tan bien como ella pretendía; sin embargo, teniendo en cuenta que hasta hace poco había sido enemiga de Elena, era natural que no se volvieran íntimas tan rápido.

Aun así, Sarah no quería retirarse tan abruptamente. Ahora que no contaba con Helen como protectora, tenía que cobrar los beneficios por ponerse del lado de Elena. Sin embargo, no dijo nada, dado que era una tontería mostrar sus intenciones tan rápido, por lo que esbozó una sonrisa falsa.

—Lamento que no se sienta bien. Cuando regrese a casa, le enviaré algunos remedios que son muy buenos.

—Estaré bien, pero gracias por ofrecerte.

—Por supuesto. Ahora que estoy de su lado, me preocupo por su bienestar.

Quería permanecer a salvo en el mismo lado. Elena pudo penetrar el significado oculto de inmediato, aunque Sarah no se dio cuenta de ello.

—Te veré pronto.

Juzgando la situación y dado que ya no era necesario quedarse por más tiempo, Sarah se puso de pie e hizo una reverencia.

Elena la observó mientras salía. Los sentimientos que tenía en ese momento eran demasiado complicados como para expresarlos en una sola palabra. No confiaba plenamente en la otra joven que una vez la intimidó, pero para ganar poder en la sociedad, necesitaba de alguien que fuera astuta, a diferencia de Margaret. Elena no estaba del todo cómoda con Sarah, pero en lugar de castigarla, decidió que se aprovecharía de esta nueva amiga por un buen tiempo.

Es cierto que esto será más fácil con la ayuda de lady Jenner.

No podía confiar en Sarah, pero tampoco podía evitar preguntarse cuál de los enemigos del ayer estaría de su lado en el futuro.

Elena caminó en silencio, y la niñera se acercó.

—¿A dónde le gustaría ir, Su Alteza?

—¿Dónde está recluida lady Selby?

Tenía una pregunta que quería hacerle a Helen ella misma.

♦ ♦ ♦

Helen fue encerrada en un calabozo sombrío y lúgubre. Se ordenó al interrogador que no le diera un trato preferencial, a pesar de ser una noble, por lo que su situación resultó ser igual que la de otros criminales. Atentar contra la vida del príncipe heredero se consideraba un delito grave.

Mientras Elena descendía las escaleras de piedra del sótano, varios pensamientos pasaron por su mente.

Helen y ella nunca se habían enredado en sus vidas pasadas, incluso Elena apenas podía recordar a la otra mujer. Mirabelle afirmó que la joven le había acosado en varias ocasiones, pero Elena lo encontró desconcertante. ¿Cómo llegó Helen a tener tanto rencor hacia ella?

Elena finalmente se detuvo frente a una celda con fríos barrotes de acero. Dentro había una mujer encadenada, su anterior aspecto cuidado y hermoso pasó a ser estropeado y desaliñado. Su vestido se había deshilachado y su cabello estaba enmarañado por el tiempo que había pasado en prisión.

Helen levantó la cabeza cuando escuchó los pasos de Elena y sus miradas se encontraron bruscamente. Los ojos de Helen se volvieron venenosos tan pronto como reconocieron a Elena.

—¿Viniste aquí para reírte de mí?

Helen hizo caso omiso de cualquier pretensión y se burló de Elena abiertamente. Sin embargo, esta última no le prestó atención, debido a que no había ido ahí esperando ser tratada con ninguna clase de formalidad.

—Parece que has pasado por mucho.

—¿No puedes verlo con tus propios ojos? ¡Tú eres quien me hizo pasar por esto, Elena Blaise! —gritó Helen con furia, pero Elena ni siquiera parpadeó.

—Mi nombre ahora es Elena Ruford, no Elena Blaise. No importan tus palabras torcidas, solo tú eres la culpable de esta situación.

—¿Qué?

—Te di una advertencia final en la recepción de la boda para que nunca más te cruzaras en mi camino. —Los ojos de Helen se agrandaron al recordar la conversación de ese día. Elena continuó con una voz tranquila—: No soy de las que toleran las malas acciones hacia mi persona. ¿Esperabas que fuera amable después de que me provocarás?

—¿Qué demonios está mal con eso? ¡Tú eres quien empezó todo esto! —le gritó Helen con amarga desesperación.

Justo eso era por lo que Elena tenía curiosidad. ¿Por qué Helen la odiaba tanto?

—¿Qué mal te he hecho?

No sabía cómo respondería Helen, y la verdad era que Elena había estado tan ocupada tratando de proteger a su familia que la otra mujer no había entrado mucho en su mente.

—Siempre has robado la atención de todos, incluso en la sociedad sureña. Si no hubiera sido por tu culpa, no habría sufrido tanto, no te odiaría como ahora. ¡Soy la hija del marqués Selby! ¡Soy superior a ti! ¡No eres más que la mísera hija de un conde! —respondió Helen de inmediato.

Elena no esperaba que esa fuera la única razón y observó a Helen con una mirada de sorpresa.

—¿Es así? Lady Selby, ¿qué razón tienes para envidiarme? No solo vienes de una buena familia, eres una mujer hermosa.

—¡Sí! ¡Merezco ser admirada en todas partes! ¡Pero te atreviste a interponerte en mi camino! ¡Si te hubieras apartado del príncipe heredero, él me habría amado a mí!

Las cadenas de hierro tintinearon mientras luchaba contra ellas.

Elena no respondió. No podía encontrar ni pies ni cabeza en el razonamiento de Helen. La joven Selby tenía riqueza, una familia que la amaba, podría haberse casado en una buena posición y terminar viviendo una vida feliz. Sin embargo, al parecer no podía soportar que Elena estuviera delante de ella en absoluto.

Nunca pensé en su nombre en mi anterior vida, pero ahora entiendo por qué…

Helen habría estado celosa de cualquiera que tuviera más de lo que ella tenía, sin importar de quién se tratase. Elena solo resultó ser el objetivo de su envidia en esta vida.

—Por primera vez, siento pena por ti.

—¿Qué?

Los ojos de Helen brillaron como dagas ante la expresión de lástima de Elena. Helen había sido la envidia de muchos, pero nadie le dijo nunca que la compadecía.

—¡Crees que estarás a salvo después de tratarme así! Es fácil pensarlo porque eres la princesa, ¡pero yo tengo a la emperatriz y a la familia Selby detrás de mí! Si crees que esto terminará aquí, ¡estás equivocada! ¡¿Lo entiendes?! —arremetió Helen con rabia.

Las cadenas resonaron ruidosamente cuando Helen tiró de estas con más fuerza. Elena miró en silencio la lucha de la joven e inmediatamente se dio la vuelta.

—¡Cuando salga de aquí, te destruiré sin importar qué! ¡No te atrevas a pensar que puedes hacerme esto y permanecer a salvo! ¡Haré que te arrastres bajo mis pies! —gritó Helen a la espalda de Elena que se alejaba.

Elena salió de la mazmorra sin mirar atrás. Lo único que sentía era lástima.

♦ ♦ ♦

Al mismo tiempo, en el palacio de la emperatriz.

El rostro del marqués Oswald estaba demacrado. Hasta el momento, sabía que las probabilidades estaban en contra de Helen, pero cuanto más investigaba, más se daba cuenta de lo grave que era la situación. No importaba cuánto oro ofreciera, nadie se atrevería a ayudarlo.

—¿No es demasiado duro acusar a mi hija de intento de asesinato cuando simplemente usó un afrodisíaco? —indicó el marqués con una mirada sombría en su rostro.

Estaba claramente agitado, pero Ofelia, como de costumbre, yacía cómodamente en un sofá largo y con una pipa en la boca.

—Ella tomó la decisión de hacerlo, sin tomar ningún tipo de precaución.

El marqués Oswald apretó los dientes. Sabía que la emperatriz tenía planes de convertir a su hija en la esposa del príncipe Carlisle, por lo que no podía enemistarse con ella. Justo ahora, necesitaba su ayuda más que la de nadie.

—Majestad, reserve el castigo para más tarde y salve a mi hija primero. ¿No es muy hermosa?

—Ciertamente lo es, y la acogí como mi dama de honor; sin embargo, ¿cómo me ha servido hasta ahora? Tu hija me dejaría en ridículo.

El marqués ya había estado temprano en el palacio, pero regresó al no encontrar otra salida a la situación de su hija. En su desesperación, rápidamente sacó un cheque.

—Por favor, reconsidere, Majestad. La familia Selby nunca olvidará esta gracia.

La emperatriz Ofelia resopló mientras miraba la cantidad escrita en el papel.

—¿Pensaste que podrías persuadirme solo con eso?

—¡S-Su Majestad…!

La oferta del marqués no era pequeña y fácilmente podría mantener a una familia durante varios años.

—No es que no desee ayudarte, pero ella no tiene esperanza. ¿Cómo puedo salvar a un tigre que ya ha caído en la trampa? —El rostro del marqués se oscureció ante los continuos rechazos. La emperatriz lo miró y continuó—: Solo hay una manera. Deshazte del origen del problema.

—¿Q-Qué…?

Una sonrisa apareció en la comisura de los labios de la emperatriz.

—Tráeme la cabeza del príncipe heredero. Cuando Redfield se convierta en emperador, te nombraré primer oficial.

—¡P-Pero…!

Los ojos del marqués se abrieron ante la sorprendente sugerencia. Ofelia, de forma casual, respiró hondo de su pipa y expulsó el humo blanco en el aire.

—Haz tu elección. Dejarla morir o… —Los ojos de Ofelia brillaron como los de una serpiente justo antes de continuar—: o darme la cabeza del príncipe heredero.

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