El contrato de la Princesa y la Duquesa Monstruosa – Capítulo 15

Traducido por Ichigo

Editado por Lucy


¿Eli compartiendo? Leslie hizo una media sonrisa ante ese pensamiento imposible. Ella nunca lo haría, en especial con ella y, sobre todo, porque el vestido púrpura era un pedido especial hecho a medida. Leslie recordaba que Eli había estado esperando y molestando a la costurera durante meses para conseguirlo. Así que era imposible que lo compartiera con ella, al menos no por la bondad de su corazón.

¿Alguna vez me ha regalado incluso un trozo de tela?

Eli sentaba a Leslie frente a ella mientras rasgaba sus viejos y demasiado pequeños vestidos con una sonrisa. Sus ojos verdes la miraban fijo y se burlaban con malicia. Susurraba que ella nunca tendría los vestidos ni nada por el estilo.

Por instinto, Leslie tuvo una náusea repentina. Sintiendo el creciente agotamiento, volvió a la cama. Leah la llamó frenética.

—¡Señorita Leslie!

—Salga. Estoy cansada. Voy a tomar una siesta.

—¡No, no! El marqués ha solicitado su presencia para el almuerzo. Tiene que ir a verle con ese vestido puesto.

—¿El marqués? ¿Qué acaba de decir? —se incorporó, sorprendida.

—¿Qué quiere decir con “el marqués”? Llámalo padre. Ahora, repite después de mí. ¡Padre!

—Déjate de tonterías y contéstame. ¿El marqués lo pidió?

Leslie no cedió y Leah continuó bastante malhumorada.

—Sí, lo ha hecho. Solicitó tu presencia para que toda la familia pueda almorzar junta. También ha dado órdenes especiales al chef para que prepare todos tus platos favoritos.

Leah apartó el vestido a la vista de Leslie, casi tocando su nariz. La instó en silencio a cambiarse y a reunirse con el marqués. Pero ella estaba demasiado distraída con millones de pensamientos.

¿Una comida familiar? La cena familiar que Leslie recordaba era siempre sin ella. Aunque estuvieran en el mismo comedor, siempre se sentaba más lejos. A menudo, se sentaba en una silla pequeña y rota que crujía de forma estrepitosa ante el menor movimiento. Y cada vez que lo hacía, su supuesta familia le lanzaba una mirada de muerte.

¿Y cómo era la comida? Mientras el resto se rodeaba de platos deliciosos que hacían la boca agua, a Leslie le daban una sopa fría de patatas con pan seco y duro como una piedra. Mientras sus labios se engrasaban y se llenaban de risas, Leslie tenía que comer sola en su rincón, ignorada y olvidada.

—No voy a ir.

Leslie se dejó caer de nuevo en la cama, tirando de las sábanas sobre su cabeza. Una clara expresión de rechazo. Al ver la respuesta de Leslie, Leah se arrodilló y suplicó.

—¡Por favor, señorita! Tu padre quiere verte. Ahora, ahora. Venga, vamos. Te llevaré de la mano hasta el comedor.

Con cada palabra, la paciencia de Leslie se estaba agotando. Leah estaba usando todo contra ella. Hace unos años, ella había recibido una fuerte paliza y se había lesionado la pierna. Le dolía tanto que le parecía imposible bajar las escaleras. Entonces, le suplicó a Leah que le tomara de la mano, pero ella se negó con frialdad. Y ahora era ella la que le pedía su mano.

—No quiero verlo.

—Señorita…

Cada vez que Leslie tiraba de las sábanas sobre su cabeza, por lo general Leah se rendía y se iba. Pero hoy fue demasiado persistente.

—Me castigarán si no vas a comer.

—Ajá —se burló.

No era la primera vez que el marqués golpeaba a los empleados. Pero por lo general tenía un objetivo mejor y prefería desahogarse con Leslie que con los empleados de la mansión. Pero esta vez, Leah podría estar en el extremo receptor, por lo tanto, la persistencia.

¿Por qué debería importarme? Leslie no respondió y cerró los ojos. Se irá por voluntad propia dentro de un rato, pensó.

—Venga, por favor, señorita Leslie. Es usted una buena chica, ¿verdad? Vamos a disfrutar juntos de un buen almuerzo familiar. Los cocineros están trabajando duro para preparar todos tus favoritos. Y tu padre estará de muy buen humor cuando te vea. Ha sido muy duro con todos nosotros en este último tiempo.

Al final, Leslie se levantó de la cama. Por eso, asintió a la respuesta. La razón por la que los empleados habían sido amables de forma falsa con ella era porque el marqués lo había ordenado. El rostro de Leah se iluminó ante su respuesta.

—Bien. Iré.

Tengo que averiguar lo que está planeando, decidió mientras se ponía los zapatos. Leah la observaba como un caballero de brillante armadura. Debía estar muy preocupada por la furia del marqués. Por supuesto, ella era una de las testigos más frecuentes de los arrebatos del marqués contra Leslie y sabía demasiado bien los dolores que era capaz de infringir. Al ver que Leah suspiraba aliviada, la niña añadió.

—Pero no voy a llevar ese vestido. Bajaré con lo que tengo puesto.

El mero hecho de mirar el vestido le producía náuseas y un poco de vómito en la boca. No lo quería cerca de ella.

♦ ♦ ♦

¿Qué es esto?

La piel de porcelana de Eli estaba arrugada, haciéndola parecer más vieja de lo que era. Sus hermosos ojos esmeralda bajo voluminosas pestañas doradas perdían su brillo mientras se volvían turbios por la frustración y la ira. ¿Qué hace ella aquí?

Todo le ponía de los nervios desde hace días. Entonces, esta mañana, uno de sus vestidos más preciados desapareció. Era uno de la famosa boutique Arlong que esperó meses para tener por fin en sus manos. Pero ninguna de las sirvientas pudo encontrarlo y nadie pudo responder sobre su paradero.

La ira brotó de lo más profundo de su ser y Eli se hartó. Acusó a una de las criadas encargadas de cuidar sus vestidos y la despidió. La criada lloró y gimió que no había sido ella, pero no le sirvió de nada. En cambio, sus gritos la llevaron al límite y la golpeó hasta hacerla pedazos. Al menos, saber que le iban a hacer un vestido nuevo con su madre la animó lo suficiente para bajar.

—¿Por qué estás sentada ahí? Ese es mi asiento. ¿Por qué estás aquí en primer lugar?

En el momento en que Eli entró en el comedor, algo brilló directo en sus ojos, cegándola por un momento. Cuando se recuperó, vio a la chica de pelo plateado sentada en su asiento, donde el sol brillaba directo para dar calor y un cierto efecto de brillo a Eli. La chica miraba fijo los cubiertos que le pertenecían.

¡Es mi asiento y mis cubiertos! Se suponía que Leslie estaba viviendo por el bien de Eli, pero en el último tiempo ella había sido su mayor fuerte de ansiedad. La situación había cambiado de repente y la chica estaba ascendiendo en la jerarquía. Lo más molesto es que incluso los sirvientes y las criadas eran educados con ella. Eli comenzó a sentirse ansiosa.

—¡Muévete!

¿Por qué iba a sentirse ansiosa y amenazada en la mesa del comedor? Eli dio largas y rápidas zancadas hacia Leslie y gritó. Sus manos salieron disparadas para agarrarla por el pelo.

—¡Eli!

Por desgracia, fue detenida en el aire. Se giró para ver a la persona que se atrevía a frenarla. Para su sorpresa, era su propio padre. El marqués tenía una extraña mirada de decepción mientras miraba a su preciosa hija.

—¡Qué grosero! Avergüénzate de ti misma. ¿Cómo has podido hacer algo así a tu hermana?

—¿Padre?

Eli miró a su padre confundida. ¿Acaba de avergonzarme? ¿Acaba de sermonearme?

Ella nunca había sido sermoneada o disciplinada hasta este momento. En sus quince años de vida, hiciera lo que hiciera, nunca nadie la había tratado de esa manera. Incluso cuando golpeaba y hería a los empleados de la mansión por diversión y cuando compraba demasiados vestidos y joyas o tenía otros comportamientos malcriados y mocosos, ni una sola vez sus padres le levantaron la voz. Por eso, escuchar esas palabras de su padre fue muy chocante.

—Pero, mira, padre. Esta inútil está en mi asiendo con sus manitas sucias sobre mis preciosos cubiertos.

En un instante, las lágrimas brotaron de los ojos de Eli y el enrojecimiento se extendió por su rostro como si una mancha de tinta cayera sobre el agua. Tenía un aspecto bastante lamentable. Por lo general, su padre corría hacia ella, la consolaba y escuchaba cada una de sus palabras, y al final cumplía sus deseos. Y lo haría como siempre. Eli lo miró expectante.

—¿Intentaste herir a tu hermana por una silla y unos cubiertos? Estoy muy decepcionado contigo, Eli.

—¿Qué?

Los ojos de la niña se abrieron de par en par por la sorpresa. Pero el marqués ignoró su reacción y buscó los ojos de Leslie, sonriendo. Rápido la escudriñó, inspeccionando y eligiendo con cuidado sus siguientes palabras.

—Leslie, mi amadísima hija. ¿Cómo estás esta mañana? ¿Has dormido bien? ¿Por qué no te has puesto el vestido que te envié? Lo elegí porque hacía juego con tus delicados ojos morados. Ah, no te habrá gustado. No te preocupes. Papá te comprará otro vestido hermoso y caro.

—C-cariño…

Al ver que el marqués arrullaba a Leslie, tanto Eli como la marquesa, que acababa de entrar en el comedor, se quedaron heladas. Entonces, la niña también lo oyó. El vestido. ¡El vestido púrpura! Las lágrimas comenzaron a caer de sus ojos.

—¿Fuiste tú quien se llevó mi vestido? ¿Y se lo diste a ella? ¡Padre, sabes lo mucho que aprecio el trabajo de Madam Arlong! ¿Cómo pudiste hacerme esto?

—¿Cómo pude? ¿Cómo has podido?

El marqués apartó con brusquedad el brazo de Eli y la miró como una daga, aguda y fría.

—¿Cómo has podido llamarte “hermana mayor”? Tu armario está lleno de vestidos que nunca te has puesto. Cientos o incluso miles están acumulando polvo y, sin embargo, los acaparas todos como una cerdita codiciosa mientras tu hermana lleva trapos. ¡Eres una matona! Y no intentes negarlo. ¡Te he visto intimidar a tu hermana! ¿Cómo as podido?

El marqués resopló pero no terminó. De repente giró sobre sus talones y ahora le gritaba a su mujer con voz cruel.

—Estoy muy decepcionado contigo, querida. Mira a nuestra hija. no es más que hueso y piel. Es demasiado pequeña para tener diez años. Me he estado conteniendo ya que los asuntos domésticos son tu deber, pero no puedo quedarme más tiempo viendo cómo la alimentas solo con patatas.

—¿Estás loco? ¿Acaso te escuchas a ti mismo? ¿Cómo te atreves a tratarme así?

El marqués trasladó con astucia toda la culpa a Eli y a la marquesa. Ignoró a ambas mujeres y se volvió para mirar a Leslie con una generosa sonrisa.

—Ahora, Leslie, no te preocupes. Papá te protegerá a partir de ahora.

Leslie había estado jugando en silencio con su pelo mientras los miembros de la casa discutían y hacían chivos expiatorios. Al final, habló ante la fachada de padre del marqués.

—Tengo doce años, no diez.

Entonces levantó la cabeza y clavó sus ojos en él. El hombre se estremeció sin darse cuenta cuando ojos oscuros e inexpresivos se clavaron en sus ojos azules y verdes. Un vacío de color púrpura le sobresaltó. Pero pronto se recuperó cuando su habitual arrogancia superó al miedo.

Para el marqués, Leslie era una presa fácil. Era obediente y tímida. Había cambiado un poco, claro, pero seguía siendo ella. Una niña que ansiaba su afecto, incapaz de defenderse porque era una debilucha sin valor. Todo lo que se necesita para ganar su favor es un poco de atención y amor. Demasiado fácil, resopló el marqués.  Pero entonces, la chica cuestionó.

—¿Por qué haces esto?

Preguntó con una voz llena de desdén. El marqués sintió que un escalofrío le recorría la columna vertebral, dándole una peculiar impresión de repugnancia. Pero no se echó atrás y le devolvió la pregunta.

—¿Hacer qué? Los padres cuidan de sus hijas. No hay nada nuevo en eso.

—Excepto que tú nunca te preocupaste por mí. Siempre me pegaste, me gritaste, me insultaste y me oprimiste…

Todavía jugando con su pelo, los ojos lilas de Leslie se dirigieron a la chimenea. Siendo más preciosos, sus ojos se detuvieron en el fuego ardiente.

—Y me ha hecho daño hace bastante poco.

A sabiendas, los miembros de la casa se revolvieron incómodos al ver a qué se refería. Los sirvientes y las criadas, que no estaban al tanto del ritual de sacrificio, escudriñaron con curiosidad a sus amos en busca de una pista.

—¡Ejem! Por supuesto, Leslie. Reconozco que me he equivocado. He sido insensible y tonto. Te prometo que nunca más haré algo así. E hice lo que hice por amor a ti. Seguro que lo entiendes, ¿no?

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