El contrato de la Princesa y la Duquesa Monstruosa – Capítulo 16

Traducido por Ichigo

Editado por Lucy


¡Mentiras, mentiras, mentiras! Leslie acalló su furia y escuchó.

—Me he dado cuenta de que te he tratado mal y he estado reflexionando. Me arrepiento de todas mis acciones pasadas. Así que, por favor, querida, perdona a este pobre viejo. Este tonto ve ahora lo preciosa que eres. Olvidemos el pasado y empecemos con un nuevo lienzo.

En cuanto las palabras salieron del marqués, Leslie saltó de su asiento. La silla chirrió cuando sus patas fueron empujadas con brusquedad contra el suelo, cedió con un fuerte golpe y cayó. Siguió un silencio incómodo y tenso, pero nadie se atrevió a hablar y todos los ojos estaban puestos en ella.

—¿Perdón? ¿Nuevo lienzo? No te atrevas a soñar con eso porque nunca te perdonaré.

Dio un paso por cada palabra. Caminó con lentitud hacia el marqués y habló con suavidad, casi en un susurro. Sus ojos vacíos destilaban ahora una rabia abrumadora.

—No olvidaré lo que hizo, marqués Sperado.

Con eso, Leslie pasó por delante del estupefacto hombre y salió del comedor. Detrás de ella, las estridentes voces de Eli y el marqués resonaban en el salón. Gritaban sobre quién tenía la culpa y quién había hecho qué. Era un debate infructuoso, y Leslie no tenía motivos para quedarse.

—Precioso —dijo.

Quizá lo sepa. 

Pero está bien. La magia estaba escondida en la oscuridad y las sombras no se movían hasta que quisiera. Si ella no quería enseñarla, no podría ser encontrada.

Por supuesto, había una variable imprevisible.

El cuerpo de Leslie fue tirado hacia atrás, casi haciéndola caer. Eli se clavó en sus hombros con un poderoso agarre. Ella se quedó sin aliento. Debe haber corrido detrás de mí, pensó.

—¡Tú! ¿Se lo has dicho? ¡¿Lo hiciste?!

—No.

Eli debió notarlo también. Estaba en pleno pánico, parecía frenética con el pelo desordenado y el vestido manchado.

—¿No se lo has dicho?

Leslie sospechaba de ella porque era la variable. Era la única otra persona que conocía su magia.

—¿Crees que estoy loca? ¿Por qué iba a contarle algo que le beneficiara?

—¿Entonces cómo lo supo? ¿Estás segura de que no se te escapó algo? Tu necedad suele derramar lo que no debes.

—¡Tonterías! ¡Pequeña…!

La mano de Eli se levantó para abofetearla como era habitual, pero fue detenida en el aire una vez más. Esta vez, unos zarcillos helados se deslizaban por su muñeca, impidiéndole herirla.

—Ee… eek…

Solo cuando el brazo de Eli bajó tras un gorjeo frustrado, las sombras se retiraron.

—Eli.

Leslie observó con calma a su hermana que temblaba de frustración. Pronto, los murmullos y los susurros las rodearon mientras los empleados salían al pasillo ante el jadeo que estaban armando.

—Vamos a llevarnos bien. Después de todo, estamos juntas en esto, ¿no? Así que no me retengas, ¿de acuerdo?

Leslie se giró para subir las escaleras y desapareció en el oscuro desván.

—¡Maldita sea! ¡Esa molesta mocosa!

♦️ ♦️ ♦️

—¡Eeek!

El marqués Sperado lanzó la botella de licor que estaba bebiendo contra la pared. La botella se golpeó y se hizo añicos, volando en todas direcciones, justo cuando Leah entraba en el estudio para su informe nocturno. El contenido desprendía unos gases enfermizos que llenaban la habitación. Ella, sorprendida por la violencia del hombre, se pellizcó la nariz con un resoplido. Sus ojos comenzaron a lagrimear al inhalar el fuerte olor a alcohol que había en el aire.

El marqués se estaba volviendo loco por dos razones. Una era porque Leslie lo rechazaba de forma obstinada y la segunda razón era porque su magia era poderosa.

Él estaba enfadado por el hecho de tenerle miedo a la niña. En efecto, era la segunda maga negra de la generación. Sin embargo, no preveía lo poderosa que sería ni estaba seguro de haberla visto en su plenitud. El creciente miedo a lo desconocido le carcomía.

Un comerciante de éxito debe saber lo que vende. Pero el poder de Leslie era un misterio. Si sus poderes terminaban en lo que había mostrado hasta ahora, que era la ceguera momentánea o hacer tropezar a alguien, no iba a alcanzar un buen precio. Pero si era más… Se estremeció al pensarlo. Y lo más molesto era que él había sido tan amable con ella para descubrir todo eso, pero hacerla abrirse lo suficiente como para revelar sus poderes de manera voluntaria. Incluso le ordenó a la inútil de su criada que la tratara mejor para que su hija confiara en ella. Pero la mujer había sido inútil y sus esfuerzos fueron infructuosos.

—¡He sido tan generoso con ella! ¿Cómo se atreve a darme esa actitud tan descarada cuando yo estaba siendo tan amable? ¡Es mi hija! ¡Mi maldita hija! Se supone que debe obedecerme.

Durante días, la mocosa lo ignoraba, lo que le volvía loco. Hace apenas medio mes, ¡era tan obediente!

—¡Maldita sea! ¡Maldigo todo!

El marqués lanzó un vaso contra la pared y gritó con todas sus fuerzas. Entonces, miró fijo a la criada, Leah. Ella se estremeció. El pelo del marqués estaba desordenado y sus ojos eran rojos y brillantes, lo que le daba un aspecto de verdad loco.

—Tú, ¿has averiguado algo más sobre ella?

—Ah… Uh… No, maestro. Lo siento.

El cuerpo grande y carnoso de Leah se agitó con violencia. Desde que el marqués la puso al mando y ordenó los informes nocturnos, lanzaba y rompía cosas mientras gritaba blasfemias. Tenía un miedo atroz de que un día uno de estos objetos acabaran arrojados a ella, matándola por accidente o causándole grandes heridas. Así que, como era natural, se estaba agotando y enfadando al igual que el marqués y su ira también se dirigía a Leslie. Sólo si se comportaba y hacía lo que el marqués quería, Leah se mordía los labios. Al final todo era culpa de Leslie. Si no fuera por ella, Leah no sería tratada así por el marqués.

—¿Qué tal si hablas de manera positiva de mí con ella?

—Estoy haciendo todo lo posible, pero ella ha sido indiferente…

—¡Se supone que debes guiarla para que piense bien de mí! Tú, ¡tienes que hacerlo!

El marqués se acercó, a escasos centímetros de la cara de Leah. Su aliento olía demasiado mal por la bebida, haciéndola incapaz de pensar por un momento por el mareo y las náuseas.

—¿Así que nada? ¿No hay nada digno de mención de ella? Dime, aunque sea insignificante.

Unas manos fuertes se clavaron en los hombros de Leah. Su agarre era tan fuerte que ella se sintió ceder bajo su fuerza. Sus ojos lloraron de manera instintiva y gimió de dolor, pero el marqués no la soltó. Por el contrario, reforzó su agarre aún más.

—Ah, eh… ¡H-Hay algo!

—¿Qué es?

—¡Fuego…! ¡Tenía miedo al fuego!

Leah se apresuró a contar lo que había visto hace un par de días. Ella y Leslie habían salido a dar un paseo por el jardín. Entonces, se encontraron con una quema de basura cerca de la parte trasera de la mansión. Al principio, todo parecía normal. Luego, al acercarse al fuego, Leslie palideció y se estremeció un poco.

Cuando una pequeña chispa surgió de las llamas, Leslie gritó y cayó de espaldas, hiperventilando y sudando de manera profusa. Aquello era algo nunca visto.

—¡Fuego…! ¡Por supuesto!

Los ojos del marqués se iluminaron.

—¿Por qué no se me ocurrió antes? —exclamó el marqués.

Era obvio que una niña desarrollara miedos y fobias contra el fuego cuando la habían arrojado a uno. Y eso era algo que el marqués podía utilizar para probar los poderes de Leslie.

¿Tal vez debería arrojarla a uno de nuevo?

Para sobrevivir, tendrá que usar su magia y yo estaré allí para presenciarlo por fin. Con un poco de desesperación, su magia de seguro estallará para mostrar todo su potencial y sabré cuánto valdrá.

Pero, ¿cómo?

El marqués frunció las cejas. Leslie había sido muy cautelosa y siempre estaba atenta. Si le ofrecía ir a algún sitio, la mocosa podría sospechar e incluso huir. Y no puedo quemar esta costosa e histórica mansión, pensó el marqués. Entonces, uno de sus mayordomos entró en la habitación llamando a la puerta.

—Disculpe, marqués Sperado.

—¿Qué ocurre?

El mayordomo se mostró tranquilo y reservado a pesar del desorden que había en el estudio. Conocía muy bien el carácter del marqués. Se limitó a mirar todos los cristales rotos y el papel pintado manchado de licor, y luego se dirigió al marqués para entregarle un mensaje.

—La marquesa solicita su presencia para hablar de la visita al templo.

—¿Visita al templo?

—Sí. El servicio de oración regular es pasado mañana.

—¡Puede ocuparse de eso ella misma! No tengo tiempo para cosas tan triviales… No. Espera…

—¿El templo? El templo.

El marqués se detuvo de repente. Había estado paseando por la habitación mientras murmuraba para sí mismo como un lunático. Al detenerse de manera brusca, una sonrisa perversa se dibujó en su rostro.

—El templo… ¡Por supuesto! No hay nada más importante que ofrecer oraciones a los dioses.

El mayordomo estudió con cuidado al marqués. Él parecía de algún modo extraño. El mayordomo creía conocer bien a su señor, pero ahora lo sentía diferente de una manera que no podía explicar. Una sonrisa malvada y unos ojos intrigantes que brillaban en la oscuridad. Le recordaba a una serpiente, agazapada y esperando el momento perfecto.

—Dile que estaré allí en un momento. Ah, y dile que vamos a llevar a Leslie.

Era una idea genial, brillante. Su sonrisa se volvió más oscura.

♦️ ♦️ ♦️

Un grueso trozo de tocino estaba humeando en un plato elegante. Estaba dorado, adornado con hierbas y especias, y desprendía un olor delicioso por todo el ático. Estaba cortado por la mitad. Una de las mitades dejaba ver la carne jugosa y bien condimentada, mientras que la otra estaba cortada en finas lonchas para que fuera fácil morderlas. Al otro lado del tocino había patatas pequeñas cocidas al horno con mantequilla y que aún se estaban derritiendo en un suave charco. También había una tostada francesa crujiente y recubierta de azúcar y un parfait de frutas para completar la comida. Estaba cubierto con todo tipo de frutas de verano que son difíciles de comprar en pleno invierno y decorado con coloridas flores comestibles. Era precioso y de lo más delicioso.

Pero Leslie los miró sin un rastro de felicidad o alegría. Sabía quién los había enviado: el marqués. Cada comida estaba preparada con cuidado y perfección. La bandeja parecía doblarse bajo el peso de los muchos platos nunca vistos. Todos tenían un aspecto carísimo y exquisito. Estaba segura de que su comida podría ser mejor que la de la marquesa y la de Eli. Pero era del marqués.

—Llévatelos.

Leslie tomó unas tostadas y ordenó a Leah que se fuera. Desde el encuentro en el comedor, ella se negaba a bajar a comer. Así que la criada se encargó de subirle la comida al ático.

—Ah, señorita Leslie, tome un poco más. Me preocupa lo delgada que está.

Mentirosa, resopló Leslie. Ella era siempre la que se peleaba por darle apenas comida porque podía engordar.

—¿No me llamaste fea porque estaba gorda?

—Ah, no, señorita. ¡Nunca lo haría! Solo pensaba en su dieta y en cuidarla. No hay necesidad de ser tan tacaña.

Leah masculló lo mezquina que era Leslie por echarle en cara eso. Hizo un mohín y lanzó una mirada enfurruñada a la chica.

—No puedes vivir en un círculo. Ríete de ello y sigue adelante. No seas punzante ni señales con el dedo. Eso sí que es una lección de vida, señorita Leslie.

Ella ignoró sus comentarios y se sentó en una pequeña silla junto a la ventana del ático.

—¿Vuelves a comer ahí? Come en la mesa, caramba.

Leah comenzó de nuevo, fingiendo estar preocupada por sus modales en la mesa. Pero ella continuó ignorándola mientras contemplaba cómo pasaría el mes.

Cada día era una lucha, y ella se estaba agotando. Se preguntaba cómo había podido sobrevivir doce años con el marqués y deseaba con desesperación volver ya a la residencia de la duquesa. Quería abandonar su prisión y vivir una vida nueva con un nuevo nombre.

Comida deliciosa, cama mullida y té caliente. Pero, sobre todo, echaba de menos a toda la gente que la acogía con tanto cariño. Por supuesto, le habían proporcionado todos los lujos y la gente del marqués la trataba mucho mejor que antes. Pero ella sabía mejor y sabía que la repentina hospitalidad se debía solo a que se había vuelto útil para el marqués. Y eso la hizo despreciarlo aún más.

Leslie miró por la ventana, sintiéndose de repente asfixiada al pensar en él. Lo único bueno del ático era que, a través de la pequeña ventana, podía ver el mundo más allá de su confinamiento. Cielos azules, bosques verdes, flores de colores, gente moviéndose y lo que había más allá de los muros de la mansión. Le daba un respiro. Así que había estado cenando aquí en el último tiempo.

En algún lugar detrás de ella, Leah murmuró y los platos sonaron al apilarse de nuevo en su bandeja. Luego, el ruido cesó como si acabara de recordar algo. Pronto, su voz llamó a Leslie con una voz fuerte y sonora.

—Sabes que hoy vas a ir al templo, ¿verdad? Cuando termines, vístete.

¿Era hoy? Leslie parpadeó.

Todas las casas nobles del Imperio estaban obligadas a asistir al templo en un día concreto para ofrecer oraciones. La duquesa Salvatore asistía durante la misa y la del marqués Sperado era hoy. Era un acontecimiento importante para la casa, por lo que se le permitió asistir. Era una de las pocas ocasiones en las que se le permitía salir.

El templo…

—No me digas que no vas a ir. Es importante. Además, tu padre ha sido tan generoso al permitir un carruaje para ti sola. Aaah, es tan considerado, ¿no? Ha sido tan amable y complaciente. Así que, no seas gruñona y mejor vete…

Leah se apresuró a hablar, sin darle a Leslie más tiempo para responder. Le preocupaba que dijera que no y se negara de forma obstinada a abandonar el ático. Miró rápido a la niña y divagó sobre la “bondad” del marqués.

Ella, por supuesto, no aprobó la charla sobre el marqués. Pensó que se le podrían caer los oídos si escuchaba más alabanzas de Leah sobre él. Así que la detuvo y se volvió hacia la ventana.

—Me iré.

Cualquier lugar sería mejor que estar aquí. Al menos respiraré mejor y pensaré con más claridad fuera de este lugar, concluyó.

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