El contrato de la Princesa y la Duquesa Monstruosa – Capítulo 17

Traducido por Ichigo

Editado por Lucy


Ante su respuesta afirmativa, Leah sonrió con alegría. En caso de que Leslie cambiara de opinión, dejó caer la bandeja sobre la mesa y buscó con velocidad el abrigo de la niña.

Cuando Leslie terminó su brindis, se puso el abrigo y bajó las escaleras hasta el salón principal. Cuando las puertas se abrieron, vio dos carruajes aparcados esperando ante ella. Un cochero que ella nunca había visto salió para abrir las puertas de un carruaje más pequeño.

—No mintió…

Leslie se apoyó en el cojín del asiento y levantó la mirada inexpresiva. Cuando Leah dijo que el marqués había preparado un carruaje aparte, Leslie no se lo creyó. Sabía que el marqués lo intentaba todo para convencerla de que le gustara. Pero todo lo que hacía solo hacía que ella lo despreciara aún más. Además, estaba recibiendo quejas de la marquesa y Eli. Y muchas cosas que el Marqués había prometido eran promesas vacías, solo hechas para hacerla caer en sus desilusiones de afecto. Por eso, ella no creía que el marqués hubiera preparado de verdad un carruaje aparte para el templo.

Pero hoy, el marqués se mantuvo fiel a sus palabras. Era un carruaje más pequeño, pero fino. El interior era cómodo y estaba forrado con materiales caros. Olía raro, pero era tolerable. Leslie pensó que debía de haber sido sacado del almacén y que el olor podría deberse a que había estado demasiado tiempo en la húmeda y mohosa oscuridad.

Y estaba sola. Leah no subió al vagón con ella, así que por fin se libró de estar todo el tiempo vigilada. Será aún mejor, más liberador en el templo, Leslie suspiró contenta.

—Quizá pueda encontrar al sacerdote que me curó en la residencia de la duquesa y preguntarle si puedo pasar la noche en templo.

Espero que el mes pase rápido. Ojalá que cuando vuelva a abrir los ojos ya esté en la residencia de la duquesa, imaginó Leslie con una pequeña sonrisa.

Todos la llamaban la Casa de los Monstruos. El conductor del carruaje parecía demasiado supersticioso mientras se acercaban a la residencia de la duquesa. Pero, Leslie deseaba con desesperación ir allí donde todos los demás lo evitaban.

—Quizá si rezo lo suficiente, los dioses escuchen mis plegarias y se apiaden de mí. Quizá hagan que el tiempo pase más rápido.

Un débil regocijo apareció en sus ojos. Entonces, el carruaje dejó de moverse. ¿Qué está pasando?

Leslie levantó una cortina con borlas doradas para comprobar el exterior. El carruaje se había detenido en uno de los caminos que ella conocía. Debido al tamaño del templo, éste se encontraba en las afueras de la capital. Había muchos caminos que conectaban cada casa noble con el templo, así como las carreteras principales del mismo. Como Leslie reconoció el paisaje, iba en la dirección correcta. Era el camino que solía frecuentar la Casa de Sperado. Por lo tanto, era mucho más tranquila y desierta que las otras carreteras principales. Era como un atajo entre el templo y la casa. Pero, ¿por qué nos detuvimos? Leslie parpadeó interrogante.

—¿Qué pasa?

Leslie golpeó la pequeña ventana de cristal que conectaba el asiento del conductor con el interior del carruaje. Pero no importaba cuántas veces golpeara y llamara al conductor, no había respuestas. En Leslie comenzó a surgir una ansiosa sospecha. Sus manos se dirigieron al pomo de la puerta del carruaje.

—Bajaré del carruaje y lo comprobaré yo misma. Necesito confirmar lo que esta sucediendo.

Pero la puerta seguía cerrada. Quizá la había girado en sentido contrario. Leslie giró y retorció la manilla con nerviosismo. Pero por mucho que lo intentara, estaba bien cerrada y no se movía. Entonces, oyó unos golpes sordos, como si estuvieran apilando algo pesado en el vagón. Unas inquietantes sensaciones recorrieron su cuerpo.

—Algo va mal. Algo va muy mal. Tengo que salir ahora aunque sea por la ventana.

En cuanto Leslie pensó eso, el fuego estalló a su alrededor. Los carruajes, en especial los fabricados para los nobles, estaban hechos para no incendiarse. Pero el carruaje estaba ardiendo y ardiendo con violencia, también. Entonces, todo encajó para Leslie. El extraño olor que se filtraba por todos los rincones del carruaje. Debía ser aceite. En cuestión de segundos, estaba rodeada y no tenía ningún lugar para escapar.

—Uwaa…

Leslie tropezó, su voz se detuvo por el miedo abrumador. La pesadilla estaba sobre ella una vez más. Los recuerdos de la noche ardiente pasaron por delante de ella. No tenía miedo de las voces ni de las pequeñas manos. Ellos la salvaron. Pero el fuego despiadado la quemaba de manera terrible. La había rodeado y azotado con violencia. Estaba asustada.

—Whaaahh.

Leslie lloraba como un bebé. Estaba aterrorizada y no podía ni moverse. Su cuerpo temblaba como las hojas de la tormenta.

—Si uso la magia…

Entró en pánico y lo único que podía pensar era en cómo escapar.

—Solo un poco servirá, ¿no? La Duquesa me dijo que no usara mi magia y sé que esto es una trampa del Marqués para que la use, pero… Ah.

Sus ojos se cruzaron con los de alguien a través de la pequeña ventana de cristal. El hombre corrió con velocidad hacia el bosque, escondiéndose de los ojos amplios de Leslie. Pero ella ya había visto la cara del hombre y sabía quién era. Era uno de los sirvientes de la Casa Sperado. Solo entonces, su pánico empezó a disminuir poco a poco. El criado confirmó su ya fuerte sospecha de que se trataba de una trampa del marqués y le permitió pensar con claridad.

Él planeó todo esto. Sabía que tenía miedo al fuego y preparó este carruaje empapado de aceite para quemarlo en la carretera desierta.

—¡Chicos…!

Leslie tosió mientras inhalaba aire caliente y humeante.

—¿Cuánto tiempo más piensa hacerme la vida imposible? ¿No ha hecho ya bastante?

El humo negro llenaba el interior del vagón, cegándola. El aire era doloroso y no podía respirar. Pronto, la cabeza le dio vueltas y se sintió abrumada por un desagradable mareo. Por fin, Leslie se desplomó sobre el suelo, que ya estaba carbonizado hasta resultar irreconocible, irradiando un calor abrasador. Leslie jadeaba y jadeaba con debilidad como un pez arrojado fuera del agua.

—¿Eso es todo? ¿Voy a morir? Si esto es todo, más vale que lo devore todo antes de la muerte me reclame…

Las sombras saltaron por debajo de Leslie, respondiendo a su rabia agonizante. Sus ojos lilas miraron hacia la dirección en la que se había escondido el sirviente, hacia el bosque. Imaginó los árboles detrás de las paredes ardientes del carruaje y sus tripas se desgarraron con una furia enloquecedora.

—Sí, los mataré a todos y los llevaré conmigo…

Un fuerte ruido resonó de manera brusca por encima de ella y los serpenteantes zarcillos de las sombras se arrastraron con velocidad hacia Leslie. Una y otra vez, algo chocó y crujió. El vagón se sacudió ante la fuerza desconocida y, por fin, la puerta se abrió de golpe, dejando entrar un chorro de aire fresco en el humeante vagón. Los ojos de Leslie se estrecharon ante la débil silueta de un hombre que parecía haber arrancado la puerta con sus propias manos. El hombre tosió con fuerza y se agachó con la mano extendida hacia ella.

¿Quién es? murmuró en silencio la pregunta. Sus ojos estaban borrosos por la ceniza y las lágrimas, así que no podía ver la cara del hombre ni otros rasgos más allá de la silueta.

—Maldición… ¿estás bien?

—Ah.

Leslie dejó escapar un ruido como el de un animal herido al reconocer la voz que había escuchado una vez en la residencia de la duquesa. Ella exprimió lo último de sus fuerzas y extendió una mano temblorosa para aferrarse al hombre.

—Sir Bethrion…

Cuando sus dedos se encontraron, cerró los ojos con alivio. Cuando Bethrion y sus caballeros llegaron al camino, tuvo que morder con fuerza para no perder el control. El carruaje ya estaba engullido por las llamas, impregnadas de un espeso olor a aceite. Troncos se amontonaban contra el carruaje, enterrando las puertas y ventanas bajo su peso para asegurar que la niña atrapada nunca pudiera salir.

—¡Woah, fuego! —gritó uno de los caballeros. Sus ojos azules temblaban por todas partes, siguiendo las llamas que lamían de manera salvaje el carruaje.

—¡Comandante, fuego!

—Ya lo veo.

Bethrion respondió de manera rotunda y ordenó a los caballeros que se pusieran en posición. Pronto, él y los caballeros comenzaron a mover los troncos ardientes para desenterrar el carruaje. Con cada movimiento, el carruaje crujía y se agitaba como si fuera a derrumbarse en cualquier momento.

—Así que era verdad —pensó Bethrion mientras se secaba el sudor de la frente. Mientras regresaba a la residencia con algunos de sus caballeros más cercanos, fue detenido por una figura embozada. Era una niña pequeña, apenas una adolescente, que se ocultaba con cuidado bajo la capa azul marino oscuro. Casi se abalanzó sobre ellos al acercarse.

—¿Son ustedes caballeros?

—Sí, señorita. ¿En qué podemos ayudarle?

Uno de los caballero sonrió, respondiendo  con amabilidad a la niña. La niña guardó silencio por un momento. Luego, como si hubiera tomado una decisión, miró al caballero que le hablaba y abrió la boca.

—Hay un carruaje ardiendo en el camino hacia el templo…

—¿Perdón? ¿En el camino hacia el templo?

El caballero parpadeó sorprendido y volvió a preguntar. Bethrion también dio un paso hacia la chica y la miró con atención. La chica saltó hacia atrás, sobresaltada por la gran altura de Bethrion y su aguda mirada.

—¿Cómo lo sabes?

—Comandante, por favor, deténgase. Va a asustar a la niña.

El caballero le recordó con suavidad a Bethrion, pero mantuvo su mirada fija en la niña. Ante su mirada fija, la niña se estremeció y gritó con una voz chillona.

—¡Yo, lo he oído en alguna parte! ¿Por qué es importante? ¡El carruaje se está quemando! Así que, ¡date prisa en salvarla antes de que use sus poderes!

—¿Ella? ¿Poderes? —preguntó Bethrion de forma interrogativa.

La chica, al darse cuenta rápido de su error, se tapó la boca y salió corriendo en dirección contraria.

—¿Eh? ¡Espere, señorita! ¡Tiene que decirnos qué camino es!

El caballero gritó tras la niña, pero ésta ya había desaparecido. Pero Bethrion vio con claridad cómo la niña doblaba una esquina. Su capa se deslizó y dejó ver una larga cabellera rubia dorada.

El pelo dorado, el carruaje, el templo. Y la niña y sus poderes. La cabeza de Bethrion dio vueltas para encajar las piezas del puzzle e intuyó una sensación ominosa.

—¿Qué está pasando? Es sospechoso y podría ser una mentira. ¿Debemos comprobarlo, comandante?

—Vamos… Nos dividiremos y revisaremos todos los caminos hacia el templo.

Así, se buscaron los caminos, los doce. Entonces, por fin encontraron el camino solitario con el carruaje en llamas.

—¡Comandante, deténgase! ¡Es peligroso!

Uno de los caballeros trató de sujetarlo para evitar que hiciera lo que iba a hacer, pero fue inútil. Bethrion subió a la montaña de ceniza que aún ardía y abrió la puerta del carruaje con sus propias manos. Cuando se asomó al interior, vio a una niña desplomada en el suelo. Su pelo plateado brillaba a la luz.

—Sir Bethrion…

Una pequeña voz le llamó y sus diminutos dedos conectaron con los suyos. Cuando envolvió la pequeña mano en la suya, la luz de los ojos lilas se apagó y la niña se desmayó.

—Vaya, eso fue peligroso.

Bethrion la levantó con velocidad y saltó lejos del fuego. En cuanto estuvieron fuera, el techo del carruaje se derrumbó y todos fueron tragados por el fuego. Uno de los caballeros se acercó a él, limpiándose el sudor y habló con cansancio. Bethrion echó un rápido vistazo a sus hombres y encontró a muchos haciendo lo mismo. La mayoría estaban cubiertos de ceniza y algunos estaban quemados al mover los troncos ardientes con sus propias manos. Por supuesto, sus manos estaban igual.

—¿Qué ha pasado aquí? ¿De quién ese este carruaje? Parece que alguien estaba intentando asesinar a esta niña. Y Dios mío, es tan pequeña…

Miró el carruaje con un rostro inexpresivo.

Sí, fue un intento de asesinato. No había otra forma de describirlo. Por todo lo sucedido, ya sabía quién era el que lo había hecho, pero no podía hablar con facilidad ante la atrocidad. Se hizo el silencio en el grupo mientras miraban lo que quedaba. Entonces, un pequeño grupo de hombres salió del bosque. Eran unos seis en total, todos con el mismo aspecto inexpresivo que él. Se acercaron a los caballeros.

—Gracias por rescatar a nuestra dama.

Con eso, uno de los hombres agitó expectante una mano ante Bethrion.

—No sabemos quiénes son, pero nos aseguraremos de enviar las gracias más tarde. Ahora, nos la llevaremos de aquí.

No había alegría ni felicidad en su voz. Bethrion entregó la niña con cuidado al caballero que estaba a su lado y se acercó al hombre que estaba exigiendo. Entonces, lo agarró por el cuello y lo asfixió un poco.

—Qué, qué demonios….

El hombre no era pequeño ni bajo. Pero Bethrion lo sujetó con fuerza, haciendo que sus pies colgaran en el aire. El hombre, comprendiendo ahora su situación, tartamudeó de pánico.

—Qué extraño.

Unos ojos verde oscuro, cargados de sombras, miraron al hombre. El hombre era un simple sirviente. Siempre tuvo un amo y reconoció la fuerza y el mensaje que tenían los ojos de Bethrion. Su presencia no se debía a su elevada altura o a su musculatura. Era algo que solo puede desprender un hombre de alto estatus. Bethrion era un hombre que estaba en la cima de la jerarquía desde su nacimiento y un hombre que conocía muy bien el efecto de su estatus. El hombre se estremeció.

—No hay rastro de sudor por el calor. Es invierno, pero un fuego así debería haberte hecho sudar. En cambio, tu cuerpo está frío.

Entonces, los ojos verde oscuro escrutaron el grupo del hombre y se dieron cuenta de que llevaban hachas. Cuando se dieron cuenta de que los estaban mirando, se apresuraron a esconder las hachas detrás de ellos o en sus chaquetas. Pero ya era demasiado tarde.

—Y el hacha… Parece que ya sabías que había un incendio.

Para apagar un incendio, se vertía agua o arena sobre él. Pero en el caso de un edificio o un carruaje, era más eficaz abrirse paso con el hacha para rescatar a los supervivientes. De manera conveniente, fue el carruaje el que se quemó y los hombres estaban armados con hachas.


Ichigo
Si hay algo que me lastima demasiado en esta historia, es todo el sufrimiento que Leslie tuvo que atravesar.

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