El contrato de la Princesa y la Duquesa Monstruosa – Capítulo 18

Traducido por Ichigo

Editado por Lucy


—¡Maldita sea!

El hombre, que todavía estaba ahí, maldijo y trató de golpear la mano de Bethrion. Pero Bethrion ni siquiera se inmutó. Se limitó a mover su dura mirada hacia el hombre. El hombre se retorció con patadas y por fin escapó de Bethrion. Por supuesto, eso solo fue posible porque él aflojó su agarre sobre él.

—Kugh. ¿Y-y qué? Fue un accidente y nosotros solo lo trajimos por si acaso.

—¿Accidente? Sí, claro. Seguro que fue un accidente que la puerta estuviera cerrada desde fuera con una cerradura y las puertas y ventanas estaban enrejadas con troncos? —gritó con fuerza uno de los caballeros.

Los hombres, por reflejo, dieron un paso atrás ante la declaración de los hechos. Intercambiaron miradas y mostraron de manera resuelta las hachas, empuñándolas como armas. Luego, amenazaron a los caballeros.

—¿Por qué se preocupan? Esa chica es nuestra señora. Así que, ¡devuélvannosla, secuestradores!

—¿Secuestradores? ¡Cómo se atreven! ¡Son un puñado de asesinos!

Bethrion levantó una mano, calmando a los caballeros que se agitaron por ser llamados secuestradores. Entonces, una vez más se miró con los hombres que tenía delante.

—No somos secuestradores. Somos el tercer regimiento de los Caballeros Imperiales, los Caballeros de Rinche. Soy el Gran Maestre Bethrion Lahen Salvatore.

—¡Eek!

Por la mención de los Caballeros Imperiales y el nombre de Salvatore, los hombres dejaron escapar un ruido extraño y de manera colectiva dejaron caer las hachas. Una de las hachas aterrizó justo al lado del pie del hombre. Pero estaban demasiado asustados para gritar o sentir dolor. Bethrion examinó sus rostros. Estaban pálidos como una hoja de papel y las camisas se les pegaban al cuerpo por los sudores fríos.

—Nos has llamado secuestradores a mis caballeros y a mí. ¿Puedes considerarte responsable de aquel insulto?

—¡Cómo te atreves a insultar a los Caballeros Imperiales! ¡Dinos el nombre de tu señor! ¡Se le pedirá cuentas por no haber disciplinado a los sirvientes!

Gritó uno de los caballeros y desenvainó su espada. Al ver la reluciente hoja, los hombres gritaron y huyeron hacia el bosque.

—¿Deberíamos ir tras ellos? —inquirió el caballero de la espada, pero Bethrion negó despacio con la cabeza tras un momento de silencio.

—No, tengo la corazonada de quién está detrás de esto. Llevemos a la niña al templo, es nuestra prioridad.

Bethrion miró a la niña que seguía inmóvil e inconsciente en los brazos del caballero. Limpió con suavidad una ceniza y examinó sus heridas. Nada era demasiado preocupante, pero lo mejor era llevarla al templo.

—¿Conoce a esta niña, comandante?

Tras un momento de silencio, respondió.

—Sí… es mi hermana.

♦ ♦ ♦

Fuego, fuego, fuego.

Incluso en sus sueños, Leslie era perseguida por el fuego. La rodeaba en todas direcciones y, en algún lugar detrás de los zarcillos rojos, el marqués cacareaba. Él y el fuego la perseguían por todas partes. Ella corrió y corrió, pero al final la atraparon. Él estranguló su delgado cuello, rompiéndolo con un sonido cruel.

—¡Ack!

Con un grito, los ojos de Leslie se abrieron de golpe.

¿Dónde está esto? Estaba en el fuego, el humo me ahogaba… No, pero entonces alguien vino a por mí. Ellos vinieron a por mí. Su cabeza se arremolinaba con parpadeantes recuerdos. Todos estaban mezclados y no podía recordar con claridad.

—¿Quién era?

—Está despierta, señorita Leslie.

Leslie casi saltó de la cama al oír el sonido de una voz. Se dio la vuelta con sorpresa. A la tenue luz de las velas, vio a la Duquesa. Leslie suspiró aliviada. Sus recuerdos se agolparon despacio acerca de lo que había sucedido.

—Sir Bethrion…. É-él me salvó.

—Sí, lo hizo. Mi hijo te trajo aquí.

Con eso, la Duquesa le ofreció un pequeño frasco a Leslie.

—No sufriste quemaduras graves, pero… sufriste heridas leves. Los sacerdotes te curaron pero tu piel estará sensible durante unos días. Toma esto. Ayuda con las pesadillas. Lo que más necesitas ahora es una buena noche de sueño, ¿no crees?

Leslie tomó la botella de manera torpe y la destapó. Respiró hondo y tragó su contenido de un trago. Un sabor acre y amargo le inundó la boca y la garganta, haciendo que se le arrugara la cara. La duquesa Salvatore soltó una pequeña carcajada y le metió una golosina en la boca. Era el postre que había comido la última vez que estuvo en la residencia de la duquesa. Tal como lo recordaba, se le deshizo en la lengua y la dulzura pronto superó a la de la amarga medicina. A medida que el suave sabor azucarado bajaba por su garganta, el cansancio volvía y sus ojos se sentían pesados.

—Tengo que darle las gracias…

—Se lo haré saber. Así que no se preocupe y a dormir, señorita Leslie.

La medicina debía ser efectiva. Las pestañas de Leslie se agitaron con rapidez tratando de ahuyentar el sueño de sus ojos. Admitía que tenía un poco de miedo. ¿Y si… volvían los malos sueños?

Leslie luchó por mantenerse despierta y miró a la Duquesa. La duquesa estaba sentada a su lado, mirándola con sus cálidos ojos verde oscuro. Ojalá pudiera quedarse a mi lado toda la noche, deseó Leslie. Sin pensarlo demasiado, Leslie preguntó somnolienta a la Duquesa.

—Duquesa Salvatore, el contrato sigue siendo válido, ¿verdad…?

La Duquesa miró a Leslie con cariño y rió con suavidad, asintiendo con la cabeza.

—Por supuesto. Es válido y está activo.

—De acuerdo… Me siento aliviada.

Unos ojos de color lila aparecieron y desaparecieron, y luego volvieron a aparecer. Leslie luchaba por mantener la mirada.

—Yo… lo leí en un libro. Decía que los contratos son… promesas juradas. Deben cumplirse y por eso se llamaba contrato…

Ah, así que era eso. La niña era experta, aunque inteligente. Su mundo lo aprendió en los libros, de ahí que acudiera a mí. 

La mujer sonrió ante la ingenuidad de la niña.

—Así que… estás de mi lado, ¿verdad? No vas a quemarme viva…

—Sí, señorita Leslie, estoy de su lado. Estoy ligada a usted por el contrato.

La Duquesa cubrió los ojos de Leslie con su mano. Era grande y áspera, con muchos callos, y estaba muy caliente.

—No hay nada de qué preocuparse. Estaré aquí hasta que se duerma. Duerma, señorita Leslie.

Con eso, cayó en un profundo sueño.

Como había prometido, la duquesa se quedó junto a la niña hasta que estuvo segura de que no se despertaría. Entonces, salió en silencio de la habitación y suspiró. Al ver a su madre emerger, Bethrion la saludó.

—Madre.

—¿Tu mano?

—El sacerdote ya la curó.

Como para mostrar que no hay nada de qué preocuparse sostuvo ambas manos frente a su madre, con las palmas abiertas. La duquesa sonrió con suavidad y palmeó el hombro de su hijo.

—Bien. Gracias. Bethrion.

Volvió a suspirar y se apartó el pelo de la cara. Él oyó a su madre rechinar los dientes.

—El marqués se pasó de la raya.

—Debe de estar loco. No pensé ni por un momento que fuera capaz de incendiar el carruaje con su hija dentro. ¿Por qué crees que lo hizo?

—No estoy segura… Mi abuelo me dijo que el segundo y tercer hijo de los Sperado mueren jóvenes por misterio.

La cabeza de Bethrion se ladeó ante la información.

—Yo… no entiendo.

—Yo tampoco. No había nada parecido en las últimas décadas y mi abuelo decía que ellos lo hacían. Y como a nosotros no nos afectaba, nunca le di demasiada importancia.

Hmm, la duquesa se golpeó el hueco de sus mejillas y contempló, rememorando el día en que la niña esperó con obstinación junto a las puertas de la residencia.

—Pero no podía ignorarlo…

En efecto, fue su curiosidad por las palabras de su abuelo lo que la convenció de ver a la niña.

—Bethrion, necesito visitar la Casa Sperado.

♦ ♦ ♦

Hoy era un día de oraciones para la Casa Sperado. Como de costumbre, Eli eligió un hermoso vestido y una elegante cinta para decorar su cabello dorado. Las joyas de su vestido y la cinta en el pelo brillaban a la luz, acentuando su belleza. También eligió unos zapatos verde esmeralda, a juego con sus ojos verdes. El templo estaba abierto al público y siempre concurrido, tanto por plebeyos como nobles. Así que siempre se aseguraba de mirar de forma meticulosa en caso de que  hubiera un alto noble o miembros de la familia imperial. Ella era perfecta y por lo tanto, tenía que parecer perfecta todo el tiempo. Después de muchas horas de vestirse y maquillarse, al fin salió de su habitación. Cuando bajó a los jardines delanteros, se dio cuenta de que Leslie no iba a estar en el mismo carruaje. Sus ojos siguieron a la niña que subía a otro. Ella resopló y subió al suyo donde ya esperaban sus padres. Pero la rutina habitual se interrumpió cuando el carruaje se detuvo a mitad de camino hacia el templo. Eli se movió para echarles un vistazo. Todos eran hombres y le resultaban familiares. Los había visto trabajando en la mansión. Todos eran fuertes y altos y sostenían hachas.

¿Qué están haciendo? La frente de Eli se arrugó.

Carruaje parado, sirvientes fuertes y hachas. Todo esto parecía demasiado sospechoso. Entonces, su padre abrió la ventana y les pasó una nota doblada. Cuando uno de los criados la recibió, todos se fueron tan de repente como aparecieron.

—Cariño, ¿qué está pasando? —inquirió nerviosa la marquesa Sperado, con sus ojos color lila fijos en su marido.

—Nada, querida. Volvamos a casa.

—¿Pero el templo? ¿Y el servicio?

—No hay nada malo en perderse un servicio.

Antes de que la marquesa pudiera hacer más preguntas, el marqués se dio la vuelta y golpeó la ventanita del asiento del conductor. Entonces, Eli sintió que el carruaje giraba y se movía de nuevo en dirección a su casa. Parecía que su padre ya lo había preparado todo de antemano.

—Por favor, habla con nosotras. ¿Por qué actúas así de repente? Has estado muy raro. Fuiste amable con esa cosa, ¿y ahora nos damos vuelta para volver a casa? ¿Y quiénes eran esos hombres? ¡¿Qué pasa con las hachas que llevaban?!

La marquesa suplicó a su marido, pero éste se limitó a mirarla con apatía. Luego, suspiró y sonrió un poco. La sonrisa no le llegaba a los ojos. Seguía teniendo una mirada exasperada, molesta y tal vez cansada. Pero su voz era suave y amable.

—Te dije que no te preocuparas. Escucha. Todo irá bien. Lo hago por la casa, por ti y por Eli. El hacha es para el fuego. Nunca te haría daño, mi pajarito. Así que no tengas miedo.

El resto del paseo lo pasó el marqués arrullando y cortejando a la marquesa. El carruaje de Eli regresó a la Casa Sperado mientras el otro carruaje seguía su camino. Un pequeño carruaje sin el símbolo ni el escudo de la casa. Sirvientes con hachas y el fuego que dijo su padre. Las cosas empezaron a encajar en la cabeza de Eli. Y lo más importante, olió algo raro que venía del carruaje de Leslie. La cara de Eli se ensombreció ante una teoría que surgió de todas la piezas del rompecabezas.

—No puede ser…

—¿Hmm, cariño? ¿Has dicho algo?

La marquesa levantó la vista mientras se masajeaba las sienes por una leve migraña. Eli cambió rápido de expresión y aseguró a su madre.

—No, madre. No es nada.

Cuando llegaron de vuelta a la mansión, Eli se escabulló por las puertas traseras y salió corriendo a la calle. No podía decírselo a nadie de la mansión, porque entonces su padre se enteraría de su plan. Camuflada bajo la oscura ropa azul marino, corrió tan rápido como nunca antes lo había hecho hacia las calles principales.

—¿Son caballeros?

Encontró a un grupo de gente y gritó con fuerza. Iban vestidos de manera informal, algunos con ropa cara, pero todos llevaban espadas en el cinturón. Podían ser mercenarios o cualquier otra cosa, pero Eli no lo sabía. Todo lo que sabía era que los caballeros llevaban espadas, y por lo tanto, las personas ante ella tenían que serlo.

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