El contrato de la Princesa y la Duquesa Monstruosa – Capítulo 19

Traducido por Ichigo

Editado por Lucy


Cuando un hombre alto salió y le hizo preguntas, se sintió intimidada. Pero otra persona, una mujer, que estaba detrás de él le dijo con suavidad que bajara la voz y él no gritó ni se resistió. En ese momento, Eli se armó de valor y les contó lo del carruaje en llamas camino al templo. A cada segundo, la paranoia se impacientaba. Así que divagó y dijo algunas cosas sin querer. Pero nadie la interrogó más. Y antes de que pudieran hacerlo, corrió rápido de vuelta a la mansión.

—Hice bien. Sí, hice lo correcto.

¿Lo hice? Eli se detuvo para tomar aliento. Jadeaba con fuerza mientras cerraba la puerta de su habitación. A continuación, se quitó la capa y la metió en una de las cajas que había por la habitación. Tenía que deshacerse de ella para que nadie supiera lo que había hecho. En cuanto guardó la caja, una de sus criadas la interrumpió en la habitación. Parecía asustada.

—Dios mío, señorita Eli. Es un desastre ahí abajo.

—¿Qué quiere decir…?

—No conozco los detalles, pero el marqués está haciendo un berrinche. Está enfadado por algo.

Ante sus palabras, Eli bajó corriendo al estudio de su padre sin pensárselo dos veces. A mitad de la escalera, oyó los gritos furiosos de su padre resonando en el pasillo.

—¡Idiotas, estúpidos e inútiles!

Entonces algo se estrelló contra la pared y siguieron los gritos de los criados. La sirviente, que iba detrás de Eli, temblaba de miedo. Pero ella no le prestó atención y escuchó la voz de su padre.

—¿Dónde está? ¡¿Quién se la ha llevado?!

—¡Uf! ¡M-Mi mano! Mi mano…

—¡Contéstame!

Su padre ni siquiera le dio al hombre tiempo suficiente para hablar. En su lugar, una fuerte bofetada y el sonido de un látigo restallaron en el aire. Gemidos de dolor se escaparon por la rendija de la puerta. Eli bajó poco a poco el resto de la escalera y cruzó el pasillo de puntillas, con los oídos aguzados para captar cualquier sonido procedente del estudio.

—D-dijeron que eran los caballeros de Rinche… El alto dijo que se llamaba Bethrion… ¡Bethrion Lahen Salvatore! ¡Por favor, amo, perdóneme! Por favor…

¿El alto? ¿Salvatore? ¿Está hablando de la Casa Salvatore? La mente de Eli se agitó.

¡Si de verdad era Salvatore, su padre no puede influenciarlos! 

Aunque su padre era marqués, la casa Sperado seguía siendo un nombre poderoso. Muchos estaban bajo la influencia él y por lo tanto eran más fáciles de atacar. Pero la Casa Salvatore era aún más grande y poderosa de lo que ellos serían jamás. Y fue ella quien entregó a Leslie a tan poderosa Casa. Esto no volverá a mí, ¿verdad? No. Mientras Leslie no vuelva con el Marqués, todo estará bien. Eli lo esperaba con desesperación.

Ella estaba teniendo pesadillas en el último tiempo. En el sueño, su hermana se había apoderado de su trono y ella estaba debajo.

Su cabello plateado, seco y desordenado, brillaba como la luz de la luna sobre las olas del océano. Sus ojos, por lo general muertos y derrotados, brillaban ahora con confianza. Llevaba el vestido y las joyas más caros y el pelo recogido en un elegante adorno con joyas. Sonreía a Eli con sus padres a ambos lados.

Y allí estaba ella, en un lugar frío y oscuro. Su cabello dorado había perdido brillo y temblaba como una hoja seca de otoño en la tormenta de invierno. Tenía ojeras y las mejillas hundidas. Su aspecto era lamentable y miserable.

Eli se arañó la cara cenicienta y se arrancó el cabello quebradizo y pajizo. Cuando levantó la vista, Leslie estaba delante con una sonrisa burlona. Entonces, sus labios rosados se abrieron y susurraron.

—Hola, ¿sacrificio?

—¡Cállate!

—¿Señorita Eli?

Ella gritó en voz alta sin pensarlo. La criada detrás de ella tiró de su vestido y trató de calmarla lo más tranquila que pudo. Si el Marqués llegaba a verlas a ambas, no se pondría contento. Por suerte, la voz del hombre seguía siendo más alta y en constantes divagaciones aireadas. Así que el repentino arrebato de su hija no se oyó.

Pero a ella no podía importarle menos su padre. Sus pesadillas se iban haciendo realidad poco a poco. Jadeaba con respiraciones rápidas y cortas.

—¡No va a volver!

Ante las palabras del marqués, Eli asintió con la cabeza.

—Sí, no volverá. No debería. Es lo mejor para ti y para mí —murmuró en voz baja.

—Vámonos…

Pasaron unos cuantos momentos y la respiración de Eli volvió a la normalidad. Cuando por fin habló y se dio la vuelta para marcharse, se encontró de frente con el mayordomo. Era uno de los ayudantes personales de su padre y un hombre con una expresión tranquila siempre fija en su rostro. Pero en ese momento, parecía alarmado.

—Señorita Eli.

—¿Qué ocurre? Mi padre está de mal humor. Te aconsejo que lo evites por ahora.

Como para probar sus palabras, ruidos de algo rompiéndose una vez más sonaron desde el estudio. El mayordomo miró hacia allí y luego de nuevo a Eli, continuando vacilante.

—La duquesa Salvatore está aquí, solicita una reunión.

—¿La duquesa… Salvatore?

Los ojos de Eli parpadearon sorprendidos. El criado dijo que el hombre que se había llevado a Leslie era Salvatore.

—¿Por qué?

—No lo sé. La Duquesa no dijo nada más que está aquí para ver al Marqués.

—¿Dónde está ahora?

—Está en la habitación de invitados Rosé.

En cuanto las palabras salieron de los labios del mayordomo, Eli corrió hacia allí. Las cabezas de los sirvientes y de la criada se giraron sorprendidos, ya que ella siempre caminaba con elegancia y nunca tenía prisa. Pero no le importaba en absoluto. Lo importante es que se reúna con la duquesa antes que con su padre.

Cuando por fin llegó a la sala, se encontró con una mujer alta. Era la mujer más alta que había visto en su vida, incluso más que la mayoría de los hombres.

Su largo pelo negro le caía por la espalda y su máscara blanca brillaba a la luz de las velas. Sus ojos verde oscuro se clavaron en los de Eli. Enmascarada, alta, pelo negro y ojos verde oscuro. Debe ser la Duquesa de la que se rumoreaba, pensó Eli.

Ella estaba de pie junto a las ventanas, golpeando el alféizar como si estuviera sumida en un profundo pensamiento, envuelta en un abrigo de piel negra. Entonces ella se movió y al final vio a Eli, que estaba de pie junto a las puertas de la habitación de invitados. La mujer sonrió.

—Saludos a la muy honorable Guardiana del Imperio, Duquesa Salvatore.

Aunque ella seguro sonrió como gesto de amabilidad, Eli sintió que los escalofríos le recorrían la espalda. Un sudor frío brotó mientras no podía evitar sentirse como un herbívoro ante un carnívoro. Pero, en un instante, una sonrisa bien practicada se dibujó en su rostro y se inclinó con elegancia. La Duquesa evaluó con rapidez a la chica que tenía delante. Eli era de verdad hermosa. Aunque tenía la frente perlada de sudor, no le daba asco. Por el contrario, le daba un aspecto animado y activo.

—Saludos a usted también, señorita Eli Darren Sperado.

La Duquesa caminó con lentitud hacia ella, acortando la distancia que las separaba. Aunque no tenía ninguna mala intención, Eli se quedó helada de miedo y fue incapaz de moverse.

A pocos centímetros, se detuvo. Sin palabras, sin sonido. Permanecieron en silencio, ella mirando fijo a la niña y la última congelada bajo su mirada. Cuando por fin la Duquesa volvió a hablar, Eli respiró con rapidez.

—Si no le importa, ¿cuántos años tiene, señorita Sperado?

—En absoluto. Cumplí quince este año.

Eli sonrió con dulzura. La Duquesa no era un rival fácil. Quizá incluso un reto mayor que el Príncipe Heredero. Pero necesitaba saberlo antes de que llegara su padre. ¿Por qué estaba aquí? ¿Dónde está Leslie y qué le ha pasado? Sus uñas se clavaron en sus palmas.

—Eres alta para tu edad.

Un cumplido sonó por encima de ella de forma inesperada. Eli parpadeó y pronto sus mejillas sonrosadas se tiñeron de un rosa aún más intenso. Sonrió con los ojos en forma de luna creciente y miró con inocencia a la Duquesa como una niña tímida.

—Gracias, duquesa. Con frecuencia me dicen que parezco más madura y elegante que otras damas de mi edad… Es muy halagador.

—Por supuesto.

La Duquesa le siguió la corriente con una sonrisa, pero Eli se sintió muy incómoda ante su respuesta. Era algo inquietante y espeluznante, que la ponía de lo más incómoda. ¿Qué está haciendo? Eli parpadeó de nuevo, sintiéndose perdida.

—Parece que el marqués Sperado llega tarde.

—Sí, así es. Y por eso estoy aquí. Hasta que llegue, te haré compañía.

Su padre estaba arriba haciendo un berrinche en el estudio. Así que, por supuesto, llegaría tarde. Necesitaba ponerse ropa limpia.

—Estupendo… ¿Podría enseñarme la mansión, señorita Sperado? Es de verdad preciosa y debo insistir en ver su grandeza en todo su esplendor.

La duquesa sonrió a la despistada muchacha, que parpadeaba rápido y se esforzaba por comprender lo que estaba insinuando.

—Duquesa Salvatores, disculpe la espera.

El Marqués se hizo presente en la sala Rose después de algún tiempo. Aunque tarde, se limitó a disculparse con una sonrisa elegante y se sentó en un sillón frente a la Duquesa. Ella bebía té en silencio mientras lo estudiaba. Él, en cambio, no esperó respuesta y fue directo al grano. Estaba claro que no le interesaban las bromas amistosas ni prolongar la estancia de la duquesa más de lo que ya había sido.

—Debes estar aquí por mi hija, Leslie. Por favor, disculpe mi tardanza. Este pobre hombre estaba muy asustado, no podía pensar con claridad. Así que tardé un poco en orientarme. Le pido disculpas de nuevo por hacerle perder su precioso tiempo.

Sus palabras llegaron suaves, pero meretrices. Como siempre, analizó la duquesa mientras daba otro sorbo al té. Su aroma llenó su boca, haciendo que la reunión fuera al menos un poco tolerable.

—Mis sirvientes me informaron sobre los valientes caballeros Salvatore que rescataron a mi hija. Estaban asustados y en pánico, pero los caballeros se hicieron cargo y salvaron a mi pequeña.

El marqués chasqueó la lengua en señal de desaprobación.

—Siempre ordeno a mis sirvientes que estén preparados para desastres como el incendio, pero son plebeyos ocultos que olvidan con facilidad. No contaba con hombres inteligentes y valientes como los suyos, lo bastante listos como para apagar el fuego. ¿Qué podemos hacer? Nunca se puede confiar en los tontos de poca monta y para eso tenemos a los nobles caballeros, ¿verdad? No obstante, pido disculpas por las molestias.

En ninguna parte de su declaración se culpó a sí mismo, sino solo a los siervos. Pero redactó con cuidado el chivo expiatorio para parecer un amo misericordioso. La Duquesa guardó silencio, sin molestarse en responder a su ostentación.

—En fin, ¿dónde está mi querida hija…?

—Marqués Sperado.

La Duquesa lo cortó, no queriendo oír más de su parloteo y dejó la taza de té. Se reclinó en su sillla. Los ojos del marqués seguían sus movimientos con aprensión.

—¿Es de verdad su hija?

—¿Cómo dice?

Ante la pregunta, las cejas del marqués se fruncieron por un momento. Rápido recuperó la compostura y esbozó una dulce sonrisa. Era tan falsa y pretenciosa como la de su hija Eli. La Duquesa dejó escapar una pequeña carcajada de diversión ante su semejanza.

—Por supuesto. Debe de haber un malentendido. Es mi segunda hija, de mi propia sangre.

—¿Todos los segundones de Sperado son transportados en un pequeño carruaje que ni siquiera lleva el escudo de la Casa?

Por si las cosas tomaban un giro inesperado, había preparado un carruaje sin escudo. Pero le salió el tiro por la culata y ahora volvió a la carga contra él. Aun así, no era lo peor. Podía librarse de la acusación con un poco de historias elaboradas.

—Mis dos hijas no estaban de buen humor y no querían ir en el mismo carruaje. Así que tuve que apresurarme y preparar un segundo. Ya sabe lo que es tener dos hijos, ¿verdad? Seguro que como padre lo entiendes. A su edad, se pelean y a veces se resisten a tus órdenes.

Tosió para aclararse la garganta y continuó con audacia.

—Además, fue su elección subir a ese carruaje. Esa chica puede ser muy testaruda y no había nada que yo pudiera hacer.

—¿Eligió ese carruaje entre todos los demás? Por lo que sé, usted posee al menos cinco carruajes artesanales. ¿Ignoró todos ellos y en su lugar eligió el pequeño y maloliente carruaje viejo?

Bethrion dijo que el carruaje estaba empapado en aceite, y por eso ardía con tanta saña. El olor flotaba en el aire, por lo que era aún más fácil de detectar. La duquesa se lo insinuó al marqués, cuyo rostro se iba contrayendo poco a poco.

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