Herscherik – Vol. 2 – Anécdota: El príncipe real y el tercer hijo del marqués

Traducido por Shisai

Editado por Sakuya


La nieve se había descongelado y el invierno había pasado, pero ese día en particular seguía siendo demasiado frío para sentirse realmente como una primavera.

Un joven caminaba por un pasillo del castillo. Tenía un cabello que parecía puro rubí líquido. Sus ojos brillaban con una fuerte determinación. Se trataba del Príncipe Heredero de Greysis, hijo del eternamente bello Rey Soleil y de la princesa del vecino Principado de Parche, una princesa conocida por su pueblo como “la Joya del Mar”. Además de la belleza que le transmitieron sus padres, todos y cada uno de sus movimientos eran elegantes. En general, encarnaba perfectamente su papel de Príncipe Heredero. Dicho príncipe heredero, Mark, asistía al propio rey y colaboraba estrechamente con los militares desde su graduación en la academia, además de sus funciones cotidianas.

Ese día, además, había terminado sus tareas de príncipe por la mañana y se dirigía a cumplir con sus deberes militares por la tarde. Entonces, alguien le llamó. Mark se detuvo en seco cuando la figura se acercó a él con un gesto de la mano, moviendo su cabeza de cabello anaranjado dorado. Mark reconoció a la persona.

—¿Octa? —preguntó el Príncipe Real.

Octa era un hombre delgado, un poco más alto que Mark, con un par de ojos azules algo achinados y una atmósfera amable. Aunque su aspecto era más suave que intimidante, había demostrado su habilidad con la espada al ganar los anteriores Juegos de Combate por goleada. Su nombre completo era Octavian Aldis, el tercer hijo del marqués Aldis, cuya familia había producido generaciones de generales y caballeros.

—Siento haberte interrumpido. —Octa, u Oran, como lo llamaba su maestro, se disculpó con ligereza, del tipo que uno usaría con un amigo.

Si alguien lo hubiera oído, podrían haberlo reprendido por su falta de respeto hacia el Príncipe Heredero, pero en ese momento estaban solos y, de hecho, eran amigos desde sus días de academia. Aunque su amistad se había resentido durante un tiempo, habían vuelto a llamarse por sus apodos como antes.

Mark contestó con una sonrisa genuina, la de un amigo.

—No te preocupes. ¿Qué pasa? ¿Vas a salir?

Echó un vistazo al atuendo del otro. Iba vestido con un traje humilde, consistiendo en una camisa blanca y pantalones, un poco mal vestido para el castillo. Su cabello rizado y largo hasta los hombros, que alguien con aspiraciones políticas podría haber llamado congraciadamente color de atardecer o crepúsculo, estaba suelto en la parte posterior de su cabeza. No se parecía en nada a alguien que trabajara en el castillo, pero vestía así a petición de su amo. El propio Octavian estaba contento con lo fácil que era llevarlo por ahí e ignoraba por completo las miradas de quienes le rodeaban.

A pesar de ello, un buen número de mujeres del castillo le habían cogido cariño de todos modos. Su posición como tercer hijo de un marqués, su rostro amable y su carácter honesto, y su fuerza como caballero eran factores que contribuían a ello.

Como además estaba soltero, era un candidato atractivo para casarse con las damas solteras de la nobleza y la burocracia. Por si fuera poco, aunque normalmente vestía con ropas sencillas e impropias de su estatus, cuando llevaba su uniforme de caballero blanco bien confeccionado y se molestaba en mantener el cabello aseado, se veía muy bien. El contraste entre su vestimenta formal y la informal embelesaba aún más a estas mujeres, aunque probablemente él era el único que no lo notaba. Además de todo eso, era el caballero de servicio del Séptimo Príncipe Herscherik. En definitiva, era uno de los solteros más codiciados del castillo.

Oran se rio.

—Bueno, quiero decir… ya sabes.

Mark asintió en señal de comprensión.

—¿Cuánto tiempo?

—Tres semanas más o menos.

—Lo tengo. Mi hermano enfermo descansará en un retiro propiedad de un amigo mío y conocido del marqués Aldis… ¿Qué te parece?

—Estupendo.

Su conversación fue breve. No era la primera vez que Mark completaba un pedido para Oran sin que éste preguntará por qué. Herscherik, el hermano menor de Mark, había llevado a buen puerto un incidente concreto en la capital el año anterior. Desde entonces, Herscherik había empezado a retirarse de la capital de vez en cuando… lo que, por supuesto, no era más que la excusa que daba Herscherik para escabullirse a varias zonas de la propia capital. En esas zonas, había estado recopilando información de inteligencia y ocupándose de cualquier cosa que preocupara a los residentes.

En realidad, era similar a un drama de época que Ryoko solía ver, en el que un cierto vice-shogun iba por ahí tomando nombres, pero no había forma de que Mark lo supiera.

A Mark no se le explicó con detalle por qué Herscherik había empezado a hacer esos viajes, pero teniendo en cuenta cómo actuaba su hermano durante los incidentes, estaba seguro de que Herscherik tenía una buena razón. Mark no tenía ningún problema en cubrir a su hermano, que viajaba por todo el país mientras él estaba atado a la capital, trayendo información y ocupándose de los problemas que aquejan a la población local.

—Cuida de Hersch, Octa —Mark no pudo evitar implorar a Octavian, su amigo y caballero al servicio de su hermano.

—Por supuesto, —respondió Oran, pesando el significado de sus palabras, a pesar de su comportamiento habitual.

Mark entrecerró los ojos al ver a Octavian así y pensó en su primer encuentro.

Tenían doce años cuando se conocieron. Además de su aspecto ya refinado, Mark estaba muy por encima de los niños de su edad, incluso en lo que se refiere a la habilidad con la espada y la magia, por no hablar de los estudios. Aunque podía estudiar magia y erudición sin problemas por su cuenta, se quedó sin un compañero de entrenamiento adecuado en el arte de la espada.

Además, su condición de Príncipe Real era intimidante. Algunos se acercaban a Mark con segundas intenciones, pero ese tipo de personas no tenían ninguna posibilidad de enfrentarse a él cuando se trataba de un combate justo. Su maestro se había asociado con él en alguna ocasión, pero incluso él se había sentido intimidado por el título de Mark.

Tanto Mark como los que le rodeaban estaban descontentos e incómodos con la situación. Y entonces, Octavian se le presentó como un digno oponente y fuente de protección para el príncipe heredero.

Ese día, Mark había acudido a un campo de entrenamiento particular dentro de la academia.

Un estudiante, ligeramente más alto que él, se le acercó.

—¿Príncipe Mark?

—¿Y tú eres…? —preguntó Mark con incredulidad.

Con una mano en el pecho, se inclinó.

—Octavian Aldis, Príncipe Ma… quiero decir, Su Alteza. Me han dicho que me entrene con usted… su Alteza en la espada.

Mark se aguantó la risa al escuchar a Octavian tropezar con las formalidades.

—Aldis… Oh, el General Aldis.

El padre del muchacho le vino inmediatamente a la mente. Roland Aldis era uno de los guerreros más fuertes del país, apodado el General Ardiente en parte por su pelo rojo encendido, muy diferente del tono rubí de Mark. El general no era en absoluto una persona fácil de tratar. Casi todos los que conocían al general hacían hincapié en ello cuando se menciona en una conversación. En ese momento, Mark se dio cuenta de que su “el” podría haber sonado como si estuviera insultando al padre del chico. Tuvo que disculparse.

Octavian, en cambio, parecía no estar afectado.

—Sí, es mi padre. —La respuesta parecía un sentimiento genuino en lugar de simplemente seguirle el juego al comentario de Mark para ser educado.

Mark estuvo a punto de estallar en carcajadas de nuevo.

—Bueno… ¿empezamos? —Levantó una espada, con la hoja desafilada por motivos de entrenamiento, y se enfrentó a Octavian.

Después de unos cuantos combates, se acercaron a una fuente situada en la esquina del campo de entrenamiento para tomar un descanso. Mark abrió el grifo y sumergió la cabeza bajo el chorro que salía de el. No era el agua más refrescante para beber, pero tenía la temperatura justa para enjuagar el sudor de su pelo y su cara.

Mientras Mark se secaba la cabeza con una de las toallas que habían colocado cerca, se sintió observado y se volvió hacia la fuente de la sensación. Octavian había estado mirando a Mark mientras se limpiaba el sudor de la cara con otra toalla.

—¿Hm…? ¿Qué pasa?

—Nada… —murmuró Octavian.

A Mark le había gustado que Octavian no dudara como lo habían hecho los demás durante su partido de entrenamiento. Ahora, esta respuesta evasiva le molestaba.

—Ahora tengo que saberlo. Dímelo de una vez. —Dejó que su irritación afectará su tono.

A Octavian le pareció claro, ya que desvió la mirada de Mark y soltó: —Me sorprendió que fueras un espadachín decente.

—¿Qué? —preguntó Mark con un asombro inexpresivo.

Octavian vio la expresión del príncipe, que puso cara de haber mordido algo agrio. Se inclinó en señal de disculpa.

—Perdóneme por lo que dije…

Mirando fijamente la cabeza de Octavian, Mark sintió que una emoción surgía en su interior. No era desagradable.

De hecho, era hilarante.

—Pft… Je, je, je… Ja, ja, ja. —Finalmente, la risa de Mark se desató.

—¿Príncipe Mark? —Octavian levantó la cabeza ante el arrebato del príncipe heredero. Tenía la mirada de alguien que se encuentra por primera vez con alguna criatura extraña en la naturaleza.

Salvo su familia, nadie era sincero con Mark. Casi todos los demás estaban ocupados tratando de mantener contento al Príncipe Heredero, y algunos incluso se acercaban con motivos ocultos detrás de sus bromas. Otros temían a Mark y mantenían las distancias. Octavian no era ninguno de los dos.

—No, lo siento. No te preocupes por mí, —se disculpó Mark, sujetándose los costados que empezaban a dolerle de tanto reír. La expresión de Octavian no había cambiado—. Ahora que lo pienso, no fuiste fácil conmigo durante nuestros partidos.

Ahora, Octavian recuperó la expresión de absoluta perplejidad.

—Me dijeron que entrenara con usted… su Alteza en la espada.

Mark apenas contuvo otra carcajada al ver cómo la cara de Octavian decía mucho más que sus palabras.

—Aun así, la mayoría va con cuidado con el príncipe heredero.

Octavian no contestó, pero su cara preguntaba claramente: ¿Eh? ¿Qué tiene eso que ver con la lucha de espadas? Evidentemente, apenas había pensado en el título de Mark.

Sin embargo, todo esto cobró sentido para Mark cuando recordó que Octavian era el hijo del general. Este tipo de interacción era una novedad para Mark.

—¿Puedo llamarte Octa? —La pregunta había salido de su boca antes de darse cuenta.

—¿Qué? —se quedó helado ante este ataque sorpresa.

Mark no esperó a que le dieran permiso.

—Llámame también Mark. No más ‘Su Alteza’. —Sin dar a Octavian la oportunidad de decir una palabra, continuó en rápida sucesión—. Nada de formalidades, en absoluto. Se me pone la piel de gallina al oírte forzarlo. —Mark se rascó dramáticamente la espalda, como para subrayar sus palabras.

Octavian abrió y cerró la boca un par de veces ante el comportamiento decididamente poco sincero de Mark.

—Ouch, —gruñó a Octa—. Hice lo que pude, ya que eras el príncipe y todo eso. ¿Estás seguro, Mark? Una vez que deje de hacerlo, no voy a volver.

—Tus esfuerzos fueron inútiles, Octa.

Desde ese día, el Príncipe Real y el tercer hijo del Marqués fueron amigos.

Pasaron los años, pero su amistad nunca se desvaneció. Octavian mantenía una fachada cortés cuando estaba cerca de mucha gente. Dicho esto, nadie se atrevía a quejarse de que Octavian, hijo de uno de los marqueses más poderosos del país, se relacionase con el Príncipe Real Mark.

Como príncipe heredero, Mark estudiaba el arte de gobernar como le corresponde a un miembro de la realeza, mientras que Octavian entró en el programa de estudios de caballeros. Como asistían a la misma academia, almorzaban juntos cuando tenían tiempo, seguían entrenando juntos en esgrima, estudiaban juntos en la biblioteca… En definitiva, vivían a tope su vida en la academia.

Un día concreto, después de que ambos cumplieran los dieciséis años, Mark se sentó en un banco junto a la fuente, tras enjuagarse el sudor como de costumbre después de sus combates, se dirigió a Octavian, quien se estaba secando sin camisa.

—¿Cómo te va, Octa? —Mark seguía siendo ligeramente más bajo. Aunque parecían igual de delgados con la ropa puesta, Octavian se había vuelto bastante musculoso, especialmente en el torso, por su entrenamiento diario como caballero.

—¿Hm? —Octavian se giró hacia su amigo, secando con una toalla el pelo del color del sol que se había mojado. Sus ojos instaban silenciosamente a Mark a ser más específico.

El príncipe sonrió.

—¿Con tu prometida?

Octavian lanzó un escupitajo, tuvo un ataque de tos y se tapó la boca con la toalla.

—¿No tiene cosas más importantes de las que preocuparse, Su Alteza el Príncipe Heredero…? —protestó, con los ojos llorosos.

Mark respondió con una sonrisa impropia de un príncipe.

—Sólo lo pregunto porque eres mi querido amigo, Octavian. No pretendía nada con ello.

—Por supuesto que sí, —refunfuñó Octavian en silencio. Mark se limitó a hacer un gesto para que Octavian respondiera—. Bien, de verdad… —cedió, evitando la mirada de su amigo al hacerlo.

Sin embargo, su comportamiento poco característico sólo sirvió para ampliar la sonrisa de Mark.

—He oído que te hace la comida todos los días.

—Sería de mala educación no comerlo…

La prometida de Octavian siempre le llevaba el almuerzo, ya que estudiaba cocina para prepararse para su matrimonio. De vez en cuando se les encontraba almorzando juntos en el patio cuando sus horarios coincidían, pero Octavian no sabía que les estaban observando.

En una ocasión, Mark vio lo que le había preparado a Octavian para el almuerzo: una comida saludable que parecía muy sabrosa. Mark había pedido una muestra, pero Octavian se negó rotundamente.

—He oído que tampoco te separas de ella en las veladas, como un perro guardián.

—Porque siempre aparecen algunos imbéciles que la molestan…

La pareja había debutado en la alta sociedad cuando ambos cumplieron dieciséis años, al igual que Mark. Como hija de un aristócrata de la alta sociedad que dirigía un negocio, la prometida de Octavian era invitada a una gran cantidad de eventos sociales. En cada ocasión, Octavian se esforzaba por acompañarla y no separarse de ella, asustando a los hombres que se le acercaban. Aunque insistía en que lo hacía por su bien, era evidente que estaba un poco celoso, si no un poco inseguro. Por supuesto, la mayoría de la gente que les rodeaba observaba a la nueva pareja sin más que alentarla en silencio.

—He oído que le has regalado esos lazos que siempre lleva.

—¿Cómo…? —Octavian se dirigió a Mark, con ojos más expresivos que sus palabras.

Mark le devolvió una sonrisa burlona.

—Y sus nuevas cintas son azules, naranjas… ¿Dónde he visto esos colores antes?

La prometida de Octavian tenía el pelo largo. Tanto si estaba en la academia como si salía por la ciudad, siempre llevaba el pelo recogido en un moño o trenzado hasta que su prometido empezó a regalarle esas cintas. Antes de cumplir los dieciséis años, vestía principalmente con colores femeninos como el amarillo, el rojo y el rosa. Después de su debut en la alta sociedad, vestía más a menudo de naranja o azul, los colores del cabello y ojos de su prometido. Estaba claro para cualquiera lo que eso significaba.

—Al parecer, es una tendencia en la alta sociedad que los hombres regalen a sus prometidas accesorios de colores que les recuerden al que los regala… Gracias a cierta persona, por supuesto.

Finalmente, Octavian se cubrió la cara con las manos y se agachó en el lugar. Sus orejas, no cubiertas por las manos, eran de un rojo intenso.

—Dame un respiro… —logró decir Octavian.

Al ver que su amigo, quien siempre se mantenía firme y audaz, se sonrojaba de vergüenza, la mueca de Mark se desvaneció en una sonrisa.

—Lo siento. La verdad es que te envidio. —No estaba celoso, sino envidioso.

Octavian, cuyo rubor había disminuido un poco, torció el cuello mientras se levantaba.

—¿Qué dama no te querría, Mark?

De hecho, muchas chicas estaban enamoradas del príncipe Mark. Además de ser el príncipe heredero, tenía un aspecto insuperable y un carácter caballeroso, aunque fuera superior a todos ellos.

Al ver que Mark se callaba, Octavian se puso serio de repente.

—Sólo… no te metas con las mujeres casadas.

—¡Cómo si! —gritó Mark, lanzando una toalla a Octavian. Este simplemente agarró la toalla en el aire. Después de un rato, empezaron a reírse juntos, su alegría resonó en el campo de entrenamiento—. De verdad, me da envidia que siempre piensan el uno en el otro.

Mark se limpió las comisuras de los ojos, tras reírse hasta las lágrimas. Le daba envidia que Octavian y su prometida no quisieran nada más que el uno al otro, que se preocupan el uno por el otro y se aman. Su futuro le parecía tan brillante a Mark.

—Sin embargo, no puedo evitar pensar en mi posición. —Mark era el Príncipe Heredero, después de todo. En el futuro, tendría que casarse con una reina adecuada. Más de una reina, si fuera necesario. No es que Mark deteste la idea. Su padre, de hecho, tuvo cinco (ahora tristemente cuatro) reinas además de la primera. Y, quizás gracias a su carácter generoso, las reinas se llevan como hermanas. Aunque, el hecho de que las reinas fueran conscientes de la situación cuando acudían a casarse con Soleil, definitivamente ayudaba, y sabían que lo decepcionarían si se peleaban.

Mark sabía que su padre no era el tipo de persona que obligaba a casarse contra su voluntad. La cuestión era que cuanto más le decían a Mark que no pensara en su país en esos asuntos, más se preocupaba. Y quien se convirtiera en su reina compartiría con él el peso de gobernar una nación. Teniendo en cuenta todo eso, Mark no podía elegir a su compañera simplemente por amor.

—Realmente has nacido para ser un príncipe, Mark… Asegúrate de tomarlo con calma de vez en cuando. —Octavian sabía cómo se sentía Mark, así que no dijo nada más. Sin embargo, si su amigo le pedía ayuda alguna vez, estaría ahí para él lo mejor que pudiera, sin importar los resultados—. Acude a mí cuando estés en apuros. Soy tu futuro caballero de servicio, ¿recuerdas? —Octavian se acercó a Mark y le tendió la mano.

Esto era algo que le había prometido a Mark cuando comenzó su entrenamiento como caballero.

Se graduaría en la academia, se convertiría en caballero, luego en guardia real y después en general. Después, se convertiría en el caballero de servicio de Mark para apoyar a su amigo en sus deberes reales. Ese era el objetivo de Octavian en la vida.

Mark sonrió ante el gesto.

—Gracias, Octa. Cuento contigo. Y también puedes acudir a mí cuando quieras. —Mark cogió la mano de Octavian.

—Por supuesto —Octavian apretó la mano Mark. Sus manos permanecieron entre las del otro durante un rato más.

Ninguno de los dos dudaba entonces de que su promesa se haría realidad algún día.

El verano siguiente, Octavian perdió a su prometida.

Cuando regresó a la academia después de un tiempo de ausencia, Mark lo vio y corrió hacia él. La última vez que vio a Octavian, éste había salido corriendo de la academia al recibir la terrible noticia. Eso había sido hace una semana.

Octavian, con la cara descolorida y mucho más delgado que antes, llevó a Mark al campo de la academia, donde podían estar solos.

—¿Estás bien, Octa? Lo siento por… —Ella, estaba a punto de decir Mark, cuando la aguda mirada de Octavian le hizo callar.

—Necesito un favor tuyo, Mark —dijo Octavian, con un tono extrañamente tranquilo y frío—. Ella no murió de enfermedad. Tomó una droga peligrosa y… eso fue lo que la mató.

—¿Droga peligrosa?

La noticia de su muerte ya había llegado a la alta sociedad, por no hablar de la academia. Aunque el suyo era un compromiso arreglado por sus padres, seguían siendo la pareja perfecta que todos adoraban, lo que significaba que un buen número de personas también estaban celosas de ellos. Sin embargo, Octavian nunca parecía dejar que las miradas de los demás le afectarán.

Y ahora, la tragedia había golpeado a la pareja perfecta. Aunque algunos miembros de la alta sociedad se solidarizaron con la pérdida de Octavian, la mayoría seguía cotilleando sobre ello mientras tomaban el té, por toda la ciudad.

Los rumores iban desde un simple caso de gripe de verano hasta historias mucho más atroces que Octavian no se atrevía a compartir con nadie. Por supuesto, esos rumores eran poco creíbles, lo que hizo pensar a Mark que la historia de la gripe de verano debía ser la verdad. Pero ahora, sus cejas se fruncieron ante la mención de una “droga”.

—La culpa es mía. —La cara de Octavian se torció—. Esa droga es peligrosa. Parece que muchos nobles han caído en su consumo. —había estado investigando el incidente por su cuenta, por lo que Mark podía decir—. Aun así, la policía actúa como si no hubiera pasado nada. “Ninguna circunstancia parece fuera de lo normal”, dijeron. —Octavian agarró el brazo de Mark. Se inclinó profundamente, suplicante—. Mi padre trabaja para el ejército, así que no puede inmiscuirse oficialmente en la policía. Sé que me estoy aprovechando de tu título, Mark… Pero eres la única persona que me queda. —él mantuvo la cabeza baja—. Lo siento mucho.

—Está bien. Lo tengo. Puedes contar con ello.

Sin embargo, Mark se quedó perplejo ante la declaración del agente cuando llegó a la comisaría.

—¿Qué? —preguntó.

—Como le he explicado, Alteza, ya hemos concluido la investigación de ese caso y no tenemos previsto reabrirlo. —El agente, que llevaba el caso, contestó con cara seria, pero evidentemente consideraba que la interacción era una pérdida de tiempo.

—Es demasiado pronto para eso.

—Fue una llamada de mi jefe —dijo, levantándose de su asiento—. Su Alteza ha mencionado una droga, pero no hemos recibido ningún informe al respecto de la familia del fallecido.

—¿Qué?

—El hijo del general Aldis nos ha visitado antes… No tenemos ninguna muestra de esta droga, ni ninguna víctima. ¿Cómo se supone que vamos a encontrar a este supuesto culpable? —El agente esbozó una sonrisa socarrona y luego se inclinó para disimularla—. Su Alteza, no hay nada más que pueda decir sobre el asunto. Lo siento mucho.

—Entendido. Gracias por su tiempo. Discúlpeme. —Reprimiendo su ira por la actitud deslucida del agente, Mark salió de la comisaría.

Al atravesar el arco que conectaba la sección oeste y la central del castillo, Mark recordó aquella reciente interacción. Podía entender por qué su familia no había hecho una declaración pública. La reputación de la familia, así como la de ella, se vería afectada si salía a la luz que había muerto por una adicción a las drogas.

Aun así, Mark pensó que la mera posibilidad de que existiera una droga peligrosa justificaba una investigación más exhaustiva. ¿Será por pereza…? Podía imaginar que era un caso arduo de trabajar. La gente que evitaba el trabajo arduo no era precisamente difícil de encontrar.

Justo entonces, Mark sintió una presencia y se detuvo en seco. Un hombre de mediana edad, de gran estatura y con ojos y pelo de color avellana, estaba ante él, desprendiendo un aire casi intimidatorio.

—Vaya, vaya. Príncipe Mark.

—Ministro Barbosse. —Mark respondió a la ceremoniosa reverencia de Barbosse con una inclinación de cabeza.

Con una sonrisa incongruente con su intimidante rostro, Barbosse comenzó a charlar con Mark.

—¿Cómo van las cosas en la academia? He oído que Su Alteza destaca en la espada y la magia, además de en lo académico. El futuro del Reino de Greysis es brillante.

Mark llevaba su máscara de Príncipe Real en forma de sonrisa amistosa. Estaba acostumbrado a que los nobles lo colmaran de cumplidos.

Después de un curso de charla, Barbosse hizo otra reverencia ceremoniosa.

—Debo irme… —dijo y se apartó del pasillo para dejar paso a Mark. En el momento en que Mark empezó a pasar junto a él, Barbosse añadió, con un tono tan despreocupado como el que utilizó para su pequeña charla—: Oh, Alteza… La policía no es lugar para estudiantes. Están muy ocupados con casos graves… Si Su Alteza puede notificarlo a su amigo.

Mark se quedó sin palabras, pero siguió caminando para evitar que Barbosse descubriera ese hecho.

¿Cómo sabe el ministro Barbosse que…? Sonriendo a los burócratas que le abrían paso con su sonrisa principesca, Mark no podía quitarse de la cabeza las palabras de Barbosse. Sacudió la cabeza, como si quisiera ahuyentar esos pensamientos. No era el momento. Ahora mismo tenía que ocuparse de ese supuesto problema de drogas. Si la policía cerraba el caso, él sólo tenía que hacer que lo reabrieran. No quería hacer esto… Pero es por Octa. Mark endureció su decisión.

Esperó hasta la noche y visitó la habitación de su padre.

—¿Mark? —Soleil parecía sorprendido por la repentina visita de su hijo.

—Hay algo que quiero informarle, padre.

Soleil instó a Mark a continuar, al ver la expresión inusualmente seria de su hijo. Después de escuchar todo lo que Mark tenía que decir, Soleil dejó escapar un largo suspiro.

—Escucha con atención, Mark.

Continuó explicando cómo la policía ya había cerrado el caso, necesitaban más pruebas que justificaran una reapertura. Además, la víctima o su familia debían solicitar también la investigación. Aunque Octavian tenía el diario escrito por su prometida, no podían probar su validez. Las peticiones de Octavian no tenían el mismo peso que las de su familia, ya que él seguía siendo sólo su prometido.

Aunque Soleil tenía el poder de ordenar una nueva investigación, si la reapertura no aportaba nuevas pruebas, el rey sería el responsable.

—No… —Mark apretó los puños.

Soleil añadió: —Lo han preparado así.

—¿Padre? —preguntó Mark, confundido.

Soleil miró hacia la esquina de la habitación, donde estaba Rook.

—¿Puedes seguir esto, Rook?

—Difícil, pero lo intentaré… No contengas la respiración. —Rook salió de la habitación.

Soleil lo vio salir y pronunció un conjuro para establecer una barrera en la habitación.

—Mark, necesito que escuches con mucha atención lo que voy a decir.

Su padre le contó todo a Mark. Sobre cómo habían muerto el anterior rey, sus tíos y su hermana mayor. Sobre los crímenes de su padre y el control que tenían Barbosse y su facción. Sobre el estado actual de su nación. Después de que Soleil lo explicara todo, Mark se quedó boquiabierto.

—Mark, eres el príncipe heredero. Quiero que tomes tu decisión con eso en mente. Y no importa lo que elijas hacer, siempre te querré.

—¿Qué debo hacer…? —Mark suplicó una respuesta.

Soleil negó con la cabeza.

—Tienes que ser tú quien decida, Mark.

Al final, Rook no pudo rastrear nada sobre la droga que había matado a la prometida de Octavian. Había encontrado algún rastro de su circulación en la alta sociedad, pero todas las pruebas concretas se habían desvanecido aparentemente en el aire.

Con el corazón encogido, Mark se reunió con Octavian en el campo. En su corazón pesaban no sólo los pensamientos sobre el escándalo de la trata, sino los de su padre, su familia, el ministro y todos los nobles… Todo ello era una pesada carga para el corazón de Marcus.

Barbosse también sabía lo de Octavian. A Mark le aterrorizaba que le hiciera daño a su único amigo fuera de su familia.

—¡Mark! ¿Cómo te fue…? —Octavian lo miró con expectación.

Mark no podía soportar encontrarse con los ojos de su amigo.

—Lo siento… —Una débil voz apenas salió de sus labios.

—¿Qué? —no lo oyó. Se acercó un paso más.

—Lo siento, Octa.

Octavian comprendió a través de esas palabras y de la mirada de Mark.

—¡¿Lo siento?! ¿Por qué, Mark? —Al igual que antes, agarró los brazos de Mark con fuerza. Esta vez, lo hizo con rabia. Le dolió, pero Mark no dijo nada—. ¡Mark! —El grito de Octavian resonó en el campo.

Aun así, Mark no podía mirarle a los ojos.

—Lo siento…

Esta afirmación hizo que Octavian aflojara su agarre. Le dio la espalda a Mark y comenzó a alejarse.

—¡Octa! —Mark lanzó su voz a la espalda de Octavian—. ¡¿Seguirás siendo mi caballero?!

Si Octavian hubiera respondido, si hubiera hecho un pequeño movimiento de cabeza, Mark estaría dispuesto a contarle todo. Tenía miedo. Más que nada, tenía miedo de perder a las personas que más quería. Con Octavian a su lado, de alguna manera, Mark sentía que podrían enfrentarse al mundo juntos.

—¡Octa! —Mark llamó de nuevo, rezando para que su amigo se diera la vuelta. Este nunca lo hizo.

Cuando lo volví a ver aquí, casi lo pierdo al saber que era el caballero de Hersch. Mark dejó escapar una risa ante su yo del pasado. Fue él quien rompió su promesa primero, pero aun así no pudo evitar sentirse traicionado por Octavian.

Al final del día, Mark se dio cuenta de que no era apto para ser el amo de Octavian.

Ese día en que se separaron, Mark trató de apoyarse en él en lugar de ayudar a su amigo. Quería escapar de su indecisión. Pero Herscherik era diferente. Intentó ayudar a Octavian y apoyarlo. Esa era la diferencia entre Mark y Herscherik.

Aunque su hermano menor lo había puesto en evidencia, no sentía celos. Mark sabía que Herscherik nunca se lo restregaría en la cara. Su hermano pequeño siempre fue sincero y amable con todos. Por eso todos confiaban en él. Mark sonrió, pensando en su hermano menor.

—¿Mark?

—Sólo un pensamiento divertido —respondió Mark a su viejo amigo como en los viejos tiempos—. ¿Te vas ya?

—En algún momento de hoy. Hersch está haciendo las maletas ahora mismo…

—Entonces, déjame verlo antes de que te vayas. ¿Su habitación está en las dependencias exteriores? —Mark confirmó y se volvió por el pasillo que habían recorrido.

Octavian lo persiguió y se detuvo a su lado.

—Sí, pero ¿está bien de tiempo?

—Mi hermano pequeño se va de retiro. Mi tiempo siempre es suficiente para eso.

Octavian se rio de que Mark le siguiera el juego.

—¿No te cansas de tu hermanito?

—Es mi hermano más joven y temerario, después de todo. —Mark le dio dos palmaditas en el hombro a Octavian—. Entonces, mantén a Hersch a salvo, Señor Caballero de Servicio.

—Con mi vida. —Respondió Octavian con decisión.

Cuando Mark llegó a la habitación de Herscherik en los aposentos exteriores, su cerebro se congeló ante la visión que tenía delante.

—Oh, Mark.

La voz era inconfundible de Herscherik, pero Mark no encontró a su hermano en ninguna parte de la habitación. La persona que tenía delante tenía los ojos esmeraldas de su padre, pero el suave cabello dorado de Herscherik, que parecía un rayo de sol primaveral, le llegaba hasta la cintura en lugar de no alcanzar sus hombros. Sus mejillas claras estaban ligeramente teñidas de colorete, y llevaba un vestido de una sola pieza de tela esmeralda que hacía juego con sus ojos y estaba decorado con volantes blancos.

Todo le sentaba a Herscherik casi demasiado bien. Era más adorable que la mayoría de las chicas nobles.

Aun así, Mark estaba seguro de que era su hermano el que estaba ante él.

—¿Herscherik…? —preguntó, aunque sin total confianza.

Entonces, su hermano menor le explicó con orgullo que había decidido travestirse para proteger su identidad cuando viajaba por las regiones fuera de la capital.

¿No llamará eso la atención…? Mark se guardó su preocupación para sí mismo, ya que Herscherik parecía estar muy contento con su obra.

La preocupación de Mark, de hecho, llegaría a buen puerto, pero esa es otra historia.

El príncipe real y el tercer hijo del marqués — Fin.


Shisai
Y ahora si, finalmente terminamos el volumen 2. Tengo varias novelas a mi cargo, así que en esta solo estoy de forma temporal, esperamos encontrarle pronto un traductor permanente

2 respuestas a “Herscherik – Vol. 2 – Anécdota: El príncipe real y el tercer hijo del marqués”

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