Herscherik – Vol. 3 – Capítulo 1: El Príncipe, la fiesta de Año Nuevo y la emboscada

Traducido por Shisai

Editado por Sakuya


El año nuevo había llegado por fin a Greysis. En el castillo de la capital, que se había cubierto con un grueso manto de nieve blanca, se celebraba una fiesta para festejar el año nuevo, con la asistencia de la realeza, los nobles y los funcionarios del gobierno.

Era un gran baile que incluía también a todas sus familias. Todos los asistentes se vistieron para impresionar, disfrutando de las charlas y del buffet. El baile también incluía una pista de baile, acompañada de melodías populares interpretadas por los mejores músicos del país y poblada por invitados que bailaban con elegancia.

En un rincón del salón de baile, un niño estaba sentado en una silla con los ojos fijos en la bulliciosa fiesta. El niño, el cual podría confundirse fácilmente con una niña, tenía un suave cabello rubio, ojos color esmeralda y piel clara. A pocos meses de cumplir los siete años, el niño ocultaba su exasperación tras una adorable sonrisa. Siguió observando la fiesta mientras interactuaba a medias con cada noble o funcionario que pasaba, así como con sus hijos.

Por favor, que esto termine… se quejó en silencio por enésima vez esa noche. Aun así, mantenía una sonrisa perfecta en el exterior: era su forma de desenvolverse en este mundo. El chico era Herscherik Greysis, el séptimo y más joven príncipe del Reino de Greysis. La gente cercana a él le llamaba Hersche.

En una vida muy diferente a la actual, Herscherik había sido Ryoko Hayakawa, una japonesa normal y corriente (aunque un poco otaku de corazón) que trabajaba en una oficina corporativa. Su vida se truncó en un accidente de tráfico el día antes de su trigésimo quinto cumpleaños. Entonces, se encontró renaciendo en este mundo de espadas y magia como Herscherik, una solterona otaku atrapada en el cuerpo de un estereotipado principito de pelo rubio y ojos verdes.

Otro noble de bajo rango había acudido a saludar a Herscherik, buscando acercarse a la realeza por cualquier mísero grado posible. Tras completar el intercambio con su característica sonrisa de servicio al cliente, el príncipe gimió en silencio.

El lugar de trabajo de Ryoko había sido un entorno relativamente amigable, y solía salir de copas con sus compañeros. Iban a los bares en todo tipo de ocasiones, desde fiestas de fin de año, hasta la celebración de una nueva contratación. A sus jefes les gustaba que les sirvieran las bebidas, como hacía mucha gente en el Japón moderno, y la tradición dictaba que los que estaban más abajo en la jerarquía se pusieran alrededor de la mesa para hacerlo. Mientras que los empleados relativamente nuevos se mostraban siempre rígidos y nerviosos al interactuar con los ejecutivos, los de mayor rango siempre actuaban con total despreocupación.

—¿Pasa algo, Hersche? —Un joven, que había estado junto al príncipe, habló en voz baja, mirándole a los ojos. Tenía el pelo rizado, de color naranja dorado de un atardecer, que le caía ligeramente por debajo de los hombros. Aunque normalmente lo llevaba atado de forma desordenada, lo había peinado con esmero para la ocasión.

Tenía un rostro atractivo, con unos ojos rasgados de color zafiro que le daban un aire de dulzura. Este joven era Octavio Aldis, el tercer hijo del marqués Roland Aldis (que en su día fue temido por las naciones vecinas como el General Ardiente) y caballero al servicio de Herscherik. El príncipe se dirigió a él como Orange, u Oran para abreviar.

—No, Oran. Sólo he recordado algo curioso.

—Está bien… Pero avísame si ves algo.

Oran enderezó la espalda y volvió a observar con atención el salón de baile. Actualmente vestía un uniforme blanco de gala que denotaba su estado de caballero al servicio de Herscherik; a su lado colgaba una espada sin decoración, que contrastaba con la extravagancia que se exhibía en el baile. Esta espada, que había usado todos los días de su vida durante años, también significaba que era una de las únicas personas a las que se les permitía llevar un arma a esta fiesta fuera de los guardias oficiales. Era la prueba de que había hecho un juramento de lealtad a su señor, lo que le permitía poner las órdenes del joven príncipe por encima incluso de las del propio rey.

—Lo sé, lo sé. Pero, Oran… ¿no estás de acuerdo en que he saludado básicamente a todos los que querían verme? —dijo Herscherik, mirando alrededor de la sala para encontrar a unos cuantos nobles y funcionarios que lo observaban. Se encontró con algunos de sus ojos, pero todos se apresuraron a apartarse una vez que Herscherik les dedicó una única sonrisa.

—Yo diría que sí. —Oran echó otro vistazo a la zona. Todos los que se encontraron con sus ojos miraron igualmente hacia otro lado. Herscherik empezaba a sentir los resultados de su trabajo durante el último año y medio.

—Estoy de vuelta, —una voz llegó desde detrás de Herscherik.

—Bienvenido, Kuro. Gracias.

La mayoría de la gente se habría sobresaltado al ver una figura que aparecía silenciosamente detrás de ellos y que hablaba tan repentinamente. Sin embargo, el príncipe y su caballero no se inmutaron ni se dieron la vuelta, sino que se limitaron a saludar a Schwarz, el mayordomo de servicio de Herscherik.

El joven, al que Herscherik había apodado Kuro, tenía el pelo negro y sedoso y los ojos color rubí, con un físico tonificado y un aire sombrío. Aunque Kuro vestía con ropa formal negra, propia de su posición, Herscherik supuso que había varias armas ocultas bajo el inocuo atuendo de Kuro. Como uno de los espías más capaces del país, equiparse con armas era tan rutinario para él como abotonarse la camisa. Kuro tenía un aire misterioso que le había ganado mucha popularidad entre las damas, al igual que el comportamiento caballeroso de Oran.

—Llegas tarde, Perro Negro. ¿Dónde has estado?

—Mantén la boca cerrada, Caballero Delincuente. ¿Todo ese músculo finalmente ha desplazado tu cerebro?

Herscherik se rio mientras los dos discutían sin cambiar sus expresiones. Un ida y vuelta de este calibre era algo cotidiano entre ellos. Se había acostumbrado a su singular método de comunicación. Aunque cualquiera que no estuviera familiarizado con su dinámica podría haber asumido que estaban enfadados, Herscherik podía ver cómo reconocían la fuerza del otro y confiaban el uno en el otro, aunque no se les pillaría diciendo eso en voz alta.

—¿Cómo fue, Kuro? —interrumpió Herscherik, viendo que, de lo contrario, seguirán ladrando el uno al otro durante toda la eternidad.

—Todos cumplen su palabra. Lo he comprobado dos veces.

—Maravilloso. —Herscherik sonrió, como si acabara de descubrir alguna de sus golosinas favoritas. Cualquiera que no estuviera acostumbrado a sus implicaciones no veía más que una sonrisa inocente propia de su edad, pero los que entendían el subtexto veían un regocijo malicioso—. Mientras mantengan su palabra, no me obligarán a hacer algo que no me guste —añadió, con un toque de teatralidad.

Entonces, Herscherik recordó los acontecimientos que tuvieron lugar dieciocho meses atrás. Después del incidente en el orfanato, poco más había sucedido. Había sido tan silencioso que empezaba a sospechar. No tuvo ningún contacto con nadie que estuviera bajo el control del ministro, ni vio ningún rastro de los agentes de la Iglesia que probablemente habían estado involucrados en el tráfico de drogas.

La calma antes de la tormenta… Debe ser eso, pensó Herscherik.

Después de un mes sin hacer nada, había decidido por fin dar el primer paso.

—La fortuna favorece a los audaces. Lo siento, chicos. Ahora estamos juntos en esto, —había declarado a sus hombres de servicio. Con ellos a cuestas, Herscherik había viajado al este y al oeste de la ciudad para echar una mano a la gente necesitada o acabar con un noble malvado con una sonrisa en la cara y una prueba en la mano. En algún momento, habían rescatado a una compañía itinerante de los bandidos y desmantelado una organización clandestina que se aprovechaba de la gente común. Utilizando el reloj de bolsillo de plata del conde Luzeria, como el magistrado Mito Komon había utilizado su famoso sello en aquella serie de televisión que Ryoko solía ver antes de su muerte, Herscherik se había embarcado en un viaje para arreglar este mundo desde los cimientos, corriendo de un lado a otro con sus secuaces a cuestas, y pidiendo a su hermano mayor y a la Casa Aldis que los respaldaran cuando fuera necesario.

—Si no quieren salir a jugar, provocaré incendios hasta que salgan a apagarlos.

Herscherik esbozaba una sonrisa diabólica al pronunciar frases como ésta. Sus hombres no podían levantar la mandíbula del suelo ante el contraste entre el tono despiadado de Herscherik y sus acciones heroicas.

Herscherik había continuado diciéndoles: —Castigamos a los malos, ayudamos a los buenos… Es un beneficio para todos. Y si eso le quita algo de presión a Mark…

Después de su redada de drogas, el Primer Príncipe Marcus tuvo que limpiar la mayor parte del desastre. Marcus sabía muy bien el peligro que corría, pero optó por asumir el papel ya que su estatus lo convertiría en un objetivo menos atractivo que Herscherik. El pequeño no se conformaba con una seguridad menos absoluta para su hermano, así que había decidido salir al frente para dividir la amenaza entre los dos.

Marcus había regañado después a Herscherik por ello, pero éste había discutido directamente con su hermano.

—Tú también eres importante para mí, Mark. ¿De qué sirve si te sientes demasiado amenazado para protegerte? Además, tus obligaciones no te permiten desplazarte mucho. —Con eso, Marcus aceptó a regañadientes, con la condición de que Herscherik nunca sobrepasara sus límites.

Al final de todo, Herscherik pasó sus días ocupado jugando al dulce principito de día y corrigiendo los males del mundo de noche. Iba por ahí chantajeando a los nobles con cada prueba recién descubierta, obligándoles a hacer un trabajo honesto y a guardar silencio sobre su participación. Se aseguraba de que nadie a quien ayudará mencionara nunca su nombre. Su némesis seguramente se daría cuenta de las acciones de Herscherik. Incluso podrían hacer un contraataque o al menos, eso es lo que esperaba que hicieran. Esa era su estrategia de “la fortuna favorece a los audaces”. Por supuesto, la audacia conlleva su parte de peligro.

Hoy, este elegante baile al que asistían casi todos los nobles y funcionarios del país, era la oportunidad perfecta para Herscherik, y una pesadilla para la nobleza corrupta. Herscherik se había asegurado de que todos sus planes de chantaje seguían vigentes, e incluso el mero hecho de enviar a alguien para confirmarlo reforzaba que seguía teniendo la sartén por el mango. Para los que estaban en el extremo receptor, no había otra forma de decirlo. Todo lo que tenía que hacer Herscherik era preguntar “¿Cómo estás hoy?” a cada noble aterrorizado, con la sonrisa de servicio al cliente que Ryoko había pasado la mitad de su vida perfeccionando, y se doblegarían ante la presión sin decir nada más. Como algunos ni siquiera se atrevían a acercarse a él, hacía que Kuro los controlara. El mayordomo había realizado su tarea de forma admirable, sorteando con facilidad el abarrotado salón de baile. Herscherik estaba seguro de que Kuro los había presionado sutilmente aún más.

El principito miró a los dos hombres que estaban detrás de él. Habían ejecutado a la perfección la operación “La fortuna favorece a los audaces”. En serio, pensó Herscherik, los dos son demasiado buenos para mí.

Aunque consideró que los dos eran de fiar, no pudo evitar soltar en secreto un suspiro de decepción consigo mismo. Kuro era un espía increíble que se había ganado el apodo de Colmillo en las Sombras, y era el mejor investigador que había, por no mencionar que era un luchador mortal por derecho propio. Oran no tenía parangón en el arte del combate, era hábil con la lanza y la equitación, además de con la espada.

Por el contrario, su maestro, Herscherik, era completamente ordinario. De hecho, era menos que eso. De alguna manera, le faltaban todas las ventajas típicas de los protagonistas isekai. Una capacidad atlética inferior a la media, ni una pizca de sentido del combate y nada de magia. Sin ninguna otra habilidad especial, lo único que tenía era su título de Séptimo Príncipe, su experiencia vital previa y, quizás, su adorable aspecto, aunque incluso eso palidecía en comparación con sus hermanos.

—¿Hersche? ¿No te sientes bien? —dijo Kuro, preocupándose cuando Herscherik se quedó callado.

El príncipe se recuperó y sacudió la cabeza.

—No, estoy bien. Hemos hecho lo que hemos venido a hacer, y se hace tarde. Volvamos a los Cuarteles Exteriores.

Sacó su reloj de bolsillo y lo abrió para comprobar que ya eran más de las ocho de la noche. Habría regresado a su habitación después de una hora más o menos, usando su corta edad como excusa, si no tuvieran que hacer el chequeo, o más bien, saludar a algunas personas.

—Ya se me pasó la hora de dormir. —Se encogió de hombros de forma melodramática, casi haciendo estallar de risa a sus hombres de servicio. Ambos sabían que Herscherik no era ni de lejos tan impotente como parecía, y que el príncipe pensaba utilizar ese hecho en su beneficio durante un tiempo más—. Kuro, ¿puedes avisar al señor Rook, por favor? Padre se preocupará si me voy sin decir nada. —Herscherik vio que Kuro hacía un gesto de confirmación y se levantó de su silla.

Entonces, una figura se acercó a ellos.

—Príncipe Herscherik, supongo. —Un hombre de estatura y complexión media se acercó a ellos, con la parte superior de su cabeza calva brillando a la luz de la lámpara. Parecía la quintaesencia de la nobleza.

Herscherik miró al hombre. Creo que lo reconozco… Había visto a este hombre antes, y Herscherik tenía una memoria relativamente buena. Sé que lo he visto antes. Lo tengo en la punta de la lengua. Además, no percibió ninguna animosidad por parte del noble. La mayoría de las veces se encontraba con miradas idiotas y congraciadas de gente que buscaba aprovecharse de su posición, o con miradas acobardadas de odio y miedo por meses de chantaje. Rara vez Herscherik recibía una mirada amistosa.

Oran se deslizó entre el desconcertado Herscherik y el extraño hombre.

—Estás en presencia de Su Alteza. Preséntate. —Con una mano en la empuñadura de su espada, Oran miró fijamente al noble, su postura indicaba que estaba dispuesto a desenvainar su espada. Kuro permaneció cerca de Herscherik, pero observó la sala para asegurarse de que nadie estaba observando esta interacción demasiado de cerca.

El noble parecía sorprendido por las palabras de Oran, pero no vaciló al hablar lo suficientemente alto como para que Herscherik y sus hombres lo oyeran.

—¡Es Grim, Su Alteza!

—¿Qué…?

¡¿El Conde Grim?! Los ojos de Herscherik se abrieron de par en par. El hombre que tenía delante no era como lo recordaba. Aunque parecía tan calvo como siempre, la barriga de Grim había retrocedido, dándole un físico apropiado para su edad. El brillo ambicioso de sus ojos había desaparecido, sustituido por una honesta amabilidad.

—Conde… ¿Grim? —preguntó Herscherik con incredulidad.

Grim esbozó una sonrisa.

—Ha pasado demasiado tiempo, Alteza.

Herscherik no podía creer lo que veían sus ojos. La última vez que vio al conde, parecía que iba a morir en cualquier momento.

—Has… cambiado mucho.

Herscherik sospechaba que algo nefasto se escondía bajo la sonrisa del conde, aunque nada le había parecido mal en las cartas que recibía regularmente de Meria y los demás habitantes del pueblo. De hecho, sólo había leído que el clima era tranquilo este año o que el conde había importado un fertilizante que había dado lugar a una abundante cosecha… Buenas noticias en general, en otras palabras.

Pensé que Grim podría haber estado actuando para mí o para su gente, pero… Eso simplemente no explicaba su cambio. Herscherik se habría preguntado si el conde había perdido todo ese peso debido a una enfermedad si no fuera por el brillo en la cara del conde y su piel sanamente bronceada.

—Pensé que se escandalizaría, Alteza. Mi peso ya no es tan notable como antes. Ya no tengo dolores en las articulaciones, y ciertamente mi esposa está feliz. Ahora, si pudiera crecer algo de pelo aquí arriba, ¡ja, ja, ja!

Grim se dio una palmada en la parte superior de su cabeza calva y miró a su alrededor. Al ver que nadie les prestaba atención, bajó aún más la voz, manteniendo la misma expresión amistosa. Aunque alguien lo viera, habría parecido que el grupo sólo estaba participando en una pequeña charla.

—Por favor, tenga cuidado, príncipe Herscherik —dijo Grim, con voz tranquila. Esas palabras hicieron que Herscherik entrecerrara los ojos. Si se trataba de una trampa, era demasiado evidente—. Naturalmente, Su Alteza no tiene motivos para confiar en mí. Pero espero que mi advertencia pueda perdurar en algún lugar de sus pensamientos, al menos. —La expresión de Grim cambió, y miró seriamente a los ojos de Herscherik.

»He empezado a oír rumores sobre el Príncipe de la Luz por todas partes. Algunos no estarán contentos con esto, pero esos son individuos de mente pequeña y corta. Precisamente como solía ser yo, —añadió Grim con un aire de autodesprecio. Una sombra se reflejó en su expresión, y el conde volvió a dar una palmada en la cabeza calva como si quisiera ocultar sus emociones—. Es mucho más astuto que yo. Por favor, tenga cuidado con su entorno. Además, la situación es cada vez menos estable al oeste y al este de nuestra nación. Si Su Alteza puede tenerlo en cuenta. —La sombra volvió a aparecer en el rostro de Grim.

»Las cosas que he hecho son imperdonables. Nunca esperé que algo tan trivial como esto se ganara la confianza de Su Alteza, ni que expíe lo que he hecho a mi pueblo o al Conde Luzeria-

—Conde Grim, —sonrió Herscherik, interrumpiendo al conde. —Gracias. He escuchado sus palabras de precaución… Por favor, tenga cuidado también.

—Gracias, Su Alteza… —Grim se tragó el resto de la frase y se inclinó profundamente. Después de mantener la cabeza baja durante al menos unos pocos latidos, la expresión oscurecida de Grim desapareció por completo cuando levantó la vista una vez más—. Entonces, si me disculpan. Ah, y la señorita Meria se va a casar pronto. Se me encargó entregar el mensaje, pues una carta habría tardado demasiado.

—Gracias, Conde. Por favor, dele mis felicitaciones a Meria. Y dígale que le enviaré un regalo una vez que todo se arregle, aunque no pueda hacerlo inmediatamente.

—Entendido, Su Alteza. Disculpe.

Al ver que Grim hacía otra reverencia y se marchaba, Herscherik dejó escapar un suspiro.

—¿Qué fue todo eso, Hersche? —preguntó Oran, quien no conocía del todo la historia del príncipe con el conde.

—Ah, es cierto, nunca lo habías conocido. Es el conde del que te hablamos, el de hace dos años. ¿Verdad, Kuro?

Kuro coincidió con una expresión rígida.

—¿Crees que puedes confiar en él?

—Quiero hacerlo, —respondió Herscherik sin dudar.

Dos años antes, Herscherik hizo que Grim se arrodillara ante él utilizando el chantaje. No le había dado otra opción. No había esperado que el conde cambiara realmente, pero al verlo ahora, Herscherik empezaba a creer que realmente podría haber dado un giro a su vida.

—Puede que sea ingenuo al pensar esto, pero… quiero creer que nuestro país se mueve en la dirección correcta, aunque sea lentamente.

Que no estoy haciendo todo esto en vano.

Herscherik sonrió a sus hombres. Había un camino aparentemente interminable por delante de ellos. No creía que todo lo que había hecho fuera justo, ni se atrevía a esperar que todos los esfuerzos que hiciera se tradujeran en un cambio significativo.

No estaba en el tipo de mundo ficticio que Ryoko había disfrutado leyendo, donde todo parecía encajar. Era difícil cambiar el mundo, y demasiado fácil que te cambiaran a ti. Herscherik no sabía cuándo ni cómo cambiaría de la persona que era hoy. Pero, si este mundo permitía a la gente hacer al menos un esfuerzo en la dirección correcta, sabía que su duro trabajo no era en vano. Podía seguir adelante.

—¡Herscherik! —llamó alguien, justo cuando estaba a punto de salir.

Herscherik se dio la vuelta para ver a un chico de pelo corto y verde claro y ojos marrones claros del color del topacio, el cual tenía una mirada decididamente alborotada. Por supuesto, el chico era mayor que Herscherik, pero seguía siendo un muchacho joven para el cerebro de Herscherik, de unos treinta años. Era Reinette Greysis, el cuarto príncipe y el más joven de los trillizos nacidos de la segunda reina y el rey. Reinette era tan hermoso como cualquier otro miembro de la familia real. Ryoko lo habría descrito como un jugador estrella de un equipo de fútbol.

—Hola, Reinette. —Herscherik dio un paso hacia su hermano, mirándolo. Aunque había crecido en los últimos años, seguía habiendo una diferencia de altura considerable entre el pequeño y débil Herscherik y su hermano mayor. De hecho, no recuerdo la última vez que este hermano me habló en público. Herscherik se preguntaba de qué iban a hablar.

De hecho, rara vez hablaba con alguno de sus hermanos. Era más joven que todos ellos por lo menos siete años, y no se cruzaban mucho en su vida cotidiana. Salvo algunas excepciones, todos sus hermanos tenían obligaciones que cumplir o asistían a la escuela, mientras que Herscherik solía escaparse del castillo en sus días libres. Y aunque se saludaban en público, Herscherik se escapaba en la mayoría de las ocasiones después de una hora o más. A diferencia de Ryoko y sus hermanas, la relación de Herscherik con sus hermanos era más bien de negocios.

No es que estuviera descontento con eso. Comprendía lo incómodo que era para sus hermanos mayores relacionarse con su hermano mucho más joven. Uno tiende a adoptar un papel más de guardián cuando es mucho mayor. La hermana menor de Ryoko era nueve años menor que ella. Aunque recordaba haber discutido y peleado a menudo con la hermana mediana, nunca se había peleado con su hermana menor; en cambio, había sido ella la que había regañado a su hermana cuando se había portado mal. Por eso, Herscherik no se sentía desatendido y tenía en alta estima a sus hermanos, quienes siempre se aseguraban de vigilarlo en público y en privado.

Me sorprendió que Mark fuera realmente de los que se portan bien con la familia. En fin… Herscherik volvió a prestar atención a Reinette.

—Sí. Papá te está buscando, así que he venido a buscarte. —Reinette esbozó una sonrisa, mostrando sus dientes.

Herscherik sonrió, como si la sonrisa fuera contagiosa.

—Gracias, pero no tenías que hacer todo eso tú mismo… —Podía haber enviado a un criado o a una dama de compañía. ¿Qué hizo que Reinette asumiera la tarea personalmente?

Reinette hizo un gesto con la mano para disipar la curiosidad de Herscherik.

—No te preocupes por eso. Tenía algo de tiempo libre y quería verte. Además, eres muy bueno para perderte entre la multitud.

Herscherik se rio ante esto. Sí que destacaba entre una multitud de plebeyos, ya que había heredado parte de la belleza del rey… cuando era el único miembro de la realeza que estaba cerca, al menos. Cuando su familia estaba cerca, como era el caso de este baile, Herscherik tendía a mezclarse con la multitud en comparación. O, más exactamente, los otros príncipes y princesas absorbían toda la atención. Como a Herscherik nunca le gustó destacar de todos modos, siempre había utilizado ese fenómeno en su beneficio.

—Es fácil encontrarte con nuestros poderes, y de todos modos nos estábamos cansando de tratar con esos nobles, —añadió Reinette, bajando la mirada. Tenía una mirada traviesa.

¿Poderes? Herscherik estaba a punto de expresar su confusión cuando otras dos figuras surgieron de entre la multitud. Eran un chico y una chica que se parecían mucho a Reinette; de hecho, tenían la misma cara.

—Reinette, ¿por qué no nos avisaste de que habías encontrado a Herscherik?

—Cecily, estás haciendo ruido.

—Estás siendo demasiado callado, Arya. Eres el hermano mayor, tienes que mantenerlo controlado.

—Ugh… Blah blah, blah… ¡Sólo lo olvidé por un minuto! No hace falta que me hables de ello. —Reinette se tapó las orejas, visiblemente molesto.

Herscherik se dio cuenta de que los trillizos debían estar buscándole.

La princesa Cecily era técnicamente la mayor. Su pelo era de un verde claro ligeramente ondulado, y sus ojos almendrados le daban una mirada asertiva. Llevaba un vestido amarillo para el baile, pero Herscherik no pudo evitar imaginársela con un uniforme de instituto, del tipo líder estudioso.

Arya era el Tercer Príncipe. Tenía el pelo verde cortado justo por encima de los hombros, lo que le daba un aspecto más reservado. Era natural que acabara así, atrapado entre su asertiva hermana y su salvaje hermano. Al igual que Reinette, sus ojos eran del color del topacio. Después de algún tiempo, Herscherik era capaz de distinguirlos, pero eso sería mucho más difícil si los trillizos decidían ponerse pelucas a juego, aunque seguirían teniendo una ligera diferencia de altura.

—¿Y qué si nací último? No es que me haya quedado muy atrás. Deja de actuar como si lo supieras todo, hermana.

—Entonces actúa más inteligentemente. Arya y yo siempre somos los que limpiamos después de tus estúpidas travesuras. Recuerda cuando…

—Típica chica, desenterrando el pasado otra vez. ¡Dame un respiro!

Mientras Herscherik los observaba discutir, consideró sus opciones.

¿No me estaba buscando mi padre? Y estamos llamando la atención. Mucha atención…

El príncipe y la princesa en disputa estaban causando una escena, lo cual era natural, en parte debido a su propia buena apariencia. Cuando los tres estaban juntos, se volvían exponencialmente más llamativos. Ahora que la multitud los miraba, Herscherik no podía escapar.

—Estás de mi lado, ¿no es así, Herscherik?

—¿Qué? —Mientras Herscherik se ocupaba de la multitud, Reinette lo había empujado delante de Cecily.

Un ardiente ceño cruzó el llamativo rostro de la princesa.

—¡Reinette! No metas a Herscherik en esto. Le estás poniendo en un aprieto. —Apartó a Herscherik de Reinette y lo abrazó con fuerza.

Herscherik sintió algo suave en su mejilla. Ella no tiene tanto… ¿Qué está pasando? Herscherik estaba aturdido por lo mucho que sus hermanos interactuaban hoy con él.

Ajeno a la confusión de Herscherik, las discusiones entre hermanos siguieron aumentando.

—¡Es una cosa de hombres! No lo entenderías. —Reinette arrancó a Herscherik de los brazos de Cecily.

—¿Cosa de hombres? Herscherik es un niño pequeño. —Otro tirón, y Herscherik volvió a ser apretado contra el pecho de Cecily.

—¡Tú eres una chica, así que no lo entiendes!

—¡¿Qué se supone que significa eso?!

—¡¿Qué quieres decir?! ¡¿Qué se supone que significa eso?!

—Basta, ustedes dos. ¡Miren a Herscherik!

Después de esa sesión de tira y afloja, Herscherik terminó jadeando, con Arya de pie entre él y los otros dos trillizos. Era como si fueran niños peleando por un peluche de Herscherik.

No soy un peluche… Por cierto, ¿qué hacen Kuro y Oran?

Se volvió hacia sus hombres de servicio, que no habían dicho nada. Estaban observando todo el calvario, como si no tuvieran nada que ver. Era evidente que no tenían ninguna intención de rescatar a su señor en su momento de necesidad.

¿Y qué hay de vuestro juramento, traidores? La venganza será tratada con puño de hierro. ¿Un ambiente de trabajo hostil? Nunca he oído hablar de ello.

—¿Qué están haciendo…? —gritó una voz medio agitada, medio exasperada. Las damas de la multitud soltaron una ovación reservada antes de que se dividiera para permitirle pasar.

—Mark… —Herscherik dirigió una mirada suplicante a su hermano.

Marcus Greysis, el Príncipe Real con ojos y cabello color rubíes, dejó escapar una risita ante la súplica de Herscherik. Era una de las pocas personas del reino que estaba al tanto de la operación de Herscherik y un importante pilar de apoyo para él.

—Han ido a buscar a Hersche. ¿Por qué lo retienen?

—Lo siento… —respondieron los trillizos al unísono.

—Lo siento, Hersche. Seguro que estabas a punto de salir, pero ¿puedo molestarte un poco más?

—Por supuesto, —asintió Herscherik, con una sonrisa interna.

Mark lo entiende perfectamente. Herscherik nunca se quedaba en las fiestas más tiempo del necesario. Intentaba marcharse cuando nadie miraba, pero al parecer su hermano se había dado cuenta.

Marcus se arrodilló para encontrarse con Herscherik a la altura de los ojos, acariciando suavemente el pelo de su hermano. Su expresión se volvió seria por un momento y bajó la voz.

—Si pasa algo… aunque no pase nada, ven a hablar conmigo. ¿De acuerdo?

Aunque Herscherik aceptó, tuvo el mal presentimiento de que no volvería a su habitación tan rápido como hubiera querido. Guiado por su hermano, Herscherik caminó entre la multitud. Los trillizos lo siguieron, y luego Kuro y Oran detrás de ellos.

Más ojos sobre mí que de costumbre…

Manteniendo su sonrisa de servicio al cliente, Herscherik reprimió su impulso de huir a su habitación. Marcus, e incluso los trillizos detrás de él, habían borrado de su rostro la mirada propia de la edad y la habían sustituido por un comportamiento plácido propio de la realeza. Herscherik apenas los reconocía, pero se imaginaba que el trato con las multitudes adoradoras formaba parte de su rutina diaria, por muy fascinante que fuera para él. Al fin y al cabo, habían nacido para eso. Herscherik, por el contrario, se sentía como si le pusieran bajo un microscopio cada vez que acaparaba cualquier tipo de atención, en parte debido a su experiencia viviendo como Ryoko. Entendía que ese era el trabajo de un miembro de la realeza, pero aun así no podía evitar sentirse avergonzado.

—Padre. Herscherik está aquí.

Mientras se perdía en sus pensamientos, había sido conducido a la presencia del rey antes de que se diera cuenta. Marcus le instó a dar un paso adelante. El rey tenía el pelo platino que parecía luz de luna solidificada y los ojos del mismo color que los de Herscherik. A pesar de tener más de cuarenta años, no aparentaba más de veinticinco.

El rey Soleil, una brillante joya de la corona del reino, dio la bienvenida a sus hijos.

—Gracias, Marcus. Y Cecily, Arya, Reinette. —Soleil sonrió a cada uno de los niños, lo que fue respondido con una tímida sonrisa—. Lo siento, Herscherik. Seguro que te estás cansando…

—No, padre. ¿Hay algo que pueda hacer por ti? —Herscherik observó a su padre.

Hoy parece un poco indispuesto.

Soleil ya tenía una piel pálida que pondría un poco celosa a cualquier mujer, pero ahora parecía que había una sombra caída sobre su hermoso rostro. Tal vez fuera simplemente la iluminación. Pero entonces, Herscherik se dio cuenta de quién estaba junto a su padre. Había llegado a un campo de batalla.

En cuanto lo reconoció como tal, Herscherik desenfundó su arma -con una sonrisa radiante- y se dirigió a la figura.

—Hace tiempo que no nos vemos, Ministro Barbosse.

—Efectivamente, Príncipe Herscherik. Cómo ha crecido Su Alteza… —El hombre del característico bigote se inclinó en respuesta.

Herscherik seguía pensando que aquel hombre era tan formidable como el día en que se encontraron por primera vez. El marqués Volf Barbosse era un ministro, y el cabecilla de la nobleza corrupta. Entre bastidores, era quien controlaba el país con un puñal en la espalda del rey. Herscherik llevaba investigando al hombre desde los tres años, y aún no tenía apenas pruebas incriminatorias que mostrar. La escena podría parecer bastante cortés para los que no estaban al tanto, pero los que sí lo estaban podían ver claramente las chispas que saltaban.

Oran y Kuro se movieron naturalmente para situarse detrás de Herscherik. Mientras sus expresiones no cambiaban, Kuro se preparaba para desenfundar sus armas ocultas, y Oran se había acercado lo suficiente como para abatir a Barbosse con un solo movimiento. Aunque ninguno de ellos esperaba que las cosas llegaran a ese punto, el gesto en sí mismo tenía cierto peso.

Sintiendo a sus hombres detrás de él, Herscherik respondió alegremente al ministro.

—Gracias. Padre, ¿era el ministro quien quería que viniera? —mantuvo su sonrisa mientras sus ojos miraban como dagas.

—Herscherik… —comenzó el rey de mala gana.

Antes de que pudiera terminar, Barbosse dio un paso adelante.

—¿Me permite hablar, Su Majestad? —dijo, una orden en forma de pregunta. Soleil nunca podría desafiarle.

Al ver que el rey asentía, Barbosse se acercó a Herscherik, quien sintió que sus hombres se agitaban detrás de él; los detuvo con un gesto a sus espaldas. Cuando Barbosse estuvo a tres pasos de Herscherik, se detuvo.

—Su Alteza cumplirá siete años este año.

—Sí, así es… —Herscherik confirmó, confundido por qué Barbosse mencionaba su edad.

—También lo hará mi hija. Tiene la misma edad que Su Alteza, —informó Barbosse a Herscherik con una sonrisa—. Nada me gustaría más que ver a mi hija comprometida con Su Alteza.

Herscherik no podía comprenderlo. Sabía lo que significaba la palabra. “Comprometida”. Entrar en una relación con la intención de casarse. ¿Realmente dijo eso? ¿Quién se compromete con quién? Herscherik se quedó inusualmente consternado, su cerebro se paralizó por un momento. Cuando finalmente se reinició, sólo pudo murmurar una palabra.

—¿Qué…?


Shisai
Hersche no tiene familia materna que lo respalde, ¿qué estará planeando el ministro al comprometerlo con su hija? Si está pensando en convertirlo en rey, no le será fácil manipularlo.

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