Katarina – Volumen 10 – Capítulo 5: De vuelta al orfanato (2)

Traducido por Shisai

Editado por Sharon


—Todo va a estar bien, Liam.

Todavía recuerdo cómo mi hermana me abrazó, en aquel entonces, tratando de detener mis temblores.

Los bandidos entraron en nuestra pequeña aldea durante la noche, irrumpiendo en nuestra casa. Mataron a todos. Mataron a papá que intentó protegernos, mataron a mamá que nos ayudó a huir, y luego mataron a mi hermano mientras intentaba salvarnos a mi hermana y a mí.

Ella y yo nos escondimos en una pequeña y vieja cabaña cerca de la frontera del pueblo. Yo me escondía dentro de su abrazo.

Los bandidos habían prendido fuego a casi todo el pueblo, y yo tenía miedo de que la cabaña ardiera también, o de que nos encontraran y nos mataran. No podía hacer otra cosa que intentar hacerme lo más pequeño posible, ignorando todos los gritos y llantos del exterior.

No sé cuánto tiempo pasó, pero me pareció una eternidad. Finalmente, los gritos cesaron y todo quedó en silencio. Salió el sol y mi hermana y yo salimos lentamente a su luz. Ya no había pueblo. Sólo había cenizas y escombros por todas partes. Todo el mundo estaba muerto.

La cogí de la mano lo más fuerte que pude, y la sentí fría. La miré mientras sonreía, cayendo de rodillas y luego al suelo. Fue entonces cuando vi la flecha clavada en su hombro. Había mucha sangre seca debajo. Le debieron disparar mientras huíamos, pero no me lo dijo para que no me asustara.

—¡Hermana! —la llamé, pero ella sólo se agitó dolorosamente.

—Liam… Vive…

Esas fueron sus últimas palabras. Murió, y fue como si todo se oscureciera. No recuerdo qué pasó después. Tal vez me escapé por mi cuenta, tal vez alguien me llevó allí… Pero de pronto era un huérfano que vivía en los barrios bajos.

Tenía que rebuscar en la basura para encontrar comida, y a veces algún adulto enfadado me pegaba sólo porque le apetecía. Mi familia siempre había sido pobre, pero la vida con ellos parecía muy dulce. Quería volver a esos días.

Un día, después de recibir una paliza tan fuerte que vomité, estaba sentado bajo la lluvia, pensando que no quería vivir más… pero entonces recordé la última petición de mi hermana. No podía morir. Tenía que vivir.

Me arrastré y luché, buscando cualquier alimento que pudiera, haciendo lo posible por sobrevivir. Después de algún tiempo, fui secuestrado y arrojado a un barco que me llevó a un lugar que no conocía. En aquella diminuta habitación, con todos los demás niños secuestrados que me acompañaban, pensé que esta vez iba a morir de verdad.

Entonces, de repente, entraron un grupo de adultos con ropa bonita, nos dijeron que todo estaría bien y nos llevaron a un edificio limpio y bonito. Me hicieron muchas preguntas. ¿Cómo te llamas? ¿Dónde naciste? ¿Dónde están tus padres?

Soy Liam. Nací en un pueblo de Ethenell. Mis padres fueron asesinados, y el resto de mi familia también. Vivía solo en los barrios bajos.

Me sentí rodeado de niebla, pero les respondí. Me dijeron que ya no estaba en Ethenell, sino en un país llamado Sorcié, al otro lado del mar. Como no tenía casa ni familia a la que volver, me llevaron a un lugar llamado “orfanato”. No sabía qué tipo de lugar sería, pero esperaba que nadie intentara matarme allí.

Este lugar “orfanato” no se parecía en nada a lo que yo pensaba.

—Soy Maggie, y dirijo este orfanato. Encantada de conocerte, Liam —me saludó una anciana.

Se parecía a una anciana que conocí en mi pueblo. Por alguna razón, cuando me ofreció su mano, sentí escalofríos. No la estreché. Parecía sorprendida y un poco preocupada, pero no se enfadó conmigo ni me pegó. Solo sonrió. No sabía por qué, pero me asusté. Me alejé de ella.

Después de eso, las otras personas del orfanato me hablaron o sonrieron. Cada vez, sentía un dolor en el pecho y huía de ellos. Mientras estuviera aquí, tenía comida y un lugar donde dormir. No era nada parecido a vivir en los barrios bajos; era más parecido a cuando vivía con mi familia.

Pero cuanto más tiempo pasaba allí, más me venían los recuerdos de cuando los bandidos atacaron. Recuerdo cómo mataron a mi familia. Recuerdo cómo mi hermana yacía sin vida en el suelo. Los recuerdos nunca volvieron mientras estaba en los barrios bajos, pero aquí seguían haciéndome daño. Ya no quería estar aquí. Me sentía raro.

Así que me escapé del orfanato. Quería volver a los barrios bajos. Aunque no volviera a Ethenell, probablemente también había barrios marginales en este país. Pensé que podría ir allí y vivir como un animal, como antes, para que los recuerdos no me hicieran más daño. Pero no conocía el lugar lo suficientemente bien como para escaparme, así que me encontraron y me llevaron de vuelta unas personas que pensaron que me estaban haciendo un favor. No sólo una vez. Dos veces.

Me inventé algunas excusas para que la directora me dejara en paz, y ella me creyó, pensando que sólo estaba confundido por el nuevo entorno. Lo intenté una tercera vez, pero me trajeron unas personas que ni siquiera trabajaban en el orfanato. Eso fue lo peor. Temía no tener otra oportunidad de huir, al menos no fácilmente.

Me llevaron al despacho de la directora, como las otras dos veces. Esta vez, sin embargo, había una chica rara con nosotros. Había venido al orfanato para traernos verduras o algo así, y tenía un aspecto limpio y bonito, como alguien de un mundo totalmente diferente al mío. Eso fue suficiente para que la odiara.

Maggie me preguntó si sabía cuántas veces había intentado huir.

Por supuesto que sí. Sólo déjame en paz.

Continuó diciéndome que todo el mundo estaba preocupado por mí. Eso me hizo sentir raro. Luego me preguntó si tenía algún tipo de problema con este orfanato y si quería ir a otro…

Ella no lo entiende. Nadie aquí lo entiende. Nunca podrían entenderme.

—No puedo ayudarte si tú no me ayudas, Liam.

De todas formas no puedes ayudarme, pensé, pero no dije nada.

Y entonces, la chica rara habló.

—¿Quieres volver a tu país? —preguntó. Me sorprendió. Esto había sido lo más cercano que alguien había llegado a entenderme.

La miré fijamente, pero no pareció importarle. Se limitó a mirarme fijamente.

—¿Es así, Liam? —me preguntó Maggie—. ¿Pero qué vas a hacer allí? Aquí estás a salvo, tienes comida que comer, ropa que ponerte y un techo sobre tu cabeza.

Lo sé, pero…

—Odio este país remilgado y aburrido. Me da asco —exploté. Le dije lo que había guardado dentro de mí durante tanto tiempo.

Quiero volver a los barrios bajos. Quiero volver a vivir como un animal.

Intentó razonar conmigo, pero no escuché nada de lo que dijo.

Quiero volver. Lo haré. Tengo que hacerlo.

—¿No puedes dejarlo ir entonces? —escuché a alguien decir. Era esa chica rara, que me estaba mirando de nuevo.

La empleada del orfanato que estaba con nosotros empezó a gritar, pero yo solo miraba a la chica.

—Sólo deja que vuelva a su país —continuó.

Pero no me dejaste huir antes… ¿Ahora quiere ayudarme?

—Pero primero tendría que prepararse… Aquí puede aprender muchas cosas que no podría aprender en los barrios bajos —me dijo, acercándose. Sus ojos eran claros y azules—. Uno de mis amigos es de los barrios bajos de Ethenell, ya sabes.

¿Los barrios bajos de Ethenell? Pero si es donde yo vivía…

—Y mi amigo, me dijo que este conocimiento es lo que le ayudó a sobrevivir. Verás, Liam, el conocimiento es un arma de la que no puedes prescindir.

—¿Un arma? ¿No sería eso como una espada, o algo más que puedas usar para golpear a la gente?

—Sí. Me dijo que en un campo de batalla necesitas una espada o una lanza, pero que en la vida cotidiana necesitas el conocimiento. Suena bien, ¿verdad? —me dijo, sonriendo.

Nunca lo había pensado así. El conocimiento podía ayudarme a sobrevivir, y yo necesitaba sobrevivir. Así que, aunque estar aquí me hacía mucho daño, tenía que aguantar y aprender todo lo que pudiera. Antes, lo único en lo que pensaba era en volver a los barrios bajos. Ahora, por primera vez, empezaba a dudar de mí mismo.

Intenté hacer lo que decía aquella chica y estudiar. Me pusieron en la misma clase que los más pequeños, ya que no sabía leer. Estudiar era interesante, y la verdad es que me gustaba. Y cuando me veían estudiar, los profesores me decían que me estaba portando muy bien. Todo el mundo era tan cálido, tan amable… como en el pueblo.

Unos días después, cuando no teníamos clases, nos dijeron que vendrían unos invitados al orfanato para ayudarnos con los deberes. Cogí mi libro de texto y empecé a caminar hacia el aula. De repente, oí un fuerte golpe. A uno de los empleados del orfanato se le había caído un jarrón al suelo mientras limpiaba, y se había roto.

—Ugh… Está hecho pedazos, y… ay… hasta me he cortado la mano —gimió. Vi la sangre que brotaba de uno de sus dedos.

El recuerdo del hombro ensangrentado de mi hermana resurgió. Unas horas antes estaba cenando con mi familia y me lo estaba pasando bien. Mi hermano incluso nos dio a mi hermana y a mí algo de su parte, aunque no era mucho para empezar. Éramos pobres, pero disfrutamos hablando entre nosotros de nuestros días y luego nos íbamos a dormir, dispuestos a dar lo mejor de nosotros mismos a la mañana siguiente. Pero sólo hizo falta un momento para que todo eso se acabara.

Antes de darme cuenta, estaba huyendo de nuevo del orfanato. Ni siquiera sabía a dónde quería ir. Sólo quería correr. Y entonces, la chica rara de antes me llamó. No entendía por qué estaba allí, pero no tenía tiempo para pensar. No quería que me alcanzara, así que corrí tan rápido como pude. Puse un pie delante del otro, tratando de alejarme lo más posible. Oí un gran ruido detrás de mí. Me sorprendió tanto que tuve que mirar hacia atrás, y vi a aquella chica tendida boca abajo en el suelo.

¿Qué está pasando?

Estaba tan confundido que ya no podía pensar en huir. Me quedé mirando a la chica. Entonces, de la nada, se levantó y me atrapó entre sus brazos. Tenía una sonrisa que daba miedo en la cara. No lo entendí. ¿Por qué siempre metía las narices en mis asuntos, hablando de conocimientos y demás? Intenté alejarme de ella, pero no me dejó ir. Era una chica rara, pero llevaba buena ropa, debía ser rica o algo así.

Me preguntó por qué me escapé, y le conté lo que le dije a Maggie. Es verdad. Odio este lugar… Me hace sentir raro.

—¿Tienes miedo?

¿Miedo?

Esas palabras me atravesaron y me golpearon directamente en el corazón.

¿Estoy… asustado?

Nunca lo había pensado… pero sonaba correcto.

—¿Tienes miedo de que si encuentras la felicidad en el orfanato, entonces podrías perderla de repente? ¿Es por eso que quieres irte antes de que te guste?

Perder mi felicidad me daba miedo. Finalmente me di cuenta de lo que era ese extraño sentimiento. El miedo. Me habían robado todo lo que tenía en un abrir y cerrar de ojos, y no pude hacer nada. Incluso si lograba encontrar la felicidad aquí, eso podría volver a suceder.

Así que por eso me sentía así… Pero ella no lo sabría. Ninguno lo sabría.

Le grité a la chica con toda la fuerza que tenía en mí. Ella no sabía lo que se sentía al perder lo que yo había perdido, al vivir lo que yo había vivido.

¡No has perdido nada en tu vida!

Esa fue la última resistencia que pude oponer. Me daba miedo arriesgarme a encontrar la felicidad en este lugar donde nadie me entendía. Eso era triste. Ya no podía pensar con claridad. La chica se aferró a mí con más fuerza ahora.

—Tienes razón, no sabría decirte. Siempre he vivido aquí, en este lugar tranquilo. No sé nada sobre la violencia y las dificultades…

¡Eso es! No sabes nada. ¡Así que déjame en paz!

—Pero eso no significa que no pueda estar de tu lado. Tanto yo como toda la gente del orfanato. Estamos de tu lado, Liam. Aunque no conozcamos tu pasado, podemos intentar comprenderlo. Si extiendes tu mano, la tomaremos.

¿Tratar de entender? ¿Estar de mi lado? ¿Tomar mi mano? Sus palabras daban vueltas en mi cabeza. Me miró directamente con sus claros ojos azules.

Tenía tanto miedo de perder lo que tenía que huía de todos los que intentaban tomar mi mano y ayudarme. Esas manos que me tendían, amables y cálidas como nunca lo habían sido en los barrios bajos. Estaba demasiado asustado para cogerlas… pero quería hacerlo. Quería que alguien me abrazara como lo hacía mi familia.

Estaba muy asustado.

Sentí que algo se rompía dentro de mí y empecé a llorar. No estaba tan seguro, pero quizás, el día que mataron a mi familia, no había llorado. No había llorado desde entonces. Estaba demasiado ocupado averiguando lo que tenía que hacer. Pero ahora, años después, podía dejarme llevar por el cálido abrazo de esta chica. Ya no tenía que preocuparme tanto por sobrevivir. Ahora podía llorar.

—Estoy segura de que la felicidad que puedes encontrar aquí te hará más fuerte.

Ella tenía razón. Los recuerdos felices con mi familia eran los que me hacían seguir adelante en los barrios bajos.

La abracé, y ella empezó a acariciar mi espalda, amablemente, como había hecho mi hermana años atrás.

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