Matrimonio depredador – Capítulo 53: La sangre de un lobo

Traducido por Yonile

Editado por Meli


Lea vaciló. Quería preguntarle a Ishakan muchas cosas, pero más que nada quería alejarse para apaciguar su mente, abrumada por los recuerdo de sexo interminable y aterrador.

Había llorado y luchado como una niña abrumada. Sus sentidos habían sido llevados a sus límites. Él fue primitivo y crudo, alguien gobernado por sus impulsos. Los recuerdos la hacían retorcerse de vergüenza.

—Sea lo que sea, —apretó los puños— no necesito saberlo.

Con toda la elegancia que le fue posible, se puso de pie, sus piernas temblaron, pero resistieron. Sin embargo, algo jaló de su vestido, entonces notó que estaba clavado en el suelo y que le sería imposible liberarlo.

Frustrada, regresó a la cama, donde Ishakan estaba sentado y le sonreía.

—No puedes volver. Ni siquiera puedes caminar.

La recostó en la cama, le dio forma a un respaldo con las almohadas y la cubrió con una manta.

—Espera un momento, ¿de acuerdo? —La besó en la frente—. Te traeré algo delicioso.

Se puso un abrigo y salió por la puerta, sus pasos se perdían en la distancia.

Leah observó la habitación. Era bastante grande, debían estar en una de las mejores posadas, los muebles eran grandiosos.

Sobre la cama, estaba la nota que Ishakan tenía cuando se despertó. Todo estaba en kurkan, debió escribirla mientras ella dormía; la tinta aún estaba fresca, brillante por la humedad. Su caligrafía era impecable, con líneas bien definidas; no se parecía en nada a cuando este escribía en el lenguaje de Estia.

La puerta se abrió y reapareció Ishakan, con una bandeja cargada de platos apilados con comida: frutas, carnes, panes, dulces; suficientes para alimentar a un pelotón. Tuvo que sofocar un grito ahogado cuando él lo dejó delante de ella.

Quizá pretendía que tomara un pequeño bocado de cada plato, como en un banquete.

—Te traje algo ligero. Para romper tu ayuno. —La mesa crujió bajo el peso—. Si quieres más, dímelo. Quemaste mucha energía anoche.

Leah recordó el desayuno de Genin. Tal vez los kurkan estaban acostumbrados a comer de así.

Ishakan empujó la mesa más cerca de la cama, se sentó frente a ella, en una silla. Leah se deslizó hacia adelante, tomó un plato y los cubiertos que él le extendió, eran pequeños, como si hubieran sido creados para sus manos.

Él se lavó las manos antes de partir con ellas el pan, ignorando toda etiqueta. Comió con gusto, lo que estimuló el apetito de Leah. La comida no era familiar, pero sabía deliciosa. Comió verduras, y luego una rebanada delgada de pan tostado con queso encima; devoró tres porciones de un rollo de carne, cocido al vapor con suaves especias.

Probó algo que parecía cremoso yogur, el sabor ahumado le inundó la garganta; luego de cinco cucharadas identificó el sabor de la berenjena. Iba por un bocado más cuando soltó la cuchara y apartó el plato.

—¿Ya terminaste?

—Sí, comí demasiado. —Lamentó su falta de autocontrol.

—Bueno, come algo de fruta.

No fue una sugerencia, a pesar de su negativa, Ishakan llevó una uva a la boca de Leah, era dulce y deliciosa. Tan pronto como terminó, él presionó para que comiera otra, pero ella no cedió.

—Entonces bebe un poco de té —Empujó la taza hacia ella.

Acostumbrada a picotear su comida, era extraño ver a alguien comer con tanto apetito, cuando él tomó otro plato, ella gritó en protesta:

—¡No!

Ishakan levantó la vista, con un dátil de palma a medio camino de sus labios. Sus cejas se levantaron.

—¿Qué?

—Solo… no comas esos. —Se sonrojó.

Él no necesitaba comer algo que aumentara su resistencia. Él accedió, sin requerir más explicaciones. Ella examinó el resto de la comida, cualquier cosa que aumentara la energía de Ishakan, era perjudicial para ella.

—No tienes que preocuparte por el conde Valtein. —Se sirvió una taza con té—. Aquí lo tratan bien. Y… siento haberte sorprendido anoche.

La cara de Leah ardía. Bebió de su taza de té para ocultar su rostro.

—¿Qué… qué te pasó? Fue tan extraño…

—¿Alguna vez has visto un perro haciéndolo?

Ella abrió los ojos, nadie más se habría atrevido a hacerle esa pregunta.

—Como sabes, los kurkan llevan la sangre de las bestias. Yo poseo la de un lobo. Así actúan estos cuando se reproducen.

Leah se imaginó a un lobo, de color marrón oscuro y ojos dorados, como Ishakan.

—¿Puedes convertirte en un animal?

—No. —Se rio—. No tenemos ese talento, princesa.

Notó la amargura en sus palabras. Se sabía muy poco sobre los kurkanos; había muchas especulaciones sobre su cultura, costumbres e historia. Sobre todo por el rumor de que tenían sangre de bestias en las venas.

Leah había tratado de investigar, pero al ser considerados como bárbaros, incluso los eruditos los evitaban. Cuanto más aprendía, más curiosa se volvía sobre el lugar de nacimiento de Ishakan y la gente que dirigía.

Quería saber más sobre él.

—Deberías estar agradecida de que no me convierta en una bestia salvaje. Sería difícil para ti manejarlo, princesa.

—No hablemos más de ello, lo importante son los esclavistas. Debemos llegar a la raíz del problema.

Los traficantes de esclavos estaban muertos. No así los nobles de alto rango, que ocupaban a sirvientes para ese tipo de negociaciones. Aunque era abiertamente opositores a los kurkan, no era bien visto la esclavitud.

—¿Habrá negociaciones cuando volvamos?.

—La idea me emocionó tanto que apenas podía dormir, princesa. —Entrecerró los ojos.

—No me estás respondiendo.

—La princesa está impaciente.

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