Voy a vivir mi segunda vida – Capítulo 33: No es que todo el mundo se haya enterado de todo

Traducido por Ichigo

Editado por Sakuya


Aquella noche, Queen llegó al lugar designado: unas viejas ruinas de piedra en los terrenos del palacio que ya nadie utilizaba. Se había hablado de demolerlas, pero el lugar tenía valor histórico (en la medida en que cualquier cosa en Orstoll podía tenerlo) y, como tal, nadie había llegado a derribarlas todavía. El lugar estaba silencioso y parecía desierto.

—¿Fie? —llamó. Algo destelló ante sus ojos con un agudo silbido de viento como respuesta. ¡Una flecha! Era una de entrenamiento con la punta redondeada embotada por la tela, pero, aun así, dolería si daba en el blanco.

Se quedó paralizado cuando una voz salió de las ruinas.

—¡Queen Dober! —gritó la voz—. ¡Te reto a un duelo! Si gano, renunciarás a tu puesto de escudero y me lo legarás.

Era, por supuesto, la voz de Fie.

—Eh… ¿qué…? —dijo Queen.

Era una petición imposible. Incluso si ella ganaba y él intentaba ceder sus derechos de escudero, aun así no podría volver a serlo. Una segunda andanada de flechas le pasó zumbando, una tras otra en rápida sucesión.

Él gritó y corrió a cubrirse detrás de un árbol cercano.

—¡¿Qué haces, Fie?! —gritó.

—¡Me estoy batiendo en un duelo contigo! —le gritó ella.

Él puso cara de dolor.

—¡Esto es peligroso! ¡Detente!

—¡No! ¡Pero eres libre de intentar escalar mi fortaleza y derribarme!

—¡Pero, mañana es nuestra boda!

—¡Si quieres casarte conmigo, será mejor que me derrotes primero!

No tenía sentido seguir discutiendo con ella. Con un chasquido como si alguien hubiera accionado una palanca, llovieron varias lanzas de madera desde el árbol bajo el que se ocultaba. Se apartó de un salto, tropezando con una espada de madera de práctica que yacía a sus pies. Ésta, pensó, debía de ser su arma. Tomó la espada y luego miró hacia la supuesta fortaleza de Fie. No estaba del todo seguro de cómo se suponía que esto iba a desarrollarse, pero parecía que tendría que escalar hasta la cima de la ruina para encontrarla.

Entró por la larga entrada sin puerta y de inmediato cayó en un pozo. ¡Una trampa! Se agitó y pateó los lados del pozo, logrando escapar con sus impresionantes habilidades físicas. En ese momento, otra lluvia de flechas cayó sobre él desde el piso superior. Las rechazó con su espada.

Se asomó a la habitación. La escalera de subida estaba bloqueada con rocas, pero, como vio cuando se agachó para comprobarlo, la escalera exterior seguía despejada. En el momento en que puso un pie en la escalera, una gruesa lanza de madera surgió de la pared hacia él. Retrocedió y oyó un ruido metálico cuando un grillete de hierro se cerró alrededor de su pie. El grillete estaba sujeto a un pesado peso con largas cadenas, y todo el conjunto estaba bloqueado de tal forma que Queen sabía que sería difícil escapar de el. Su movilidad era su arma, y ahora estaba restringida.

Fie le gritó.

—¡Esto es lo que he estado preparando estas dos últimas semanas! ¡Si me subestimas, te espera un mundo de dolor!

Incluso con el pie atado como estaba, comenzó a subir las escaleras con cautela. No tenía ni idea de por qué estaba pasando esto, pero ya se preocuparía de eso más tarde. Por ahora, todo lo que necesitaba era llegar a la planta superior y encontrarla.

Para su alivio, las escaleras parecían estar fuera de la línea de fuego de sus flechas; incluso agobiado como estaba, solo tenía que tener cuidado con las trampas. Justo entonces, oyó un silbido distinto a todo lo que se había oído antes. Era una extraña arma con forma de letra V, que se llamaba -aunque Queen no conocía el nombre- bumerán. El objeto se desplazó en un extraño arco y se abalanzó sobre él. Éste se asustó y se alejó a toda prisa, arrastrando el pie derecho. A diferencia de Queen, que solo aprendió a usar la espada, los caballeros más antiguos habían enseñado a Fie a utilizar todo tipo de armas como método para superar su comparativa falta de fuerza física, o eso había afirmado ella. Queen se daba cuenta ahora de que no era sólo un farol.

Supongo que no tengo elección, pensó. Enrolló las cadenas y subió las escaleras. Ningún peso podía robarle a Queen su agilidad. Esquivó el bumerán, otra lluvia de flechas y aún más trampas mientras corría.

Entonces, llegó al último piso y jadeó. Ahí estaba ella detrás de un anillo de fortificaciones, trampas y valles destinadas a bloquear a cualquiera que se acercara, con una pica especial en la mano.

—¿Para qué es todo esto? —preguntó.

Su rostro se ocultó en la sombra mientras respondía:

—Porque no es justo…

—¿Qué no es justo?

¿Había hecho algo? No lo recordaba. Había hecho todo lo posible en su entrenamiento como caballero y en los preparativos de la boda por el bien de Fie, ¿no?

En lugar de responder, le clavó la pica. Fue sin duda una acción deliberada, no una decisión precipitada por su parte. Queen intentó agacharse para evitarla, pero las trampas y las valles le cerraron el paso, obligándole a permanecer a su alcance y recibir el golpe.

Mientras intentaba esquivar, gritó:

—¡Dime por qué me atacas! Si he hecho algo mal, te pediré disculpas.

Fie respondió rugiendo:

—¡Te he retado a un duelo! No puedes quedarte ahí hablando conmigo. ¡Si quieres hablar, tendrás que derrotarme primero!

Incluso en medio de su furia, sonaba como si estuviera al borde de las lágrimas. Queen quiso correr a ver si estaba bien, pero sus defensas y la pica le impidieron acercarse.

Un duelo… Él también la había retado a un duelo en su primer encuentro. (Aunque ella nunca aceptó la oferta).

Sin embargo, se armó de valor. Esquivó la siguiente estocada de la pica y echó a correr como si la cadena de su pierna no le pesara lo más mínimo. No había lugar donde pararse sin una trampa o una valla en el camino, así que saltó por encima, corriendo a lo largo de ellas con un equilibrio animal y lanzándose por encima de la trampas que se encontraba a su paso.

Unas pesas con cuerdas -armas llamadas boleadoras, otra de las habilidades de Fie- se abalanzaron sobre él. Queen las atrapó con su espada, y las bolas se enroscaron alrededor de la hoja. En perfecta sincronía, ella le clavó la pica justo cuando estaba a punto de caer al suelo. Intentó desviarla con su espada, pero los pesos de las bolas la hacían demasiado pesada y difícil de manejar para que pudiera maniobrar bien. Al darse cuenta de que la pica iba a impactar, giró en el aire para ganar un segundo más. El arma solo golpeó el aire, y en ese momento, aterrizó y arrancó las bolas de su espada.

Al final, se enfrentó a Fie. La batalla aún no había terminado, y ella cambió su arma por su fiel espada de práctica. Entonces se abalanzó sobre él, gritando de nuevo:

—¡No es justo!

Los dos se habían enfrentado innumerables veces en los entrenamientos, por lo que él sabía cómo esquivar sus conocidos ataques.

—¡Tienes todo el talento! —aulló—. ¡Tienes toda la habilidad! Todo el mundo espera que hagas grandes cosas. Y después de casarnos, ¡me dejarás atrás y te irás para ser caballero!

Ella continuó dándole golpes mientras él se retorcía y esquivaba. Esto también se parecía mucho a sus sparrings habituales, Fie volcándolo todo en su ofensiva unilateral y Queen esquivando con facilidad cada uno de sus ataques. El hecho de que él nunca contraatacara la enfurecía. No era un oponente al que pudiera derrotar en un combate abierto, de ahí que lo desafiara con todas las trampas y conocimientos que tenía a su disposición.

Sin embargo, hiciera lo que hiciera, no era rival para él.

Había pasado suficiente tiempo con Queen para saber que no era una batalla sin esfuerzo para él. Pero era solo una cantidad típica; podría estar trabajando más duro si quería. Y ella también se estaba esforzando. Sabía que nunca podría derrotarlo en pura fuerza física, por lo que trató y trató y trató de pensar en maneras de compensar sus deficiencias, pero todavía no podía salvar esta brecha entre ellos.

La razón de la fuerza de Queen era evidente; poseía un talento natural brillante. Era fuerte solo por el hecho de serlo. Y Fie, en virtud de ser ella, no era su rival.

—¡He trabajado muy duro! —gritó—. ¡Durante todo un año, me esforcé tanto, y aún así!

De repente, la luz de la luna iluminó su rostro y Queen pudo ver las lágrimas en sus ojos.

—¡Y sin embargo, no puedo ser caballero! Aunque he trabajado tan duro como cualquiera de ustedes, ¡no puedo serlo!

Al final, Queen comprendió.

Una vez casados, los dos empezarían a recorrer juntos sus respectivos caminos en la vida, pero el camino de la caballería quedaría abierto solo para él. Aquí, la vida de Fie divergía e iría en una dirección diferente. Él había sido testigo de todo el duro trabajo que había realizado para convertirse en caballero, pero todo su año de esfuerzo se quedaba ahora en nada.

¿Cómo podría responder a esto? Abrió la boca, con la esperanza de darle unas palabras de consuelo, y la volvió a cerrar cuando le llegó la respuesta. Fie no era una damisela en apuros que necesitara el rescate de un valiente caballero.

En lugar de eso, levantó su espada y la blandió con todas sus fuerzas para hacerla girar. Su espada fue barrida de su mano y enviada rodando por el aire. Intentó agarrar otra arma, pero antes de que pudiera contraatacar, él le golpeó el antebrazo con toda la fuerza que pudo y ella perdió el agarre. El dolor le hizo llorar de nuevo y vaciló, insegura de si debía tomar otra arma con la otra mano. Luego volvió a mirarlo a él, que la atacaba con todas sus fuerzas, y suspiró derrotada.

Sabía que, por mucho que lo intentara, tenía pocas posibilidades de ganar. Lo sabía desde el principio de la batalla; aun así, ¿no era una especie de victoria si lograba que Queen se defendiera por primera vez? Y, sin embargo… iba a ser la primera y la última vez.

—Supongo que nuestro último combate es otra derrota… —susurró.

Entonces él la estrechó entre sus brazos y la abrazó con todas sus fuerzas.

A pleno pulmón, juró:

—¡Fie, te juro que te haré feliz! Incluso si no te conviertes en caballero, ¡te juro que te haré tan feliz que nunca te arrepentirás de esto! Te lo juro. ¡Juro que no te dejaré sola! Te lo prometo.

Ella miró la mano que él le había herido y sonrió. Asintió.

—Me lo prometes.

Luego le besó bajo la luz de la luna.

Su boda se celebró al día siguiente. Aunque el pueblo apoyó el enlace con tanta emoción como si se tratara de una boda real, también lamentó, con creciente desesperación, que Su Majestad se distanciara una vez más de la única chica a la que se había unido, aunque solo hubieran sido durante unos escasos meses. Pero, no importaban ellos. Los escuderos, todos los caballeros del 18° escuadrón, los diversos conocidos de Fie y los parientes de Queen se presentaron para presenciar lo que resultó ser una ceremonia bastante encantadora.

Fie llevaba un precioso vestido de novia blanco, uno de los muchos que se había probado antes. A Queen se le notaba el nerviosismo en la cara, pero se arregló lo suficiente para la ceremonia.

—¡Estás preciosa, Fie! —exclamó Fielle.

—Sigo sin aprobar esto… —mumuró Lynette mientras tomaba asiento con el ceño fruncido con obstinación.

Queen y Fie intercambiaron los anillos entre sonoros aplausos. Ella llevaba una venda atada a la muñeca derecha. Él la miró preocupado, pero Fie solo soltó una risita. Con dedos nerviosos, él tomó su mano izquierda y deslizó el anillo de boda en su dedo.

—Ya puedes besar a la novia —dijo el oficiante.

Sus rostros se encontraron ante el público, que lanzó una gran ovación.

A la ceremonia siguió una fantástica recepción, y luego el castillo volvió a quedar en silencio. Zorace continuaba con su trabajo, tan laborioso como siempre, cuando oyó que llamaban a la puerta de su despacho.

—¿Quién es? —llamó.

—Yo, Lord Tío.

Zorace se sobresaltó al oír la voz de Roy al otro lado de la puerta. Se abrió y él entró con una botella de vino en los brazos.

—¿Quieres compartir una copa conmigo? —preguntó.

Hizo ademán de negarse —un rey no bebía con sus súbditos—, pero de repente le dio un vuelco el corazón y se contuvo. Roy tomó su silencio como una aceptación y, dejando la botella y un par de vasos sobre la mesa, tomó asiento frente a él. Zorace dejó escapar un pequeño suspiro, pero apartó sus papeles del camino.

—¿Sirvo yo? —se ofreció.

—No, déjame a mí.

Roy sirvió un vaso para cada uno y chocaron sus copas.

—Ha sido una boda preciosa —dijo Zorace. Luego frunció el ceño y añadió—: Aunque me hubiera gustado que la chica siguiera siendo reina.

Él soltó una risita.

—Vas a oponerte a esta decisión hasta el final, ¿verdad?

Después de todo, su tío había sido el más persistente de los que no estaban dispuestos a permitir que Fie renunciara a su puesto. Había hecho falta una combinación de insinuaciones de Roy y las súplicas de ella para doblegarlo.

Zorace se dio cuenta de que era la primera vez que compartía una copa con su sobrino como si fuera su familia. La conversación se detuvo mientras se llevaba el vaso a los labios. Entonces, susurró:

—¿Por qué nunca me preguntaste cómo llegué a conocer la información sobre el duque?

Sintió que no podía seguir ignorando el asunto.

—¿No deberían ser castigados todos los traidores para que nuestro reino pueda tener un futuro mejor?

Había estado preparado para que cayera el otro zapato desde el momento en que le pasó la información; entregar los papeles era confesar de forma implícita sus acciones al rey.

Sin embargo, Roy solo bebió otro sorbo.

—Lo permití porque lo hiciste como mi aliado.

Las palabras “sabía lo que pretendías” no fueron pronunciadas entre ellos. Ahora que lo pienso, reflexionó, siempre había sido demasiado consciente de su posición como rey (eso, y el muro de la formalidad que Zorace había levantado entre ellos) como para decir lo que pensaba con tanta franqueza.

Su tío respondió a su confesión con el silencio. Luego cambió de tema.

—Siendo honesto, lamento mi decisión. Creo que hemos dejado escapar a la mejor joven que he conocido.

Roy quedó sorprendido por un momento, pero cuando comprendió el significado de la frase, esbozó una sonrisa.

—Tienes razón —dijo—. Creo que tienes toda la razón. Será difícil seguirla. —Le dedicó a su tío una sonrisa triunfante que nunca antes había mostrado a nadie.

—¿No te lo digo siempre? Debes ser más amable con las mujeres. Si no lo conviertes en un hábito, es probable que acabes en situaciones como ésta.

—Sí, mi señor tío. Tiene toda la razón. Si no hubiera sido por eso, nunca habría perdido la oportunidad de casarme con una mujer tan increíble, única en la vida, y no estaría ahogando mis penas con esto. —Señaló su vaso con una sonrisa—. A partir de ahora, me propondré tratar a todas las mujeres con más amabilidad.

—Harías bien en recordar esa promesa —le aconsejó Zorace.

Roy asintió.

—Y será mejor que me vigiles de cerca, tío, porque todavía soy tu sobrino inmaduro e inexperto. Por favor, sigue guiándome.

Zorace le devolvió la sonrisa, no como un súbdito sonríe ante su rey, sino como un hombre sonríe a su propia familia.

—No me dejas otra opción —dijo—. Muy bien. Estos viejos y cansados huesos tendrán que seguir un poco más.

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