Voy a vivir mi segunda vida – Capítulo 32: Una nube con un resquicio de esperanza

Traducido por Ichigo

Editado por Sakuya


El ejército de Roy se movilizó por fin un mes después de que el rey recibiera la noticia de la insurrección del duque. Los caballeros y soldados marcharon por la calle principal de Winnie en largas columnas, mientras una multitud de civiles se agolpaba a los lados de la carretera para verlos partir con orgullo. Los escuderos les seguían en la retaguardia de las columnas, acompañando al tren de suministros. A diferencia de los caballeros, que miraban al frente con rostro severo, los muchachos contemplaban la procesión con los ojos entornados y se arrastraban nerviosos.

—Mira lo grande que es el ejército —exclamó un muchacho—. Solo somos una pequeña parte.

—Y éste no es todo el ejército —le dijo su amigo—. Hay más tropas acampadas a las afueras de Winnie, en las llanuras, y cuando nos dirijamos al ducado, nos reuniremos con más refuerzos aún: soldados acampados en fuertes por el camino, tropas de nobles y cosas así. Este ejército no hará más que crecer a partir de ahora.

—¡Wow!

Esto era un mundo nuevo por completo para los escuderos, cuya única experiencia militar hasta el momento consistía en patrullar la ciudad.

Mientras tanto, en otra parte de la columna, Queen le contó la historia de la otra noche a Gormus.

—¿Qué? —dijo Gormus—. ¿Me estás diciendo que Heath se acercó a tu ventana?

—Sí.

En cierto modo, seguía pareciéndole un sueño; en todo caso, le parecía más onírico a medida que pasaba el tiempo. Sin embargo, de verdad la había encontrado esa noche. De seguro. Sí, era lo más probable.

—Huh… —dijo Gormus—. ¿Hablaron?

Queen se entristeció y tropezó con nada en la calzada.

—¿Estás bien? —preguntó Gormus.

—S-Sí, estoy bien.

Las mejillas de Queen se tiñeron de rojo brillante. Ya que Gormus preguntó, tendría que confesar que le pidió que se casara con ella, pero era tan chocante que no sabía si Gormus lo creería. Diablos, apenas se lo creía.

Gormus miró de reojo a Queen y dijo:

—No hace falta que me lo digas si es demasiado difícil de decir. En cualquier caso, supongo que sea lo que sea no es nada de lo que deba preocuparme.

Bueno, eso era cierto. Fie parecía saludable, y no le había dicho nada malo a Queen. Siendo honesto, olvídate de lo malo, lo que dijo fue increíble. No obstante, tal vez la brusquedad de la solicitud era motivo de preocupación. Casarse con Fie… reflexionó. No podía imaginárselo de forma realista. Pero, en sus sueños más salvajes, Fie se veía celestial en un vestido de novia blanco.

El ejército de Roy abandonó Winnie, se unió a las principales fuerzas acampadas en las llanuras y se dirigió hacia el norte. Orstoll era un país grande, pero, situado como estaba en el centro templado del continente, el clima cambiaba poco a medida que avanzaba hacia el norte. Asimismo, la vegetación seguía siendo la misma, con abundancia de árboles de hojas anchas y hierbas familiares en estas tierras cálidas.

El ejército de Roy se detuvo cerca de un apacible bosque a las afueras del ducado del duque. La larga marcha había transcurrido sin contratiempos.

—Parece como si estuviéramos intercambiando cartas de amor…

Crow suspiró, apoyándose en un codo mientras se sentaba en una mesa de la tienda del comandante. En principio planeando participar en la lucha como líder de un escuadrón, Crow fue asignado ahora a ser el oficial al mando de las tropas de su familia, lo que le llevó a estar aquí.

—Quiero evitar combates inútiles si es posible —dijo Roy. Su ejército supera con creces al del duque, y a la luz de las pruebas que Roy obtuvo sobre los crímenes del duque, éste contaba con un apoyo público casi insignificante. Sus únicos aliados eran, asimismo, señores corruptos o aquellos cuyas circunstancias les habían obligado a comprometer su apoyo temporal.

Un ejemplo de este último grupo eran las familias nobles que gobernaban esta franja de tierra, conocida como Arkhorn. Su situación era simple: estaban situados demasiado cerca del ducado para su comodidad. Fuera cual fuera su deseo o falta de deseo de estar afiliados al duque, resistirse a él mientras existían justo delante de sus narices, habría invitado al ataque y a la posterior destrucción. Así pues, juraron lealtad al duque y se atrincheraron en sus propias fortalezas. Sin embargo, aunque querían evitar su inminente desaparición por cortesía del duque, tampoco deseaban ser aplastados en rebelión contra el ejército real, lo que demostraron permitiendo el paso seguro de las fuerzas de Roy por sus tierras. Muchos nobles de la zona que rodeaba el ducado se comportaron de forma similar, y como tal, el bando de Roy llegó a un consenso masivo para cambiar su objetivo de la victoria absoluta a la mera mitigación de los daños.

Teniendo en cuenta su fuerza, habrían tardado menos de dos días en asaltar estas fortalezas antes de que cayeran, pero hacerlo supondría sacrificar las vidas de los soldados asediantes y cambiar la opinión del resto de la nobleza que seguía secuestrada en sus propias fortalezas. En su lugar, Roy optó por llegar a acuerdos con los señores de Arkhorn. Para ello, tuvo que mostrar la fuerza de su ejército a los señores secuestrados, marchando fuera de sus fortalezas antes de enviar cartas con los términos de la rendición. Por supuesto, tal ralentización podría haber jugado a favor del duque, y Roy no confiaba en que no lanzaran un desesperado ataque sorpresa. Por lo tanto, Roy no descuidó vigilar las líneas de suministro y apostar centinelas en los alrededores.

Habían pasado ya tres días desde que comenzaron las conversaciones y, como dijo Crow, el esfuerzo bélico ahora se parecía más a escribir cartas de amor a los nobles que a luchar de verdad. Discutieron los términos de la rendición, el proceso de liberación de los fuertes y las promesas que ambas partes debían mantener en este acuerdo. Dado que los nobles eran, al menos en la parte nominal, aliados del duque, Roy no podía dejarles impunes, pero tampoco quería castigarlos demasiado. La moderación, pensaba, era vital. Sin embargo, nada era más importante que ganarse su confianza. Roy necesitaba que confíen en que sus promesas mutuas serían respetadas y que no les castigaría más de lo que merecen. En ese sentido, era de verdad como un intercambio de cartas entre dos amantes.

—¿Por qué tenemos que tratar con un puñado de viejos lúgubres? —dijo Crow sacudiendo la cabeza con disgusto—. Habla por ti, pero prefiero hablar de términos con una chica guapa.

A pesar de su lloriqueo, Crow no pudo protestar por este plan de acción. Era un hombre afable, con muchos amigos tanto en la caballería como en el ejército, y aunque no temía perder la vida en la batalla, se resistía a ver morir a cualquiera de sus amigos sin una causa justa. Así pues, Roy y Crow no tuvieron más remedio que continuar sus negociaciones sobre el papel.

♦ ♦ ♦

Ahora había un gato maullando sentado en el regazo de Fie. Un mercader del palacio, por alguna razón desconocida, le había endilgado el gato a Fie, y ésta, incapaz de abandonarlo, lo acogió como su mascota.

—Ese mercader Kirk tiene fama de ser demasiado insistente —le dijo una sirviente—. Supongo que habrá venido para que aprendas su nombre, Alteza.

—Huh —dijo Fie—. ¿Otra vez? Me pregunto por qué.

No entendía por qué todos esos mercaderes se dejaban caer por aquí, pero era una lástima que hicieran todo ese esfuerzo. Solo había ido a comprobar con Queen si quería o no casarse con ella, y la respuesta fue un rotundo sí. Ahora que sabía lo que él quería, era su trabajo hacerlo realidad. En ese sentido, Fie no tenía intención de permanecer mucho más tiempo en palacio. Sí, todos habían sido encantadores con ella, y les estaba muy agradecida, pero no quería abusar de su amabilidad para siempre.

Imaginarse casada. No podía imaginarse cómo sería casarse con Queen. Pensó que nunca se había casado, así que no tenía ni idea de qué esperar. (Aunque, después de pensarlo un momento más, se dio cuenta de que siempre había estado casada, con Roy, claro).

Para cumplir el deseo de Queen, tenía que casarse, divorciarse y volver a casarse. Era mucho ajetreo, sobre todo teniendo en cuenta que su conciencia de haber completado el primer paso era tenue en el mejor de los casos.

El gato estaba ahora unido a Fie por la cadera, de seguro porque ella misma se ocupaba de él en lugar de dejarlo en manos de sus criadas. Menos mal que no le habían endilgado un perro; en su estado de confinamiento relativo, no habría podido sacarlo a pasear con la frecuencia necesaria. Además, como su novio era más bien perruno, pensó que este arreglo podría poner celoso a uno de los dos (aunque no sabría decir cuál sería el celoso).

El gato era una cosita, y era imposible creer que fuera un primo lejano del león que había visto en el circo. Su pelaje marrón y gris le recordaba a Queen.

—Me pregunto cómo estará —dijo.

El gato le maulló en respuesta.

La última vez que lo vio en el circo parecía que se lo estaba pasando bien, pero ahora marchaba a la guerra. Estaba bastante preocupada por él y por sus otros amigos: Gormus, Slad, Remie, Gees y el resto del grupo. Los caballeros del escuadrón 18, incluidos Crow y el capitán Yore, también estaban en peligro, luchando en el frente. Es cierto que todos eran bastante fuertes y, como tales, no eran motivo de preocupación para ella, pero, aun así, esperaba que todos llegaran sanos y salvos a casa.

En comparación con la estresante situación de la guerra, la vida dentro del palacio era tranquila. Gracias a que Roy había eliminado a los últimos traidores del palacio, incluso Fielle podía relajarse y disfrutar de alguna que otra merienda con su hermana. Estos agradables días renovaron la gratitud de Fie hacia el rey Roy y alimentaron sus sentimientos con una ración adicional de culpa.

Fie levantó a su gato y miró al cielo azul. Era un día tan hermoso que costaba creer que su reino estuviera envuelto en una guerra. Ojalá pudiera estar con los demás y luchar junto a ellos, pensó. Aún le quedaba una pizca de apego a su antigua vida de escudera. Fie no era consciente de ello, pero en ausencia del rey Roy, el papel de mayordomo del castillo recayó en ella. Recibía a todos los visitantes, y todos los mercaderes del castillo acudían a ella en tropel. Sin embargo, mientras ella lo ignoraba, las sirvientas sabían con exactitud lo que estaba pasando. Se estaba convirtiendo con velocidad en una reina. La razón por la que los habitantes del castillo estaban tan tranquilos en ausencia del rey era porque Fie estaba ahí para cuidar de ellos.

Queen y los demás escuderos se dedicaban a sus tareas habituales, distribuyendo víveres a los grupos correspondientes y cargando los carros con las armas necesarias para el frente. No era un trabajo glamuroso digno de una historia de leyenda, pero todos comprendían que había que hacerlo de igual manera. Los escuderos trabajaban de manera diligente en su campamento en la llanura, lejos del frente.

Las noticias sobre la situación de la guerra llegaron a sus oídos: la victoria del rey estaba casi asegurada, de seguro debido a su abrumadora fuerza. El duque Zerenade intentó reunir a todos sus seguidores para la batalla, pero solo aquellos que ya habían sido acusados de crímenes respondieron a su llamada.

A pesar de que Roy estaba casi seguro de que el duque Zerenade estaba implicado en este nivel de crímenes, se mostró reacio a confiscar los derechos concedidos al duque por el antiguo rey sin pruebas suficientes de sus fechorías, por miedo a que destruyeran el nivel de confianza que gozaba en este momento con la nobleza. Si esto hubiera sucedido, más nobles se habrían puesto de parte del duque, y la posibilidad de un conflicto mayor habría aumentado (aunque el rey seguiría ganando, con toda seguridad).

Si tal guerra estallara, sus aliados e incluso los civiles no afiliados se verían sometidos a un aumento del crimen organizado y a una posible invasión de otros países que buscarán sacar provecho de la discordia en Orstoll. Por lo tanto, la prueba de las fechorías del duque Zerenade aseguró la victoria del rey, y le permitió arrestar a los afiliados del duque en los rangos superiores del ejército antes de que comenzara cualquier combate.

Como resultado, los únicos aliados del duque fueron sus socios en el crimen. Su destino era tal que la única opción que le quedaba era capear la guerra antes de pedir de manera mansa perdón al rey. Todo lo que el bando del rey necesitaba para luchar era el ejército privado del duque y los criminales que se escondían en el ducado para evitar el castigo. Entre este último grupo había un grupo de antiguos caballeros orstolianos que habían cometido muchas injusticias bajo el gobierno del viejo rey, y un escuadrón de asesinos formado por famosos guerreros de una lejana tierra oriental conocida como Aja.

Las tropas del rey Roy tenían una ventaja tan abrumadora sobre las del duque que la guerra podría terminar con una carga decisiva, pero Roy deseaba limitar el número de bajas. Por lo tanto, trabajó para construir un dominio alrededor del duque, consolidando aún más sus posibilidades de victoria.

Como resultado, los escuderos estaban lejos de los horrores de la guerra.

—Oye, ¿mataría a nuestros comandantes bajar la guardia un minuto? —se quejó Slad mientras se ponía de pie sobre una pila de cajas para mirar a lo lejos sobre el campamento—. ¡Así tal vez un enemigo podría escabullirse y atacar el campamento, y por fin tendríamos algo de acción!

—Eso que dices es una maldad —le reprendió Remie.

—Así es —dijo Gees—. Hay cosas sobre las que no se debe bromear.

Slad gimoteó.

—Lo siento —dijo, abatido por haber sido regañado una vez más.

En ese momento, para sorpresa de Slad, dos personas acudieron en su ayuda: Rigel y Luka. Los chicos del dormitorio este estaban haciendo el mismo tipo de trabajo no muy lejos del puesto de los escuderos del dormitorio norte.

Rigel resopló de manera burlona y dijo:

—El chico habla con sentido. Todos los días nos obligan a transportar paquetes y a vigilar el campamento. ¿Llamas a eso trabajo propio de un caballero?

—En efecto —dijo Luka—. Y aunque no seamos más que escuderos, es una gran pérdida para Orstoll no aprovechar al máximo mi genial habilidad.

Sus lloriqueos hicieron que Slad reconociera de manera seria su punto de vista.

—Lo siento —dijo—. Estaba equivocado. No importa si todo está tranquilo aquí atrás, nuestros caballeros y soldados están luchando en verdadero peligro.

Remie le sonrió con amabilidad.

—Me alegro de que ahora lo entiendas.

—¡Tonterías! No toleraremos que nos traten así —gruñó Rigel.

—Sí —gritó Luca—, ¡son todos unas bestias horribles!

Sin embargo, nadie apareció para respaldarlos. De hecho, cuando apareció Persil, los ignoró a los dos y dijo al grupo de Queen:

—Siento que mis compañeros de dormitorio los molesten.

Rigel y Luka se quedaron mirando a Persil asombrados (¿ni siquiera él les cubría las espaldas?) mientras Remie hacía un gesto con la mano para que no se disculpara.

—No pasa nada —dijo—. Estamos acostumbrados.

Eso era cierto, ya que después del Duelo Interdormitorios Este-Norte, Rigel y Luca habían sido conocidos por pasar por el dormitorio norte y jugar discusiones similares. Una teoría popular era que ya nadie, aparte de los chicos del dormitorio norte, les prestaba atención.

A medida que pasaba el tiempo, el bando del rey seguía acercándose a su… bueno, victoria “real”, por así decirlo. A la tercera semana de la llegada de los escuderos, la cantidad de equipaje a transportar disminuyó por completo, y una semana después, la guerra había terminado, a favor del rey.

Los escuderos comenzaron a desmontar y empaquetar el campamento. Aunque los muchachos estaban aliviados por haber ganado, no podían evitar sentir una ligera decepción.

—Nunca vimos nada de acción, ¿eh? —dijo uno de los chicos.

Los chicos no habían hecho el tonto en toda la guerra, y ahora que se había terminado, su sensación de alivio se veía ensombrecida por sus verdaderas preocupaciones, que salían a cuentagotas. Era un hecho universal de los adolescentes: les encantaban las situaciones en las que había mucho en juego.

—Sí, supongo —dijo otro escudero mientras se limpiaba—. Pero, así es la vida para ti.

—Es mejor así, ¿no? —dijo un tercero.

Queen terminó de recoger sus cosas y se puso a limpiar el campamento. Recogió un montón de madera pesada y se la llevó, pensando en Fie todo el tiempo. Seguía sin entender qué quería decir ella cuando había dicho: “¿Quieres casarte conmigo?” Entendía el significado de las palabras, pero Fie ya estaba casada. Que se casara con Queen era otra historia, y Queen no se lo podía imaginar en absoluto.

Espero poder verla cuando volvamos a casa, pensó Queen. Fie seguía en palacio y, como tal, sabía que no podría verla. Hacía un mes que ella no aparecía por su ventana.

El gran problema del reino había terminado, pero el gran problema de Queen, bien considerado, seguía siendo tan importante como siempre. Incluso después de volver a casa, seguía sin ver la oportunidad de encontrarse con ella, y mucho menos de estar con ella como su novio. Se preguntaba a sí mismo: ¿Qué va a pasar ahora? Ahora que la crisis había pasado, el futuro empezaba a tomar un tinte más realista en la mente de Queen, pero sus esperanzas para ese futuro seguían siendo solo vagos y nebulosos deseos.

Mientras tanto, Queen se olvidó por completo de que llevaba una gran y pesada carga de leña en el brazo.

—¡Eh, Queen, cuidado! —gritó un escudero.

—¿Eh? —dijo Queen.

De repente, sintió que algo se deslizaba fuera de sus brazos y aterrizaba en su pie con un golpe sordo y pesado. Chilló como un cachorro.

—¡Queen! —gritó uno de los escuderos—- ¿Te encuentras bien?

Unas horas más tarde, uno de los médicos militares, ahora con poco que hacer tras las batallas terminadas, se sentó frente a Queen y su pie recién vendado.

—Estarás mejor en un mes —informó a Queen—. Deberías descansar en una de las ciudades cercanas hasta entonces.

Demasiado para volver pronto a casa.

♦ ♦ ♦

La guerra terminó con pocas bajas, ya que muchos de los hombres del duque optaron por rendirse y suplicar por sus vidas antes que morir en el fragor de la batalla. (En verdad, qué montón de villanos de poca monta).

—Y con esto, hemos cerrado un asunto bastante importante, ¿eh? —dijo Crow.

—Sí, lo hemos hecho —asintió Roy.

Ahora, cuando sólo quedaban las tareas finales de capturar a los criminales y regresar a Winnie, otra parte del legado del viejo rey estaba resuelta. ¡Qué alivio!

Sin embargo, ahora es el momento de enfrentarse al problema particular de Roy: el de su esposa.

—¿Qué hacer con la princesa Fie? —se preguntó.

La guerra le había distraído mucho de ella, tan preocupado como estaba por salvar las vidas de sus hombres, pero, aun así, había pensado en Heath -o Fie, si lo decía bien- varias veces.

Crow frunció el ceño. Era bastante extraño considerar a su guapo y joven amigo escudero como la esposa de Roy (no importaba que ya lo fuera desde hacía algún tiempo).

—Ustedes son pareja —señaló—. Entonces, ¿qué hay de malo en tomarse su tiempo para resolver las cosas?

—Somos… una pareja, ¿dices?

—Quiero decir, sí, te casaste con ella.

Por extraña que sonara la palabra en la lengua de Roy, habían atado el nudo de manera legal.

—Hmm…

Roy cuestionó la posibilidad de que fueran pareja, no por el deseo de eludir responsabilidades, sino más bien por la sensación de que eso fuera apropiado, dado que a ella la habían obligado a casarse. Era consciente de que obligarla era un acto horrible por su parte; es más, lo había sido incluso antes de forzarla a ello, relegándola a una posición pasiva desde la que no podía opinar. ¡Cómo se odiaba por ello!

Al ver que Roy se sumía en otro de sus hechizos depresivos, Crow tomó la palabra.

—Deja de lloriquear por el pasado y de preocuparte por lo que hay que hacer a continuación. ¿Por qué no piensas un poco en lo que ella significa para ti?

—¿Lo que ella significa para mí? —repitió Roy. Reflexionó sobre la pregunta.

¿Qué significaba para él la princesa Fie? Si esto hubiera sido el año pasado, su respuesta inmediata hubiera sido que ella era su querida y joven escudera. Sin embargo, ahora su relación era más complicada. Siendo objetivos, eran marido y mujer; por el contrario, ella era una víctima y él un maltratador. Complicada, ni siquiera empezaba a describir esta relación.

—Aún tienes tiempo antes de que volvamos a Winnie y la veamos de nuevo —dijo Crow—. Deja tus cargas por un rato -Fie, el país, todo el trabajo- y piénsalo un poco. Zephas y yo podemos ocuparnos de tu trabajo mientras tanto.

Crow sonrió a su preocupado amigo y salió de la tienda.

♦ ♦ ♦

Roy reflexionó hasta bien entrada la noche, solo en su tienda, salvo por la llama de una vela que se balanceaba frente a él. ¿Qué significaba Fie para él?

Roy conoció a Fie por primera vez en la prueba de admisión de escuderos, donde, mientras buscaba a alguien con las aptitudes necesarias para incorporarse de inmediato al 18° escuadrón, Roy se fijó en el emparejamiento de Fie con Gormus.

Aparte de Crow, Roy había reclutado a todos los miembros del escuadrón él mismo, y como tal, quería seleccionar a un candidato de manera similar del grupo de solicitantes adultos. No era fácil encontrar talentos sobresalientes, así que sintió la necesidad de examinar a cada escudero potencial con la debida diligencia.

Sin embargo, se sintió atraído por el encuentro de este joven. Había algo hermoso en la forma en que este muchacho sin refinar luchaba con todo lo que tenía. El chico era pequeño, quizá no tuviera ni doce años, y se enfrentaba a uno de los más grandes de la lista de aspirantes. El chico grande poseía un talento a la altura de su fuerte complexión, y el pequeño parecía a punto de derrumbarse en cualquier momento. No tenía ninguna posibilidad de ganar, pensó Roy, pero le extrañaba que este chico se esforzara tanto por ganar a pesar de la diferencia de tamaño.

Teniendo en cuenta lo joven que parecía, el chico habría tenido otras oportunidades de volver a intentar ser escudero más adelante; sin embargo, luchó como si su vida dependiera de ello. Le caían cascadas de sudor y respiraba con dificultad. Su oponente, más corpulento, lo lanzó por los aires como si no tuviera ninguna dificultad. Todo había terminado, Roy había esperado a media que el chico se rindiera por su cuenta. De casualidad, el golpe había hecho que el chico se desplomara justo delante de Roy, y Roy recordaba haber visto un momentáneo destello de rendición en sus ojos.

Fue entonces cuando Roy le había llamado. Recordándolo ahora, me pregunto por qué lo hice, pensó Roy. No había nada que le obligara a ayudar al chico. Roy podría haberlo descartado en sus pensamientos; además, uno no necesitaba ganar su combate para unirse a los escuderos. Si el muchacho hubiera sido considerado apto para ingresar, daba igual si ganaba o perdía ahí. Tal vez, si Roy quisiera justificarse, podría haber alegado que fue por alguna razón más legítima, como querer ver el nivel de dedicación del muchacho, para determinar si aceptarlo o no. Sin embargo, al pensarlo ahora, se dio cuenta de que él -olvidando su posición tanto de examinador como de rey- sólo había querido ayudar.

Cuando Roy llamó al chico, una llama volvió a encenderse en sus ojos. Roy sabía que no se debía a su propia influencia; el chico estaba acorralado, y Roy sentía que se habría puesto en pie incluso sin ningún apoyo. Entonces, para una auténtica sorpresa de Roy, el chico se lanzó a los pies de su oponente y le arrancó un zapato. En el caos que siguió, el chico aprovechó la oportunidad para lanzar otro ataque.

Nadie podía esperar lo que ocurrió a continuación. El pequeño se convulsionó, golpeado por un calambre, mientras su resistencia se agotaba. No fue un espectáculo chocante, ya que el chico no parecía muy fuerte; sin embargo, la multitud de espectadores esperaba que luchara hasta el final, ganara o perdiera, y lo observaba con la respiración contenida. Superando sus expectativas, el pequeño siguió adelante a pesar de los calambres, y su desesperación dejó estupefacto a su oponente.

Por fin, el encuentro terminó cuando el árbitro declaró de manera clemente la derrota del chico. Todos pensaban que, aunque no lo eligieran ahora, seguro que lo aceptarían como escudero en el futuro. Tal vez no estaba hecho aún para ser caballero, con lo pequeño que era.

Roy miró a aquel pequeño y decidió aceptarlo él mismo en la caballería, dándose cuenta, para su propia sorpresa, de que ya había tomado la decisión de aceptarlo en algún momento del combate. Necesitaba un caballero pequeño y sigiloso para que hiciera de espía en el incidente de la princesa Fiellle, pero no había planeado elegir a un adolescente para ese papel. Para eso estaban los Grass, pero a decir verdad, Roy quería disolverlos. Estaban demasiado dispuestos a sacrificarse por el bien del país. Había intentado abordar el tema con ellos varias veces, pero los Grass no entendían nada. Oh, bueno, pensó Roy, era de esperar cuando los métodos de entrenamiento de los Grass y su servidumbre al reino se habían transmitido durante cientos de años. Comprendía lo importante que era su espionaje para el bien del reino, así que tal vez no se disolvieran durante su propia vida. Sin embargo, a medida que el poder de Orstoll crecía y otras naciones demostraban que podían funcionar y prosperar sin sólidas redes de inteligencia, él deseaba que los Grass pudieran volver a estilos de vida más humanos.

Era su plan contratar a Heath para que le ayudara en el espionaje, pero también pensaba apoyarlo con plenitud, acabara siendo lo que acabara siendo; si llegaba a ser tan musculoso como sus compañeros, él lo ayudaría encantado a convertirse en un valiente caballero.

Sus ojos se abrieron de par en par, muy sorprendido, cuando le dijo que había sido aceptado. Era la primera vez en su vida que alguien le decía: “Te necesito”. Él sonrió de puro placer y dijo: “¡Sí, capitán!”

Más tarde, mientras Roy cumplía con sus obligaciones como rey, vigilaba a Fie en su papel de escudera. Era una gran trabajadora, incluso a pesar de poseer menos resistencia que el resto de sus compañeros. Nunca se daba por vencida y hacía todo lo posible por seguir el ritmo de sus compañeros. Ahora que Roy lo pensaba, se daba cuenta de que no era una chica corriente si había seguido el ritmo de todos esos adolescentes con los ojos puestos en la caballería. En aquel momento, sin conocer su verdadera identidad, Roy se encontró deseoso de darle consejos.

Con su entusiasmo, pronto se integró en la comunidad de escuderos. Roy la escuchaba cada tanto; le resultaba agradable ver el mundo desde su perspectiva. A sus ojos, la vida en Winnie poseía una especie de resplandor, y cuando su rostro se iluminaba con ese mismo resplandor mientras hablaba, él se sentía como si estuviera descubriendo una gema preciosa. El Orstoll de la mente de Roy seguía plagado de problemas y rebosante de criminales que se aprovechaban de los débiles. Cada vez que Roy y sus caballeros acababan con un criminal aquí, surgían dos más para ocupar su lugar ahí. Peor aún, por muchos problemas que resolvieran dentro de su esfera de influencia, Roy sabía que muchos inocentes vivían fuera de su alcance en el Dominio Oscuro. Si lo miraba a través de una lente objetiva, no podía decir que Orstoll fuera un reino muy bueno. Sin embargo, siempre que estaba con Fie, sentía que tal vez tenía el potencial para convertirse en uno. Había intentado apoyarla, pero, mirándolo en retrospectiva, tal vez Roy era el que había sido apoyado todo el tiempo.

Fie había vivido tantas aventuras. Roy se alegraba cada vez que se enteraba de las veces que salía con el escuadrón para aprender más sobre sus diversos deberes o estudiaba en la biblioteca con sus amigos. Le preocupaba que la biblioteca del castillo se utilizara con tan poca frecuencia, a pesar de estar abierta a todos los miembros del público. Más tarde, durante el Duelo Interdormitorios Este-Norte, ella le contó sobre su desafortunada descalificación a pesar de haber hecho un trabajo increíble al asestar un golpe contra su oponente mucho más fuerte. Roy pensó que era una lástima que tuviera que atenerse a las reglas de la competición.

Los dos pasaban cada vez más tiempo juntos como caballero capitán y escudera; él escuchando con seriedad mientras ella relataba las anécdotas de su día con los ojos brillantes; ella acudiendo a él en busca de consejo en momentos de apuro; ambos uniéndose a sus amigos del resto del escuadrón para salir a comer. Ahora que lo pensaba, incluso habían discutido también. Recordaba a Fie gritándole: “¡Capitán Yore, eres un idiota!” la vez que rechazó con frialdad a la criada. (Pensándolo ahora, tenía que estar de acuerdo con esa apreciación sobre él).

Cuando terminaba sus tareas reales del día, Roy se ponía la máscara y se dirigía a la sala de guardia, en el límite de los terrenos del castillo, para reunirse con cierta adolescente rubia. Al llegar, ella se giró a su encuentro y, con una amplia sonrisa, gritó: “¡Capitán!”. Se abalanzó sobre Roy, con el rostro radiante de alegría y los ojos brillantes, dispuesta a contarle sus últimas aventuras.

♦ ♦ ♦

Al rememorar ahora aquellos gratos recuerdos, Roy se dio cuenta, con una repentina sacudida de sorpresa, de que estaba sonriendo. Los demás le llamaban a menudo un hombre inexpresivo y, sin embargo, las comisuras de su boca, tan poco acostumbradas a la frivolidad, se relajaban ahora en una curva. Roy no solía encontrar muchas cosas por las que mereciera la pena sonreír. Disfrutaba viendo sonreír a los plebeyos, ya que tales sonrisas eran simples representaciones de alegría, pero Roy estaba demasiado acostumbrado a que la nobleza lo adulase con sonrisas halagadoras. Él era el rey, y era vital que los demás comprendieran su autoridad absoluta, aunque para ello tuviera que mostrarse intimidante al sonreír. Sonreír sin sentido significaba debilidad. Y, sin embargo… ¿por qué sonreía ahora? Buscó en su mente y pronto encontró la razón: porque era feliz.

Nacido príncipe heredero, Roy había pasado toda su vida con la idea de que debía ser un gran rey y levantar un gran reino. Sin embargo, si pudiera tener un solo deseo egoísta, un solo deseo de hacer algo por sí mismo, Roy quería crear para Heath… para Fie… un reino donde ella pudiera vivir feliz. Este era su deseo; no el deseo del rey, el deseo de Roy. Y ahora nunca podría hacerse realidad… O quizás este deseo había estado viciado desde el principio.

Ahí, en su tienda, sin que nadie lo viera, el joven que había pasado décadas de su vida sabiendo que debía ser rey, suspiró y esbozó la primera sonrisa personal de su vida.

♦ ♦ ♦

La noticia del fin de la guerra y de la vuelta a casa de Roy llegó a Fie en Wienne.

—El rey Roy está de camino a casa —dijo una de las criadas, riendo—. Majestad, ¿no es una buena oportunidad para cambiarse de ropa?

Las sirvientas estaban muy animadas mientras intentaban que Fie se pusiera otro vestido nuevo. (“Otro más” es el término clave, ya que era la tercera vez solo en este día). Además, ya le habían cepillado el pelo hasta la muerte e incluso la habían obligado a ponerse una ligera capa de maquillaje.

Fie gimió en su mente. Qué pérdida de tiempo. Para ella no tenía sentido que la siguieran arreglando, pero bueno, pensó, cuando se está en Roma. Así que dejó que las criadas hicieran lo que quisieran. Además, tenía cosas más importantes que hacer, su plan de casarse con Queen.

Tuvo problemas desde el principio porque, después de todo, ya era la segunda esposa del rey Roy. Su primera esposa no estaba en la foto en este momento, pero… bueno, no había necesidad de arrastrar a Fielle en esto. En cualquier caso, Fie supuso que Roy podría rechazar su petición de divorcio, ya que perder a su segunda esposa mancharía su reputación. También pensó que podría enfadarse con ella porque, a falta de una palabra mejor, le había dejado plantado. Además, su mayor preocupación era que Queen acabara castigado de alguna manera por haber mantenido una aventura con ella mientras aún estaba casada. Con todas estas preocupaciones, Fie no estaba segura de cómo abordar el tema, pero al final decidió ir a pedirle el divorcio. Eso, pensó Fie, sería de seguro el mejor enfoque.

Roy ocupó la mente de Fie durante su ausencia, en parte debido a su promesa de casarse con Queen, pero también en parte debido a sus propios intereses. Ya no estaba resentida con él; lo había perdonado, aunque, pensó, eso podría haber sido el resultado de su culpa por tener al Capitán Yore, de entre todas las personas, disculpándose con ella. Por eso no era de extrañar que pasara tanto tiempo pensando en él y en su estancia en Orstoll en su ausencia.

La primera vez que llegó a Orstoll no fue recibida más allá de ser arrojada a los aposentos de la consorte, incapaz de articular palabra. Ahora que lo recordaba, se daba cuenta de que el nombre del rey Roy -no, del capitán Yore- estaba escrito por todas partes. Cuando era escudera, había sido testigo directa de lo mal que trataba a las mujeres (y se lo había reprochado) en numerosas ocasiones. Después, su jefe de cocina le había suplicado que se marchara y se le acabó la comida. En retrospectiva, se dio cuenta de que también había sido en parte culpa suya; debería haber hablado con alguien y haberlo denunciado. Incluso ahora, no creía que los guardias de la puerta fueran las personas más dignas de confianza, pero de seguro si hubiera armado el suficiente alboroto, la noticia habría llegado a oídos del rey Roy. Él era el tipo de persona que habría enviado a alguien a ayudarla, como Fie sabe ahora. Ya no creía en ocuparse de todo por sí misma, pero eso se debía a que había conocido a tantos adultos comprensivos durante su tiempo como escudera; antes de eso, su vida sin esperanza la había convertido en una misántropa tal que pedir ayuda estaba fuera de lugar. Sin embargo, ahora Fie comprendía la verdadera solución a sus problemas.

(Cuando se lo contaron, Lynette respondió: “¡Tonterías! Todo es culpa de Su Majestad”).

Más tarde, su capitán la reclutó en el escuadrón 18, para gran alegría de ella. Era la primera vez que la necesitaban. Entonces comenzó la vida de sus sueños. Fue un corto año, pero el mejor de su vida. Ahí conoció al capitán Yore, a Crow, a los otros caballeros del 18° escuadrón, luego a Gormus, Remie, Slad, Gees y, por último, a Queen, todos y cada uno de ellos importantes para ella. Si alguno se encontraba en apuros, dejaría todo para acudir en su ayuda. Si alguno de ellos quería algo, ella se encargaría de que sus deseos se cumplieran. Por eso necesitaba hacer todo lo posible por Queen y por el hombre que construyó este maravilloso reino. Por eso eligió hablar con el rey Roy cara a cara. Esa era su solución, la razón por la que eligió hablar con el hombre que era a la vez su rey y su amado capitán: la confianza.

—Según un mensajero a caballo, Su Majestad está a menos de tres días —informó con alegría la doncella.

Hablando con propiedad, noticias de este tipo (y el asunto de dar la bienvenida al rey a su regreso) deberían haber llegado a su primera esposa. Claro, pensó Fie, Fielle no está casada con él, así que entiendo por qué no se lo comentan a ella. Pero ¿por qué a mí? Solo soy su segunda esposa. ¿Y no había dicho el canciller que quería que fuera la primera esposa y reina de Roy? ¿Yo, la primera esposa de Roy? Fie no entendía por qué quería eso. Que todo el mundo le diera la bienvenida era una gran diferencia con la primera vez que llegó. No pudo evitar sentirse un poco molesta por el hecho de que cambiaran de opinión de forma tan brusca, pero intentó que no le molestara demasiado. Todo el mundo comete errores, como bien sabía Fie, ya que ella misma había sido víctima de errores y también los cometía.

Y, lo que era más importante, tenía que dar lo mejor de sí misma por Queen. Se preparó para un desafío aún mayor. Muy bien, pensó, ¡hagámoslo! Estaba preparada. Era hora de tomar las armas.

Por desgracia, ese pensamiento se tradujo en ella levantando sus brazos de manera literal.

—Disculpe, Su Majestad —dijo la criada—. Por favor, baje los brazos. No puedo cambiarle el vestido así.

Fie los bajó rápido.

♦ ♦ ♦

Wienne dio una calurosa bienvenida a Roy a su regreso. Aunque eso le alegró el corazón, estaba más preocupado por volver rápido al palacio para ver a Fie. Con la rebelión sofocada, Roy disponía ahora de abundante información que señalaba al rey de la Divina Luciana como el responsable de la fallida insurrección. Tomas, aunque seguía inconsciente, también se estaba recuperando, de seguro debido a la influencia de los poderes curativos de Fielle. Esto puso fin a todo el incidente.

Solo quedaba la cuestión de Fie, también conocida como la chica que solo estaba envuelta en este lío por culpa de Roy. Durante su viaje a casa, decidió que la solución a este problema sería asegurar su felicidad por todos los medios necesarios. No importa cuántas veces fracasara en su empeño, juró no rendirse jamás. Su relación con ella como rey y consorte había fracasado, y su relación con ella como caballero comandante y escudero se había construido a base de mentiras. Sin embargo, si fueran a vivir como marido y mujer ordinarios… Bueno, puede que no fuera lo que ella quería, pero estaba seguro de que podría hacerla feliz como marido.

Se apresuró a decirle la conclusión a la que había llegado. Mientras corría, intentaba encontrar las palabras adecuadas para decírselo, pero nada parecía funcionar. Me gustaría que te convirtieras en mi primera esposa y reina, porque te juro que te haré feliz… No, no es eso. Eso sonaba demasiado a que quería que fuera su esposa por el bien del reino. Su felicidad era la máxima prioridad, no ser la reina consorte. Sin embargo, mantenerla solo como segunda esposa se parecía demasiado a preservar el desafortunado estado en el que él la había colocado, y eso, le preocupaba, tampoco era bueno.

Puede que fuera la primera vez en su vida que se preocupaba por qué decirle a una chica. Te haré feliz. Quiero que me dejes compensarte… Para ello, no puedo permitir que sigas siendo mi segunda esposa. Por supuesto, no quiero forzarte a esto, pero… No, en este momento solo estoy parloteando.

El chambelán condujo a Roy, todavía desconcertado, a la habitación donde lo esperaba Fie. Roy se detuvo ante la puerta, con la esperanza de ganar algo más de tiempo para pensar, pero luego sacudió la cabeza y siguió adelante. Si digo eso, pensó, ¿no le estoy faltando el respeto? Le diré que ahora voy a hacerla feliz y que quiero que sea mi primera esposa y reina. Es mejor que se lo diga sin rodeos y acabe de una vez.

La puerta se abrió y ahí estaba Fie. Lejos del muchacho que una vez había conocido como escudero, estaba vestida con un vestido, y tenía todo el aspecto de la dama que él había visto muchas veces desde entonces.

—¡Me alegro de volver a verte! —exclamó ella, esbozando de inmediato una sonrisa de placer en cuanto él entró. No importaba lo deprimida que se sintiera, una visita de Roy siempre la hacía sonreír.

Roy también parecía contento de verla.

—¡Fie!

Fie se sobresaltó al ver la sonrisa de Roy y se llevó la mano a la boca con repentino temor. Entonces, se armó de valor, cerró los ojos y gritó tan disculpándose como pudo:

—¡Lo siento, capitán Yore! Quiero el divorcio.

El chambelán y las doncellas, que habían preparado la habitación para una tierna reunión entre marido y mujer, se quedaron fuera, ajenos a este arrebato. Dentro de la habitación, sin embargo, Roy estaba conmocionado hasta la médula.

—Ya… veo —dijo por fin—. Muy bien… Me encargaré de que se haga.

—Um, Su Majestad, quiero señalar que no es que usted me caiga mal o algo así —aclaró Fie. Se arrepintió un poco de haber gritado sus peticiones tan alto.

Hablando de manera objetiva, Fie y su marido no tenían una relación matrimonial fantástica (en el sentido romántico en todo caso), y ella no creía que eso fuera algo que él quisiera. Sin embargo, fue una osadía pedirle el divorcio. Sí, confiaba en él, pero seguía preocupada por su respuesta. Tal vez pensará que era una descarada por pedírselo, aunque ella no tuviera nada que decir sobre estar casada. Además, un divorcio podría ser un verdadero lío, con todos los trámites burocráticos y la tediosa tarea de informar a todo el mundo. Sin embargo, Roy aceptó de inmediato, lo cual fue sorprendente, aunque aliviador. No se había limitado a conceder el permiso, sino que había ido más allá y había promedio ocuparse él mismo de todo.

De verdad no hay nadie como el capitán Yore, pensó Fie. Después de todo, su impresión de él no era errónea.

Aun así, había abordado el tema con más fuerza de la necesaria y, como resultado, Roy parecía bastante… bueno, deprimido.

—Verás —explicó—, cuando era escudera, empecé a salir con un chico llamado Queen. Oh, es cierto; ya lo conocías. En fin, el caso es que llevamos saliendo juntos como medio año.

Hubo un tiempo en que Fie ni siquiera habría soñado con pedir algo así. Al principio, su relación con Roy no había sido más que él encerrándola y ella huyendo, y había pensado que eso sería todo. El destino actuaba de forma misteriosa. A pesar de su entusiasmo anterior, Fie sintió una especie de dolor en el corazón mientras hablaba. Le obligó a decir toda la verdad.

—Era uno de mis mejores amigos cuando era escudera, y siempre me apoyó. Dice que me quiere mucho, y ahora está muy disgustado por todo lo que ha pasado. Así que, quiero hacerle feliz a cambio casándome con él.

Una vez que Roy escuchó toda la historia, dijo:

—Muy bien. Hablaré con mis súbditos y les persuadiré para que acepten tu nuevo matrimonio.

Esta, pensó Roy, era por fin la mejor manera de compensarla. Luego lo corrigió. Todavía quería hacerla feliz; solo que su método para hacerlo había cambiado. Quería la felicidad de Fie de la forma que fuera. Juró hacer lo que fuera necesario para cumplir su deseo, incluso si eso le rompía el corazón.

Una sola lágrima de emoción corrió también por la mejilla de Fie. Él había escuchado su irrazonable petición sin enfadarse y había jurado ayudarla. Que la tuviera en tan alta estima la hizo muy feliz, y su sonrisa se impuso a cualquier otra lágrima.

—Gracias —dijo—. Estoy muy contenta de haber venido a Orstoll y haberte conocido, capitán Yore. No, perdóneme. Me alegro de haberle conocido, Rey Roy.

♦ ♦ ♦

A partir de ahí, los preparativos para el matrimonio de Fie y Queen volaron a una velocidad vertiginosa. Hablando de manera racional, un matrimonio entre la segunda esposa de un rey y un joven y prometedor escudero era casi imposible, pero fue la actitud asertiva de Roy la que hizo que sucediera.

En primer lugar, Roy utilizó parte de su discurso de victoria en la guerra para anunciar la verdad sobre Fie y su trato prejuicioso hacia ella. Confirmó que los rumores generalizados e infundados sobre ella eran culpa suya y le pidió disculpas por todo lo que había hecho hasta entonces. Luego, explicó que Fie no quería ser su reina consorte, lo que Roy había aceptado de buen grado.

Esta parte del discurso no había estado en el programa, y todos los oyentes se escandalizaron, ninguno más que el canciller, que encabezaba las voces discrepantes. Roy había esperado esta reacción, pero siguió adelante con el discurso de todos modos, sabiendo que Fie y Queen no podrían casarse de otro modo. Las objeciones de su pueblo fueron feroces, pero estaban todas en el nivel de “Retíralo ahora mismo” o “Al menos reconsidera que Su Majestad renuncie a ser la reina…”. Roy no se dio cuenta de que toda la oposición se debía a una preocupación principal: si Roy dejaba escapar esta oportunidad, ¿cuándo iba a casarse?

Sin embargo, Roy se mantuvo firme, rechazó los argumentos contrarios y siguió persuadiendo a sus súbditos para que se pusieran de su parte (en cierto modo, por motivos egoístas). Comparado con la forma en que solía dirigir el gobierno, como un desapasionado espectáculo unipersonal, el nuevo Roy, que defendía lo que quería y discutía con su gente los siguientes pasos a seguir, era casi un hombre nuevo.

Mientras Roy ejercía su magia persuasiva, se corrió la voz de que Queen y Fie se amaban y deseaban casarse con la bendición del rey. Por fin, todos los súbditos más obstinados de Roy se doblegaron a su voluntad, excepto uno: el canciller. Como portavoz involuntario de los que querían que Fie fuera reina, hizo falta toda la persuasión de Roy y todas las súplicas de Fie para que el canciller por fin se doblegara ante sus embestidas combinadas y accediera a aprobar el matrimonio, con una condición.

A partir de entonces, Roy y sus súbditos llegaron al acuerdo de que un divorcio repentino no sería beneficioso. Por ello, calificaron este acuerdo como una especie de concesión real, que permitía a la hija mayor de una aristócrata volver a casarse con alguien de estatus inferior. Roy expresó su disgusto ante la idea, ya que esto colocaba a Fie en una posición deshonrosa, pero a ella no le preocupó demasiado, dando el visto bueno de inmediato. Además, pensó, Queen estaría encantado de estar con ella, no importando la elegante palabrería en la que se redactara su boda. Entonces, como exigía el canciller, Fie asumió el cargo formal de reina consorte… aunque temporal, eso sí.

Se fijó la fecha de la boda de Fie y Queen, teniendo en cuenta diversos asuntos del reino, las peticiones de la población y los caprichos displicentes de la propia Fie. Mientras tanto, seguiría casada con Roy, hasta que éste se la concediera a Queen como esposa. Por cierto, Queen tenía un rango demasiado bajo para recibir semejante “regalo”; la familia Dover no eran más que vizcondes antes de que Roy ascendería a Queen al título de conde. Esto fue solo por el bien del matrimonio, pero debido a la combinación de la vulgaridad de la gente común y la voluntad de Fie de dejar que el fin justifique los medios, se enmarcó como una recompensa por el heroísmo mostrado por este prometedor caballero en las batallas para suprimir la insurrección del duque.

De acuerdo con los deseos del canciller, Fie asumió el cargo de reina consorte en el ínterin, lo que significaba que todas las antiguas tareas de gobierno de Fielle recaían ahora en su regazo. Nadie, excepto el canciller, podía decir cuál era con exactitud el propósito de esto. Mientras Fie se comportaba como reina, continuaban los preparativos para su boda, y todos en el reino se preparaban para celebrar su amor cuando todo estuviera dicho y hecho. Este, al menos, era el plan.

La cuestión era que, tras la propuesta inicial, todos se habían olvidado de preguntar a Queen que podía pensar él de todo esto. Fie solo se enteró de dónde estaba y qué estaba haciendo cuando ya estaba abrumada con su trabajo de reina y los preparativos de la boda. Me pregunto qué estará tramando, pensó de repente. Resultó que nadie en palacio tenía ni idea, así que los sirvientes se apresuraron a buscar a alguien que sí la tuviera.

Llegó el informe.

—Parece que fue herido en la guerra, Su Majestad.

—¡¿Herido?! —gritó ella, con la cara torcida por la preocupación.

—Sí, Majestad. No estaba prestando atención y se le cayó algo en el pie.

Su ceño fruncido y preocupado se transformó de inmediato en uno de disgusto.

—Genial —dijo—. Justo a tiempo. Y aquí estamos a punto de estar aún más ocupados.

♦ ♦ ♦

Queen se quedó en un pueblo cercano hasta que su pie se recuperó del pesado bloque de madera que se le había caído encima, tras lo cual regresó por fin a Wienne. Había estado fuera durante un mes y tres semanas, y se apresuró a volver a casa tan rápido como pudo, con la esperanza de echar un vistazo a Fie (entre otros deseos diversos).

Por desgracia, a su regreso no le esperaba nada tan sencillo. Por alguna razón, todos los que se cruzaban con él le miraban de manera repetida. ¿Tendré cabeza de cama o algo así? Se preguntó. Intentó arreglarse el pelo con su reflejo en un charco, cohibido como cualquier adolescente por cómo podría aparecer ante su enamorada.

Por fin, se dirigió al palacio. En ese momento, todos en la capital le miraron de manera abierta.

—¿Es el gran héroe, señor Queen…? —susurró alguien.

—¡Es el leal caballero que se movió tan rápido como un rayo y rescató al rey de un grave peligro! —susurró otra persona.

Queen se preguntó qué estarían diciendo de él, pero sus voces estaban demasiado bajas para que pudiera distinguirlas. Bueno, no importa, pensó. Estaba acostumbrado a llamar la atención por su aspecto inusual, aunque, pensándolo bien, eso había disminuido este último tiempo. Entonces, ¿de qué iba todo esto? Queen caminó por las calles de la capital, desconcertado, y entró en el castillo solo para ser acosado por una manada de escuderos.

—¡Queen! —aulló uno—. ¡¿Es cierto que Heath y tú -espera, no, Fie- se van a casar dentro de dos meses?!

—¡Sí! ¿Y de verdad el rey te va a nombrar conde y te va a dar a su esposa como regalo real?

—¡¿Y de verdad te heriste en operaciones encubiertas en toda esa pelea de antes?!

—¿Eh? —dijo Queen—. ¡¿Eh?!

¿Qué demonios? No sabía ni dónde empezar. Sí, apenas había accedido a casarse con Fie-no, tacha eso. Apenas había dado a conocer su deseo de casarse con Fie, pero no se había hablado de nada tan concreto como celebrar una boda real en dos meses.

Queen se quedó ahí, atónito, y entonces oyó la voz que había estado pensando durante semanas:

—¡Bienvenido a casa, Queen!

Se dio la vuelta y vio a Fie, vestida de chica, sin su habitual uniforme de escudera y rodeada de un séquito de sirvientes y criados. El hecho de que no fuera la muchacha que conocía de su época de escudero le produjo una ligera punzada de incomodidad, aun cuando se dio cuenta de que tenía todo el aspecto de una soberana.

Los otros chicos gritaron de asombro cuando la vieron.

—¡¿H-Heath?! —gritó uno—. No, espera, quiero decir… Su Majestad…

Debido al hecho de que era la única reina que quedaba y, de hecho, siempre había sido la consorte del rey Roy, Fie iba a seguir siendo una reina hasta el día de su boda. Para los observadores externos, este era un argumento bastante prepotente, pero sin duda hizo el trabajo.

Fie saludó a los otros chicos con su habitual despreocupación.

—¡Cuánto tiempo sin verlos, chicos! —dijo.

Nadie le devolvió el saludo. Al fin y al cabo, se trataba de su reina, pero aún no sabían cómo tratar a su monarca residente y alborotadora.

¿Tengo que inclinarme?, se preguntó un chico. Quiero decir, solo estamos hablando de Heath…

No entiendo nada de esto, pensó otro.

Esto es raro, pensó un tercero. Demasiado absurdo.

Un cuarto pensó: “Maldita sea. Es linda cuando lleva vestido. Le había crecido el cabello en los pocos meses que había estado ausente y ahora parecía más una chica. Pero, como ella no se comportaba de manera diferente, esto solo sirvió para irritar a los chicos. Sin embargo, dejando a un lado sus pensamientos irracionales, habían oído que Fie estaba haciendo un trabajo muy bueno como reina.

Fie corrió hacia Queen, con las mejillas hinchadas por la ira.

—¡Caramba, Queen! Me has causado muchos problemas yendo y haciéndote daño.

—Lo siento… —dijo. Se le cayeron las orejas de perro.

Las criadas, mientras tanto, se quedaron atrás, pero observaron este intercambio con gran interés. Una de ellas fulminó a Queen con una mirada que decía: “¡Sigo sin aprobarlo!”

Sin embargo, la hostilidad de Lynette no enturbió la conversación entre Fie y Queen.

—Y me preocupabas —dijo Fie.

Queen sintió que sus mejillas empezaban a arder por lo linda que estaba.

Le tomó la mano con las dos suyas y empezó a tirar de él.

—Mientras tanto —dijo—, vas a ayudarme, ¿está bien? He estado agotada con todo mi trabajo como reina y la preparación de nuestra boda.

Aunque apenas había regresado a casa, se dejó llevar de nuevo, no del todo de mala gana. A continuación, fue sometido a una audiencia con el rey y sus ministros, en la que Queen fue escrutado y obligado a recitar relatos ficticios de sus esfuerzos en el campo de batalla (cortesía de un guión recibido de Fie, escrito por ella misma y editado por el canciller). Aquello hizo mella en su estado mental, pero, al fin y al cabo, había proclamado su deseo de casarse con la reina. Tuvo la suerte de poder casarse con ella cuando todo esto acabara. Por lo tanto, no tuvo más remedio que aguantarse.

Una vez superado ese obstáculo, los dos planearon su boda, incluso mientras estaban ocupados en sus respectivos deberes como reina y escudero. La primera tarea fue elegir el vestido de novia.

—Oye, ¿qué te parece éste? —preguntó Fie. Extendió los brazos, dejando que Queen viera el vestido blanco y cremoso.

La selección del vestido de hoy era cortesía de un artesano que había adaptado sus obras a las necesidades de la familia real y había preparado múltiples prendas para que Fie se probara hoy.

Todo el reino apoyaba su matrimonio, y la población estaba desesperada por celebrar la ceremonia más grandiosa posible. Después de todo, ¡no podía ser que su boda fuera un asunto de mal gusto! En lugar de silenciarlo todo, los habitantes de Orstoll habían decidido celebrar la boda con un celo casi incómodo. (Y dicho esto, volvamos a la feliz pareja).

—Estás preciosa… —suspiró Queen, con una sonrisa bobalicona y enamorada. La perspectiva de su inminente boda lo tenía en la luna.

Fielle, que por alguna razón había insistido en acompañarla a elegir el vestido de novia, también se alegró:

—Fie, estás magnífica.

Fielle vivía ahora en Orstoll como invitada de honor, y el estado de Tomas seguía mejorando día a día.

Una vez terminadas las compras del vestido de novia, Queen regresó a su dormitorio y se encontró con que los demás chicos esperaban su llegada con respetuosas reverencias.

—Es un placer recibirle en nuestra humilde casa, señor héroe —dijo un escudero.

—Los escuderos hemos esperado su regreso con ansiedad, señor Queen.

—Por favor, permítanos ayudarle con sus cosas. Un gran héroe que hizo tanto por nosotros en los esfuerzos de la guerra no debe llevar sus propias maletas.

Oh, genial- los escuderos se habían enterado de la historia que Fie había inventado para dejar que Queen se casara con ella. Por supuesto, todos los chicos, habiendo estado con Queen durante la guerra, sabían que era una sarta de tonterías. Él había intentado explicárselo todo, pero los chicos -sabiendo que Queen había pasado de la noche a la mañana de ser un simple novio a ser el prometido de una chica que, hay que reconocerlo, era bastante linda (no importaba el tema de su personalidad)- se negaban a oír ni una palabra. Por supuesto, apoyaban de manera incondicional el amor de su amigo, pero no había lugar en sus corazones para la simple alegría cuando ninguno de ellos había tenido aún su primera novia, ¡maldita sea! Era normal que la única acción razonable era apoyar a su amigo mientras se burlaban de él sin piedad.

—Vamos, chicos, ya basta… —dijo Gormus, el único que se abstuvo de esta payasada.

Queen, mientras tanto, parecía abatido. A pesar de su considerable fuerza, Queen era un joven bastante ingenuo, todavía ajeno a los caminos del mundo, y que anhelaba el día en que pudiera realizar valientes hazañas como los caballeros de sus cuentos de hadas favoritos. Que se burlaran de él por una historia inventada de hazañas heroicas le dolía tanto como que una manada de animales salvajes le arrancara las tripas.

—¡Ven, valiente héroe! —gritó un escudero mientras se acercaba al lado de Queen—. ¿Qué nobles hazañas realizarás esta hermosa tarde?

Frustrado, Queen agarró el brazo del chico y se lo mordió tan fuerte como pudo. El chico chilló de sorpresa y dolor.

Los otros chicos gritaron de miedo. Nunca habían visto a Queen tan enfadado.

—¡Aah! —gritó uno—. ¡Queen se ha vuelto salvaje!

—¡Un momento! ¡Yo no soy el que planeó esto! —gritó el chico mordido—. ¡Tienes que creerme, esto fue idea suya!

—¡Espera, sucio mentiroso! ¿No fuiste tú quien sugirió esta idea en la última reunión de la Alianza Forever Alone?

Ahora, por primera vez con un Queen enfadado, el dormitorio norte se sumió en el caos. (Más tarde, esto pasó a la historia de los escuderos como el incidente de la boda de Queen y la Reina). A partir de entonces, los escuderos cambiaron su política para apoyar el amor de Queen sin ninguno de sus celos anteriores.

En medio de esta y otras desventuras, Queen y Fie fueron a la ciudad de incógnitos para mirar anillos de boda. Todos los demás aspectos de la boda corrían a cargo de la familia real, pero Queen quería comprar al menos la alianza con su propio dinero. Era un símbolo de su matrimonio, algo que Fie llevaría encima de por vida.

Ahora que lo miraban, ambos se daban cuenta de que las alianzas eran demasiado caras para comprarlas con la asignación de un escudero. Fie, consciente de los límites de la billetera de Queen, dijo:

—Me parece bien, una barata. Además, no creo que las joyas me queden muy bien, ¿sabes?

Tonterías, pensó Queen. Un anillo bonito en una chica guapa, ¿qué más se puede pedir?

Era la oportunidad de Queen de demostrar su capacidad de mantenerla.

—Está bien —dijo—. Haré que funcione.

Había llegado el momento, decidió utilizar la carta que tenía en la mano: la herencia que había recibido de sus padres. Ambos habían fallecido cuando él era muy joven, pero le habían dejado todos los bienes de su noble familia. Él guardaba el dinero para utilizarlo en su futuro o para administrar las tierras de su familia, pero gastarlo en la joven que pronto formaría parte de aquella familia no le parecía descabellado.

Dio las gracias en silencio a sus padres mientras examinaba con detenimiento el surtido de piedras preciosas. Entonces eligió un par de anillos cuyas joyas hacían juego con el azul zafiro de los ojos de Fie.

—¿Qué te parecen? —preguntó.

Eran bastante caros y Fie estuvo a punto de negarse, pero la mirada de Queen hizo que las palabras se le quedaran en la garganta. Parecía tan serio que Fie, incluso sin mucho interés en las joyas, decidió que atesoraría este anillo de por vida.

Mientras el tendero sacaba los anillos de la estantería, Fie vio otro par de anillos que pensó que podría permitirse con el dinero que llevaba encima.

—Disculpe —le dijo al dependiente—. Me gustaría comprar estos también.

—¿Fie? —preguntó Queen, sobresaltado.

Ella le sonrió.

—Estos pueden ser nuestros anillos de compromiso. Todavía no podemos llevar nuestros anillos de boda, y no tenemos nada más que ponernos mientras tanto, ¿verdad?

Es cierto que Fie y Queen formaban una pareja de novios bastante inusual, pero habían jurado casarse el uno con el otro y aún no tenían nada para demostrarlo. Comprar anillos de compromiso lo solucionaría.

—En ese caso —dijo Queen, siempre dispuesto a asumir la carga financiera—, ¡deja que pague yo!

Fie lo rechazó con un “Está bien. Yo me encargo”.

Guardó las alianzas en una cajita para llevarlas más tarde, pero tomó los anillos de compromiso y le dio uno a Queen. Luego se puso el otro en el dedo anular de la mano izquierda.

—Mira —dijo—. Somos iguales.

Al ver el anillo en su dedo, Queen se apresuró a ponerse también el suyo. Los dos anillos a juego brillaban en sus manos.

—Les sientan de maravilla —exclamó el tendero, observando a la joven e inocente pareja.

Después, con Queen sosteniendo con cuidado la caja de la alianza, los dos abandonaron la tienda como una pareja perfecta.

♦ ♦ ♦

Fie abandonó Orstoll y visitó un reino pequeño, pero rico en cultura, conocido como Themis. Al igual que Daeman, Themis era un país con una larga historia, pero poco poder nacional; sin embargo, a diferencia de Daeman con su perezoso declive hacia la degeneración, Themis aún mantenía una fuerte influencia sobre otras naciones, gracias a la impresionante capacidad diplomática de su rey.

Las principales potencias del mundo se reunían en Themis una vez cada tres años para celebrar una conferencia. Había una guerra incipiente con los pueblos del continente contiguo del este, un asunto que había que abordar junto con la forma de proteger de la invasión de las tierras que aún no habían sido tocadas, y qué contribuciones podrían hacerse para la estabilidad de cada reino respectivo.

Fie estaba sentada junto a Roy en la mesa redonda de conferencias, ya que era, por supuesto, su reina consorte. La conferencia ya había comenzado. Roy participaba en las discusiones con seriedad, y Fie respondía de igual manera con ingeniosas réplicas cada vez que la conversación se cruzaba en su camino.

Había otro hombre sentado a su mesa que no dejaba de lanzarles miradas intermitentes. Era el rey Geras de la Divina Luciana, el culpable de la rebelión del duque y de los atentados contra la vida de Fielle y Tomas.

Ahora que lo veía de cerca, se daba cuenta con un suspiro que era de verdad un tipo patético. Incluso cuando la conversación iba dirigida a él, ignoraba a los demás participantes de la conferencia y permanecía fijo en Fie y Roy. Este extraño comportamiento no pasó desapercibido para los demás asistentes, sobre todo teniendo en cuenta la abierta participación de Roy en la discusión. Estaba claro que, para empezar, no tenía muchas ideas que compartir, lo que resultaba evidente por las acciones insensatas por su parte que habían iniciado toda esta dispuesta. Por desgracia, estas acciones habían perjudicado a muchas otras personas, incluida Fielle. Fie quería darle una bofetada, pero fingió compostura y siguió participando en la conferencia.

Cuando la conferencia terminó y supo que ella no podía hacerle nada, Geras pareció muy aliviado y se volvió hacia Fie con una sonrisa triunfante. Otros reinos estaban al tanto de la insurrección del duque en Orstoll, y se había hablado de ello en la conferencia de hoy. Roy informó que había logrado sofocar la sublevación sin bajas innecesarias y que su reino volvía a estar en buenas y estables manos. Geras se había preguntado si Roy le culparía de haber iniciado el conflicto, pero, por fortuna, ni Fie ni Roy mencionaron tal cosa. Fie y Roy tenían pruebas más que suficientes para acusarle de sus crímenes, pero el hecho de que no lo hicieran fue la salvación de Geras. O, tal vez, se preguntó, ¿deseaba Roy evitar una guerra total con una potencia tan importante como la Divina Luciana? En cualquier caso, resultó ser una victoria para Geras.

Sin embargo, Geras no sabía que había malinterpretado por completo el supuesto fracaso de Roy. Solo se daría cuenta de su error de camino a casa, y para entonces ya sería demasiado tarde. Después de reprender a su ayudante, que se había marchado a mitad de la conferencia sin decir una palabra, emprendió el camino de vuelta a casa muy animado.

♦ ♦ ♦

Geras se rio para sus adentros.

—Tonto, Roy —dijo—. ¿No tuviste el valor de acusarme a mí, el legítimo rey de la Divina Luciana, por mis crímenes? ¿O no tenías pruebas?

Volvió a reírse.

—Da igual. El trono sigue siendo mío.

Sonrió victorioso mientras su carruaje traqueteaba, llevándolo hacia su casa. De hecho, Geras había sido incapaz de lograr su objetivo de asesinar a Fielle, y Roy había destrozado cada uno de sus otros planes. No obstante, no era tanto que ya no le importarán aquellos complots frustrados, los había olvidado por completo. Había conspirado contra Fielle y Tomas por la rabia de haber sido plantado por una chica que habría elevado aún más su prestigio. Pero esa rabia hacía tiempo que ya se había calmado, y en el momento en que pensó que se había escapado de las garras de los que investigaban el crimen, no sintió más que satisfacción. La mera idea de haber logrado escapar le ponía de buen humor. (Era un hombre muy tonto y, por lo tanto, muy feliz).

Sin embargo, a pesar de toda su insensatez, se dio cuenta de que el carruaje se desviaba de repente del camino que conducía al castillo.

—¿Hmm? —dijo—. ¿Qué es todo esto? Este no es el camino correcto. Eh, cochero, ¿qué haces ahí arriba? Si no sabes conducir este cacharro, te mandaré a la cárcel.

El carruaje se adentró en un espeso bosque, balanceándose de un lado a otro con tanta fuerza que Geras tuvo que agarrarse a la ventanilla para sostenerse. El carruaje se detuvo en medio del bosque, donde solo se veían árboles hasta donde alcanzaba la vista. Se suponía que un séquito de guardias acompañaba al carruaje, pero esta repentina maniobra los había dejado a todos atrás en el polvo.

Geras rodeó y ladró al ayudante que cabalgaba con él.

—¡Eh! ¿Qué está pasando aquí?

Justo entonces, sintió que un objeto frío se le clavaba en el cuello. Balbuceó de sorpresa y dolor. Era un cuchillo, un cuchillo en manos de su ayudante de confianza (hasta el punto de que Geras nunca, ni en sus sueños más salvajes, habría imaginado que ella haría esto).

La ayudante miró al rey a través de sus gafas con ojos fríos y sin emoción.

—Durante la conferencia, el rey de Orstoll me entregó una serie de documentos en los que se detallaban todas sus maldades a lo largo de este último año. El rey me informó de que no deseaba que nuestros respectivos reinos tuvieran una relación hostil entre sí. Esto, debes entenderlo, era una petición para deponerte. Un mensajero a caballo veloz ya ha informado a nuestro pueblo, y tu hermano menor ha dado un golpe de estado. Los ejércitos se rindieron de manera pacífica, y el trono ahora es suyo. Ahora morirás en un accidente y preservarás el honor de nuestro reino.

 —¿C-Cómo has podido… Zaruhi? —alcanzó a preguntar el rey.

—Adiós, Majestad. Siempre fuiste un rey insensato, pero si no te hubieras rebajado al nivel de tal insensatez… te habría seguido hasta los confines del mundo.

La voz de la ayudante estaba ahogada por el dolor, y por fin se sumió en el silencio. La puerta del carruaje no volvió a abrirse.

♦ ♦ ♦

Fie bostezó en cuanto bajó el último peticionario.

—Alteza, eso es muy impropio —replicó una dama de compañía. Fie le sonrió.

—Lo siento, lo siento.

La conferencia había terminado, y Fie estaba de vuelta en casa una vez más sirviendo como la reina. Roy se encargaba él mismo de todas las tareas más importantes y de los asuntos administrativos, pero delegaba en ella todas las audiencias menores y las tareas de relaciones públicas. Este había sido el trabajo de Fielle, pero en conjunción con el nivel de libertad que se le había dado, Fie se encontró experta en este tipo de trabajo. Su reputación en palacio también había aumentado, hasta el punto de que la gente le rogaba que se quedara como reina para siempre. A pesar de ello, todo el mundo apoyaba su próxima boda. Teniendo en cuenta la gravedad de su crimen, todos pensaban que el hecho de que se hubiera arriesgado a un grave castigo, para pedir al rey poder casarse con Queen, demostraba lo mucho que lo amaba. Muchos se lanzaron, con entusiasmo, a concederle su deseo para compensar los terribles rumores que habían difundido sobre ella.

El pueblo de Orstoll tenía una imagen tan encantadora y heroica de Fie, pero la propia Fie soñaba despierta en ese momento con ir a la sala de guardia del escuadrón 18 a hacer el tonto. No había nada que se lo prohibiera de manera explícita, pero el hecho de ser la reina significaba que, fuera donde fuera, seguro que la acosaría gente que quería hablar con ella. Demasiado para su libertad de movimiento.

—Su próxima tarea, Alteza —dijo la dama de compañía—, será tomar el té en el patio con Su Alteza Melody, la reina madre de Tales.

—Si tú lo dices —refunfuñó Fie.

Tomar el té con la reina Melody era la segunda tarea más aburrida de todo el trabajo, ya que un buen noventa por ciento de la conversación se componía de cotilleos que Fie nunca había conocido. No era tanto una fiesta (por suerte, ya que Fie era un poco alhelí en las fiestas), sino que la mantenía en el centro de atención y eso, pensó, ya era bastante malo. Sin embargo, acabó por darse cuenta de que estas “fiestas” del té (¿conversaciones a regañadientes con la reina de Tales, quizás?) eran un esfuerzo gradual por reparar la relación entre Orstoll y Tales, ya que una vez fueron vecinos cercanos con lazos de sangre antes de que el viejo rey los distanciara.

—Este es un regalo para Su Majestad —le dijo la dama de compañía—. Además, por favor, ponte la horquilla que te regaló Su Majestad. La hará muy feliz.

Al principio, las damas de compañía y las doncellas se habían sentido desconcertadas por la actitud que Fie había adquirido de su época de escudera, pero ahora estaban dispuestas a aceptar su malhumor con naturalidad. Aunque se quejara, seguiría haciendo bien su trabajo aunque la pusieran en un aprieto. Ella estaba siendo honesta acerca de sus sentimientos. A pesar de que a veces Fie se comportaba de un modo muy poco propio de una dama, la vieja y estirada reina seguía apreciándola.

Ojalá me hubiera dado cuenta antes de quién es en realidad Su Majestad, pensó la criada que peinaba a Fie. ¿Podré seguir con ella después de que se haya ido y se haya casado? A pesar de lo solitario de este pensamiento, se comprometió en silencio a apoyar la aventura romántica de Fie con todo su corazón.

Una vez ataviada, Fie se dirigió al patio donde la esperaba la reina Meloty, pasando por el dormitorio norte.

—¡Eh! —llamó uno de los escuderos—. ¡Vamos a la ciudad para el festival de la cuerda roja! El que quiera ir, que venga.

Fie se detuvo en seco al recordar aquellos días pasados. Sus pies por instinto comenzaron a llevarla hacia el dormitorio. Sabía que no podía volver con ellos, sabía que tenía que rendirse, pero seguía preguntándose si algún día podría volver con ellos.

Mientras Fie miraba, los chicos se reunieron en una alegre multitud.

—¡Queen! —gritó uno de ellos—. ¡Ven con nosotros!

Queen también estaba ahí, y protestó:

—N-No, no puedo…

—¡No podemos vencer al campeón reinante de treinta años sin ti! ¡Vamos, hombre, por favor!

—¡Sí! Eres el único que puede lograrlo —dijo otro escudero—. ¡Eres nuestra única esperanza!

—B-Bien… —murmuró Queen.

Con Queen a remolque, los escuderos se alejaron en un enorme rebaño para ir a divertirse.

Las criadas de Fie vieron a su ama incapaz de apartar los ojos de Queen. Sonrieron con cariño. Ah, ¡no había nada como ver a la persona amada! Pero, entonces Fie hinchó las mejillas, indignada.

—¿Su Majestad? —gritaron las criadas. ¿No estaba mirando a Queen?

¡De todas las cosas injustas! pensó Fie. Aquí estaba ella, dejándose la piel como una reina para poder casarse con Queen, porque Queen le importaba mucho (ojo, no era solo por él, pero eso no venía al caso), y todo eso estaba muy bien. Pero cuando dio un paso atrás y lo pensó, ¡no era justo! ¿Qué sacaba ella de todo esto? Nada.

—¡Hmmmph! —gruñó.

Las criadas, que solo la conocían desde hacía un mes, no tenían la menor idea de lo que estaba pasando y no podían decir ni una palabra en respuesta.

♦ ♦ ♦

De repente, Queen se vio incapaz de reunirse con Fie. Ahora era el centro de atención, por pronto casarse con la mujer reconocida como reina del reino, pero no dejó que se le subiera a la cabeza. Todavía tenía que convertirse en un valiente caballero y encontrar la manera de mantener su vida y la de Fie juntas. Así que procedió a entrenarse con calma mientras iba tachando cada uno de los puntos de la lista de tareas para la preparación de la boda.

Se reunió con el rey Roy una vez durante los preparativos de la boda. Su relación con el rey era muy complicada, ya que, al casarse con Fie, ahora tenía autoridad para reunirse con un hombre con el que ningún simple escudero podría soñar con hablar. Además, al ser caballero, Queen esperaba comprometer su apoyo al rey, cuyas habilidades con la espada admiraba. Y, para colmo, Roy era ahora también la (especie de) rival de Queen en el amor.

Todo esto fue suficiente para poner a Queen de los nervios, pero Roy solo le dedicó una sonrisa de lo más amable mientras estaban uno frente al otro.

—Me temo que le he causado un daño terrible —dijo el rey—. Tal vez no me corresponde decir esto, pero por favor, hazla feliz por mí.

Fue con esto que Queen supo que Roy de verdad lamentaba sus acciones y solo quería lo mejor para Fie de ahora en adelante. Lo que ocurrió en el pasado debió de ser un gran malentendido o un error de comunicación, quizás simple, quizás complejo, pero en cualquier caso, si no hubiera ocurrido, Queen nunca habría tenido la suerte de conocer a Fie. Por lo tanto, Queen decidió valorar este momento.

—Lo haré —dijo.

Y, sin embargo, a pesar de su resolución, por alguna razón ya no podía verla. Tan ocupada como estaba, la mayoría de sus reuniones eran organizadas por ella, y esas invitaciones se habían agotado. Además, aunque había oído que estaba ocupada planeando la boda, por lo que él sabía, todos los preparativos estaban hechos. Además, le resultaba extraño que no le hubiera invitado a colaborar.

Faltaban solo tres semanas para la boda y se acercaba con velocidad. ¿Por qué le había dado la espalda? Tal vez, pensó con horror, se arrepentía de haberle pedido que se casara con ella. Aún no era un caballero en pleno derecho y, además, todo el reino adoraba tenerla como reina. Además, su relación con el rey tampoco era mala. Tendría sentido que quisiera cancelar la boda. Después de todo, el rey Roy ya era un caballero muy valiente, por no mencionar que era guapo, alto y mucho más poderoso que Queen en política. Queen no podía pensar en una sola forma de que tuviera ventaja sobre Roy. Su ansiedad empeoraba a cada momento que pasaba.

Los otros escuderos vieron que Queen parecía deprimido y decidieron ofrecer su análisis experto sobre la situación.

—Tal vez se esté acobardando —dijo uno de ellos.

—¿De verdad crees que es el tipo de persona que se acobarda por cualquier cosa? —dijo otro.

Al final, ninguno de ellos dio respuestas satisfactorias.

Hacía ya dos semanas que Queen había visto a Fie por última vez y solo quedaba una semana para su boda. Los preparativos estaban muy avanzados para que Fie renunciara a su cargo y se lo concediera a Queen. Era curioso, nada parecía ir mal, aparte de que Fie no dejaba que Queen la viera. Incluso los demás participantes en el proceso de planificación no habían notado ningún problema en particular. Desde una perspectiva objetiva, parecía que su boda se celebraría sin problemas, así que ¿qué estaba pasando?

Llegó el día de la prueba de vestuario y las criadas fueron a ayudar a Queen a prepararse. Teniendo en cuenta la formalidad de la ceremonia, tenía bastante trabajo de preparación que hacer. Aunque se negó a que le ayudaran a vestirse, les permitió hacer su magia para asegurarse de que su camisa no tuviera arrugas, elegir los accesorios que llevaría el día de la boda y aplicarle una ligera capa de maquillaje en la cara por primera vez en su vida.

—Hicimos un pedido a un reino del sudeste para adquirir esto para ti —le dijo una doncella, mostrándole un bote de polvos del mismo tono que su piel.

—Está bien… —dijo.

Las criadas se divertían mientras le aplicaban los polvos en la cara. Estas sirvientas eran las mismas que atendían a Fie, lo que significaba que ya sabían bastante sobre él. Se sintió como si estuviera en una de esas reuniones familiares en las que sus parientes más lejanos se pasaban todo el tiempo hablando de él con todo lujo de detalles.

—Entendemos que el matrimonio es un tema delicado para la mayoría de los caballeros —continuó la criada—, pero nunca jamás debes engañarla si sabes lo que te conviene.

—Nunca lo haría —dijo Queen.

(Y en todo caso, ¡ahora era Queen el que estaba preocupado por eso! Él sabía que ella no era de las que engañan, pero si alguna vez se encontraba con un nuevo hombre, de seguro dejaría a Queen).

Además, ¿por qué no quería hablar con él? Y, lo que más le preocupaba, ¿por qué nadie más actuaba como si algo fuera mal? Esto le estaba dando un dolor de cabeza constante a medida que se acercaba la boda. Lo único que sabía de ella era que se estaba preparando para la boda. Pero ¿qué demonios podía estar haciendo hasta el día antes de la ceremonia? Y nada menos que sin Queen.

Después de terminar de manera obediente otro día de entrenamiento, regresó a su dormitorio con los pensamientos sombríos. No entiendo lo que está pensando… Entonces se fijó en un trozo de papel encajado en su puesta. Sus ojos se abrieron de par en par al ver las palabras “Para Queen” escritas en él. ¡Es la letra de Fie! De manera frenética, desdobló el papel y leyó:

Querido Señor Queen Dober, el prometedor escudero con el que he pasado tantos días encantadores, le reto a un duelo. Nos encontraremos esta noche en el lugar designado. Atentamente, Heath.

¡Se suponía que estaba comprometido con ella, no en una batalla con ella! No, pensó. De verdad no entiendo lo que está pasando. (Y de verdad, ¿podría alguien culparlo?

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