Voy a vivir mi segunda vida – Capítulo 31: Derribado por una “Fie”

Traducido por Ichigo

Editado por Sakuya


Las noticias de la insurrección del duque Zerenade también llegaron a Fie o, mejor dicho, el rey Roy se las comunicó. Él no parecía el mismo, y había estado muy ocupado, pensó. Estaba muy agradecida de que se tomara un momento de su ajetreado día para venir a contarle las noticias en persona, pero le preocupaba su salud. El capitán Yore de hoy, parecía mucho más enfermo que el de antaño.

Cuando terminó otra de las reuniones de Roy, salió de la sala del consejo y se la encontró esperándolo fuera.

—¡Heath! —le dijo—. No, perdón. Me refiero a la princesa Fie.

—¡Me alegro de verle, capitán! —dijo ella.

Sentía una punzada de dolor en el corazón cada vez que la veía; sin embargo, eso no era excusa para evitarla. Tenía una responsabilidad hacia ella como el que la había colocado en su desafortunada situación para empezar.

—¿Qué te pasa? —le preguntó—. ¿Te preocupa algo?

A pesar de lo ocupado que estaba en los preparativos de la guerra, se ocuparía enseguida de resolver cualquier problema que pudiera tener.

Ella soltó una risita y sacó una enorme tetera.

—Te he preparado un té para animarte —dijo.

El té estaba hecho de hierbas estimulantes hervidas. Todos los ministros que observaban este intercambio pensaron: “¡Oh, no!” El rey Roy ya se había bebido cinco tazas hacía solo unos minutos, alegando que no tenía tiempo que perder almorzando (para horror de los ministros) y que aguantaría toda la tarde engullendo taza tras taza (también para su horror). Sus venas debían estar llenas de té.

Sin embargo, tomó la taza.

—Gracias —dijo. Ya no había escapatoria. Roy tenía la responsabilidad de beber esto, se recordó a sí mismo, como el que la había puesto en su desafortunada situación para empezar.

—De nada —chirrió Fie. Le sirvió otra taza con un estómago radiante. (El pobre estómago de Roy…)—. No deberías forzarte tanto —le reprendió, mientras se bebía el té.

—Sí, pero quiero poner fin a esta guerra antes de que alguien salga herido.

(¡Pobre estómago!)

Bebió cinco tazas en total antes de que su estómago sintiera que iba a explotar. Sin embargo, no le dijo ni una palabra de su malestar, apretó los músculos abdominales y se fue a su próxima reunión.

Sin más planeado, ella regresó a la habitación que le habían asignado y meditó qué hacer a continuación. Hoy en día, pasaba el tiempo explorando el palacio o hablando con el capitán Yore, pero ella no tenía ningún objetivo en particular por el momento, lo que tampoco le daba nada en particular qué hacer.

Reflexionando sobre ello, recordaba que le habían dicho que la había contratado como escudera porque su baja estatura la hacía adecuada para labores de espionaje. Sin embargo, ahora que la investigación sobre el duque había terminado, ella ya no tenía ninguna razón para perseguir el título de caballero. Me han apartado por completo de mi puesto, pensó, y sollozó en su interior. Ya era consciente de que no podría volver a los caballeros, pero al darse cuenta de que su posible trabajo había desaparecido, sintió una nueva punzada de decepción.

Por supuesto, estaba encantada de que los problemas de Fielle estuvieran a punto de terminar, pero no podía evitar sentirse sola al saber que pronto la dejaría.

—¿Qué va a ser de mi futuro? —se preguntó suspirando.

—¿Perdón? —preguntó una criada cercana, sobresaltada por la pregunta.

Fie la miró con curiosidad.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Nada, Alteza —murmuró la criada. Era una de las asignadas tras su regreso. Al principio, la perspectiva de trabajar para una persona de tan mala reputación llenó de inquietud a la mujer, pero pronto descubrió de primera mano que era una persona encantadora. De hecho, incluso se arrepintió de haber sido cómplice de la propagación de esos rumores.

Desde la perspectiva de la doncella, su futuro estaba escrito en piedra. Todo el mundo en el castillo sabía ahora que el matrimonio de Roy y Fielle era una farsa, lo que la convertía en lo más parecido a la primera esposa legítima del rey. Habría sido otra historia si los dos no se hubieran llevado bien, pero desde la perspectiva de un extraño, estaban bastante unidos, incluso más que la pareja que todos creían tan enamorada. El mayor misterio era, cómo una segunda esposa encerrada en los aposentos de la consorte podía llegar a intimar tanto con el rey.

Sin embargo, desde la perspectiva de Fie, su futuro era algo preocupante sobre lo que no tenía ningún control. Suspiró de nuevo.

—No hay nada que pueda hacer al respecto… —murmuró.

La criada no sabía qué hacer al ver a su ama tan afligida. No obstante, mientras ella la miraba, Fie siguió dándole vueltas a la pregunta:  ¿Qué quería hacer? Quería apoyar a Fielle y ayudar al capitán Yore. Pero, ahora que Fie ya no podía convertirse en caballero, no creía que se le permitiera hacer ninguna de esas cosas. Eso era mejor dejárselo a los adultos.

Justo entonces, Fie se dio cuenta de repente de por qué le molestaba tanto: se sentía sola. Claro que hablaba con Sir Crow y el capitán Yore, pero solo de vez en cuando, y no podía ver a Queen, Gormus, Remie, Gees, Slad, el escuadrón 18 ni al resto de sus amigos escuderos. No estaba sola en sí, pero de repente había perdido a todos los que antes podía ver en cualquier momento. De aquí en adelante, seguro tampoco podría ver con frecuencia ni siquiera a Sir Crow y al capitán. Eso, pensó, era lo que la hacía sentirse sola.

Pero qué egoísta era al preocuparse por eso, se reprendió a sí misma. El capitán Yore se estaba esforzando al máximo para ayudar a Fielle a salir de una situación muy complicada, así que le tocaba a ella sonreír y soportarlo.

—No debería pensar que me siento sola —se dijo a sí misma.

La doncella oyó este comentario y corrió a ver a la doncella principal hecha una furia. La esposa del rey se sentía sola. ¿Y si eso provocaba problemas en su matrimonio? Sin embargo, la criada también estaba preocupada por su bienestar emocional. Si me hubieras dicho hace un año, pensó, que algún día me iría corriendo a cuidar de la chica más infame del reino, nunca te habría creído. Sin embargo, después de un mes con su ama, la criada le tenía tanto cariño que no podía evitar preocuparse por ella.

Dejando a un lado los sentimientos y otras circunstancias, Fie sentía que su posición actual era demasiado incierta. No podía volver con los escuderos, ¿y ahora qué? No tenía la menor idea. Luego estaba su relación con Queen, que también estaba atascada en el limbo. Oh, Queen… Se preguntaba qué estaría haciendo ahora. Tal vez se había olvidado de ella. O, tal vez, todavía tenía sentimientos después de todo este tiempo.

¿Qué significaba sentir algo por alguien? No lo sabía, y eso significaba que no podía empezar a imaginar cómo se sentía él en todo este escenario. ¿Había algo que pudiera hacer para ayudarlo? ¿Y qué sería eso?

Añadió su preocupación a la lista de cosas que pesaban en su mente.

♦ ♦ ♦

Roy recibió la noticia de la insurrección del duque en cuanto empezó y, gracias a su tío, no fue ninguna sorpresa. Ya había apartado del poder a sus aliados y reorganizado el ejército como preparación. La corrupción bajo el mandato del difunto rey era muy profunda, y los traidores que trabajaban para el duque se habían infiltrado incluso en los más altos niveles de mando del ejército antes de que pudiera eliminarlos. Esto fue lo que lo llevó a tomar la decisión de hacer pública la verdad sobre su matrimonio con Fielle junto con la noticia de la insurrección.

Él también quería eliminar los desagradables rumores sobre Fie, pero sus ministros le advirtieron que no lo hiciera por miedo a dañar la influencia del rey sobre su pueblo justo antes de una guerra. En última instancia, la propia chica se lo impidió y, al final, él fue incapaz de utilizar ninguna de sus influencias reales para resarcirla lo más mínimo. En todo caso, hasta que conoció su verdadera identidad, a él no le importaban un comino esos rumores. Y ahora, con Roy fingiendo ser muy honesto en estos anuncios públicos, sabía que esas horribles historias sobre ella nunca cambiarían.

Era la primera vez en su vida que se preocupaba por una chica. Aunque detestaba a las mujeres, creía que ser un rey maravilloso era todo lo necesario para hacer feliz incluso a la más repugnante de las mujeres. Sin embargo, al ver su infelicidad causada solo por sus acciones, al final se dio cuenta de lo egoísta que era esa forma de pensar.

La doncella principal transmitió el informe de la más joven al rey.

—Parece que Su Alteza la Princesa Fie se siente sola, Majestad —dijo.

Roy detuvo lo que estaba trabajando en el momento en que escuchó su nombre.

—¿De verdad? —preguntó.

La criada principal lo conocía desde hacía muchos años, pero nunca lo había visto reaccionar así. Siempre detestó perder el tiempo, siempre trabajaba en cada uno de los informes que ella le daba, y aunque escuchaba con cortesía y daba todas las respuestas correctas, nunca daba muestras de sentir emoción alguna por lo que oía.

Se rascó la cabeza, con un aspecto bastante preocupado.

—Me pregunto qué deberíamos hacer al respecto —dijo.

Era la primera vez que la jefa de criadas le veía preocuparse por una mujer, lo cual, pensó, era un paso en la dirección correcta. Sugirió:

—¿Estaría dispuesto a acompañar a Su Alteza al circo? Según nuestras criadas más jóvenes, es muy decepcionante si uno no tiene la oportunidad de verlo.

—¿De verdad? Muy bien —dijo con un suspiro de alivio—. Por favor, reserve un asiento en el palco real.

Parecía que el rey planeaba enviarla sola. La doncella vaciló, insegura de si debía dar el siguiente paso y aconsejarle. Si la princesa se sentía sola, ¿no debería desear compañía? Tal vez la falta de experiencia del rey Roy con las mujeres le impedía entender este tipo de cosas. Sin embargo, mientras observaba inquieta al rey atacar su pila de trabajo, llegó a la conclusión de que tendría que dejar esto para otro momento. El peso de sostener un reino debía de ser muy pesado. Lo que él necesitaba en una mujer era alguien que le ayudara a mantenerlo, pero él y ella podrían desarrollar su relación un poco más tarde. No era demasiado tarde para que Fie cerrara poco a poco la metafórica brecha que los separaba.

♦ ♦ ♦

Ella se alegró mucho cuando recibió la invitación para ir al circo.

—¿Significa eso que el Capitán Y- uh, quiero decir, Su Majestad el Rey- viene conmigo?

—No… Lo siento, pero me temo que no puede —dijo el ministro que le había dado la invitación.

Su rostro se descompuso. Tener que ir sola la hacía sentirse aún más sola, sobre todo porque había planeado ver el circo con Queen y sus otros amigos. Preocupado por ella, el ministro le preguntó:

—¿Se lo pido a Su Majestad en tu nombre?

Ella negó rápido la cabeza.

—No, está ocupado. Siento haber sido tan egoísta. Estaré bien; puedo divertirme sola —le sonrió, pero era muy forzado.

El ministro suspiró. Al contrario a todos los malos rumores, de verdad era una chica dulce.

Crow y Roy estaban inundados de trabajo. Aunque el convoy habitual de criadas y guardias de Fie la acompañaba, no eran su idea de compañeros divertidos. Claro que había llegado a conocerlos mejor, pero seguían sin ser sus amigos. Sus verdaderos amigos, los escuderos, estaban separados de ella debido a las recientes y repentinas circunstancias. ¿Qué gracia tenía visitar el circo sin ellos? Pero, ella no podía decirles ni a Roy ni a Crow lo que sentía, porque hacerlo, pensaba, sería egoísta.

Por fin llegó el día del circo, y Fie salió de palacio por primera vez en semanas, flanqueada por sus guardias y criadas. Sin embargo, por mucho que intentara entablar conversación con ellas, mantenían las distancias, lo que solo hacía que se sintiera más sola. Aun así, decidió disfrutar del espectáculo, sobre todo después de las molestias que se había tomado su capitán para conseguirle un asiento.

Ella y sus acompañantes fueron admitidos en el lado opuesto de la carpa, donde una multitud de plebeyos se agolpaba para entrar. Al ingresar, el maestro de ceremonias y los artistas hicieron una profunda reverencia ante la reina consorte. Fue conducida a un palco destinado a la pareja real, que ofrecía las mejores vistas del recinto.

La carpa del circo estaba desierta, con el espacio en el centro de la carpa donde tendría lugar la representación rodeado de filas de asientos vacíos. Las doncellas no tardaron en marcharse, dejándola sola por completo.

Los demás asistentes empezaron a entrar. Oh… pensó Fie. ¡Los escuderos habían venido a ver el espectáculo! Slad, Gees, Remie, Gormus, Queen… Todos los amigos con los que había pasado tanto tiempo se acomodaron frente a ella, con los rostros iluminados por el entusiasmo ante el espectáculo que se avecinaba. Pero ella no estaba entre ellos. Si aún fuera una de ellos, ¿habría estado ahí, viendo el espectáculo a su lado? En cuanto pensó eso, su actitud positiva desapareció y un viento helado sopló en su corazón.

Una doncella apareció junto a ella con una taza.

—Su té, Alteza —dijo la criada.

—Ah…

—¿Ocurre algo, Alteza?

Quería preguntar: “¿No quiere ver el espectáculo conmigo?”. Sin embargo, ella sabía de su tiempo juntos que estas criadas habían recibido una educación de élite en el servicio, y si ella le presentaba esta opción, solo desconcertaría a la pobre chica. No podía molestarla más de lo que ya estaba.

—No, pero gracias por preguntar —dijo, y se obligó a sonreír.

Aliviada, la criada volvió a dejarla y ella se quedó sola una vez más. Ojalá hubiera podido volver atrás y evitar que su secreto saliera a la luz. Entonces estaría ahí abajo con sus amigos, viendo el espectáculo, y si sus agendas coincidían, tal vez los caballeros del 18° escuadrón también estarían ahí.

Deseaba saltar la barandilla que rodeaba el palco real, correr hacia sus amigos y disfrutar del espectáculo con ellos. Pero no podía. No hacía mucho que había conocido a sus doncellas y guardias, pero ya sabía que huir les causaría muchos problemas. Atrás habían quedado los días en los que podía escaparse del castillo y salir con sus amigos cuando quisiera.

El maestro de ceremonias dio la señal para que comenzara el espectáculo, y los payasos subieron al escenario, haciendo malabares con pelotas y gastando bromas al público. Un impresionante dúo, formado por un hombre y una mujer, se elevó en el trapecio volante, cerca del techo de la carpa. Una joven encantadora realizó un espectáculo en perfecta sincronía con una tropa de sabuesos adiestrados. Un hábil hombre lanzó cuchillos a otro artista, haciendo que todo el público se quedara boquiabierto.

Las sonrisas iluminaban los rostros de todas las personas que presenciaban el espectáculo y, sin embargo, la única luz en los ojos de Fie era el reflejo de las luces del escenario. Suspiró al terminar otro acto espectacular. De repente, una voz detrás de ella le dijo:

—¿Qué pasa? Creía que era la primera vez que veía el circo, Alteza. ¿Qué le hace fruncir el ceño?

Sus ojos se abrieron de par en par y se giró.

—¿Sir Crow? —Jadeó.

Se suponía que estaba ocupado, y sin embargo, aquí estaba. Su pelo rubio brillaba bajo las luces, haciéndole parecer un apuesto caballero. Ahí estaba él, un aspirante a Casanova, sí, pero también el mentor fuerte, cautivador y respetable, el que siempre estaba ahí para ella cuando se enfadaba.

—Me enteré de que ibas a ir sola al circo —explicó—. Me preocupaba que quisieras compañía, así que, como soy un mentor increíble, decidí aparecer. Toma, te he comprado pollo asado con hierbas que conseguí en un puesto de fuera. Es tu favorito, ¿verdad?

Le pasó una brocheta de olor celestial envuelta en papel. El aroma hizo que se diera cuenta de lo hambrienta que estaba.

—A decir verdad, yo también quería traer a Yore, ya que supuse que era a él a quien de verdad querías ver. Pero está muy ocupado ahora, y yo no, así que vine en su lugar —dijo Crow con una risita tímida.

Mentiroso, pensó Fie. Me convertí en el tirano de un juego de defensa.

La nación se hallaba en plena preparación para la guerra y él, como hombre de confianza de la caballería, debía de estar tan agobiado como el rey Roy, como evidencia su cabello, por lo general perfecto pero ahora con algunos mechones fuera de lugar.

Pero, sola y aislada como estaba, su presencia bastaba para hacerla feliz al instante. Siempre era así: siempre que se sentía sola, él estaba a su lado. Su cálida sonrisa siempre era capaz de derretir su helado corazón, como el día en que huyó de los aposentos de la consorte para convertirse en escudera.

De vez en cuando se burlaba de ella, pero también la ayudó más que nadie cuando no tenía a nadie más a quien recurrir, la cuidó y estuvo a su lado siempre que se sentía mal. Siempre que Crow actuaba en serio, era una persona increíble. Pensar en él siempre le alegraba el corazón. Su presencia la salvaba de verdad. Sabía que con él a su lado, por terribles que fueran la circunstancias, podría seguir adelante.

Justo entonces, se dio cuenta: Esto debe ser lo que Queen siente por mí. ¿Así pensaba él de ella? ¿La contemplaba con la misma calidez? ¿Era así cómo se sentía cuando estaban juntos? Era la primera vez que le entendía y se sintió eufórica al pensar que él podía sentir eso por ella.

Él la miró de forma inquisitiva.

—¿Pasa algo? —le preguntó. Ella negó con la cabeza.

—No, no es nada.

—¿Segura?

Ahí estaba él, siendo considerado y cuidando de ella otra vez.

—Siendo sincera, hoy me apetece más un pescado con patatas fritas.

—¡No me vengas con esas después de haberme desvivido por comprarte esto! —refunfuñó juguetón, pellizcándole la mejilla.

Divertida, Fie gimoteó:

—¡No, para! Usted me preguntó, Sir Crow, así que tenía que decirle la verdad.

Aunque su respuesta fuera una mentira, su deseo de disfrutar del momento con él era sincero, y tal vez eso hiciera que toda la declaración fuera sincera.

—Hey, Sir Crow —dijo—. Eso es un león, ¿verdad?

—Sí. Parece de verdad impresionante, ¿verdad? Está saltando a través de un aro en llamas.

—Duh, lo sé. Oye, ¿cuál de nosotros lo hizo mejor?

—¿Qué clase de pregunta es esa?

Se decidió. Ahora entendía los sentimientos de Queen, y qué hacer a continuación. Pero por el momento, decidió disfrutar del circo y de su compañía.

Cuando terminó el espectáculo, las doncellas vieron su brillante sonrisa y suspiraron aliviadas. Les había preocupado que se sintiera sola viéndolo y se habían preguntado si no habría sido mejor que se quedaran para hacerle compañía.

—Parece que se lo ha pasado muy bien, Alteza —dijo una criada.

—Claro que sí —dijo Fie—. Gracias, chicas.

Qué persona tan encantadora es, pensaron las criadas, encantadas por su gratitud. De verdad, ¿cómo llegaron a correr rumores tan desagradables sobre ella? Recordaron sus objeciones, como preguntarse si estaban siendo castigadas por algún error, de cuando se les había asignado por primera vez atenderla, y se sintieron contrariadas.

—Será mejor que volvamos al castillo, Alteza —dijo otra doncella.

—Me parece bien —dijo Fie, y todo el grupo se puso en marcha.

Esa misma noche, volvió a decidirse. Tengo que elegir cómo quiero vivir el resto de mi vida, pensó. Lo primero es lo primero, tenía que verificar con exactitud lo que Queen sentía por ella. No podía darse el lujo de ser complaciente al respecto.

—Alteza, ¿puedo preguntar qué está haciendo? —dijo una de las criadas.

—Estirándome un poco —respondió ella.

Lo primero era lo primero (esta vez de verdad), tenía que volver a ponerse en forma.

♦ ♦ ♦

—Eh, si alguien tiene una mano libre, que venga a mover estos paquetes —llamó un hombre.

—¡De acuerdo! —respondió un escudero.

—¡Vamos, Queen, tú también puedes ayudar!

—De acuerdo —dijo.

Una vez terminada la función de circo, Queen y sus amigos volvieron al trabajo, cargando vagones con destino al campo de batalla con víveres y otros suministros. Sin embargo, esta tarea no tardaría en terminar, y faltaban pocos días para que salieran de la capital. Él y los demás muchachos no irían al frente, pero seguirían ayudando en el cuerpo de suministros.

—A este paso, estoy mejor entrenado para ser portero que caballero —refunfuñó uno de los chicos mientras amontonaba más equipaje en el carro.

—¿Qué puedes esperar? —dijo su amigo—. Solo somos escuderos.

Incluso en una crisis como la insurrección del duque, se mostraban tan relajados como siempre. Algunos pensaban que actuar de forma despreocupada ahora, mientras no se enfrentaban a la guerra, hacía que todo fuera menos angustioso. Cada escudero tenía su propia visión personal de la situación, pero el grupo en su conjunto se estaba adaptando a esta nueva forma de vida sin Fie. Ella siempre había sido, en cierto sentido, el centro de atención, siempre causando algún tipo de problema, algo que incluso Queen tenía que admitir a regañadientes. Había intentado localizarla siempre que tenía tiempo, pero antes de darse cuenta, pronto dejó de buscarla por completo. A este paso, seguro me acostumbraré a que no esté, pensó. Qué idea más horrible.

—¡Parece que hemos terminado por hoy! —llamó un escudero.

—¡Estoy hecho polvo! Menos mal que es hora de cenar —dijo su amigo.

—Estoy cubierto de sudor —se quejó un tercero—, así que voy a ir primero a los baños.

Los otros muchachos estuvieron de acuerdo con él, y todo el grupo se dirigió a la casa de baños, con tanta alegría que uno nunca sabría que la guerra estaba justo en el horizonte. Queen también se bañó, cenó y regresó a su habitación, tomando la ruta que siempre solía recorrer con Fie. El trabajo de hoy era más bien pesado, y el dormitorio estaba tranquilo. Todos debían de estar durmiendo.

Como era obvio, sus pensamientos se volvieron hacia ella. Habían pasado tanto tiempo juntos en esta habitación: jugando a las cartas, cuando su habilidad no estaba a la altura; sentados en la cama leyendo libros juntos, cuando ella se quedaba dormida a mitad de camino y hacía que su corazón latiera con fuerza; intentando hacer cosas de novios como besarse, cuando él lo intentaba con todas sus fuerzas aunque ella acabara llevando la iniciativa cada vez.

Todos en el dormitorio norte eran amables y divertidos, pero solo había llegado a conocerlos gracias a Fie. De vuelta en el dormitorio este, todo el mundo se mantenía a distancia de él. Solo porque ella le había atraído había hecho este grupo de amigos, y era estar con ella, más que cualquier otra cosa, lo que le hacía feliz. Era tan brillante, tan bondadosa (aunque su extraño lado oscuro brillaba de vez en cuando) y tan amable. Su sonrisa adorable y sus expresiones pícaras siempre hacían que a Queen le diera un vuelco el corazón. Para él, era la chica más linda del mundo.

Me pregunto si podría volver a ser feliz estando en la misma habitación que ella. Tal vez si renunciaba a esta esperanza, si incluso podía hacerlo, podría tener la oportunidad de estar con ella de nuevo, no como su novio, sino como su caballero. En tal situación, ella se convertiría en la esposa de otro hombre… Bueno, bien, ya lo había hecho. Sin embargo, él aún podría ser el caballero de la esposa del rey Roy, y quedarse con ella en ese sentido.

Apuesto a que estaré celoso, pensó. Muy, muy celoso. El rey Roy era respetable, atractivo y un gran partido para Fie, pero él estaba seguro de que se consumiría de celos si los viera a los dos actuando como una pareja casada.

Verlos sería una agonía envidiosa, pero sabía que no sería capaz de apartar la mirada. Pero, comparada con la otra opción de no volver a verla, esa angustia bien podría ser pura felicidad.

Tal vez Fie sabía que esto pasaría, y por eso lo había rechazado la primera vez que él le habló de sus sentimientos. No, ella lo había rechazado por su bien, por su bondad. Debió pensarlo de forma objetiva y vio que era el resultado inevitable. Una reina y un escudero nunca podrían amarse y ser felices para siempre; los peligros potenciales y el número de obstáculos eran demasiado elevados. Sin embargo, después de que él continuara persiguiéndola, ella al final lo aceptó, seguro por compasión y lástima más que nada. Le había tratado como a un niño. Ahora que lo pensaba, cuando empezaron a salir, sus sonrisas a menudo sugerían que algo le rondaba por la cabeza. Qué niñato era Queen, negándose a entender razones y suplicando de forma egoísta ser su novio, ¡a pesar de que su futuro no tenía sitio para él! Y sin embargo, Fie le regaló este precioso tiempo de relación de todos modos. Ella era mucho más madura de lo que él jamás sería. Había jurado protegerla, pero era incapaz de hacerlo.

Había considerado la posibilidad de llevársela y casarse con ella si se daba el caso, pero solo había pensado en semejante osadía cuando ninguno de esos obstáculos le bloqueaba el camino. Ahora que había vuelto a la realidad y que la presión ya había pasado, sabía que las miradas de decepción en los rostros de los caballeros mayores lo detendrían antes incluso de que pudiera llegar hasta ella en el palacio. También preocuparía mucho a sus amigos y causaría muchos problemas al amable hombre que se había tomado la molestia de criarlo tras la muerte de sus padres. Se había acabado. Por completo. Por mucho que la quisiera, había demasiadas cosas que no se podían hacer. Fie también debía entender todo esto, así que tampoco podía esperar que ella acudiera a él.

—Todavía soy un niño… —Suspiró.

Quería convertirse en un valiente caballero para protegerla, pero ella era en última instancia quien lo protegía con su bondad. Él no podía proteger a la chica que amaba, ni tomarla de la mano y huir con ella.

Tal vez ya no merecía verla.

—Tal vez mi amor estaba condenado desde el principio… —dijo. Las lágrimas se le escaparon de los ojos.

Justo entonces, un ligero repiqueteo sonó desde el cristal de la ventana de Queen. Se preguntó quién podría estar llamando a su ventana en plena noche cuando una voz le dijo:

—¡Abre! Déjame entrar.

Se sobresaltó. Era la voz de Fie. Era la chica que acababa de estar en su mente, no, más que eso, la chica que ocupaba sus pensamientos sin cesar. Por un momento, se quedó demasiado estupefacto para moverse. Luego, con un grito ahogado, se abalanzó hacia la ventana y la abrió con frenesí.

No entró, sino que lo miró a través de la ventana. Esbozó una sonrisa al ver su rostro.

—Ha pasado demasiado tiempo —le dijo. Se fijó en el contorno de sus ojos—. ¿Has llorado?

—Eh, no, estoy bien… —fingió, tratando de hacerse el duro. Se frotó los ojos con rapidez.

—¿Ahora en serio? —dijo ella. Extendió la mano para detenerlo y usó su pañuelo para secarle con suavidad el resto de las lágrimas.

Queen tenía un millón de preguntas que hacerle. ¿Qué le había pasado? ¿Qué pasaba entre ella y el rey? ¿Qué sentía ahora por Queen? Sin embargo, ninguna de las preguntas le salía. Lo único que monopolizaba sus pensamientos ahora mismo era lo hermosa que se veía Fie de pie con ese vestido bajo la luz de la luna.

Después de estudiar a Queen con una larga mirada, sonrió.

—Queen —dijo—. ¿Quieres casarte conmigo?

Por un momento, Queen no supo qué decir. Le dio vueltas a la palabra “casarte” en su mente, pero lo único que salió de su boca fue:

—Eh… ¿qué…?

Ella ladeó la cabeza confundida.

—¿Eso es un no? —preguntó.

Él ni siquiera necesitó pensar antes de negar con la cabeza. ¿Cómo no iba a querer casarse con Fie?

Al ver su respuesta, ella sonrió.

—Entonces eso es un sí, ¿no? Entendido. —Luego, con un movimiento de cabeza, se dio la vuelta y saltó desde el balcón del segundo piso. Saludó a Queen desde el suelo y gritó—: ¡Hasta luego!

—¿Eh? Sí, adiós.

Todavía sin ponerse al día, observó estupefacto como ella saludaba de nuevo con la mano y luego salía corriendo. Se quedó mirando el lugar donde había estado, medio creyendo que se trataba de algún tipo de sueño.

Voy a casarme con ella… Sintió tal conmoción que podría haberse caído de un plumazo.

♦ ♦ ♦

Regresó de forma sigilosa por el jardín del palacio. Se había escabullido antes sin avisar a nadie, así que era vital que volviera antes de preocupar a sus criadas. Pensando en ello, este jardín le recordaba mucho al jardín por el que caminó aquel fatídico día en que escapó de los aposentos de la consorte por primera vez. Ese fue el día en que vio un periódico, que le llevó el viento, en el que se anunciaba la prueba de acceso a escudero, y decidió convertirse en una.

Ahora sus sueños de serlo se habían hecho añicos, pero sabía mucho más que antes. Ahora podía ver que su vida parecía tan desesperada solo por su sentido del orgullo; si hubiera tendido la mano a los que la rodeaban, tal vez todo habría resultado diferente. Ahora conocía a Sir Crow, al capitán Yore y a todos los demás caballeros del 18° escuadrón. Ahora su círculo de amigos estaba formado por Gormus, Remie, Slad y Gees, y Quen completaba el grupo. Si alguien volviera atrás en el tiempo y le presentara la misma opción, sabía que elegiría sin dudarlo volver a ser escudera, porque no podía imaginarse una vida en la que no hubiera conocido a todos sus amigos.

Aquellos días habían sido tan brillantes y divertidos, pero ahora se habían acabado, y había llegado el momento de que eligiera el curso del resto de su vida. Aunque ya sabía que no podría volver a ser escudera, la noticia inicial la había sumido en una depresión. Ahora que se había recuperado, era el momento de considerar las posibles opciones para su futuro.

Si dejaba que las cosas siguieran su curso, seguiría siendo la consorte de Roy y, si la suerte no estaba de su lado, se convertiría en su primera esposa y legítima reina. Casi todos a su alrededor insinuaban este posible desenlace, salvo el canciller, que le había dicho a bocajarro que ése era su deseo. Por mucho que eso le doliera a Queen, no se oponía del todo a la idea. Al crecer, había pensado que nunca tendría la oportunidad de casarse o enamorarse de alguien, condenada a pasar el resto de su vida casada con un completo desconocido en contra de su voluntad. (Bueno, no se equivocaba en esa última parte…).

El rey Roy era un hombre honorable. Lo había odiado a muerte al principio, pero con el paso del tiempo y lo bien que se lo pasaba viviendo en Orstolll, siguió odiando al hombre en sí, pero no su trabajo como rey. Después de todo, había pasado los mejores momentos de su vida aquí, el país que él gobernaba. Luego estaba el capitán Yore, que siempre se esforzaba por ayudar a los demás, cuidando a Fie con compasión y, de vez en cuando, reprendiéndola con dureza. Ella trabajó tan duro como pudo y se convirtió en una aliada útil para él con solo un poco de mal comportamiento (desde su perspectiva; además, siempre se disculpaba para compensarlo). Ahora que sabía que eran la misma persona, la perspectiva de pasar el resto de su vida con él no sonaba tan mal.

Sin embargo, quedaba la cuestión de Queen. Era la primera persona en toda su vida que decía sentir algo por ella, y era uno de sus mejores amigos. Ahora que comprendía sus sentimientos, sabía que elegir irse con Roy le perjudicaría a su autocrítico amigo.

Si iba a poner fin a su matrimonio con Roy para estar con Queen, tenía que hacerlo ahora. Una vez que Fielle estuviera a salvo, el país querría tomar una nueva dirección, arrastrando a Fie con él. Si eso sucedía, no podía imaginar que los demás apoyaran que tuviera novio. Si la cosas iban mal, Queen podría incluso acabar en problemas. Pero, tener novio no era razón suficiente para poner fin a un matrimonio. Como mínimo, necesitaba hacer planes para casarse con Queen, de ahí que fuera tan importante entender también lo que él quería. ¿La amaba lo suficiente como para casarse con ella o solo quería tener citas más casuales? Sería un completo desastre si de alguna manera se hacía una idea equivocada. Queen aún era joven; tal vez quería más tiempo para sembrar su avena salvaje a lo Sir Crow antes de sentar cabeza. Por lo tanto, había decidido preguntarle si quería casarse con ella. Qué alivio que él dijera que sí; después de todo, ella no había tenido una idea equivocada.

Ahora, una vez confirmadas sus intenciones, Fie tenía que hacer su parte para convencer al rey y a todos los demás implicados de que la dejaran casarse con él. Pero, pensó, después de todo era su capitán. Seguro que sería comprensivo. Envuelta en sus propios pensamientos, se dio cuenta de que había pasado demasiado tiempo en este paseo de medianoche. Tenía que volver a palacio, y rápido, o se arriesgaría a la ira del canciller.

Antes de marcharse, miró por encima del hombro hacia la ramas de un árbol. Roy le había dicho muchas cosas una vez revelada su verdadera identidad, pero ella ya sabía, incluso antes de llegar al palacio, que había habido un hombre más vigilándola todo el tiempo. Eso significaba que tal vez él también seguía aquí, como cuando era escudera, vigilándola y preocupándose todo el tiempo. Tal vez incluso le había echado una mano de vez en cuando. Sabía que si anulaba su matrimonio con el rey y se casaba con Queen, él ya no estaría a su lado. Por lo tanto, se despidió del hombre que le había enseñado tantas cosas, el hombre que la había ayudado desde las sombras, el hombre que le había regalado su bondad.

—Gracias por cuidarme siempre, Sir Cain —dijo. No hubo una respuesta, salvo un crujido de ramas. Fie soltó una risita y volvió a alejarse.

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