Voy a vivir mi segunda vida – Capítulo 30: Cuando el diablillo se ha ido

Traducido por Ichigo

Editado por Sakuya


Una semana después de todo el fiasco del “aro ardiendo, el canciller y Heath resultando ser la princesa Fie”, la noticia llegó por fin al dormitorio este y a su pareja de genios autoproclamados, Rigel y Luka.

—¡Gormus! —gritó Rigel—. ¿Son ciertos los rumores? ¡¿Heath fue de verdad la princesa Fie todo el tiempo?!

—Para un genio como yo, me fastidia mucho que los chismes de los legos llamen mi atención —se quejó Luka—. ¡Pero, consideré que mi atención ha sido captada por completo! Ahora, ¡dime si es verdad!

¿Por qué le preguntaban a Gormus? Les dijo sin rodeos: “No lo sé”. El hecho de que lo buscaran a él, entre todos los escuderos del dormitorio norte, hizo que Gormus se replanteara su vida social.

En cualquier caso, Gormus no había presenciado la escena en persona y solo había oído los rumores, así que tampoco lo sabía con certeza. Cuando alguien le dijo que Heath planeaba saltar a través de un aro en llamas, le sorprendió, y decidió darle una buena charla a su amigo, que cada día era más idiota. Sin embargo, Heath, su amigo desde el principio del entrenamiento, no aparecía por ninguna parte. Esto reforzaba la credibilidad de esos rumores.

—¡No te des aires! Vamos, ¡dime la verdad! —insistió Rigel.

—¡Es terrible! Si esa diablilla resulta ser la princesa, sé que no dejará de causarme problemas.

Ignorando por completo a los otros dos chicos que parloteaban, Gormus pensó en los recuerdos de Heath. ¿En qué demonios estaba pensando ese chico al unirse a nosotros? se preguntó Gormus. Incluso ahora, seguía recordando la feroz determinación que Heath mostraba al hacer el examen. Fue esa misma determinación la que hizo tropezar a Gormus y cambió toda su forma de pensar.

Él también conocía las horribles historias sobre la princesa Fie. Se habría enfadado si hubieran hablado así de él o, al menos, se habría enfadado si hubieran hablado así de sus amigos. Claro que quería regañar a Heath por intentar pasar por ese aro, pero también reconocía lo mucho que Heath anhelaba un reconocimiento positivo. Aunque Heath parecía feliz como escudero, había momentos en que Gormus lo veía casi solitario. Este último tiempo, Gormus había empezado a preguntarse si, siempre que Heath y la princesa Fie fueran la misma persona, esas historias preocupaban a Heath o si había algo que Gormus podría haber hecho como amigo de Heath.

Sin embargo, ese no era el único rumor que flotaba por ahí. No solo Heath era de verdad la Princesa Fie, sino que al parecer también estaba saliendo con Queen. Siendo objetivo, que un joven escudero tuviera un romance con la reina consorte era buscarse grandes problemas, así que todos los escuderos del dormitorio norte cerraron de inmediato los labios. Además, Gormus pensó que, dado que Queen no podía decir una mentira para salvar su vida, de seguro significaba que los rumores eran ciertos; que Heath era la princesa Fie y también una chica (lo cual, por supuesto, era evidente).

Siendo objetivo, Heath parecía guapo para ser un chico. Por vergonzoso que fuera admitirlo, había habido momentos en los que estar cerca de él había hecho que a Gormus le diera un vuelco el corazón, así que ahora no se sentía incómodo imaginándose a Heath como una chica. Sí, tal vez fuera por eso. En todo caso, le molestaba menos que fuera una chica y más que al parecer estuviera saliendo con Queen. Gormus no sabía por qué eso le hacía un nudo en el estómago y, además, no quería saberlo. Heath era su amigo, y eso no cambiaría ni un ápice, no importaba si era una chica, una princesa, la esposa del rey o lo que fuera.

Por lo tanto, se limitó a decir: “No lo sé”.

Rigel insistió de manera obstinada.

—¿Qué quieres decir con que no lo sabes? Heath es tu amigo, ¿no? ¿Cómo es posible que no sepas nada…?

Se interrumpió con un aullido cuando el puño de Gormus se dirigió a su cara y conectó con un golpe sólido.

—He dicho que no lo sé.

En realidad, no sabía nada. Aunque lo supiera, Heath era su amigo, al menos así lo veía Gormus, y no iba a delatar a un amigo.

Se imaginó la cara de Heath con su habitual sonrisa despreocupada, su amigo atrapado en este torbellino de rumores. Le irritaba. ¿Qué te ha pasado?, pensó. ¿Volverás alguna vez con nosotros? Gormus suspiró.

♦ ♦ ♦

Incluso sin Heath, la vida seguía para los chicos del dormitorio norte. Era algo inquietante seguir con su día a día sin su pequeño alborotador residente, pero los escuderos seguían entrenando lo mejor que podían.

En medio de los otros chicos, el malestar de Queen se desbordó más allá de sus labios y salió por su boca en forma de suspiro. Desde fuera, Queen parecía tan bien vestido como de costumbre, pero las semejanzas terminaban ahí. Su rostro estaba inexpresivo y carente de vida, a su pulcro cabello le habían salido algunos mechones, e incluso la cualidad suya que a todos recordaba a un perro de caza había desaparecido. Todos los escuderos, que lo habían visto en las últimas dos semanas, llegaron a la misma conclusión: parecía un patético chucho, desconsolado porque su dueño no volvía a casa.

—¿Estás bien, Queen? —preguntó Slad, preocupado—. Vamos, si algo te preocupa, siempre puedes echárselo en cara. Ya sabes, sea lo que sea lo que les pasa a ti y a él…

Se detuvo con un “¡Ay!” cuando Gees se acercó por detrás y le golpeó en la cabeza.

—Dale un descanso, ¿quieres? —dijo Gees.

—¡Pero, vamos!

Slad estaba preocupado por su amigo; eso era todo. Sin embargo, no podía negar que le interesaba la dinámica entre Heath y Queen. Pero no podía evitarlo (según Slad, en todo caso). Los chicos estaban llegando a la edad en que el romance se volvía muy interesante, y ahora sus dos amigos íntimos estaban saliendo.

Slad se acercó a Remie y le susurró al oído:

—Oye, ¿sabías que Heath y Queen están saliendo?

A sus espaldas, Gees lo fulminó con la mirada, pensando que Slad no tramaba nada bueno.

Remie se sonrojó un poco y sonrió con ironía.

—Me imaginaba que algo así era el caso. En una ocasión, Heath me pidió de manera indirecta un consejo al respecto. Pero aún me sorprende que Heath resultara ser una princesa.

—¡¿Hablas en serio?! —gritó Slad mientras apoyaba la cabeza en las manos. ¡No se había dado cuenta en absoluto!

—Eh, Slad —retumbó Heslow—. ¡Estás en mitad del entrenamiento! ¡Ponte serio!

—Lo siento. Pero, vamos, estoy preocupado por Heath —replicó Slad, desafiante en su enfado—. Mira, seamos realistas. Eres profesor. Tienes que saber algo de él, ¿no? Es nuestro amigo, con el que hemos vivido todo un año, ¡y ahora hace más de dos semanas que no lo vemos! Claro que vamos a estar preocupados por él.

Slad tenía razón por una vez, y Heslow hizo una mueca. Los alumnos lo consideraban un profesor estricto, pero los trataba así porque se preocupaba por ellos. Entendía cómo se sentían, así que pasó por alto sus cuchicheos.

—No hay nada que pueda decir con respecto a Heath, solo que se encuentra bien.

Como alguien que había estado involucrado en el año de Fie como escudero, se le permitió recibir un cierto grado de información del palacio. Por otro lado, también fue interrogado para obtener más información. Heslow también tenía sentimientos encontrados al respecto, ya que Heath era el chico problemático del dormitorio norte. La había sermoneado (y no solo una o dos veces) sin tener ni idea de que en realidad era la segunda esposa del rey.

A menudo subía a los pisos superiores del palacio cuando lo llamaban para interrogarlo, con lo cual presenció en múltiples ocasiones cómo Heath -no, la princesa Fie, más bien- actuaba como una princesa. No era difícil creer en su verdadera identidad cuando tenía ese aspecto. (Es cierto que también presenció con frecuencia comportamientos muy poco propios de una princesa, pero no hacía falta repetirlo). Fue una suerte que las sesiones terminarán sin que tuviera que hablar con ella de frente, porque no habría sabido cómo actuar.

Heslow decidió transigir y contarles a los chicos cómo le iba a Fie, pero ellos le acosaron para pedirle más. Los chicos del dormitorio norte, todos ellos niños problemáticos, no dejaban que el asunto se calmara. Incluso cuando Heslow levantó las manos para intentar apaciguarlos, le llovieron las preguntas.

—¿Significa eso que te has reunido con la princesa Fie?

—He oído que la han trasladado a palacio, ¿dónde vive ahora?

—¿Cómo la tratan?

—¿Es guapa?

—Espera, si Heath fue una princesa todo el tiempo, ¿los profesores van a tener problemas?

—Oh sí, piensa en cuántas veces la golpeó en la cabeza. ¡Wow, imagínate golpear a la esposa del rey!

—¿No es eso un crimen contra la realeza?

—Incluso si ella le perdona, dudo que el resto de las élites estén muy contentas con ello.

—Adiós a las posibilidades de Heslow de conseguir un aumento.

Los últimos comentarios irritaron a Heslow.

—¡Basta! —espetó—. ¡No voy a responder a más preguntas relacionadas con la princesa Fie! Si no paran, los haré empezar a dar vueltas otra vez.

Al oír la palabra “vueltas”, los chicos se dispersaron, poniendo fin a esta improvisada rueda de prensa.

♦ ♦ ♦

En ausencia de Fie, Queen pasó de parecer un afilado perro de caza a parecer más bien un desanimado chucho.

Remie, siempre compasivo, se preocupó por él.

—Estoy preocupado por él —dijo Remie. Sus ojos se humedecieron al ver a Queen desplomarse sobre su sopa de champiñones y judías a medio terminar en la mesa de al lado en el comedor, sus ojos derrotados buscando de manera inconsciente a fie. Era un espectáculo trágico.

—Sí, pero no hay nada que podamos hacer al respecto.

Slad, sentado frente a Remie, suspiró.

Si Heath de verdad era la princesa fie, entonces era un problema demasiado grande para que los escuderos lo manejaran. Era la esposa del rey Roy, y si intentaban algo, los muchachos se estarían rebelando contra el rey al que algún día jurarían lealtad como caballeros. Ademśs, no había nada que pudieran hacer.

Aun así, estaban preocupados por su amigo. Era una situación tan complicada. Los adultos que les ayudaban no se pondrían de su parte en esto; en todo caso, los chicos sentían que esos mismos adultos les ocultaban algo de manera intencional. Pero, quizás era de esperar.

Al final, cualquier solución que se les ocurriera a los chicos tenía que ser realista. Gees sugirió:

—Quizá deberíamos ayudarle a distraerse por ahora.

Slad se iluminó.

—¡Muy bien! ¿Qué tal si le invitamos al circo?

Slad no se lo pensó ni un momento. Antes de que Gees o Remie pudieran detenerlo, saltó hacia Queen.

—¡Eh, Queen! —llamó—. ¿Quieres ir al circo? Vamos, Queen. Será divertido.

Queen se sobresaltó al oír la palabra.

—¿El circo? —repitió. Un momento después, se desplomó sobre su silla, agotado.

—Fie estaba deseando que llegara el circo… —murmuró.

Slad recibió varios golpes en la cabeza de Gees, por esto (que era normal) y de Remie (que no lo era). Remie, era una persona plácida, era aterradora cuando se enfadaba.

—Urgh, culpa mía… Pensé que eso lo animaría, eso es todo —dijo Slad, ya hasta su segunda disculpa del día, mientras Remie y Gees lo fulminaban con la mirada.

—Hmm —dijo Remie—. ¿Qué podemos hacer para animar a Queen? Me gustaría hacer algo, al menos.

—Ojalá tuviéramos más información —dijo Gees—. No tenemos ni idea de lo que está tramando Heath ahora mismo. Sabes, incluso si tu intento fue un fracaso total, no sería mala idea darle una distracción. Quizá si le damos tiempo suficiente, quiera ir a ver el circo más tarde. Aparte de eso… Tú y yo podemos idear algo.

—¡Genial! —grito Slad, con el entusiasmo renovado—. ¡Cuenta conmigo!

Remie volvió a fulminarle con la mirada.

—Slad, tienes prohibido acercarte a Queen hasta que hayamos ideado un plan.

Al parecer, ni el “nosotros” de Remie ni el “tú y yo” de Gees incluían a Slad.

—Aw, ¿qué? —gimoteó Slad, desconcertado por esta exclusión.

Remie lo miró con atención hasta que por fin aceptó la realidad y murmuró:

—Está bien, de acuerdo.

Remie se sentó en el escritorio de su dormitorio y se golpeó la mejilla con el bolígrafo mientras hacía los deberes, intentando formular un plan. ¿Cómo podemos hacer que Queen se sienta mejor? Ya había preguntado a todos los demás chicos del dormitorio norte, pero todos eran inútiles. No se podía contar con esos chicos, unos idiotas, dijo una voz áspera y susurrante en el fondo de su mente. Remie no solía calumniar a nadie, ni siquiera en el fondo, pero en este caso estaba justificado. Después de todo, cuando Remie había solicitado ideas para animar a Queen a sus compañeros de dormitorio, un buen ochenta por ciento de ellos ni siquiera eran propuestas escritas: eran simples trozos de carne comprados en diversos puestos de comida de la ciudad. ¿Cómo iban a hacer sentir mejor a Queen? Gees y Gormus eran las únicas personas con las que Remie podía contar; ellos, al menos se lo tomaban en serio.

De repente, a Remie se le ocurrió una idea fantástica. No era una solución al problema, sino la constatación de que había una persona más a la que podía pedir ayuda. Así es, pensó, Kerio.

Kerio había sido el oponente de Remie en el duelo interdormitorios Este-Norte del año pasado. Él no había pensado mucho en Remie antes de los juegos, pero reconoció la habilidad de Remie cuando su perseverancia llevó su duelo a un empate. Sus horarios no coincidían a menudo porque vivían en dormitorios diferentes, pero de vez en cuando hacían juntos las compras en la ciudad. A diferencia de Slad y Gees, que se hicieron amigos con velocidad de Remie en cuanto se unieron a los escuderos, Remie no salía a menudo con Kerio, pero seguía considerándolo un amigo íntimo.

Remie fue a verle al día siguiente después del entrenamiento. Se acercó a Kerio en el patio durante una de las sesiones de entrenamiento en solitario de Kerio, pero cuando le preguntó si podían hablar, Kerio le dijo:

—Lo siento. Tengo una reunión con otra persona después de esto.

Oh. Qué lástima.

Al ver que Remie parecía abatido, Kerio añadió:

—Ahora mismo no puedo, pero me encantaría hablar contigo más tarde. Podríamos hacerlo mañana, o-oh, ya sé. ¿Qué tal si te quedas a dormir en mi habitación esta noche? Así no estaremos apurados de tiempo.

—¿Estás seguro? —preguntó Remie, con los ojos brillantes.

Las fiestas de pijamas no estaban aprobadas, pero los profesores no tenían forma de enterarse, así que ocurrían de vez en cuando. Los chicos de la misma residencia a veces se quedaban a dormir en la habitación del otro cuando se liaban demasiado. Sin embargo, los chicos vivían juntos 24 horas al día, 7 días a la semana, por lo que no parecía algo especial y, siendo realistas, no hacían gran cosa en esas fiestas de pijamas. Con el tiempo, esta práctica desapareció.

No obstante, pasar la noche en otra residencia era otra historia. Cada residencia tenía una distribución un poco distinta y dormir en un sitio diferente siempre era emocionante. Por eso, a veces los amigos de otros dormitorios pasaban la noche en las habitaciones de los demás.

Remie, con su pequeño círculo de amigos (y quizá era pequeño porque su aspecto blando le dificultaba mezclarse con los demás), ansiaba tener una fiesta de pijamas en otro dormitorio. Olvidó en un instante toda su preocupación por Queen.

—Claro —dijo Kerio—. Que sepas que mi habitación está hecha un desastre.

—¡No me importa! —gritó Remie.

Y con eso, los planes de Remie para la noche estaban hechos.

Después de volver al dormitorio norte para bañarse y cenar, Remie llamó a la puerta de Kerio con una bolsa de viaje al hombro, un enorme peluche en ambos brazos y una mirada un poco nerviosa.

Kerio vio de quién se trataba y abrió la puerta.

—Me alegro de que hayas venido —dijo—. Pasa.

—Gracias por recibirme —murmuró Remie, asomando con cautela el pie derecho por el marco de la puerta. Su pie izquierdo se arrastró tras él. Una vez que todo su cuerpo estuvo dentro, su verdadero placer se hizo evidente, una sonrisa se extendió por su rostro.

—Iré a traernos un poco de té —dijo Kerio.

—Oh, yo también iré —dijo Remie, saliendo de inmediato por la puerta.

—No, está bien. Siéntete como en casa.

Pero mientras Kerio intentaba animar a Remie a quedarse, Remie gritó:

—¡Yo iré!

En su excitación por su primera fiesta de pijamas, estaba siendo muy asertivo.

—Vale —dijo Kerio—. ¿Qué tal si vamos juntos?

—Claro.

Los dos se dirigieron al salón este del dormitorio. El salón este resultó ser, en opinión de Remie, bastante tranquilo. (De seguro porque los chicos del dormitorio este solían ser más tranquilos que los del dormitorio norte).

En cuanto vieron a Kerio, un par de chicos en una mesa le llamaron:

—Kerio, ¿te gustaría jugar a un juego de mesa con nosotros?

Tenía la sensación de que tendría muchos amigos, pensó Remie. Aunque fuera extraño, se sintió casi celoso.

—Lo siento, esta noche no —dijo Kerio—. Un amigo de otro dormitorio se queda a dormir.

Los chicos se quedaron atónitos.

—¿Tienes amigos en los otros dormitorios?

Remie soltó una risita de alegría. Me llama su amigo.

Los chicos alzaron el cuello para ver a Remie de pie detrás de Kerio, y la luz del reconocimiento apareció en sus rostros.

—Oh —dijo el primer chico—. Él.

—Ah —dijo el segundo—. Él.

—Ajá —dijo el tercer chico—. Él.

Esto no tenía sentido para Remie. ¿Qué querían decir con “él”?

Se inclinó para susurrar al oído de Kerio.

—¿De qué va eso de “él”? —preguntó.

—Oh, de seguro es eso —dijo Kerio, y señaló una de las paredes. Ahí colgaba un retrato de Remie y Queen. Lo curioso… era que ambos estaban vestidos de mujer.

—¡¿Q-Qu-Qué hace eso aquí?! —gritó Remie mientras corría hacia aquella cosa espantosa. Sus mejillas se encendieron mientras el resto de su cara palidecía. Se apresuró a tratar de bloquear la parte que lo mostraba, sin importarle que era demasiado tarde y que Kerio ya debía haber visto esa imagen cientos de veces.

Uno de los chicos de la mesa de juegos de mesa dijo:

—Se lo compramos a ese chico del dormitorio norte. Ya sabes, el pequeño.

El segundo añadió:

—Vino un día disfrazado al dormitorio con ese cuadro y nos preguntó si podía venderlo, ya que estaba sin dinero.

—Quiero decir, los sujetos son lindos, y el arte no está mal —dijo el tercer chico—. Así que todos colaboramos para comprárselo.

Remie gimió.

—¡Heeath!

El absurdo regalo de despedida de la princesa ausente (cuya desaparición había sido causa del viaje de Remie al dormitorio este en primer lugar) hizo hervir la sangre incluso del apacible Remie.

—¡Este cuadro se hizo sin mi permiso! —gruñó—- ¡Voy a devolverlo! Me encargaré de que les devuelvan el dinero, ¡pero por favor dame algo de tiempo para eso!

¡Ahora sí que necesitaba encontrar a Fie!

Sin embargo, los chicos del juego de mesa fruncieron el ceño cuando Remie agarró con furia el marco de la foto.

—¿De verdad te lo vas a llevar…? —preguntaron.

Esta inusual reacción de su inusual origen hizo reflexionar a Remie

—¿Eh? —dijo.

—Lo que pasa es que ahora le tenemos mucho cariño…

—Verás, al principio lo colgamos como una especie de broma porque es un retrato de Queen —añadió otro chico—, pero después de un tiempo, empezamos a sentir que la forma en que nos mira es algo alentadora, ¿sabes?

—Sí, y nos hace esforzarnos más durante nuestro entrenamiento diario. Echaríamos mucho de menos ese cuadro si desapareciera.

—¿Eh? —dijo Remie.

Resultó que había ganado fans sin ni siquiera saberlo. Es decir, fans de él vestido de mujer.

A Remie le gustaba complacer a la gente, así que esto le puso en un aprieto. Quería recuperar aquel odioso cuadro por vergüenza, pero no se atrevía a hacerlo delante de la caras inocentes y apenadas de los otros chicos. Dividido entre estos deseos contradictorios, Remie se volvió hacia Kerio.

—Kerio, ¡¿qué crees que debería hacer?! —gritó. Por qué se lo preguntaba a Kerio era un misterio, pero Remie necesitaba el consejo de alguien.

Kerio no conocía toda la situación, pero de todos modos se frotó la barbilla y asintió pensativo:

—A mí también me gusta ese cuadro —dijo—. Es como si lo viera todos los días.

Remie soltó el marco del cuadro y dijo:

—E-Eso está bien (Remie tampoco estaba muy seguro de lo que quería decir con esto). Quizá lo deje estar… por ahora.

Los chicos del juego de mesa vitorearon.

Después de distraerse con las travesuras en el salón, Kerio y Remie por fin prepararon su té y regresaron a la habitación de Kerio. En su nerviosismo inicial, Remie no había tenido la presencia de ánimo suficiente para prestar mucha atención a la habitación, pero ahora se había relajado lo suficiente como para fijarse en lo que le rodeaba. La habitación de Kerio era como Remie se la había imaginado: muy juvenil, ordenada como un alfiler y pocos elementos decorativos. Sin embargo, había un objeto que no encajaba con la imagen mental que Remie tenía de la habitación de Kerio, y lo detectó de inmediato.

Era un osito de peluche sentado encima de una pequeña cómoda.

—¿Es…? —preguntó Remie. Aquel oso parecía propio de la habitación de una niña, pero formaba parte de un conjunto a juego que Remie había comprado en su primer viaje de compras a la ciudad con Kerio. Su compañero era el peluche que Remie había traído esta noche.

—¡Lo has puesto tú! —gritó Remie encantado.

Kerio le devolvió la sonrisa.

—Sí, ya que me dijiste que lo comprara.

Claro, Remie lo había hecho, pero en ese momento no estaba seguro de sí a Kerio le gustaría. Que a Kerio le gustara, o al menos lo suficiente como para exhibirlo en tan buen lugar, emocionó a Remie. Soltó una risita interna y sentó su peluche junto al oso de Kerio. Los dos osos de peluche estaban ahora sentados uno al lado del otro, con sus colores crema y marrón oscuro casi a juego con el pelo de Remie y Kerio. Remie sonrió admirando su obra.

De repente, Kerio le preguntó:

—Dijiste que querías hablar de algo, ¿verdad?

Remio dio un respingo.

—¡Ah, sí! ¡Cierto!

Así es, había venido a pedir consejo, pero se le había olvidado por completo.

Ahogó su sonrisa mientras se daba la vuelta. Tenía que ponerse serio, por el bien de la Reina, se dijo. Se sentó, doblando las piernas en una pose de niña por costumbre. Kerio, por su parte, se sentó frente a Remie con las piernas en alto y con su expresión habitual.

En primer lugar, Remie puso a Kerio al corriente de la situación de Queen y Heath. Las circunstancias de Queen y Heath no eran como para hablar de ellas a cualquiera, pero Remie sabía que podía confiar en Kerio. Tardó mucho en explicárselo, pero Kerio lo escuchó todo con seriedad, como hacía siempre que Remie hablaba de sus peluches. A Remie le gustaba eso de él.

—Y eso fue lo que pasó —concluyó Remie—. Aunque todo son rumores, así que no conozco ninguno de los detalles.

—Si todo es cierto —dijo Kerio—, tienes razón en que sería un reto para un escudero colarse como espía. Creo que necesitarás la ayuda de otra persona.

—Sí, estoy de acuerdo. Pero el caso es que ninguno de los caballeros mayores está dispuesto a ayudarnos.

Los adultos solían estar de su lado, pero esta vez obstaculizaban cada movimiento de Remie y sus amigos. No lo hacían para ser malos, pero… Bueno, por muy adultos que se sintieran los escuderos en su segundo año de entrenamiento, ahora eran tan impotentes que bien podrían haber sido niños.

Al ver que la melancolía volvía a apoderarse de Remie, Kerio preguntó:

—¿Por qué no pides ayuda a las criadas?

—¿A las criadas? —preguntó Remie sorprendido.

—Sí, deben de tener una buena idea de lo que ocurre en palacio, ¿no crees? Puede que sepan algo de esto y, como mínimo, pueden entrar en palacio con más facilidad que nosotros. Si todo va bien, incluso podrían hacer nuestro trabajo de espionaje por nosotros. Y los escuderos tenemos una forma especial de hablar con las doncellas más jóvenes. Ya me entiendes. A eso.

—¡Oh! ¡Ahora que lo mencionas, tiene sentido!

Kerio tenía razón. Las criadas estaban en una posición óptima para explorar el palacio y recopilar información. Además, sin duda había varias candidatas que podrían ayudar, y ya existía una línea de comunicación entre esas criadas y los escuderos. Sin embargo…

Remie enrojeció un poco mientras miraba a Kerio. Kerio empezó a sudar bajo este interrogatorio visual.

—Para que te quede claro, nunca he asistido a “eso” antes —explicó Kerio—. Lo siento, pero no voy a ser de ninguna ayuda aquí.

—Vale, ya veo.

“Eso” se refería a tener una cita para tomar el té con las criadas. Los chicos del dormitorio norte habían anhelado participar en un evento tan ilustre desde su primer año de formación. Su motivo oculto no era tan sano como el amor al té, sino más bien el deseo de conocer chicas y hacerse amigo de ellas.

Cuando, tras múltiples fracasos y contratiempos, los chicos lograron su sueño, las numerosas demandas de la parte femenina de la ecuación hicieron que los chicos del dormitorio este acabaran mezclados en el grupo de las siguientes interacciones de este evento. Sin embargo, no todos los chicos participaron. Como dijo Kerio, él no tenía ningún interés en estos eventos y, como tal, nunca participaba, incluso si era invitado cada vez. (Por cierto, Rigel y Luka nunca fueron invitados, ya que convertirían el evento en una pesadilla).

Remie, que también formaba parte del grupo de los no invitados, se rio por lo bajo.

—En realidad, yo tampoco —confesó. Se preguntaba por qué, pero siempre parecía que le dejaban fuera del grupo. Remie no quería ir per se, pero aun así le dolía.

Saber que Kerio tampoco había ido le hizo sentirse mejor, pero eso también echó por tierra las cosas: ni Kerio ni Remie tenían contacto alguno con las criadas. Por desgracia, Gormus, Slad y Gees también estaban en el bando de los no asistentes. Las únicas dos personas de su grupo de amigos que asistían eran Fie, siempre la gata curiosa, y Queen, siempre el perro que la seguía. Pero ellos dos estaban en el meollo de la cuestión. Una estaba ausente, causando así todo este asunto, y el otro necesitaba animarse, creando así el propósito de esta operación. Así que eso también fue un fracaso.

Al ver que Remie parecía perplejo, Kerio dijo:

—Puedo intentar buscar a alguien que tenga contacto con las criadas.

—Oh, no. No pasa nada. Ya me has escuchado y me has dado esta gran idea, así que ahora intentaré el resto por mi cuenta. No hay nadie en mi grupo inmediato de amigos que sirva, pero seguro que funcionará si amplío un poco la búsqueda.

Kerio sabía escuchar y daba consejos serios. Sí, pensó Remie, de verdad me cae muy bien. Oír que Kerio le llamaba amigo a cambio, inspiró a Remie a dar lo mejor de sí mismo, no fuera que decepcionara a Kerio.

—Está bien —dijo Kerio—. Pero si necesitas mi ayuda, que sepas que estoy a tu disposición.

—Claro, gracias.

Su conversación posterior derivó hacia otros temas antes de que acabaran acostándose. A la mañana siguiente, Remie se cambió el pijama por el uniforme de escudero mientras Kerio se sentaba a su lado a leer un libro. Remie tenía que madrugar esta mañana para llegar a tiempo al dormitorio norte, mientras que Kerio no tenía esa necesidad. Sin embargo, Kerio se levantó temprano de todos modos y preparó té para Remie antes de irse.

El té se había enfriado lo suficiente para que Remie lo bebiera mientras se cambiaba. Sujetando la taza con ambas manos, Remie empezó con timidez:

—Um… creo que…

Se sentía raro irse tan temprano con un casual “adiós”.

—¿Hm? —dijo Kerio.

—Te… volveré a ver pronto…

¿Por qué demonios había caído en eso? Remie se puso rojo de vergüenza y sus últimas palabras se convirtieron en un susurro.

Sin embargo,  Kerio solo sonrió en respuesta.

—Ah, claro. Cuídate. Hasta pronto.

—Ajá.

Al salir de la habitación de Kerio, Remie también esbozó una sonrisa.

Remie no era de los que se acercaban a la gente por su cuenta, pero más tarde se armó de valor y preguntó si podía organizar una reunión con las criadas. Los otros chicos se sorprendieron al principio, pero pronto se dieron cuenta de cuál era su objetivo y accedieron a ayudar. Ahora las cosas iban mejor, pensó Remie, y todo gracias a Kerio.

Sin embargo, cuando se reunió con las criadas y abordó el tema, una de ellas dijo:

—A ver, ¿qué sé yo de la princesa Fie…? Todas somos chicas nuevas, así que nunca hemos tenido la oportunidad de conocerla. Podríamos intentar colarnos y verla, pero algunas de las otras chicas ya rompieron las reglas al respecto, así que ahora las criadas mayores nos están reprimiendo de verdad.

—Ya veo —dijo Remie, decepcionado. No se había esperado esa respuesta, pero bueno. De vuelta a la mesa de dibujo—: Perdón por la petición tan poco razonable.

Ver a Remie en ese estado angustió a las chicas. Era tan guapo que tenía, aunque fuera sorprendente, toda una pandilla de admiradoras secretas. Menos que querer salir con él, muchas de ellas querían ser sus amigas o incluso solo posar sus ojos en él. Las criadas se apresuraron a ofrecer sus mejores informes.

—¡Pero la hemos visto de lejos! —dijo una de las criadas—. No pude verla bien porque estaba demasiado lejos, ¡pero me pareció muy linda!

—¡Claro! Y parece pequeña. Más pequeña que yo, creo —añadió otra.

Toda la información que tenían iba en el mismo sentido, pero las chicas se habían esforzado por pensar en algo.

—Gracias —dijo Remie, y les dedicó una sonrisa por sus esfuerzos.

Sin embargo, una chica entre ellas no había dicho ni pío hasta el momento. Era la más joven del grupo y se había pasado todo el rato mirando a Remie confundida. Por fin, se armó de valor para hablar y dijo:

—Estás buscando a Heath, ¿verdad?

Esto sorprendió a Remie. Solo había mencionado a la princesa Fie, la recién llegada al palacio, pero esta chica adivinó de manera correcta que en realidad estaba buscando a su amigo Heath. Remie no lo sabía, pero se trataba de la misma chica a la que Heath había salvado una vez de ser molestada por algunas de las criadas mayores.

Una de las chicas habló desde el grupo, diciendo:

—¿De dónde viene eso, Arcia?

La que hablaba no era otra que las antiguas atormentadoras de Arcia, pero el acoso había tenido lugar hacía ya más de un año. Al ver a Arcia tan angustiada, esta chica estaba preocupada por su compañera de trabajo.

Remie se quedó mirando a Arcia y, por un momento, no supo qué responder. Sin embargo, al ver que Arcia parecía tan seria, Remie también se armó de valor y dijo:

—S-Sí, es correcto.

Arcia bajó la mirada y permaneció en silencio durante un momento. Por fin, declaró con una voz llena de convicción:

—La chica del palacio conocida como la princesa Fie es en realidad Heath.

—¡¿Eh, qué quieres decir?! —gritó una chica.

—Heath es ese chico tan lindo del dormitorio norte, ¿verdad? —preguntó otra—. Ya sabes, el travieso.

—¿Quieres decir que la princesa Fie…? —dijo desconcertada una tercera doncella.

—¿Es eso cierto, Arcia? Solo la vimos de lejos. No podemos estar seguras-

—No, estoy segura —dijo Arcia—. Es Heath. No sé qué hace en un lugar como éste ni por qué le llaman Princesa Fie, pero estoy segura de que es Heath. Lo reconocería en cualquier parte.

Esto dejó a las criadas en silencio. Miraron a Arcia con los ojos muy abiertos y dudosos.

Remie decidió decirles la verdad.

—Es un poco complicado, pero… Estoy intentando ponerme en contacto con la princesa Fie, es decir, con Heath, porque es mi amigo. Así que esperaba, si alguna de ustedes estaría dispuesta a hablar con él…

Si bien Remi y los demás no podían hacerlo, tal vez las criadas tuvieran más suerte. No estaba seguro de cuánto podrían hacer, pero esperaba que fuera lo que fuera le levantara el ánimo.

—No sé… —dijo una de las chicas.

—No creo que podamos hacerlo… —añadió otra.

—Tendremos un problema enorme si nos atrapan…

Arcia miró a Remie a los ojos mientras las otras chicas ponían sus excusas. Su mirada era casi desalentadora. Arcia tragó saliva e intentó devolverle la mirada.

Ella preguntó:

—Heath es importante para la persona que te preocupa, ¿verdad?

Remie no supo qué contestar, pero asintió.

—Sí, mucho. Creo que es más importante para Queen que cualquier otra persona en el mundo.

Debía de serlo, o de lo contrario Queen no habría estado en semejante estado, pensó Remie. Lo sabía muy bien por todo el tiempo que había pasado velando por ellos dos. Ellos, a su vez, eran amigos importantes para Remie.

Arcia guardó silencio unos segundos y luego asintió.

—Muy bien. Entonces haré lo que pueda.

—¡¿Arcia?! —gritó una criada.

—P-Pero es peligroso… —añadió otra de sus amigas. Todas las criadas mayores estaban preocupadas por ella, pero la determinación de Arcia era inamovible.

—Entendemos a la perfección cómo se siente —dijo Arcia—, por eso quiero hacerlo.

Las criadas se callaron.

—Por favor, dile que le escriba una carta a Heath, y haré todo lo posible para hacérsela llegar de alguna manera.

—Gracias, Arcia —dijo Remie. Le hizo una profunda reverencia.

♦ ♦ ♦

El hechizo depresivo de Queen continuaba sin cesar mientras se sentaba en una silla del salón, con la mirada perdida en el espacio. Fie ocupaba por completo sus pensamientos, en particular el recuerdo de la vez que se vistió de mujer para él en su habitación. Llevaba rogándole que lo viera desde la ocasión en que le obligó a travestirse, y por fin su deseo se había hecho realidad.

—Dame un segundo —le había dicho. Queen se sentó en la cama, mirando con atención a la pared. Se oyó un crujido de ropa detrás de él.

Fie se estaba cambiando. Con ropa de mujer.

Era un día de descanso, cuando apenas quedaba nadie en el dormitorio, todos los demás habían salido de excursión o estaban fuera ayudando a los caballeros mayores. Era el mejor momento para que Fie se travistiera… espera. Era el mejor momento para que Fie se vistiera como la chica que era, más bien.

Sin embargo, el problema era el siguiente: ¿dónde se cambiaría de ropa? Fie no quería que nadie la viera con aspecto de chica mientras viviera disfrazada de chico, lo que significaba que ir a cambiarse a otro sitio, aunque estuviera cerca, estaba descartado. Fie tampoco podía cambiarse sola mientras Queen estuviera fuera, ya que podría causar problemas. Esto significaba que, si Queen quería ver a Fie de niña, tendría que quedarse en la misma habitación que ella mientras se cambiaba. Después de pensarlo durante varios días, decidió hacerlo y se sentó de manera rígida en la cama y miró a la pared como si su vida dependiera de ello.

Sus sensibles oídos captaban los sonidos del cambio de su enamorada. Queen era un adolescente y no podía fingir que lo que ocurría a sus espaldas no le interesaba. La tentadora (y apropiada para su edad) idea de darse la vuelta para echar un vistazo -aunque esto era muy perverso- bailó en su mente. Sin embargo, su leal naturaleza perruna (aunque él mismo nunca lo pensara así) le exigía mirar con atención a la pared y nunca, de ninguna manera jamás, mirar hacia atrás.

Sin embargo, incluso la visión de la pared desnuda frente a él era suficiente para inflamar sus mejillas.

Mientras tanto, Fie empezó a decirle de manera despreocupada cosas como:

—Oye, Queen, ¿no estás cansado de sentarte así?

—No me canso.

O,

—Urgh, es tan difícil de cerrar esta cosa.

—No miraré.

Se tomó su tiempo para cambiarse. Entonces, por fin, el calvario de Queen llegó a su fin.

—Oh Queen, estoy lista~ —cantó.

Las palabras apenas habían salido de su boca cuando Queen se dio la vuelta y contempló el espectáculo. Fie llevaba un vestido azul y se había peinado hacia un estilo más femenino. Es adorable, pensó Queen. El corazón le dio un vuelco.

Con su típica actitud despreocupada, levantó cada brazo y giró sobre sí misma, comprobando que todo estaba en su sitio antes de dirigirse a Queen.

—Me siento un poco rara desde que estoy fuera de práctica —dijo—. Hacía cinco meses que no me ponía esto.

Perdido en la neblina de contemplar la hermosa sonrisa de Fie, los desconcertados engranajes del cerebro de Queen tardaron unos minutos en girar y registrar lo que había dicho. Espera, espera. ¿Qué había dicho?

—¿Cinco meses? —preguntó. Aparte de esto, ¿qué otra oportunidad había tenido de vestirse como una chica?

—Sí, me lo puse para ir a la ciudad con Sir Crow —dijo.

¿Fuiste a la ciudad… con sir Crow…? pensó Queen. Crow se había adelantado a Queen al ver a Fie vestida de chica, ¡y nada menos que en un viaje a la ciudad! Sir Crow merecía respeto como segundo al mando del capitán Yore, pero Queen se puso verde de envidia al pensarlo.

Incluso ahora, de vuelta en el salón, Queen aún podía sentir esa punzada de celos. Justo entonces, se dio cuenta de que Remie estaba de pie frente a él.

—Queen, ¿estás bien? —decía Remie.

—S-Sí, lo siento. ¿Me hablabas a mí?

—Sí. Es la tercera vez que intento llamar tu atención.

Queen había estado demasiado absorto en sus recuerdos como para darse cuenta de las voces del exterior. Eso demostraba lo mucho que le importaba Fie.

—Lo siento —dijo Queen—. ¿Qué está pasando?

Remie miró a su alrededor para asegurarse de que nadie le escuchaba y luego susurró:

—No pasa nada, pero hay algo de lo que no puedo hablar aquí. ¿Puedes venir conmigo?

—Claro —dijo Queen. Siguió a Remie, confuso.

Remie condujo a su habitación, donde les esperaban Gees y Slad. Mientras Remie detallaba su encuentro con las criadas, Queen se dio cuenta de que sus amigos estaban preocupados por él. Además, Remie explicó que había pedido ayuda a las criadas y una de ellas le prometió que haría todo lo posible por actuar como intermediaria entre los chicos y Fie. Si tenía éxito, tendrían la oportunidad de volver a hablar con Heath. Por lo tanto, Remie le pidió a Queen que escribiera una carta con todas las cosas que quería decirle a Fie.

Los ojos de Queen se abrieron de par en par. ¡Puedo volver a hablar con Fie!, pensó. Se imaginó a su chica favorita en el mundo. Entonces, tragó saliva y dijo:

—Lo siento. Aprecio tu intención, pero creo que es mejor que me niegue.

—¡¿Eh?! —gritó Slad. Sin embargo, Remie y Green parecían esperar que esto sucediera.

—No quiero causarle problemas a la criada —dijo Queen—. Y si ella encuentra a Fie, terminaré causándole problemas a Fie también. Después de todo, ella… ya está casada con el rey Roy…

Su rostro se torció de dolor al pronunciar estas últimas palabras.

—Así que no puedo. Lo siento.

Por supuesto que Queen quería ver a Fie, sobre todo teniendo en cuenta lo deprimido que estaba en su ausencia, pero puso una cara valiente, y llegó a esta decisión admirable en su lugar. Sin embargo, a los ojos de los otros chicos, esto no era admirable. Era desgarrador. Sabían bien lo mucho que Queen se preocupaba por ella.

Queen les dedicó una rara sonrisa y dijo:

—Les agradezco que hayan hecho esto por mí. Gracias. Por cierto, el otro día me preguntaron si quería ir al circo, ¿verdad? ¿Sigue en pie esa oferta?

—S-Sí, ¡por supuesto! —dijo Slad—. Estará aquí a finales de mes, ¡así que vamos!

—Claro.. —dijo Gees.

—U-Uh-huh —dijo Remie.

Remie y los demás sabían que Queen solo estaba montando un espectáculo para ellos. Era una sonrisa falsa, una que no le había importado mostrar antes. El antiguo Queen nunca habría sido capaz de hacer eso, ya que en su torpeza general, llevaba su corazón en la manga, mostrando todas sus emociones -las buenas, las malas y las feas por igual- con perfecta honestidad. Sin embargo, Queen había empezado a cambiar, poco a poco, después de conocer a Fie.

Los chicos reafirmaron su amistad en su ausencia, pero una semana después, un inquietante rumor salió a la luz.

♦ ♦ ♦

Mientras Queen salía de la habitación de Remie, rumiaba el hecho de que había pasado un mes entero desde la última vez que había visto a Fie. Tal vez era poco tiempo para los chicos, pero a Queen le parecía una eternidad. Nunca había estado separado de ella tanto tiempo. Le dolía el corazón por ella.

A decir verdad, había querido aceptar la oferta de Remie y los demás. Quería volver a hablar con Fie, aunque solo fuera por carta.

Queen empezó a pasear de nuevo por el carril de los recuerdos. Su primer encuentro fue demasiado mortificante como para querer recordarlo. Y luego estaba toda la debacle cuando la vio por accidente en el baño. Cuando ella le juró obediencia absoluta, él se preguntó en qué se había metido. Sin embargo, cuando ella lo invitó a las reuniones con los demás para que se sintiera más a gusto en el dormitorio norte, se dio cuenta más tarde de que era él quien de verdad se beneficiaba de su acuerdo.

Siendo sincero, no recordaba el momento en que sintió algo por ella. En cuanto supo que era una chica, su corazón empezó a latir un poco más rápido cada vez que la veía. Pero no le gustaba por eso. Le gustaba porque, entre otras muchas razones, era tan linda cuando sonreía, se esforzaba al máximo en todo y era, incluso en sus momentos de duplicidad, un alma amable y gentil.

¿Qué debo hacer ahora…?, se preguntó. Según los rumores, Fie y el rey Roy se llevaban muy bien. Ahora que había vuelto al lugar que le correspondía como su esposa, muy pronto podría olvidarse por completo de Queen. Una vez que pensara en ello, se daría cuenta de que no tendría sentido volver con Queen. Como ya estaba casada, salir con Queen era lo mismo que tener una aventura, y Queen ni siquiera era todavía un caballero en pleno derecho; comparado con el rey, era casi un niño. Por otro lado, el rey Roy era maduro y atractivo. Claro, tener una primera esposa presentaba un pequeño obstáculo, pero tal vez era tan suave que podría lograrlo. Después de todo, la propia Fie había dicho que se llevaba bien con su hermana, y los que frecuentaban el castillo insistían en que los rumores que afirmaban que las gemelas tenían una mala relación eran falsos.

Si Fie era feliz donde estaba, entonces esto significaba el fin de las posibilidades de Queen con ella. No estaba seguro de cómo podría continuar su relación, ahora que todos sabían quién era ella en realidad. Deseaba poder huir con ella, como en los cuentos de hadas sobre caballeros y sus princesas que tanto le gustaban. Pero al fin y al cabo, seguía siendo un niño. No era un valiente caballero digno de estar al lado de una princesa.

♦ ♦ ♦

—¿Va a haber una insurrección? ¿Hablas en serio?

—Debe ser cosa del Duque Zerenade. Esto no puede acabar bien…

El comedor del almuerzo estaba inundado con la noticia: el duque Zerenade estaba preparando una insurrección. Duque era el rango noble más alto en Orstoll; el poder de un duque podía rivalizar con el del rey. En algunos casos, un duque gobernaba incluso su propio reino en miniatura, conocido como ducado. La monarquía de Orstoll era fuerte en comparación con otras naciones, pero incluso así, Roy no podía permitirse ignorar a sus vasallos. Si la mayoría de su nobleza desafiaba su gobierno real, el reino caería en el caos absoluto.

La noticia de que el duque Zerenade estaba reuniendo tropas para una rebelión corrió como la pólvora antes de que el reino pudiera hacer ningún tipo de anuncio oficial al respecto. Incluso los escuderos poco informados en política consideraban al duque Zerenade una persona no grata. Se rumoreaba que toda la actividad criminal que aún existía se remontaba a él, tan profunda era la corrupción del apogeo del rey anterior. Se decía que incluso algunos caballeros de aquella época vendían sus habilidades a las bandas de la época. Incluso después de que Roy sucediera en el trono y eliminara esos elementos de la orden, los criminales seguían acechando en Winnie, preocupando a la caballería.

Los chicos del dormitorio norte tuvieron reacciones encontradas ante la noticia. Algunos estaban preocupados, mientras que otros estaban animados.

—Me pregunto si esto llevará a la guerra —dijo uno de los chicos.

—¿Crees que nosotros también lucharemos? —dijo su amigo.

—¡Seguro que sí! —dijo otro niño—. ¡Le han hecho daño a mi abuelo!

—No seas estúpido —le reprendió un tercero—. Solo somos escuderos.

Remie y sus amigos estaban sentados almorzando en un rincón del comedor.

—Esto huele a problemas —dijo Remie. Él y los demás se habían pasado todo el mes preocupados por Fie, pero ahora tenían un problema mayor entre manos. Gormus se cruzó de brazos y dijo:

—Bueno, todos sabíamos que era cuestión de tiempo que ocurriera.

El rey Roy lo esperaba desde hacía años, ya que el poder y la influencia del duque Zerenade habían crecido con velocidad bajo el mandato del difunto rey. Era obvio, incluso para un niño con el más mínimo interés en la política, que esta oposición era inminente.

—¿Cómo ha ocurrido esto? —preguntó un niño en otra mesa.

—Buena pregunta —respondió su compañero de asiento—. No tengo ni idea.

—Sí, yo tampoco.

Por lo visto, los chicos del dormitorio estaban en minoría desinformada.

—Si estalla una rebelión repentina, me pregunto qué hará el rey… —dijo Remie.

Sí, el rey Roy quería evitar la guerra, pero no porque no pudiera ganar. Era lo más prudente, sobre todo teniendo en cuenta que el gasto desmedido y el manejo poco hábil del difunto rey casi llevaron al reino a la guerra civil. En cierto sentido, no se trataba tanto de ganar como de minimizar los daños y las bajas.

En comparación, las acciones del duque Zerenade fueron demasiado precipitadas. De acuerdo con la información disponible en esta fase preliminar, no era posible que acumulara suficiente poder militar para tener alguna posibilidad de ganar.

—Hmm —dijo Slad—. Yo tampoco sé qué va a pasar. Es una buena pregunta.

—No tienes que obligarte a participar en esta conversación —le dijo Remie.

—¡Ay! ¿Por qué eres tan malo conmigo este último tiempo?

—Bueno, lo que creo más probable —dijo Gees, hablando por encima de la cabeza de Slad—, es que el duque acabe atrapado y se desespere. Ya sabes, algo así.

—¡Ahora tú también me ignoras!

El anuncio oficial del reino llegó dos días después de esa conversación. Todo era información que los chicos ya sabían o habían predicho hasta el momento, como el hecho en que el rey Roy había obtenido pruebas de la conexión del duque con las bandas organizadas, que los que quedaban en Orstoll que habían colaborado en sus actos ilícitos ya habían sido detenidos y que la mayoría de la nobleza se había declarado a favor del rey.

Sin embargo, hubo un nuevo hecho que les conmocionó: El matrimonio de Roy y Fielle era falso, una medida temporal para evitar un atentado contra la vida de Fielle por parte del duque. No solo no estaba casada con Roy, sino que ni siquiera estaba enamorada de él. De hecho, amaba a una persona distinta y solo fingía estar casada para proteger su asociación. El rey se disculpó ante su pueblo por el engaño y, para demostrar su credibilidad, hizo estampar en la proclama el sello del sacerdote que celebró la ceremonia.

Esto causó un enorme revuelo entre la ciudadanía y, por supuesto, entre los escuderos.

—¡¿La reina Fielle no está de verdad casada con el rey Roy?! —balbuceaban los muchachos—. ¡No puede ser!

Todos sabían que era la imagen de un matrimonio enamorado, pero eso, al parecer, nunca había sido cierto. Los chicos se habían tragado la historia y estaban alucinados.

Cuando todo el alboroto se calmó, uno de los chicos se dio cuenta del verdadero problema.

—Un momento, si el rey Roy y la reina Fielle no están casados…

Los otros chicos también se dieron cuenta.

—El rey tiene otra esposa…—murmuró uno.

—Sí, y es nuestra amiga —dijo otro—. Y teniendo en cuenta que está casada con el rey…

Esa amiga que mencionaban en tono tan incrédulo era la “segunda” esposa del rey Roy, la que desataba rumores muy distintos a los de Fielle. Para los escuderos, era su diablilla residente, la infame alborotadora número uno del dormitorio norte.

Todo el mundo se imaginaba a este chico -más bien chica- con su corte de pelo corto.

—Espera, entonces… Si el rey no está de verdad casado con su primera esposa, ¿eso convierte a su segunda esposa en su… primera esposa otra vez? ¿Supongo?

Todos intentaron imaginar a su amigo Heath en el lugar de la reina Fielle. Aunque alguien la limpiara y le pusiera un vestido de reina, sabían que seguiría luciendo una de sus sonrisas más taimadas y poco propias de una reina mientras urdía algún plan diabólico. Los chicos se tomaron la cabeza entre las manos.

—¡¿Quieres decir que es nuestra reina?! —gritó uno.

Otro gritó:

—¡Esto va a acabar muy mal!

En ese momento, se oyó un gran sonido cuando alguien en la retaguardia del grupo se desmayó. Los escuderos se giraron y vieron a quien cabría esperar: Queen.

—¡Eh, Queen, ¿estás bien?! —gritó un chico.

—¡Aguanta, tío! —dijo su amigo—. ¡Todavía hay esperanza!

—¡Sí! Puede que estuvieras condenado desde el principio, y puede que ahora sea aún más inútil, ¡pero sí que hay esperanza!

Los escuderos tenían buenas intenciones, aunque faltara la ejecución. Queen tenía pocas esperanzas de que Fie volviera con él, pero al menos había corrido la historia de que Roy estaba enamorado de Fielle. Fie era, como todo el mundo sabía, una tercera rueda en su relación. Pero ahora este anuncio cambiaba las tornas; no había obstáculos en el camino de Fie hacia una relación con Roy. Además, según los informes de palacio, Roy y Fie eran uña y carne. Al parecer, Roy la cuidaba en muchos aspectos, y Fie también se había encariñado con él.

Queen sabía que Fie no era el tipo de chica que se dejaba impresionar por el rango de alguien, pero no podía dejarse convencer por un hombre mayor y atractivo que le prestara atención. Siendo sincero, Queen se había preocupado por esto mismo en numerosas ocasiones tras verla interactuar con sir Crow, incluso después de que empezaran a salir.

Pero el factor más letal (demasiado letal, en realidad) era que Fie y Roy ya estaban casados. Queen era un tonto por seguir preocupándose por ello. Por no mencionar que hacía meses que no la veía ni hablaba con ella.

Queen se levantó tembloroso y murmuró, con el rostro pálido y demacrado:

—Sí, estoy bien. Seguiré intentando ser el mejor caballero que pueda, aunque ella no vuelva a quererme. Además, si lo hago bien por mí mismo, tal vez me elijan como miembro de su guardia para que al menos pueda seguir estando con ella.

Los chicos se quedaron un poco sorprendidos, pero la visión solitaria y embelesada de Queen sobre el futuro tiró de la fibra sensible de los escuderos.

¿Seguirás con ella aunque no te quiera? pensó uno.

Eso es valiente, pensó otro.

Pero en cierto sentido, pensó un tercero, eso es tan trágico. Es peor que rendirse.

♦ ♦ ♦

Incluso a los escuderos se les encomendó la tarea de ayudar a reprimir la insurrección del duque, aunque su trabajo se reducía en gran medida a actuar como porteadores. A ellos les correspondía cargar los carros con las pertenencias y el equipo de los caballeros y soldados que debían ser llevados al frente.

Resultó que los altos mandos militares sabían de la insurrección mucho antes de que se anunciara la noticia, y de inmediato formaron una fuerza de defensa para la capital, garantizando así la seguridad de Wienne. Los intentos del duque Zerenade de reunir fuerza rebelde iban mal, lo que indicaba que se quedaría estancado en esta fase durante bastante tiempo. El bando de Roy estaba en este momento reuniendo el ejército perfecto, con armamento completo, para suprimir la fuerza insurgente. Las tareas de los escuderos eran solo una parte de este trabajo preparatorio.

Cuando terminaron por hoy, Remie y sus amigos se dirigieron a la ciudad. Remie suspiró mientras miraba a su alrededor.

—Hay tanta calma por aquí que nunca dirías que estamos a las puertas de la guerra.

—Puedes repetirlo —dijo Gees.

No era la tensión lo que hacía suspirar a Remie, sino la ausencia total de ella. Los niños corrían por las calles mientras los vendedores ambulantes mostraban sus mercancías a los exigentes ojos de las compradoras. Era un día típico y tranquilo en Wienne, pero los chicos estaban nerviosos, muy conscientes de la discrepancia de humor entre ellos y los civiles.

—Bueno, supongo que tiene sentido —dijo Remie—. El ejército del rey supera con creces al del duque, gracias a que los vasallos de Su Majestad se declararon a favor del rey. Los únicos miembros de la aristocracia que se declararon a favor del duque son los próximos a su ducado o aquellos cuyas manos están demasiado atadas al crimen como para tener otra opción. Quizá ni siquiera se llegue a la lucha.

Gees se rio.

—Ojalá —dijo—. Pero sea como sea, esto significa que nuestros planes de visitar el circo quedan descartados.

—Una maldita lástima —añadió Slad.

Mientras la gente común seguía con su vida cotidiana, los escuderos tenían el deber de participar en el esfuerzo bélico, encargados de dirigir el apoyo logístico. A juzgar por la hora prevista para la marcha del ejército, los muchachos tenían tiempo de hacer una visita rápida al circo, aunque por poco, pero estaban obligados a proteger al pueblo de Wienne, no a hacer el tonto en el trabajo. Además, se lo debían a los caballeros más veteranos que luchaban en el frente. Ahora era el momento de la autodisciplina, e incluso de ignorar el tan esperado circo.

Slad estaba muy decepcionado, pero vio un carro que vendía patatas al vapor y se animó.

—Eh —dijo—, esas patatas tienen una pinta estupenda. Vamos a verlas.

Gees suspiró.

—Mira a este chico, nunca se toma nada en serio. No es mejor que la mitad de la gente de Wienne.

Remie se obligó a reír.

—Sí, tienes razón.

—Me pregunto qué pasará cuando estalle la guerra —musitó Gees.

A pesar de que toda la ciudad parecía tan tranquila, los escuderos, destinados al campo de batalla real, sentían algo diferente. Era inquietante. Quizás alguno de sus amigos resultara herido o corriera algún otro peligro. Incluso ahora los caballeros estaban en primera línea. Tal vez alguien que conocían resultara herido de gravedad o, por mucho que se resistieran a pensarlo, nunca volviera a casa.

El rostro de Remie se hundió en la tristeza y Gees le dio una palmada en el hombro.

—Vamos, todo saldrá bien —dijo Gees—. Debes confiar en los caballeros.

Esta fue una muestra muy emocional por parte de Gees, pero hizo que Remie se sintiera mejor.

—Tienes razón —dijo Remie—. Espero que todos vuelvan a casa sanos y salvos y podamos estar juntos de nuevo.

Luego añadió en su mente: “Espero que también ocurra lo mismo con Heath y Queen…”. Sin embargo, Remie ya no creía con firmeza que eso pudiera ocurrir.

Mientras tanto, Slad saltó hacia el carrito de la comida y llamó a Remie y Gees:

—Eh, ¿cuántos quieren? Debería pedir un montón, ¿no?

Remie y Gees corrieron hacia ahí.

—¡Para! —gritó Gees—. Si pides demasiado, arruinarás la cena.

—Sí, modérate, por favor —añadió Remie.

El dueño del carrito de comida se rió de ellos.

—Son caballeros, ¿verdad? —preguntó.

—No, seguimos siendo escuderos —dijo Gees.

—Ya veo. Pero, aun así, van a darle a ese tal Duque Zerenade lo que se merece, ¿no? Yo apoyo eso. Toma esto. Invita la casa.

—¡Vaya! —gritó Slad.

—¡G-Gracias! —dijo Remie.

Así era Wienne en ese momento.

Después, un grupo de caballeros vino al dormitorio norte a ver a los chicos (aunque, por una vez, estaban haciendo su trabajo de manera diligente). Este grupo corría a menudo con Crow y eran un grupo amistoso. Crow no estaba con ellos esta vez, ya que se rumoreaba que estaba trabajando junto al rey en algunas cosas. Crow y Heath estuvieron una vez en el mismo pabellón, así que era posible que Roy y Crow estuvieran usando su trabajo como excusa para esconderse de ella.

Sorprendido por esta repentina visita, uno de los chicos preguntó:

—¿Qué ocurre? ¿Hay algún problema con los preparativos de la guerra?

—No, no te preocupes por eso —dijo un caballero—. ¿No saben que el circo está en la ciudad?

—¡Ah, sí, pero no vamos a ir, claro! Después de todo, hay una guerra.

No lo habían planeado de antemano, pero todos los chicos habían llegado a la misma conclusión de boicotear el circo. Aunque el dormitorio norte era una pandilla de niños problemáticos, esta vez captaron la expectativa táctica.

Los caballeros sonrieron.

—No, vayan a divertirse.

—¿Eh?

Los chicos se sorprendieron. Creían con seguridad que les habrían prohibido asistir.

—Claro, tienen mucho trabajo, pero no tanto como para no poder ir a ver el circo —dijo el caballero.

—Pues sí —dijo el portavoz de los chicos—. Eso parece, pero…

Tal vez porque los chicos se habían tomado su trabajo tan en serio, ahora quedaba poco por hacer.

—Pero pronto iremos al combate —terminó.

—Y por eso es que decimos que vayan —dijo el caballero—. Por supuesto, haremos todo lo posible para mantenerlos a salvo, pero nunca se sabe lo que puede pasar en la batalla. Tienen que divertirse mientras puedan. Claro que la guerra se avecina, pero ¿eso significa que tienes que evitar toda alegría y vivir el resto de tu vida en el aburrimiento? Nadie sabe lo que nos depara el futuro, pero apuesto a que seguiremos ganando aunque ustedes se diviertan un poco. A los adultos no nos importa; les decimos que vayan.

Los caballeros mayores habían hecho una visita a los escuderos solo para concederles (o casi ordenarles) permiso. Además, incluso con los preparativos de la guerra, los chicos aún disponían de cierto tiempo libre. Así que aceptaron encantados la amable oferta de los caballeros.

—¡De acuerdo! —gritó uno de los escuderos.

Otro dijo:

—¡Genial, vamos!

—Ahora no se emocionen demasiado y destrocen nada —advirtieron los caballeros—, o nuestros comandantes tendrán nuestras cabezas.

—¡De acuerdo! —juraron los chicos.

Cuatro días antes de que partiera el ejército de Roy, Queen y sus amigos fueron juntos al circo y se lo pasaron en grande.

—¡Vaya! ¡Ha sido increíble! —gritó Remie—. ¿Vieron el león?

—Sí —dijo Slad—. ¡Era como un gato, pero enorme!

Slad y Remie no podían ocultar su emoción. Queen, al verlos, se alegró de haber venido, pero su felicidad se evaporó cuando miró a la luna y pensó: “Ojalá Fie también hubiera podido venir con nosotros”.

Deja de pensar en ella, se reprendió. ¿No prometí dejar de preocupar a los demás? Dejó escapar un pequeño suspiro.

Entonces Gormus le dijo:

—Se me ha caído algo. ¿Me acompañas a recogerlo?

—Claro.

Gormus llamó a los demás.

—Oigan, Queen y yo vamos a volver a buscar algo que se me cayó.

—¡Entendido! Los esperaremos en los puestos de comida.

—Me parece bien.

Queen siguió a Gormus que, por alguna razón, bordeó la entrada de la carpa del circo y los condujo a un lugar desierto. Una vez terminada la actuación y calmado el alboroto resultante, los únicos sonidos que Queen podía oír eran los de los miembros del equipo limpiando con tranquilidad después del espectáculo. En ese momento, Gormus se dio la vuelta y dijo, con cara de desconcierto:

—No tienes por qué forzarte así. No tienes que salir con los demás si no quieres, y está bien estar deprimido. No sientas que tienes que ocultarlo.

Gormus debía haberse dado cuenta de lo que estaba pasando Queen, cosa que Queen agradecía, pero también le molestaba que alguien siguiera preocupado por él a pesar de sus mejores esfuerzos. Si Fie estuviera ahí, le habría dicho cómo manejar esta situación incómoda. Pero no estaba. Le tocaba a él ser más atento con los sentimientos de los demás, reflexionó Queen.

—De acuerdo… —dijo.

Los dos permanecieron unos instantes en silencio, observando el cielo estrellado. Por fin, Gormus murmuró:

—¿Son ciertas las historias de que Heath y tú salían juntos…?

Cuando examinó sus verdaderos sentimientos, se dio cuenta de que, en el fondo, había estado evitando a propósito este tema de conversación. Quién saliera con quién no era asunto suyo, así que se había esforzado por evitar los cotilleos en la medida de lo posible, alegando que era por el bien de Queen, pero… quizá también por el suyo propio. Queen se puso rojo y balbuceó:

—S-Sí.

De ninguna manera, pensó Gormus. Lo asaltó una tormenta de emociones complejas, incluidas algunas que lo asombraron incluso a él. Sabía que Queen no podía decir una mentira para salvar su vida, lo que significaba que sabía desde el principio que los rumores debían de ser ciertos, pero oírlo de la boca de Queen era otra historia.

Gormus dejó de inmediato de intentar indagar qué significaban esas emociones. No necesito saber todos los detalles, pensó, y menos ahora. Hay algo más importante de todos modos. En este momento, necesitaba ayudar a cierta persona que tanto Heath como él consideraban un querido amigo: Queen.

Queen era tan inepto en el ámbito social como para no pedir ayuda incluso cuando su amigo íntimo estaba justo delante de él, sin nadie más alrededor. Pero aunque no pudiera, había que hacer algo. Gormus había pasado más de un año con Heath y Queen, lo que significaba que, a falta del idiota residente, la tarea de ayudar a Queen recaía en él.

—Esto viene de un lugar de ser amigo de Heath, ¿de acuerdo? —dijo—. Heath es el idiota más grande que he conocido, un fanfarrón horrible, y un pequeño bastardo codicioso para empezar. Pero, no es el tipo de persona que rompería con su novio sin motivo. Así que cálmate y espérale, ¿está bien?

Los ojos de Queen se abrieron por un momento antes de volver a su habitual mirada inexpresiva, esta vez con una sonrisa de más.

—Sí, es verdad —dijo. Una luz parpadeó en sus ojos por un breve instante antes de apagarse de nuevo, solo para ser reemplazada por tristeza—. Pero se me ocurren muchas buenas razones para romper conmigo. Aún soy un niño, y estábamos teniendo una aventura, y no soy ni de lejos tan maduro y atractivo como Su Majestad el Rey. Además, cuando empezamos a salir le dije que la protegería, pero no puedo protegerla de nada.

Gormus no podía refutar ninguno de esos puntos.

—Bueno… —dijo—. No dejes que te afecte, ¿de acuerdo?

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