Voy a vivir mi segunda vida – Capítulo 29: La peculiar segunda esposa

Traducido por Ichigo

Editado por Sakuya


Al día siguiente, Fie estaba dando un paseo cuando vio que el capitán Yore entraba en la sala de referencia y decidió apresurarse tras él. A ella le había dado por pasear para pasar el tiempo con tanta frecuencia que la habían apodado la Segunda Esposa Paseante. Por lo general la acompañaba un séquito de sirvientas, pero hoy se le permitía pasear sola, siempre que permaneciera en los pisos superiores.

Hasta hacía muy poco, había podido ir a cualquier parte siempre que lo deseaba como escudera, por lo que este arreglo le resultaba un tanto odioso. Cuando quería bajar, primero tenía que volver a su habitación y avisar a las criadas. A modo de comparación, el capitán Yore siempre estaba merodeando por el lugar yendo cuando y donde le daba la gana. A ella no le parecía muy justo, pero el capitán era muy fuerte y competente, así que lo entendía. Además, a diferencia de ella, él sí trabajaba.

El trabajo de hoy requería que él buscara sus propios documentos, lo que a ella le pareció impresionante. Quizá necesitaba ayuda, pensó. Si era así, ella era la chica adecuada. Abrió la puerta y entró, en el momento en el que Roy se fijó en ella y se volvió para mirarla.

—¿Heath…? —dijo—. No, quiero decir, ¿Fie?

—¡Soy yo! —Aunque había permanecido en silencio, él adivinó de inmediato que era ella. Eso, pensó, solo demostró lo genial que era. Incluso los asesinos no podían hacer nada contra él, y mucho menos ella.

—¿Pasa algo?

—No, pero, ¿puedo ayudarte en algo?

Roy se disculpó ante la amabilidad desmedida de Fie.

—No. —Hizo una pausa—. No necesito ayuda. Solo quería encontrar la demografía de la población de la región de Pol. Lo siento.

Ella se disculpó y abordó otro tema de conversación.

—En realidad, me preguntaba si podría preguntarte una cosa más. —Una petición de ella era suficiente para excitarlo.

—Por supuesto. Pregunta.

—Es sobre nuestro matrimonio. Verás, he oído que finges estar casado con Fielle, así que me preguntaba si nosotros tampoco estamos casados de verdad.

—¡¿Eh?!

Roy se sobresaltó un poco, como si le hubieran golpeado.

En la penumbra de la sala de consulta, ella apenas se dio cuenta. Juntó ambas manos y se las llevó al pecho, sus ojos brillaban con perfecta confianza en su capitán.

—Conociéndote, me imagino que nuestro matrimonio es falso, pero quería volver a comprobarlo para estar segura.

—¡Gah! —Su plena fe en él lo puso de rodillas. Parecía estar sufriendo mucho.

Ella corrió a su lado.

—¡¿Qué pasa, capitán?! —gritó.

Él se agachó en el suelo con la cara entre las rodillas y al final, tras una larga pausa, murmuró:

—Lo siento.

—¿Eh?

¿Por qué se estaba disculpando de repente?

A Roy le corría el sudor por la cara, pero sabía que no podía huir.

—Lo siento… —balbuceó al final—. Mi matrimonio con la princesa Fielle es falso, pero el tuyo… no lo es…

Cierto, el falso matrimonio solo había sido urdido para resolver el problema de Fielle, pero ¿cómo demonios se había llegado a esto? La razón era simple e incluso ahora recordaba con claridad su estado de ánimo en ese momento. Por aquel entonces, sus pensamientos sobre Fie se redujeron primero a: “Eh, da igual”, y más tarde a: “Qué odioso”.

Roy había buscado por todas partes para encontrar a un miembro del clero con el poder de casar a la realeza, la voluntad de cooperar para fingir un matrimonio y los labios tan apretados como para mantenerlo en secreto. Mientras tanto, todos los sacerdotes de la iglesia clamaban por tener el honor de casar al rey de Orstoll con la Sacerdotisa de la Curación, lo que lo obligó a esforzarse el doble en idear explicaciones plausibles para rechazarlos a todos mientras maniobraba para sortear a todos los demás obstáculos posibles.

La parte más difícil de proteger a la princesa Fielle fue orquestar la boda falsa. Teniendo en cuenta todas las molestias que supuso hacerlo por ella, Roy no sentía la necesidad de hacer lo mismo por Fie —la molestia no deseada, a sus ojos— si podía evitarlo. Cuanta menos gente se viera envuelta en matrimonios falsos, mejor. Por lo tanto, el rey y la reina de Daeman aceptaron de buen grado su sugerencia de celebrar su ceremonia matrimonial sin su presencia debido al retraso de su partida. Su boda se celebró de una manera muy burocrática, lo cual, pensó Roy, era todo lo que necesitaba. O más bien, en ese momento, los gastos adicionales en que había incurrido por proteger a Fielle y la gratitud que ella debería haber sentido por que él se hiciera cargo de todo este sinsentido matrimonial, preocupaban sus pensamientos.

Sin embargo, tras conocer la verdadera identidad de Heath y toda su situación, miró hacia atrás y pensó: “Oh, no, cometí un terrible error”. En todo caso, solo un punto en toda una larga lista de circunstancias horribles. Los padres de Fie la empujaron al matrimonio por dinero, pero ni él ni nadie le preguntó ni una sola vez por su opinión al respecto; además, una vez casados, la ignoró por completo y, para colmo, la encerró en sus aposentos. Esa no era forma de tratar a una joven. Y más tarde, Roy lo supo, se metió en más problemas causados por sus propias acciones.

¿Cómo había sucedido? La respuesta estaba tan clara como la nariz de su cara: quizás era la primera vez que reflexionaba sobre su propia vida. Siempre había estado tan concentrado en mirar hacia adelante por el bien de su reino y en seguir adelante que nunca había considerado sus propias acciones. Ahora él lo lamentaba mucho. La había tratado con rudeza porque sus prejuicios contra las mujeres le habían nublado la vista. Por supuesto, este defecto ya le había sido señalado en múltiples ocasiones, pero él había dejado que se apoderara de él y lo había dejado de lado hasta que al final salió a la luz. Ahora se sentía muy culpable y de igual forma arrepentido.

Quizás su vida había sido demasiado tranquila hasta ahora. Sí, había habido momentos difíciles. Sí, había habido luchas. Sin embargo, siempre había pensado que, por el bien de su reino, sus amigos y sus súbditos, estaría bien, siempre y cuando siguiera por el mismo camino de siempre: aprender de los errores del pasado, estudiar para compensar las carencias y trabajar duro para superar los obstáculos. Sin embargo, era la primera vez que él se encontraba con una situación que no podía resolver. Esta joven había sido herida por sus propios prejuicios y su orgullo, y por mucho que aprendiera, estudiara o se esforzara, eso no iba a cambiar.

Esta chica, la chica a la que no sabía cómo enfrentarse, estaba ante él y parecía un poco abatida mientras murmuraba:

—Ya veo…

Luego añadió:

—Bueno, no sirve de nada llorar sobre la leche derramada. Además, trabajaste muy duro para Fielle, así que no dejes que te moleste demasiado. ¿De acuerdo, capitán Yore?

Su culpabilidad era evidente en su sonrisa sudorosa y algo turbada, así que ella intentó animarle en su lugar. Algo en su propia sonrisa sugería que ya estaba acostumbrada a recibir el extremo corto de la vara, y eso solo hizo que la hoja se clavara más en el corazón de Roy, la espada invisible de la culpa que estos días se clavaba más profundo en su espalda con cada paso que daba.

♦ ♦ ♦

Desde el día de su nacimiento estaba escrito en piedra que él algún día recorrería el camino de la realeza, nacido como heredero legítimo al trono, de una madre que falleció cuando él era demasiado joven para recordar. Su padre tenía amantes, pero éstas no eran aristócratas; el rey prefería con campesinas de cabeza hueca. Si tuvo hijos con ellas, nunca se habló de ello. No es que importara ya que Roy poseía el derecho más legítimo al trono.

Desde sus primeros recuerdos, él había crecido sabiendo que todos esperaban que algún día fuera rey. Lo supo por primera vez poco después de cumplir cinco años. Aquel fatídico día, él y su séquito de sirvientes paseaban en carruaje por las afueras de la capital, cuando vio un barrio poblado de casuchas destartaladas y gente demacrada, muy lejos de las espléndidas mansiones y tiendas de las afueras.

—¿Qué es eso? —preguntó a uno de sus sirvientes.

—Eso, Alteza, es donde viven los empobrecidos. No debe ir nunca ahí, o podría contraer una enfermedad.

Roy ignoró al criado, bajó de un salto del carruaje aún en movimiento y corrió hacia el vecindario. Alarmados, los criados detuvieron los caballos y persiguieron al príncipe fugitivo.

Este barrio era, en efecto, una parte de Winnie, pero a diferencia de ahí, de los confortables sectores de clase media de la ciudad que se encontraban justo al lado, la hambruna infestaba la zona. Era un lugar deprimente y lúgubre, y la gente que vivía ahí, caminaba sin luz en los ojos. No eran los mismos ojos que el príncipe veía en sus recorridos habituales en carruaje.

El criado lo alcanzó y, frunciendo el ceño, lo amonestó.

—Alteza, ¿qué está haciendo? Esto es muy peligroso. Debemos abandonar este asqueroso lugar de inmediato.

—Mi señor padre me regaló una piedra preciosa por mi cumpleaños —dijo Roy—. Véndala y usa el dinero para dar comida a esta gente.

El sirviente jadeó, sin palabras.

—¡Ahora! —ordenó.

—¡S-Sí, Alteza!

Roy investigó de inmediato el asunto y entonces comprendió cómo surgió este vecindario.

Los derrochadores hábitos de gasto de su padre estaban llevando a su país a un declive económico constante, pero con su costumbre de repartir dinero a diestro y siniestro entre los plebeyos y de organizar fiestas frecuentes, el rey no era en absoluto un gobernante impopular. Sin embargo, los gobernantes anteriores eran, quizás, más queridos.

Sus constantes juergas y su falta de voluntad para tomarse en serio sus deberes de liderazgo acabaron por degenerar el reino. Su tesorería disminuyó sin cesar y, como resultado, el dinero no siempre podía ir a donde se necesitaba, como demostraron los barrios de Winnie y otras ciudades. Mientras que algunos mercaderes estaban deseosos de ganarse el favor del rey para obtener beneficios, otros carecían del apoyo necesario para continuar con su labor, por lo que el alcance de la pobreza de la nación seguía extendiéndose.

El príncipe carecía de poder para solucionar todo esto, así que primero decidió apelar a su padre real. Al oír esto, su padre exclamó:

—¡Oh, qué hijo tan valiente tengo! El futuro de Orstoll está en buenas manos.

Entonces redobló sus esfuerzos para entretenerse.

Tras algunos intentos infructuosos de persuadir al rey, Roy se dio por vencido, utilizó los fondos que poseía él mismo para ayudar a los empobrecidos siempre que pudo, y se dedicó noche y día a estudiar para convertirse en el mejor rey posible.

La nodriza que le cuidó tras fallecer su madre poco después de nacer, le dijo: “Alteza, quiero que crezcas y te conviertas en un rey maravilloso para mí, por favor.” Roy se tomó sus palabras a pecho y las convirtió en el objetivo de su vida. Debo convertirme en un rey maravilloso, juró, para poder dar felicidad a mi pueblo.

Asistió a su primera fiesta cuando tenía ocho años. Hasta entonces, había rechazado todas las invitaciones, insistiendo en que estaba demasiado ocupado estudiando. Esto sorprendió a Crow, su viejo amigo desde la infancia y el más cercano a él en edad de los tres hijos del marqués Harvard.

—Es raro verte en una fiesta —admitió con franqueza.

Resultó que, por una vez, Roy tenía un motivo real para asistir, ya que un famoso economista estaba de visita en Orstoll y también había sido invitado. Tengo que hablar con él, pensó. Quiero que responda a mis preguntas y dé su opinión sobre mis ideas.

Para su gran alegría, descubrió al hombre poco después del comienzo de la fiesta y se dispuso a hablar con él cuando fue asaltado por una multitud de chicas chillonas.

—¡Dios mío! —gritó una—. ¿De verdad es usted, Alteza? Es la primera vez que tengo el placer de conocerle. Mi nombre es Marcie, y soy la hija del Conde Shiren.

—Mi nombre es Serena, hija del marqués Tebes —dijo otra—. Nos conocimos hace mucho tiempo. ¿Te acuerdas de mí?

—¡Oh, eres tan guapo como todo el mundo dice!

—¡Alteza! Por favor, ¡ven a hablar conmigo también!

Así de fácil, su camino hacia el economista estaba bloqueado. ¿Cuál es su problema? Pensó Roy. ¿Por qué se interponen en mi camino? Estaba perplejo, pero Crow, más hábil socialmente, lo miraba con una sonrisa que sugería: “Bueno, duh. Eres un príncipe”.

¿Qué otra cosa creía que iba a pasar?

—Váyanse —les dijo Roy—. Quiero ir a hablar con ese economista.

—Ooh, ¿sabes de economía? —chilló Marcie—. Oh, Dios mío, Su Alteza, ¡eres tan inteligente!

Serena añadió:

—¡Por favor, Su Alteza, enséñame de economía a mí también!

No había forma de disuadir a estas plagas, y él no tenía mucha experiencia para hablar con chicas en general. Estudiar y cuidar del reino lo mejor que podía en ausencia de su mujeriego padre lo dejaba sin tiempo para encontrar una prometida.

En este vacío, incluso las de estatus inferior se le echaban encima con impunidad.

Se preguntaba cómo apartar a esas chicas de su camino cuando, de repente, oyó…

—Perdóneme, señor, pero debo excusarme. El carruaje de vuelta a mi patria saldrá en breve. Debo darles las gracias, ya que ha sido un gran honor asistir a una fiesta con invitados tan ilustres como nuestro joven príncipe —dijo el economista a sus conocidos aristócratas.

Uno de los aristócratas soltó una risita.

—Cuídense.

Con su última despedida, el economista dio media vuelta y se marchó.

Roy gritó para sí mismo. Fue un golpe terrible para él. Ignorando por completo a todas las chicas que intentaban llamar su atención, una voz sombría en su corazón murmuró: Las chicas no son más que un grano en el culo. Lo único que hacen es agolparse a mi alrededor y parlotear de esas cosas inanes con esas voces chillonas. ¡A mi alrededor! ¡Yo, que debo convertirme en un rey maravilloso! ¿No comprenden que esto también repercute en su felicidad? A partir de ese día, relegó a todas las jóvenes a la misma categoría: una absoluta molestia.

Para evitar malentendidos, hay que decir que, aunque consideraba a las chicas unas molestias horribles, nunca las acosó, las trató con malicia ni intentó deshacerse de ellas de ninguna manera. Estas chicas también eran sus súbditas y como tales merecían ser protegidas. Solo que le resultaban molestas a título personal, lo que significaba que no sentía la necesidad de hablar con ellas o ser amable. Empezó a dar la espalda a todas en todas las fiestas posteriores, hasta el punto de que hizo llorar a una princesa del reino vecino y fue regañado por un sirviente. Sin embargo, esto no hizo nada para reformar su actitud.

Tal vez fuera una desgracia que no tuviera figuras mayores respetadas que le sirvieran de guía. Tal vez, su tío era quien más se acercaba a esa categoría, pero, desde que su abuelo lo había enviado al extranjero y su padre nunca había revocado esta orden, sus interacciones eran demasiado escasas y distantes entre sí.

Los hábitos derrochadores del rey continuaban, e incluso con su otrora buena reputación, comenzaron a surgir rumores inquietantes. El tesoro real se encontraba en una situación desesperada, y otras consecuencias aumentaron a medida que el libertinaje del hombre, antaño apoyado, pasaba factura al reino. Para empeorar la cosas, la corrupción corría desenfrenada en todos los niveles del gobierno, e incluso el pueblo de Winnie se encontró absorbido por un mundo de pecado.

La creciente tasa de criminalidad le preocupaba. No puedo seguir estudiando, pensó.

Una vez que me convierta en rey, debo tomar iniciativa y acabar con estas fechorías. 

Con esa idea en mente, decidió perfeccionar sus habilidades con la espada y se convirtió en alumno del mejor caballero del país. Este viejo dirigía una prestigiosa escuela desde la que entrenaba a muchos jóvenes escuderos. Comprendió que no sería el único alumno de su maestro, y a partir de ahí, experimentó la vida normal por primera vez en su vida.

También conoció por fin a alguien a quien admirar y respetar: Zephas, el más talentoso de todos los alumnos y ahora capitán de la 1° de caballeros y comandante de la caballería real.

Por desgracia, él tampoco pudo arreglar su misoginia, ahora solidificada con firmeza. También había un facto de edad implicado, ya que Roy siempre fue muy cortés con las mujeres mayores y bastante amable con las niñas pequeñas. Sin embargo, cualquier chica cercana a él como para ser un potencial interés amoroso era despreciada de inmediato.

Esto preocupaba mucho a Zephas y a su amigo de la infancia.

El padre de Roy falleció cuando tenía trece años. No se trataba de un complot para acabar con la vida con veneno o la cuchilla de un asesino; más bien, dado que murió mientras viajaba de incógnito para deleitarse con los plebeyos en vino, mujeres y canciones, era evidente que su decadente estilo de vida acabó por alcanzarle. Cuando se enteró de la noticia, se sintió aliviado. El reino estaba entrando en tal estado de desgracia que temía tener que mancharse las manos con el delito de parricidio si el rey persistía en vivir mucho más tiempo. Aun así, con dedicación de toda la vida a recorrer el camino hacia la buena realeza, tal pensamiento lo hizo reflexionar.

En cuanto asumió el trono, comenzó a poner en marcha una serie de reformas.

La degeneración había alcanzado incluso a los caballeros, y el segundo al mando trabajaba codo a codo con mafiosos para pasar por alto el crimen e incluso apoyar operaciones de tráfico de personas. Por fortuna, ninguno de los jóvenes caballeros con los que él estudiaba se había manchado las manos con esta corrupción; todos eran jóvenes nobles hasta la médula. Deportó al segundo al mando y a todos sus compinches antes de reorganizar la orden con Zephas al mando. Ahí, con un enfoque centrado en la caballería, organizó una ofensiva contra las actividades criminales y reconstruyó la finanzas del reino. La gente lo elogió por estos cambios positivos, pero él sabía que no habría sido posible sin sus hermanos de armas.

El sistema de escuderos también recibió una ligera revisión. Antes, cualquier plebeyo con talento podía, en teoría, ingresar, pero seguía habiendo una barrera de entrada muy alta. Roy decidió aceptar a un grupo más amplio de solicitantes para que un mayor número de los cada vez más numerosos niños empobrecidos pudieran tener oportunidades sanas para su futuro. Así, el proceso de reclutamiento de escuderos se convirtió en un sistema en el que ricos y pobres podían ingresar en función de su talento. Del mismo modo, la formación de ellos se volvió más escolar, en parte debido al aumento del número de procedentes de entornos más pobres y en parte porque él no creía que el antiguo método de los caballeros de tratar a sus escuderos como sirvientes tuviera muchos efectos positivos.

Las reformas que comenzaron con los caballeros progresaron mucho, y Roy y ellos se convirtieron en héroes a los ojos del pueblo. Todo el mundo los quería, y como cualquiera podía convertirse en uno, el reino tomó con rapidez una dirección más positiva. Una vez que Orstoll se recuperó, los caballeros que habían trabajado con él solicitaron la jubilación, alegando que no estaban hechos para seguir gobernando. Los funcionarios civiles estaban destinados a gobernar, argumentaban, mientras que ellos solo servían para mantener la paz. No podían permitir que la nación volviera a su estado anterior. Él se dio cuenta de que tenían razón y, dejando solo a Zephas a cargo de la caballería, empezó a trabajar con funcionarios en lugar de sus antiguos caballeros.

Esto no fue muy fácil. Hasta ahora, él nunca había dependido de sus ministros debido al gran talento de sus caballeros en asuntos políticos, pero este movimiento hizo que estuviera más ocupado que nunca, hasta el punto de que era casi un espectáculo de un solo hombre.

Por fortuna, después de rogar varias veces a Zorace que volviera y le ayudara a gobernar, su tío por fin se vino abajo y regresó. Había jurado con todas sus fuerzas que nunca llegaría a canciller —sin peros ni condiciones—, pero acabó aceptando el cargo de todos modos.

Otros reinos alababan a Orstoll como una nación grande y próspera, pero el libertinaje del difunto rey la había llevado al borde de la ruina financiera. Roy dirigió todas las tareas relacionadas con el funcionamiento del reino, apuntaló las maltrechas finanzas y trabajó como caballero para erradicar las últimas amenazas criminales arraigadas.

Gracias a sus esfuerzos, Orstoll recuperaba día a día su antigua gloria, pero aún quedaba un enorme problema del legado negativo.

Su padre había pedido prestado a otros nobles para compensar sus menguantes reservas de dinero para diversión y, en lugar de devolver sus enormes deudas, creó y aprobó una ley para renunciar a sus derechos sobre extensiones de tierra. Lo hizo para las tierras controladas por el duque Zerenade y todos sus vasallos, otorgándoles en esencia el derecho a dirigir estas tierras como su propia mini-monarquía. Esto se convirtió en un refugio criminal con flagrante tráfico de drogas y de personas a plena luz del día. Hasta el día de hoy, la gente de Orstoll se refería a esta región como el Dominio Oscuro.

Incluso si el gobierno enviaba un equipo de investigadores, debía avisar con antelación. Como todos en el Dominio Oscuro trabajaban para el duque, podían ocultar por completo toda prueba de cualquier trato ilegal antes de que llegara el equipo de investigación. Por lo tanto, más allá de la información enviada por los espías, todo lo que Roy podía hacer era detener la punta de este malvado iceberg.

Luego, para empeorar las cosas, las conexiones entre los criminales filtraron la existencia de estos espías. Sin ninguna prueba oficial de que el duque estuviera implicado en estos crímenes, no tenía forma de apoderarse de forma legal de los derechos que se le habían concedido. Asimismo, si se apoderaba de los derechos del duque por la fuerza, corría el riesgo de destruir su relación de confianza mutua con sus nobles. Es probable que esto condujera a la guerra y a que más nobles se pusieran del lado del duque. Una guerra así podría dividir al país con facilidad.

Así pues, Roy y sus hombres siguieron reuniendo pruebas fiables para acabar con el último legado de su padre.

Vivió toda su vida mirando hacia delante, porque tenía un futuro al que merecía la pena aspirar: un reino en el que todas las personas pudieran vivir en paz y felicidad. Trabajó para conseguirlo con una determinación absoluta. En algunos aspectos, esto era bueno, pero en otros, quizá no tanto. No se pasaba la vida mirando hacia atrás y preocupándose por el pasado, pero esto también significaba que se había perdido algunas cosas que debería haber pensado mejor.

En cualquier caso, ya no podía permitirse el lujo de debatir si aquello era bueno o no, ya que ahora era un malhechor. No tenía tiempo de preocuparse por su propia comodidad, ya que su víctima estaba sentada ante él, sonriendo y sorbiendo una taza de té.

Fie y Roy compartían té para dos. Había pasado una semana desde que la trajeron a vivir a palacio, y en ese tiempo ambos ya se habían reunido varias veces. Él estaba preocupado por su bienestar, mientras que ella solo estaba feliz de reunirse con su capitán, por lo que era de interés mutuo encontrarse.

Para los diversos testigos (y claro que había testigos; esto era un castillo), el hecho de que Roy hubiera dado un giro de 180 grados desde su desinterés inicial por Fie y ahora mantuviera relaciones clandestinas con ella, era muy interesante, y surgieron todo tipo de rumores. Sin embargo, desde la perspectiva de ella, su única preocupación era que echaba de menos ver a sus amigos escuderos, por lo que apreciaba cualquier oportunidad de pasar tiempo con un querido compañero.

La conversación de hoy tenía que ver con Fie explicando más detalles de su situación.

—Pido disculpas… —volvió a decir Roy. Se había convertido en un hábito a estas alturas.

—Se lo repito, por favor, no se preocupe, Majestad —dijo Fie con una sonrisa avergonzada.

Esta fiesta del té era un festival de disculpas sin parar por parte de él, y dado que ella ya lo había perdonado, se estaba volviendo bastante tedioso. A ella no le habría importado si le hubiera hecho sentir mejor, al menos, pero él se hundía más en su remordimiento y autodesprecio, su rostro se volvía más pálido, con cada disculpa.

No era una buena tendencia, según Fie. Quería animarle de alguna manera, empezar a liberarle de su sentimiento de culpa, pero no iba bien. Hoy intentó hacerlo de nuevo y le dijo:

—Todo esto lo hiciste por Fielle, ¿verdad? Tampoco creo que tuvieras muchas opciones. Además, en casa siempre me trataban así, así que no es nada nuevo. No te preocupes.

Otra cuchilla atravesó el corazón de Roy. Le dolía pensar en esa pobre chica sentada ante él que se encogía de hombros ante su propio dolor diciendo que “no era nada nuevo”. Por no mencionar, que aquí estaba él añadiendo sal a su herida. Fie no tenía ni idea, pero cuanto más amable se comportaba, más podía Roy ver en las profundidades de su alma, en toda su maltratada gloria. Cuanto más amable le trataba e intentaba animarle, más le apuñalaba la culpa. Qué desastre.

Los dos permanecieron sentados en silencio durante unos instantes antes de que ella dejara su taza de té con un pequeño tintineo. Lo escrutó, preguntándose qué podía hacer para liberarlo de esta situación, mientras él, incapaz de mirarla a los ojos, agonizaba sobre qué podía hacer para compensarla.

Ojalá dejara de ser tan testarudo y hablara de verdad conmigo, pensó Fie. Pero sabía que decírselo no serviría de nada. Ahora que lo pensaba, quizá fuera la primera vez en su vida que le ocurría algo así. Había sido menospreciada y maltratada desde que nació, pero, después de llegar a Orstoll, había vivido muchas experiencias nuevas: ser tratada como una amiga, ser regañada después de hacer travesuras e incluso apreciada. Sin embargo, ahora la misma persona que había hecho todas estas cosas se sentía tan culpable de sus propios actos que, por mucho que ella le perdonara, él se negaba a aceptar su petición.

No tenía ninguna experiencia en este tipo de cosas. Era un paso más allá de perdonar o no perdonar, la encrucijada de “no se creerá perdonado aunque le haya perdonado” y “aunque le haya perdonado, no se perdonará a sí mismo”. Era la primera vez para ambos. Ella, en su falta de experiencia en interacciones sociales, se preguntaba con torpeza qué hacer. Su año con Roy, Crow, Queen, Gormus y todos los demás le habían enseñado lo básico, pero era muy poco tiempo para que aprendiera todo.

Podía intentar animarlo, pero lo único que conseguía era hundirlo aún más en su depresión. Podía enfadarse con él, pero ¿enfadarse? ¿Con su capitán? No, eso no sucedería. Además, eso sería demasiado egocéntrico. Podría llorar, pero tenía la sensación de que sería un desastre. Podría estar alegre… ¿pero eso la haría parecer un bicho raro? Menos mal que no lo era. (Al menos, según ella.) Buscó en todas sus interacciones pasadas con Crow, Queen y el resto de los chicos, pero no pudo encontrar una respuesta.

Justo entonces, la cara sonriente de Conrad y una sugerencia —haz que te mime— le vinieron a la mente. Por alguna razón, sintió que esa era la respuesta correcta, aunque, según él, era un truco demasiado manipulador. Sus mejillas se sonrojaron un poco ante la idea de intentar que el capitán Yore la mimara.

Actuar como una niña mimada a propósito es un poco embarazoso, pensó. Pero tenía que hacerlo lo mejor posible. Su capitán tenía que sentirse perdonado.

—Um, capitán… —comenzó—. Tengo un favor que esperaba poder pedirle.

Roy reaccionó con gran vigor.

—¡Oh, sí! Solo dilo y lo haré lo mejor que pueda.

Bien, su vivacidad habitual había vuelto. Incluso en medio de su vergüenza, Fie se sintió aliviada de que esto hubiera funcionado. Sin embargo, no estaba acostumbrada a depender de otras personas, así que no había estado preparada para pedir algo en serio. Así que se conformó con algo que de verdad quería.

—Verás… esperaba poder ver a Queen y Gormus y todos… Ya sabes, mis amigos escuderos.

¿Era eso posible? Empezó a preocuparse de que esto pudiera ser demasiado para un simple intento de animarlo.

Él parecía dolido.

—Lo siento —dijo—. No puedo dejar que te reúnas con ellos… al menos por ahora.

Genial, ahora estaban como al principio. Fie lo consideró más y dio con una cosa que de verdad quería más. Era su verdadero deseo, el que le había venido a la mente cuando pidió ver a sus amigos. Había comenzado este ejercicio como un medio para animar a su capitán, pero ahora se sentía muy implicada, así que, un poco ansiosa, preguntó:

—Eh… Capitán, me preguntaba… ¿cuándo puedo volver al dormitorio norte?

La fiesta del té se sumió en un silencio sin precedentes. Era una pregunta capciosa. Para ella, el tiempo que había pasado en aquella residencia había sido el mejor de toda su vida. Ahí la habían tratado bien por primera vez, había hecho sus primeros amigos, había sido cuidada por adultos mayores, reprendida, elogiada… todas las cosas que quería en la vida. Y él lo sabía tan bien como ella. Aun siendo el principal causante de su desgracia, él era uno de los adultos que la habían cuidado incluso cuando se comportaba como una tonta, había escuchado sus alegres informes y le había dado consejos con una sonrisa. Por lo tanto, entendía su deseo tan bien que le dolía. Era un deseo natural, pero la única respuesta que Roy podía darle con franqueza era demoníaca. Él sabía que era su demonio.

—Lo siento —repitió—. Sé que no tengo derecho a decir esto después de todo lo que te he hecho pasar, pero Heath… no, Fie, discúlpame. Considerando tu posición social, no hay forma de que puedas volver a ser escudero. Después de todo, más gente se está dando cuenta del hecho de que eres mi segunda esposa. Que vuelvas a tu vida de escudero es… bueno… imposible.

Aunque sabía que era terrible decírselo, el rey que había en él no tuvo más remedio. Desde que había conocido a esa persona llamada Heath, se había esforzado aún más en su labor de gobierno para hacer de este reino una tierra en la que él pudiera vivir con comodidad. Fue como rey que le negó la más mínima felicidad, pero fue como el propio Roy, lo sabía, que sus acciones de verdad la perjudicaron. Aun así, por todo eso, no había nada más que pudiera hacer. Era impotente. Deshonesto. Un monstruo.

Incluso cuando escuchó esto, ella no lo culpó de ninguna manera, pero las lágrimas comenzaron a gotear por sus mejillas.

—Ya… veo… —murmuró.

Oh, no. Roy quería acurrucarse y morir. Nunca se había sentido así en su orgullosa vida. Quería desaparecer por completo o, mejor aún, aplastarse la cabeza contra la pared hasta morir. Pero no podía hacerlo. Un rey no podía hacer algo tan atroz y egoísta como suicidarse y, además, también necesitaba salvar a Fielle. Si después de todo esto, Fielle ni siquiera podía salvarse, entonces todo esto era en vano.

Además, morir no haría feliz a Fie. En todo caso, la haría llorar.

Entendía ahora las miradas de preocupación que había estado recibiendo durante toda la semana pasada. Quería morirse, pero no podía. Tampoco podía consolarla. Incluso sus disculpas no eran más que intentos de apaciguar su propia culpa, y el egocentrismo de esto hacía que se aborreciera aún más. Pero no había nada más que pudiera hacer… Qué desastre. Solo podía permanecer ahí como un muñeco, impotente, mientras  la chica lloraba ante él.

—Lo siento —dijo Fie, intentando avisarle con antelación—, ¿pero te importa que llore un poco?

Y así lo hizo durante unos minutos.

Aún tenía los ojos enrojecidos cuando dejó de llorar. Sonrió y añadió:

—Lo siento. Te habrá molestado. Entiendo, de verdad, que no puedo volver a donde estaba antes. Gracias por decírmelo.

Si el rey hubiera podido hacerlo, ella le habría pedido que retrocediera en el tiempo. Pero ¿hasta cuándo? ¿Quién sabía? ¿Hasta dónde tendría que retroceder para corregir su propio camino insensato, y sería capaz de encontrar la felicidad? No lo sabía.

♦ ♦ ♦

Crow sudó con nerviosismo en cuanto vio la cara de Roy.

—Eh, ¿estás bien…? —preguntó.

No tenía buen aspecto. Estaba todo el tiempo pálido estos días, de una forma que Crow nunca había recordado. Roy marchaba al ritmo de su propio tambor (que latía mucho más rápido que el de los demás), así que cuando alguien le lanzaba una crítica, él se encogía de hombros y seguía adelante como si nada hubiera pasado. Era ese tipo de persona.

Fie era la primera chica que le había llevado a tal estado. Eso es mucho decir, pensó Crow. Sus pensamientos se dirigieron a su joven pupila, que había resultado ser una chica (¡sorpresa!) y, además, la princesa. En sus primeros recuerdos de ella, estaba sufriendo, pero a medida que pasaba el año, la proporción de recuerdos en los que se había comportado como una idiota feliz aumentó de forma drástica. Incluso ahora, apostilló, seguro estaba vagando por ahí sin preocuparse por nada, sin importarle siquiera su nuevo apodo.

Aun así, Crow sabía que ella era más profunda de lo que sus acciones externas traicionaban. De hecho, su problema no era Fie, sino la simple alma que tenía delante. Ahora estaba deprimido porque se había lanzado hacia su objetivo, sin tener en cuenta a ella y haciéndole daño en el proceso. En algunos aspectos, Roy era un hombre difícil de entender, pero en otros, demasiado fácil.

—Vamos, anímate —le dijo Crow—. Entiendo por lo que estás pasando, pero ahora es el momento de dar lo mejor de ti.

Quizás esto, pensó, sería un método más efectivo para sacar a Roy de su depresión.

Había pasado más de un año desde el intento de asesinato de Fielle. Resultó que los asesinos no solo iban tras Tomas, sino también tras ella. Tras el (fallido) atentado contra él, Roy, tras recibir su carta, decidió de inmediato protegerla. Eran muy pocos los que conocían la relación entre el príncipe Tomas y la princesa Fielle. El cabecilla de este complot, el rey de la Divina Luciana, había perseguido la mano de la princesa en matrimonio con el entendimiento de que incluso si ella se negaba, sus padres seguro la habrían presionado a que aceptara. Para evitarlo, Roy había organizado el falso matrimonio con su habitual falta de tacto y de forma absurda.

Sin embargo, lo más absurdo fue que funcionó. Fielle estaba a salvo de las garras del rey.

Aun así, la insensatez del rey llegó a un nuevo nivel, y un día… un día hizo que le echaran veneno en el té, pensando (y de forma bastante imprudente) que si no podía tenerla, podría matarla. Por fortuna, Roy empleó a un maestro de los venenos en el personal de Fielle, y ella evitó por los pelos volver a caer en manos del rey.

Como resultado, todo el mundo alrededor de ella se puso en alerta máxima, y los que sospechaban de un culpable en el lado Daeman del incidente comenzaron a murmurar que esto era obra de Fie, arraigada en sus celos de su hermana superior. Tal vez sus celos eran tan grandes que había tentado a ese rey a contratar a un asesino en primer lugar. Por supuesto, ella era inocente por completo y no tenía ninguna relación con el caso.

Sin embargo, había otra información privilegiada aparte de la del lado de Daeman.

La investigación concluyó que el veneno había sido traído desde Orstoll.

Ahora las sospechas se volvieron hacia el duque Zerenade, el líder de la aristocracia en el Dominio Oscuro. Se pensó que su objetivo era, asesinar a la reina, hundir la popularidad del rey, obtener el apoyo de la Divina Luciana, y solidificar su derecho al Dominio Oscuro, y hacerse con el poder de Orstoll para sí mismo. Comenzó una investigación sobre el duque Zerenade y, a medida que avanzaba, fue reuniendo pruebas poco a poco de sus otros crímenes, como la esclavitud y el contrabando. El Dominio Oscuro tenía los días contados.

Por desgracia, esto no resolvió el caso del atentado contra la vida de la princesa Fielle. La fuente original de este lío fue el tonto amor unilateral del rey de la Divina Luciana. En lo que respecta al gobierno, arrestar al duque resolvería más o menos todo el caso, pero para Roy y los demás, este era era el momento más crítico. Quería encontrar pruebas de que la Divina Luciana estaba implicada. Además, había pruebas de que el duque no había actuado solo, sino que tenía una persona infiltrada dentro del palacio. También quería encontrar a esa persona.

De hecho, el sospechoso de ser el hombre detrás de la cortina, es decir, el infiltrado en palacio, no era otro que el canciller Zorace. Por lo tanto, ninguna de las informaciones que surgían de la investigación le era transmitida.

Crow supuso que debía de ser una situación muy complicada para Roy, ya que admiraba a su tío como una figura respetada.

—Sí, lo sé —dijo Crow—. Pero vamos. Si lo estropeamos ahora, todas las cosas horribles que le hiciste a Heath, es decir, a la princesa Fie, para salvar a su hermana no servirían de nada, ¿verdad? Tenemos que ver esto a través. No, lo llevaremos a cabo…

Roy puso una expresión espantosa cuando las palabras de Crow le estallaron como una bomba. Preocupado, su amigo cambió rápido la táctica.

—De todos modos, ¿qué tal si vamos a comer algo?

—No, tengo trabajo que hacer. Además, no tengo apetito.

Las cosas van de mal en peor, pensó Crow. Ni una sola vez había oído a Roy decir que no tenía apetito. Quizá el hecho de no tener a nadie a su alrededor que le guiara le estaba deprimiendo. Lo único que le quedaba de su padre, en la imbecilidad del difunto rey, eran deudas, y la madre de Roy falleció cuando él era demasiado joven para recordar siquiera su rostro. Zephas era, tal vez, lo más parecido que tenía a una figura mentora, pero era un plebeyo. Ojalá hubiera alguien más, un pariente, que pudiera llegar al núcleo de su vida, la vida de alguien que debe caminar por la senda del rey.

Justo entonces, una voz detrás de ellos dijo:

—¿Puedo preguntar cómo piensas llevar tus asuntos de Estado sin comer antes? —Ahí estaba Zorace, cargando una pila abultada de documentos oficiales—. Un rey siempre debe cuidar su salud.

—Mis disculpas —dijo Roy, aceptando el consejo de buen grado—. Está usted correcto, mi señor tío. Ven, Crow, vamos a comer.

—Claro. —Eso, pensó Crow, era al menos un alivio.

Zorace suspiró y luego le entregó su pila de documentos a Roy.

—¿Qué son? —preguntó Roy.

—Los documentos que detallan las fechorías del duque Zerenade, según la investigación que usted ordenó. Como parece ser una investigación a gran escala, también me he tomado la libertad de ordenar los materiales de la forma que he podido encontrar.

Roy y Crow hojearon los documentos, atónitos. Había todo lo que Roy quería: pruebas de la implicación del duque en el intento de asesinato de Fielle, una lista de los conspiradores, los planes para tomar Orstoll en convivencia con el rey de Luciana, e incluso información sobre quién era ese rey.

Zorace observó sus expresiones de desconcierto. Ahí estaba escrita toda la información que Roy quería. Sí, toda la información. Sabía que lo querían todo, hasta la prueba de la conexión entre el duque y el rey.

Solo un conspirador convertido en traidor podría haber proporcionado esta prueba. Entregarla equivalía a una confesión.

—Mi señor tío… —Roy comenzó.

—Esta ha sido una experiencia reveladora para mí también. Tal vez debería haberte tratado más como de la familia… —murmuró Zorace.

Mientras hablaba, sus ojos se posaron en la figura de la princesa Fie que, por alguna razón desconocida, aterrorizaba a sus sirvientas intentando trepar por un pilar del balcón del segundo piso.

—Le ordeno a Su Majestad que haga con estos papeles lo que le plazca —dijo Zorace, y salió corriendo hacia el balcón.

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