Riku – Capítulo 7: Asalto

Traducido por Kaori

Editado por Kaori

Corregido por Sharon


Las flechas caían, y no eran sólo una o dos. Había tantas que eran imposibles de contar, me recordaba a la lluvia en primavera.

Los que estaban en primera línea utilizaban sus escudos para cubrirse. Afortunadamente, a pesar del considerable número de saetas eran muy finas, así que no había forma de que lograran atravesar los escudos de hierro.

El sonido metálico resonaba sin fin, pero no todos estaban a salvo. La lluvia de flechas golpeó con saña a aquellos que llegaron unos segundos tarde; sin escudo bajo el que ampararse los proyectiles rasgaban y perforaban sus miembros y torsos, y varios cayeron.

No portaba escudo, de modo que no tenía más opción que repeler las flechas con mi alabarda, pero no podía esquivarlas todas. Una alcanzó mi mejilla, causando una descarga punzante de dolor. Me limpié la sangre con la palma de la mano y seguí moviendo mi arma.

—¡Estúpidos demonios! ¡Qué fácil fue engañarlos! —escuché la voz de un hombre desde la copa de un árbol mientras se reía con sorna de nuestra situación.

Levanté la vista hacia la rama donde estaba la silueta cubierta con una capa negra. Junto a él, habría más o menos unas 100 personas, tal vez más. Vestían la misma capa y lucían un broche con una serpiente grabada. Suspiré.

—Es el emblema de la Familia de Espiritistas Bernaal.

Al igual que mi antigua familia, servían al Rey.

Tendría que enfrentarme a ellos. Recuerdo que mi padre me contó que algunas familias, para prolongar la paz del Reino, luchaban de forma activa contra los demonios.

Sin embargo, por lo que sabía de ellos no eran tan cobardes como para organizar un asalto nocturno. Me quedé atónita mientras sostenía mi alabarda con firmeza.

—¡Mierda! ¿¡Era una trampa!?

—Pensar que ocultarían su aroma para acercarse a nosotros… Maldición. ¡Todo el mundo, al ataque!

Los Demonios no se quedaron quietos a la espera de que cayeran las flechas. Aquellos con buena constitución física cargaron contra los árboles al unísono. Uno,  envuelto en un caparazón, y otro, similar a un oso, hicieron temblar la tierra cuando cargaron.

Varios espiritistas perdieron el equilibrio y cayeron al suelo, pero otros bajaron por su propio pie; empuñaban espadas especiales, que al moverlas de arriba a abajo acababan con más de un demonio partido en dos.

—Tch. ¡Todo el mundo a la carga! ¡Incluso si es con su último aliento, mátenlos!

—Esa es mi línea. Por el bien del Reino, ¡maten a todos los Demonios!

Las artes de prohibición demoníaca que tanto entrené sin resultado, y las técnicas de combate que me enseñaron en el campamento se enfrentaban ante mi.

No obstante, los espiritistas llevaban una ventaja abrumadora: eran especialistas en eliminar demonios. No importaba cuánto habían entrenado en el campo, quedaban indefensos ante las espadas infundidas con el poder espiritista.

Estábamos perdiendo. Por cada uno de ellos caían cinco o seis de los nuestros.

—Mierda. ¡Luchen hasta el fin! —Me llegó la voz del Demonio al mando, pero un espiritista le atravesó con su espada, y murió sin más. Éramos suficientes como para considerarnos un pequeño ejército, pero estábamos impotentes.

—¡Mueran! ¡Los Demonios no merecen vivir en ningún lugar del mundo! —declaró un espiritista con voz alta.

Sí, durante los últimos cien años, la razón por la que los humanos no consideran a los Demonios un enemigo real es esta. Antes de comenzar la batalla, el resultado ya estaba decidido…

No es justo, no debería ser así.

[Traducido por Reino de Kovel]

—Demasiado rápido. Los Demonios mueren tan fácilmente … —Mi voz resonó por el campo de batalla, y el griterío de los espiritistas.

Algunos humanos y Demonios se detuvieron sorprendidos por el cambio de ambiente.

Bueno, su suerte se acaba aquí.

—Ustedes también ¿no deberían morir ya? —balanceé mi alabarda.

La hoja pesada y afilada voló hacia un espiritista cercano. Corté su torso y su cuerpo cayó inerte, se podían ver sus órganos desparramarse por el suelo. Otro compañero cercano con la mirada en blanco perdió su cabeza al momento siguiente. Sangre fresca salpicaba los alrededores, una gota cayó en la mejilla del Capitán, que seguía demasiado asombrado para responder. Se llevó la mano a la cara y al ver la sangre de sus compañeros volvió en sí.

Su rostro empezó a contraerse de ira, sus ojos inyectados en sangre me miraron con ferocidad.

—¡Maldita Demonio! —Alzando la voz, se posicionó para atacarme con la espada.

Le miré sin expresión mientras giraba la alabarda. Caminé hacia él, con la mirada fría como el acero, mientras daba vueltas a mi arma perezosamente. Mi actitud causó que una vena palpitara en su frente, reflejando su rabia.

—No seas tan arrogante. ¡Voy a matarte con mis propias manos! —Levantó su espada con energía.

Miré la espada con desgana mientras se acercaba, pero no necesitaba esquivarla. Extendí mi mano y su arma impactó contra mi palma. Fruncí un poco el ceño por el golpe, pero eso fue todo. No me hizo ni un rasguño.

La expresión del espiritista era digna de observar, pasó de la ira a la sorpresa y de nuevo a la rabia. Puso todo su poder en otro envite, pero el resultado fue el mismo. No importaba cuánto me golpeara, no sangraría.

—¿¡P-Por qué!?

—La espada veta el poder de los Demonios, pero en su estado normal, no es más que una simple e inofensiva hoja roma.

El hombre quedó sorprendido y pude ver cuando el miedo empezaba a adueñarse de él. Empezó a sudar y su mirada me lo decía todo.

—Aunque puedas cortar Demonios, no puedes cortarme —le dije con indiferencia y una sonrisa en los labios. Un brillo de locura se reflejaba en mis ojos.

—Adiós, espiritista de Bernaal.

Bajé mi alabarda y le partí en dos, su sangre roja como mi pelo salpicó mi piel, pero no me importó. Me giré a encarar a los enemigos restantes.

—Buenas tardes, espiritistas de Bernaal, ¿están preparados para entregar sus cabezas?

Mientras sostenía mi alabarda cubierta de sangre, me acerqué al espiritista caído. Era como el juego de Otelo, en el tablero las piezas blancas estaban predominando, pero con una sola ficha negra, la situación se revirtió.

Como si mi alabarda roja danzara, fui cortando las cabezas de los asustados espiritistas restantes. Esa escena era la viva imagen del infierno, pero todavía había algunos que mantenían la cordura.

—¡E-Es solo una persona! ¡Si la matamos será nuestra victoria! —gritó con fuerza un chico que temblaba tanto que su espada vibraba con él.

—¿Puedes matarme? Eso es un poco malo —le dije y avancé mi alabarda.

Su brazo cayó al suelo cercenado. Al darse cuenta, la poca entereza que le quedaba se esfumó. Entrando en pánico, dio un paso atrás para huir pero cayó sobre su trasero y acto seguido una lanza le atravesó el pecho.

—Lo siento, pero no puedo dejar que la mocosa se lleve todo el mérito, ¿verdad? —dijo Vrusto tratando de dar algo de humor a la macabra escena.

Los demás tomaron sus palabras como una señal y se lanzaron al ataque de nuevo. Ya no quedaba nadie dispuesto a pelear en el bando de los espiritistas. Habiendo perdido su espíritu de lucha, ya no representaban ninguna amenaza.

—No es suficiente —veía a los demonios espantar a la desbandada de espiritistas restantes, sin parpadear.

—¡Que alguien avise al capitán Leivein sobre la trampa!

—¡Reorganícense! ¡Regresamos! —Cuando el último enemigo dejó de moverse, un Demonio tomó el control del grupo.

A pesar del mar de sangre, estaban felices por la victoria y recordaban cada uno de sus combates.

El nuevo dirigente se acercó; era nada menos que Vrusto. Parecía enfadado y feliz al mismo tiempo. Le saludé sin soltar mi arma, y me miró en silencio, entonces…

—¡Lo hiciste bien!

Palmeó mi espalda con toda su fuerza. Me tambaleé e iba a quejarme, pero me interrumpió.

—Pensé que no eras más que una pequeña mocosa que moriría en su primera batalla. Esta es la evidencia de que mis métodos de entrenamiento son buenos.

Por su tono parecía feliz, tal vez se sentía satisfecho de sus habilidades como instructor o tal vez otra cosa.

No le entiendo muy bien, pero no voy a pensar mucho en eso ahora. No me interesa su razón para ser feliz. Me froté la espalda dolorida.

—Bueno, estás cubierta de sangre, eh. Cuando regresemos, necesitas limpiar tu armadura. Todavía eres una chica a pesar de todo —y se apartó.

Volvió junto a los demonios supervivientes de este encuentro.

No entiendo nada.

Debería limpiar la sangre de mi alabarda, por lo menos, pero al sacar mi pañuelo estaba tan cubierto de sangre como mi arma.

—Oye, mocosa. Hay algo que me gustaría preguntarte. —Vrusto regresó mientras trataba, sin mucho éxito, de limpiar la alabarda con el pañuelo ensangrentado. Al moverlo, las manchas se extendían por la hoja. Pude retirar los restos de tejido y la mayor parte de la sangre, pero ya no conseguiría limpiar nada más con este paño. —Se supone que ellos eran de una de esas familias espiritistas ¿verdad? ¿Está realmente bien que los hayas matado sin dudar?

—¿Hay algún problema con ello? —Ladeé mi cabeza. —Era el enemigo, así que eran las personas que había que matar, ¿no? —le pregunté mientras doblaba el pañuelo sucio.

—Pero hace un par de semanas, eran tus aliados, ¿no?

—¿Aliados? —Sonreí con la cara manchada de sangre y mi pelo rojo ondeando al viento. —Esa gente no me aceptaba. Por eso, no eran mis aliados. Además…

En mis ojos azules se podía ver una chispa de alegría. Por primera vez en mi vida, alguien esperaba algo de mi. Leivein me aceptó, a mí, que no tenía ni dónde caer muerta… Incluso alabó mi pelo.

Fue el primero en aceptar mi existencia, en considerarme necesaria, por eso puedo mover mi alabarda por su causa. Él me tendió su mano, por el bien del Batallón del Demonio Dragón.

—Este es el lugar al que pertenezco.

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