Sin madurar – Capítulo 14: Cambios (6)

Traducido por Den

Editado por Lucy


Escuché con mucho gusto su reprimenda. Luego, él asintió con la cabeza como un anciano y trajo un sobre de medicina y un vaso de agua que estaban en la mesita de noche junto a su cama. Al principio se mostró reacio a beberla, pero cuando insistí, se tomó una dosis del medicamento a regañadientes. 

—Me hace sentir mejor poner tu mano sobre mi cabeza que esto. 

—Eso es porque tengo las manos frías. Se siente bien pero no tiene el mismo efecto que la medicina.

—Yo creo que es lo mismo. 

—¿Eh? Se equivoca. 

—Puede que sí… 

Leandro frunció el ceño y se sumió en sus pensamientos. Se sentó con la mano en la barbilla por un momento y, luego, se estiró en el sofá. Dejé afuera de la habitación la bandeja del desayuno limpia y vacía; cambié las sábanas y limpie el dormitorio mientras él yacía ociosamente en su lugar. 

—Tómatelo con calma. 

—¿Y eso que no está en la cama, joven maestro?

—Algunas personas piensan que eres como mi madre.

—Un poco, ¿verdad?

—No, ¿qué tontería estás diciendo?

—Qué irascible es.

No me respondió

—Entonces, dejaré la ropa en la lavandería y volveré.

—Date prisa y vuelve —dijo, rascándose la piel de la mitad de su rostro. Se va a quejar del picor cuando le aplique de nuevo el ungüento.

—Ah, pare, joven maestro. 

—¿Por qué me pica tanto? Es tan sofocante como llevar un caparazón. 

Parecía estar hablando consigo mismo más que preguntándome a mí.

Cuando regresé de la lavandería, Leandro tenía manchas de sangre en la piel. 

—Hoy no podrá dar un paseo… ¿Fue tan insoportable?

—¿Por qué? 

—Tiene heridas en la piel. Además, la luz del sol solo le hará más daño. Ugh, me duele mucho de tan solo pensarlo. 

—Tch… 

—¿Por qué chasquea la lengua? Todo es culpa suya. 

Traje la pomada y se la puse por toda la cara. Al principio, se mostró nervioso y trató de alejarse, pero me interpuse en su camino y solté un gruñido de insatisfacción cuando intentó levantarse.

Solo quería salir contigo una vez más antes de que tuvieras un ataque. Pero, ¿qué es esto? Había manchas rojas en su pijama.

—Su otro pijama… creo que no está en el vestidor. Tendré que volver a la lavandería. 

—Entonces no vayas. 

—Volveré enseguida. 

Dejé el ungüento al lado de Leandro y salí de la habitación. También tenía manchas de sangre en mi delantal porque lo usé al no tener nada para limpiarle la cara.

De paso cogeré un nuevo uniforme.

Descendí las escaleras, sujetándome al pasamanos. 

—Estabas aquí. 

En la planta baja del anexo, se encontraba Lorenzo, que cargaba con un montón de baldes vacíos que usábamos para la limpieza. ¿Se estaba encargando de trasladarlos?

—No vine aquí a propósito, por lo que no te sientas incómoda. Precisamente hoy tenía que venir al anexo —me dijo, secándose el sudor de la nariz con las mangas.

—Nunca me he sentido incómoda… 

—Oh, ¿enserio? —Sonrió alegremente ante mis palabras—. Solo por saber… ¿qué es eso en tu delantal? ¿Dónde te lastimaste? —me preguntó asustado al ver las manchas de sangre en mi mandil blanco. 

—No es mi sangre 

Desaté la cuerda alrededor de mi cintura y me lo quité. 

—Qué susto… 

Soltó un largo suspiro, desinflando su pecho.

¿Estabas verdaderamente asustado? Qué inocente es. Fruncí el ceño y me eché a reír. Entonces se escuchó un fuerte golpe. El ruido de la puerta cerrándose me sobresaltó y pegué un brinco. 

—Maldita sea… 

La débil y fina voz que soltó una vulgaridad vino del piso de arriba. Miré hacia arriba y vi a un niño agarrado a la baranda de la escalera. Leandro fruncía el ceño, mientras toda su cara estaba cubierta de ungüento. Caminó hacia adelante a paso lento y descendió, deteniéndose en el descanso [1]. 

—Tu actitud laboral es mala —señaló a Lorenzo con su pálido dedo. 

—¿Se refiere a mí? —preguntó Lorenzo, perplejo y ladeando la cabeza. Leandro lo miró fijamente con los ojos bien abiertos.

—¿Eres un sirviente del edificio principal? 

—Sí, así es.

—Entonces, ¿qué haces aquí? 

—Ah… Sí, ya me voy. 

Ante la repentina orden de expulsión[2], Lorenzo inclinó la cabeza desanimado. Luego, me miró por un instante, se dio la vuelta y se fue. También asentí a Leandro y, seguidamente, le di la espalda, pero el niño me detuvo con una voz aguda, alta y clara.

—Maldita sea, tú también…

—¿Yo? 

—¿Qué fue eso justo ahora? 

—¿Justo ahora…? Ah, ¿se refiere a Lorenzo? 

—¿Cuándo te volviste lo suficientemente cercana a él como para llamarlo por su nombre? 

—Lo vi por primera vez hoy.

—Entonces, ¿por qué fingiste ser amable con él?

—¿Lorenzo o yo?

—Los dos. 

—No fingí ser amable con él. 

—Lo hiciste.

—No lo hice.

—Sí lo hiciste, lo hiciste. 

—Ah, está bien. Lo hice, lo hice. ¿De acuerdo? Tengo que ir a la lavandería, así que quédese aquí. 

—Me siento mal… —dijo en voz baja, mientras se iba arrastrando los pies. 

Una vez más, me sorprendió el sonido de la puerta al cerrarse. 

Salí del anexo.

♦ ♦ ♦ 

Las cigarras cantaban tan fuerte que el sonido resonaba en mi cabeza. De camino a la mansión principal, Lorenzo se sentó bajo la sombra de un hermoso árbol gigante para refrescarse. 

—Lo siento, Lorenzo. Nuestro joven maestro es un poco infantil. 

—Ibellina, ¿qué…? Ah, en realidad, el joven maestro me sorprendió. Porque es diferente de lo que pensaba.

—¿Cómo es diferente…? 

—Había oído que tenía una horrible apariencia… pero realmente no es así. Es simplemente normal. 

—¿A qué sí? —me rasqué la mejilla, sintiéndome alegre por dentro. Los empleados estaban aterrorizados de Leandro, quien permanecía recluido en su habitación y no salía, sin saber mucho de él. 

Es un niño que tiene el deber de continuar con el linaje de su familia en el futuro. Si existiera otra persona más que lo mirara sin prejuicios, sin duda sería de ayuda más adelante. 

—¿Vas a quedarte aquí? Tengo que irme. 

—Ah… Espera un momento. ¿Vienes a la cocina todas las mañanas? 

—Sí, a recoger la comida del joven maestro. 

—Ya veo… Entonces no te entretendré más por el camino.

Miré su apariencia refrescante y asentí con la cabeza. Era un joven que parecía el protagonista de un drama juvenil. 

Corrí hacia la parte trasera de la mansión. Las doncellas de la lavandería se habían quitado los calcetines largos y se habían arremangado la falda. En ese momento, lavaban entusiasmadas las sábanas en el lavabo. 

—Parece divertido. 

—¿Quieres hacerlo?

—Me gustaría, pero tengo que irme enseguida. 

—Creo que deberías recibir una bonificación por tu arduo trabajo. Trabajas día y noche, ¿no?

—Sabes, la señora Irene aumentó su salario. 

—¿Es una prima de riesgo…? [3]

—¿Eh? 

—No. 

Entré en la lavandería y recogí el pijama extra de Leandro y mi uniforme de sirvienta. Como recientemente los caballeros del duque partieron a entrenar con hábiles caballeros, en verdad no había mucha ropa para lavar, por lo que parecían relajadas. 

En la novela, Leandro reunió a esa generación de competentes caballeros, se rebeló e invadió la capital imperial. Por eso, también les expreso mi pesar a ellos que murieron por culpa de su tonto maestro. 

Regresé enseguida al anexo. Hacía tanto calor que no quería quedarme afuera por más tiempo porque me dolía la cabeza. Primero llevé mi uniforme a mi habitación y luego llamé a la puerta de Leandro. Pero no recibí respuesta alguna. 

—Por más que llame educadamente a la puerta, ¿por qué no me responde?

—Adelante… 

La fresca brisa que entraba en el dormitorio le hizo un poco de cosquillas en el pelo a Leandro. Se encontraba sentado y reclinado contra la cabecera de la cama. Parecía estar meditando algo profundamente. Sin embargo, no se veía genial haciendo esa pose vestido con su pijama. 

—Cámbiese de ropa y acuéstese. 

—No me molestes. 

—Aún no he hecho nada.

—No estoy de buen humor en este momento.

—De nuevo… 

Lo miré de reojo poniendo ligeramente los ojos en blanco. Afortunadamente, no me vio. Pero me ordenó retirarme con un gesto, así que dejé su pijama en el borde de la cama. 

—¿Me voy? —le pregunté mientras él observaba el pijama impasible. Sin embargo, no me respondió—. ¿Salgo?

—Sí… No me molestes y sal.

—Caray, qué carácter… Ahhhh. 

Justo ahora, mis entretelas [4] escaparon sin pasar por mi cerebro. 

Me cubrí la boca con las manos, avergonzada. No obstante, Leandro no me miró furioso ni me gritó, simplemente se deslizó por la cabecera de su cama y se tumbó sobre el edredón, sin fuerzas. 

Sorprendente. Abrí los ojos como platos por un momento, luego suspiré y me di la vuelta. 

Cuando estaba a punto de tirar del pomo de la puerta… un fina voz, que se desvanecería y quedaría en el olvido si no escuchabas con atención, dijo: 

—No te vayas… 

¡Es difícil seguirle el ritmo al joven maestro en plena pubertad! Por eso, cobro mucho más que los demás. No podía creer que cambiara de opinión en cuestión de minutos o segundos. 

—Joven maestro, le daré solo un minuto, así que decida: ¿me voy o no? —le pregunté, con las manos en la cintura.

—No te vayas… 

—Todavía no han pasado ni veinte segundos. 

—No te vayas. Ven aquí. 

—Si me trata como un perro, me iré. 

—Escucha. 

Por fin levantó la cabeza y sonrió débilmente. Me alivió verlo sonriendo con sus ojos rasgados y los lindos hoyuelos que se formaban en sus mejillas. 

Desde hace mucho tiempo sé que, aunque este pequeño es astuto y detestable en ocasiones, puede ser muy lindo. 

—Siéntate a mi lado.

Decidí dejar de preguntarme si no era atrevido que una doncella se sentara junto a su maestro, y lo hice. Porque no quería alterar ese rostro risueño y radiante que estaba frente a mí. Sin embargo, a pesar de mi decisión, inmediatamente Leandro se puso serio y frunció los labios irritado. 

¿Qué? ¿Qué es esta vez? 

Respiré hondo mientras lo miraba. 

—¿No te dije que no te rieras así?

—No lo recuerdo… 

Estaba ofuscada. Era una orden que nunca podría acatar. 

Cuando volví la cabeza hacia un lado, esta vez fue él quien se acercó a mí. Se incorporó y vino gateando hacia mí. Mientras tanto, yo estaba jugueteando inocentemente con el volante del delantal. 

A medida que se aproximaba, podía oler el fuerte aroma del ungüento. 

Una vez se sentó cerca de mí, me volví hacia él. Me sentí incómoda ante la insistente mirada de los ojos color azul oscuro.

—Estos días ha habido bruma por la tarde… —dije, tratando de cambiar de tema. Al no conseguirlo, pregunté: —¿Tiene como pasatiempo observar el rostro de otras personas? 

—¿Y qué? —espetó.

Aparté el cabello negro de la nuca del delgado chico y lo peiné. Se mostró nervioso por un momento, pero aceptó mi toque como si estuviera acostumbrado. Cuando bajó la mirada, vi que sus largas y densas pestañas temblaban ligeramente. 

—¿Cómo se llama, ese tipo de antes? —preguntó, rompiendo el silencio que se había cernido de forma pacífica en la habitación. 

—¿Quién?

—Con el que te reíste frunciendo el ceño. 

—¿Lorenzo?

—¡Ah! ¡Eso es! La razón por la que estaba de mal humor. Ahora lo sé —Asintió con la cabeza para sí mismo, como si al fin lo hubiera comprendido—. Sí, puedo despedirlo —dijo con una sonrisa alegre.

Den
Y lo dice sonriendo :v

Lucy
Nuestro pequeño señor... sin duda es un celoso sin causa... Pero bueno, todavía es un niño


[1] El descanso de una escalera es una zona sin escalones utilizada generalmente para unir tramos diferentes de esta.

[2] La palabra empleada aquí es “축객령” que se refiere a una orden para expulsar a los invitados de x lugar porque los odian. Ahora bien, en términos más generales, se refiere a una política exclusiva hacia los forasteros. Así que básicamente Leandro está echando a Lorenzo del anexo. 

[3] La prima de riesgo es justamente ese monto o cuota que los jefes deben pagar como una forma de asegurar a los empleados ante accidentes en el entorno físico laboral donde se desenvuelven.

[4] Las entretelas son los sentimientos más íntimos y personales. 

7 respuestas a “Sin madurar – Capítulo 14: Cambios (6)”

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