Sin madurar – Capítulo 15: Cambios (7)

Traducido por Den

Editado por Lucy


—Sí, debería despedir a ese bastardo.

Sólo pude guardar silencio.

—¿Por qué me miras así?

—¿Qué le hizo Lorenzo… para que lo despidiera de repente?

—Nada. Pero saber que no tendría que volver a ver su cara de repente me llena de alivio.

—Quizás… ¿Es una especie de amor retorcido a primera vista por Lorenzo?

—¿Qué clase de tontería es esa?

Leandro tocó mis labios con su largo dedo, el cual se sentía muy caliente. Agarré su mano.

—¿Tiene fiebre de nuevo? Vamos a tomar los antipiréticos con antelación.

—Como quieras. ¿Puedes llamar a Irene, no, al mayordomo por mí?

—Por supuesto. ¿Necesita algo?

—Lorenzo.

—Espere un momento… ¿Habla en serio acerca de despedirlo?

—Por supuesto.

—¿En serio…? ¿Habla en serio…? Eso es abuso de poder. ¡Tiene una personalidad terrible, joven maestro!

—¿Por qué haces tanto alboroto?

El joven dio una patada enfadado. También respiraba con dificultad. Pero no podía echarme atrás por eso.

Lorenzo no hizo nada malo. Todo lo que hizo fue traer unos cubos y charlar un poco. «¿Esa es una razón para despedirlo?»

Además, Lorenzo era uno de los pocos sirvientes que no pensaba mal de Leandro. Estaba feliz de que el joven maestro hubiera encontrado a alguien más que estuviera de su lado. «Sin embargo, ¿quiere echarlo?»

—Entonces, déjeme preguntarle esto: ¿por qué quiere despedir a Lorenzo?

No me respondió.

—De ninguna manera…

Siguió sin dar respuesta alguna. Temía que fuera lo que pensaba…

—Tiene un motivo, ¿verdad…?

—¡Sí!

—¿Cuál?

—No voy a decírtelo…

—Entonces, no voy a llamar al mayordomo por usted.

—¿Te atreves a desobedecer mi orde…?

Leandro cerró la boca y dejó de hablar. Intentó evitar usar todo lo posible la palabra “orden”. «Pero, ¿por qué?» Es natural que el heredero de una familia noble dé órdenes a sus subordinados. ¿Se debía a que era demasiado cercana a él? A veces resultaba confuso e incómodo que me tratara como a un igual.

—De acuerdo… Iré a buscarlo. Sin embargo, joven maestro, estoy decepcionada…

—¿Decepcionada…?

Agaché la cabeza. Luego, me levanté y busqué mis zapatos. Leandro se limitó a observarme atento sin comprender mis acciones hasta que me arreglé el vestido y comencé a caminar. En ese momento, me miró y se mordió los labios.

Estaba a punto de extender mi mano hacia sus labios, pero retrocedí. Cuando no lo toqué, no supo qué más hacer que morderse los labios con más fuerza.

—¡Sus labios! Dijo que ya no iba a hacer eso…

—¿Por qué te ves tan decaída?

—Es que… ahora que lo pienso, tiene el poder de despedir a cualquier sirviente a su antojo con solo una palabra. ¿Qué pasa si digo algo malo y también me echa?

Aunque hasta ahora había dicho lo que quería, de repente me sentí culpable por lo que había dicho, como si me estuvieran clavando espinas en el corazón…

De hecho, he estado viviendo mi vida sin vacilar y he hecho cosas que habrían aterrorizado a cualquier otra persona de este mundo. «Por supuesto, no sé hacerlo mejor porque vengo del siglo XXI.» Esa era la excusa que me decía a mí misma.

—¿Por qué te despediría?

Sin responder, bajé la cabeza e hice una reverencia. Hasta ahora solo había oído rumores sobre las maldades que hacía Leandro, pero nunca lo había experimentado. Al ver al chico hablar de forma tan audaz de despedir a un sirviente sin razón alguna, me pareció un extraño.

—Evelina…

—¿Si? —respondí mientras me dirigía hacia la puerta.

—¡Maldita sea! —gritó enfadado, tirando su inocente almohada al suelo—. ¡Alto! ¡Espera!

—¿Si?

—H-He cambiado de opinión. Lorenzo, o lo que sea, ya no me importa.

—¿Está retractándose de su orden…?

—Te lo dije. Nunca te lo ordené.

—Sí lo hizo.

—No, no lo hice.

—Lo hizo… Jaa… Muy bien.

—No te oigo bien, así que acércate.

—Tiene el mejor oído de toda la mansión.

—Solo ven aquí.

Me hizo una seña. Sintiéndome impotente, suspiré y me acerqué a él.

En ese momento, las plumas revolotearon en el aire desde la almohada desgarrada. «¡Oh, cielos…! ¡Me dio más limpieza por hacer…!» Apreté de manera inconsciente el puño y temblé.

—Entonces, promételo —murmuró con brusquedad, sin prestarme atención.

Leandro tenía la costumbre de saltarse las palabras más importantes de una frase, así que esperé a que prosiguiera. Cogió una pluma que flotaba en el aire y me la puso detrás de la oreja mientras me advertía:

—No andes por ahí sonriendo así.

Una vez más, evité su mirada nublada.

Había un límite para lo mucho que alguien podía entrometerse. Ni siquiera valía la pena reaccionar ante sus tonterías. «Pero, ¿debería decirle que está bien o algo por el estilo para acabar con esto? ¿Cómo iba a saber él lo que hago fuera de esta habitación?»

Pensé que se había calmado un poco, sin embargo, cuando no respondí, se acuclilló en el suelo y recogió la almohada. Luego, como si fuera para que lo viera, comenzó a arrancar las plumas. Me envolví las mejillas con las manos y solté un grito desgarrador.

—¿Me está amenazando…?

—Sí.

—E-Es tan infantil.

—¡Tú me pusiste así!

—¿Yo? ¡¿Cómo?!

—Bueno, lo hiciste. Lo hiciste porque yo lo digo. Eres una doncella y te atreviste a charlar en las horas laborales.

Intenté dejar de forcejear con la almohada, pero me detuve al instante.

—¿Ahora es mi culpa? —murmuré para mí misma con lentitud. Me sorprendía la terquedad de este chico.

Leandro, con su cabello negro como la medianoche cubierto de forma rídicula por plumas blancas, giró la cabeza. Su nuca, que debería haber estado pálida, estaba de un color rojo escarlata.

—Joven maestro, ¿está bien? ¿Se siente mal?

—Me duele… la cabeza.

—Porque sigue armando un escándalo…

—¡Maldita sea!

—¿Me acaba de maldecir?

—No, no es eso…

Guardé silencio.

—¡No! Yo no… ¡Todo esto es culpa tuya! ¡Estoy enfadado contigo porque eres mi sirvienta pero no me escuchas! ¿Quién te dio permiso para sonreírle a un bastardo insignificante como él? ¡¿Por qué me molesta tanto?!

—J-Joven maestro… c-cálmese…

—¡¿Calmarme?! Siento que el corazón se me va a salir del pecho cada vez que sonríes así. Pensar que ese criado debe haberse sentido de la misma manera, me revuelve el estómago. ¿Qué diablos es este sentimiento? ¡¿Por qué odio tanto a alguien que apenas conozco?!

—¡Respire hondo y cálmese! ¡De lo contrario, podría volver a desmayarse!

—¡No!

Leandro dejó a un lado la almohada que estaba destrozando y se metió en la cama de nuevo. Luego, se tapó hasta la cabeza.

Hice lo mejor que pude para calmarlo, sin embargo, los ojos del chico eran muy perspicaces. Siguió sacudiendo su cuerpo y tratando de alejarme. Pero cada vez que retrocedía luciendo sorprendida, él maldecía, sin saber qué hacer.

—Ya basta… Olvídalo. Puedes irte ahora —murmuró en voz baja desde debajo de la gruesa manta.

Me quedé de pie, sin palabras ante la horrible escena de cientos de plumas revoloteando en el aire. Luego, dejé escapar un largo suspiro lo suficiente fuerte como para que lo oyera, mas no hubo respuesta.

El chico siguió pateando su manta y gimiendo como un animal salvaje. Estaba inmerso en su propio y pequeño mundo.

Me puse de cuclillas en el suelo y recogí las plumas una por una en mi delantal. Luego, salí del dormitorio.

♦ ♦ ♦

Si hubiera sabido que esto sucedería, tal vez debería haber hecho lo que Leandro me dijo que hiciera. Más allá de la tontería que haya sido, quizás debería haber asentido con la cabeza a favor de ella.

En lugar de empatizar con un sirviente que acababa de conocer, debería haberme centrado más en Leandro, que podría morir en cualquier momento. Debería haberlo consolado cada vez que se ponía de mal humor y haber abrazado su cabecita cuando tenía un ataque.

Bajé la guardia porque desde hace un tiempo estaba mejor. Por eso, todo el tiempo me arrepentía pensando que debería haberlo hecho mejor. Que debería haber sido más amable…

En la madrugada del día siguiente después de visitar a Leandro, el niño sangraba por los ojos y la nariz y no se despertaba. La convulsión se produjo sin previo aviso.

Transcurrieron los días y sacerdotes, hechiceros, médicos, curanderos… Innumerables personas entraban y salían de la residencia del duque.

El sumo sacerdote vino, tomó la mano de Leandro y ofreció una oración a Dios. Una tenue luz, a la que llamaban Poder Sagrado, envolvió al chico. Sin embargo, fue contraproducente.

La maldición dentro del cuerpo inconsciente del niño estaba arraigada de forma tan profunda que rechazó el poder divino. Cuando percibió tal poder, las letras grabadas en su cuerpo aumentaron poco a poco de tamaño.

En esta ocasión, vino un hechicero. Colocó una piedra mágica en el pecho de Leandro y recitó un hechizo. Las letras de la maldición se retorcieron como gusanos sobre su piel y comenzaron a ser absorbidas por la piedra mágica. Sentí un rayo de esperanza mientras observaba aquello.

Pero, en ese momento, la piedra de color oscuro perdió su luz y se rompió en un millón de pedazos. El hechicero se lamentó y dijo que no podía hacer nada más. Aún así, gracias a él, la propagación de la maldición en el cuerpo de Leandro se ralentizó un poco.

Durante la mayor parte del día dedicaban su energía a él. Cada vez que abandonaban la habitación para consultar sus libros antiguos, molía la medicina que el doctor le había recetado y la vertía en su boca. También le aplicaba un ungüento en su piel que ahora contaba con profundas cicatrices.

Decían que su piel oscura y muerta en realidad estaba mejor que lo que ocurría en su interior. La maldición se aferraba de manera obstinada a él. Teníamos que vigilarlo de cerca en caso de que su corazón se detuviera.

Ni siquiera podía dormir por la noche. Seguía pensando en cómo no fui buena con él y cómo podría haber sido mejor con él. También odiaba con vehemencia a la familia imperial por haberle hecho tomar la maldición en su lugar.

Sí. Así es. La maldición que atormentaba a Leandro hasta este punto era injusta.

Era una maldición profetizada para un miembro de la familia imperial. Comenzó hace tres generaciones, cuando el emperador de entonces unificó la región sur del continente e invadió el Rieno Ambrosetti.

El emperador pisoteó de forma temeraria el reino sin una declaración oficial de guerra. El rey de Ambrosetti de esa época demandó de inmediato por la rendición, pero el número de personas del reino que ya habían sido masacradas por el imperio era incalculable.

Antes de ser decapitado, el rey de Ambrosetti derramó lágrimas de sangre y…

—¡Serás maldito! —advirtió al emperador.

Sin embargo, nadie prestó mucha atención a las últimas palabras de un rey insignificante.

Ambrosetti era, de forma oficial, un reino independiente, pero se vio obligado a convertirse en un estado vasallo del imperio, enviando sucesores al mismo de generación en generación.

La maldición estuvo latente y olvidada por un tiempo. No obstante, su poder emergió de repente bajo el actual emperador. Estaba destinada a Diego, el actual heredero. Bueno, así era según el mensaje divino secreto que apareció en el templo.

Ahora bien, el emperador tomó prestado algún tipo de poder mágico y le transfirió la maldición a Leandro en lugar de a su hijo, el príncipe heredero.

Cuando leí esta parte, me puse furiosa. Toda la culpa recaía en el padre del protagonista masculino, sin embargo, todos, excepto Leandro, obtuvieron su final feliz… Ni siquiera Diego llegó a enterarse de que la maldición era, al principio, para él.

La novela sólo se desarrolló a fondo desde el punto de vista de Eleonora. La razón por la que esta princesa Ambrosetti llegó al palacio imperial, cómo su hermano estaba tramando un guerra sin que ella lo supiera, cómo se comprometió con Diego para detenerla, pero al final se enamoró de él, y que Leandro apareciera en su vida siempre que se sentía triste o estaba en crisis.

«¿Cómo pudieron? No era más que el protagonista masculino secundario que, de todos modos, no habría acabado con la heroína. ¿Por qué tuvo que asumir la maldición en lugar del personaje principal?»

«Bueno, ¿qué se podía esperar de una historia tan decepcionante?»

En cualquier caso, aún sabiendo que no debía hacerlo, me aferré al médico y lloré de forma desconsolada. Seguí preguntándole al hechicero una y otra vez qué podíamos hacer.

Ya sabía que no podían hacer nada, pero insistí. Incluso si sabía que esto iba a suceder una y otra vez hasta que Eleonora apareciera en la historia…


Den
Estoy llorando, Leandro nunca ha merecido todo eso... Pero por culpa del emperador, toda su infancia ha tenido que vivir solo, lleno de dolor y recibiendo todo tipo de miradas… ಥ﹏ಥ

Lucy
Creí que un tiempo sin la novela me había hecho más fuerte... Me equivoque T-T, ya quiero saltearme hasta la parte en la que Leandro se encuentra bien y feliz T-T... esa parte existe, ¿verdad?

4 respuestas a “Sin madurar – Capítulo 15: Cambios (7)”

      1. En realidad, creo que todavía no han dicho cual era la esencia de su maldición, solo que estaba maldito por culpa del rey. Pero bueno, como Disney nos ha enseñado, la mayoría de las maldiciones se rompen por amor c: Esperemos que sea el caso para darles un boost de amor más profundo a nuestros protas

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