Una doncella competente – Capítulo 3: Encuentro en el banquete de cumpleaños (3)

Traducido por Den

Editado por Meli


—Las candidatas por fin han entrado al palacio —informó el primer ministro Orn. 

—Ya veo —contestó indiferente, el príncipe heredero.

—¿No debería mostrar más interés? —Frunció el ceño, él había trabajado mucho en ese tema—. Una de esas damas se convertirá en su esposa. Todos los hombres del imperio lo envidian, Alteza. Ambas candidatas son tan hermosas, que son consideradas las mujeres más bellas del imperio.

Rael se rio. Para alguien en su posición, el matrimonio era solo una herramienta. Debía casarse con la mujer que mejor sirviera a los intereses nacionales, no con la más bonita.

—De las dos candidatas, ¿hay alguna que le llame la atención?

—Por el momento no. El archiducado Schuleyan o el condado Istvan… Tendré que sopesar cuál de los dos será más útil para el imperio antes de decidir.

Ornn chasqueó la lengua, al príncipe solo le interesaba la política, pero no le parecía correcto que no se ocupara en su propio bienestar.

Está eligiendo a la mujer con la que pasará el resto de su vida. Sería bueno que pensara en sí mismo. Solo espero que alguna de las candidatas logre cautivar a este hombre estoico. Después de todo, cualquiera desarrolla sentimientos luego de pasar tiempo con otra persona y cualquiera de las dos sería beneficiosa para el Imperio.

—¿Todavía no has encontrado a la princesa Morina? —El príncipe sacó a Orn de sus ensoñaciones.

—Lo lamento. Todavía tengo gente buscándola…

—Es una lástima. —Rael sacudió la cabeza—. La princesa Morina, la última del linaje del Reino de Cloyan, sería la más adecuada. La región de Cloyan se estabilizaría y pasaría a ser parte definitiva del Imperio.

—Sin embargo, no puede posponer la selección hasta que la encontremos, Alteza. De hecho, debería haberse casado hace mucho tiempo, pero mejor tarde que nunca.

El príncipe asintió, aunque era reacio a casarse, no tenía más remedio que empezar a elegir una esposa.

—Lo sé. Parece que debo renunciar a la idea de convertir a la princesa Morina en mi princesa heredera.

—Sí, debería. Pero… ¿qué hará si la encuentra después? —preguntó Orn.

No puedo tener dos princesas herederas. Entonces…

—Por supuesto, deberé matarla —respondió luego de un instante.

♦ ♦ ♦

Con el relincho de los caballos, dos espléndidos carruajes imperiales bien ornamentados, se detuvieron al entrar en el palacio. Una dama descendió de cada vehículo, eran escoltadas por un caballero.

—Bienvenida, princesa Ariel. Bienvenida, señorita Rachel. Soy la condesa Ashlyn, la doncella principal —Hizo una reverencia, que imitó el resto del personal, detrás de ella—. Las doncellas del Palacio del León servirán a las delfinas [1] de ahora en adelante. Estaremos encantadas de atenderlas.

—Encantada de conoceros a todas —expresó la princesa Ariel, irradiaba elegancia.

Marie se sorprendió al ver a la mujer. Era hermosa.

Había muchas doncellas hermosas en el Palacio del León, pero ninguna como ella. Cabello negro azabache, grandes ojos azules que cautivaban, labios rojos como rosas y piel blanca. Sus líneas faciales le recordaban a inalcanzables joyas celestiales. Tenía una mirada penetrante y un cuerpo sensual que evocaba a la tentación. Ningún hombre podría evitar que le diera un vuelco al corazón al verla.

—También me alegro de conocerlas —La señorita Rachel hizo una reverencia, era una mujer de aspecto delicado.

Ella es la hija del conde Istvan. También es muy hermosa, exclamó Marie para sus adentros.

Parecía de la misma edad que ella. Tenía cabello rubio brillante y ojos azules como un lago. Su apariencia de muñeca era tan bella como una flor. Poseía un encanto delicado y puro que despertaba el instinto protector.

Los rumores sobre que eran las mujeres más bellas del Imperio, resultaron ciertos.

Son… como las protagonistas de una novela, pensó Marie.

Aquellas mujeres en el palacio, que se habían jactado de ser hermosas quedaron relegadas a segundo plano. Por no mencionar a Marie, que tenía una apariencia corriente.

—Las llevaré donde Su Alteza, el príncipe. Por aquí, por favor.

La condesa Ashlyn las guió. La princesa Ariel la siguió con pasos firmes, mientras que la señorita Rachel fue más cautelosa.

Cuando desaparecieron, las doncellas empezaron a murmurar:

—Vaya, ¿las visteis? Son como los rumores…

—Lo sé. He visto a la princesa Ariel en varias celebraciones de la clase alta, así que ya la conocía. Pero la señorita Rachel no se queda atrás, ¿cierto? —musitó, eufórica.

—¿A cuál de las dos elegirá Su Alteza?

—Quizás a la princesa Ariel. Su Alteza también es un hombre, ¿no creéis que le gustaría más una belleza seductora?

—No, yo creo que la señorita Rachel tiene más probabilidades de ganar. Los hombres prefieren a las mujeres vulnerables.

—¡Bah!, está claro que elegirá a la princesa Ariel del archiducado Schuleyan. Después de todo, son la familia más influyente del Imperio.

—Si lo miras de esa manera, entonces el condado Istvan también tiene un poder formidable. Y si la hermosa señorita Rachel derrite el corazón de Su Alteza, será una historia diferente.

Siguieron discutiendo. En cambio, Marie asentía con la cabeza mientras escuchaba sus argumentos.

No van mal encaminadas. Quien cautive el corazón de su alteza tiene más probabilidades de ganar, ya que ambas familias aportarían los mismos beneficios políticos.

Le costaba imaginarse al príncipe heredero enamorándose de una mujer, pero al ver a las dos candidatas, cambió de opinión. Incluso el Príncipe de Sangre de Hierro caería ante unas mujeres tan hermosas.

Marie, tienes que centrarte. Debes decidir a cuál de las dos damas ayudarás.

Recordó el «Plan de Cupido», que ideó para escapar del Palacio del León: ayudar a una de las dos candidatas a conectar con el príncipe heredero y así, ser libre.

Espabila Marie, ¡tú puedes hacerlo! 

Las palabras del príncipe le vinieron a la mente: «No hay por qué tener miedo.»

El príncipe heredero… —se mordió los labios— no es una mala persona. No, pero debo alejarme de él.

Decidió que, aunque no tendría más remedio que dejarlo, como su doncella, le serviría lo mejor que pudiera antes de irse.

♦ ♦ ♦

Al día siguiente, Marie se levantó de la cama.

Hoy atenderé a los visitantes del Palacio del León —pensó, mientras se vestía con su uniforme—. Debo ver la manera de acercarme a las candidatas. Será difícil porque son de rango alto y yo solo una sirvienta. No puedo rendirme.

Decidida a encontrar una oportunidad, abandonó los dormitorios. Alguien la esperaba afuera.

—¿Eres la doncella Marie? —preguntó una mujer de mediana edad y rostro serio.

—Ah…, sí, soy Marie.

—¿Tienes un momento? Hay alguien que quiere verte.

—Ah, sí. Está bien, pero… ¿quién es?

—Soy Matilda y sirvo a Su Alteza, la princesa Ariel —se presentó y se acomodó las gafas—. A la princesa le gustaría conocerte, Marie.

Marie abrió mucho los ojos, sorprendida.

—La princesa te está esperando, así que sígueme —agregó Matilda, con voz autoritaria.

¿Por qué quiere verme? —siguió a la mujer—. ¡Qué oportuno! Justo cuando estaba pensando en cómo acercarme a ellas y establecer una conexión. 

—Ya llegamos.

Las delfinas se hospedaban en un palacio anexo al Palacio del León, por lo que estaba muy cerca.

—He oído que no eres una noble, así que ten cuidado de no faltarle el respeto a Su Alteza —indicó, tajante.

—Sí, señora.

—Traje a la doncella Marie, Alteza —anunció Matilda, llamando a la puerta.

Otra doncella, perteneciente al archiducado Schuleyan, abrió la puerta. Cuando entró en la habitación, decorada con la magnificencia digna de una delfina, vio a la misma hermosa mujer de ayer sentada en una silla.

A pesar de que era temprano en la mañana, estaba preciosa, como una rosa elegante que florecía radiante.

—Salve a Su Alteza, la princesa. —Hizo una reverencia y esperó a que le permitieran reincorporarse.

La princesa se limitó a asentir y dejó que Marie permaneciera en una posición incómoda, mientras la escudriñaba con la mirada. No fue agradable.

¿Qué pasa?

—¿Eres esa Marie? —Hizo un énfasis en la segunda palabra.

—Sí, Alteza.

—¿Cuál es tu rango? ¿Eres de una familia noble caída? ¿O tal vez una plebeya?

Marie estaba desconcertada. ¿La había llamado para preguntarle su estatus?

—Soy una prisionera de guerra.

—¿Una prisionera de guerra? —Se burló, con el ceño ligeramente fruncido agregó—: Entonces, ¿eres una esclava?

Marie guardó silencio. A diferencia de los países árabes, en el Imperio de Oriente no existía la esclavitud.

—Los prisioneros de guerra pertenecen a la familia imperial, pero no son esclavos, Alteza —la corrigió Matilda, que estaba a su lado.

—Es lo mismo, un esclavo imperial. ¿O sería más correcto decir que es una sierva que trabaja para la familia imperial?

Marie permaneció en silencio, inmóvil.

—¡Ja! Levántate. Quiero verte bien.

Marie obedeció, vacilante. La princesa Ariel la escrutó con sus hermosos ojos azules.

—¿Quieres saber por qué te llamé?

—Sí, Alteza.

—Te llamé porque tenía curiosidad. Quería saber quién era la doncella especial del príncipe heredero, mi futuro marido —sonrió satisfecha—. Pero no creo que deba preocuparme. Su Alteza nunca tomaría a una chica como tú como concubina.

¿Esa es la razón por la que me llamó? —se mordió los labios, para aliviar la tensión—. ¿Para asegurarse de que no iba a convertirme en la concubina del príncipe?

—No es por eso que Su Alteza me ve con buenos ojos, princesa.

—Lo sé. Te usa para tratar su insomnio. Aun así, quería comprobarlo. Sal de aquí.

Marie se quedó quieta un momento, perpleja por la situación. La princesa volvió a fruncir el ceño.

—¿Qué esperas? Vete.

—Me retiraré…

Abandonó la residencia de la princesa. Cuando se hubo alejado bastante, apretó los puños.

Yo… ¿una concubina del príncipe heredero?

No importaba cuán alto fuera su estatus, había sido muy grosera. Marie se puso roja, se sentía avergonzada.

Calma, Marie. Aguanta, aguanta. Solo te lastimarás si dejas que esas palabras te alteren. No le des importancia. —Respiró para relajarse—. En cualquier caso… dudo que alguien como ella logre conquistar al príncipe heredero.

Sí, era hermosa, pero muy arrogante debido al poder de su familia. Igual a la mayoría de los hijos de la gran aristocracia.

No podía definir su personalidad con un solo encuentro. Sin embargo, era poco probable que el racional y sensato príncipe heredero, fuera seducido por una arrogante dama de alta alcurnia, por muy hermosa que fuera.

Solo queda conocer a la señorita Rachel. Tarde o temprano, me tocará servirle.

Dado que las doncellas del Palacio del León también servían en el Palacio Estrella, a Marie le tocaría atenderla.

Buscaré una oportunidad para hablar con ella.

Más tarde, ese mismo día, mientras trabajaba en el Palacio del León, una joven sirvienta la visitó.

—¿Es usted la señorita Marie?

Por un momento no supo si estaba hablando con ella. Nunca en su vida la habían llamado «señorita Marie».

—Sí, soy Marie… ¿Qué ocurre?

—¡Ah! Encantada de conocerla. Soy Gina y sirvo a la señorita Rachel.

Marie estaba sorprendida.

—Lo siento mucho, pero… ¿dispone de un momento? A la señorita Rachel le gustaría conocerla, señorita Marie.

♦ ♦ ♦

—Soy la doncella Marie. Encantada de conocerla, señorita Rachel.

—¡Ah, bienvenida! Te estaba esperando. Por favor, siéntate aquí —la saludó Rachel con voz alegre.

Marie parpadeó, su actitud era por completo diferente a la de la princesa Ariel.

—¿Quieres una taza de té? ¿Cuál te gusta?

—E-Estoy bien.

La inesperada hospitalidad la tomó desprevenida.

—Pero eres una invitada, así que debo ofrecerte algún refrigerio. Gina, prepara una taza del té que trajimos de casa.

—Sí, señorita. Espere un momento por favor.

La joven sirvienta hizo té caliente y lo sirvió.

—Está caliente, ten cuidado.

—G-Gracias.

Marie observó con cautela a la delfina, estaba siendo demasiado amable.

¿Por qué quería verme? ¿Quizás…?

—Sé que debes estar ocupada, pero gracias por tu tiempo —dijo Rachel, con una voz tan suave como su delicada apariencia.

—No se preocupe, señorita. Y, por favor, no sea tan formal conmigo. Si puedo preguntar…, ¿por qué deseaba verme?

Antes de hablar, Rachel, tomó un sorbo de su té, fue un movimiento suave y elegante.

—En realidad, te llamé porque quiero pedirte un favor.

—¿De qué se trata?

Rachel dejó la taza sobre la mesa.

—Seré directa con mi petición. —Miró a Marie a los ojos, esta se tensó—. Por favor, ayúdame a mí y a la familia Istvan.

—¿Qué… quiere decir? —Estaba anonadada—. ¿Cómo podría ayudarla? Soy una simple sirvienta.

—Es tal y como suena. Debo ser elegida para casarme con Su Alteza el príncipe heredero.

—Lo sé.

Ese era el propósito de ser una delfina.

—No, no quiero convertirme en la princesa heredera por codicia personal. El destino de mi familia depende de si soy elegida o no.

—¿A qué se refiere con que el destino de su familia está en juego…? —preguntó Marie, sorprendida por la confesión.

—Desde que perdimos la guerra civil contra Su Alteza, el condado Istvan ha ido en declive. —Su rostro se ensombreció—. Si seguimos así, temo que nuestra ruina sea irremediable. Solo hay una manera de restaurar nuestra casa a su antigua gloria. Y es que sea elegida como princesa heredera. Debo hacerlo por el bien de mi familia.

Marie lo entendía. Establecer una relación política con el príncipe heredero, bastaría para revivir el condado de inmediato.

—Mi familia y yo nos jugamos la vida en esta selección. Es la última oportunidad de restaurar el condado. Sin embargo, siendo objetiva, no soy yo quien tiene más posibilidades de ser elegida, sino la princesa Ariel. Además del poder con el que cuentan, el archiducado Schuleyan ha sido aliado de Su Alteza desde hace mucho tiempo.

Rachel miró a Marie con ojos llorosos.

—Por eso me gustaría que la señorita Marie me ayude en esta selección. Necesito tu ayuda.

Planea acercarse al príncipe heredero con mi ayuda. ¡Es lo que necesitaba! No fue necesario que yo la buscara para iniciar con mi Plan Cupido; no obstante, ¿podré de verdad ayudarla?

Hablaba de forma grandilocuente, pero al final quería casarse con el príncipe heredero por el bien de su familia. Era algo que no podía reprocharle, ese era el objetivo de un matrimonio político; sin embargo, Marie dudó, parecía… ser reacia por algún motivo.

Tampoco parece tener mal carácter. No creo que vaya a ser una princesa heredera horrible.

—Entiendo. La ayudaré a acercarse a Su Alteza.

Por suerte, le agradaba al príncipe heredero. Así que habrá muchas oportunidades para ayudar.

—No, —negó con la cabeza— no te estoy pidiendo ese tipo de ayuda, señorita Marie. Por supuesto, así sería más fácil acercarme aún más a Su Alteza, pero eso es algo que puedo hacer yo misma.

—Entonces, ¿qué necesita, señorita?

—Lo que necesito son tus «talentos», señorita Marie.

—¿Perdón…? ¿A qué se refiere? —preguntó, perpleja.

—Sé que posees habilidades en muchas áreas. Y que son la razón por la que Su Alteza se ha interesado en ti. Lo que quiero es que me ayudes con tus talentos. —Marie abrió los ojos—. Estrictamente hablando, la selección es un proceso para evaluar a las candidatas. Los resultados de cada prueba serán informados a Su Alteza.

Tenía razón. No solo se trataba de llamar la atención del príncipe heredero, era igual de importante mostrarse inteligente y ser capaz de resolver problemas.

—Quiero que me ayudes con tus diversas habilidades durante las pruebas. Quiero hacerlo mejor que nadie y así convencer a Su Alteza. —Ante el silencio de Marie, Rachel continuó—: Préstame tus habilidades y, a cambio, te concederé todo lo que quieras, Marie.


[1] Delfina: proviene de la palabra latina delphinatu, que significa princesa heredera. Es el título que se les otorga a las candidatas que participan en la selección a princesa heredera.

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