Voy a vivir mi segunda vida – Capítulo 25: ¡El circo llega a la ciudad!

Traducido por Ichigo

Editado por Sakuya


Seis meses después del Duelo entre Dormitorios Este-Norte, Fie y sus amigos comenzaron su segundo año de entrenamiento como escuderos.

Fie tarareaba una alegre melodía mientras caminaba por la calle principal de la capital. La lluvia torrencial había cesado por el momento, dejando un cielo azul y despejado que brillaba sobre Wienne. Una brisa refrescante le acariciaba la mejilla y la ponía de muy buen humor. Hoy había salido a hacer sus recados habituales, pero decidió tomar el camino más largo para disfrutar del buen tiempo.

Al acercarse a la orilla del río, sintió el maravilloso aroma del pollo asado con salsas y hierbas. Había un puesto que vendía brochetas de pollo con hierbas. Fie quedó cautivada de inmediato. El dueño del puesto le habló.

—Vamos, muchacha. ¿Qué te parece si pruebas una? Están recién salidas de la parrilla y son muy deliciosas.

Su estómago gruñó en respuesta.

Debería traer algunos para los demás. 

—Quiero quince, por favor —dijo.

—Bien.

Eso significaba dos para Queen, Gormus, Slad, Remie y Grees, lo que hacía un total de diez. En cuanto a los otros cinco, dos eran para que comiera durante su paseo, y dos más para comer con los demás. Pero no tenía sentido detenerse en catorce pinchos, razonó, así que compró uno más para completar quince. Sin dudas, no era solo que quisiera comerse otro.

Se rio para sus adentros mientras sacaba uno de su envoltorio de papel. La grasa, que se derretía al calor de los rayos del sol, brillaba de un modo que le hacía agua la boca. Justo cuando se disponía a comérsela de una, una voz familiar gritó detrás de ella.

—¡Oye, ¿no sabes que es de mala educación comer mientras caminas?!

Fie reconoció la voz de inmediato y sonrió.

—Tú también lo haces, Crow —señaló—. ¿Recuerdas cuando patrullabas el otro día?

—No tuve tiempo de sentarme a comer, ¿qué otra cosa podía hacer? Me tomo en serio mi deber de guardia por el bien de la seguridad pública —justificó con aire altivo.

Ella lo fulminó con la mirada.

—Eso es una gran mentira. Lo único que haces es perder el tiempo persiguiendo a todas las chicas guapas que se cruzan en tu camino.

Él se cruzó de brazos y asintió dos veces.

—Cuando no pasa nada, voy por ahí haciendo preguntas educadas a ciudadanos, sí —planteó con inocencia—. No es culpa mía que todo el mundo malinterprete este noble acto. Los asesinos de damas lo tenemos muy difícil.

Esto no hizo nada para disuadirla de su mirada. Ella sin duda no confiaba en sus relaciones con las mujeres y nunca lo había hecho. Aun así, no estaba buscando pelea. Esto caía más en la categoría de broma juguetona.

Cortándola antes de que pudiera hacer otra objeción. Crow miró el pincho en su mano.

—Pero, no importa todo eso. Ese pollo tiene una pinta estupenda. ¿Qué tal si compartes uno con tu veterano favorito?

—¿No dijiste que era de mala educación comer mientras se camina?

—Y lo mantengo, pero nunca dije que no deberías hacerlo.

Eso también era sólo otra parte de sus bromas habituales.

Ella refunfuñó para sus adentros. Claro que le contestaba así todo el tiempo, pero también era consciente de que siempre estaba pendiente de ella. Que así fuera, pensó, mientras le daba uno de sus cinco pinchos. No le causaba ninguna pena desprenderse de uno cuando había planeado comérselo entero. Se lo pasó con expresión amarga, y él, que solo lo había pedido en broma, pareció culpable.

—No seas así —le dijo—. En tu próximo día libre, te llevaré a comer fuera, ¿de acuerdo?

Eso le devolvió un poco el ánimo.

Crow había olvidado por completo que tenía tanto apego a su comida. No es que Fie fuera tacaña; de hecho, era generosa cuando se trataba de compartir. Sin embargo, se aferraba a su propia comida como si nada.

Hace un año también era así, se dio cuenta. Hacía tiempo que no pensaba en ello, pero ahora recordaba lo famélico que parecía cuando se conocieron. ¿Acaso esa experiencia cercana a la inanición había causado esta posesividad en torno a la comida? En comparación con entonces, parecía más sano, con las mejillas más redondeadas y una suavidad que, por curiosidad, no podía describirse como gordura. En cualquier caso, estaba sano, y eso era lo único que importaba.

De repente, invadido por este extraño arrebato de sentimentalismo, se metió el pincho en la boca y acarició la cabeza de Fie con cariño.

Ella ladeó la cabeza, confundida. ¿De dónde había salido eso? Esperaba otra de sus bromas. Aun así, disfrutó del afecto, así que lo aguantó por el momento.

—Volvamos al castillo —dijo Crow.

—Claro —aceptó y se puso a su lado.

Era curioso, se dio cuenta. En algún momento, parecía que se había encariñado con él. Caminando a su lado, empezó a pensar que tal vez debería cuidarlo un poco mejor.

♦ ♦ ♦

Aquí se encontraba el dormitorio norte, hogar de muchos de los escuderos del castillo. Cuando el instructor Heslow llamó a Fie, Queen se quedó atrás y decidió asistir a una conversación con sus compañeros.

Los otros escuderos también estaban en su segundo año de entrenamiento, pero ninguno de los chicos había cambiado mucho desde que eran de primer año. Tampoco lo habían hecho sus conversaciones, que una vez más consistían en asuntos triviales.

—Escucha, te digo que Miranda sin duda es la mejor —dijo un chico.

—De ninguna manera —replicó otro—. ¡Emer es, con diferencia, la más linda!

El tema de conversación de hoy era una nueva cafetería llamada Ambiabière, que acababa de abrir en la capital. Como parte de un cambio de imagen tras la quiebra de una cafetería anterior. Había contratado a chicas guapas para que se vistieran de sirvientas y sirvieran de camareras. Fue un gran éxito entre los hombres de la capital. Ahora los escuderos se enzarzaban en una apasionada discusión sobre cuál era la mejor.

—¡Miranda es la chica más guapa de toda la ciudad! —insistía el primero.

—¿Ah, sí? Pues Emer es la más guapa de todo el país —replicó el segundo.

Los chicos se fueron animando a medida que discutían.

—¡Están locos! —exclamó el primer chico.

—¡Bien, arreglemos esto con un duelo!

—¡Me parece bien! ¡Adelante!

—Alto, alto —interrumpió un tercer chico—. Los duelos no están permitidos. ¿Se acuerdan? Esto es una infracción de las Reglas y Prohibiciones de los Escuderos. Hechas por los Escuderos. Mantenidas por los Escuderos. Y por nuestro propio bien. Artículo 58: “Los duelos sobre Ambiabière nunca terminan y por lo tanto están prohibidos”. Y, por supuesto, ¡tampoco deben hacerse daño unos a otros por ello!

A mitad de su primer año de formación, los chicos se habían encargado de crear un conjunto de normas y prohibiciones. Esto había surgido de una serie de problemas que los escuderos del dormitorio norte habían causado, cada uno por sus propias razones, pero los dos objetivos principales de las reglas era evitar molestarse unos a otros y evitar ser regañados por Heslow. Una vez al mes, los escuderos se reunían para presentar proyectos de ley, discutir su contenido y aprobarlos por mayoría. En ese momento, su lista de leyes supera ya las doscientas.

—¿A quién le importa? —bramó el primer muchacho—. ¡Aceptaré la pena! La encantadora Miranda vale todo.

—¡Eso es! —gritó el segundo chico—. ¿Qué importa un pequeño castigo? Ningún castigo detendrá mi amor por la bella Emer.

Estas leyes eran, en general, autocumplidas, pero como no todos los escuderos asistían a las reuniones, los muchachos (incluso los que habían votado la ley en primer lugar) a veces se olvidaban del gran número de leyes que habían establecido.

—Eh, vamos a ver —murmuró el tercer chico mientras hojeaba las actas colgadas en la pared del dormitorio—. Ah, aquí dice que el castigo es pasar tres días con Heath.

—La gente dice que eso es incluso peor que el castigo que se nos ha ocurrido, y ese fue el infame castigo de los “cangrejos a orillas del río Luna”. Y esto es solo un duelo, ¿no? Quiero decir, no son sucesos cotidianos. ¿Por qué el castigo es tan severo?

—Porque en un momento dado, ocurrían con demasiada frecuencia —explicó el chico que estaba cerca de la hoja de reglas—. A veces teníamos más de diez al día. Y eso es detestable, por supuesto, así que instituimos esta sanción. Como es obvio, justo después vimos un fuerte descenso en el número de duelos.

Incluso los chicos que habían insistido a gritos en que no tendrían nada que ver con las normas palidecieron al oír la sanción.

Un chico tragó saliva. El otro sugirió:

—Quizá deberíamos dejar los duelos por ahora.

—S-Sí, estoy de acuerdo…

Queen ladeó la cabeza, confundido. ¿Cómo iba a ser malo pasar tiempo con Heath? Él, al contrario, lo disfrutaba mucho. Pero, por supuesto, no lo dijo en voz alta, y la conversación continuó sin su intervención.

Incluso cuando el duelo ya no era una opción, los chicos seguían muy apasionados por sus camareras preferidas y retomaron la discusión desde donde la habían dejado. Ahora incluso había nuevos partidarios en cada bando.

—¡Miranda siempre me sonríe después de traerme el té! Me bebería un millón de tazas con tal de ver esa sonrisa —gritó uno de sus fans.

—¡Emer es genial haciendo dibujos con ketchup en las tortillas! —contraatacó otro fan—. ¿Y sabes qué? Cuando pides una grande, siempre dibuja un corazón. Te digo que nos quiere.

En lugar de tratarse de un excelente servicio de atención al cliente, Queen tenía la corazonada de que se trataba más de explotación del cliente que de otra cosa.

Justo entonces, apareció un nuevo aspirante con un suspiro y una sonrisa burlona. Con las palmas de las manos hacia arriba y sacudiendo la cabeza con un gesto de disgusto.

—Dios mío. Ustedes sí que no saben nada.

Esto solo sirvió para enfurecer a los chicos que discutían.

—¿Ah, sí? ¿Por qué eres tan engreído? —preguntó uno.

—¡¿Quién es tu favorita?! —desafió otro.

—Todos han pasado por alto algo muy importante —dijo el chico nuevo—. Ambiabière es tan popular porque puedes ser atendido por hermosas doncellas que, de otro modo, nunca te darían ni la hora. Pero, esas chicas no son criadas de verdad. Y podemos conocerlas. Entonces, ¿por qué estar tan obsesionados con sirvientas falsas?

—Tienes razón… —reconoció uno con el ceño fruncido.

Otro chico, que parecía tan abatido como el resto, murmuró:

—Pero… todas las criadas de verdad, que conocemos, nunca nos tratan bien…

A medida que las criadas ascendían en antigüedad, a menudo entraban en funciones en el corazón del palacio, lo que significaba que muchas de ellas, que trabajaban cerca de los dormitorios, tenían más o menos la misma edad que los escuderos. Pero, al estar en esa edad tan incómoda, a ellos les resultaba difícil superar esa incomodidad y entablar amistad. Además, las doncellas solían ser advertidas de que se alejaran del dormitorio norte con rumores de que estaba lleno de niños problemáticos, lo que solo hacía más difícil que ellos tuvieran la oportunidad de hablarles. Por supuesto, esta dificultad no era exclusiva de su dormitorio; los chicos supusieron que los adolescentes de los otros tenían problemas similares debido a la naturaleza de la pubertad.

De repente, el tema de conversación cambió a Queen.

—Tienes suerte —le dijo uno de los chicos—. Le gustas mucho a las criadas.

Queen era, por supuesto, la excepción a esos rumores sobre el dormitorio norte. Su popularidad entre las chicas se debía a sus buenos modales, su estupenda figura y su singular atractivo. Como prueba de ello, durante la segunda mitad de su primer año de formación, varias chicas le habían confesado que estaban enamoradas de él.

También estaban Remie, Gees y Persil, del dormitorio este. Juntos, los cuatro formaban un pequeño grupo de apuestos escuderos que se negaban a participar en la persecución general de faldas que practicaban los demás, aprendiendo con el ejemplo de una parte en especial indecente de los caballeros. El dormitorio este también albergaba al autoproclamado genio Rigel y a su amigo Luka, que cumplían los criterios, pero sus personalidades distintivas los situaban en otro campo distinto por completo.

Queen se sonrojó mucho y murmuró:

—En realidad no me interesa. —Traicionando su inocencia.

—Claro, eso dices, pero tienes que estar interesado en alguien —dijo el primer chico.

Él negó dos veces con la cabeza. El chico suspiró.

—Toda su popularidad se va al garete…

El chico de al lado intervino.

—¡Vamos, deberías empezar a preocuparte más por las chicas, Queen!

—Espera, no, esa es una mala idea —dijo el primer chico—. ¡Solo aumentará la competencia!

—¿Cómo es que a Queen no le importan las chicas, pero es popular de todos modos? Y, cuando queremos conseguir chicas, ¿todos piensan que somos unos perdedores?

—Es extraño… muy extraño…

Queen tampoco entendía nada. Sus cejas se fruncieron en un ceño preocupado. En este momento, estaba saliendo con la chica que más le gustaba, pero esto era un secreto para todos a su alrededor. Era muy feliz con su novia; la idea de ir detrás de otra y engañarla era absurda. Sabía que si lo hacía y Fie rompía con él, se arrepentiría el resto de su vida. Por eso no le interesaban otras chicas: ella era la única para él.

El tema de conversación saltó de repente a la mencionada novia.

—¿Sabes lo que es extraño? —dijo uno de los otros chicos—. Heath. Yo tampoco entiendo por qué las criadas están encima de él.

—¡Cierto! Hace tantas estupideces como nosotros, ¿no?

Heath era una chica que vivía en el dormitorio norte junto con Queen y los demás, disfrazada de chico para poder entrenarse para ser escudera. Su verdadera identidad era Fie, princesa de Daeman y segunda esposa del rey Roy de Orstoll.

Ahora bien, si alguien era una niña problemática en este grupo, esa era Fie. Era la mayor alborotadora del dormitorio y tenía la costumbre de meter las narices en todo tipo de refriegas.

Odiaba quedarse al margen de todo, así que se había unido a algunos de los otros chicos en sus intentos anteriores de flirteo y también había acabado metida en el ojo.

A nadie le habría sorprendido que las criadas la hubieran ignorado, pero, por extraño que parezca, no pareció importarles. Todavía reprendían a Fie de vez en cuando, pero ella siempre se las arreglaba para reconciliarse con ellas en poco tiempo. Las criadas la consideraban una gamberra simpática, pero alborotadora, lo que le daba una posición única entre ellas. Los chicos no entendían qué hacía Fie de diferente.

—Queen —se enfureció uno de los chicos—, ¿te ha contado alguna vez Heath su truco secreto para gustar a las chicas?

—¡Sí! —gritó otro chico—. No tiene sentido que sea tan popular como es. Debe tener algún truco.

—¡Por supuesto! ¡Está usando algún truco sucio y podrido! Queen, ve a decirle que dijimos eso.

Los chicos lo presionaron. Otro se unió a la refriega, gritando:

—¡Es hora de que el perro se convierta en lobo!

Queen frunció el ceño, preocupado, y negó con la cabeza. En su opinión, la suerte de Fie con las criadas no era más que su capacidad para simpatizar con ellas como compañera y actuar en consecuencia. Claro que su entusiasmo la hacía exagerar a veces, pero en general era una persona encantadora. Aunque estuvieras enfadado con ella, querías ser su amigo. “No quiero ser como Sir Crow ni nada parecido”, había admitido una vez, “pero estaría bien ser popular”.

Como su novio, Queen no pudo evitar una sensación de fatalidad inminente ante esas palabras.

Así que la popularidad de Heath —o de Fie, más bien— entre las criadas no era ningún truco.

Y hablando del diablo, justo en ese momento Fie entró, vio a los chicos reunidos alrededor, y corrió hacia ahí, pensando que algo interesante estaba pasando.

—¡Hola chicos, he vuelto! —llamó—. ¿Qué están haciendo? ¿Es divertido? Es algo divertido, ¿no?

—Oh, no es nada —respondió uno de sus compañeros.

—Y aunque fuera algo, no tiene nada que ver contigo —añadió otro chico. Sus celos y mezquindades por el desequilibrio de las interacciones de Fie con las criadas les hacían menos que acogedores con la supuesta culpable.

Fie hizo un mohín.

—¿Cuál es tu problema? Hmph, ¡Qué más da! —espetó—. ¡Venga, Queen, vámonos! —Molesta por haber sido excluida, se marchó a su habitación.

—De acuerdo —dijo Queen mientras corría tras ella.

Los chicos miraron con envidia sus figuras en retirada.

—Se lo merece, ese sucio embaucador —murmuró uno.

—Y su perro —añadió otro.

Lástima para los otros chicos que el sucio embaucador y su perro tuvieran justo el tipo de relación que el resto de ellos tanto anhelaba.

Cuando se quedaron solos, Fie le pasó dos de las brochetas de pollo a Queen.

—Aquí tienes —dijo.

—Gracias.

—Voy a buscar a Gormus, Remie y el resto de los chicos para darles su parte, ¿de acuerdo?

—Claro, nos vemos cuando vuelvas —lo aceptó de buen grado y la observó hasta que se perdió de vista. Después de todo, una vez que ella regresara, él sabía que podrían pasar un buen rato a solas.

En cuanto a lo avanzado que estaba su noviazgo, habían llegado (por sorpresa) a la fase de los besos. A los cinco meses, si esto avanzaba rápido o lento era una cuestión individual, pero Queen lo veía como un enorme paso en la dirección correcta.

Sin nada que hacer hasta que Fie regresara, él empezó a reflexionar sobre su primer beso.

Había ocurrido un día tres meses después de empezar a salir, cuando ellos estaban pasando el rato en la habitación de Queen como de costumbre. Ella leía un libro que había tomado de algún sitio mientras él leía por encima de su hombro, echando de vez en cuando miradas furtivas a Fie cuando lo hacía. En realidad, su relación secreta no tenía mucha acción, pero el simple hecho de salir y pasar tiempo con ella lo hacía feliz. Esto era suficiente para él.

Justo cuando pensaba eso, Fie levantó la vista.

—Eh, Queen.

—¿Hmm? —respondió alrededor de un bocado de té. Si hubiera tenido cola, la habría movido con todas sus fuerzas de puro entusiasmo por que le hablaran.

—Sabes, he oído que se supone que debes besar a tu novio cuando llevas tres meses saliendo con él.

Queen se atragantó con el té, tosiendo con violencia.

—¿Estás bien?

Asintió con la cabeza.

Como si quisiera darle una patada al hombre cuando ya estaba en el suelo, ella ladeó la cabeza y preguntó:

—Entonces, ¿quieres intentarlo?

Era como si le hubiera dado un martillazo en la cara. Besar era un tema delicado para él. Como era obvio, él quería decirle que sí y, por supuesto, negarse estaba fuera de lugar. Pero no quería que le presionaran y, lo que era más importante, el mero hecho de pensarlo hacía que su corazón se acelerara a un ritmo insoportable.

Besarla era una de sus metas futuras, sin duda, pero al mismo nivel que convertirse en un espléndido caballero, heredar la casa familiar de sus padres y mantener el hogar. Nunca había soñado que esto ocurriría tan pronto. ¿Y un beso justo ahora? ¿En un día cualquiera mientras pasaban el rato juntos? Su cerebro giraba en círculos ansiosos. Si hubiera tenido esa cola, se le habría caído entre las piernas en ese mismo momento.

—¿D-de dónde has oído eso? —tartamudeó. No era ni un sí ni un no, sino más bien un recurso de procrastinación. Patético, sí, pero hacía lo que podía. En este punto, era todo lo que podía hacer para mantener la conversación.

Fie, imperturbable por completo, explicó.

—Eso es lo que dice el libro —mientras le mostraba la portada del libro que estaban leyendo. “Romance para tontos: ¿Cansado de que tu vida amorosa vaya por detrás de la de los demás? Entonces, ¡tenemos la guía para ti!”, gritaba la portada del libro en grandes letras.

Los pensamientos de Queen se agitaron. ¡Déjame en paz! El romance es diferente para cada persona. ¿Qué sabe un libro de mi vida amorosa? Quiero decir… Pero ni una sola palabra salió de su boca. A pesar del té que acababa de tragar, tenía la garganta seca como un hueso.

Ella se acercó a su lado.

—Toma, vamos a intentarlo —le dijo. Cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia él.

Para ella es fácil decirlo, pensó Queen, que se sonrojó al ver su cara tan cerca.

Su piel era luminiscente, sus pestañas tan tenues. Para él, la suya era la cara más bonita y adorable de todo el mundo. Y esos preciosos, finos y pálidos labios rosados… La visión de eso en particular fue un shock para su sistema.

Me va a besar… 

Al darse cuenta, todo su cuerpo empezó a sudar con nerviosismo.

Mientras la miraba atónito, Fie abrió sus brillantes ojos azules y parpadeó sorprendida. Parpadeó varias veces más, asegurándose de lo cerca que estaban antes de volver a cerrar los ojos.

—Vamos —le instó.

Para ella es fácil decirlo, volvió a pensar Queen.

Era como si los sueños más salvajes se estuvieran haciendo realidad; al mismo tiempo, era como si estuviera en el infierno. El corazón le latía tan deprisa, las mejillas se le estaban poniendo tan rojas y la vergüenza se le disparaba tanto que sentía que se iba a morir. No entendía cómo habían llegado a esta situación.

Pero…

Al mismo tiempo, sus emociones le gritaban: “¿Estás segura? ¡¿De verdad puedo?!” Estaba claro que quería intentarlo. Dio un gran trago, enderezó la columna sin saber por qué lo hacía y se acercó poco a poco a ella. Se acercó a su rostro, mucho más pálido que el suyo. A medida que la distancia entre ellos se reducía, su corazón tronaba cada vez más fuerte.

Justo cuando sus rostros estaban a punto de encontrarse, se dio cuenta de que su nariz corría el riesgo de chocar con la de ella y ladeó la cabeza con rapidez. A pesar de ser su primera vez en… bueno, en casi todos los aspectos de este escenario, se daba cuenta de que esto era un problema (quizás por puro instinto o quizás porque ya había representado este escenario en su cabeza). En cualquier caso, una vez evitada la primera metedura de pata, volvió a fijar la vista en su objetivo y se sobresaltó por la sorpresa. Estaba tan cerca. Tenía la cara casi delante de sus narices. Bueno, no casi, se dio cuenta Queen, ya que en su afán se había pasado un poco y había acabado a un pelo de ella. Era la primera vez que estaba tan cerca. Incapaz de soportarlo, cerró los ojos. Entonces, se dio cuenta de que esa era la forma correcta de besar a alguien.

Y entonces empezó a entrar en pánico. ¿Cómo iba a saber dónde apuntar? ¿Cómo se las arreglaban los demás para darse cuenta? Sin embargo, no había nadie cerca para decírselo, ya que ella era tan novata en esto como él. Oh, ¡cómo deseaba haber prestado más atención a ese libro!

Con los ojos cerrados, sus demás sentidos se pusieron más en sintonía. Podía oír su respiración delante. En su nerviosismo, su propia respiración se había detenido. Se detuvo en seco, sin oír nada más que a ella y sin ver nada más que la oscuridad de sus párpados cerrados, y se preguntó con frenesí qué se suponía que debía hacer.

Mientras tanto, ella esperaba inmóvil frente a él. En medio de su pánico, no se le ocurrió la sencilla solución de volver a abrir los ojos. No había más tiempo; no tardaría en quedarse sin aliento. (Para empezar, debería haber respirado con normalidad, y si le preocupaba la respiración de Fie, podría solo haberse echado atrás un momento, pero ya era demasiado tarde para eso). Arrinconado, Queen al final se cuadró consigo mismo y se lanzó. Bueno, ¿qué puedo perder? Y con ese grito de guerra resonando en su mente, adelantó la cara.

Sintió un tacto frío contra sus labios, la sensación cruda de ello. En ese mismo momento, Fie emitió un pequeño sonido que contaba una historia muy diferente a lo que estaba acostumbrado a oír de ella. Mientras tanto, él seguía presa del pánico.

¡¿Funcionó?!

Como su temperatura corporal era más alta que la de la mayoría de la gente, la piel de Fie siempre le resultaba fría al tacto. Era muy diferente de la temperatura de cualquiera de sus amigos varones, así que pensó en esto como el calor corporal de una chica, lo que siempre hizo que su corazón latiera con fuerza. Incluso antes de eso, también había notado que, cuando la tocaba, su cuerpo era suave, más suave que el de él y sus otros amigos, y lo atribuyó también a que era una chica. Ahora, cuando sus labios tocaron los de ella, sintió la misma diferencia de temperatura, pero también algo más. No sabía cómo decirlo. Sus labios se sentían suaves, incluso un poco húmedos, pero al mismo tiempo fantásticos y muy suaves. Pero justo entonces se dio cuenta de que no sabía si la parte de Fie que estaba sintiendo eran de verdad sus labios. Esta preocupación le consumía, pero sabía que sería muy patético por su parte comprobar que de verdad lo eran.

Sin embargo, a pesar de lo inquieto que estaba, esta sensación no era desagradable. Besarla era en serio una delicia. No obstante, incapaz de soportar los nervios por más tiempo (incluso si sentía que esto era hacer trampa un poco), abrió los ojos solo un poco, por lo que ella no vería, y se coló una mirada hacia abajo. Como era obvio, no pudo ver la parte donde estaba su boca, pero vio a ella mirándole fijo mientras le devolvía el beso. Y con eso, supo que su primera vez había sido un éxito. Era su primer beso con Fie.

La excitación de este conocimiento casi lo abrumó. Su cara empezó a palidecer mientras cerraba los ojos y se concentraba con absolutismo en mantener la posición. Se dijo a sí mismo: “¡Esto! ¡Es! ¡Mi! ¡Primer! ¡Beso! ¡Con! ¡Fie!”. Sin ninguna experiencia previa (como era obvio) ni grandes conocimientos sobre el tema de los besos, este éxito le pareció una coincidencia. Habría esperado que chocaran las narices en sitios raros o que se precipitaran demasiado rápido y chocaran sus dientes contra los del otro. Pero la suerte estaba de su lado en su primer intento. Y ahora su boca estaba sobre ella, justo contra sus labios.

Su cara era de un carmesí brillante. Sí, había llamado a este primer beso un éxito, pero habían pasado tres minutos desde ese primer “éxito”. Queen supuso que cualquier beso que se prolongara tanto podría estar forzando un poco la definición de la palabra. Sin embargo, con ella tan cerca que sabía que podía sentir el calor de su cuerpo sin siquiera tocarlo, su mente oscilaba entre acercarse más o alejarse, dejándolo congelado en la indecisión.

De acuerdo, sí. Él había empezado con éxito, pero no había pensado en lo que vendría después. No había considerado de antemano cuándo retroceder, y nada le venía a la mente ahora que su cerebro estaba en blanco por completo. Parecía dispuesto a quedarse ahí sentado, rígido, con los labios pegados a los de ella, el resto de su vida.

Fie, al darse cuenta de que él no respiraba, permaneció ahí hasta que supuso que él estaría satisfecho antes de que su cuerpo se desplomara.

Cuando abrió los ojos, vio la cara de Queen de un rojo encendido, aunque no sabría decir si por vergüenza o por falta de oxígeno. Ella soltó una risita un poco inapropiada al ver sus ojos brillantes y húmedos.

—Gran trabajo —dijo—. Sabías un poco a té.

Esto hizo que las mejillas de él ardieran de nuevo.

Y esa fue toda la historia del primer beso entre ambos. Después de bastantes repeticiones, Queen por fin se había acostumbrado a esto de los besos, pero en el fondo todavía le hacía palpitar el corazón y le daba vueltas la cabeza, igual que la primera vez. A pesar de que el primer beso fue como la seda, el segundo y el tercero se saldaron con golpes en la nariz y, en el séptimo, acabó besándole otra parte de la cara. Esta muestra de su falta de experiencia hizo reír a Fie. Solo después del vigésimo beso, más o menos, sintió que había dominado la técnica y se había establecido un método fiable. Esa misma sensación definió el conjunto de su relación.

Él reflexionó sobre este agradable (aunque embarazoso) recuerdo mientras la esperaba.

Me pregunto si me dejará besarla hoy, pensó, con toda la franqueza de un chico de su edad, pero yo estaría igual de contento si ella me besara a mí. Justo entonces, Fie regresó y llamó:

—¡Gracias por esperar!

—Hola. Bienvenida de nuevo —dijo Queen. Incluso este simple intercambio le llenó de felicidad. La perspectiva de pasar el resto del día con ella le llenaba de felicidad en lo más profundo de su ser, aunque su rostro no lo mostrara. Pero no importaba. Su entusiasmo era evidente para Fie.

Sin embargo, aunque acababa de entrar, de repente dijo:

—¡Ah! ¡Ups, lo siento, hoy hay reunión del 18° escuadrón!

—Oh, ya veo… —dijo Queen.

Estaba muy decepcionado. Sin embargo, sabía que ella estaba feliz de asistir, así que sintió que le estaba haciendo un favor.

—Cuando termine, volveré para que podamos pasar un rato juntos —prometió—. ¿De acuerdo?

—S-Seguro… —dijo mientras su rubor comenzaba a subir por sus mejillas de nuevo. La miró irse, sonriendo con suavidad por dentro.

♦ ♦ ♦

Para ser una escudera en su segundo año de entrenamiento, a Fie le estaba yendo bastante bien. Se mantenía al día con su entrenamiento y se llevaba bastante bien con sus amigos. Claro que su cartera era un factor un poco preocupante, pero tenía suficiente para arreglárselas hasta que recibiera su siguiente paga. En cuanto a preocupaciones… Bueno, no podía pensar en ninguna en sí, pero si la presionaban, admitiría que aún no estaba segura de si Queen le gustaba o no de forma romántica, a pesar de que llevaban saliendo cinco meses.

Las nuevas experiencias eran divertidas por sí mismas y disfrutaba viéndolo tan feliz gracias a ella, pero no estaba segura de que eso constituyera que le gustara. Sabía que él pensaba que se gustaban como novios, pero no sentía que sus sentimientos por él fueran diferentes de cuando solo eran amigos. Le parecía que él era alguien con quien había tenido un comienzo difícil antes de que se reconciliaran y se convirtieran en grandes amigos. Eso significaba que no estaba segura de lo que de verdad sentía por él.

No entendía por qué la quería tanto, por qué se preocupaba tanto por ella o por qué se le caía la cara de vergüenza cada vez que tenía que despedirse de él. Deseaba sentir lo mismo, pero… Bueno, sabía que debía averiguar sus propios sentimientos, pero todo estaba tan poco claro. Por eso intentaba compensarlo en la medida de lo posible siendo proactiva y buscando información sobre esos hitos de la pareja. Cuando sacaba provecho de la información, él estaba encantado. Pero ella tampoco lo entendía.

Perdida en sus pensamientos, llegó al cuartel de guardia del escuadrón 18 y encontró a Conrad en su posición habitual, esperándolo y preparando una tetera mientras se disfrazaba de hermosa mujer.

—Bienvenida, querido —la llamó.

—Hola, Conrad —respondió ella.

Mientras se acomodaba en su asiento habitual, él puso una taza de té y una tarta en la mesa.

Garage también estaba aquí hoy. Tenía su propio taller privado en el castillo, donde fabricaba todas las armas y artilugios que utilizaba el 18° escuadrón. De vez en cuando, Fie iba a verle con ese propósito. Por supuesto, también era conocida por aparecer en el taller solo para pasar el rato o proponer una idea para una nueva herramienta con la que gastar bromas. Cada vez que utilizaba esas herramientas para armar jaleo, Parwick, otro miembro de la 18°, les echaba la bronca a los dos. Resultaba bastante extraño verlo sermonear tanto a Garage, que con casi cincuenta años era el mayor del pelotón, como a Fie, que era la más joven.

Garuge le sonrió, contento de verla comenzar su segundo año de entrenamiento.

—¡Mírate, muchacho! —gritó—. Ahora que estás en tu segundo año de entrenamiento, creo que has crecido un poco.

—¡¿De verdad lo crees?! —gritó Fie emocionada.

De hecho, ¡ella había pensado lo mismo! Pensaba que había crecido, poco a poco, a medida que avanzaba en su primer año como escudera. ¿No era ya hora de que se convirtiera en un caballero mayor? Cuando se miró al espejo, sintió que su mirada era tan impresionante como la de Sir Crow cuando estaba más serio. Ahora intentaba adoptar su pose más fría mientras contemplaba el asunto.

—Estaba bromeando —carcajeó—. ¡No has cambiado nada!

Fie se desinfló y gimoteó:

—Aww… Me has hecho ilusionar…

Orbel respondió escribiendo en su papel:

—Eso no es cierto en absoluto. Has crecido.

Los ojos de ella brillaron de emoción.

—¿De verdad? ¿Cómo? ¿Cómo he crecido? —insistió.

Orbel puso una expresión preocupada. Incluso con todo el tiempo del mundo para pensar, no estaba seguro de cómo responder a esto…

—Sin comentarios —escribió.

—¡Qué malo eres!

Él respondió:

—¡Lo siento! —Con expresión de disculpa.

Conrad se rio.

—Bueno, así es la vida a veces —explicó.

—Es cierto —dijo Garuge—. Es bueno ser joven.

—¡Pero, vamos! —Se lamentó Fie—. ¡Tengo que haber crecido de alguna manera! —Hizo una pausa—. No se me ocurren buenos ejemplos, ¡pero de alguna manera!

Justo entonces, la puerta se abrió y Crow entró para presenciar todo el jaleo.

—Heath, ¿por qué gritas esta vez? —preguntó, divertido. Se suponía que era un adulto, pero su sonrisa habría quedado mejor en la cara de un niño insolente.

Fie lo miró y le suplicó:

—Sir Crow, ahora que estoy en mi segundo año de formación como escudero, ¿no crees que he madurado?

Por un breve instante, algo hilarante pareció cruzar su mente antes de volver a serenarse. La miró y casi sonó sorprendido al decr:

—Hmm. Ahora que lo dices, déjame ver.

La miró desde varios ángulos y murmuró para sí mismo, intercalando de vez en cuando algunos pequeños “¡Ya veo!” para beneficio de Fie.

Ella enrojeció, nerviosa por lo dura de esta evaluación, y fijó su postura mientras esperaba los resultados. Con un último ”Hmm, ya veo”, Crow asintió. Ella le devolvió la mirada con impaciencia. Entonces él sonrió con rudeza, se burló:

—¡No, eres exactamente igual!

Y estalló en carcajadas estridentes.

Fie se dio cuenta de inmediato de que se estaban burlando de ella y, con la misma rapidez, contraatacó arrojando una espada de madera de práctica a él, antes de lanzarse y arrojarle cualquier cosa que tuviera a mano. De verdad iba a por ello.

—¡Ay, ay! —gritó Crow—. ¡Eh, para, esto ya no tiene gracia! ¡Para, hablo en serio!

Habiéndose quedado sin objetos adecuados a mano, la elección de proyectiles de Fie se convirtió en cosas que seguro no deberían ser lanzadas como broma. Era todo lo que Crow podía hacer para resistir el ataque. ¿Por qué nadie venía a rescatarlo? Se preguntó, pero justo entonces, la voz del posible salvador sonó desde la puerta.

—¿Qué está pasando aquí? ¿Qué es todo este ruido?

—¡Capitán! —gritó Fie.

¡Era su capitán favorito!

Ella se separó de Crow, que yacía encogido de dolor, y corrió hacia Yore con lágrimas en los ojos.

—Sir Crow está siendo malo conmigo —informó al capitán—. Dice que no he crecido nada.

Yore, también conocido como el Rey Roy de Orstoll, le dedicó a Fie una sonrisa que casi nadie más había visto.

—Eso no es cierto —dijo—. Estás progresando, Heath. Desde que nos conocimos, has mejorado tu tiempo en la carrera de fondo en cinco minutos y también has acortado tus tiempos en sprint en dos segundos. También has crecido casi dos milímetros. Además, tus notas medias en los exámenes han aumentado un veinte por ciento, y he oído que ya has aprendido más de diez técnicas de Caín. Eso es un crecimiento sólido.

Fie tuvo que preguntarse cómo se las había apañado para conocer tantos detalles sobre ella, pero aun así, lo miró fijo con ojos brillantes.

—¡Lo sabía! —exclamó—. Eres increíble. Me has estado observando todo este tiempo.

—Por supuesto —dijo él—. Siempre estoy pendiente de ti.

Crow, atrapado bajo la pila de cosas que Fie le había tirado, se sintió bastante excluido del reconfortante momento de unión.

—¡Bah! —murmuró—. Aquí estoy, cuidando de Heath todos los días, ¿y este es el agradecimiento que recibo?

Conrad se tapó la boca y soltó una risita.

—A eso se le llama merecido —se rio.

♦ ♦ ♦

Aunque Fie y sus compañeros estaban ya en su segundo año de entrenamiento, éste no había cambiado mucho. Al igual que antes, cuando terminaba el entrenamiento oficial, los escuderos que se quedaban en el campo, para lo que de forma oficial se llamaba “práctica extra voluntaria”, pero que en realidad no era más que una oportunidad para charlar.

—Mira —dijo un chico—, creo que ahora que somos escuderos de segundo año, ya es hora de que empecemos a querer movimientos finales.

—Sí, buen punto —coincidió otro—. Somos lo suficientemente maduros como para que sean básicamente una necesidad en este momento.

—No lo discuto. Después de todo, cada día somos más fuertes.

Remie escuchó esta conversación y recordó haber oído una igual una vez antes. Estaba seguro de que ya no estaba imaginando las similitudes. Por mucho que los chicos afirmaran que ya eran adultos, aquí estaban volviendo a las mismas ideas, como un hámster corriendo en una rueda. A él le entraron sudores fríos mientras se preguntaba si esto acabaría bien.

A pesar de sus preocupaciones, los otros chicos siguieron hablando de estos movimientos finales.

—Pero, mira —dijo el primer chico—, cuando se trata de movimientos así, no quieres solo agarrarte el primero que encuentres. Esta vez, tomémonos nuestro tiempo y pensemos qué queremos de verdad.

—Es una idea inteligente —dijo el segundo chico—. ¡Eso demuestra que somos de segundo año! Nunca verías a nadie de primero pensar en cosas así.

Tanto si era una idea inteligente como si no, cada chico empezó a compartir lo que consideraba un componente crucial de un movimiento final.

—Los movimientos finales tienen que ser potentes y eso es todo —dijo un chico.

—Sin dudas —dijo otro—. Eso no se discute.

Un tercero añadió:

—Los remates tienen que ser geniales, si no, no tienen sentido.

—Exacto. Eso tampoco se puede discutir.

De repente, el dueño de una voz aguda levantó la mano y se unió a la conversación con un “Ooh, ooh, ¡lo sé!”. Por supuesto, era Fie. Los chicos se volvieron para mirarla con severidad, con la mente ya tomada incluso antes de que ella hablara. Uno de ellos dijo:

—De acuerdo, Heath, ¿qué pasa ahora?

—¿Qué tal si mojas tu espada en vene…?

—Ya basta —interrumpió uno de los chicos.

—Eso no cuenta como movimiento final —señaló otro—. Déjalo ya, Heath.

Fie los fulminó con la mirada.

—¡Hmph! —espetó—. Pero si alguien está envenenado, está acabado, ¿no crees?

Después de la buena respuesta que había recibido a todos sus esfuerzos en este último año, no entendía qué llevaba a los demás escuderos a tratarla ahora con tanta frialdad.

—Ha pasado todo un año y no has conseguido avanzar ni un ápice —le explicó el primer chico—. No, espera, lo retiro. Antes entendías mejor los detalles sutiles de estas cosas de escudero. Eso significa que en realidad has retrocedido.

—Eres la oveja negra del dormitorio norte —continuó el segundo chico—. Y todavía no hemos olvidado que fuiste el responsable del crimen de tratar nuestros sueños varoniles como juguetes.

—Tienes que aprender a través de nuestras reuniones lo que se necesita para ser un escudero.

—Cierto. Eso no se discute.

Despojada de su derecho de hablar, Fie hinchó las mejillas de rabia. ¿Cómo era que su idea de un movimiento final era tan diferente a la del resto de su clase? Tal vez fuera porque era una chica, en contraposición a todos esos chicos, o podría haber sido una cuestión de la diferencia en la forma en que operaban sus escuadrones o incluso su forma individual de pensar. Pero, para ella, esto tenía que ver con lo infantiles que eran, incluso ahora. Eso significaba que la diferencia en estas actitudes se debía a una diferencia de madurez. Como era obvio, si uno quería hablar con otro, ¡el veneno sin duda encajaba!

La injusticia de no poder decir ni una palabra hizo que se enfureciera. A su lado, Queen, que no había estado prestando mucha atención y por eso estaba bastante emocionado por participar en este tema, levantó la mano.

—¡Oh, Queen! —gritó el primer escudero—. ¡Es raro verte participar en estas discusiones! ¿Tienes pensado algún movimiento final?

—¡Vamos, dínoslo! —animó el segundo.

Él se había trasladado al dormitorio norte a mitad de curso y se había perdido la primera locura de los movimientos finales. En el fondo, era un chico. Por lo general era más reservado, pero le encantaban esas cosas.

Cuando le dieron permiso para hablar, se levantó pero no dijo nada. En su lugar, hizo varios gestos para indicar su visión del movimiento final ideal. Habría sido difícil expresar esos gestos con palabras, pero eran, a todas luces, gestos muy impresionantes.

Sus movimientos entusiasmaron mucho a los chicos.

—¡Oh, ya lo tengo! —exclamó un escudero.

—¡Es impresionante, Queen! —replicó otro de sus amigos.

—¡Impresionante! ¡Eso es! El movimiento final perfecto que todos hemos estado buscando.

—Sí, eso no hay quien lo discuta.

Él sonrió con timidez, sin darse cuenta de que Fie estaba a su lado mirándole con desprecio.

Un escudero que no había participado en esta conversación vio a la multitud de chicos y llamó:

—Eh, ya que están todos por aquí, vengan a llevar esto al almacén, ¿quieren?

Señaló una carretilla llena de espadas de práctica y se dirigió al dormitorio.

El encargado de esta tarea resultó ser…

—Heath, encárgate de eso, ¿quieres?

—¡Sí, estamos en la búsqueda del movimiento final correcto!

—Eres el único que no está haciendo nada. ¡Ocúpate de ello!

Y así, el deber se le impuso a ella. Los chicos esperaban que se quejara, pero para su sorpresa, se puso en camino hacia el carro.

—Me sorprende que lo haga —dijo uno de los chicos al verla irse.

—Tal vez se dio cuenta de que está fuera de su profundidad después de escuchar nuestra conversación de alto nivel.

Ella llegó al carrito. En el momento en que lo tocó, de inmediato lo hizo girar y volvió zumbando hacia los chicos.

—¡Aquí está mi golpe final! —gritó—. ¡Ataque de carro!

—¡¿Eh?!

—¡Oh, no! ¡Corre! —gritó su compañero de clase.

Fie utilizó la velocidad del carro para atacar a los chicos con una rapidez inusual.

—¡Oh, mierda! ¡Nos está alcanzando! —gritó uno de ellos.

—¡Pero, mira! —gritó otro escudero—. ¡Es un movimiento final perfecto!

—¡Ahora lo entiendes! ¡Esta es la encarnación de los movimientos finales que hemos estado buscando!

—¡Ahora entiendes cómo nos sentimos! ¡Hurra!

—¡Todos nuestros regaños al final valieron la pena!

—¡Sí, eso no se discute!

—¡Ahora toma toda esta energía varonil, Heath, y libérala dejándonos ir!

Fie se dobló y rugió de nuevo.

—Movimiento final: ¡Ataque de carro!

Al final, no dejó ir a sus compañeros, pero gracias a eso, el carro quedó muy tocado.

♦ ♦ ♦

Una semana después, tras la habitual reunión del 18° escuadrón, el capitán Yore llamó a Fie para charlar. Por lo general le preguntaba cómo le iba la vida y le daba algunos consejos. Por supuesto, también era conocido por reprenderla cuando alguna de sus travesuras iba demasiado lejos, pero a decir verdad, a ella tampoco le importaba. Le gustaba hablar con él.

—¿Te has enterado, Heath, de que va a venir un circo a la ciudad? —preguntó—. Si quieres ir, puedo liberarte de tus obligaciones para el día 18.

Esto la desconcertó.

—¿Qué es un… circo? —preguntó. No reconocía la palabra.

Crow intervino.

—¿No sabes lo que es un circo? Muy bien, escucha. En los circos hay de todo. —Empezó a explicarlo—. Hay leones y elefantes que hacen trucos. Si tampoco sabes lo que son, son animales enormes, diez veces más grandes que nosotros. También hay un trapecio volante que se eleva hasta el tercer piso del castillo y en el que actúan hombres y mujeres. También cuelgan una cuerda a gran altura y caminan por ella, sin cables de seguridad ni nada. Los circos también tienen muchas otras cosas, como…

Los ojos de Fie brillaron ante la descripción. Incapaz de ocultar su excitación, rebotó en su sitio, con las mejillas encendidas.

—¡Quiero ir a ver el circo! —gritó.

—Si tengo tiempo, te llevaré —se ofreció Crow—. Oh, espera, acabo de acordarme de que seguro me cubrirán de chicas rogándome que les dé la oportunidad de ir conmigo. Es porque soy muy popular, ¿sabes? Lo siento, tendrás que disculparme.

—Ajá. Claro —contestó Fie. Ignoró los habituales alardes y se volvió hacia Yore—. Capitán, ¿me acompaña?

Si era posible, quería ir con todo el pelotón.

—Lo siento —dijo él—, pero es probable que tenga trabajo importante que atender ese día.

Ella parecía abatida.

—Ah, ya veo… —murmuró.

—Pido disculpas —repitió él.

—No pasa nada —dijo ella. Sacudió la cabeza, haciendo caso omiso de sus disculpas. Seguro podría conseguir que Crow la acompañara, después de todo, y no sería mala idea invitar a Queen y a la pandilla. Nunca se sentía sola. Sabía que, de un modo u otro, Crow acabaría eligiéndola a ella antes que a cualquiera de sus novias.

Al ver que ella le miraba, él movió la barbilla y le mostró su deslumbrante blancura.

—¿Qué pasa? —dijo—. ¿Te ha comido la lengua el gato? ¿Soy demasiado genial? Perdona por ser tan guapo.

Sí, pensó Fie, un gran tipo, excepto por ese acto de Casanova. 

♦ ♦ ♦

Una semana más tarde, en el descanso después de la clase de historia, un escudero corrió hacia Fie y los demás, gritando:

—¡Eh! ¿Han oído las noticias?

—¿De qué se trata? —preguntó Fie.

—Déjame adivinar —dijo uno de sus amigos—. ¿Las crías de golondrina del almacén oeste han crecido y abandonado el nido?

—Ah, ya sé. Vi que la perra moteada de la calle Tercera tenía cachorros.

El chico de las noticias sacudió la cabeza.

—¡No! —dijo, dirigiéndose a ellos con una sonrisa de autosatisfacción—. ¡Lo crean o no, el circo viene a la ciudad!

—¡¿Qué?! ¿El circo?

—¡No puede ser!

—¡Ooh!

La mera palabra suscitaba una enorme expectación. No importaba de qué tipo fuera, ¡un circo era un circo! El legendario Bruce M’chouchouteman, el que sometió al misterioso Mini Gigante Wishy de Loch Wis, dominaba las listas de cosas que los chicos querían ver en un circo.

—¡He oído que el trapecio volante es épico!

—No, el número de lanzamiento de cuchillos es el más genial.

—¡No puede ser mejor que los leones!

—Espera, ¿qué es un león?

—Es como un gato gigante.

—¿Qué tiene eso de genial? Hay un gato viejo y malo en el distrito pesquero llamado Barbaros que es tan grande como un perro.

—¡Tonto, no me refiero a eso! Los leones son incluso más grandes que los osos de Orstoll.

—Espera, ¡¿qué?! ¡Eso es genial!

—¿Son fuertes? ¡Apuesto que lo son!

—¡Sí, la gente dice que el león es el rey de la selva!

Los escuderos se animaban cada vez más. En medio de toda la algarabía, Gormus se dio cuenta de que Heath estaba callado.

—¿Qué pasa? —preguntó—. Me imaginaba que serías tú quien dirigiría todo este jaleo.

—En realidad, ya lo sabía todo —se jactó ella con una risita engreída.

Todos los circos necesitaban una autorización especial para entrar en Winnie. Este proceso de autorización tenía criterios estrictos, por lo que no muchas compañías lo conseguían. Esto hacía que las veces que llegaba un circo fueran aún más importantes.

Ahora mismo, el circo estaba autorizado, pero su documentación seguía en trámite y aún quedaba tiempo antes de que pudieran hacer el anuncio oficial. Fie era un caso especial, ya que se enteró antes por el capitán Yore. Durante toda esa semana, ella no había podido contárselo a nadie por mucho que lo deseara. Todas las noches, antes de acostarse, soñaba despierta con cómo sería el circo cuando por fin pudiera verlo. Ahora, una semana más tarde, su emoción seguía siendo tan fuerte como siempre.

Incapaz de ocultarlo por más tiempo, ella saltó y gritó a Queen y a sus amigos:

—¡Quiero ir a verlo! Vamos todos juntos.

Parece adorable así, pensó Queen. Asintió con la cabeza. (En realidad, ya había visto ese circo, pero decidió que era mejor dejarlo en secreto.)

—¡Tú también, Gormus! —gritó Fie—. ¡Vamos!

—Bien, lo que tú digas —dijo Gormus. Actuó como si le estuviera haciendo un favor, pero también asintió.

Debía de estar haciéndose el interesante antes, solo para poder restregarles en la cara sus conocimientos avanzados, pensó.

Mientras tanto, los otros chicos continuaban su ávida discusión.

—He oído que el león salta a través de un aro en llamas.

—¿En serio? ¿Un aro en llamas? No tenía ni idea de que algún animal pudiera hacer eso.

—¡Debe ser el animal más fuerte que existe!

—Oye, ¿cuándo va a llegar el circo?

—En dos meses, he oído.

—¡No puedo esperar tanto!

Los escuderos no podían contenerse, todos los chicos picaban de expectación.

Entonces uno de ellos recordó algo.

—Eso me recuerda —dijo—. No tengo ni idea de para qué sirve, pero hay un aro en el almacén oeste.

—¡Eso es! —gritó Fie.

Queen no sabía lo que era, pero tenía un horrible presentimiento de a dónde iba esto. Observó horrorizado cómo ella se lanzaba a la conversación de los chicos, con los ojos brillantes de excitación.

Una respuesta en “Voy a vivir mi segunda vida – Capítulo 25: ¡El circo llega a la ciudad!”

  1. Ha pasado casi medio año desde la última vez que entre a esta página, me metí por curiosidad ¡Y RESULTA QUE YA SUBIERON EL TERCER VOLUMEN DE ESTA NOVELA, SOY TAN FELÍZ EN ESTE MOMENTO!

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