Bajo el roble – Capítulo 42: Miedos familiares

Traducido por Aria

Editado por Yusuke


Max, que tenía la cabeza enterrada en su hoja de pergamino, anotando la lista de materiales de Rudis, levantó la cabeza y miró hacia la puerta. Allí estaba Rodrigo, con un aspecto muy preocupado y urgente.

—¿Q-Qué p-pasa?

—Un hombre que dice ser Rob Midahas, señor del sur de Libadon, ha marchado a la entrada del pueblo con otros treinta caballeros. Pero no tiene nada que pruebe su identidad, lo que ha causado un problema.

—¿R-Rob Midahas? —Max frunció el ceño ante el nombre desconocido. Libadon formaba parte de los países aliados del oeste y resultaba ser el país con el que Anatol intercambiaba con más frecuencia de los demás. Sin embargo, eso no significaba que conociera todos los nombres de los señores de Libadon. Además, era imposible que Maximillian, que había estado aislada de los nobles desde una edad temprana, fuera capaz de identificar a una persona sólo por un nombre.

—¿Q-Qué hace el s-señor de Li-Libadon en A-anatol?

—Dice que ha hecho el largo viaje para un encuentro amistoso.

—P-Pero no p-podemos s-solo dejarlos e-entrar.

 —No podemos permitir que un grupo de hombres armados entre en nuestro territorio sin una identidad clara. —Rodrigo coincidió con sus sentimientos en un tono decidido, poco habitual en su amable personalidad.

—Aunque es frecuente que comerciantes y soldados de afuera soliciten la entrada, ya que muchos espíritus malignos residen cerca de Anatol, es necesario presentar algún tipo de identificación que acredite su condición, sea cual sea. Esto es para evitar que cualquier ladrón o fuerza saquee la aldea durante la ausencia de lord Calypse.

Toda la sangre se drenó del rostro de Max. Pudo sentir como las doncellas detrás de ella contenían la respiración en medio del nervioso silencio. Su cabeza se quedó en blanco ante la situación que era totalmente nueva para ella, pero Max pronto recuperó la compostura y habló:

—¿Q-Quién se atrevería a s-saquear una t-tierra c-custodiada por los C-Caballeros Remdragon?

—No podemos estar seguros.

Max giró la cabeza al oír la nueva voz. Era Ruth, que corrió hacia el interior de la habitación desde el otro extremo del pasillo tras escuchar la noticia.

—Todo el mundo sabe que los Caballeros Remdragon asisten al banquete del rey. Sospecho de cómo afirman haber venido a socializar mientras el señor está ausente.

Max se puso pálida.

—R-Ruth, ¿t-también crees q-que han venido a i-invadir Anatol?

—Hay una posibilidad. Lord Calyspe es el principal caballero que ha logrado suprimir la secta. En reconocimiento a su contribución, se le entregó la mayoría de los tesoros de Dragón Lear. No es del todo extraño que alguien codicie este tesoro y decida atacarnos.

—E-Entonces, ¿l-luchamos?

—Si se hacen los duros, es conveniente que los erradiquemos por la fuerza. Pero como dijo Rodrigo, son treinta caballeros —dijo y frunció el ceño con molestia.

—Si este hombre, Rob, realmente tiene treinta caballeros a sus espaldas, va a ser una batalla difícil. Un caballero de clase baja puede fácilmente con diez guardias. Y si hay un caballero de clase alta, entonces es innecesario decirlo.

Al escuchar a Ruth suponer una batalla total, Max tragó con fuerza, ansiosa.

—Y si este hombre es realmente lo que dice ser, entonces es un problema mayor. Podrían echarnos en cara el hecho de que les hayamos rechazado a la fuerza y tomar represalias políticas. Aunque formamos parte de los siete países aliados del occidente, el conflicto entre señores siempre ha estado presente.

—E-Entonces, ¿q-qué ha-hacemos?

—¿Qué cree que debemos hacer, señora? —preguntó Ruth.

Max se estremeció y encorvó la espalda. Ahora, sin Riftan alrededor para guiarla, Max, la dama del territorio, tenía la responsabilidad de mantener a su pueblo a salvo.

—Y-Yo… —Max tartamudeó y rechinó los dientes. Se mordió frenéticamente el labio y trató de mantener la calma—. I-Iré a la p-puerta y ha-hablaré. N-necesito saber qué c-clase de g-gente son.

—Buen punto. Hay que mirarlos para saber quiénes son. —Ruth estuvo de acuerdo con Max.

—Permítame prepararla, señora. Debe estar protegida en caso de un conflicto físico repentino. Rodrigo, avisa a sir Ovaron y a sir Sebrick, inmediatamente.

—¡S-Sí, señor! —dijo Rodrigo mientras salía corriendo de la habitación.

—Y señora, sígame —dijo Ruth mientras giraba rápidamente su cuerpo.

Max entregó el papel que llevaba en la mano a una criada y caminó tras él. Cuando llegaron al jardín, el viejo Kunel conducía dos caballos por el campo. Ruth los cogió al instante por las riendas.

—¿Sabe montar a caballo?

—S-Sí.

Para ser sincera, era la primera vez que montaba un caballo tan grande, pero aun así asintió. Max se puso delante de la esbelta yegua y Kunel le tendió la mano para ayudarla a subir al caballo. Cuando se subió a la silla, agarró con fuerza las riendas y apretó los muslos para encontrar el equilibrio. Tras examinar a Max y ver que realmente sabía montar a caballo, Ruth se subió al suyo.

—Los soldados estarán alineados en el gimnasio. Síganme.

Y con eso, corrió por el jardín en una brisa. Cuando Max le siguió a través de una puerta, vio a unos treinta soldados en fila. Un viejo caballero de pelo blanco, que parecía ser el líder del grupo, alzó la voz al ver a Ruth.

—Así que hay un tipo en la puerta principal exigiendo que se le conceda la entrada, ¿eh? —dijo mientras montaba en un caballo y golpeaba ligeramente su espada ante la promesa de sed de sangre—. Bueno, el pobre debe estar listo para probar algo de sangre.

Ruth entonces aclaró:

—Su trabajo, señor, no es ir a la batalla, sino proteger a la dama.

—¿Qué? —dijo el viejo caballero y giró la cabeza para ver a Max. Enderezó el lomo y espoleó el caballo hacia él.

—E-Encantada de c-conocerle.

El anciano se rascó la mejilla con los dedos ante su cuidadoso saludo y respondió:

—No hay nada de qué preocuparse, señora, mientras yo, Ovaron, le cubra las espaldas.

A continuación, condujo al ejército de hombres a través de la puerta con confianza. Ruth fue con ellos y envió un asentimiento de cabeza a Max. Ella también los acompañó y cruzó el puente levadizo, con los latidos de su corazón acelerados por el golpeteo de los cascos contra el suelo de piedra.

Mientras seguía caminando por el sendero que una vez recorrió con Riftan en otra ocasión, se sentía cada vez más inquieta. Apretó los labios, ansiosa por no morderse la lengua, y bajó una empinada colina y atravesó el ajetreado pueblo.

Estaba muerta de miedo, ya que nunca había montado a caballo a una velocidad tan rápida. Hacía tiempo que Max mantenía la rienda con fuerza y perseguía a los soldados que iban delante de ella cuando por fin vio la muralla. Un joven guardia de la entrada apresuró sus pasos hacia los hombres a caballo en cuanto los vio.

—¡Ya están aquí!

Al llegar a la puerta, Ruth y el viejo caballero saltaron de sus caballos, y minutos después, cuando por fin alcanzó a la multitud, Max se bajó también con algo de ayuda.

—¿Dónde está ese supuesto señor de Libadon?

—Está justo fuera de la puerta. Si me sigues aquí…

—Señora, por aquí.

Max movió sus rígidas piernas y los siguió por las escaleras hasta la cima de la muralla. Allí, vio a treinta y un hombres a caballo al otro lado de la muralla. Todos tenían rostros temibles y bronceados y una larga espada en cada una de sus cinturas. Ruth se inclinó hacia ellos y les habló, con una voz fuerte y resonante.

—¿Quién es el señor de Libadon?

—Soy yo, Rob Midahas —dijo un hombre montado en un caballo pelirrojo. Max lo examinó cuidadosamente. Era un hombre de unos treinta años, robusto y fuerte, con pelo claro. El hombre miró a su vez hacia lo alto de la pared, entrecerrando los ojos para ver mejor al joven que preguntaba por él.

—¿Es usted el señor de Anatol?

—Sólo soy un empleado de Anatol. La señora que está aquí es la representante de mi señor —dijo Ruth mientras señalaba a Max que estaba a su lado. Al sentir que la mirada del hombre se posaba en ella, Max retrocedió inconscientemente. Al verlo, el hombre sonrió con sorna.

—Encantado de conocerte. Como has oído, mi nombre es Midahas, el gobernante de Kaisa, situada al oeste de Libadon. He oído palabras impresionantes sobre el cazador de dragones en mi ciudad y he hecho un largo viaje para conocerlo, así que os pido que abráis vuestras puertas y me permitáis entrar en calor.

Max echó un vistazo a Ruth. Tenía los brazos cruzados, observando la situación. No parecía que fuera a ayudarla. Entonces se aclaró la garganta, abrió sus pesados labios y alzó la voz.

—He o-oído que no p-posees n-ningún tipo de i-identificación. N-Nuestra d-directriz no p-permite a n-nadie no i-identificado.

—He perdido mi placa de identificación durante mi viaje. Si me permiten entrar, me presentaré inmediatamente en la parroquia de Anatol y demostraré mi identidad.

—A-Anatol no p-permite el paso de i-individuos no i-identificados por las p-puertas. E-Esta es una o-orden del s-señor, p-por lo que no p-puede ser d-desobedecida. P-por favor, vaya a una p-parroquia en un d-diferente t-territorio para obtener s-su placa de i-identificación y v-visítenos de nuevo.

Ante su discurso tartamudo, pero decidido, el hombre hizo una mueca y respondió en tono irritado.

—No entiendo nada de lo que dices. ¿Hay alguien más con quien pueda dialogar que sepa hablar?

Con el insulto lanzado a la cara, Max se puso pálido como una sábana.

—Ella es la dama del Anatol. Te aconsejo que la trates con respeto —interrumpió Ruth para defenderla.

—¡Sólo digo que no la entiendo!

Max disimuló su vergüenza y replicó a gritos.

—He d-dejado c-claro que no p-puedo abrir las p-puertas. ¡V-vuelve con una p-placa de i-identidad!

—Hemos viajado por encima y a través de la guarida de los demonios. ¿Insistes en que mis agotados hombres vuelvan al peligroso camino?

El hombre hablaba ahora en tono amenazante. Max se encogió ante su actitud coercitiva y no pudo decir nada a través de sus labios temblorosos. Sintiendo su victoria, el hombre gritó más fuerte hacia lo alto del muro.

—¡La señora de Anatol no tiene piedad!

—Y-yo…

—¡Si dices eso, la próxima vez que vuelva te enfrentarás a cientos de caballeros de Libadon! ¡No puedo aceptar esta clase de grosería!

—N-No t-tienes n-ninguna i-identidad. No t-tengo a-alternativa.

—¡Te he dicho que puedo dártela cuando llegue a tu parroquia!

Su voz se hacía más fuerte y más intimidante con cada palabra. Ante su comportamiento triunfante que ella era incapaz de refutar, Max se sintió completamente derrotada. La envolvió un miedo que le resultaba muy familiar y que le recordaba sus horrores pasados, mientras el sudor empezaba a resbalar por su frente.

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