Bajo el roble – Capítulo 48: Una culpa constante

Traducido por Aria

Editado por Yusuke


Max tragó bruscamente y la comida casi se le fue por el canal equivocado. El hombre que tenía delante la miraba fijamente con un peculiar brillo que salía de sus ojos azul grisáceos, que hasta ahora, siempre habían parecido llenos de sueño.

Un sudor frío comenzó a brotar en la frente de Max.

Si dice que no puede hacerlo, entonces parecerá que está dispuesta a ser considerada como una tonta frente a los caballeros que la han estado ignorando como si fuera una completa extraña para ellos e indigna de su tiempo. Sin embargo, si dice que puede hacerlo, siente que su futuro aquí estará lleno de dificultades.

Max no podía decidirse por ninguno de los dos cursos de acción, ya que ambos parecían igualmente sombríos, así que decidió evitar sus ojos y esperó que cambiaran de tema fingiendo estar distraída con la sopa que estaba comiendo. Sin embargo, Ruth alargó la mano y le impidió ver la comida. En ese momento fue sorprendida de nuevo cuando sus delgados ojos se clavaron en los de ella.

—¿Está bien pagar así?

—N-No soy lo suficientemente buena para ayudarte —Max le confió sinceramente.

—Lo sé. No te lo pediría si no fuera una situación que pudiera manejar por mi cuenta —respondió mientras bajaba la mirada.

Max sintió un leve deseo de ayudarlo, al ver al mago tan lamentable ante ella. Cuando ella lo miró con ojos desamparados, fue como si él percibiera su mirada y la miró también entonces. Al verse sorprendida, Max enderezó la espalda y fingió indiferencia.

—No has olvidado que te ayudé tanto material como espiritualmente, ¿verdad? —el mago habló de repente y Max bajó su cuchara.

—N-No. Pero realmente no puedo —Max empezó a protestar, no podía ayudarle, aunque quisiera. No sólo carecía de la capacidad para hacerlo, sino que tampoco sabe a qué clase de infierno tendría que enfrentarse si lo hiciera. La fastidiosa actitud del mago era realmente inusual, y bastante alarmante. Max evitó mirar la cara del mago, mientras Ruth se acercaba a ella como una sanguijuela.

—Todo lo que tienes que hacer es organizar simples registros y cálculos. Es algo muy fácil de hacer, incluso para ti —le dijo el mago y Max suspiró.

—Oye, mago. No te pases. Es una falta de respeto a la señora.

El caballero que los acompañaba, que fingía no oír nada de su conversación y sólo estaba interesado en comer, se incorporó finalmente.

Max pensó que, si rechazaba al mago, sería condenada como una desagradecida y escucharía este calificativo sarcástico cada vez que se encontrara con él. Estaba segura de que eso era lo que le haría el excéntrico mago si le rechazaba.

Además, pensó que tarde o temprano tendría que morder la bala y no podría evitarlo para siempre. Fuera de sí, finalmente respondió con un asentimiento y el ceño de Ruth se frunció al ver esto. A continuación, alargó la mano para coger algunas de sus patatas y las depositó en su plato en señal de buena voluntad.

—No olvidaré esta gracia —le dijo el mago agradecido. Max le respondió con una sonrisa de labios apretados.

—Se hicieron muy cercanos durante el tiempo que pasaron juntos —comentó de repente Hebaron, el voluminoso caballero que seguía escuchando su conversación. Luego se rascó la nuca como si esperara a que la implicación de sus palabras calara.

Max dudó y respondió con cuidado y se volvió para dirigirse a Hebaron:

—Me aconsejó sobre la decoración del castillo.

—Anja —respondió Hebaron casi a tientas mientras daba un gran mordisco al pan y les dirigía una mirada pensativa. Max desechó sus pensamientos ansiosos ante la actitud casi indiferente de Hebaron hacia ella y trató de terminar su comida en paz. Pero el silencio que los rodeaba se rompió de nuevo cuando Hebaron habló.

—El castillo se ha convertido en algo muy agradable de ver —les dijo, y Max tragó laborosamente su comida antes de responder.

—Ah, g-gracias.

El hombre recorrió la sala con la mirada, como si tratara de asimilar la vista. Sus actos deliberados de escrutinio le parecieron incómodos a Max, y ella también empezaba a sentirse incómoda con él. Hacía mucho tiempo que Max y Hebaron se conocían, pero aun así, nunca habían intercambiado presentaciones formalmente y sólo se habían visto de pasada.

Max no se sentía cómoda hablando con Hebaron de forma tan casual, al fin y al cabo seguían siendo desconocidos, así que Max decidió limitarse a seguir su mirada mientras seguía recorriendo la sala. Durante algún tiempo permanecieron en un agónico silencio. Pronto, los caballeros que habían terminado de comer su comida empezaron a abandonar sus asientos, uno a uno se acercaron a ella e inclinaron la cabeza en señal de respeto, para luego salir del salón.

Max miró su plato de sopa, le pareció que la comida tenía un aspecto bastante triste.

—Los Caballeros Remdragon fueron injustos. Incluso con esa actitud, no pude evitar pensarlo —Max se sobresaltó ante la declaración de Ruth y se volvió para mirarlo. Ruth pareció no darse cuenta de ello y continuó el discurso de forma agria, mientras mojaba el pan en la espesa sopa.

—Esta expedición era la oportunidad de lanzar el peso de los Caballeros Remdragon a través del continente si el resultado era favorable, pero por otro lado si se hubiera equivocado, habrían recibido un golpe devastador para su orgullo.

Los ojos de Ruth se nublaron entonces, como si en ese momento estuviera atrapado en algún lugar lejano.

—El Dragón Rojo era así de aterrador. Tres o cuatro caballeros habrían muerto sin lord Calypse. De hecho, hay quienes estuvieron muy cerca de la muerte en aquel entonces. Uno de ellos fue el propio lord Calypse, ya que luchó en el frente y se cruzó con la muerte varias veces.

Max comenzó a ponerse rígida a pesar de la voz tranquila y monótona de Ruth, como si estuviera contando sólo una historia trivial.

—El duque Croix le pasó una expedición tan difícil y peligrosa a lord Calypse. Incluso la hija no hizo lo más mínimo por defender a su marido, que había sido empujado a la muerte por parte de su padre.

—¡Y-Yo estaba… ! —Max comenzó a protestar pero Ruth tomó la palabra.

—Eso es lo que han pensado siempre los caballeros que siguieron a lord Calypse. —Ruth bajó su cuchara y habló con una cara inexpresiva.

Max se limitó a dejar que su labio temblara como respuesta. Quiso argumentar que era ella la que había sido expulsada. Y era ella la que había sido ignorada todo este tiempo por ellos. El hombre la tomó por la fuerza y luego la dejó sin decir nada. Incluso pensó antes que él no la quería ni le importaba en absoluto.

¿Qué podía haber hecho ella? ¿Por qué la culpa siempre recae sobre sus hombros?

Pero pronto, la conciencia de sí misma se hundió y fue muy consciente de que eso podía ser sólo una excusa. Sin embargo, Max no pudo decir una palabra y ella sintió que su rostro se ponía blanco a cada segundo.

—N-No sabía que me iba a llevar al castillo —susurró Max como si fuera una idea de última hora.

—Los caballeros que fueron al castillo Croix para llevarte fueron tratados mal —le dijo Ruth en su tono todavía apagado, mientras ella pronunciaba con voz débil.

—N-No lo s-sabía.

—¿No pensaste que vendrías a Anatol con los caballeros de Croix? —le preguntó Ruth, la intensidad de su voz la hizo estremecerse.

No podía decir que no había nadie que la acompañara en ese viaje, ni tampoco podía negar que su padre no le permitiría viajar hasta allí. Max no podía ni siquiera discutir con él que incluso la idea de visitar a su marido era imposible para ella.

Al final, no pudo encontrar nada que decir que le pareciera razonable y algo que él aceptara, así que, en su lugar, negó con la cabeza. Ruth se encogió de hombros a su lado como si la cuestión no tuviera importancia.

—No tiene sentido mirar hacia atrás en lo que ya ha pasado. No importa cómo te hayan tratado los caballeros, el hecho de que seas la esposa de lord Calypse no cambia. No te preocupes por lo que hagan o digan, a menos que se vuelvan demasiado groseros —le dijo Ruth y Max asintió mansamente.

Ya sea que se trate de un acto destinado a reconfortar a Max o a enfurecerla aún más, el mago ya se había levantado de su asiento y había dicho sus palabras de despedida.

—Entonces, creo que pronto vendrás a la biblioteca a ayudarme —le dijo, y Max respondió asintiendo débilmente ante su actitud indiferente.

Con eso, el mago presentó sus respetos y salió del gran salón mientras estiraba los hombros. Max se quedó atrás, mientras poco a poco los demás empezaban a salir de la sala, dejándola pronto sola en el salón.

A estas alturas su sopa ya se había enfriado y era poco apetecible, pero Max seguía removiéndola sin rumbo, dando vueltas al cuenco en un círculo interminable. Se sentía en una situación muy solitaria y angustiosa sin salida.

Tal vez otras personas se sentían igual que ella. Tal vez su reputación de esposa, que había empujado a la muerte a prometedores caballeros y había hecho que fieles aliados se alejaran de su marido, era como se le conocería para siempre, y ahora, Max creía que podrían estar pensando en ella sólo como una amante mimada ahora que estaba colmada de las riquezas de Riftan.

Su mente se remontó entonces al momento en el que fue ridiculizada descaradamente por el hombre llamado Rob Midahas frente a la puerta, y frente a su propia gente. Este recuerdo aún servía para romper la más mínima confianza que había logrado construir en las últimas semanas. Todo se había tambaleado en una sola ocasión.

¿Estarían los habitantes de Anatol orgullosos de su anfitriona que mostraba una cara tan patética?

No pudo aguantar más los sentimientos de melancolía dentro de su corazón y Max finalmente se rindió y dejó de comer su comida. Se dio la vuelta para marcharse y salió del salón en silencio.

—¡Señora! —Max se giró para mirar el origen de la voz. Tal vez su precario estado de ánimo era demasiado para que Rodrigo fuera capaz de divisarla caminando por el pasillo. Su educada voz vino a saludarla desde atrás, por lo que ella dejó de caminar y esperó a que el hombre mayor se acercará a ella.

Rodrigo atravesaba la puerta con una gran caja en los brazos.

—El señor me ha ordenado que le pida que vaya con él —le dijo entonces mientras movía la caja entre sus manos.

Max le miró sorprendida.

—He o-oído que ha ido a la puerta norte.

—Acaba de regresar y ahora está en el jard… —respondió Rodrigo.

Max empezó a salir corriendo por la puerta antes de que terminaran sus palabras. Cuando pasó por el pabellón y se paró frente a las escaleras, vio a los sirvientes que llevaban afanosamente el equipaje en el amplio jardín. Sus ojos se abrieron de repente ante la visión: había un enorme carro conducido por cinco caballos, y los sirvientes sacaban constantemente pequeñas cajas de él y las llevaban al castillo con delicados movimientos.

Max pasó junto a ellos y bajó las escaleras con cautela. Delante del carro, Riftan estaba hablando con dos hombres que parecían ser mercaderes del continente del sur. Volvió la cabeza hacia Max cuando la vio.

—Max —la saludó y Max trató de responder con su mejor sonrisa.

Entonces se apresuró a acercarse a él, como un cachorro llamado por su amo. Riftan sonrió débilmente y tomó la rienda del caballo del comerciante y tiró ligeramente de ella hacia adelante. La yegua, tan impresionante que encantaba a la gente de alrededor, comenzó a caminar hacia delante, lenta pero elegantemente. Finalmente, Riftan y Max se encontraron a medio camino.

—Ten —le dijo Riftan a Max mientras acariciaba suavemente el largo y grácil cuello del caballo y le ofrecía la rienda. Los ojos de Max miraban fijamente a la criatura, incapaz de leer su propuesta.

—¿No te gusta? —le preguntó de nuevo con un ligero tono burlón.

—¿P-Perdón? —contestó Max al no entender lo que quería decir. Él, en cambio, le agarró la mano y la obligó a sujetar la rienda.

—Dije que te compraría un regalo cuando volviera, ¿no es así? —le recordó Riftan.

Max miró su rostro tranquilo y luego al manso caballo. Él la sacó de su mirada aturdida y la llevó a tocar la cara del caballo. Acarició tímidamente la crin dorada con una mano temblorosa y, en respuesta a su tacto, la yegua frotó suavemente su nariz en su palma.

—Todos mis caballos son grandes y feroces, así que no creo que te convengan. Esta yegua es todavía joven, pero está bien entrenada. Así que no será difícil manejarla —le dijo Riftan al notar que Max se acercaba al caballo.

—T-Tan linda —Max respiró, y Riftan sonrió satisfecho por su reacción.

—Ahora es tuya —declaró Riftan.

—N-Nunca he v-visto un r-regalo tan m-maravilloso —le dijo Max.

La yegua se frotó la cara en la palma de la mano con un puchero encantador. Max le acarició suavemente la boca y la nariz y contempló el maravilloso regalo que le había hecho una vez más. Las largas y esbeltas patas y la cintura, las ricas crines doradas y los inteligentes ojos negros constituían la pintoresca yegua. La forma equilibrada del cuerpo y el pelaje brillante demostraban que era de una raza excelente.

—¿P-Puedo tomarla? ¿De verdad? —preguntó Max emocionada.

—He dicho que es tuya —le aseguró Riftan, quien respondió con el ceño ligeramente fruncido—. Nadie más que tú puede montar en un compañero tan fino —añadió.

El caballo lanzó un chorro de aire con fuerza, como si hubiera entendido su intercambio. Max se rió y le acarició las orejas.

—¿Te gusta? —preguntó Riftan, ladeando la cabeza y mirándola.

—M-Me encanta —respondió Max. Pero para ser sinceros, ella tenía algo más que una simple afición hacia el caballo y por eso Max decidió dar su respuesta con cuidado.

—R-Realmente lo a-aprecio. D-De verdad lo hago —exclamó Max después de aclarar su voz temblorosa y llena de emociones, había querido hablar con más seguridad sobre lo mucho que apreciaba el regalo.

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