Bajo el roble – Capítulo 49: Intentando lo mejor

Traducido por Aria

Editado por Yusuke


—Muchas gracias —repitió Max, y tan pronto como esas palabras escaparon de sus labios, Riftan, que había estado mirándola, bajó la cabeza y la besó.

La repentina acción de Riftan tomó a Max por sorpresa y ella instintivamente dio un paso atrás. Riftan, por su parte, actuó como si no hubiera pasado nada y comenzó a dirigirse despreocupadamente a los comerciantes que los rodeaban, como si no acabara de besar a su mujer delante del grupo.

—Mi mujer parece feliz. Le daré un 50% adicional como muestra de gratitud. Pensaba que tardarías uno o dos días más en entregarlo, pero ha llegado antes de lo esperado. Por lo tanto, también os agradezco que se hubieran dado prisa —dijo Riftan a los comerciantes, y éstos parecieron no creer en su generosidad.

—¡Oh, Dios mío! No es gran cosa, señor. Es lo que nos pidió, señor, por supuesto que teníamos que atender su petición lo antes posible, ¡es natural que satisfagamos a nuestros clientes! —le dijo uno de los comerciantes a Riftan.

Max escuchó su pequeño intercambio mientras escondía su cara roja detrás del cuello del caballo.

Se sentía avergonzada por la forma en que Riftan expresaba despreocupadamente su afecto hacia ella delante de tanta gente. Max miró a su alrededor con ansiedad para ver si alguien podía haber visto su repentina muestra de afecto y se sintió escandalizado al verlo, por suerte parecía que a nadie le había importado el gesto mientras los sirvientes continuaban con sus tareas.

Al cabo de un rato, Riftan terminó por fin su conversación con los mercaderes y éstos se dieron la vuelta para marcharse. Justo cuando empezaban a recoger y a marcharse, Riftan se acercó a Max, le pasó uno de sus brazos por encima y la abrazó a su lado.

—Vamos a la habitación, para que puedas ver mejor las cosas que te he comprado. Puede que encuentres algo que te guste —le dijo Riftan con una suave sonrisa.

—¿H-Hay más? —preguntó Max sorprendida y Riftan asintió antes de responder.

—Todas las cajas que llevan los sirvientes ahora son tus regalos —Riftan señaló entonces la pila de cajas que aún estaban en el carro.

Al verlo, Max se quedó con la boca abierta. Calculó que había más o menos suficientes cajas para llenar una de las habitaciones de invitados del castillo.

—Les dije que las llevaran a la habitación. Así que entremos ahora —susurró Riftan al oído de Max mientras entregaba la brida a un sirviente cercano y luego guiaba a Max hacia el gran salón del castillo.

Max permitió que la condujera al interior. Mientras caminaban, Max no podía evitar sentirse como si estuviera caminando sobre las nubes. No podía creer que se sintiera tan deprimida y ansiosa hace un rato, era como si esas preocupaciones se desvanecieran por la llegada de Riftan.

—Así q-que, a c-causa de la reparación de la p-puerta ¿no estás o-ocupado? —preguntó Max tímidamente y Riftan negó con la cabeza.

—Ya he delegado la tarea en varias personas y les he dejado instrucciones sobre todo lo que hay que hacer. Los caballeros han decidido turnarse para vigilar la puerta hasta que esté terminada, así que no habrá intrusos que entren en el recinto y causen disturbios, aunque yo no haga guardia —le dijo Riftan y Max se mordió la lengua para no responder.

La verdad era que Max no le preguntaba a Riftan porque estuviera preocupada por la seguridad del castillo, más bien quería manifestar su preocupación de que como Riftan sólo tenía un poco de tiempo libre, podría estar molestándolo en medio de su apretada agenda. Sin embargo, Max decidió no corregir su comprensión de su pregunta. Los dos siguieron subiendo en cómodo silencio hasta que llegaron al pasillo recién estructurado en el que ella había estado trabajando.

La luz del sol entraba a raudales por las ventanas y salpicaba de hermosos rayos dorados la alfombra roja. Riftan, de repente, giró la cabeza para mirarla.

—Ahora que lo pienso, no te he felicitado debidamente porque el castillo ha quedado muy bonito desde que lo redecoraste. El mayordomo dijo que te costó mucho hacerlo todas las reparaciones.

Debido al repentino elogio de Riftan, Max se encontró sonrojada ante él.

—¿Te gusta? —le preguntó mansamente.

—Me gusta. Me sorprendió cuando bajé las escaleras por la mañana. Por un momento pensé que me había mudado a otro castillo durante la noche — Riftan le contestó de forma ligeramente burlona y Max respiró aliviada.

—A-Ayer no dijiste n-nada. Estaba p-preocupada —Max confesó al recordar lo preocupada que estaba el día anterior. De repente, los ojos de Riftan se estrecharon hacia ella.

—Ayer no podía decirte precisamente: “por cierto, el castillo ha quedado muy bonito, has hecho un gran trabajo”, en medio de mi enfado. En primer lugar, lo que me llamó la atención fue ver a mi mujer en ese lío. ¿Crees que habría visto el estado del castillo en ese momento? Aunque hubieras chapado en oro todo el castillo, no me habría dado cuenta de nada, no en ese momento —explicó Riftan con las cejas profundamente fruncidas y Max bajó la mirada, preguntándose qué hacer ahora que él la miraba con sus ojos fríos como si estuviera indignado sólo de pensarlo.

Como si sintiera que ella se había deprimido por su respuesta, Riftan dejó escapar un pequeño suspiro y acarició la cabeza de Max para tranquilizarla.

—No quiero seguir enfadado, así que no saques el tema. Vamos a ver tus regalos ahora —le dijo suavemente con una sonrisa y Max asintió con la cabeza en señal de comprensión mientras se ponían en marcha de nuevo.

Una vez que los dos entraron en la sala, Max vio a los sirvientes limpiando la montaña de cajas y ordenándolas en la esquina de la habitación.

Rudis estaba de guardia en la esquina y supervisaba a los sirvientes cuidadosamente. No les quitaba los ojos de encima y se aseguraba de que no se les cayeran las cajas, al tiempo que les lanzaba constantes recordatorios para que tuvieran cuidado con ellas.

Finalmente, una de las criadas vio a Max y a Rfitan y se apresuró a inclinar la cabeza. El resto de los sirvientes siguieron su ejemplo y los saludaron. Después de intercambiar cumplidos, Rfitan se acercó a Rudis.

—¿Terminaste de mover todo el equipaje de la habitación?

—Sí, son treinta y dos cajas, señor. ¿Quiere comprobar su contenido? —preguntó Rudis y cuando Riftan asintió, los sirvientes comenzaron a abrir las cajas una por una con el atizador de madera.

Max se mantuvo al margen y miró sin comprender el interminable vertido de regalos que se producía frente a ella.

Desde el continente del sur, Riftan le compraba telas de seda de alta calidad y de patrones glamurosos. También había pieles de zorro brillantes, un cinturón de piel de serpiente, un chal de hilo de oro, un espejo de mano de plata y una horquilla decorada con perlas.

Los montones de regalos le recordaron a Max los que había recibido Rosetta.

Recordaba haber visto a Rosetta enterrada en un lujoso regalo en innumerables ocasiones, pero era la primera vez que se encontraba experimentándolo. Max se recordó a sí misma que debía mantener la calma.

—¿Estos son todos mis r-regalos? —preguntó Max a Rfitan, su boca tembló ligeramente al hacerlo.

—¿Por qué? ¿No te gusta? —le preguntó Riftan en tono preocupado.

Max sacudió la cabeza apresuradamente al ver que fruncía el ceño.

La hermanastra de Max no pestañeó ni siquiera después de recibir un montón de joyas. Sería extraño que Riftan y los demás vieran que la hija favorita del duque se encogiera ante esto. Max mantuvo su rostro indiferente y recordó el comportamiento altivo de Rosetta.

—N-No. M-Me gusta —respondió Max con sencillez. Riftan pareció aliviado ante su respuesta e hizo un gesto a uno de los sirvientes para que abriera las cajas que estaban cerca de ellos.

Max trató de mantenerse reservada como todas esas princesas ricas de los cuentos. Sin embargo, no pudo evitar que su boca se abriera como una tonta cada vez que se abría un nuevo regalo.

Cuando se abrió otra caja, Riftan se acercó a ella y sacó de un joyero una horquilla de esmeralda que se introdujo cuidadosamente sobre su oreja y completó su look adornando su cuello con un brillante collar de diamantes.

Max miró la extravagante joya que descansaba sobre sus clavículas y se quedó sin palabras. Riftan apoyó sus labios en la mejilla de ella con cara de satisfacción, parecía que le estaba gustando lo que estaba viendo.

—Te sienta bien tal y como pensaba —le dijo a Max con orgullo.

—G-Gracias —contestó Max.

Murmuró estas palabras con la cara sonrojada. A continuación, Max se pasó suavemente los dedos por el pelo para palpar el adorno que estaba metido entre sus rizos. Miró ligeramente el espejo que colgaba de la pared de la esquina y observó su reflejo. Por un momento, se sintió incómoda al verse adornada con tantas joyas.

Riftan la trataba como si fuera la hija real más preciada del mundo. Era agradable e incómodo a la vez. Para ser sinceros, Max se sentía como un payaso con una máscara que no le quedaba bien.

—¿Por qué esa cara? ¿No te gusta? —le preguntó Riftan al notar su expresión sombría.

Max se apresuró a enderezar su rostro.

—N-No. Es muy bonita. D-Debes de haber estado muy ocupado ¿C-Cuándo has encontrado tiempo para c-comprar todos estos regalos? —le preguntó a Riftan y éste negó con la cabeza su preocupación.

—Dejaste todas las joyas y la ropa que usabas en el castillo de Croix por mí. Por supuesto, tengo que hacer tiempo para compensarte —respondió con una sonrisa y Max se apresuró a ocultar su rostro sonrojado. Pero el interior de su pecho le dolía como si tuviera una espina clavada.

—G-Gracias por tu c-consideración —le dijo a Riftan con sinceridad.

Riftan pareció alegrarse de su reacción y dijo a los sirvientes que organizaran los regalos ahora que ella los había visto todos.

Mientras él se ocupaba de los sirvientes, Max se quedó detrás de Riftan tratando de borrar de su mente el extraño sentimiento de culpa. No dijo ninguna mentira, pero ni siquiera con estos pensamientos pudo borrar la incómoda sensación que había en su interior.

Riftan, después de confirmar que todos los regalos estaban completos y asegurados salió inmediatamente a comprobar el estado de los prisioneros.

Cuando se marchó, Max comenzó a rellenar un pedido textil inacabado que no pudo completar debido a los disturbios de ayer. Tras consultar detenidamente con las criadas, decidió bajar a la cocina para asegurarse de que la conservación de las comidas de invierno iba bien.

Cualquier castillo está destinado a estar más ocupado durante las épocas de finales de otoño a principios de invierno. Estas eran las ocasiones en las que las temperaturas empezaban a bajar rápidamente, y en las que sería más difícil conseguir verduras frescas.

El precio de la carne estaba destinado a duplicarse o más durante esta temporada también, por lo que los sirvientes de la cocina tenían que trabajar sin descanso para preparar carnes secas de larga duración, frutas en escabeche, salchichas ahumadas, y grandes cantidades de harina del molino, y otras existencias con el fin de preparar la comida para el ganado.

Max fue a buscar a Rudis para que le pusiera al día de cómo iban los preparativos. Rudis comenzó entonces a comentarle lo que habían estado haciendo.

—En invierno es difícil encontrar hierba para el ganado, así que sacrificamos a la mayoría y sólo mantenemos vivos a los que podemos alimentar. Cogemos las vacas y los cerdos sacrificados de la carnicería, escurrimos la sangre, recortamos las tripas y las enviamos al castillo, la carne en la cocina se ahúma y se almacena, y los intestinos se lavan y se utilizan para hacer salchichas —le dijo Rudis mientras caminaban por las cocinas para comprobar los preparativos.

Max escuchó la explicación de Rudis y miró a su alrededor, podía oler el fuerte aroma a aceite que los rodeaba. Estaba acostumbrada a que la cocina estuviera llena de bullicio y personal ocupado, pero desde hacía unos días parecía casi un campo de batalla.

En una gran mesa colocada en la pared de la esquina, tres o cuatro sirvientes estaban haciendo salchichas con grandes cuencas y platos a su alrededor, mientras que en el otro lado un gran trozo de carne estaba siendo cortado en pequeños pedazos con una sierra y un charco de sangre manaba de él.

El olor ahumado del fuego le picó la punta de la nariz. Max giró la cabeza en dirección contraria a su origen y se pellizcó la punta del puente de la nariz. Fuera de la puerta abierta de par en par, vio cuatro ollas de fuego temporales hechas de piedras. Cinco o seis sirvientes estaban colocando una gran red de alambre y ahumando un trozo de carne sobre ella. Se sintió agotada al ver la enorme cantidad de carne.

—N-Nunca había visto tanta c-carne —le dijo a Rudis.

—Hemos preparado suficiente comida para que nos dure un tiempo. Sin embargo, no podemos conservar la carne ahumada durante mucho tiempo, así que la mayoría de las cosas que tenemos van a estar hechas de carne seca. La cecina también es muy útil para los caballeros cuando salen en una expedición de tres o cuatro días —le informó Rudis.

—¿T-todo esto se va a c-convertir en carne s-seca? —preguntó Max a Rudis, observando el gran montón de carne recién sacrificada.

Max miró con curiosidad la carne colgada en la pared. En la hoja de registro que le había dado Rudis, estaban meticulosamente escritos el peso de los alimentos almacenados cada año y el peso de los alimentos que se iban a almacenar este año.

—Como los caballeros vuelven de la expedición, tenemos que preparar el doble que el año pasado. En realidad, debería haberla preparado antes de que bajara la temperatura.

—¿L-Lleva mucho t-tiempo?

—Hay que salar y escurrir la carne durante varios días, luego cortarla en rodajas finas y secarla a la sombra durante otros días. Lleva mucho trabajo —respondió Rudis y Max se sintió repentinamente avergonzada porque parecía que los preparativos para el invierno se habían retrasado debido a las decoraciones del castillo que ella había estado haciendo.

Rudis parecía haber percibido la expresión de culpabilidad de Max y se apresuró a añadir:

—Pero con más manos, estaremos listos antes de que la temperatura baje más.

—¡E-Es bueno e-entonces! —Entonces Max echó un vistazo al personal de la cocina y se dio cuenta de que, efectivamente, necesitaban contratar a más gente.

La visión de los sudorosos sirvientes que trabajaban la llenó de preocupación. El papel de la anfitriona era supervisar el presupuesto del castillo, y basándose en lo que había visto, sabe que la carga de trabajo de los sirvientes ha sido enorme.

Tal vez debería preguntarle a Riftan si podía contratar más sirvientes, pues además de hacer la comida, los sirvientes del castillo ya estaban trabajando tan duro todo el día, haciendo la ropa de invierno para los soldados, cuidando el ganado, barriendo y puliendo el castillo, que tal vez no completaran los preparativos de invierno.

—M-Mañana le p-preguntaré a Aderon si puede c-conseguir a los t-trabajadores —Max comenzó a decirle a Rudis, pero antes de que pudiera terminar su frase escuchó que había alguien llamándola.

—¡Señora!

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