Bajo el roble – Capítulo 54: Tus gustos y aversiones

Traducido por Aria

Editado por Yusuke


—Bueno, entonces, ¿qué hay de ti? —preguntó Riftan con ligereza, sin notar su angustia.

Max se apresuró a ocultar sus emociones tratando de parecer indiferente.

—S-Solo me gustan las cosas que t-también les g-gustan a o-otras p-personas— respondió con sencillez.

—Eso no es justo. Quiero una respuesta adecuada —le preguntó Riftan. Ante su tono de insistencia, Max pensó un poco más para elaborar sus palabras y dar a Riftan una respuesta satisfactoria.

Después de decidir qué decir, Max volvió a abrir la boca.

—Como dije a-antes me gustan los a-animales. Perros, gatos, c-caballos. También me gustan los pollitos y los c-conejos.

—¿Y?

—Me gusta l-leer libros. Cuando estaba en el c-castillo de Croix, s-siempre estaba en la bi-biblioteca —anunció Max y Riftan le dio un asentimiento.

—Efectivamente, el mayordomo me dijo que pasas la mayor parte de tu tiempo en la biblioteca —le dijo Riftan y Max le sonrió débilmente.

—Así es. Hay m-muchos libros raros y v-valiosos en la bi-biblioteca del ca-castillo de C-Calypse. A-Aunque, Ruth se a-aferra a la mayoría de ellos —Max añadió la última frase como si fuera una idea de última hora.

Riftan le devolvió la mirada casi sorprendido, bajó la cabeza hacia ella y preguntó en un tono bastante conspirador:

—¿Lo echo de la biblioteca?

—Si haces eso, no me dejará o-olvidarlo por el resto de mi vida —le advirtió Max con un ligero pánico.

Riftan puso una expresión de incertidumbre ante su rápida protesta. Le frunció un poco el ceño y la miró fijamente a los ojos antes de decir finalmente lo que pensaba.

—Parece que los dos os estáis haciendo bastante cercanos —Riftan dijo en voz baja y Max percibió que, aunque intentara disimularlo, se sentía incómodo por el hecho de que ella pasara tiempo con Ruth.

—Cuando e-estábamos d-decorando el c-castillo me dio muchos c-consejos. Es qu-quisquilloso y regaña mucho, pero parece una buena p-persona —Max explicó, pero de alguna manera parecía que sus palabras lo ponían de mal humor en vez de reconfortarlo.

Riftan permaneció en silencio durante un rato, como si estuviera tratando de elegir sus palabras, cuando pareció lo suficientemente calmado como para hablar una vez más se giró para mirar a Max, y dijo:

—Eso es lo correcto. Es quisquilloso y tiene mucho que decir, pero es un hombre honesto.

Max se dio cuenta que lo decía como si no hubiera nada más importante que la confianza.

—¿Y las cosas que odias? —Riftan volvió a abrir la boca después de cabalgar en silencio durante un rato, perdido en sus pensamientos—. También tienes que responder a eso, para que sea justo.

Le vinieron a la mente latigazos, gritos, maldiciones y golpes, pero no podía darle una respuesta tan sincera.

Sin embargo, tampoco quería mentirle. Riftan odiaba las mentiras por encima de todo. Dudó y eligió una respuesta sincera para darle.

—Y-Yo misma.

Riftan parpadeó confundido, como si no entendiera por qué había dicho eso. Lo dijo a la ligera, como si no fuera gran cosa.

—Y-Yo me odio a m-mí misma —Max repitió esta vez con más convicción.

Justo cuando ella dijo esto, el camino en el que estaban terminó y un amplio prado apareció ante ellos, finalmente habían llegado.

Antes de que él pudiera presionarla para que le explicara lo que había querido decir, ella salió al galope por la colina, dejando a Riftan mirando su figura en retirada.

Al contrario de lo que esperaba, descubrió que era capaz de disfrutar plenamente de la equitación.

Se sentía increíble al correr libremente por las extensas colinas sin ninguna restricción. No había ningún otro lugar en el que se sintiera más cómoda y agradable que recorriendo los sinuosos senderos de las montañas.

Galopó por las praderas, que tenían un ligero brillo dorado debido a la cálida luz del sol de invierno. Cabalgaba libremente como si nada la retuviera.

Max notó que su postura mejoraba poco a poco mientras cabalgaba, y para cuando sugirió que descansaran un poco en la cima de la colina, ella ya era capaz de cabalgar con la espalda recta sin siquiera pensarlo.

—He traído un poco de vino —le dijo Riftan mientras saltaba de su caballo y los conducía por debajo del gran árbol de la cima de la colina y la ayudaba a desmontar el suyo.

—Has entrado en calor. Puedo sentir tu corazón latiendo tan rápido como el de un colibrí —dijo mientras colocaba sus manos en los costados de ella y la levantaba con facilidad.

Max tranquilizó su respiración, agitada por el paseo a caballo, y se limpió las gotas de sudor de la frente. Tal y como él había dicho, su corazón latía con fuerza en sus oídos.

—R-Realmente se siente como si tuviera un tambor s-sonando d-dentro de mí —le dijo mientras se tocaba el pecho. Podía sentir la ligera vibración desde allí.

—Es una bonita analogía —Riftan le dijo antes de bajarla para presionar sus labios en la mejilla sonrojada de ella y finalmente dejarla en el suelo.

Riftan procedió entonces a extender su capa sobre la hierba bajo el árbol y se sentó sobre ella. Max se dejó caer a su lado.

La fría brisa refrescó rápidamente sus acalorados cuerpos. Max notó la silueta de un pueblo al pie de la colina.

Se ajustó la capa mientras miraba el paisaje que tenían debajo. El viento suavizaba los campos dorados mientras los barría con aparente prisa.

—Es un lugar tan b-bello —susurró Max mientras se deleitaba con el cálido ambiente que les rodeaba.

—Se ve mejor en primavera. Los campos están verdes y rebosantes de flores silvestres entonces —le dijo Riftan con una sonrisa.

Ella sintió que su pecho se hinchaba de expectación al oírle hablar de la primavera.

Anticipación. Nunca se hubiera imaginado que llegaría un día en su vida en el que sentiría anticipación y anhelo por algo. Todo era nuevo, y alegre, y un poco aterrador también.

—Ven aquí. Te vas a enfriar rápidamente ya que has sudado —Riftan la llamó mientras apoyaba su espalda en el grueso tronco del árbol, y la acercó para compartir su abrigo.

Max dio un sorbo a la pequeña botella de vino mientras se sentaba ligeramente en su regazo. A diferencia de cuando él se burlaba de ella, ahora no se sentía incómoda o avergonzada de estar tan cerca de él. Estar envuelta en sus fuertes brazos se sentía tan natural.

—Dame un poco a mí también —le susurró Riftan mientras le rodeaba la cintura con las manos e inclinaba la cabeza sobre su hombro para tomar un sorbo.

Max le puso la botella de vino en los labios y la inclinó con cuidado para que no se derramara. Dio unos cuantos tragos y retiró los labios cuando terminó. Luego la miró fijamente a los ojos.

—¿Por qué te odias a ti misma? —preguntó Riftan.

Parecía que Riftan no tenía intención de saltarse a la ligera lo que ella había dicho antes.

Max desvió la mirada avergonzada por lo que le había dicho, no quería que la mirara con lástima. Seguramente era obvio que sólo tenía una respuesta, sonaba como la persona más estúpida del mundo cuando hablaba. En cierto modo, el hecho de que siguiera evitando el tema era un poco divertido.

Max preguntó con indiferencia:

—¿N-Nunca has tenido un m-momento en el que te hayas o-odiado a ti m-mismo, Ri-Riftan?

—He tenido muchos.

Riftan relajó los hombros como si sus nervios se hubieran calmado un poco y apretó los labios contra la frente de ella. Parecía que había estado reflexionando sobre sus apresuradas palabras durante todo el tiempo que habían estado cabalgando y por fin se permitía hablar de ello con ella.

—Pero nunca me he odiado tanto a mí mismo como para que sea mi primera respuesta cuando alguien me pregunte por mis aversiones —le dijo Riftan con sencillez y Max suspiró.

—Bueno, eso, eso es p-porque no hay n-nada en ti que puedas odiar tanto, ¿verdad?

Él parecía divertido ante sus palabras masculladas.

—¿Acaso lo parece? —le preguntó de manera burlona y Max lo miró con las cejas ligeramente fruncidas.

—Tú m-mismo lo sabes bien, ¿no?

—No lo sé. Tendrás que hacérmelo saber. —Ella lo miró como si le preguntara si hablaba en serio de lo que había dicho. Sin embargo, Max decidió seguirle la corriente y comenzó a enumerar sus atributos.

—T-Tú eres fuerte. Eres el mejor caballero del mundo, y eres alto e inteligente. —Max no pudo continuar cuando Riftan le dedicó una ligera risa.

—Es la primera vez que escucho a alguien llamarme inteligente. Aunque he oído muchas veces que soy lento —Riftan se burló de ella y Max le frunció el ceño.

Aunque su forma de hablar era poco refinada y no era precisamente un maestro del decoro, Riftan estaba muy lejos de ser lento. Tenía una mirada aguda y su capacidad de observación era a veces muy perspicaz. A veces incluso le parecía que veía hasta su alma.

—Una p-persona l-lenta n-nunca podría ser tan r-respetada —le dijo.

Riftan sonrió cínicamente, como si no pudiera estar tranquilamente de acuerdo con ella. Apoyando la cabeza contra el tronco del árbol, le preguntó con desinterés:

—¿Qué más?

—Eres le-leal, tienes li-liderazgo, y eres gua-guapo —Max respondió tímidamente. Pudo sentir cómo se le calentaban las mejillas.

—¿Crees que soy guapo? —Riftan volvió a burlarse de ella y Max se encogió de hombros.

—Eso ya lo s-sabías.

—¿Cómo voy a saber lo que piensas de mi aspecto? —Le dijo y Max se quedó sorprendida y parpadeó confundida.

—Yo también tengo ojos, Rif-Riftan. Mi sentido de la b-belleza es el mismo que el de o-otras p-personas.

—Cada vez que visitaba el castillo de Croix, te estremecías como si estuvieras frente a un ogro horrible —dijo Riftan burlonamente.

—Esos no eran para nada los ojos de alguien que mira a un joven encantador. Probablemente habrías mirado con más adoración incluso la cara arrugada de un goblin —añadió y Max le lanzó una mirada de incredulidad.

—Y-Yo n-nunca he visto a un gob-goblin a-antes —contestó ella.

—Ese no es el punto aquí. —Riftan le acercó la barbilla para que le mirara—. Digo que si me acercaba a ti, actuabas como si fueras a desmayarte.

Max se sintió desconcertada por su tono interrogativo. Ni en sus sueños más locos había pensado que a él podría importarle su actitud hacia él o lo que pensara de él. A decir verdad, hasta su boda, ella había pensado que él ignoraba por completo su existencia.

—Yo… Tú eras a-aterrador. Como tu f-físico es tan grande y tu e-expresión era tan he-helada, parecías a-alguien cuyo t-temperamento podría estallar ante c-cualquier cosa, en c-cualquier momento —admitió Max.

Riftan no dijo nada durante mucho tiempo. Max se retorció incómoda contra su pecho. Finalmente abrió la boca.

—¿Sigo dando miedo?

Max negó lentamente con la cabeza.

Riftan, que había estado mirando fijamente su rostro, de repente inclinó la cabeza y presionó sus labios contra los de ella. A diferencia de los besos por sorpresa con los que se burlaba de ella, este beso fue apasionado. Sintió su suave lengua introduciéndose en su boca y gimió suavemente ante su contacto.

Él le cogió la nuca y le acarició suavemente el pelo alborotado por el viento con sus dedos y sus labios chuparon su delicada boca.

Un delicioso escalofrío recorrió su columna vertebral y Max sintió que sus pezones se ponían rígidos. Cuando él ahuecó sus pechos con los dedos y los masajeó suavemente, Max sintió que estallaban fuegos artificiales en su bajo vientre.

—Rif-Riftan n-no podemos hacer esto f-fuera —Max le dijo mientras se liberaba de su beso.

—Está bien. Sólo estamos nosotros aquí. Incluso si viene alguien, me daré cuenta enseguida —le dijo.

Al sentir el calor que irradiaba su cuerpo, ella se estremeció. Como el rostro de Riftan era tan tranquilo y sosegado, ella no había notado aún lo duro que estaba ya mientras se besaban. La acercó hacia él y acomodó su regazo contra la parte inferior de su cuerpo y le subió la falda del vestido. Max lo miró avergonzada. Los ojos de Riftan ardían como carbones negros hacia ella.

—No tengas miedo. Nunca te haré daño —le susurró.

Sus palabras resonaron en lo más profundo de su corazón. Max contempló su intensa expresión sin respirar. Él tocó su frente con la de ella, rozando las puntas de sus narices y atrajo sus labios a su boca de nuevo. Deslizó sus largos dedos bajo la falda de ella y comenzó a acariciar suavemente el interior de sus piernas. Max se aferró a su sedoso cabello y gimió.

Esta persona no me hará daño. Se aferró desesperadamente a esas palabras.

—Hueles a invierno —le dijo Riftan, que gimió débilmente y enterró la cara en su hombro. Max tragó una profunda bocanada de aire. El olor de la brisa invernal, seco y agradablemente mordaz, también provenía de él.

Los pulmones de Max se llenaron de los olores mezclados de la almizclada corteza de los árboles, de los caballos y del sutil aroma del sudor.

—Maldición, quiero besar cada centímetro de ti. Pero si te quito la ropa aquí, podrías enfermar —se quejó Riftan mientras la acariciaba por encima de la ropa, excitándola.

Max ni siquiera sentía el frío, pues el fuego que se extendía por todo su cuerpo la envolvía ahora, pero no se lo hizo notar. No era tan atrevida como para tumbarse a la intemperie en lo alto de una colina sin nada de ropa. En realidad, hacer algo así la superaba. Pero se encontró totalmente incapaz de apartarse de él.

Riftan chupaba y mordía la base de su garganta mientras se desabrochaba los pantalones con urgencia. Todavía envuelta en su abrigo, se subió la falda para que se le enrollara en la cintura. Él le apartó la ropa interior.

Y entonces ella sintió que él la penetraba lentamente. Al sentirlo llegar a lo más profundo de ella y de sus cuerpos unidos, Max dejó escapar un áspero gemido.

Riftan le acarició el trasero y le dio besos en el cuello y las orejas.

—Está bien, Max. No te haré daño. Nunca más —Riftan le susurró al oído.

Max ni siquiera podía recordar cuándo podría haberla lastimado. Ni siquiera recordaba haberle tenido miedo y haberle evitado. Sentía como si Riftan Calypse siempre hubiera formado parte de ella. Le echó los brazos al cuello desesperadamente, como si se estuviera ahogando y él fuera lo único que la mantenía a flote.

Él la agarró por las caderas para profundizar su unión.

Sus cuerpos estrechamente entrelazados se golpeaban el uno contra el otro y el sonido del viento que pasaba se alejaba cada vez más. Ella movía su cuerpo como si estuviera montando a caballo, tal y como él le había enseñado antes.

Ella se apretó ansiosamente alrededor de su virilidad mientras la penetraba hasta la base antes de dejarle marchar de mala gana, sólo para volver a apretarse como si intentara tirar de él más profundamente. Su corazón latía con una pasión desesperada. Mientras se derretía en sus calientes besos, Max se sumergió en un mundo de felicidad.

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