Bajo el roble – Capítulo 79

Traducido por BeeMiracle

Editado por Ayanami


Max abrió la ventanilla del carruaje y miró fuera del castillo. Los abedules blancos se alineaban ordenadamente a lo largo del camino con la cálida luz del sol filtrándose alrededor de las hojas de los árboles. Agnes sonrió con serenidad mientras los pájaros trinaban.

—Me alegro de que haga buen tiempo. Ayer estaba preocupada porque las nubes de lluvia se acercaban, pero parece que se desviaron hacia el oeste.

Sacó la cabeza por la ventanilla, inspiró profundamente y luego miró a Max.

—¿A dónde nos dirigimos primero?

—P-Primero iremos a la p-plaza.

La plaza del pueblo era el lugar más concurrido de la ciudad, cerca del mercado, con los comerciantes llenando las calles de mercancías. Agnes sonrió y asintió con la cabeza.

—Cuando llegué a Anatol por primera vez, pasé por la plaza. Había muchos bares y vendedores interesantes.

—Princesa, ¿espera volver a estar en un bar esta vez? —Dijo su ayudante en voz baja, con un tono áspero. Sus ropas estaban planchadas y aseadas. Tosió y se tocó la barba recortada.

—La princesa adora el alcohol, tanto que no puede vivir sin él —le dijo a Max.

—A cualquier ciudad que vaya, tiene la inclinación de pasar por un bar.

—A la Señora Agnes, ¿le gustaría ir al bar del pueblo? —Dijo Max.

Max miró a Agnes con una expresión alarmada. Había oído que los caballeros a veces se pasaban por los bares que ocupaban los plebeyos locales, pero nunca había oído que una dama fuera a un bar.

Agnes respondió con seriedad.

—Mmm, no me gusta el alcohol. Voy a ese tipo de lugares para recabar información.

Muchos visitantes pasan por posadas y bares. Es el mejor lugar para escuchar lo que piensa el público.

—Ese tipo de recopilación de información puede dejarse en manos de su guardia, a la princesa sólo le gusta el alcohol. El último juego de beber que tuvo con su guardia… Cuando pienso en las acciones de la princesa, estoy demasiado avergonzado para enfrentarme a Su Majestad.

—No hice nada vergonzoso. —Dijo Agnes, molesta.

—Odio perderme la diversión. Debería poder reír, presumir de mis hazañas y disfrutar con todos. Así es como formo lazos con mi equipo.

Levantó su barbilla puntiaguda con orgullo.

—Creo que la confianza entre todos nosotros nos motivará a superar juntos todas las dificultades.

—¿Qué tiene que ver beber una cantidad excesiva de alcohol con la confianza? —Dijo su asistente, antes de dejar de lado el asunto.

Agnes frunció los labios, como si estuviera a punto de enfurruñarse, y luego le hizo un gesto despectivo con la mano.

—Uf, fastidiando como siempre, Sevilla. De todas formas no iba a molestar a Lady Calypse con pedirle ir a un bar.

Max se rió nerviosamente, sin saber cómo actuar. La princesa vivía con tanta rudeza, como un caballero. Seguramente, el hecho de ser una maga le permitía vivir de forma diferente a la nobleza media.

Tal vez, si ella pudiera hacer magia más fuerte, podría viajar como ella e ir a lugares emocionantes como los bares. El mundo era tan vasto, ¡y ella apenas había visto nada de él! Parecía emocionante aventurarse donde quisiera, pero ¿le parecería bien a Riftan darle tanta libertad?

De repente, el carruaje empezó a temblar.

—El camino es irregular. Por favor, agárrense bien —dijo el cochero abriendo la ventanilla del asiento delantero, y todos los que iban en el carruaje se agarraron a las manillas de las puertas.

Tal y como advirtió el cochero, el vagón comenzó a moverse peligrosamente. Desde dentro, parecía que había empezado un terremoto. Max se sentó más erguida, con los pies firmemente plantados en el suelo para no resbalar del asiento.

El camino del bosque pronto terminó para mostrar un arroyo con una corriente rápida y un molino de agua. El carruaje comenzó a avanzar cuesta abajo por un puente arqueado.

Pronto surgieron en el horizonte caminos de uso frecuente, edificios de madera y tiendas de campaña. Max estaba impresionada, el pueblo era más animado de lo que esperaba. En la carretera principal, los carros y carretas eran conducidos por personas que animaban a sus burros y caballos.

—Me di cuenta ayer, pero los edificios de aquí son bastante altos —dijo Agnes con admiración.

Era cierto. Los edificios se elevaban tanto que aquella zona ya no podía considerarse una pequeña ciudad de las afueras del continente. La construcción de los edificios de tres pisos había terminado y las calles estaban llenas de visitantes y comerciantes.

—A medida que los leviatanes traían más mercancías, las tiendas crecían en número —dijo Rudis en voz baja.

—En aquel entonces, las visitas de los mercenarios traían negocios no sólo a los restaurantes y hoteles de aquí, sino a los comerciantes de armas y herreros.

—Sabía que esta ciudad crecía en número, pero no hasta este punto —murmuró Agnes en voz baja.

Max se inquietó al ver su expresión pensativa, su reacción era extraña. Una vez más, no podía entender por qué la princesa había visitado Anatol. Se dio la vuelta para ver el paisaje de la aldea.

—He oído que Riftan ha estado en la cantera desde la madrugada. ¿Piensa ampliar la ciudad? —Preguntó Agnes.

—P-Piensa construir un c-camino que conectará el p-puerto y el resto de las tierras. Al menos, eso es lo que he oído.

La princesa abrió mucho los ojos ante su respuesta y se interesó por el asunto.

—Si se reconstruye la carretera para un tráfico mayor y se reorganiza la ruta hacia el puerto, ésta se convertirá en la ruta más corta para unir los continentes del sur y del oeste. Entonces, Anatol se convertirá en una ciudad metropolitana y comercial.

No parecía del todo satisfecha con estas perspectivas.

El corazón de Max se hundió. Tal vez, Riftan había estado actuando al margen de los intereses de la Familia Real, no sabía si estaba bajo vigilancia. A pesar de que su viaje acababa de comenzar, podía sentir una gota de sudor frío recorriendo su espalda.

Como si Agnes se diera cuenta de que Max se estaba sintiendo incómoda, rápidamente cambió de actitud y habló con mejor humor.

—Por supuesto, los monstruos siguen siendo un problema. Si no te deshaces de los hábitats de monstruos que rodean a Anatol, no será fácil convencer al Continente Sur de que comercie por esta ruta.

—La reputación de Lord Calypse puede ser el punto de inflexión para convencer al Continente del Sur —dijo el asistente.

Max lo miró en silencio a él y a la princesa, que estaban ocupados viendo los edificios abarrotados y las intrincadas calles llenas de carros de caballos.

¿Agnes tenía razón al suponer que Anatol se convertiría en una nueva metrópoli? Aunque había mucha gente en las calles, Anatol seguía siendo una pequeña ciudad que se encontraba cerca del campo. Entre la puerta del castillo y la ciudad principal, todavía se utilizaban casas antiguas, con gente que mantenía pequeños huertos o criaba ovejas, cabras, gallinas y gansos en zonas valladas. Max se sintió un poco decepcionada por la posibilidad de que la tranquilidad del campo desapareciera a causa de la industrialización.

—Quiero ver el mercado. ¿Por qué no empezamos a caminar por aquí? —Dijo Agnes. Max asintió, abrió la ventanilla delantera y pidió que el carruaje se detuviera. Al cabo de un rato, el carruaje se detuvo en un camino solitario y el cochero abrió la puerta.

—¿Quiere parar aquí para ver el mercado? —Preguntó el lacayo.

Max asintió y bajó del carruaje, seguida por Hebaron y Uslin.

—Dejen los caballos junto al carruaje. Yo acompañaré a las damas —dijo Hebaron.

—¿Por qué yo no? —Comentó Uslin, pero cerró la boca al ver a Max, y se llevó los caballos a un lado donde pudieran descansar, sin decir nada más.

Hebaron arrojó una moneda al cochero para que les diera un refrigerio, organizó a los guardias y condujo a Max y a Agnes hasta el abarrotado mercado.

Estaba más concurrido que la última vez que Max había venido con Ruth. A ambos lados del camino, los mercaderes se apiñaban en gruesas tiendas, mientras los mercenarios comerciaban con huesos de demonio y piedras preciosas. Agnes, que contemplaba la escena cómodamente, señaló de repente un puesto al final del camino.

—¿Deberíamos almorzar allí? —Dijo.

El lugar tenía varias mesas de madera hechas de forma rudimentaria, con algunos viajeros viejos y desgastados sentados alrededor de un barril, comiendo y jugando a las cartas. Sentarse a comer allí…

Max miró el lugar que era demasiado pobre para ser llamado restaurante. Una mujer que estaba asando carne en un pozo de fuego sacó un pollo entero y vivo sobre la tabla de cortar, planeando asarlo en un asador, y levantó su cuchillo por encima del cuello del gallo. Max se asustó y apartó la vista rápidamente, pero el grito del gallo siguió resonando. Muy pronto, el gallo sin cabeza estaba colgado boca abajo de una cuerda. Max miró hacia atrás y se estremeció al verlo girar, la mujer, en cambio, estaba tranquila mientras ponía un cuenco bajo el cuello del gallo para recoger la sangre, y luego se limpiaba las manos en su delantal. Max se tapó la boca en señal de asombro y se volvió hacia Agnes.

—Tal vez, sea demasiado temprano para el almuerzo.

—No digas eso —dijo Agnes. —Al menos come un poco. Mira qué fresco y delicioso está el pollo a la parrilla aquí.

No parecía ofendida por las despiadadas habilidades del chef. Max rompió a sudar, pero por suerte el encargado intervino.

—¿Cómo esperas que una princesa coma en las calles del mercado?

Negó con la cabeza, pasando por delante del simulacro de cocina.

—Princesa, no hemos venido a jugar, sino a inspeccionar Anatol en nombre del Rey. Terminemos nuestro recorrido y regresemos al castillo rápidamente.

—Ugh, aguafiestas.

Agnes abucheó, pero cedió y pasó junto al puesto. Max suspiró aliviada antes de caminar tras ellos.

La princesa prestó mucha atención al mercado, investigó la calidad y el precio de los productos con cuidado, y comprobó la competencia de los comerciantes. A veces, hacía preguntas sobre la ciudad a Max.

—¿Cómo gestionan la seguridad aquí?

—Los g-guardias vienen unas tres o c-cuatro veces al día a p-patrullar el pueblo. Los g-guardias permanecen a lo largo de la muralla. También hay puntos de control para entrar en la zona. Nadie puede entrar en el recinto sin una tarjeta de i-identificación del t-templo.

—¿Qué pasa cuando alguien desobedece? —Dijo Agnes.

Al no saber la respuesta a la pregunta de la princesa, Max se quedó callada y confundida.

Rudis habló en voz baja a Agnes.

—Alteza, si un criminal comete un fraude o roba, la ley general para resolver el asunto es devolver a la víctima diez veces el coste del equipo o del negocio perdido. Si el delincuente no puede pagar, tendrá que realizar el trabajo correspondiente.

Agnes se acarició la barbilla.

—Es más generoso de lo que esperaba. En el Capitolio, les cortan las muñecas enseguida.

Parecía acostumbrada a la violencia.

—¿Cómo se condena a los asesinos? —Rudis respondió con calma.

—Si son condenados, los asesinos son exiliados o ahorcados. En el veredicto suele influir la familia de la víctima. Si no hay familia, la decisión se basa en el sacerdote, que actúa según la voluntad de Dios.

Max se deprimió más. A pesar de ser la Señora de la tierra, era vergonzoso lo poco que sabía de Anatol.

—¡Mira esa multitud de mujeres! —Agnes señaló de repente. —¿Qué están mirando en ese puesto?

Max levantó la vista. En un estrecho callejón, más de una docena de aldeanas estaban discutiendo. La princesa se entusiasmó y la agarró del brazo, queriendo meterse en el pandemónium.

—¿Por qué, en nombre de Dios, están discutiendo? —dijo Agnes.

Las mujeres de la aldea se enzarzaron en una pelea de gatas para recuperar las mejores telas apiladas en las filas de las estanterías. Max no tenía ni idea de lo que estaba pasando, se quedó callada como un fideo tonto y miró a su criada, Rudis.

—A-Ahí. ¿Q-Qué es eso? —Le preguntó Max, refiriéndose a las telas.

—Mi señora, son accesorios que se llevan alrededor de la cintura. Cuando comienza la fiesta de la primavera, las jóvenes del pueblo se enroscan estas telas en la cintura, llevan flores en el cabello y cantan canciones en el campo.

—¿Es una tradición que se refiere a la ninfa que fue amante de Uigru? —Dijo Agnes.

Rudis asintió y le respondió cortésmente.

—Según la leyenda, la ninfa había seducido al héroe, Uigru, envolviendo un trozo de tela alrededor de su cintura y otorgándole una guirnalda de flores en la cabeza. Desde hace siglos, las jóvenes de Anatol se visten para representar al espíritu del roble en primavera y cantan canciones en el campo. Es una tradición muy bien conservada.

Los ojos de Agnes se iluminaron.

—Nosotras también.

—¿Eh? —Dijo Max.

—Maximilian, no puedes perderte un festival en tu propia ciudad. Participemos juntas en éste.

Ignorando la respuesta de Max, Agnes la agarró del brazo de nuevo y tiró de las dos entre las jóvenes que luchaban.

El grito de Max murió en su garganta. Su cabello fue jalado por las jóvenes que se empujaban entre sí, hombro con hombro, quienes también despeinaron su ropa. Sin embargo, no pudo escapar, ya que el agarre de Agnes en su brazo era demasiado fuerte y sintió ganas de llorar.

—¿Qué te parece esto? —Dijo Agnes.

La princesa estaba en su elemento, apartó a las mujeres del camino, se metió en medio de la multitud y agarró un trozo de tela morada, luego lo agitó frente a la cara de Max, que asintió alarmada. Seguía luchando entre la multitud, tenía calambres en el estómago y sentía que Agnes le iba a arrancar el brazo de la manga. Sólo quería marcharse, pero la princesa aún no había terminado.

Agnes frunció el ceño ante el trozo de tela que sostenía.

—El verde o el amarillo te quedarían mejor, Maximilian, complementarían muy bien tu cabello rojo…

—B-Bueno, c-cualquier cosa está bien p-para mí.

—¿Qué te parece? El azul me quedaría mejor, ¿no? —Dijo Agnes despreocupadamente.  —¿No haría juego con el color de mis ojos?

—B-Bueno, yo-yo…

Max gritó cuando la multitud la empujó bruscamente. Las mujeres del pueblo gritaban, empujaban y se tiraban del cabello y de los vestidos. Nunca había tenido una experiencia así, que la empujaran de un lado a otro, mientras estaba en estado de shock. Finalmente, Agnes se decidió por dos telas que le gustaban y lanzó tres monedas a la dueña del puesto.

—¡Voy a comprar estas dos! —Gritó Agnes.

—¿Es suficiente?

—¡Por supuesto! Déjame coger el cambio.

—¡No necesito cambio, gracias! —Gritó Agnes alegremente y se alejó de la multitud. Max se retiró con ella, tocando su cabello despeinado y su vestido suelto. Hebaron, que había retrocedido para observar, suspiró.

—Princesa, ¿pudiera evitar este tipo de situaciones? ¿Qué pasaría si te golpearan mal? O si alguien descubriera tu identidad…

—Oh, ¿te preocupa que esas aguerridas señoritas del campo puedan hacerme daño? —Agnes se rió, todavía emocionada por su experiencia.

Hebaron suavizó su voz y habló paternalmente.

—He hablado mal. Esas niñas eran las que estaban en peligro. Su Alteza las empujaba y agredía como si fueran cañas inofensivas…

Agnes resopló ante su sarcasmo y se volvió hacia Max. Ella estaba medio escuchando y al notar la mirada de Agnes, se estremeció. La princesa le dio un paño rojo con una sonrisa genuina.

—Este es un regalo de agradecimiento por guiarme por Anatol. Lo elegí para ti porque me recordaba al color de tu cabello.

—G-Gracias.

Max dudó antes de aceptar el regalo, y Agnes sonrió satisfecha.

Max miró la tela que le habían dado, que tenía una textura áspera. Estaba confundida. ¿Por qué Agnes estaba siendo tan amable con ella? Observó a la princesa, que llevaba un trozo de tela azul alrededor de la cintura.

—¿Debo atármelo así? —Le preguntó a Rudis.

—Sí, átelo así para que no toque el suelo.

—Maximilian, pruébate también tu regalo —dijo Agnes.

—Y-Yo, para v-vestirme en público…

Max deshizo la tela en sus manos y puso una expresión nerviosa y Agnes se encogió de hombros.

—De acuerdo, hoy tienes un pase. Sin embargo, ¡vamos a ir juntas a la fiesta de la primavera, seguro!

Agnes batió las pestañas y sonrió suavemente, luego comenzó a caminar rápidamente por el mercado de nuevo. Max dobló su regalo y fue tras ella lentamente.

♦ ♦ ♦

El grupo siguió paseando durante una hora y media antes de volver al carruaje. Durante este tiempo, Agnes había comprado por capricho cinco piedras preciosas, escamas de dragón, cuero de monstruo Guiverno y una variedad de hierbas medicinales. Su entusiasmo por las hierbas le recordó a Max el regateo de Ruth en el mercado. ¿Todos los magos estaban obsesionados con las hierbas raras y los objetos mágicos?

—Puedo ver por qué los mercaderes se arriesgan a viajar a Anatol —dijo Agnes. —Aquí hay muchas hierbas raras, y las piedras preciosas son comparativamente más baratas que en el resto del reino.

—Según nuestro mago, hay muchas hierbas raras en las montañas de Anatorium —dijo Hebaron. —Debido a los monstruos que hay allí, también es fácil conseguir huesos, pieles y piedras preciosas de monstruos.

El caballero continuó empacando las compras de Agnes en la parte trasera del carruaje y ella lo miró fijamente, confundida.

—Veo que venden partes de monstruos en el mercado y, sin embargo, no te atreves a interferir en la iglesia que está cerca.

—En Anatol, los protestantes, por no hablar de los católicos, no tienen prácticamente ningún poder. Aunque la iglesia existe, sólo es un lugar para criar huérfanos con los fondos que proporciona el Capitán. La iglesia se ha congregado recientemente. Antes era sólo un terreno. —Max señaló.

—¿En verdad? Estoy celosa.

Max estaba confundida.

—¿Por qué estás celosa?

—Desde el punto de vista de un mago, este escenario es ideal. Los magos y los sacerdotes no suelen coincidir. —Agnes resopló. —Los sacerdotes suelen vernos como seres que trabajan en contra de la voluntad de Dios.

Tomó asiento en el interior del carruaje. Max recordó al sacerdote que la había guiado en su juventud y no podía imaginarse al hombre hostil hacia los magos. Preguntó, confundida.

—¿Por qué? Usar m-magia es increíble. Cualquier noble querría un m-mago.

—Los magos sólo empezaron a ser una mercancía cuando empezó esta guerra. —Dijo Agnes. —Una vez que aumentaron las peleas por las tierras, los rescates por los magos aumentaron mucho. Como sabía que los magos eran necesarios para apoyar el reinado de mi padre, convencí al sector protestante para que adoptara una postura más tolerante con la magia. Hoy, los magos son tan poderosos que la Iglesia debe aceptarlos. Según la doctrina tradicional, la magia es un poder demoníaco que refuta la voluntad de Dios. Los demonios son espíritus malignos, y es un sacrilegio comerciar con huesos, escamas y piedras preciosas de demonios.

La princesa sacó una piedra preciosa roja que había comprado recientemente y suspiró.

—La Iglesia Católica todavía influye mucho en el comercio de partes de monstruos, y normalmente sólo permite que se comercie con piedras de maná. Si te pillan comerciando con huesos, escamas o pieles de monstruos, te remiten a ellos. Yo misma sólo he podido fabricar algunas herramientas mágicas, ya que los recursos son limitados.

—¿Los p-protestantes permiten el c-comercio? —Max dijo.

—Los protestantes permiten que la gente comercie libremente con piedras preciosas, huesos de monstruos, escamas e incluso pieles de monstruos. Sin embargo, comerciar con la sangre o la carne de un monstruo está estrictamente prohibido.

Max frunció el ceño.

—¿Qué harían con la sangre o la carne?

Había oído que las piedras de maná y los huesos de los monstruos y los dragones podían utilizarse para fabricar equipo mágico, como por ejemplo utilizar las escamas y la piel para hacer una armadura. Pero, ¿cómo se podía utilizar la sangre o la carne? Agnes sonrió, divertida ante su inquietud.

—Se pueden utilizar para la magia negra o la alquimia. Hay rumores de que algunas personas incluso consumen carne de monstruo.

—¡¿Comen carne de monstruo?! —Max exclamó.

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