Bajo el roble – Capítulo 86

Traducido por Ichigo

Editado por Hime


Al día siguiente, Inés y sus hombres comenzaron a preparar su viaje de regreso a Palacio. Con la ayuda de Rodrigo, Max revisó la lista de equipaje mientras coordinaba a los sirvientes para preparar la partida de sus invitados.

El plan original era consultar con Riftan para ofrecer un regalo al Rey, pero los huesos y la piel del monstruo ocupaban la mayor parte del espacio disponible en los coches de caballos. Además, entre el botín de Agnes de la incursiones con los monstruos, y las compras que había hecho en la ciudad, los sirvientes solo podían meter cuatro tapices y seis copas de vino con incrustaciones de rubí en lugares diversos.

—¿Has inspeccionado los carruajes? —preguntó Max a Rodrigo.

—Sí, milady. He sustituido una de las ruedas y alimentado a los caballos. Los herreros también tienen previsto revisar las herraduras antes de la partida.

Max siguió escudriñando la lista de equipaje mientras Rodrigo le informaba. Nervioso, la observó en silencio durante un momento antes de hablar.

—Mi Señora, no hace mucho que se ha recuperado. Si necesita descansar, por favor, déjemelo todo a mí.

Ella le dedicó una sonrisa amarga. La personalidad sobreprotectora de Riftan parecía haberse extendido entre los sirvientes. Ahora era un tema recurrente que alguien le pidiera que descansara cada vez que estaba comprometida.

Movió su delgado cuerpo, observando cómo la falda de su pálido vestido verde se agitaba. ¿Tenía aspecto enfermizo? Sabía que no parecía muy fuerte, pero tampoco se rompería por estar de pie. Max levantó la cabeza y habló con seguridad.

—No estoy enferma. Ya he descansado bastante, gracias. Ya estoy bien.

—Me alegra oír eso, milady, pero por favor no se agobie.

—Sí, lo sé —dijo con ironía, imperturbable ante las palabras del mayordomo. Se volvió para concentrarse en los sirvientes que correteaban por el castillo. Quería ayudar al atareado personal y no quería que la trataran como a una débil anciana.

Caminó por el pasillo con expresión indiferente para parecer profesional.

Agnes y sus caballeros estaban inspeccionando sus armas, artefactos mágicos y otros equipos cerca del Gran Salón. Un caballero le había dicho a Max que cruzar las montañas de Anatolia ya era de por sí un viaje peligroso, así que tenían que prepararse para emboscadas de monstruos. Los caballeros vistieron a sus caballos con armaduras protectoras e instalaron cuchillas afiladas en los techos planos de los carruajes para evitar que los monstruos se posaran allí. Por último, empezaron a revisar su armamento personal en busca de defectos. Incluso los asistentes iban un poco armados con espadas y armaduras de cuero. En lugar de volver a casa, el grupo parecía que iba a la guerra.

—¡Maximiliana!

Agnes la saludó con alegría.

—Gracias por ayudarnos a mis hombres y a mí a hacer el equipaje.

—Sí. P-Por favor, hazme saber si hay algo más que necesites.

—Solo necesitamos suficiente comida y agua ahora para llegar a la finca del Barón Luvein. Más mercancías, y será peligroso maniobrar. El peso extra ralentizará nuestro movimiento.

Agnes vio la lista de embalaje de Max y asintió con la cabeza en señal de aprobación.

—Parece precisa.

—¿Pediste medicinas esta mañanas?

—Treinta shekels de poción desintoxicante (unos 330 gramos), y veinte shekels de poción de recuperación (unos 220 gramos) serán suficiente —dijo Agnes.

Max anotó la cantidades antes de entregar la lista a Rodrigo. La princesa observó la transacción con una sonrisa triste.

—Me duele la cabeza desde el amanecer. Consideré prolongar mi partida un par de días más, pero mi padre ha enviado un mensaje urgente —suspiró, señalando a un halcón mensajero que descansaba sobre uno de los carruajes.

Los ojos de Max se abrieron de par en par.

—¿Ha ocurrido algo en la Capital?

—El típico drama. Otra disputa territorial.

Agnes se frotó la frente.

—Después de la temporada de lluvias, los malditos tontos que han estado encerrados todo el día tienden a hacer ruido, como si fueran osos despertando de la hibernación. De verdad que nunca hay un día tranquilo.

A Max se le encogió el corazón. Recordaba a los Caballeros de Croix saliendo a menudo de la finca para una de las campañas de su padre. Los Caballeros parecían pasar la mayor parte de sus vidas en el campo de batalla.

—R-Riftan también tendrá que partir en algún momento —dijo, tratando de ocultar su abatimiento.

—Sí, si el conflicto crece lo suficiente como para requerir a los Caballeros Remdragon —dijo Agnes con su habitual actitud alegre, comprobando que la mercancía estaba bien sujeta en su montura. Max ocultó la cara, intentando repasar de nuevo la lista de embalaje, pero tenía los ojos demasiado empañados por las lágrimas para leer bien las palabras. Se mordió el labio para ocultar su decepción.

—Cuando llegue el momento, Maximiliana, tú también puedes venir.

Ella levantó la cabeza.

—¿Yo?

—¿No eres una maga?

Agnes ladeó la cabeza, sorprendida por su respuesta.

—Si una crisis es tan grande como para requerir la ayuda de Riftan, su grupo también necesitará magia curativa. Hay demasiados conflictos en este mundo y no hay suficientes magos para ayudar. Puede que necesite tu ayuda pronto, Maximiliana.

—Oh, yo-yo no estoy segura de si sería útil. Empecé a aprender magia hace poco. La última vez que usé mi magia curativa, me desmayé. Parece que no tengo mucho maná.

—Tu magia mejorará poco a poco con la práctica —dijo Agnes, frunciendo el ceño. Parecía haber esperado una respuesta más entusiasta—. He oído decir a los caballeros que empezaste a aprender magia hace solo unos meses. Has hecho hazañas impresionantes como principiante, Maximiliana.

—Solo he hecho simples hechizos de curación. Ruth hace muchos otros tipos de magia. He probado otras ramas de la magia con él, pero no he avanzado mucho.

—No es raro que los magos destaquen en ciertas ramas. Lo más probable, Maximiliana, es que tengas afinidad por la magia curativa. Si te entrenas durante unos años y corres algunos riesgos fuera del castillo, no me cabe duda de que te convertirás en una gran sanadora en pocos años.

Agnes parecía tan convencida de su potencial que incluso ella casi empezó a preguntarse si no tendría algún talento innato. La princesa bajó la voz para animarla.

—No abandones los talentos que Dios te ha dado.

Max se quedó con la mirada perdida en sus ojos azules, sin palabras. Había vivido casi veintidós años siendo llamada “tonta tartamuda” por su padre. Desde que había llegado a Anatol, pretendía actuar como una distinguida noble, y a menudo se desanimaba por su pobre desempeño. Sin embargo, ahora, una poderosa maga como Agnes, que había viajado por todo el continente, decía que tenía un don. Miró nerviosa a la princesa, tratando de ver si de verdad quería decir lo que había dicho. Su expresión era tierna, pero sus ojos firmes. Parecía sincera.

Tragó saliva antes de hablar.

—Haré lo que pueda.

—Puedes hacerlo —sonrió, tratando de motivarla, luego le dio un ligero golpecito en el hombro antes de revisar a sus caballeros.

Puedes hacerlo. 

Esas simples palabras parecieron producir una onda en su mente, como si brotara una nueva idea de que ella podía controlar su futuro.

♦ ♦ ♦

Una extravagante cena fue preparada en el comedor como una fiesta informal de despedida para los invitados. Era demasiado simple para llamarlo banquete, pero todos disfrutaron de la comida sin quejarse. Todos los caballeros de Remdragon estuvieron presentes para desear buena suerte a Agnes y a sus hombres en su viaje. Tras una breve ceremonia de despedida, los caballeros se alinearon fuera del castillo.

Agnes saltó a su caballo marrón rojizo sin demora, deseosa de acampar al pie de las montañas antes del atardecer.

—Gracias a todos por su generosidad. Me lo he pasado muy bien —le sonrió a Max. Estaba agradeciendo a su anfitrión como exigía la etiqueta, como se esperaba de una princesa.

—N-no. Ojalá hubiera sido mejor anfitriona.

—Terminemos aquí con las formalidades —miró por encima del hombro, asegurándose de que su grupo estaba listo para partir. Tres carruajes repletos y sus asistentes estaban detrás de ella, sus caballeros a su izquierda y derecha la miraban fijamente, listos para la orden de partir. Seis caballeros Remdragon adicionales se habían unido por un tiempo a su grupo, ya que Riftan les había ordenado escoltarla fuera de Anatol.

—Debemos ponernos en marcha.

Hebaron, que formaba parte de su séquito, esbozó una enorme sonrisa mientras se rascaba la espalda.

—Viniste como un tifón causando estragos y ahora te vas como un trueno. ¿Tienes que causar una gran impresión a todos los que se cruzan en tu camino?

—Odio la idea de dejar un desastre —dijo Agnes.

—Es porque eres demasiado impaciente e imprudente.

Riftan, de pie en primera fila con los brazos cruzados sobre el pecho, murmuró con cinismo en voz baja y ella se rió como si sus sospechas fueran ridículas.

—Lord Calypse es la última persona que debería enseñarme sobre la paciencia.

—Ni se te ocurra hablar de paciencia conmigo —advirtió—. No te he levantado la voz ni una sola vez. He estado soportando tu presencia durante las últimas semanas mientras intentabas coaccionar con tus ardides.

—¿No has levantado la voz? —le repitió, desconcertada.

Max observó cómo discutían. Era vergonzoso verlos pelear en público, pero los caballeros que los rodeaban parecían acostumbrados y sacudían la cabeza, aturdidos.

—Cristo, despídete y vete ya —dijo Riftan.

—¡Tú empezaste la discusión primero!

—¿Planeas irte después de que se ponga el sol? —añadió.

Los hombros de Agnes temblaron como si intentara contener una réplica, luego suspiró.

—Sí, los invitados no deseados deben marcharse.

—Gracias, Alteza.

—¡R-Riftan!

Max tiró del dobladillo de su camisa.

Él la miró antes de forzarse a dar una sonrisa falsa a Agnes.

—Por favor, ten un buen viaje.

—Gracias —dijo a secas, pero sonrió cuando se volvió hacia Max— Maximiliana, gracias también por tu hospitalidad.

—Por favor, que tengas buen viaje y buena suerte.

—Te deseo lo mismo —dijo la princesa antes de alertar a sus hombres.

Sus caballeros gritaron de aprobación antes de seguirla a través del puente levadizo, levantando polvo bajo ellos. Max agitó la mano hasta que desapareció de su vista. Se había sentido incómoda de que Riftan y Agnes pasaran tiempo juntos, pero ahora, un misterioso sentimiento hueco parecía reemplazar su ansiedad.

—Volvamos a nuestra habitación —le dijo Riftan.

La abrazó con firmeza mientras miraba el castillo. Ella giró en su abrazo para observarle: sentía sus brazos gruesos y fuertes como el tronco de un árbol.

♦ ♦ ♦

Max no tardó en terminar sus tareas de renovación de los jardines y el castillo. Los jardines eran ahora verdes y exuberantes, mostrando flores en plena floración. El cielo sobre el jardín se volvió ruidoso, ya que los buhoneros entrenaban a sus pájaros. En el castillo, se sustituyeron los muebles viejos, y cada rincón estaba decorado o limpio.

Mientras tanto, Riftan seguía ocupado coordinado la construcción de la carretera. Los caballeros trabajaban desde el amanecer hasta el anochecer a su alrededor, manteniendo alejados a los monstruos.

Max pronto cayó en una rutina monótona. Los sirvientes eran diligentes y competentes, y necesitaban poca supervisión. Antes había estudiado magia en su tiempo libre, pero ahora dudaba en empezar de nuevo. Su apatía hacia la materia afectaba a su habilidad, de hecho tardaba más en memorizar fórmulas complejas sin su pasado entusiasmo.

En la comodidad de su dormitorio, suspiró mientras tocaba los lomos de los libros alineados en hileras en la estantería. Agnes había dicho que tenía talento para la magia curativa, pero ella aún no estaba muy segura. ¿Debía seguir aprendiendo magia, aunque Riftan estuviera en contra? Su marido había dejado claro que nunca quiso su ayuda, y ella estaba demasiado desanimada para seguir después de su rechazo inicial.

Los rayos blancos del sol se derramaban sobre ella a través de la ventana y seguía distrayéndose con la vista exterior en lugar de leer, y había perdido interés en la hoja de ejercicios para practicar el habla que Ruth le había hecho. ¿Qué sentido tenía continuar? Apoyó la cabeza en el alféizar y volvió a suspirar.

—¿Qué haces? ¿Estás enferma? —dijo Riftan.

Max se giró rápido y se acercó a él.

—¿Por qué estás aquí a estas horas?

Él había salido antes del amanecer para supervisar la construcción de la carretera. Ella lo miró con preocupación, preguntándose si había tenido algún problema. Sin embargo, estaba ileso y se mantenía erguido como siempre, mostrando una presencia segura. Su pelo brillaba como un ónice negro con mechones extendidos aquí y allá en ángulos extraños.

La miró de forma metódica, buscando cualquier signo de debilidad. Tras quitarse los guantes de cuero, le apoyó la mano en la frente.

—Tuve que volver a ver al herrero y pasé a verte. ¿Tienes fiebre?

—Oh, no. Solo miraba afuera.

—Estabas suspirando. ¿Te aburres aquí? —dijo, preocupado—. ¿Te gustaría invitar a algunos nobles vecinos y celebrar un banquete?

Ella abrió los ojos y retrocedió sorprendida. Aunque Riftan tenía los fondos para celebrar un banquete ahora, los caballeros no tenían tiempo para disfrutar con tranquilidad de la comida, la bebida y entretener a los invitados. Su oferta era ridícula, como la vez que había ofrecido celebrar un festival todos los días del año. Sin embargo, su rostro mostraba que se lo ofrecía de verdad, así que ella negó rápido con la cabeza. Él frunció el ceño y se inclinó hasta quedar a la altura de sus ojos. Su mirada era seria, como si quisiera saber en qué estaba pensando ella.

—Llevas poniendo caras desde que se fueron los invitados. Si te aburres de la vida en el campo…

Max le cortó.

—¡No! Es solo porque ha hecho calor. Estaba somnolienta. No quiero celebrar un banquete o una fiesta. No disfruto con esas cosas.

—En el castillo de Croix, tampoco te quedaste mucho tiempo en el banquete —dijo pensativo—. Solo te dejaste ver y te marchaste al poco rato.

Su tono sonó desaprobador para Max. ¿Quería una esposa más sociable?

—Quiero ser una buena anfitriona y asegurarme de que nuestros invitados se sientan bienvenidos —dijo ella con decisión—. Pero, por lo general, no me gustan los acontecimientos ruidosos. Incluso de niña, nunca me han gustado.

—No lo parecía en el festival. Solo quiero verte disfrutar…

Hizo un gesto de dolor al darse cuenta de que estaba alzando la voz. Sus hombros se endurecieron.

—Entonces, ¿te gustaría dar un paseo conmigo ahora, en su lugar? —añadió en voz más baja.

—No hace falta. Estás ocupado.

—No estoy tan ocupado como para dejar de respirar —dijo, molesto. Tomó la capa de Max que colgaba de la pared—. ¿Quieres evitar pasar tiempo conmigo?

—No, no me d-disgusta tu idea. Pero Riftan, siempre estás trabajando. No tienes tiempo de dormir bien. En vez de pasear, deberías descansar aunque sea un poco. Será mejor para ti.

—Dormir una siesta juntos en la cama suena bien —miró la cama antes de hacer una mueca—. Pero no tengo la suficiente confianza como para acostarme contigo y dormir tranquilo.

Ella se sonrojó y él le puso una mano en el hombro antes de abrocharle el broche de la capa alrededor del cuello.

—Vamos a dar un paseo. No he visto de cerca los jardines que has decorado.

Una brisa fresca entró por la ventana abierta y Riftan olfateó, luego puso una cara extraña.

—Todo el castillo huele a flores.

—¿Te desagrada?

—No, es algo diferente —dijo a secas—. Estoy acostumbrado al olor a tierra, a caballo, a sudor, a sangre…

Max sintió que él tenía más en común con las flores que ella. Estaba lleno de vida igual que su jardín, estaba familiarizado con vivir cada día, a través de las dificultades o el entrenamiento. Era fuerte y valiente para superar sus pruebas, mientras que ella solo estaba vacía.

—Vamos a tomar un refresco primero —dijo con suavidad, tratando de mejorar su estado de ánimo.

Ella sonrió, tratando de ocultar sus preocupaciones.

—Hace unos días compré mucha fruta fresca. Había especias de calidad a la venta. Tendremos mucho de donde elegir.

—Bien, hacía tiempo que no comía fruta fresca. Ni seca ni en escabeche.

Él miró al frente y salió con Max. Tras detenerse un momento en las cocinas, salieron al exterior con una cesta de frambuesas, vino caliente, manzanas recién horneadas y pan.

Ella entrecerró los ojos cuando la brillante luz del sol la iluminó, haciendo que el rocío de los capullos de las flores brillara como joyas. En comparación con el suelo de piedra que los criados limpiaban y abrillantaban cada día, la hierba parecía una suave alfombra que emitía un tono azulado.

—¿Tienes frío?

—No, tengo m-mucho calor —Le tomó la mano y caminó despacio. El árbol de Uigur estaba ahora brotando. Ella sonrió y rió en silencio mientras admiraba el follaje. La magia de Ruth había funcionado, el árbol por fin había vuelto a la vida.

—¿Por qué sonríes y te ríes?

—Del árbol de aquí. ¿Lo ves? Las f-flores han florecido.

—Creía que este árbol estaba muerto.

—Ruth dijo que e-el árbol podía parecer muerto, pero h-había muchas probabilidades de que siguiera vivo. E-En otoño, aplicó su magia —se detuvo al ver que Riftan se había quedado impasible—. ¿Pasa algo?

—No —dijo sin rodeos y tiró de su brazo—. No veo qué tiene de interesante que un árbol feo tenga hojas. Deberíamos mirar otra cosa. Vayamos al jardín que siempre miras desde nuestra habitación.

—El comerciante me dio algunas recomendaciones. Planté una mezcla de flores. Espero que las disfrutes.

Caminaron a paso relajado por un sendero que pasaba por delante de las puertas de la zona de entrenamiento. Max sonrió complacida al ver el sol filtrarse entre el follaje e iluminar el rostro de su marido.

Le encantaba mirarle y al mismo tiempo temía decepcionarle. Sus ojos crueles y afilados, su cuerpo grande y prepotente que se movía con ligereza, incluso cuando estaba tranquilo… Ella lo admiraba todo y ya no le asustaba su aspecto.

No entendía por qué un hombre tan apuesto sentía tanta pasión por una mujer como ella. A pesar de todo, su corazón parecía llenarse más y más de él a medida que pasaban los días.

—La vista del jardín es aún más maravillosa de cerca.

Por fin llegaron. Un popurrí de flores de colores estaban en plena floración y Riftan comenzó a hablar.

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