Bajo el roble – Capítulo 88

Traducido por Ichigo

Editado por Hime


—Parece que se está formando una alianza entre monstruos subraciales en la Meseta Pamela, al norte de Livadon. Hombres lagarto y trolls muy inteligentes formaron un gran ejército de monstruos que comenzó a asaltar aldeas. Según lo que oímos justo antes de partir de Livadon, el ejército de trolls saqueó incluso un territorio bastante extenso en el norte.

—¿Una alianza a gran escala entre los monstruos?

No solo los ojos del caballero se abrieron de par en par, sino también los de Max ante la absurda noticia.

—Digamos que los monstruos formaron una alianza. En el mejor de los casos, será del nivel de una pequeña aldea. En toda mi vida, nunca he oído hablar de monstruos subraciales formando grandes ejércitos.

—Nadie ha intentado adentrarse en la Meseta Pamela. Es posible que monstruos muy inteligentes hayan alcanzado una civilización a escala de reino, más allá de las pequeñas aldeas, sin que nosotros seamos conscientes de ello.

Max palideció y se sintió débil ante la seria narración del joven caballero. Su cuerpo temblaba de horror mientras en su imaginación se desplegaban tremendas cantidades de ejércitos de monstruos saqueando a los humanos. Incluso el rostro de Lombardo se endureció, percibiendo la gravedad de la situación.

—¿Es fiable tu información?

—Es un rumor que circula por ahí, no ha sido confirmado. Lo que es seguro es que un ejército de monstruos formado por hombres lagarto, trolls y goblins rojos ha empezado a hacer saqueos planificados.

Gabel reflexionó, acariciándose la barbilla.

—¿Crees que Livadon podrá manejar la situación?

El joven caballero negó con ansiedad la cabeza, con los ojos entrecerrados, formando arrugas en su rostro.

—Creo que hay muchas posibilidades de que cada país de los siete reinos envíe pronto caballeros.

—Si se llega a eso, entonces será Whedon, su alianza en el oeste, la primera en pedir refuerzos.

—¿Quieres decir… que los Caballeros R-Remdragón irán en una expedición a Livadon?

Max, que estaba escuchando con atención su conversación, interrumpió de repente. Sabía que el tema era algo en lo que no debía intervenir, pero se sentía impaciente y no pudo evitar preguntar. Fue entonces cuando Gabel se dio cuenta de lo pálida que estaba su tez y negó rápido la cabeza.

—Los Caballeros Remdragon apenas regresaron el año pasado después de una expedición de tres años. Aunque se pidan refuerzos, el alcance de los mismos solo dependerá de los Caballeros Reales, ellos serán los despachados.

—No hay ninguna garantía al respecto. Según los magos, este fenómeno de migración de monstruos a gran escala se produjo debido al ejército maligno que acecha en la Meseta Pamela, que arrasó la zona norte. Es un grave problema que afecta al continente occidental. Sin duda, incluso Anatol será llamado en busca de refuerzos. Tenemos que prepararnos.

—Discutiremos el asunto cuando vuelva el capitán.

Sir Gabel fulminó con la mirada al joven caballero que no era capaz de leer el ambiente en la habitación. Max se dio cuenta de que intentaba poner fin a la conversación por su bien y se levantó a toda prisa.

—Parece que ya está bien… Antes tengo que levantarme e irme.

—Te acompañaré a tu habitación.

—E-Está bien. Puedo ir sola.

—Insisto. Necesitas escolta incluso dentro del castillo.

Sir Gabel respondió con firmeza y se dirigió rápido hacia la puerta. Max le pidió a Sir Lombardo que le dijera a Ruth que volviera a revisar al paciente cuando él regresara, ya que existía la posibilidad de que hubiera restos de veneno en su cuerpo, y luego salió de los aposentos del caballero. El sol se había puesto y el cielo estaba teñido de un tono escarlata anaranjado.

—He oído que milady sufrió un agotamiento excesivo de maná el otro día. ¿Su estado es malo?

—No fue nada. No tienes que preocuparte… No volveré a desmayarme.

Gabel se inclinó y examinó con cuidado su rostro. Solo cuando vio que su tez seguía sonrosada, asintió tranquilizador y continuó caminando.

Mientras caminaban en silencio uno al lado del otro, Max contemplaba ansiosa la lejana montaña. Después de oír las noticias de un ejército formado por monstruos que causaba estragos, ya no podía permitirse quedarse anclada en el pasado cuando había tantas incertidumbres en el futuro. Sintió con fuerza la necesidad de prepararse para ello. Como hoy, alguien podía ser envenenado o herido de muerte, y en esos casos era ella quien podía responder a las peticiones de ayuda. Fueron sus habilidades mágicas las que salvaron al joven caballero de la condena de perder sus brazos para siempre.

Riftan había dicho que no necesitaba su ayuda, pero ese no era el caso hoy.

También hay algo que yo puedo hacer. 

Se aferró con desesperación a ese pensamiento. Su padre le inculcó innumerables veces la idea de que era un ser humano inútil, pero hoy le demostró que estaba equivocado.

No. No fue solo ese día. Desde que llegó a Anatol, había estado aprendiendo muchas cosas y mejorando. Si renunciaba a todo eso ahora, nunca saldría de su sentimiento de inferioridad de toda la vida. Sería una incompetente fracasada el resto de su vida, como decía su padre. Max, que seguía sus pasos con rostro pensativo, tenía un brillo decidido en los ojos.

♦ ♦ ♦

Riftan no volvió a su habitación hasta más tarde. Parecía que habían discutido durante toda la noche las noticias traídas por el joven caballero durante su expedición en Livadon. Ella había decidido esperar a que regresara para preguntarle sus planes para el futuro, pero tras largas horas de espera, quedó exhausta por el uso de su maná y no pudo soportar el cansancio que tenía. Max, que se tumbó en la cama, y en algún momento se quedó dormida como si se hubiera desmayado.

Cuando abrió los ojos, el sol estaba en lo alto del cielo. Sus hombros se desplomaron al ver las sábanas vacías a su lado.

Vigilando el territorio, construyendo carreteras e incluso monstruos… ¿por qué el mundo no puede dejar a mi marido tranquilo de sus preocupaciones por un rato?

Suspiró profundo, agarrándose con la mano derecha el pelo esponjoso como una nube.

—Milady, ¿está despierta?

—Rudis…

Como siempre, la criada que estaba en perfecta forma y no tenía ni un solo pelo fuera de lugar, entró en la habitación con una bandeja de comida. Max rió con torpeza, avergonzada de haberse quedado dormida hasta mediodía.

—Es demasiado tarde p-para que te dé los b-buenos días, ¿verdad?

—El Señor me había ordenado que fuera considerada y dejara dormir a milady todo el tiempo que necesitara. Dijo que milady estaba cansada…

Rudis dejó la bandeja en el estante junto a la cama con una sonrisa amable.

De repente, Max se preocupó por cómo reaccionaría Riftan si supiera que ella había usado su magia para curar al joven caballero el día anterior. ¿Se opondría como lo había hecho hasta ahora, o admitiría a regañadientes que su magia había ayudado? Mientras se perdía en sus pensamientos, Rudis le presentó un té de olor único.

—El mago me dio hojas de hierbas y dijo que ayudaría a reponer el maná de milady.

Max tomó la taza de té y sus ojos se abrieron de par en par.

—¿Ha vuelto Ruth?

—Me dio la bolsita que contenía el té anoche, indicándome que lo hirviera cuando milady se despertara.

Rudis abrió una bolsita de cuero, mostrando en su interior hojas secas y raíces bien cuidadas. Max pudo aprender sobre hierbas medicinales y enseguida se dio cuenta de qué estaba hecho el té. Era una mezcla de raíces de Mandragora y hierbas secas.

Puso los ojos en blanco. Parecía que todos sabían de su actuación mágica del día anterior, debían haberlo discutido juntos. ¿Qué clase de cosas contaba el mago sin que ella lo supiera?

—Debería darle las gracias. ¿Quizás aún esté en el castillo?

—¿El mago?

Rudis ladeó la cabeza, poniéndose una mano en la mejilla, como si tratara de escudriñar su memoria.

—La vi bajar a la cocina esta mañana para comer, pero después de eso… ¿Voy a la biblioteca a comprobarlo?

—Está bien. Iré yo sola. Tengo algo que quiero preguntarle…

Murmuró mientras sorbía y soplaba su té. Después de terminar el té un poco amargo, solo llenó su estómago con la comida que Rudis trajo y se lavó la cara. Luego se dirigió directo a la biblioteca tras arreglarse el pelo y ponerse un vestido de seda azul marino de la costurera.

Buscó en todos los rincones, incluso detrás de la estantería más alejada, para ver si tal vez él estaba escondido en algún lugar durmiendo. Cuando no vio ni rastros de él, e incluso los libros estaban bien apilados, suspiró; parecía que se había ido a las obras de la carretera. Era un proyecto enorme, que atravesaba la escarpada cordillera, así que no cabía duda de que necesitarían a un mago para algo más que una cosa o dos.

Contempló la ventana con rostro sombrío y luego reorganizó sus pensamientos. Aunque Ruth no estuviera, podría investigar por su cuenta. Echó un vistazo a la estantería y cogió un pesado atlas, recordando las palabras del joven caballero.

Pamela Plateau…

Colocó un grueso libro sobre el escritorio y hojeó las páginas, encontrando el nombre de la región noroeste. Max pasó entonces las yemas de los dedos sobre un tosco mapa. La meseta de Pamela se encontraba en el extremo más alejado de Livadon, en la zona norte adyacente a Balto. Entrecerró los ojos al ver las letras garabateadas escritas a un lado del mapa, difíciles de reconocer. La breve descripción de dicha región era que se trataba de un páramo deshabitado, debido a su duro clima y a su entorno desolado.

Su frente se arrugó mientras escudriñaba la siguiente página del libro en busca de alguna explicación, pero en vano, se resignó y cerró el rincón. En primer lugar, los jóvenes caballeros dijeron que no se sabía mucho del lugar, lo que explicaba la razón por la que no había una descripción detallada en un libro tan antiguo.

Max se deshizo rápido de su decepción y empezó a buscar de nuevo en las estanterías. Pronto pudo encontrar varios libros sobre monstruos en su rincón. Los sacó, miró en su interior y seleccionó una enciclopedia con dibujos detallados y volvió a sentarse junto al escritorio. Al desdoblar el pesado libro amedrentado con la elaborada cubierta de cuero, un olor nauseabundo le llegó a la nariz. Max repasó las hojas descoloridas con la nariz apretada. Pudo encontrar los nombres de los monstruos que escuchó ayer en el segundo capítulo.

Trol…

Era el nombre del monstruo caníbal que se oía a menudo en las historias de bardos heroicos. Miró la detallada ilustración con los ojos entrecerrados. El trol tenía un aspecto aterrador, con una piel rugosa que recordaba a la de un sapo, una nariz gigantesca y arqueada, orejas puntiagudas, extremidades pesadas y musculosas y un estómago abultado. El monstruo le devolvía la mirada con los ojos hundidos y entornados bajo los párpados hinchados. Max, que estaba mirando la vívida imagen, leyó la descripción justo debajo.

Su hombro se tensó al leer las palabras garabateadas. Imaginar un ejército formado por fuertes gigantes caníbales lo bastante inteligentes como para fabricar herramientas le produjo escalofríos.

Está bien, la distancia entre la Meseta Pamela y Anatol es grande, casi hasta los bordes del continente…

Sin embargo, el hecho de que el ejército de monstruos desbocado estuviera lejos de Anatol no la consoló. Después de todo, era una situación que podría exigir que su marido partiera a una expedición en un lugar lejano.

Max se mordió los labios antes de pasar a la página siguiente. Dibujos de trasgos y ogros aparecían uno tras otro. Estaba concentrada leyendo las descripciones escritas debajo de ellos cuando de repente alguien le palmeó el hombro haciéndola saltar de la silla, tomada por sorpresa.

—¿Qué, qué pasa? ¿Por qué estás tan sorprendida?

Frunció el ceño al ver que solo era Ruth, que se encogió de hombros.

—No finjas ser i-inocente… ¡¿Qué esperas cuando te acercas así a hurtadillas?!

—Dioses, ¿quién se acerca a hurtadillas a quién? Caminé normal, ¿no?

—Al menos tienes que hacer un s-sonido.

—¿Tenía que gritar y decir “el Gran Mago Ruth ha llegado”?

Replicó sin rechistar y acercó una silla frente a ella. Max no sabía si reírse o enfadarse por su actitud grosera. Aunque hacía mucho tiempo que no se veían, su actitud seguía siendo la misma.

El mago bostezó, con el rostro sombrío de siempre, y luego le quitó el libro de la mano, hojeándolo.

—Hay varias descripciones erróneas. Los hombres lagarto están más cerca de ser subespecies de dragones que de ser un monstruo subracial, para ser técnicos. Sus cuerpos contienen piedras de maná y pueden lanzar hechizos mágicos. Habría mejores detalles y explicaciones en los registros de Lord Calypse que en este libro.

—Entre las subespecies d-dragón y los monstruos s-subraciales… ¿hay una gran d-diferencia?

—Por supuesto, hay una gran diferencia. Compartir un ancestro común con un dragón les otorga poderosas habilidades mágicas, como su aliento de dragón único. También tienen excelentes habilidades antimágicas, por lo que muchos hechizos mágicos no funcionan con ellos. Por eso son tan difíciles de derrotar.

Volvió a dejar el libro sobre el escritorio y se rascó la cabeza con dolor.

—Los hombres lagarto tienen un nivel mucho más alto que los trolls. Son inteligentes, pueden usar la magia y tienen unas capacidades físicas extraordinarias. Por lo tanto, son difíciles de matar tanto con espada como con magia. Uno de ellos es más difícil de tratar que diez trolls juntos.

Con una nueva impresión, los ojos de Max trazaron el dibujo de una bestia que parecía un lagarto y un humano fusionados. Tenía cara de reptil, cuerpo musculoso cubierto de escamas y larga cola. La extraña bestia no parecía tan inteligente como él decía. Mientras entrecerraba los ojos para leer la descripción, preguntándose hasta qué punto era un monstruo peligroso, Ruth golpeó el escritorio con la punta de los dedos, como si quisiera llamar su atención.

—Por cierto, ¿qué te hizo leer el libro de los monstruos?

—Ayer… escuché las noticias que traían los jóvenes caballeros. Me hizo preguntarme de qué clase de m-monstruos hablaba…

Ruth se golpeó la punta de la barbilla con expresión pensativa y habló.

—Me dijeron que curaste a un caballero herido por el veneno de los hombres lobo usando magia desintoxicante. Debes haber oído las noticias entonces.

Max asintió con rigidez.

—Al norte de Livadon… he oído que hay un ejército de monstruos s-saqueando aldeas. ¿Los Caballeros de Remedragon… participarán en la expedición?

—Todavía es demasiado pronto para estar seguros. Sin embargo, existe la posibilidad de que sean llamados como refuerzos.

Max sintió como si toda la sangre se drenara de su cuerpo. Aunque esperaba a medias esa respuesta, su corazón seguía apretándose ante la idea de separarse de Riftan. ¿Cuánto duraría la expedición esta vez? ¿Cuántos meses? ¿Tal vez incluso años? Ruth, al ver su tez pálida, añadió con cautela.

—Queda mucho trabajo en Anatol que el señor tiene que supervisar. Lo hemos discutido hasta altas horas de la madrugada de ayer y hemos llegado a la conclusión de que o Sir Hebaron o Sir Usil tomarán y liderarán una parte de las tropas en caso de que sean llamados como refuerzos.

—¿Es cierto?

Ruth asintió con una sonrisa irónica ante la ansiosa pregunta de Max, quien no pudo ocultar el alivio en su rostro.

—A menos que sea inevitable, Lord Calypse no abandonará Anatol durante un largo periodo de tiempo. La construcción de la carretera es un gran proyecto generador de ingresos. Además, ha pasado menos de un año desde la conquista del Dragón Rojo, no podemos volver a dejar el territorio vacío durante varios meses.

—Circunstancias inevitables… ¿Estás diciendo que Riftan se unirá a la expedición en caso de que eso ocurra?

Ruth dudó en responder a su pregunta, pero al final confesó con franqueza.

—Si la situación en Livadon toma el peor cariz [1], Lord Calypse tendrá que presentarse. Además, si el rey Rubén lo nombra para unirse a la expedición, no le será fácil escapar a su orden.

Tanteó con los dedos, sopesando las posibilidades, y luego suspiró profundo.

—Hay tantos preceptos molestos que los caballeros tienen que seguir. “Proteger a los débiles, obedecer al monarca y cumplir con sus deberes en el camino de la espada”. Lord Calypse no es un ferviente creyente de la caballería, sin embargo… no se pueden ignorar estos mandamientos. Dañaría la reputación que tanto le ha costado construir.

—C-Correcto…

El rostro de Max se ensombreció al recordar las palabras de la princesa Agnes acerca de que el rey sospechaba de la lealtad de Riftan. Existía la posibilidad de que el rey Ruben llegara al extremo de nominarlo para unirse a la expedición solo para ponerlo a prueba. El acuerdo hecho entre los Siete Reinos fue un tratado creado por el bien de la paz y la seguridad de toda la población del continente. Se hizo bajo la jurisdicción de las leyes de la corte, incluso Riftan no tenía el poder de desafiarlo tan fácil.

Max contempló los dibujos de las horribles bestias a través de las páginas del libro y se mordió los labios hasta que le dolió. Se le retorció el estómago al imaginar a Riftan luchando contra enormes ejércitos de monstruos. Por muy hábil que fuera un caballero, no había garantía de que estuviera a salvo o ileso en la batalla. Varias veces se había dado cuenta de la temeridad de Riftan, por lo que estaba segura de que no se escatimaría en las batallas, no dudaría en luchar como un demonio en primera línea.

Se sintió rabiosa de la nada. Riftan era hipócrita por preocuparse con obsesión por su seguridad pero no preocuparse ni un poco por la de él. ¿Qué forma absurda de pensar tenía? Sus labios sobresalían debido a su malhumor, considerando injusto que fuera ella la única que se preocupara hasta el estómago. La tranquila voz de Ruth rompió de repente sus implacables pensamientos.

—Yo también me uniré a la expedición.

Max levantó la cara. Ruth, que miraba al techo con los brazos cruzados, habló como perdido en sus pensamientos.

—Un largo viaje hacia Livadon requerirá un mago. Ya sea Lord Calypse u otro caballero quien tome la iniciativa, no cabe duda de que tendré que acompañarlos. Eso significaría que el castillo de Calypse necesitara más de tus habilidades mágicas que ahora.

—¿Mi… magia?

Los ojos de Max se movieron ansiosos ante su repentino comentario. Ruth le asintió con expresión seria.

—Por supuesto, no te estoy obligando. En este momento, Anatol cuenta con un número considerable de mercenarios. Sin duda, hay magos entre ellos. Puedo contratar a uno de ellos con mucho gusto, pero es demasiado complicado conseguir que un mago mercenario se establezca. En caso de que no se encuentre un mago hábil, Lady Calypse sería la única que podría responder cuando ocurra un accidente como el de ayer.

Continuó con calma, pero luego caminó de un lado a otro detrás de Max con vacilación.

—Soy consciente de que milady sufrió mucho durante el accidente. Fue en gran parte mi responsabilidad por no decirle lo que ocurriría si agotaba su maná. Quise disculparme entonces, pero Lord Calypse tenía cierto brillo en sus ojos de advertencia, así que no pude ir a buscarte…

—No necesitas disculparte. Ruth, tú también tuviste que irte a toda prisa por los ataques de los wyverns… no podías haber predicho lo que pasaría.

—No, sabía que existía la posibilidad de que ocurriera un accidente por culpa de esos monstruos. Sin embargo, no esperaba que milady llegara a ese extremo ayudando a los heridos.

Ella no tuvo palabras que decir ante su extrema franqueza.

—B-Bueno, esa es la razón por la que aprendí magia. Para a-ayudar… en caso de accidente… tú me enseñaste m-magia, ¿verdad?

—Te enseñé con esa intención en mente. Pero… no esperaba que lo hicieras.

Confesó encogiéndose de hombros. Max se quedó boquiabierta, su rostro se endureció. Se sintió traicionada por el hecho de que el hombre que insistió para que aprendiera magia, no esperase mucho de ella. Lo miró con frialdad y notó cómo Ruth se mostraba bastante tímido.

—Me disculpo por subestimar el sentido de la justicia de milady. No sabes cuánto lamenté con sinceridad haberte enseñado. Cuando supe que habías perdido el conocimiento, sufrí de remordimiento de conciencia toda la noche.

—La conciencia de Ruth no es tan grande…

—No tienes que decir eso. De verdad, siendo sincero me culpé por lo que pasó.

Ella no contestó y se limitó a fulminarle con la mirada mientras él se rascaba la nuca avergonzado, quizá viendo cómo se sentía tan feliz.

—Volví a darme cuenta de que no hay nada más peligroso que el conocimiento a medias. Si me das una oportunidad, te enseñaré todo con lo que debes tener cuidado al usar la magia y cómo afrontar diversas crisis…

—No esperabas mucho… de mí…

—Eso no es verdad. Lo que quería decir es que Lady Calypse superó mis expectativas. La respuesta de MIlady fue más que excelente. Fue un poco apresurada, aunque no hace tanto que empezaste a aprender magia, me has ayudado todo lo que has podido.

Max le miró, escudriñando si de verdad hablaba desde el fondo de su corazón. Ruth la persuadió con calma, enfrentándose a ella con una mirada sincera en los ojos.

—Si ya estás recuperaba de la última vez, quiero seguir enseñándote magia desde donde lo dejamos. Si las habilidades de milady mejoran a partir de ahora, me sentiré muy aliviado.

Ella tragó en seco ante la creciente presión a la que se veía sometida. También sentía la necesidad de pulir sus habilidades mágicas. Llevaba menos de un año en Anatol y ya había sufrido dos accidentes graves.

Durante los primeros días del invierno, atendió a un gran número de heridos que fueron atacados por los hombres lobo en una explotación maderera y, hace poco, el ataque de los wyverns en la obra de construcción de la carretera. No había nada que pudiera asegurarle que no volvería a ocurrir.

Si se enfrentaba a una situación en la que tuviera que lidiar con muchos heridos y él no estuviera cerca, no confiaba en ser capaz de resolverla de forma adecuada. Max, que intentaba medir sus habilidades con frialdad, negó con la cabeza. Su maná se había agotado tras curar a cuatro o cinco personas, su nivel de habilidad actual no era suficiente.

No estaba segura de cuántos meses le llevaría practicar para poder sustituir a Ruth. Hizo acopio de toda su confianza y consiguió pronunciar las palabras a duras penas, como si la arena resbalara por su boca.

—De acuerdo. Si me enseñas… lo haré lo mejor que pueda. Aunque Riftan esté en contra, quiero seguir aprendiendo a usar la magia.

—Entonces está decidido. Ven a la biblioteca cuando tengas tiempo. Yo estaré aquí a menos que tenga que hacer algo en particular.

Sonrió con expresión satisfecha y le dio una palmada en el hombro.


[1] Cariz: Aspecto de la atmósfera. Aspecto que presenta un asunto o negocio.

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