Bajo el roble – Capítulo 89

Traducido por Ichigo

Editado por Hime


Querían empezar a entrenar enseguida, pero como el horario de Ruth no se lo permitía, se decidió que empezarían a estudiar a la mañana siguiente.

Ruth tomó un par de libros útiles de la estantería y se dirigió a la salida con un montón de pergaminos. Max, por su parte, se quedó sola en la biblioteca y comenzó a leer un libro grueso y descolorido.

El libro que el mago le había entregado era de geometría intermedia. Su cabeza daba vueltas y sus ojos se cansaban ante la complejidad del libro, su contenido era difícil de entender. Max, que estaba hojeando las páginas y escudriñando los estantes, tenía las cejas arrugadas por la concentración. Al cabo de un rato, llegó a su límite de cansancio y ladeó el cuello hacia atrás.

Sin darse cuenta, el día ya había pasado y el cielo se teñía de un naranja brillante a un añil pálido. Se masajeó los hombros agarrotados mientras contemplaba el sol naranja oscuro a través de la ventana, luego cerró las páginas del libro y se levantó de su asiento. Su estómago protestó cuando el hambre se apoderó de ella.

Pensándolo bien, hoy no había comido nada en condiciones, aparte de un simple pan con sopa. Max salió de la biblioteca, frotándose la barriga. En el vestíbulo, los criados se afanaban en encender las velas. Les dedicó su saludo habitual y luego descendió despacio por las escaleras. Cuando bajaba un par de escalones, sus ojos captaron a cuatro criados que transportaban algo por debajo de la barandilla. Max miró de manera inadvertida y se dio cuenta de que lo que llevaban era una armadura empapada en sangre, lo que le hizo endurecer el rostro.

—¿Q-Qué está pasando? Otra vez… ¿A quién han herido?

Mientras se deslizaba por los escalones restantes, los sirvientes que llevaban la pesada armadura gimieron y se detuvieron en seco. Max se apresuró a hablar antes de que tuvieran la oportunidad de responder.

—¿Está herido el señor?

Sus cejas se fruncieron mientras sus ojos inspeccionaban la coraza, las borlas y los brazales que estaban empapados de sangre oscura: las piezas coincidían con la armadura de Rifta. ¿Qué demonios había pasado para que su armadura acabara así? Aunque no fuera su sangre la que la empapaba, seguro que había mucha.

—¿Dónde está el señor… ahora mismo? ¿Subió a la habitación?

Su rostro se inundó de confusión.

—¿Por qué… está lavando todo esto fuera?

—Eso es… porque… nosotros tampoco…

Mientras los criados tropezaban con las palabras, aturdidos, Max decidió no esperar más sus respuestas y se dio la vuelta. Tenía que ver con sus propios ojos lo que estaba ocurriendo para entenderlo bien y salió corriendo al patio de inmediato.

Mientras escudriñaba el gran terreno baldío, vio a trabajadores partiendo leña, mercaderes que pasaban con carros llenos de hilo y criadas sacando cubos de agua del pozo. Los ojos de Max se entrecerraron al ver a Riftan de pie junto a los criados, con la parte superior del cuerpo desnuda mientras se echaba agua por la cabeza. Cuando dos criadas se acercaron a él, entregándole un cubo lleno de agua, lo tomó y utilizó el agua para enjuagarse las manos manchadas de sangre.

Un claro chorro de agua empapó su largo y grueso cuello y se precipitó hacia sus robustos hombros, su tersa espalda y su esbelta cintura. Al ver que las criadas le lanzaban miradas furtivas e intercambiaban miradas significativas al ver a su Señor, Max corrió furiosa hacia ellas con la cara de un rojo intenso. Riftan, que se frotaba el cuello con las palmas de las manos, abrió los ojos al verla acercarse.

—¿Maxi…?

—¿Por qué en un lugar como este… estás…?

Iba a reprenderle por lavarse en cueros en un lugar donde mucha gente podía verle, pero al verle se quedó sin voz, como si alguien le tensara una cuerda alrededor de la garganta. Max miró su torso que brillaba como una estatua dorada bajo el oscuro sol rojizo, su enorme cuerpo estaba muy entretejido con exquisitos y delicados músculos. y su piel marrón dorada resplandecía con un tono vibrante. Se lamió los labios resecos. Aunque había visto su cuerpo una docena de veces, sentía que el cuello le ardía.

—Localicé a los monstruos que atacaron a mis caballeros en entrenamiento y los maté.

Al oír su voz, Max levantó la mirada que vagaba por el pecho de Riftan. Se revolvió el pelo negro azabache, que parecía más oscuro al estar empapado de agua, y habló en un tono algo torpe.

—El encuentro me manchó todo el cuerpo de sangre, así que me lo estoy lavando.

—Pero puedes ir a lavártelo en la h-habitación. Voy a pedir que preparen un baño a-ahora mismo…

—Pero estaba hecha un desastre. Te digo que parecía un ghoul.

Murmuró en voz baja, entonces una criada tomó la cantimplora que sostenía y la volvió a llenar de agua, así que se la echó de nuevo en la cabeza. Max dio un paso atrás para evitar el agua que corría, mientras Riftan sacudía la cabeza como un sabueso para secarse y se olisqueaba el antebrazo.

—Maldita sea, el maldito olor no se va.

—Entonces por qué no… subes a la habitación. Límpialo con jabón, te digo que… se irá.

Dijo, secándose la cara con las mangas del vestido. Al ver aquello, Riftan se apartó con brusquedad, como quemado por el fuego. Su repentina reacción hizo que Max abriera los ojos en respuesta. La expresión de Riftan mostraba irritación y habló con tono cauteloso.

—No te ensucies la ropa por nada. La sangre de los hombres lobo huele repugnante.

—Es solo ropa e-estará bien en cuanto me cambie.

Con las mangas sueltas, Max se acercó a él para limpiarle el agua que goteaba de las mejillas y la nuca. Riftan se estremeció, como si estuviera a punto de empujarla, pero luego bajó con suavidad la cabeza. Ella sonrió al ver cómo actuaba, como una mascota que aprieta la cabeza contra la mano de su dueño, y le apartó el pelo goteante de la frente. El lóbulo de la oreja de Riftan parecía enrojecer y ella pensó que podía ser por la luz del sol, o tal vez porque le estaba dando fiebre, así que Max le tocó el antebrazo y frunció el ceño al ver lo frío que estaba.

—Tu cuerpo… está frio. Todavía hace frío… con este tiempo…

—Esto no me molesta. Hubo una vez en pleno invierno que rompí el hielo de un lago para lavarme el cuerpo…

—No seas e-estúpido. Si te resfrías, ¿qué vas a hacer?

Los ojos de Riftan se abrieron de par en par ante la agresiva persistencia de Max. Bajó con timidez la mirada, preguntándose si había sido presuntuosa, pero él se limitó a recoger una túnica empapada. Después de limpiarse la sangre del cuerpo varias veces, arrojó la mugrienta tela a las criadas.

—Lávenla y pónganla en remojo en lejía. Si el olor aún persiste, queménla.

—Sí, mi señor.

Riftan miró a Max mientras las criadas se apresuraban a lavar la ropa.

—Bien, entremos.

Ella se puso a su lado y lo siguió con el alivio escrito en el rostro. Riftan estaba empapado de tanta agua que a cada paso que daba dejaba un charco oscuro en el suelo. Mirándolos, Max habló con voz firme.

—A partir de ahora… ven enseguida a la h-habitación. No hagas esas cosas fuera.

—¿Y qué, aparecer empapado en siete bolsas de sangre y asustarte otra vez?

Max frunció el ceño ante su contundente respuesta, pero no pudo evitar sentirse avergonzada cuando se dio cuenta de que estaba hablando de la vez que fueron atacados por una horda de ogros.

—E-esa fue mi primera vez… viendo monstruos… estaba abrumada.

—Si tú lo dices…

Murmuró escéptico. Parecía que sabía de lo que hablaba y que Max mentía sobre lo que de verdad temía. Ella miraba ansiosa de un lado a otro.

—Ahora… ya no tengo miedo de ver sangre como antes… no tienes que preocuparte por eso.

La expresión de Riftan se ensombreció ante sus palabras, sobre todo cuando dijo que ya no tenía miedo a la sangre. La miró con una mirada penetrante.

—No tengo intención de hacer que te acostumbres a este tipo de vista.

Max no pudo contraatacar y mantuvo la boca cerrada. Sintió una extraña tensión entre ellos, parecía que Riftan quería decir algo más, pero ella evitó su mirada y lo siguió al castillo.

Vaciló mientras él cruzaba el vestíbulo y llamaba a un sirviente en espera.

—Oye, prepara agua para un baño y súbela a la habitación. Trae también ropa nueva para cambiarme.

—Sí, mi señor.

—Después del baño, quiero comer en la habitación. Prepárate y tráela a tiempo.

Ordenó firme como un militar y subió rápido las escaleras. Max se agarró al dobladillo del vestido y se apresuró a seguirle. Riftan subió dos pisos de escalera a grandes zancadas y abrió la puerta de la habitación, que estaba muy caliente porque Rudis ya había prendido fuego al horno de antemano. Entró con cuidado evitando la alfombra y se quitó las botas.

—Malditos lobeznos… ensuciando mi buen par de botas.

Cerró la puerta tras de sí y observó como Riftan maldecía. Había un leve hedor que salía de las botas de cuero empapadas, lo que le hizo arrugar la nariz, y las tiró a un rincón. Max tomó una toalla y se la entregó.

—S-Sécate… primero.

—No la necesito. Me voy a bañar de todos modos.

—No deberías quedarte mojado m-mientras esperas el agua del baño.

Max se acercó a la chimenea y pinchó la leña que ardía en el hogar con una varilla de acero para subir la temperatura, luego echó con cuidado un poco más de leña.

Cuando oyó unos crujidos a sus espaldas, se volvió para mirar por encima del hombro y contuvo la respiración al ver cómo Riftan se quitaba los pantalones mojados. Sus nalgas formadas a la perfección se tensaron al doblar su esbelta cintura y quedaron al descubierto sus largas y musculosas piernas. Pensó en darle la espalda para ser educada, pero no podía moverse, se sentía como si se hubiera convertido en una estatua. Max le miró sin comprender, como si su cerebro hubiera sufrido un cortocircuito.

Durante las últimas semanas, apenas conseguía ver la cara de su marido una vez al día, ni siquiera recordaba la última vez que había sentido su cuerpo apretarse sobre ella para satisfacer sus placeres. Con los pensamientos llenos de deseo, el pecho de Max latía con fuerza y sus mejillas se calentaron. En ese momento, Riftan se volvió para mirarla, como si sintiera su mirada lujuriosa.

Max se dio la vuelta rápido y tomó la leña, como si de repente hubiera algo interesante en la chimenea. Se sintió avergonzada al ser sorprendida babeando ante la desnudez de su marido, y sus orejas se tiñeron de rojo.

—Dame una toalla más…

El bajo que acompañaba a su profunda voz le produjo escalofríos y le erizó todos los pelos del cuerpo. Max tomó una toalla y se la entregó, luchando por mantener la mirada baja.

Riftan la tomó a cámara lenta, empapó el paño en una palangana y empezó a limpiarse las piernas pegajosas. Max le dio la espalda, evitando su figura, y se tocó con torpeza el dobladillo del vestido. Sin embargo, todos sus nervios gritaban por él. Max se lamió los labios resecos.

Las yemas de sus dedos hormigueaban con el deseo de mirarle y tocarle con todo su corazón. Tras unos instantes de rechazar fantasías embarazosas y contenerse, pensó en cómo se sentiría al tocar a su marido.

¿No dijo Riftan que es natural que las parejas se deseen?

Max se alejó por impulso por detrás de él y apoyó con suavidad las manos en su espalda lisa y dura. Riftan se puso rígido y la apartó con brusquedad.

—No seas así…

Su voz gruñona asustó a Max, haciéndola dar un paso atrás. Al pensar que la rechazaba, su cara casi se puso morada.

—Lo siento…

Mientras sus ojos caían al suelo, sin saber qué hacer, Riftan gimió por lo bajo y la abrazó.

—Ayer gastaste tu maná para salvar a un caballero. ¿Y si te esfuerzas demasiado y caes al suelo como antes?

Como si quisiera tranquilizarla, le acarició el pelo con la palma húmeda. Max exhaló un suspiro tembloroso al sentir su piel caliente contra sus finas ropas. Una sensación de éxtasis la inundó. Su cuerpo olía a sangre de pescado, a almizcle y a caballo, que no se podía lavar. Era un olor que nunca se asociaría con ser fragante, pero para ella, el olor de Riftan era fascinante.

—Estoy bien. No consumí… tanto maná… Descansé lo suficiente…. Ya estoy recuperada.

Riftan asintió e hizo un sonido de dolor mientras frotaba su nariz contra el pecho de ella. Murmuró impaciente, con los dedos jugueteando con su pelo trenzado.

—Me he estado conteniendo durante mucho tiempo, no creo que pueda hacerlo con suavidad…

Max ladeó la cabeza. ¿Alguna vez había sido suave? Ella no lo recordaba bien. Al principio, la complacía con cuidado y despacio, pero una vez que conectaba con ella, aceleraba el ritmo como un loco. Recordando lo placenteros que eran esos momentos, Max lo miró con burla.

—No tienes que hacerlo con s-suavidad… está bien…

Ante esas palabras, el autocontrol de Riftan se hizo añicos. La abrazó con fuerza y, en un instante, devoró sus labios. Max enredó los dedos en su pelo negro, húmedo y resbaladizo. Sus labios sabían a agua fresca. Apretó la lengua húmeda contra su boca y la unió a la de él, acercándole la cabeza. Riftan gimió un poco y le rodeó los pechos con la mano, frotando la carne bajo la suave seda.

Al instante, un hormigueo de calor surgió de su vientre. Ella apretó más el pecho contra la palma de él. Entonces, contra sus jadeos, un suspiro salió de los labios de Riftan, que estaba cerca de los de ella.

—Maldita sea… en serio eres tan bonita. Apenas puedo contenerme.

Max lo miró confundida, como si acabara de decir que la luna era verde. Riftan le acarició las mejillas con los labios, bajó el escote de su vestido y deslizó la mano dentro de élla. Cuando su áspera palma rozó con suavidad su tierna carne, la invadió una excitación estremecedora. Gimió un poco, con los labios temblorosos. Mientras Riftan la miraba, murmuró extasiado.

—Cada vez que te toco, me vuelvo loco. ¿Cómo puede ser así el cuerpo de alguien? Es tan suave, como si se derritiera… desde la punta de los dedos de las manos hasta la de los pies no hay nada bonito.

—Yo no…

Sus pensamientos se desviaron cuando él tiró de su corpiño, revelando uno de sus pechos. Le acarició el montículo con la mejilla y luego le acarició el pecho sonrosado con la boca, chasquéandole los pezones con su lengua húmeda y caliente. Ella se aferró con desesperación a su cuello, estremeciéndose de puro placer. Riftan le manoseó el culo y la colocó contra su cuerpo excitado. Max, que se estremecía ante su tacto desnudo, miró con ansiedad hacia la puerta.

—Ri… Riftan… despacio… el agua para el b-baño… podría venir…

—Deberías haberlo pensado antes de seducirme.

—Yo-yo no seduje… ah… no lo hice. Y-Y no fue una tentación…

—Me suplicaste que te abrazara y me robaste como si quisieras tragarme. Si eso no es tentación, ¿entonces qué es?

Le aflojó los tirantes del vestido y se lo bajó hasta la cintura. Max miró hacia abajo con la cara sonrojada mientras él esparcía pequeños besos por todo su vientre plano. Sus piernas se deshicieron como si desaparecieran los huesos. Riftan le bajó el vestido hasta las rodillas, le abrió las piernas y enterró la cabeza entre ellas. Ella se tambaleó, maullando de lujuria, y se desplomó sobre sus hombros. Le temblaban las rodillas y sentía un hormigueo en las corvas.

Él frotó con suavidad la zona sensible y succionó la tierna carne del interior de sus muslos. A Max se le doblaron los dedos de los pies y lloró como un bebé. Todo su cuerpo enrojeció y su raciocinio quedó abrasado por el placer. Agitaba la cabeza como una loca y su cuerpo temblaba impotente.

El intensificó con habilidad su placer incluso sin meterle en profundidad los dedos ni la lengua. Cuando estaba a punto de alcanzar el clímax, se oyó un repentino golpe.

—Amo, el agua del baño está preparada.

Riftan levantó la cabeza. Max lo agarró cuando intentaba levantarse y le dio una bofetada, no debía dejarla en ese estado. Solo un poco más y la aliviaría de esa tensión, pero sin piedad detuvo sus ministraciones y la empujó sobre la cama.

—Aguanta un poco, ¿eh?

—N-No.

—Ha pasado mucho tiempo. No quiero hacerlo rápido solo para terminar el trabajo.

Como si la estuviera tranquilizando, le acarició con suavidad el estómago y le rozó la sien con los labios. Max le miró con los ojos húmedos, temblando como una cierva recién nacida. Riftan la miró, contuvo la respiración y luego la besó con fiereza. Luego, como si le faltara voluntad, cubrió el cuerpo con una manta y se puso un camisón.

—Hazlo rápido.

Al abrir la puerta, los criados entraron con una bañera humeante. Max se escondió bajo las sábanas, con las palmas de las manos contra sus pechos ardientes. Parecieron horas mientras las criadas ajustaban la temperatura del agua, ponían agua extra junto a la chimenea y colocaban la ropa, el jabón y las toallas encima del mueble. Riftan también gritaba como si estuviera tan impaciente como ella.

—Hecho, dense prisa y salgan.

—Lo sentimos.

Los sirvientes salieron de la habitación con caras confusas, sosteniendo palanganas vacías. En cuanto oyó cerrarse la puerta, Max corrió al lado de Riftan. Él la agarró y se aferró a ella, colocándola entre sus rodillas. Max le dio la vuelta al camisón y le rodeó la cintura desnuda con las piernas. Una carne dura empujó con suavidad dentro de ella y la llenó con fuerza hasta el borde.

—Uh…

Sintió un cosquilleo en la columna vertebral. Lo miró con ojos brumosos, excitada por el calor. El rostro del hombre, abrumado por la pasión, parecía muy feroz y frágil al mismo tiempo. La abrazó con fuerza y tembló como un hombre que soporta un sentimiento terrible. Pero Max no podía esperar más. Movió la cintura y jugueteó con su cuerpo. Riftan resopló e inhaló con fuerza, sujetando su pelvis con fuerza con ambas manos, con profundas arrugas formándose en su frente.

—¡Espera! ¡E-espera un segundo! Maxi…

—R-Riftan…

—Si no esperas…

Mientras trataba de calmarla, le barrió la espalda resbaladiza con las palmas de las manos.

—Quiero ser lo más suave posible. Si… Si te haces daño…

Max le miró irritada. Estaba harta de que le dijera eso. Se mordió los labios y movió con lujuria su cuerpo contra él con agresividad. El cuerpo de Riftan se endureció y pronto empezó a tumbarse en la cama, empujándola y penetrándola desde abajo. Ella sollozaba mientras se aferraba a su cuerpo como una serpiente, el ardiente deseo de él abrumando su calor. Él bajó la cabeza y le chupó el pecho, moviéndose con vigorosidad.

Max se sentía como si estuviera cabalgando un semental a toda potencia, y no podía soportarlo. Incapaz de seguir la velocidad en sí, una convulsión surgió en sus muslos, y entre sus piernas, como si estuvieran ardiendo en llamas. Perdió por completo el control de su cuerpo, retorciéndose y llorando. En el momento en que pensaba que estaba llegando a su fin, él la empujaba a un nivel superior de placer. Incapaz de soportar el intenso éxtasis que recorría su cuerpo, luchó por zafarse de sus brazos. Entonces, Riftan le mordió el lóbulo de la oreja y gimió con furia.

—No. Tú me has traído hasta aquí. Tienes que aguantar hasta el final.

—E-Espera… Espera… No puedo.

—Sí puedes.

Jadeó entre dientes y se movió como un loco. Por un momento, sus ojos se pusieron en blanco y todo su cuerpo se dobló como un arco tenso. Gritó y su cuerpo se sacudió. La espalda de Riftan también se endureció, y se estremeció de placer. Se abrazaron como un solo cuerpo y esperaron a que amainara el clímax perfecto, y entonces él murmuró con voz perdida.

—Oh, cielos… ni siquiera sé dónde estoy…

Max levantó su rostro sudoroso con mirada ansiosa.

—¿Se sintió… mal?

—De ninguna manera fue malo. Iría a cazar otro dragón para volver a experimentar lo que acabo de vivir.

Sonrió y la besó con suavidad en el hombro. Max le abrazó la cabeza y le apretó la cara contra la nuca. Riftan se levantó de la cama y se rió como si le hicieran cosquillas.

—No podemos desperdiciar el agua del baño que han preparado.

Acto seguido se acercó y se sumergió en la bañera. Max suspiró al contacto del agua tibia contra su piel abrasada. Tomó un poco de agua y se la echó por el cuello y los hombros, luego le chupó con suavidad la piel húmeda con los labios.

—Tu piel siempre está suave y húmeda; sienta bien.

—Tengo muchas p-p-pecas… no quiero que veas…

—Parece como si  estuvieras espolvoreada de azúcar, es apetitoso.

Como para probar su afirmación, Riftan lamió las tenues pecas marrones de su hombro. A Max se le hizo un nudo en la garganta y su cara se ruborizó. Él soltó una risita y también le besó las mejillas.

—Me gusta cuando te pones roja tan rápido como un melocotón.

Max puso los ojos en blanco. Mientras escuchaba sus palabras, de verdad se preguntaba si de alguna manera lograba verse bien. El gusto de Riftan debía desviarse de lo que se consideraba bello.

—¿Estás incómoda en algún sitio?

—N-No. Como he dicho, estoy bien.

La miró despacio, apartándole el pelo de la cara. Max suspiró mientras seguía preocupado.

—En serio, no es nada. En aquel entonces… curé a mucha gente muy herida… por eso agoté mi maná y me desmayé. Si no hago tanto como entonces… No pasa nada.

Riftan la miró pensativo mientras hablaba.

—Ruth dijo que lo hiciste tan bien que no le quedó nada por hacer. El joven caballero me dijo que se sentía muy bendecido y pidió que te diera las gracias.

Era la primera vez que Riftan reconocía sus habilidades mágicas. Max le miró con ojos agitados llenos de alegría.

—Me alegro… de haber sido de a-ayuda.

—Sí, fue de gran ayuda…

Mientras respondía con amabilidad, Riftan tenía una expresión compleja. El humor de Max decayó rápido ante la cara ambigua que tenía. ¿Estaría bien decirle que estaba aprendiendo magia de nuevo con Ruth? Max le miró a la cara y cerró los labios con firmeza. Era inútil sacar ese tema, y ella no quería romper el aire íntimo por el momento.

De hecho, él no le había dicho que dejara de aprender magia, así que no habría problema mientras ella no hiciera nada imprudente. Mientras Max racionalizaba sus acciones, dejó de lado la desagradable sensación. Por ahora, ella solo quería disfrutar de ese momento agradable.

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