Bajo el roble – Capítulo 90

Traducido por Ichigo

Editado por Hime


A la mañana siguiente, Max corrió a la biblioteca en cuanto terminó de asearse. Ruth había vuelto anoche y lo vio durmiendo junto al brasero. Frunció el ceño mientras miraba al hombre tendido como un cadáver. Había varias habitaciones donde podía dormir con comodidad tres pisos más abajo de la biblioteca, pero era demasiado cansado para él hacer tal esfuerzo, y sintió lástima por el hombre que dormía en el suelo frío como la piedra todo el tiempo, con aspecto triste y patético.

Miró a su alrededor, tomó un leño de la pared y le dio un golpe en la espalda.

—Ruth, es por la mañana… despierta.

—Hng…—gruñó molesto y le dio la espalda, llevándose la capa hasta la cabeza.

Max continuó atizándole en la espalda como un niño gruñón empujando a una oruga que se menea.

—Vamos, d-despierta… en cuanto abrí los ojos esta mañana… vine aquí enseguida.

—Uf… ojalá hubieras venido unas horas más tarde…

Entrecerró los ojos y la miró con el ceño fruncido.

—¿Me acabas de pinchar con una leña?

Max la escondió rápido detrás de su espalda. Ruth abrió los ojos como si estuviera despierto y luego se puso de pie de un salto y soltó un chasquido.

—Lo he estado pensando antes, pero ¿no me estás tratando con mucha dureza?

—No puedo tocar por descuido el pelo o el c-cuerpo de un h-hombre dormido, ¿verdad?

—¡¿No puedes al menos hacerlo de una manera más educada?! —La miró con desagrado y suspiró—. De todas modos, está bien. Me prepararé para la clase.

Ruth empezó a ordenar los pergaminos y los estantes de libros que había en el suelo. Max sintió un poco de pena y le ayudó en silencio a limpiar. Recogió papeles de pergamino con escritura densa, los ató con un cordel de cuero y los echó en una caja grande.

—¿Leíste todos los libros que te recomendé ayer?

—Solo la mitad… No pude leer los demás.

—¿Terminaste de estudiar la teoría de los elementos?

—Todavía no…

Entrecerró los ojos y se acarició la barbilla.

—Es difícil aprender magia defensiva y ofensiva sin tener conocimientos básicos de geometría y teoría elemental. Como mínimo, deberías leer todos los libros que te he recomendado.

—Leeré un poco más —respondió Max con cara de interés—. Cuando termine de leer los libros… ¿podré aprender a atacar con magia?

—Pensé que sería mejor que aprendieras primero algo de magia básica de autodefensa —se encogió de hombros—. Cuando estás en una situación peligrosa como la última vez, deberías tener al menos un medio para protegerte.

Asintió con hosquedad mientras recordaba los ataques del wyvern. Ruth se echó hacia atrás y miró al techo con cara contemplativa, luego chasqueó los dedos.

—Bien. Hoy vamos a entrenarte para que domines la magia que has aprendido hasta ahora.  He pedido a los aprendices que reúnan los ingredientes necesarios.

—¿Ingredientes?

Cuando preguntó con cara curiosa, Ruth esbozó una suave sonrisa siniestra.

—Es un material especial que ayudará a mejorar mucho la habilidad de la dama.

Ella tenía una expresión de ansiedad escrita en la cara.

¿Qué demonios estaba tramando?

Lo miró dubitativa mientras él metía algo en un saco que había colocado bajo el escritorio y salía directo por la puerta. Le siguió con pasos reticentes.

—¿Adónde vamos?

—Vamos a buscar los materiales que les dije a los aprendices que consiguieran.

—¿Qué clase de i-ingrediente es ese?

—Lo sabrás en cuanto lo veas —canturreó y salió del castillo de inmediato.

Max dejó de bombardearle a preguntas: como dijo él, pronto lo vería por sí misma. Se tragó la ansiedad que tenía en la garganta mientras atravesaban el largo paseo y surgía un edificio de madera.

Dos olmos se alzaban a ambos lados del antiguo edificio como guardianes. Delante del edificio había tres chicos, entre ellos Garrow y Yulysion, luchando con espadas de madera. Él les hizo un gesto con la mano y les saludó en voz alta.

—Saludos a todos.

—¡Señor Mago!

Los aprendices de caballero dejaron sus espadas de madera y giraron la cabeza hacia ellos.

—Íbamos a visitarte en cuanto termináramos el entrenamiento matutino. Lo pediste ayer…

Yulysion, que hablaba con alegría mientras se secaba la cara sudorosa, descubrió a Max de pie detrás de él y sus ojos se abrieron de par en par. Se apresuró hacia ella y empezó a charlar con alegría.

—¡La señora también está aquí! ¿Cómo está? ¡Es un alivio que haya recuperado la salud! No sabes lo preocupado que he estado. Debería haber sido capaz de protegerte mejor… ¿Te encuentras bien ahora?

—Yuly, cálmate. Estás avergonzando a la señora.

El adolescente Garrow la miró mientras increpaba a Yulysion por su comportamiento, luego sonrió con amabilidad y habló con un tono más suave.

—Saludos, Lady Calypse.

—S-Saludos. Ha-hacia tiempo… que no nos veíamos, los dos.

—¿Pero qué hace milady aquí? ¿Tiene milady algo que preguntarnos? —preguntó Yulysion, con los ojos brillantes como linternas.

Ruth expuso su asunto en nombre de Max, que se encontraba en un aprieto.

—Vengo a recoger lo que pedí ayer. Es para el entrenamiento mágico a la señora.

—¡Ah! ¡Así que eso era lo que necesitaba milady! Tenga la amabilidad de esperar un momento. Ahora mismo se lo traigo.

Yulysion saltó con rapidez a la dependencia mientras Max miraba desconcertada la oscura entrada. Al cabo de un rato, salió con un gran cubo en las manos. Ruth, que lo recibió, levantó la tapa y asintió con expresión satisfecha.

¿Qué es eso?

Max, intrigada, miró por encima del hombro y dentro del cubo. Dentro del gran recipiente había algo parecido a un trozo de carne rojiza. Se aterrorizó y retrocedió unos pasos en respuesta.

—¡¿Q-Qué demonios es eso?!

—Es un ayudante especial que será crucial para entrenarte en tu magia de desintoxicación.

Ruth sonrió, metió la mano en el cubo y levantó la cosa, que tenía el tamaño de la palma de su mano. Era un gran sapo de color marrón rojizo con manchas negras en el lomo. Las negras extremidades del sapo muerto caían. Max se estremeció al ver a la criatura.

—¿Q-Qué demonios vas a hacer… con eso?

—Vamos a hacer el llamado “entrenamiento especial de magia de desintoxicación”. Este sapo negro de pantano es muy venenoso. Si practicas con esto, serás capaz de descifrar sacando la mayor parte del veneno de una vez.

Agitó el sapo muerto con anticipación. A Max se le encogió el estómago al ver sus miembros bamboleantes, largos y viscosos. Dio un paso atrás y miró el camino por el que había venido. Quería dar media vuelta y salir corriendo, pero Yulysion y Garrow la miraban con tanta curiosidad que le resultaba difícil escapar de la situación.

¿No fingiste ser atrevida delante de ellos el otro día y alardear con todo tipo de historias?

Max se mordió los labios con cara tranquila y tragó saliva.

—Con esa rana… ¿Qué clase de entrenamiento piensas hacer? Q-Quizás… ¿Estás pensando en envenenar a alguien para un experimento?

—De ninguna manera. ¿Quién cooperaría con un método de entrenamiento tan tonto?

Se rió un poco y giró la cabeza hacia los aprendices.

—Que alguien me traiga un cubo de agua. No importa si es una olla, un cuenco de latón o una palangana. Solo tráiganlo con abundante agua.

—Yo lo traeré.

Garrow le miró con expresión emocionada y se adelantó. Mientras él estaba en la dependencia trayendo el agua, Ruth contó cuántos sapos había colocándolos uno a uno sobre un tocón de árbol. En total contó 31 sapos. Max estaba a punto de vomitar, pero el mago soltó una exclamación de admiración.

—¿Cómo has conseguido atrapar tantos en un solo día?

—Utilicé un conejo muerto como cebo. Si pones un conejo o un pájaro cerca del pantano, seguro que acuden a su alrededor —explicó Yulysion con voz orgullosa—. Cuando el sapo del pantano se hubo reunido, en ese momento, tiré de la red que había tendido de antemano y los atrapé a todos a la vez.

—¡En efecto!

Ruth se golpeó la palma de la mano con el puño y soltó un sinfín de cumplidos. Max murmuró, diciendo que no quería saber mucho sobre cómo atrapar un sapo de pantano.

—¿Será suficiente?

Mientras hablaban de cómo recolectar sapos, salamandras y diversos gusanos venenosos, Garrow regresó con un cubo de agua que salpicaba. Ruth lo tomó e hizo un gesto de satisfacción con la cabeza.

—Es perfecto.

Max observó sus acciones con curiosidad. Ruth bajó el cubo por la base del tocón del árbol y tomó un sapo. Luego, sacó un pequeño cuchillo de su bolsa y lo clavó profundo en la espalda. La esencia negra fluyó por la abertura del cuerpo y cayó sobre el agua cristalina.

—Ahora, intenta purificar esta agua.

—Aquí… ¿Quieres decir que tengo que u-usar magia de desintoxicación?

—Así es. Es un método muy conocido que usan los magos para dominar la magia de desintoxicación.

Ella miró hacia abajo a través del cubo. Un líquido viscoso del cuerpo del sapo se esparcía como tinta en el agua. Cuando puso las manos sobre él y aumentó su poder mágico, sintió una débil resistencia. La sensación era sin duda diferente a la de aplicar magia al cuerpo humano, y resultaba vago saber dónde dibujar la fórmula mágica. Mientras se esforzaba durante largo rato para no captar la sensación, Ruth, que observaba en silencio, le dio un consejo.

—Intenta inyectar maná con un movimiento circular, desde el borde hacia el centro. Una vez que le hayas tomado el truco, será más fácil que hechizar un cuerpo humano.

Max siguió sus instrucciones y dejó que su maná fluyera desde el borde de la superficie. La energía azul de la palma de su mano empezó a purificarse poco a poco, concentrándose en la energía negra del agua y atrayéndola hacia el centro, limpiándola lentamente.

Al cabo de un largo rato, el agua que se había contaminado con un tinte turbio volvió a su color claro. Ruth asintió mientras probaba el agua con la punta de los dedos.

—Bien hecho. Una cosa a tener en cuenta es que has gastado demasiado maná, pero podrás trabajar en eso con la práctica repetida.

—¿Estamos repitiendo este ejercicio… una y otra vez?

—Tienes que hacerlo una y otra vez —dijo con firmeza y arrojó el cadáver del sapo a la base del tocón del árbol—. Estos sapos fueron atrapados con avidez por estos aprendices, así que ¿por qué no hacer un uso significativo de todos ellos?

Max miró el cubo lleno de sapos con la tez pálida.

¿Tengo que seguir hasta que todos estén usados? Sus hombros cayeron sin entusiasmo mientras Yulysion, que no era capaz de leer el ambiente, declaraba con orgullo.

—Los tomaré de nuevo para que milady pueda usar todos los que quiera. Servir a la dama es un gran placer y un honor para un caballero.

—La próxima vez, por favor, atrapa un lagarto de cola larga.

—¡Por favor, déjamelo a mí! Te encontraré todos los que quieras, hay muchos en la cueva del oeste —exclamó Yulysion con confianza, golpeándose el pecho con el puño, y ella sonrió con rigidez.

Antes de que Ruth partiera hacia la expedición, parecía que de verdad se estaba asegurando de mejorar su habilidad. Sin dudarlo, tomó un sapo más. Una larga lengua colgaba de la boca del sapo muerto. Max apenas tragó el vómito que le subía por la garganta mientras le cortaba la lengua con una daga y se la tendía delante.

—¿Te gustaría probarlo tú esta vez?

El hombro de Max se puso rígido, quería sacudir la cabeza en señal de desacuerdo, pero los aprendices la observaban con expectación, así que no podía mostrar un signo de disgusto. Al final aceptó el sapo húmedo y resbaladizo con los ojos cerrados. La textura fría y suave le puso la piel de gallina. Era la peor textura que había tocado en su vida. Max volteó el cuerpo del sapo, conteniendo las ganas de tirarlo. Ruth colocó una daga en su mano y señaló con la punta del dedo un punto justo debajo de la cabeza del sapo.

—Ahora, con el cuchillo… puedes apuñalar esta parte profunda y cortarla a lo largo.

Max dudó por un momento y luego clavó la daga en el frío cuerpo del sapo. Su piel era más dura de lo que había pensado, así que tuvo que ejercer más fuerza con su daño para que cediera. Cuando sus manos traquetearon y apenas hendieron el lomo del sapo, rezumó un líquido negro y pegajoso.

Tenía prisa por tirar el sapo y llegar por fin al final de esta experiencia, pero Ruth dio sin piedad la siguiente orden.

—Ahora aprieta el sapo. Debería salir suficiente veneno.

La siguiente vez que encontrara a aquel mago durmiendo, juró en su corazón que le haría un agujero en la espalda con una astilla.

Max solo pudo volver a su habitación después de que Ruth se marchara a la obra. Estaba agotada. Se lavó bien las manos en el pozo, pero la textura viscosa de los sapos parecía permanecer.

En cuanto volvió a su habitación, se quitó el vestido salpicado de sapos y se bañó con agua caliente, restregándose con jabón y esponja de pies a cabeza. Sin embargo, no sirvió de nada, todo su cuerpo seguía dándole asco.

¿Cuántas veces más tendremos que hacer este asqueroso entrenamiento? 

El mago no parecía tener piedad. La próxima vez, seguro la haría practicar con lagartos venenosos, tarántulas o incluso serpientes. Max se frotó la piel de gallina de los antebrazos y se comprometió a hacer todo lo posible para avanzar en su entrenamiento lo antes posible. Para ello, primero tenía que dominar su comprensión de las teorías mágicas básicas.

Después de enjuagarse el cuerpo, se puso ropa nueva, cómoda y mullida, y se sentó frente a su escritorio. Buscó en los cajones y sacó libros, pergamino y tinta para empezar a estudiar. Rudis, que estaba junto a la chimenea calentando una tetera, se acercó a ella con una taza de té humeante.

—El mago me ha traído este té. Por favor, tómalo.

Le dirigió una mirada de agradecimiento y bebió un sorbo del líquido caliente. El amargo té tenía un aroma refrescante que parecía ayudar a repeler su desagradable experiencia anterior. Bebió el té con cuidado mientras leía página a página sus pesados libros de texto. Aunque estaba muy agotada después de utilizar una cantidad considerable de maná y deseaba descansar, no se movió. No quería perder ni un precioso segundo.

Había planeado convencer a Ruth de que le enseñara magia defensiva y ofensiva para mañana y de alguna manera se las arregló para leer todas sus tareas al final del día.

—Milady, soy Rodrigo, ¿puedo tener un momento de tiempo?

Max había terminado tres cuartas partes del libro de texto que estaba leyendo cuando oyó la voz del mayordomo y un suave golpe en la puerta. Levantó la cabeza de la página que estaba leyendo y le dio permiso.

—Puede pasar.

Abrió la puerta con cuidado, entró y se inclinó con elegancia.

—Le pido disculpas por interrumpir su descanso.

—No tiene que disculparse… ¿Puedo saber qué ocurre?

—Vienen invitados a visitar al Señor. Se quedarán en el castillo unos dos días. Pensé que debía informar a milady con antelación.

—¿Invitados…? ¿Desde d-dónde han v-viajado? —preguntó Max, con el rostro reflejando su confusión. El rostro de Rodrigo se iluminó un poco de vergüenza.

—El Señor no me reveló de dónde vienen. Solo dio instrucciones de preparar habitaciones para tres caballeros, baños y comidas calientes…

Las cejas de Max se arrugaron de ansiedad.

¿Podría ser una orden de refuerzos? ¿Un mensajero de la familia real? Apenas han pasado tres días desde que recibimos la noticia de los ataques de los monstruos…

—De acuerdo con las órdenes del Señor… pidió que se prepararan las habitaciones del segundo piso. También, que se instruya a la cocina para que se encargue de sus comidas.

—Ya veo.

Mientras el mayordomo se inclinaba en su salida, Max se sentó junto a la ventana y contempló con atención los jardines. Poco después, cinco hombres a caballo entraron en la finca. Apenas pudo reconocer sus rostros en la distancia, pero los dos que encabezaban la comitiva parecían ser escoltas de los Caballeros Remdragón y los tres siguientes eran los invitados que Rodrigo había mencionado.

Ella entrecerró los ojos, intentando descifrar el emblema impreso en la bandera triangular anaranjada que portaban. El emblema de la bandera distaba mucho del pájaro dorado que representaba a la familia real, pero le resultaba familiar, por lo que supuso que pertenecía a otra familia noble de Whedon.

Renunció a intentar averiguar a qué familia pertenecía aquel escudo y se puso de pie. Como señora del castillo, tenía que darles la bienvenida, sobre todo si uno de ellos era un mensajero de la familia real. Llamó a Rudis para que le recogiera el pelo con rapidez y salió de la habitación a toda prisa. Mientras bajaba las escaleras, vio a Riftan entrar en el castillo con los invitados. Sus ojos recorrieron su rostro frío y solemne, y luego cambiaron para observar a los invitados que le seguían.

Dos jóvenes y un hombre corpulento de mediana edad miraban con cautela por el vestíbulo. Al ver sus expresiones recelosas, ella dedujo que su visita no tenía por objetivo una simple camaradería. Se acercó a ellos con expresión algo tensa.

—Riftan… He oído que vienen invitados…

Él arrugó las cejas y frunció el ceño al ver su figura. Cruzó el vestíbulo de inmediato y se acercó a ella, revolviéndose el pelo aún húmedo.

—Deberías estar descansado, no dejes que esto te interrumpa. Estos hombres son de Rigen. Se irán dentro de dos días; no tienes que preocuparte por ellos.

Ella se quedó perpleja ante sus palabras descaradas e inhóspitas a pesar de estar delante de los invitados. Miró en su dirección pero no vio ninguna señal de que se sintieran ofendidos. El hombre de mediana edad se acercó a ella con expresión tranquila y le besó el dorso de la mano para mostrarle su cortesía.

—Saludos, milady. Me llamo Aaron Levaier. Hemos venido por orden del Conde Robern.

—Es un placer conocerle, Sir Levaier… Espero con sinceridad que su estancia aquí sea confortable.

El Conde Robern era uno de los vasallos del rey, gobernaba una vasta extensión de tierra no muy lejos de Anatol. Max los miró con curiosidad mientras se preguntaba por qué el conde enviaba a sus caballeros. En ese momento, resonó la aguda voz de Riftan.

—Oye, ¿has viajado hasta aquí solo para coquetear con la mujer de otro?

—Solo estaba dando mis saludos.

—¿No dijiste que teníamos asuntos urgentes que discutir? No pierdas tiempo y sube.

Riftan se dio la vuelta y subió la escaleras. Los caballeros suspiraron, se inclinaron con cortesía ante ella y lo siguieron hasta su despacho. Max se sintió abatida por haber sido apartada y regresó a su habitación.

Su esposo no regresó a su habitación hasta bien entrada la noche. Ella se pellizcó los muslos para no dormirse y corrió hacia él en cuanto entró. Su rostro parecía cansado cuando abrió la puerta, y sus ojos se abrieron de par en par al ver que su esposa seguía despierta.

—¿Qué haces, por qué sigues despierta y no duermes?

—Estaba esperando a que vinieras… Quería saber qué pasaba…

Frunció el ceño mientras sacaba una silla para sentarse y empezaba a quitarse la armadura. Ella colgó una tetera sobre la chimenea y preparó una palangana para que se lavara. Luego, se acercó por detrás y le puso las manos en la cintura para ayudarlo a desvestirse. Riftan, que estaba desbrochándose los brazaletes, le apartó las manos con torpeza

—Puedo hacerlo yo solo, no te preocupes.

—Servir a su marido… Es el deber de la esposa…

La cara de Max se calentó, preguntándose si sus palabras eran demasiado descaradas. Habían sido incontables las veces que él había cuidado de ella, pero solo le había correspondido un par de veces. Volvió a hablar, apresurándose a añadir algo a su declaración, como si quisiera excusarse.

—Estás demasiado ocupado… sales temprano al amanecer y vuelves tarde después de medianoche… P-Por otro lado, no tengo mucho que hacer… Las esposas tienen que asegurarse de que sus m-maridos descansen con comodidad, yo también quiero cuidar de ti Riftan.

Max no esperó su respuesta y tomó con obstinación las pesadas piezas de la armadura con sus manos. Se tambaleó por el gran peso y apenas logró mantener la postura mientras se acercaba a la pared donde colgaba la cota de malla, y apoyó la coraza contra la pared, colocando las grebas ordenadas encima. Aunque solo había dado diez pasos, tenía la frente empapada de sudor. Se preguntaba cómo era posible que él caminara tan tranquilo llevando pesadas piezas de metal en el cuerpo.

—Déjalo ya.

La disuadió rápido cuando intentó tomar la vaina que contenía su espada.

—No serás capaz de levantar eso.

Max miró de arriba abajo la espada que tenía pegada a la cintura. Comparada con las enormes armaduras de arcilla que otros caballeros llevaban a la espalda, la suya parecía tener un tamaño medio. Medía casi 4 kvets (unos 120 cm) y ni la empuñadura ni la vaina llevaban ningún adorno de cuero. No parecía pesada en absoluto y ella lo refutó con confianza.

—B-bueno… puede que no sea capaz de blandir… pero al menos puedo levantarla…

Él se pasó la túnica empapada de sudor por la cabeza. Miró sus esbeltas muñecas con escepticismo y arqueó una ceja.

—No puedes levantarlo.

Volvió a decir, con un tono lleno de certeza.

Ignoró sus comentarios inflexibles y colocó la mano alrededor de la empuñadura de la espada con una expresión severa en el rostro. Sin embargo, tal y como Riftan predijo con precisión, apenas podía levantar la espada del suelo, y mucho menos llevarla a alguna parte. Sorprendida por la inesperada pesadez, agarró con desesperación la empuñadura con todas sus fuerzas. Sus muñecas temblaban como si fueran a romperse y casi deja caer la espada al suelo. Su rostro enrojeció mientras hacía un gran esfuerzo y la espada apenas se levantaba un dedo del suelo.

—Mira, puedo levantarla.

—¿Llamas a eso levantarla? —chasqueó la lengua y le quitó la espada de las manos—. Entrégamela, podrías hacerte daño.

La manipuló con movimientos ligeros y la apoyó a su lado en la cama como si fuera una ligera pluma. Max se quedó atónita mientras le miraba con asombro. Se preguntaba cómo podía hacer eso con facilidad.

—¿Todas… las espadas suelen ser tan pesadas?

—Mi espada es mucho más pesada comparada con las espadas bastardas promedio. La hoja se hizo más ancha y pesada usando un método de fundición especial para aumentar su poder. Al principio, también me costaba manejarla —explicó con una sutil sonrisa mientras se lavaba la cara con la palangana de agua que Max había preparado y se secaba el cuerpo con una toalla.

Ella tomó una muda del baúl y la colocó a su lado, eligiendo con cuidado sus palabras al hablar.

—¿Puedo preguntar por qué… el Conde envió a sus caballeros…?

Riftan asintió con calma y se frotó la nuca con una toalla.

—Los envió para formar una alianza. Se está preocupando por los crecientes ataques de monstruos en sus tierras.

—¿Una alianza?

—Busca la ayuda de los Caballeros del Remdragón para someter a los monstruos que campan a sus anchas por el territorio. A cambio, nos pagaría con generosidad y apoyaría la construcción de caminos en Anatol.

Max exhaló un suspiro de alivio, agradecida de que no fuera una orden de refuerzos de la realeza.

—Entonces… ¿planeas aceptar… la alianza con el Conde Robern?

—He dicho que me lo pensaré. No es mala propuesta, pero no creo que valga la pena dispersar el poder militar de Anatol…

—¿Es porque pronto… partirás a una expedición?

Riftan, que se estaba lavando las manos con jabón, hizo una pausa y volvió la cabeza para mirarla.

Añadió rápido.

—Yo… he oído que los monstruos del n-norte están atacando… y los caballeros Remdragón… quizás tengan que ser r-reclutados…

—¿Quién te contó esas historias inútiles? —preguntó con brusquedad.

Ella se estremeció y murmuró vacilante.

—Yo… escuché por casualidad a los caballeros… cuando los estaba tratando…

No se atrevió a añadir que Ruth le había explicado con detalle cuales eran sus planes, era obvio que provocaría una discusión. Él suspiró, chasqueó la lengua y tiró la toalla en una silla.

—Todavía tenemos que calibrar cómo evoluciona la situación antes de decidir si vamos o no.

—Sí… una vez que se dé la orden de pedir refuerzos…

Tragó en seco. Aunque ya sabía por Ruth que planeaban enviar a otro caballero al frente, aún quería confirmarlo por sí misma.

—R-Riftan… ¿vas a liderar a los caballeros… en caso de que eso ocurra?

Él la miró fijo, como si intentara leer las intenciones de su pregunta. Luego, negó con la cabeza.

—No. Estoy pensando en enviar y entregar su mando a Usil o Hebaron.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 

error: Contenido protegido