Bajo el roble – Capítulo 91

Traducido por Ichigo

Editado por Hime


—Ya… ya veo…

Max no se dio cuenta del alivio que mostraba su rostro. Riftan, contempló su figura y ahuecó su mejilla con una mano.

—¿Odias que me vaya?

Max le miró con ojos tenso. Quería decirle toda la verdad, pero temía que se molestara por su apego, así que eligió sus palabras con cuidado.

—Si Riftan… se queda, todos se sentirán seguros. Los ci-ciudadanos también se sentirán a gusto…

—Supongo…

Un destello de decepción pasó por sus ojos de ónice, pero antes de que Max pudiera abordarlo, la sutil expresión desapareció tras su habitual impasibilidad. Riftan arrojó la toalla que le colgaba del cuello al lavabo y dijo en tono enfurruñado.

—Yo tampoco tengo intención de dejar Anatol vacía. He estado fuera mucho tiempo, no pienso volver a descuidar mis deberes como Señor de esta tierra, voy a cumplir con mis responsabilidades.

—¿Incluso… incluso si el Rey Rubén te ordena que te vayas?

—Si ese hombre ladra y me regaña, no será más que una pequeña molestia.

Frunció el ceño, pero pronto se encogió de hombros.

—Tengo muchas excusas que puedo inventar para librarme. A menos que el rey Rubén sea tonto, sabe bien las consecuencias a las que se enfrentará si me obliga a mostrar mi lealtad más de lo necesario.

Max sintió que le brotaba un sudor frío ante la falta de respeto de Riftan hacia el monarca, pero siendo sincera, se sentía más aliviada que otra cosa. Su determinación de permanecer en Anatol era más sólida de lo que ella había esperado, y sus hombros se relajaron.

—Eso es un alivio.

—¿Te sientes segura cuando estoy a tu lado?

Max asintió despacio. Mirándola con aire pensativo, Riftan se inclinó y presionó sus labios contra los de ella, cuyos párpados se agitaron. Sus suaves labios se entretuvieron y barrieron los de ella con dulzura mientras sus ásperos dedos acariciaban los lóbulos de sus orejas.

—Bien, no debes preocuparte por nada… Yo te protegeré, pase lo que pase.

Al oír esas palabras, Max sintió que su corazón latía desbocado contra su pecho. Max levantó la vista hacia él, buscando confirmación en sus ojos.

—¿Siempre?

—Siempre.

Le sostuvo la cara y repitió su promesa.

—No dejaré que ningún peligro se te acerque.

Ella se apoyó en su pecho y frotó la mejilla contra la palma de su mano, ocultando la humedad que rebosaba en sus ojos. De niña había soñado con un caballero que algún día la salvara y protegiera. Sin embargo, al crecer, se dio cuenta de lo inútil y poco atractiva que era para los demás y no tuvo esperanzas por mucho tiempo. Sin embargo, aquí estaba ahora con Riftan, sus fantasías despertando, tal y como ella siempre había soñado que sería. En sus fantasías, era una noble dama a la que los caballeros ansiaban proteger, hasta el punto de sacrificar sus vidas mientras la adoraban con locura.

Max rodeó el cuello de Riftan con los brazos mientras sentía que un nudo le calentaba la garganta. Su respiración se entrecortó y, de repente, la agarró y la colmó de besos apasionados. Su lengua húmeda le chupó con suavidad los labios y sus palmas callosas se deslizaron despacio por su columna vertebral, recorriéndola. Ella le pasó los dedos por el pelo negro azabache, liso y suave como las plumas de un cuervo, y luego bajó las manos hasta el antebrazo y la barbilla rala. El rostro de Riftan se tensó al contacto y sus ojos oscuros se oscurecieron con deseos sexuales.

—Ya debería estar acostumbrado a esto…

Frunció el ceño, murmurando con voz apagada. Max levantó los ojos, confusa, mientras intentaba comprender lo que quería decir, pero Riftan se limitó a suspirar sobre sus labios.

—Cada vez que te toco, siento que todo mi cuerpo arde. Y la sensación es cada vez más intensa…

Con una sonrisa temblorosa, Max entrecerró la cara contra su cuello, secándose las gotas que quedaban de sus lágrimas y mordisqueandole con suavidad la piel. Riftan se puso rígido y casi la aplastó mientras la abrazaba con su cuerpo duro como una roca. Sintió un placentero temblor que le recorría todo el cuerpo. Su calidez, dureza y fuerza evocaban una excitación ardiente que derretía los huesos en su interior, y ella no tenía forma de controlar su reacción innata a su tacto. Riftan recorrió con los dedos la suave piel de sus muslos y pantorrillas mientras se acercaba a la cama. Con los pechos de Max aplastados contra los suyos, podía sentir los latidos de su corazón.

—A veces te deseo tanto que es demasiado doloroso.

Murmuró con voz tensa mientras la tumbaba con suavidad en la cama.

Max alargó la mano y le pasó los dedos por la cara, nublada por las sombras. Agarrando su muñeca extendida, le plantó besos de mariposa a lo largo de la palma de la mano.

—Riftan…

Gimió y cerró los ojos al sentir las manos de él introducirse en su ropa y clavarse en ella.

♦ ♦ ♦

Los invitados se vieron obligados a abandonar el castillo de Calypse tras no recibir más que una decepcionante respuesta a su propuesta de alianza. Los caballeros que tuvieron que cruzar los escarpados senderos montañosos y sobrevivir a los bosques infestados de monstruos parecían más que consternados, pero Riftan ni siquiera pestañeó en su dirección. Estaba decidido a tener ventaja en los términos al formar una alianza con el conde Robern. Según Ruth, nadie había estafado a Riftan antes. Siempre salía con un trato a su favor.

Max aprendió que a pesar del comportamiento frío y brusco de su marido, era un negociador brillante. Podía ser un hombre de pocas palabras, pero era bueno negociando y sabía cómo utilizar a la gente en su beneficio.

Además, Max empezó a conocer otros aspectos fascinantes de su marido. En primer lugar, era un excelente supervisor arquitectónico, lo que quedó patente en la construcción de la carretera. Era un juez sereno e imparcial y muy hábil en la construcción de herramientas con las manos. Riftan no solo entrenaba caballeros y supervisaba la construcción de caminos, también participaba en la creación de nuevas armas con los herreros, y se ocupaba de todos los asuntos que surgían en el local. Le asombraba cómo una sola persona podía supervisarlo todo.

Pero gracias a eso, puedo seguir aprendiendo magia…

Max suspiró mientras miraba la fórmula mágica defensiva que había dibujado en el suelo. Su marido tenía días ajetreados desde el amanecer hasta altas horas de la noche, por lo que ella podía concentrarse y practicar sus lecciones de magia sin preocuparse de que la descubrieran.

¿De verdad está bien que haga esto…?

Con otro profundo y melancólico suspiro, Ruth frunció el ceño mientras examinaba la fórmula que había dibujado.

—La estás mirando demasiado, no es que se vaya a arreglar sola. Deja de hacer perder el tiempo a los demás, si ya has terminado, vamos a probarlo.

Ante la incesante insistencia de Ruth, Max se sacudió para salir de sus pensamientos. Esta era su primera aplicación práctica de magia defensiva; no podía permitirse distraerse.

—Entonces… empezaré…

Tras comprobar de nuevo que había dibujado la fórmula de manera correcta, sacó con cuidado su maná y lo amplificó mientras dejaba que la fórmula se transformara. El aire a su alrededor se agitó y una barrera azul y transparente se formó a su alrededor.

Los ojos de Ruth se centraron en su barrera con una mirada escrutadora, y luego hizo un gesto a Yulysion, que estaba de pie sin hacer nada, para que diera un paso adelante.

—Muy bien, ahora ataca la barrera.

El chico se estremeció como si acabaran de golpearle con un látigo.

—¿De verdad tengo que hacerlo?

—Por supuesto. ¿De qué otra forma vamos a probar la fuerza del escudo?

Yulysion se rascó la nuca, indeciso sobre su participación en aquella sesión de entrenamiento.

—¿No puede ser otra persona en su lugar…?

—No podemos pedir a ninguno de los caballeros oficiales que practique con nosotros. Además, mis ataques no serán útiles.

Ruth se subió las mangas de la túnica para demostrar sus delgados antebrazos, como para demostrar su punto de vista.

Yulysion se limitó a poner los ojos en blanco ante su actitud, pensando que el mago no tenía orgullo masculino alguno. Aunque era cierto, Ruth era débil comparado con él y no podía importarle menos.

—Oye, deja de acobardarte así y ataca.

—Pero… ¿cómo voy a levantar mi espada contra la dama? ¿En especial con mi fuerza, equivalente a la de un caballero…?

—Ni siquiera es una espada de verdad, es de madera. Es segura para la dama. Si alguna vez se encontrara en una situación peligrosa, este entrenamiento podría salvarle la vida.

Yulysion no pudo discutir el firme argumento de Ruth, así que tragó saliva y se puso delante de Max.

—De acuerdo. Entonces, milady… por favor, perdóname por esto.

Max asintió nerviosa, amplificando su maná para fortificar el escudo. El joven aprendiz levantó su espada de madera por encima de su cabeza y la balanceó hacia abajo. Los ojos de Max se abrieron de par en par al oír un silbido procedente de la barrera, seguido de un fuerte ruido metálico.

Su escudo se hizo añicos en vano como si fuera hielo fino. Yulysion no tuvo tiempo de retirar la espada y el sable de madera cayó implacable sobre la frente de Max. Sus ojos brillaron blancos de dolor, se agarró la cabeza y cayó hacia atrás, desplomándose en el suelo.

—¡¡¡M-Milady…!!!! —gritó Yulysion con fuerza.

El dolor era desgarrador. Max gimió con un dolor insoportable y pateó mientras las lágrimas le caían por la cara en un instante.

—¡Nghhh…!

—¡Mago! Por favor, ¡haz algo! ¡Rápido! ¡La Señora…! ¡La Señora está herida!

Yulysion, que estaba en un estado de shock por haber golpeado a la esposa del Lord, sujetó los hombros de Ruth y lo sacudió de un lado a otro con violencia. El mago solo miró sin comprender el absurdo y suspiró, poniéndose en cuclillas junto al cuerpo acurrucado de Max.

—Un momento, mueve las manos para que pueda curarte. Lanzaré magia de recuperación.

Max hizo un gran esfuerzo para apartar a duras penas sus manos, mostrando su rostro manchado de lágrimas. Ruth le lanzó una mirada patética, sin molestarse en ocultar sus sentimientos y chasqueó la lengua antes de lanzar la magia curativa sobre su cabeza.

Max sintió que su cara enrojecía de vergüenza mientras se levantaba del suelo. Quería cavar un agujero y esconderse en él.

—¿Estás bien? ¿Todavía te duele…?

Yulysion la recorrió con inquietud, examinándola.

—Estoy… estoy bien.

Contestó Max, fingiendo que no era para tanto, y se quitó la suciedad de la falda.

—Siento mucho, mucho, de verdad, haberle hecho daño, milady…

—N-No, es porque mi magia… era muy débil…

Ruth murmuró algo en voz baja y sacudió la cabeza con desaprobación.

—Tienes razón. Nunca había visto un escudo tan débil en toda mi vida. Preferiría hacer una barrera de pergamino que tu escudo.

—¡Es porque es mi primera vez! La próxima… la próxima vez será mejor.

Se defendió, pero Yulysion se puso azul ante su declaración.

—¿Está… la Señora pensando en volver a intentarlo?

—S-Sí. Practicaré… hasta que pueda hacerlo bien.

Max respondió con firmeza, asintiendo con determinación y examinó de nuevo la fórmula que había dibujado. Se devanó los sesos intentando averiguar en qué se había equivocado. Era capaz de aplicarla muy bien, pero ¿por qué se rompía de forma tan patética?

—El escudo de la Dama es demasiado débil porque el flujo de maná es demasiado lento. Necesita aumentar el flujo tres veces su velocidad actual para alcanzar la fuerza de un escudo medio.

—¡¿Tres veces?!

—Eso o duplicar el maná que estás usando.

Max sintió ganas de llorar.

—Ambas… Ambas sugerencias son difíciles…

—Inténtalo. El escudo debería, como mínimo, ser tan duradero como una ventana de cristal para siquiera ser llamado escudo. El tuyo ni siquiera podría bloquear las alas de una Libélula.

Ruth la criticó con dureza y le hizo un gesto con la mano a Yulysion, que seguía azul.

—No creo que necesitemos más la ayuda del señor Lovar. Ya puedes irte. Esto debería ser más que suficiente.

Ruth se agachó, tomó una rama delgada del suelo y la blandió en el aire como si estuviera espantando una mosca.

—Podemos considerar el entrenamiento de hoy un éxito si consigues bloquear esto.

Max asintió, sintiéndose desanimada mientras miraba la pequeña rama del ancho de un dedo meñique.

Max necesitó cinco intentos para poder por fin repeler la delgada rama de madera. Sin embargo, seguía sin estar a la altura para un uso real, así que tras una larga y amarga práctica, decidieron explorar otro método de magia defensiva. Max, que llevaba días esforzándose por memorizar fórmulas y teorías, tenía los hombros caídos por la decepción, pero Ruth era inflexible. No quería aferrarse a un método incompatible. No se molestó en hacer una pausa y de inmediato saltó a otra disertación, dibujando una nueva fórmula mágica en el suelo.

—Hay dos tipos de hechizos defensivos cuando se trata del universo de la magia. El primero es un escudo abstracto y el otro es una barrera física. Como tu escudo es inútil, no nos queda más remedio que aprender el otro tipo.

—Entonces… ¿Necesito aprender una nueva fórmula? Me… llevó una semana solo memorizar la última…

—La fórmula básica es casi idéntica, así que no debería llevarte mucho tiempo aprenderla. Además, este tipo de barrera solo requiere una cuarta parte de maná en comparación con la anterior.

Max entrecerró los ojos y lo fulminó con la mirada.

—Entonces, ¿por qué… no me enseñaste este tipo de escudo desde el principio?

—La fórmula mágica utilizada para los escudos abstractos es menos complicada. A diferencia de un escudo que se forma con el uso de maná puro, una barrera física transforma elementos tangibles a su alrededor para crear un escudo. Como implica la manipulación de la materia, implica cálculos complejos y fórmulas más difíciles que los escudos abstractos.

Explicó Ruth mientras seguía anotando fórmulas en el suelo con un palo de madera. Max miró los dibujos tan complicados y su cara empezó a contorsionarse de horror.

—¿Qué… qué pasa si practico más la construcción del escudo abstracto? Yo… puedo mejorar con el tiempo.

—Eso es posible, si la dama es capaz de aumentar su reserva de maná. Pero eso tardará al menos un año en ocurrir. La dama necesita aprender magia que pueda usar en cualquier momento. Sería mejor que aprendiera toda la magia posible antes de que yo me vaya.

Max miró a Ruth, apartando los ojos de las complejas formas que la mareaban cuando las miraba con atención.

—¿Recibiste… tal vez… una orden real para partir hacia la e-expedición?

—No tardaré mucho. Ayer recibí un mensaje de Livadon diciendo que la situación es cada vez más grave. Los sumos sacerdotes de Osyria ya están discutiendo contramedidas.

Si Osyria estaba involucrada, entonces la conclusión obvia sería reunir refuerzos de cada uno de los siete países. Max miró con ansiedad a Ruth.

—¿Cuánto… cuánto se tarda… en llegar a Livadon?

—Alrededor de un mes. Harían falta dos semanas a caballo, sin descansos, para llegar a la frontera al noroeste de aquí. Desde allí, habría que viajar otros diez días en barco. Si se encuentran monstruos por el camino, tardarán más.

El humor de Max se nubló y suspiró solo de imaginar el terrible viaje.

—Debe… debe ser un viaje duro…

—De verdad lo es. Atravesar las montañas Lexos fue más que suficiente para toda una vida de sufrimiento, ¡pero ahora tenía que ocurrir otra maldita expedición! Para ser sincero, quiero quedarme atrapado en Anatol durante al menos diez años.

El hombro de Ruth se hundió mientras se lamentaba. Max estaba un poco preocupada por aquel hombre que ni siquiera se molestaba en ir a su habitación a dormir y, sin embargo, se vería obligado a emprender un viaje tan largo. Cada rincón del mundo tenía monstruos acechando y el viaje a Livadon no iría sin problemas.

—¿De verdad… estará bien llevar solo unos pocos caballeros… para la expedición…?

—No podemos llevarnos a todos los caballeros y dejar a Anatol desprotegido para salvar Livadon, ¿verdad?

Ruth respondió con sarcasmo y terminó con velocidad la fórmula.

—Además, no somos los únicos que respondemos a la llamada de Livadon. A medida que avancemos hacia el noroeste, se nos unirán caballeros enviados por otros países.

—¿Caballeros… de otros países…?

—Lord Calypse no es el único vasallo del Rey. Por orden del Rey, cada Lord enviará sus propios caballeros y se formará un ejército a gran escala. Este es el procedimiento común cuando se envían refuerzos a países aliados.

—Ya… ya veo…

—Se enviarán tropas desde Whedon, Balto y Osyria, así que no importa cuántos monstruos se unan, podremos resolver los asuntos a finales de otoño de este año.

Viendo su confianza, Max pudo relajarse un poco.

—Cuando todo esto termine… podré regresar a Anatol no más tarde del comienzo del invierno.

—Espero que así sea.

Terminando por fin la fórmula mágica, Ruth se sacudió el polvo de las palmas de las manos y enderezó la espalda.

—Mientras tanto, la señora tendrá que asumir mi papel de alguna manera.

—Por supuesto… haré lo que pueda.

Sus hombros se encorvaron por la carga que Ruth le había impuesto.

—Pero… puede haber situaciones en las que me resulte difícil manejarme sola… antes de que Ruth se marche, ¿no deberíamos conseguir al menos… otro sanador?

—Si pudiera, ya lo habría hecho.

Ruth suspiró y cruzó los brazos sobre el pecho.

—Todos los magos se están reuniendo en Livadon debido al caos que están infligiendo los monstruos. Por lo tanto, la paga para los magos casi se ha duplicado, así que todos los magos están decididos a ir allí. Además, la demanda de magos es enorme, así que nadie estará dispuesto a establecerse en Anatol a menos que la compensación sea más que generosa.

La cara de Max reflejaba pura ansiedad, el mundo era más caótico de lo que ella pensaba. Ruth le dirigió una mirada seria.

—Por eso tenemos que trabajar en mejorar tus habilidades mágicas tanto como sea posible antes de que me vaya. Así podré tener un poco de tranquilidad cuando lo haga.

—Lo intentaré.

Max respondió impotente mientras miraba la complicada fórmula mágica que se extendía como una tela de araña.

Acariciándole los hombros para animarla, Ruth empezó a explicarle paso a paso los principios de la magia.

♦ ♦ ♦

Tal y como Ruth predijo, la orden de refuerzos de la familia real llegó diez días después. Riftan fue quien recibió el decreto imperial del mensajero real. Hojeó el contenido rápido y de inmediato convocó a los caballeros para discutirlo. Max se paseaba nerviosa en la sala, esperando con ansiedad el regreso de Riftan: necesitaba saber cuál era la decisión final en su respuesta a la orden.

Dejó claro que no tenía intención de dejar a Anatol desatendido y que ordenaría a otro caballero en su lugar, pero dependiendo de lo que estuviera escrito en la orden real existía la posibilidad de que cambiara de opinión. El rey Rubén podría haber hecho imposible que rechazara la orden.

Ella juntó las manos, rezando. La idea de que él la abandonara durante tanto tiempo la carcomía y parecía quemarle los nervios. Pasó una eternidad hasta que por fin se abrió la puerta de la habitación. Max giró la cabeza al oír el sonido de la puerta y Riftan entró, con aspecto agotado. Ella fue de inmediato hacia él como un golpe de viento.

—¿Cuál… fue la decisión? ¿Qué estaba escrito en el decreto? No… no piensas dejar Anatol, ¿verdad?

—Tranquila.

Él la agarró por los hombros, con la sorpresa evidente en el rostro ante su repentino arrebato, pero ella se agarró a sus antebrazos y avanzó nerviosa.

—¿Te vas a Livadon?

—Ya te he dicho que no pienso hacerlo.

Una leve sonrisa bailó en sus labios. Riftan retiró con suavidad el agarre de Max, soltó la espada atada a su cintura y la colocó contra la cabecera de la cama. Corrió tras él y continuó lanzando preguntas en su dirección.

—Entonces… ¿Se decidió q-quién irá en tu lugar?

—Uslin Rikaido dirigirá la expedición.

Riftan se desplomó en una silla y se masajeó la tortícolis.

—Nirta y Rikaido se ladraban tanto por la oportunidad, que los caballeros se cansaron. Tuve que escucharles gritar durante tres horas. Tengo los oídos paralizados por su ruido.

Max le dirigió una mirada comprensiva al recordar cómo aquellos dos caballeros se comportaban como enemigos mortales. Si hubieran estado peleando, entonces sus gritos habrían sido atronadores.

—Parece que… sir R-Rikaido ganó esta vez…

—Nirta estaba en desventaja desde el principio. Los caballeros aliados de todo el mundo se están uniendo. Un comandante con un pasado mercenario no invitará a nada más que reacciones. Rikaido por otro lado es de una familia prominente, sería más favorable para él presentarse como representante.

Hubo un atisbo de burla en el tono de Riftan ante las palabras “familia prominente”, pero se limitó a chasquear la lengua y continuó.

—Los argumentos de Nirta eran sólidos, pero al final conseguí convencerle de que nada bueno sale de los conflictos internos. Al final es una persona racional, no encaja con su físico de oso.

Max asintió al recordar lo manso que siempre parecía Hebaron.

—¿Quién más se va?

—Elliot Caron y Lombardo asistirán a Rikaido. Habrá otros diez caballeros, veinte aprendices de caballero, treinta hombres más a caballo y un mago… Se ha decidido que un total de sesenta y cuatro hombres partirán hacia Livadon.

—¿H-Hay algo que pueda hacer para ayudar en los p-preparativos…?

Riftan frunció el ceño ante su sugerencia.

—No tienes que preocuparte por nada. Van a preparar su propio equipaje y todos están acostumbrados a este tipo de tareas.

—Aun así… sí hay algo que necesiten, lo tendré preparado. Van a hacer un viaje muy largo… Algo podré hacer para ayudarles.

—Entonces, dile a los sirvientes que preparen una cena extravagante.

Sonrió con amargura.

—Los preparativos para la expedición estarán terminados mañana. Partirán al amanecer del día siguiente, así que mañana por la noche es el único momento para una cena de despedida.

Max evaluó con cuidado su expresión y reconoció que era reacio a separarse de sus hombres. Ella le comprendía. El vínculo entre ellos se había forjado a sangre y fuego, nadie podía enviar con alegría a la guerra a sus caballeros, que le habían seguido con lealtad a través de la vida y la muerte. Asintió con energía, decidida a informar al cocinero que utilizara los mejores ingredientes, las especias más caras y vino añejo de mayor calidad para la cena de mañana.

—Les diré… que preparen solo los mejores y más deliciosos platos…

—Hazlo, por favor.

Con una leve sonrisa, se quitó las gruesas botas de cuero y se desató la cintura ceñida a la túnica. Max tomó sus botas y las colocó con cuidado contra la pared y ordenó a Rudis que preparara un baño.

Mientras tanto, Riftan se colocó frente a la ventana abierta y dejó que la refrescante brisa nocturna refrescara su cuerpo. Contempló su tierra, cubierta por la oscuridad de la noche. Max abrió el baúl y sacó un nuevo conjunto de ropa de dormir y se detuvo a observar la figura de Riftan.

Su ancha espalda parecía más rígida que de costumbre, y había oscuridad en sus rasgos afilados. Su corazón se hundió con dolor al saber que estaba cansado y molesto por todas las cargas que se acumulaban sobre sus hombros. Deber para con el rey, deber como señor, deber como comandante de los caballeros… tantas responsabilidades. Incluso un hombre hecho de acero estaría derrotado en ese momento.

Max vaciló, pero luego se le acercó y le rodeó la cintura con los brazos. Riftan se giró y la miró con una suave sonrisa.

—¿Qué es esto? ¿Estás intentando seducirme otra vez?

—Es que… pareces triste y cansado…

Su rostro se enrojeció mientras fingía quitarle el polvo de la túnica. Una leve carcajada escapó de los labios de Riftan. La abrazó con fuerza y le plantó un beso en la cabeza.

—Cada día que pasa eres más atractiva. Eso me excita.

Max enterró la cabeza contra su ancho pecho, sintiéndose aliviada de que la sombría atmósfera que lo nublaba hubiera desaparecido. Sentía pena por los caballeros, pero la embargaba la alegría de saber que Riftan no partiría hacia un lugar tan peligroso.

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