Bajo el roble – Capítulo 92

Traducido por Ichigo

Editado por Hime


—Tu pelo huele bien.

Dejó escapar un gemido de satisfacción y enterró la cara contra su hombro. Un tinte rojo se extendió por las mejillas de Max, contenta de haberse aplicado antes unas gotas de aceite perfumado con rosas. Saboreando el aroma, Riftan frotó el puente de su nariz contra el voluminoso cabello de ella, luego deslizó un brazo por debajo de sus caderas y la levantó para poder abrazarla mejor. Ella cerró los postigos[1] y se arrimó más a sus brazos mientras sentía las ásperas palmas de sus manos acariciarle la nuca.

Estaba flotando en completo éxtasis al sentirse abrazada de una manera tan íntima por su gran estatura. Su pelo suave le hacía cosquillas en la frente y la nariz, y sus brazos robustos como el acero la aprisionaban con una fuerza que no le causaban ningún malestar. Le rozó la parte posterior de la oreja con sus finos dedos y le apartó un mechón de pelo. Max le correspondió, acariciándole la cabeza, un delgado gemido escapó de los labios de Riftan y sus cuerpos sintieron que se derretían ante el ardiente contacto sensual.

Ella estaba embriagada por el calor abrasador cuando oyeron un cuidadoso y suave golpe en la puerta, sacándolos del momento.

—Milord, el agua para el baño está lista.

Riftan dejó escapar un largo suspiro, acariciándole los pechos con una mano, y luego le plantó un beso en el pálido hombro expuesto.

—Sabía que esto ocurriría… Parece que nuestros sirvientes siempre son muy oportunos —refunfuñó y volvió a dejarla con cuidado en el suelo.

—Adelante.

La puerta se abrió a su orden, y los criados entraron llevando una bañera. Riftan se acercó y se colocó la túnica sobre la cabeza, mirando a Max y sonriendo de forma seductora.

—Hace tiempo que no nos bañamos juntos. ¿Vamos?

—Yo… ya me he bañado… —murmuró en un susurro mientras miraba a los sirvientes que vertían agua fría en la bañera para ajustar la temperatura del agua.

—Puedes volver a lavarte, ven aquí.

Metió los dedos en la bañera para comprobar él mismo la temperatura y luego hizo una seña brusca a los criados para que se marcharan. Max se acercó de mala gana, fingiendo vacilar mientras los criados salían corriendo de la habitación. Riftan le dedicó una carcajada satisfecha mientras ella empezaba a aflojarse los lazos del vestido.

♦ ♦ ♦

Los preparativos para la expedición comenzaron al amanecer. Max se despertó al oír la conmoción en el exterior y se asomó a la ventana del dormitorio. Sirvientes y caballeros se movían con afán hacia y desde la espaciosa mansión empapada por la luz azulada del amanecer. A lo lejos, se oía el sonido de las herraduras golpeando contra los establos y los relinchos de los caballos.

Se frotó los ojos aturdida ante la escena, y luego se volvió para encontrar vacío el lado de la cama de Riftan. Ni que decir sobre su armadura que tampoco estaba. Suspiró y llamó a Rudis para que la ayudara a prepararse para el día.

Él dijo que ella no necesitaba preocuparse por los preparativos, pero su conciencia no podía permitir enviar hombres a la batalla sin hacer algo por ellos. Se puso una blusa azul, se trenzó el pelo a los lados y se lo recogió. En cuanto hubo terminado, se dirigió directo fuera del gran salón, yendo hacia las martas donde vio docenas de caballos alineados, y caballeros examinando uno a uno el físico y la herraduras de los caballos.

Max encontró una cara conocida entre ellos y de inmediato se acercó a dicho caballero. Sir Caron, que estaba en medio de una conversación con Rodrigo, se volvió y sonrió con cortesía.

—Buenos días, Lady Calypse.

—Buenos… días. ¿Te estás p-preparando para partir a la expedición?

—Sí, estaba reuniendo las provisiones necesarias para el viaje —explicó y señaló las bolsas de cuero llenas de provisiones y comida apiladas contra la pared del castillo.

Entrecerró los ojos y trató de contar cuánto había, pero de cualquier modo, calculó que no sería suficiente comida para sesenta y cuatro hombres hasta Livadon. Al ver su expresión de perplejidad, Sir Karon añadió con amabilidad una explicación.

—No podemos llevar demasiada comida porque nos retrasaría. Tenemos que hacer sitio para otras necesidades como armas, sacos de dormir y ollas para cocinar. Podremos pasar por las aldeas de camino y comprar lo que necesitemos para conservar toda la carga posible.

—Ya… ya veo.

Dijo lo mismo la princesa Agnes antes de salir de viaje. Ella observó el bullicioso ambiente y miró a Sir Karon con timidez.

—¿Hay algo… que pueda hacer para ayudar?

—¿La Señora? —preguntó sorprendido mientras una sonrisa preocupada se dibujaba en sus labios—. Está bien, podemos encargarnos de esto nosotros mismos. Es nuestro deber. Pero gracias, por tus sinceras intenciones de ayudar.

Max no se sintió decepcionada; de todos modos, esperaba que rechazara su oferta. Ella compuso sus expresiones e hizo otra pregunta.

—Riftan… El señor… ¿d-dónde está?

—Está dando instrucciones a los caballeros de Sir Rikaido en el campo de entrenamiento. ¿Necesitas algo de él?

Ella se apresuró a mover las manos en señal de que no.

—N-no. Es solo que no le he visto por aquí todavía…

—¡Sir Caron! ¿Llevamos ahora los caballos al campo de entrenamiento?

Él miró por encima del hombro al caballero que le había llamado. Max, dándose cuenta de que se interponía en su camino, retrocedió con timidez.

—P-por robarle su precioso tiempo… Lo siento. N-No me haga caso… por favor continúe con su trabajo…

—Mis disculpas milady. Entonces, por favor, discúlpeme.

Hizo una reverencia de disculpa y se dirigió hacia donde se habían reunido los caballeros. Ella se dio la vuelta y se dirigió de nuevo a la hiel. Aunque no era necesario, lo menos que podía hacer era preparar ropa y comida para los caballeros.

Se dirigió directo a la cocina, entregó las llaves del armario de la especias al cocinero y le ordenó que fuera generoso con los ingredientes y preparara un montón de comidas de lujo. Después, ordenó a las criadas que proporcionaran a los caballeros ropa y sacos de dormir.

Se aseguró de que los revisaran con cuidado y repararan los dañados. También les pidió que empacaran las ollas y los cuencos recién comprados para usarlos en el viaje. Mientras corría con afán por el castillo, una voz familiar la llamó. Max se volvió para ver a Ruth corriendo por el pasillo hacia ella con sus largas y esbeltas piernas.

—Ahí estás. Te he estado buscando por todas partes.

—¿Qué… pasa? Creía que estabas ocupado preparando la expedición…

—He completado todos los preparativos necesarios. Más bien, hay algo que necesito mostrarle a la señora antes de partir.

—¿Qué es?

—Lo sabrás si me sigues.

Le hizo un gesto para que le siguiera y se dio la vuelta para alejarse sin más explicaciones. Max le siguió por capricho, sin saber qué estaba pasando. Ruth bajó las escaleras y salió del castillo de inmediato.

—¿Adónde vamos?

—A mi torre.

Ella le miró con sorpresa y rápido miró a su alrededor. Recordó que Riftan le había advertido que no se atreviera a acercarse a aquel lugar. Según él, Ruth había creado todo tipo de extraños hechizos mágicos alrededor de la torre. Se colocó lo más cerca posible del mago, precavida ante cualquier alteración del maná de los alrededores.

—¿Qué hay en la t-torre…?

—Ya casi hemos llegado, por favor, espera un poco más —respondió a medias, pues estaba demasiado cansado para explicar las cosas una por una, y caminó rápido por el sinuoso sendero.

Al cabo de un rato, llegaron a la entrada, oculta tras gigantescos olmos verdes.

Ella miró con curiosidad la torre gris abrazada por enredaderas de hiedra roja. Tal vez debido a la falta de interferencia humana, las paredes estaban cubiertas de maleza y musgo. Ruth raspó el musgo con tosquedad y luego sacó unas llaves de su bolsillo y abrió las puertas.

—Adelante.

Se quedó de pie junto a la puerta, asomando la cabeza para ver qué había dentro: era una fortaleza envuelta en la oscuridad. El agua goteaba de un agujero en el techo, humedeciendo el suelo. Había una escalera de piedra que ascendía en espiral como una cacerola. Ruth entró sin vacilar.

—¿Qué haces, no vienes?

Renunció a esperar una explicación adecuada de su parte y le siguió resignada. Subieron casi tres cuartas partes de la torre antes de que él volviera a hablar por fin.

—Ya hemos llegado —dijo, tirando del viejo pomo de la puerta contra la pared.

Max miró con recelo al interior y frunció el ceño. Un fuerte olor a quemado, a medicinas amargas y a viejos pergaminos mohosos le aguijoneó la nariz.

—Huele mal ahí dentro.

—¿Qué tienes en contra del santuario de otra persona, le estás faltando el respeto? Es que hace tiempo que no lo aireo, así que está un poco polvoriento —refunfuñó y se acercó a abrir una ventana para dejar que la luz del sol se colara en el tenue interior.

Ella parpadeó ante el repentino cambio de iluminación. Era tal y como se imaginaba el laboratorio de un mago. El suelo estaba lleno de herramientas y maquetas extrañas, y los libros viejos estaban metidos en las estanterías de la pared. Los armarios estaban apilados con frascos y frascos de medicinas.

Le hizo una seña y apartó el desorden del suelo.

—He recopilado algunas fórmulas mágicas para que la señora las estudie mientras estoy fuera. He intentado organizarlas de forma que sean fáciles de entender… pero no estoy segura de si te parecerá bien…

Caminó con cuidado hacia él, haciendo lo posible por no pisar nada. Ruth cogió un montón de pergaminos y se los entregó.

—Échale un vistazo y dime enseguida si hay algo que no entiendas.

—¿Me has arrastrado aquí… para darme esto?

Asintió.

—También eres libre de leer todos los libros de esta habitación mientras yo esté fuera. Pero en la medida de lo posible, por favor, no los saques de la torre. Todos estos libros son demasiado valiosos comparados con los de la biblioteca, tendrás problemas si alguno se pierde.

Ella miró el polvo blanco que se acumulaba en la pila de libros. Para ser algo tan valioso, seguro que lo trataban como basura.

—Si esos libros son tan valiosos… deberías tratarlos con m-más cuidado.

—Están bien siempre que se puedan leer —respondió con sarcasmo y tomó unos cuantos libros, colocándolos sobre su escritorio—. Este ayudará a la señorita con el aprendizaje de la magia. Léalo cuando tenga tiempo. Este es sobre hierbas medicinales. También hay libros de anatomía del sur. No están traducidos, pero si estudias las ilustraciones y te familiarizas con la estructura del cuerpo humano, te ayudarán a lanzar mejor tu magia curativa. La medicina en el sur está mucho más avanzada que aquí, así que te serán muy útiles.

Una vez hubo terminado de ordenar con frenesí los libros, pasó a explicar todos y cada uno de los frascos alineados en los armarios.

—Este frasco rojo contiene ungüento para heridas. Si lo aplicas después de limpiar bien la herida, se curará mucho más rápido. El jarabe de este frasco ayuda a aliviar la hinchazón, y las hojas de la bolsa de allí son para bajar la fiebre y desintoxicar el veneno. Estas raíces secas ayudan a reponer el maná. Ah, y también ayuda a restaurar la energía. Ahora esto…

—¡Es-espera un minuto! Por favor, explícalo despacio… —interrumpió rápido y buscó una pluma y un pergamino en el escritorio para anotar sus explicaciones.

—La señora está familiarizada con este polvo. Puede detener las hemorragias. Se hace moliendo la hojas y raíces del pepino seco, mezcladas con un poco de harina y una variedad de hierbas. Hice más que suficiente, pero si se acaba, puedes elaborarlo usando esta receta. Debes ser precisa al mezclarlas, así que utiliza una balanza. Además, he escrito otras recetas de medicinas sencillas, por favor, léelas de vez en cuando.

Ruth colocó sobre el escritorio un denso pergamino, una pequeña balanza y un pequeño mortero utilizado para moler hierbas. Max, que se afanaba en anotar sus instrucciones con una pluma entintada, le miró con cara ansiosa.

—Entonces… ¿necesitamos tanta medicina?

—Nunca se sabe. Como ya habrás experimentado, la magia curativa solo puede utilizarse hasta cierto límite. Es prudente prepararse para cualquier cosa con antelación.

Se encogió de hombros y empezó a enseñarle a utilizar la balanza. Ella trató de anotar su explicación en el pergamino con el mayor detalle posible. Sabía que sus responsabilidades eran vastas, pero esto superaba sus expectativas. La presión por llenar su vacante pesaba sobre sus hombros.

—Creo que lo he explicado todo. Ahora, te dejo las llaves de la torre.

Él, que tenía los brazos cruzados sobre el pecho, miró al techo y sacó las llaves del bolsillo.

—Aquí no hay nada peligroso, pero si es posible, evita tocar nada que no sean las hierbas y los libros.

—Yo… tendré cuidado…

Max tomó la llave con cuidado y luego se hizo un extraño silencio durante un momento. Él se rascó la nuca y puso una expresión incómoda.

—Por favor, cuida bien de Sir Riftan y de los otros caballeros. Todos ellos creen que son inmortales, así que no dudan en hacer cualquier imprudencia. Estoy ansioso por dejarlos atrás, pero no me preocuparé demasiado ya que estás aquí.

Ella sonrió con suavidad. Era muy consciente de lo mucho que él hacía por Riftan y los caballeros. Se tomaba un tiempo precioso para enseñarle varios hechizos mágicos debido a su dedicación a Anatol y su gente. Respondió con la voz más brillante que tenía, para tratar de aliviar sus preocupaciones.

—No te preocupes por nosotros… cuídate y vuelve sano y salvo. Trabajaré duro y lo haré lo mejor que pueda… porque todos te apoyamos, R-Ruth.

—Deberían.

Solo entonces sus hombros se hundieron, como si de repente recordara su situación.

—No podré dormir en una cama durante un tiempo a partir de mañana.

—Para empezar, nunca duermes en una cama.

Ella sacudió la cabeza con curiosidad.

—Por lo menos… d-dormirás en una cama caliente hoy. Además, para la cena… le dije al chef que preparara un festín especial y grandioso así que no te lo saltes… asegúrate de bajar a comer al comedor.

—Pensaba hacerlo de todos modos. No podré comer en condiciones durante un tiempo, así que necesito comer cuando pueda y engrasar el estómago. Ahora, vamos, debemos regresar —respondió y se volvió hacia la puerta.

Ella recogió su pergamino y miró sobre su hombro mientras salía de la habitación. Sintió lástima por Ruth, que se embarcaba en un viaje difícil. Además, en el futuro le iba a resultar difícil superar varios contratiempos ella sola. Solo entonces se dio cuenta de lo mucho que dependía del entrometido mago. Habló en el tono más suave posible.

—Te agradezco con sinceridad… por t-todo. Gracias a la ayuda de Ruth… varias crisis…

—E-Espera, ¡Espera! Deja de decir palabras tan siniestras.

La fulminó con la mirada y dio un respingo como si acabara de oír a Max pronunciar un mal presagio.

—Es como si me estuvieras mandando a pasear para siempre.

—Lo que intento decir…

—De todos modos, se siente tan incómodo, así que basta. Con una simple despedida será suficiente.

Se mordió los labios. Solo intentaba expresar su sincera gratitud, pero la actitud de Ruth no lo permitía.

—Bien. Entonces… adiós y vuelve pronto. ¿Te parece bien?

—Sí, me parece bien. Espero que la señora se mantenga sana y salva.

Él murmuró algunas cosas mientras bajaba las escaleras y suspiró de forma ahogada, cuando de repente envió una mirada traviesa a Max por encima del hombro.

—Además, cuando vuelva, estoy deseando escuchar las buenas noticias.

—¿Buenas noticias?

—Solo digo que no falta mucho para que tengamos noticias del nacimiento de Calypse II.

Su cara se puso roja como la remolacha. Al ver su cara enrojecida, él soltó una risita y acabó estallando en carcajadas. Max le dirigió una mirada indignada y bajó las escaleras dando pisotones.

De verdad, ¡era imposible despedirse con sinceridad!

♦ ♦ ♦

Esa noche, la cena que se sirvió fue la más grandiosa que habían tenido nunca. Cisnes asados y cochinillos enteros se alineaban con gracia en el centro de las mesas. Docenas de platos condimentados profusamente con clavo, nuez moscada, comino y pimienta se servían en abundancia. Los caballeros intercambiaron despedidas mientras disfrutaban de la suntuosa comida y el vino de calidad preparados con esmero por los sirvientes. Ninguno de ellos reflejaba en sus rostros malhumor o ansiedad alguna.

Mientras Max observaba a los caballeros intercambiar pícaras bromas y malediciencias como si fueran a volver a verse al día siguiente, se preguntó si algún día ella también tendría que despedir a Riftan de un largo viaje con una sonrisa. Ahora mismo, le parecía inimaginable. La sola idea de despedirse de él le hacía sentir que su cuerpo se partiría por la mitad.

Miró su rostro envuelto en el suave resplandor de las velas y pensó en lo importante que se había convertido él en su existencia. No podría soportar que él estuviera lejos de ella durante medio año. Las cosas habrían salido de maravilla si fuera un vulgar señor de una tierra en el campo en lugar de un caballero, pero si las circunstancias hubieran sido así, no se habría casado con él en primer lugar.

Bebió un sorbo de vino y calmó en secreto su atribulado corazón. Quiso pronunciar palabras plausibles de ánimo a los caballeros que se marchaban, pero no pronunció palabra, como si fuera muda.

Al día siguiente, los caballeros partieron para la expedición antes del amanecer. Decenas de gigantescos caballos de guerra, con provisiones cargadas atadas a las caderas y caballeros armados sobre sus monturas, cruzaron las puertas en fila organizada. Max trepó por la muralla y observó cómo los caballeros cruzaban el foso. Sir Rikaido iba en cabeza, conduciendo su caballo por el camino que relucía azul oscuro contra la luz del amanecer, siguiéndole de cerca iban Ruth y Sir Caron. El rítmico golpeteo de las herraduras contra la tierra continuó durante largo rato.

Ella agitó su pañuelo en la brisa húmeda y fresca de la mañana hasta que se perdieron de vista. Riftan, que estaba delante mientras despedía a los caballeros con expresión endurecida, volvió la cabeza.

—Ya puedes volver a entrar. El viento sopla de forma extraña, podría llover dentro de un rato.

Max seguía con ansiedad a los caballeros con la mirada mientras observaba cómo se alejaban sus figuras que ahora eran del tamaño de hormigas.

—¿Estarán bien?

—Estarán bien. Cuando llueve, las posibilidades de encontrarse con monstruos disminuyen, así que les favorecerá más. Pero… espero que pare antes de que anochezca…

Riftan frunció el ceño y miró hacia el cielo oscuro. Un suspiro molesto escapó de sus labios.

—Ya hay una expedición, pero me preocupa más la construcción del camino. Tengo que salir del castillo antes de que llueva.

Acercó con suavidad su rostro al suyo y le plantó un beso en la fría frente con una suave sonrisa. En el último tiempo, lo veía sonreír así a menudo. Cuando mostraba esa sonrisa juvenil, las arrugas de su cara se alisaban y parecía diez veces más atractivo y guapo.

—Tienes la cara fría. No des vueltas y vuelve a nuestra habitación a descansar.

Le frotó los lóbulos de las orejas y le susurró en un tono que alguien usaría con un niño pequeño. Max se sonrojó y refunfuñó con expresión insatisfecha.

—Yo… no soy una niña pequeña…

—Pórtate bien y escúchame.

Riftan le besó una vez los párpados y le pellizcó las mejillas con los dedos. La aspereza de sus dedos y el suave calor de sus labios le resultaron agradables. Ella lo miró con impaciencia. Deseó que le diera más de sus suaves caricias y besos, pero él pareció contentarse con aquel ligero beso y la condujo con suavidad de vuelta al castillo, diciéndole que se diera prisa. Max no pudo hacer otra cosa que tragarse su decepción y regresó a la habitación.

♦ ♦ ♦

Tal y como Riftan había predicho, empezó a llover sin parar hacia el mediodía. Max observó sombría las brillantes gotas de lluvia que caían como niebla sobre el exuberante jardín. Las coloridas flores parecían haberse perdido su viveza al caerse e incluso las hojas de un azul intenso parecían teñirse de negro al opacarse y empaparse con el agua de la lluvia.

El fuerte y gélido viento sacudía las ventanas, aumentando su preocupación por los caballeros. Se sentía apenada porque solo era su primer día de expedición y ya tenían que recorrer el escarpado sendero de la montaña con este tiempo.

—No parece que vaya a parar pronto.

Incluso Rudis, que estaba sentada junto a las ventanas mientras cosía en silencio, suspiró.

—Eso parece…

—No puedo creer que lloviera justo cuando los caballeros se marcharon a la expedición…

Rudis se frotó la mejilla aletargada y dejó lo que estaba cosiendo para levantarse de su asiento y encender la chimenea. Max miró por la amplia ventana, escuchando las gotas de lluvia golpear contra los cristales.

¿Estará bien la construcción de la carretera?

Cuando llovía, disminuían las apariciones de monstruos, así que había pocas probabilidades de que ocurrieran accidentes. Por un momento, su cabeza saltó de una preocupación a otra. Sacudió la cabeza.

No es momento de perder el tiempo en preocupaciones inútiles. En lugar de eso, debo mejorar mis habilidades lo suficiente como para ocupar el puesto de Ruth lo antes posible.

Empezó por sacar el montón de pergaminos que le había entregado y los ordenó. No había orden, era un completo desorden, como si lo hubiera ordenado un desesperado sin talento para la organización. La información sobre hierbas, magia, curación y recetas de medicamentos estaba mezclada. Además, había frases incompletas, como si faltara información. Sospechaba que se habían dejado algunos pergaminos en la torre.

No tengo ni idea de si esto es ser meticuloso… o caótico.

Decidió visitar la torre más tarde, primero para estudiar lo que había entendido y luego para encontrar la información que faltaba. Sacó nuevos trozos de pergamino limpio y simplificó sus fórmulas mágicas. Había dos tipos de magia que Ruth había preparado para ella. Una era acelerar la velocidad de su flujo de maná para aumentar su poder mágico y la otra era duplicar la cantidad de maná que ejercía.

Esperaba en secreto que hubiera un poderoso hechizo mágico escrito en los pergaminos, como la magia de llama de la princesa real, pero sus hombros solo se hundieron con decepción. Aunque aprendiera una magia tan poderosa, con su reserva de maná apenas podría hacer una llama del tamaño de una vela. Todo lo que sabía hacer era lanzar magia de curación, desintoxicación y recuperación. Aparte de eso, su magia era limitada y estaba estancada. Si intentaba aprender un nuevo tipo de magia, era obvio que no saldría como ella quería.

Sería mejor que se concentrara en trabajar y fortalecer la magia que podía lanzar. Comenzó a estudiar la estructura de las fórmulas mágicas mientras se convencía del juicio que se le había ocurrido. Con sus pensamientos asentados, empezó a memorizar fórmulas mágicas. Por fortuna, Ruth le dejó explicaciones detalladas para que pudiera entender con facilidad cómo funcionaban.

El problema es la práctica…

Le preocupaba cómo podría aprender a aplicar una nueva fórmula mágica por sí misma sin la ayuda del mago, pero no tenía más remedio que intentarlo. Se concentró con entusiasmo y memorizó las complejas estructuras de la fórmula.

Llevaba mucho tiempo inmersa en sus estudios, cuando de repente sintió un fuerte dolor en el bajo vientre. Max, que estaba mojando su colcha en la tinta, sintió que algo goteaba entre sus piernas, y su rostro se puso rígido.


[1]Postigo: Puerta falsa que ordinariamente está colocada en sitio excusado de la casa.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 

error: Contenido protegido