Bajo el roble – Capítulo 94

Traducido por Ichigo

Editado por Hime


Aunque Max decía que no quería verle la cara, eso era imposible ya que compartían la misma habitación. Verle era inevitable. Fue por eso que ella decidió tomar el enfoque infantil: el tratamiento silencioso.

—Maxi, hablemos.

Riftan, que se había retirado a su habitación antes de lo habitual, se paseaba ansioso cerca de la cama. Como una oruga, ella permaneció inmóvil en la cara con las mantas sobre la cabeza. Él estiró la mano y tiró de las mantas, pero ella se aferró con todas sus fuerzas con dedos temblorosos. Incluso emitía ronquidos, como si quisiera darle una pista.

—Maldita sea, sé que no estás dormida. Levántate.

Seguro se estaba agitando más a medida que la fuerza que tiraba de las mantas se hacía más dura, pero ella se limitó a cerrar los ojos, haciendo todo lo posible por no perder la cobertura que le ofrecían las mantas. Oyó un crujido en el lugar de la cama cercano a ella.

—¿De verdad vas a seguir haciendo esto? Hace un rato estaba…

La voz de Riftan cambió de repente a un tono más débil. Luego, como si se hubiera dado por vencido, dejó de tirar de las mantas y ella sintió que se hundían en la cama mientras él se sentaba a su lado. Tras un momento de pesado silencio, volvió a hablar con voz fría.

—Bien, haz lo que quieras.

Él se quitó los zapatos y se tumbó a su lado. Max, sintiéndose resentida, se retorció lo más lejos posible de él y se acurrucó. No quería hablar con él, pero cuando renunció con tanta facilidad a intentar reconciliarse con ella, se sintió muy molesta. ¿Qué demonios quería? ¿Quería que la abrazara, que la consolara y que se disculpara por sus duras palabras? En cualquier caso, se sintió traicionada por su actitud despiadada.

La guerra fría continuó también al día siguiente. Se escondió bajo las sábanas hasta que él la dejó sola de mala gana. Solo entonces se levantó y fue a esconderse en la torre de Ruth. Pasó el día leyendo y moliendo hierbas como de costumbre, pero las duras palabras no dejaban de repetirse en su mente y apenas podía concentrarse.

Se desplomó sobre el escritorio y se mordió el labio. Por mucho que trabajara y por muchos logros que alcanzara, Riftan no la reconocía. Además, en cuanto a habilidades, no le llegaba ni a la punta de los pies a la hermosa maga real que podría haber sido su esposa.

Sabía que estaba pensando de forma irracional, pero no podía evitarlo. Él dejó claro que no tenía intención de incluirla en su vida fuera del dormitorio, que casi se limitaba a cinco horas al día. Max era como un gato doméstico, sentado en la habitación todo el día para recibir solo una caricia ocasional cuando le convenía. Sin embargo, ¿por qué le dolía tanto el corazón? Estaba acostumbrada a ser rechazada y a vivir como una inútil.

No podía concentrarse en su trabajo porque esos pensamientos de autodesprecio la consumían. Por lo general, a esa hora del día, se pasaba por la enfermería, pero dudó durante mucho tiempo. Justo el día anterior había tenido una pelea a gritos tan acalorada y embarazosa delante de todo el mundo, que no estaba segura de tener la piel tan gruesa como para enfrentarse a todo el mundo. Pero la idea de no presentarse hería su orgullo, todos creerían que había sido derrotada por su ataque verbal.

Max frunció el ceño. No quería ser conocida como una mujer tímida y de corazón débil. Temía ser comparada con la enérgica y brillante princesa. Tras un prolongado forcejeo, al final se dirigió a la enfermería, con una bolsa llena de hierbas preparadas. Mientras caminaba hacia los aposentos de los caballeros, donde se encontraba la enfermería, como era de esperar, los caballeros la miraron con ojos inquietos.

Al colarse en la enfermería por la puerta lateral, vio a un caballero con vendas alrededor de la muñeca. De inmediato se enderezó y se inclinó con cortesía ante ella cuando sus miradas se cruzaron.

—Saludos, Lady Calypse. No pensé que vendría hoy.

—He venido a reponer las hierbas… el analgésico se está a-acabando… —pronunció palabras casi incomprensibles y le miró la muñeca—. ¿Te h-has hecho daño en la muñeca? ¿Quieres… quieres que te haga un hechizo curativo?

—Estoy bien. Me he puesto una venda alrededor para que el impacto no me dañe las articulaciones al blandir la espada.

El caballero sonrió con amabilidad e hizo un gesto despectivo con la mano.

Max suspiró, aliviada. Le preocupaba que Riftan le hubiera dado órdenes estrictas de prohibirle entrar en la enfermería, pero por la actitud del caballero, parecía que no era así. Se relajó en el escritorio junto a la ventana y empezó a ordenar las hierbas que había traído. El caballero hizo una rápida reverencia y se marchó. El sonido de espadas chocando resonaba de fondo mientras ordenaba las hierbas en cajas de madera, cuando de repente una voz fuerte procedente de la puerta rompió su concentración.

—Oh, ¿ya te has reconciliado con el comandante?

Ella se volvió y sonrió.

—S-Saludos, Sir Nirta.

—Saludos, Lady Calypse.

Hebaron entró y la saludó con una reverencia baja y exagerada.

—¿Te encuentras mejor?

—La verdad es que no me siento mal.

Si era sincera se sentía como un completo desastre.

Cerró de golpe la tapa para cerrar el botiquín. Al ver su rostro sombrío, Hebaron sonrió con complicidad, como si entendiera toda la situación a partir de su expresión.

—Ah, ya veo. Ustedes dos siguen en guerra.

—No-No, no estoy en guerra.

Ella lo fulminó con la mirada por su grosería. Sin embargo, él, de quien sabía que era de los que se burlaban y metían con los demás, ni siquiera pestañeó ante su muestra de ferocidad. Se limitó a suspirar y cambió de tema.

—¿Qué… qué te trae por aquí, estás herido?

—Como puedes ver, estoy perfecto. Un par de nosotros estamos en camino para someter a monstruos cercanos, así que estoy aquí para recoger algunos suministros de emergencia.

—E-En ese estante, puse la medicina hemostática… antídotos de veneno, y bálsamos curativos en esa bolsa de ahí…

Hebaron se acercó a la estantería, tomó el saco y salió de la enfermería dando un salto en sus pasos. Max pasó el resto del tiempo sentada junto al escritorio y leyendo sobre medicina sureña. Necesitaba volver antes de que se pusiera el sol. Era temprano, pero Riftan podía volver temprano otra vez y ella no quería encontrarse con él. Al regresar, cenó rápido y se metió en la cama.

Esta vez, él regresó solo después de que ella se durmiera de verdad. Max se esforzaba por evitarle. Todos los días se acostaba temprano y empezaba tarde el día, después de ser ignorado por completo durante tres días, su paciencia se agotó.

Ella estaba en la enfermería atendiendo los rasguños y magulladuras de los caballeros cuando Riftan apareció de repente. Hebaron y un par de caballeros más le seguían en silencio, sin querer perderse ni un segundo del espectáculo de lucha de la pareja. Los miró y bajó rápido la cabeza antes de fingir que tomaba notas en un pergamino. Él se acercó al escritorio y la miró con expresión adusta.

—Maxi, háblame.

Le suplicó, pero ella ni siquiera se molestó en levantar la cabeza, mientras su pluma se movía contra el pergamino. Podía sentir su feroz mirada clavándose en la coronilla de su cabeza.

—Maximilian Calypse, ¿no puedes oírme? —pronunció palabra por palabra.

—Sir Nirta.

Ella se volvió hacia Hebaron, que estaba apoyado contra la pared. El caballero se puso en pie de un salto y la miró confundido, mientras ignoraba a Riftan, que la miraba con insistencia.

—¿Puedes decirle a la persona que tengo delante… que no tengo nada que decir?

Se hizo un silencio inquietante. Hebaron miró entre ella y él antes de abrir la boca con vacilación.

—Comandante… su esposa no tiene nada que decirle.

—¡Ya lo he oído! —apretó los dientes y golpeó el escritorio con tanta fuerza que Max estaba segura de que se rompería—. Tengo algo que decirle.

—Señor Nirta.

Hebaron la miró con evidente incomodidad en sus facciones, pero ella solo fingió que no se había dado cuenta y continuó.

—Por favor, dígale a la persona que tengo delante… que no quiero o-oír lo que tiene que decir…

—Comandante… su esposa dijo que ella…

—¡Yo también tengo oídos! —gritó Riftan apretando sus dientes, luego bajó la cabeza y le sujetó la cara con las manos, intentando obligarla a mirarle los ojos. Pero ella luchó con obstinación por evitarlo. Desesperado y agitado, estaba perdido—. No finjas que no estoy aquí. Mírame y háblame.

—N-No… No quiero…

Él inhaló profundo ante su respuesta. Abrió la boca para hablar, con el tono roto por completo.

—Maxi, hablé mal la última vez. Nunca quise menospreciar o ignorar tus logros —continuó apelando con desesperación a ella, incluso mientras seguía evitándole la mirada—. Solo estaba preocupado por ti. No quiero ser una carga para ti. Si te enfrentas a este papel, la gente no dejará de importunarte para que les cures. Un día puedes verte en una situación como la de antes. Maldita sea, ¡no quiero que sufras por eso!

—¿Tú… tú crees que no puedo m-manejar eso… Riftan?

Ella, cuya mirada seguía fija en el escritorio de madera, consiguió murmurar con voz reprimida.

—Tal vez es porque piensas… que no puedo ser tan buena como la princesa A-Agnes. Por eso… estás tan preocupado.

—¿Por qué sigue apareciendo ese nombre? ¡Maldita sea, olvídate de la Princesa Agnes! —agitó la cabeza en señal de derrota—.  Maxi, por favor. Mírame. Mírame a la cara y háblame.

La desesperación en su tono era similar a la de un niño lastimero. Incapaz de resistirse, ella levantó poco a poco la cabeza. Riftan gimió de dolor al ver las lágrimas que se acumulaban alrededor de sus ojos.

—De verdad, no quería ofenderte.

Se asustó y volvió a agarrarle la cara con sus grandes manos.

—Solo quiero que vivas una vida cómoda.

—¿Aunque yo… no quiera eso? —murmuró en un tono muy tenso y miró su expresión sorprendida, como si sus palabras acabaran de apuñalarle el corazón. Se obligó a hablar y su voz salió temblorosa—. Riftan… no quiero vivir con comodidad… yo… quiero hacer algo de lo que sea capaz. Aprender cosas nuevas… usar m-magia… es increíble y divertido… y gratificante… cuando me dices que quieres que no haga n-nada… me rompe el corazón.

Él apretó los labios y bajó la cabeza derrotado. Su expresión estaba llena de abatimiento.

—Entiendo lo que dices —murmuró con impotencia—. Si de verdad quieres ser sanadora, hazlo. Pero, por favor, no me mires con esa cara. Nunca me evites.

Era como un niño sollozando y suplicando el amor de sus padres. Ella era la herida por sus palabras, así que ¿por qué parecía alguien que había sido torturado durante días y días? Max le miró a los ojos con duda. Cuando se dio cuenta de que él esperaba una respuesta, hizo un leve movimiento con la cabeza. Sus hombros, rígidos por la tensión, bajaron aliviados y la estrechó con fuerza entre sus brazos.

En ese momento, los caballeros que observaban en silencio su combate rompieron a aplaudir por la satisfactoria conclusión. La cara de Max se puso roja como la remolacha al darse cuenta de que había tenido una pelea tan infantil delante de un público, pero él solo gruñó con violencia a los intrigados caballeros.

—Váyanse de aquí si han terminado de mirar.

—Ah, ¿supongo que el bonito espectáculo ha terminado? —languideció Hebaron al margen.

El caballero que estaba a su lado le dio un codazo en el costado, advirtiéndole que su comandante los miraba disparando dagas desde los ojos. La expresión amenazadora de Riftan era tan fría que las caras sonrientes de los caballeros desaparecieron en un instante.

—Por cierto, ¿a quién le toca salir a patrullar la obra…?

—Jaja, ¿ya es hora de eso? Salgamos de aquí, Sir Nirta.

Los caballeros salieron corriendo de la enfermería como empujados por una fuerza invisible y arrastraron a Hebaron con ellos. Max miró con discreción la cara de su marido, preguntándose si había herido su orgullo delante de sus hombres, pero él se limitó a mirar a los caballeros que se retiraban con expresión inexpresiva. Luego se volvió hacia ella y bajó la cabeza. Unos labios cálidos y suaves se deslizaron con suavidad sobre su piel, dejando besos como plumas en el camino y su nariz se puso roja de vergüenza.

—No me beses. Todavía… estoy enfadada.

Se giró para evitarlo.

—Sí que sabes cómo atormentar a un hombre.

La envolvió con suavidad con una mano, esbozando una sonrisa irónica. Un suspiro bajo le cayó por el pelo.

—Pero de verdad, por favor, termina ya. Ya me has atormentado más que suficiente durante tres días.

Ella entrecerró los ojos ante su ridiculez. Solo le había ignorado durante tres días, y sin embargo allí estaba él comportándose como si ella le hubiera torturado. Le dio una mirada tímida.

—No pretendía i-intimidarte. Yo… estaba enfadada.

—Fue muy aterrador.

Riftan, que antes estaba siendo juguetón, de repente tenían un brillo serio en los ojos.

—Maxi, como dije, si de verdad quieres ser sanadora aquí, hazlo… Pero pronto encontraré otro sanador.

Ella no pudo ocultar su decepción.

—¿Es porque no confías en mí… lo suficiente?

—Sé que tienes talento.

Como si no estuviera contento con el hecho de que ella lo tuviera, uno de sus ojos se arrugó.

—Todo el mundo habla de lo bien que lo haces y así me lo parece a mí también. Pero solo llevas unos meses aprendiendo la magia, ningún mago novato puede encargarse de la curación de cientos de hombres. Necesitas a alguien que te ayude.

—Eso no lo sabremos hasta que lo intente…

Su rostro se endureció ante su triste réplica.

—No seas testaruda. No puedes quedarte aquí todo el día para curar y tratar a la gente.

Max le dirigió una expresión de descontento, pero Riftan tenía razón. Si ocurría un accidente grave como la última vez, no sería capaz de manejarlo sola. No tenía motivos para oponerse a la presencia de otro sanador, así que asintió a regañadientes y él le acarició la mejilla con dulzura.

—Traeré a otro sanador. No intentes llevar todas las cargas sobre tus hombros.

Suspiró resignada. El hecho de que él le concediera ese día significaba mucho, era un paso muy lejos de su actitud habitual. Era el tipo de persona que no podía quedarse quieta viendo caer un grano de polvo sobre sus hombros, y mucho menos un peso tan grande, así que decidió conformarse con su permiso como por el momento. Tras asegurarse de que ya no estaba enfadada con él, abandonó la enfermería y le hizo prometer que hoy no se iría a dormir sin esperarle.

Así, Max era ahora la sanadora oficial del castillo de Calypse. Con el permiso de Riftan, los caballeros que dudaban en recibir tratamiento por miedo al comandante ahora acudían con libertad. Venían con magulladuras, talones agrietados y palmas desgarradas, todo por incidentes de entrenamiento. A veces incluso sirvientes y herreros pasaban por recibir tratamiento. Amontonó libros de magia en la enfermería para poder estudiar magia y atender a los heridos al mismo tiempo. El número de heridos aumentó poco a poco; duplicándose, ahora triplicándose hasta el punto de que se quedó sin medicinas. Suplicaba en secreto que viniera pronto un sanador, ya que se le acumulaba el trabajo.

Sin embargo, encontrar otro no era tan fácil como ella pensaba. Todos los magos que venían a Anatol a comprar objetos mágicos se habían marchado mucho antes a Livadon. El pequeño número de magos errantes, que pertenecían a gremios o mercenarios, también eran contratados o encargados por otros territorios y el noroeste.

Tras correr de un lado a otro y utilizar sus contactos, Riftan consiguió que el conde Robern le entregara a un anciano hechicero de unos setenta años, a cambio de una alianza militar forzada que el conde deseaba.

—Es la primera vez en mi vida que me estafan así.

Estaba disgustado por el hecho de haber formado una alianza con medios desfavorables a cambio de un simple mago.

—Solo espero por Dios que este mago no sea tan viejo. Solo necesito que viva lo suficiente para servir bien a Anatol.

Sin embargo, contrario a sus esperanzas, el mago era un anciano delgado, que parecía tener unos ochenta años, escoltado por seis ayudantes. Max, que salió a recibir al invitado, miró sorprendida al delgado anciano, y sintió una gran curiosidad por saber cómo una persona tan frágil podía sobrevivir al viaje a través de la cordillera de Anatol. La ropa del viejo mago era holgada y desaliñada, su espalda estaba casi doblada en forma de signo de interrogación, su viejo rostro gris cubierto de arrugas y su barba dispersa parecía la de la seda del maíz. Entró en el gran salón con pasos lentos y tambaleantes, como si fuera a caerse en cualquier momento, y se inclinó con cortesía ante ellos a modo de saludo. Riftan gimió exasperado.

—Me llamo Medrick Aron. Ser recibido por el caballero más renombrado de Whedo…

El mago fue interrumpido por su propia tos esporádica.

—Querido Señor… —Riftan lo miró con incredulidad y preguntó con calma—. ¿Cuántos años tienes?

—Este humilde hombre cumplió… sesenta y ocho este año.

Max se sorprendió. El mago no aparentaba en absoluto su edad; seguro le restaba al menos diez años a su edad real y parecía que Riftan también pensaba lo mismo. Estaba claro que el conde Robern los había estafado, pero en lugar de descargar su ira contra el pobre anciano, ordenó a los hombres que lo llevaran a su habitación y de inmediato llamó a un mensajero.

—¿Vas… a c-confrontar el Conde por esto?

—Por supuesto, debemos quejarnos. No hay nadie en este mundo que se atreve a engañarme y salirse con la suya con tanta facilidad.

Riftan gruñó como una bestia, luego se frotó el cuello con fastidio.

—Pero será difícil enviar a ese viejo de vuelta. Por lo que parece, no creo que pueda soportar el viaje a través de Anatol otra vez.

—Puede que esté tan cansado del viaje… que parezca más demacrado de lo habitual. Después de que descanse y recupere su energía… estoy segura de que será un buen sanador.

Él la miró tratando de consolar a ambos.

—Espero no haber añadido más pacientes a tu lista.

Ella se rió con torpeza de sus palabras, sin saber si pretendía ser una broma o la verdad. Pero al contrario a las preocupaciones de Riftan, Medrick estaba bastante rejuvenecido después de una buena comida y dos días de sueño en una cama suave y lujosa. Tras confirmar que estaba bastante sano, Max lo guió a través de la enfermería situada en el campo de entrenamiento. El anciano tenía un aspecto lamentable y frágil, pero sus ojos brillaban con décadas de amplios conocimientos en las artes curativas.

Tras examinar la medicinas de la enfermería, los ungüentos y las pociones de Ruth, desató las bolsas de cuero que llevaba en la cintura.

—La variedad de hierbas medicinales aquí es limitada. Tengo aquí más de 60 semillas de hierbas para usos medicinales. ¿Podrían los sirvientes preparar un campo cercano para plantarlas?

—Hay un campo de h-hierbas… detrás del gran salón, pero puede que no haya suficiente espacio para… más de 60 semillas…

—Mis hierbas crecerán bien incluso en su alma áspera. Si pudieran tener un pequeño campo que pueda arar y preparar, sería genial.

Max sonrió ante la ambición y la actitud motivada del anciano.

—Les diré a los sirvientes… que lo preparen. Por favor, no lo hagas tú mismo.

—Puede que yo mismo no tenga fuerzas para arar los campos, pero aún puedo sembrar las semillas. Mientras la tierra esté cuidada, yo mismo puedo cultivar la cosecha.

Ansioso por demostrar su valía en el castillo, Medrick comenzó de inmediato a trabajar en el nuevo jardín de hierbas. Con la ayuda de los sirvientes, se aró un nuevo campo y se levantaron vallas siguiendo sus instrucciones. Y como dijo el mago, plantó él mismo cada semilla.

Max se paró junto a él y le hizo preguntas sobre cada hierba y él respondió con paciencia a cada una de sus preguntas. De su breve interacción con el anciano, aprendió que aunque no poseía grandes habilidades mágicas, sus conocimientos medicinales superaban con creces los de Ruth. Además, desarrolló su propia magia psicodélica para calmar afecciones psiquiátricas y otras diversas para acelerar el crecimiento y la salud de la vegetación.

Pronto se enteró que también sabía utilizar la magia ilusoria para calmar a los pacientes, dominaba la magia curativa y había desarrollado fórmulas mágicas que hacían que las plantas crecieran más rápido y sanas. Sin embargo, no estaba interesado en tratar heridas con magia. Disfrutaba aplicando hierbas, cataplasmas y emplastos que él mismo fabricaba. El motivo era que el uso excesivo de magia curativa podía provocar dependencia.

—Si la herida no es grave, es mejor dejar que el cuerpo se cure solo. Después de todo, el cuerpo humano está hecho para rejuvenecerse.

—¿Por qué? ¿Quizás… hay algún… efecto secundario por recibir tratamientos a largo plazo usando magia curativa?

—No hay efectos físicos, pero con el tiempo, la mente humana se volverá dependiente; perderán su racionalidad y autoconciencia, que mientras exista la magia para curarlos, creerán que son capaces de cualquier cosa. Su tolerancia al dolor se agotará y dependerán cada vez más de los mangos. Lo mejor para los hombres es soportar el dolor y aprender de sus heridas.

Medrick la miró con atención mientras le aconsejaba.

—Señora, no debe lanzar magia a todo el que se la pida. El maná forma parte de nuestra alma. Consumir demasiado maná tiene efectos a largo plazo en el cuerpo. Entrena tus ojos para captar la gravedad de las heridas y poder juzgar quién necesita qué tipo de tratamiento. En el momento en que caigas en el pozo de curar a todo el que tengas a la vista, tu vida como sanadora estará llena de frustración y sufrimiento.

Sus enseñanzas eran muy diferentes de las de Ruth, y Max estaba fascinada con esta nueva forma de pensar. Su anterior mentor nunca le daría un consejo así. Era un ávido administrador de magia y nunca dudaba en utilizar sus poderes en cualquier momento. En comparación con él, ella observó que era más cauto y más sabio, y enseguida reconoció que el método de curación de aquel hombre se adaptaba mucho mejor a sus débiles habilidades mágicas.

De inmediato se ganó su respeto y se convirtió en su segundo consejero. De él aprendió la eficacia de varias hierbas, cómo tratar distintos tipos de heridas y consejos sobre magia. Aunque no era tan bueno con la magia compleja como Ruth, sus conocimientos seguían siendo valiosos. Bajo la dirección de un nuevo maestro, sus habilidades también mejoraron bastante. Ahora podía lanzar barreras con éxito utilizando la tierra como medio. También pudo mejorar su aceleración de maná. Ahora, sin saberlo, había renacido como una maga y sanadora mucho más competente.

La prosperidad de Anatol también iba en aumento. Con la construcción de la carretera casi terminada, filas de mercaderes del sur visitaban con sus valiosos cargamentos. Al ver que la construcción era prometedora, ofrecieron con generosidad su inagotable ayuda para el siguiente proyecto con el objetivo de ampliar el puerto. Era una inversión considerable para el camino más rápido al continente occidental, la recompensa sería grande. Su territorio se convirtió con rapidez en una ciudad a partir de un pequeño pueblo rural. El bullicio era tal que parecía increíble que en el noroeste se estuviera librando una gran batalla contra monstruos.

Si no fuera por los mensajeros de Livadon, Max podría haberse olvidado por completo de los incontables ejércitos de trolls. Sin embargo, una vez cada día llegaban tan terribles noticias; los castillos eran volcados por los monstruos y las aldeas eran saqueadas. Para empeorar aún más las cosas, lo extremo de la situación y la magnitud del ejército de monstruos contra los refuerzos enviados desde Whedon eran mucho mayor de lo que habían esperado. Lo más probable es que la batalla se alargara.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 

error: Contenido protegido