Bajo el roble – Capítulo 95

Traducido por Ichigo

Editado por Hime


Los caballeros discutían con frecuencia el movimiento del monstruo en cada rato libre. Había innumerables especulaciones sobrevolando el castillo, desde por qué Balto y Livadon ignoraban hasta ahora la formación de un ejército de trolls tan grande que podía abarrotar las tierras altas, hasta teorías de que había un mal mayor moviendo los hilos.

Max escuchaba sus discusiones con una mezcla de terror y ansiedad. Cuando su visita a la enfermería se convirtió en algo habitual, los caballeros, que al principio se mostraban recelosos de sus conversaciones en torno a ella, empezaron a hablar con más confianza. Según noticias recientes, existía una alta posibilidad de que tanto Osiria como Whedon enviaran refuerzos adicionales.

—Durante la expedición del Dragón Rojo, Livadon envió tropas para ayudar. Si Whedon no corresponde, los otros seis reinos no seguirán su ejemplo, pase lo que pase con Livadon en el futuro.

—Pero… Whedon ya ha e-enviado suficientes refuerzos.

—Si fueran suficientes, entonces la situación ya debería haber mejorado. Sin embargo, los inocentes ciudadanos de Livadon siguen sufriendo y temblando de miedo. ¡Esto es una cuestión de caballerosidad para nosotros! ¿No crees que los seis países deberían ser más activos en la represión de la situación?

Max se dio cuenta de inmediato de que los caballeros estaban ansiosos por abandonar Anatol y unirse a la brutal guerra de Livadon. Los caballeros más jóvenes parecían arder de pasión por lanzarse al peligro. No podía estar de acuerdo ni refutar sus argumentos, así que se limitó a sonreír por lo bajo. Pensó que tal vez Riftan también anhelaba partir como ellos, pero al pensar en que la abandonara, sintió como si el suelo bajo ella se derritiera.

Max miró por las ventanas de la enfermería del campo de entrenamiento: el sol se estaba poniendo, tiñendo los alrededores de un rojo brumoso, y el gran muro protector que los rodeaba proyectaba una sombra oscura. Una bandada de pájaros negros se elevaba en el cielo, llorando. de forma lugúbre. Los caballeros sometidos a un duro entrenamiento bajo el cielo rojizo tenían otro aspecto desdichado en sus rostros.

Mirando al cielo, Max se preguntó si alguno de aquellos pájaros voladores serían mensajeros. Desde que partieron los refuerzos para la expedición, nunca ninguno de los mensajeros había traído buenas noticias. ¿O esta vez traerían buenas noticias sobre la mejora de la situación? Pensó mientras seguía el aleteo de las alas de los pájaros, su ansiedad y sus expectativas chocaban.

—Señora, tenga la amabilidad de regresar al gran salón. Al Señor no le agradará saber que se quedó aquí hasta la noche.

Medrick habló mientras transfería un pote de ungüento hervido a un pequeño frasco. Los dos jóvenes caballeros que estaban sentados a su lado se untaron rápido los ungüentos en sus magulladuras y se levantaron de sus asientos.

—Por favor, permítanos acompañarla.

—No hace falta, está bien.

—Por muy estricto que sea el control de seguridad para los visitantes, algún ladrón ocasional puede colarse. No podremos descansar tranquilos si no vemos regresar a la Señora sana y salva.

Max no pudo evitar sonreír ante su entusiasmo. Los caballeros ya no la trataban como a una invitada que algún día se marcharía. Algunos incluso expresaron de manera activa su favor hacia ella. Ver este cambio le reconfortó el corazón. Sentía que por fin la habían aceptado en la estrecha relación que Riftan mantenía con los caballeros. Max aceptó con timidez su oferta.

—Entonces… por favor.

Sonrieron con alegría y cargaron sus pesados libros en brazos. Antes de salir de la enfermería, Max le recordó a Medrick que no trabajara hasta tarde. El viejo mago se trasladó al dormitorio situado junto a la enfermería. Debido a la debilidad de sus rodillas, le resultaba difícil subir las empinadas escaleras todos los días, y no tardó en acomodar un robusto armario y una enorme librería en su habitación. Max quería asegurarse de que el nuevo miembro se adaptaría bien al castillo. Al llegar al gran salón, de inmediato dio instrucciones a una criada para que llevara una nutritiva cena a la habitación de Medrick y se asegurara de que no se acostara demasiado tarde. Medrick era un trabajador motivado y diligente, pero no estaba en su mejor momento de salud, por lo que le preocupaba que algún día pudiera derrumbarse de agotamiento.

—¿Ese mago está haciendo bien su trabajo? —preguntó Riftan en cuanto regresó a la habitación, tarde como de costumbre, y se despojó de la armadura. Max cogió su abrigo y lo colgó en el perchero, abriendo mucho los ojos ante su pregunta.

—P-Por supuesto. Trabaja mucho… no tienes porqué preocuparte.

—Entonces, ¿por qué pasas más tiempo en la enfermería que antes? Cuando le pregunté a Rodrigo, me dijo que estás allí desde la mañana hasta la noche….

—Porque… estoy aprendiendo mucho sobre hierbas y magia con Medrick. Él hace la mayor parte del trabajo. No hay nada… que Medrick no sepa cuando se trata de medicina y técnicas curativas.

Riftan la miró pensativo.

—¿Cómo está su salud? ¿Está en condiciones de viajar?

—¿V-Viajar?

Max parecía confusa. ¿Planeaba Riftan enviarle de vuelta con el conde Robern? Se le encogió el corazón al pensar en el entusiasta anciano desahogándose en su trabajo. Por lo que ella había deducido, el conde Robern no era un buen maestro; enviaba a un anciano a un peligroso viaje a Anatol, cansado y agotado. Max sacudió rápido la cabeza y trató de parecer firme.

—Él… tiene mal las rodillas. Le cuesta subir y bajar las escaleras. Pero se esfuerza mucho. Aunque Medrick no es joven… sabe mucho… no puedes mandarlo de vuelta.

—Cálmate. No tengo intención de enviar a ese mago. Solo preguntaba cómo está.

Riftan suspiró y agitó una mano y Max estudió su rostro oscuro con curiosidad. Parecía que estaba contemplando algo.

—¿Hay… algo que te preocupa?

—No me preocupa.

Max cerró la boca ante sus frías palabras que la silenciaron de inmediato. Ella sabía que ese era su método para trazar la línea, y que ella nunca debía cruzarla. Sintiendo que le dolía el corazón y un poco de amargura, se marchó furiosa. Riftan la miró y arqueó una ceja mientras se secaba el cuerpo sudoroso con una toalla húmeda.

—¿Por qué está mi señora enfurruñada otra vez?

—No estoy… enfurruñada.

—Tienes los labios enfurruñados.

Sonrió con picardía, luego le puso las manos en las mejilla y le frotó los labios salientes. Max lo miró con cara sonrojada. Riftan la besó desde los lóbulos de las orejas hasta el cuello y la envolvió en sus brazos, acariciándola con suavidad. Su corazón, que se sentía pesado por la inquietud, se derritió impotente. Era alarmante la facilidad con la que él podía controlar sus emociones.

—Vístete. Te vas a resfriar.

Riftan frunció el ceño y murmuró mientras le acercaba la cara con una mano.

—No llevo ropa, y tú también deberías.

Sus largos dedos soltaron con destreza los cordones que sujetaban el vestido. Sus manos se deslizaron por la abertura del dobladillo y agarraron la sensible punta de sus pechos. Sin perder más tiempo, la desnudó rápido y la tumbó en la cama. Su torso cobrizo eclipsaba por completo su desnudez. Ella respiró de forma entrecortada al sentir la sangre de él palpitar por sus cuerpos apretados, aumentando rápido el calor entre ellos. Riftan le acarició de manera erótica la cara interna del muslo y murmuró en voz baja y ronca.

—Hoy no ha pasado nada bueno. Déjame al menos terminar el día con una nota agradable.

Sus ojos estaban envueltos en una sombra oscura. Max se preguntó si habría llegado alguna mala noticia, y su pecho se apretó de repente. Quería saber lo que estaba pensando, pero no podía reprenderle por no divulgarlo todo con ella. Ni siquiera ella podía contarle todo sobre sí misma y sus verdaderos sentimientos.

—No pienses en nada más. Solo concéntrate en mí.

La voz insatisfecha de Riftan atravesó como una aguja sus pensamientos enredados como un hilo. La miró con atención, devorando su cuerpo con los ojos como una bestia hambrienta y se abalanzó para superponer sus labios. Sus alientos calientes y húmedos se mezclaron al compartir el sabor del otro, y todos los pensamientos se disolvieron como arena en el viento. Max suspiró exultante y envolvió sus robustos hombros marmóreos.

♦ ♦ ♦

Una semana después, por la tarde, Max descubrió por fin la causa de la preocupación de Riftan. En un día muy caluroso, tres hombres, un mensajero y dos caballeros de escolta, llegaron al castillo. Max estaba moliendo hierbas en la enfermería cuando oyó murmullos en el exterior y salió a ver de qué se trataba el alboroto. Uno de los mensajeros, sentado en su gigantesco semental y sosteniendo un estandarte con el emblema de la familia real, gritaba.

—¡En nombre del rey Rubén, he traído un decreto real para Riftan Calypse, señor de Anatol!

El corazón de Max se hundió. Para que un mensaje fuera entregado en ese momento, sin duda auguraba malas noticias. Mientras ella permanecía de pie sin saber qué hacer, Sir Obaron, que supervisaba la formación de los caballeros en nombre de Riftan, se adelantó y saludó al mensajero.

—El Señor partió hacia sus deberes fuera del castillo. Por favor, permítame, Dominique Obaron, recibir el decreto real en nombre de nuestro Señor.

El mensajero entrecerró los ojos y escudriñó con cuidado a Sir Obaron, luego sacó un pergamino oculto en su túnica.

—La derrota cae sobre la batalla en Livadon. Los caballeros reunidos por alianza fueron destrozados.

Un silencio escalofriante cayó de golpe sobre el ruidoso campo habitual. Sir Obaron preguntó con rostro serio y endurecido.

—¿Fueron masacrados?

El mensajero negó con la cabeza.

—La mitad de ellos se vieron obligados a dispersarse mientras siguen luchando contra los monstruos; la otra mitad está atrapada en el castillo de Louibell. No estamos seguros de la situación actual, ya que los monstruos han establecido un asedio alrededor de los muros del castillo, pero si las tropas no son rescatadas lo antes posible, serán todas masacradas.

—¿Sabes qué pasó con los Caballeros Remdragón enviados desde Anatol?

—Ya que los Caballeros Remdragon fueron colocados en las líneas del frente, de seguro estén todos atrapados dentro del castillo Louiebell.

Max se sintió débil y tropezó hacia atrás. De no ser por Medrick, que la sujetó por los hombros, se habría desplomado en el suelo. Los rostros de Ruth, Sir Elliot Karon, Lombardo, Uslin Rikaido y todos los demás caballeros y soldados pasaron ante sus ojos. Si ella se sentía tan conmocionada por la noticia, no podía ni imaginar cómo se sentían los demás caballeros. Max miró a su alrededor y vio que las expresiones de los caballeros se tornaban frías y severas. A pesar de la atmósfera pesada, el mensajero continuó entregando la orden imperial con una cara solemne.

—De acuerdo con el Tratado de Paz entre los Siete Reinos, las solicitudes de refuerzos adicionales deben ser enviadas desde cada reino. Como el caballero más poderoso de Whedon, Lord Riftan Calypse, ¡obedecerá la orden del rey y guiará a sus Caballeros a Livadon!

—¡Vayan y traigan de vuelta al Lord en esta instancia!

Sir Obaron ordenó a los hombres de alrededor y miró al mensajero con la dignidad de un caballero.

—Necesitamos saber más sobre la situación. Por favor, entra en el castillo.

El mensajero y los escoltas desmontaron de sus caballos y corrieron hacia la sala de conferencias situada en los aposentos de los caballeros. Max se paseaba como un niño perdido. Ella también quería conocer los detalles, pero era obvio que no le correspondía intervenir. Vagó sin rumbo por la enfermería antes de darse por vencida y volver a la habitación ante la insistencia de Medrick.

Al cabo de un rato, Riftan regresó al castillo y de inmediato entró en la sala de conferencias con los demás caballeros. Era doloroso no saber qué estaba pasando. Max se mordió el labio y se prometió a sí misma que, pasara lo que pasara, obtendría una respuesta detallada de Riftan.

De seguro nadie más lo supiera, pero Ruth era una persona muy querida para ella. Era su profesor y su primer amigo. Se le llenaron los ojos de lágrimas cuando recordó cómo se enfadó con ella, despidiéndose como si fuera un saludo ominoso. La situación crítica de los caballeros enviados para la expedición la ponía nerviosa, pero más que nada la idea de que Riftan tuviera que partir a un lugar tan peligroso parecía romperle el corazón en pedazos…

¿Por cuánto tiempo no nos veremos esta vez? ¿Unos meses, o incluso medio año?

También existía la posibilidad de no volver a verse nunca más.

La situación no ofrecía un desenlace seguro, ni siquiera los caballeros que enviaron de refuerzo preveían su gravedad. Eso solo significaba que ni el propio Riftan estaría a salvo de semejante peligro. Max miraba desesperada por la ventana. No pudo resistir sus preocupaciones y salió corriendo del gran salón.

Max pasó las puertas que conducían a los campos de entrenamiento como un fantasmas que lleva una lámpara y los soldados que montaban guardia se sorprendieron de su llegada, pero Max se dirigió a la sala de conferencias sin siquiera mirar en su dirección. En el momento en que llegó a la fachada del edificio poco iluminado, unas fuertes voces discutiendo le perforaron los tímpanos.

—No podemos esperar tanto. Tenemos que irnos mañana mismo. Aunque nos demos prisa, tardaremos al menos veinte días.

—Cálmese, sir Nirta. El Comandante tiene razón. Solo hay tres o cuatro pequeñas ciudades de camino a la frontera. Ya es bastante difícil encontrar artículos de primera necesidad, por no hablar de encontrar un pueblo con un gremio de magos en condiciones. Será demasiado peligroso viajar a Livadon sin un mago. En especial con el aumento de monstruos por todas partes.

—¡Todos los gremios de magos se dirigieron a Livadon! Todo el mundo es consciente de ello. Y debido al aumento de monstruos, todos los Señores se aferran a sus amigos, ¡así que cómo vamos a conseguir un mago en tan poco tiempo!

—Podemos enviar una petición a Osyria. Pueden prestarnos un sumo sacerdote experto en magia curativa.

—¡Ja! ¿No sabes lo tacaños que son? Pasarán meses antes de que podamos conseguir un sumo sacerdote de ellos.

—El Templo Central está enviando refuerzos adicionales, podemos viajar con ellos…

—¡Unirnos a los Caballeros Sagrados nos llevará al menos tres semanas de dar vueltas intentando reunirnos con ellos en el centro! ¡A la mierda con eso! ¡Deshazte de esas sugerencias inútiles! No importa si tenemos un mago o no. ¡Hemos luchado en situaciones mucho más peligrosas que esta! ¿No es así, comandante?

Max se quedó helada en el sitio y sintió que se le hundía el corazón, temerosa de que Riftan estuviera de acuerdo con Hebaron. Las aterradoras ilustraciones y descripciones de monstruos que había leído pasaron por su mente. Monstruos con venenos tan poderosos como para derretir huesos en un instante, especies de monstruos subraciales con una fuerza seis veces superior a la de los humanos y subespecies de dragones con poderosos atributos mágicos… Por muy fuertes que fueran los caballeros Remdragon, no podrían sobrevivir indemnes al largo viaje. Max contuvo la respiración mientras esperaba la decisión de Riftan.

No tuvo que esperar mucho para oír su voz de barítono grave.

—No es razonable partir de inmediato mañana. Espera un poco. En cuatro días… no, en tres días, conseguiré un mago.

—¡Esto es una pérdida de tiempo! Llevas meses intentando conseguir un mago, ¡pero el único que conseguiste fue ese mago de 80 años! ¿Qué más en dos días…?

Hebaron, que había estado gritando con violencia, se calló de repente.

¿Debería seguir espiando así?

Max se levantó inquieta y se apoyó en la puerta, sin darse cuenta de que las voces habían cesado de repente. En ese momento, la puerta se abrió de golpe y asomó la enorme figura de Hebaron.

—¿Quién demonios ha estado escuchando con tanta grosería…? —murmuró amenazante el caballero, pero sus ojos se abrieron de par en par al ver a Max frente a él.

—¿Lady Calypse? ¿Qué hace aquí a estas horas?

—Yo… Yo…

Max, que se puso rígida por la sorpresa, dio un paso atrás. Los otros caballeros asomaron la cabeza por detrás de Hebaron, mirándola con curiosidad. Max se sonrojó, avergonzada por haber sido sorprendida in fraganti.

—Siento molestar. Estoy tan ansiosa por saber qué va a… pasar… —murmuró con voz arrastrada.

Riftan pasó junto a Hebaron y salió por la puerta. Los hombros de Max se hundieron de miedo ante la escalofriante expresión endurecida de Riftan. ¿Estaba enfadado porque ella vagaba sola por el castillo tan tarde? Siguió mirándola con atención, con ira evidente en los ojos, y gritó una orden por encima del hombro.

—Gabel, llévala a su habitación.

Era obvio que la orden iba dirigida a despedirla. Los labios de Max temblaron.

—Ri-Riftan… No pretendía entrometerme. Yo… solo estoy preocupada por todos… Quería saber qué planeaban hacer tú y los caballeros…

—¿Y qué puedes hacer al respecto?

Riftan la cortó con amargura y Max lo miró con expresión descompuesta, dudando en hablar.

—Quizá haya algo que p-puedo hacer…

—¡Gabel! —gritó Riftan con fiereza, interrumpiéndola a propósito— ¿Estás sordo? Llévala de vuelta al gran salón ahora mismo, ¡¿qué haces ahí parado?!

Max frunció los labios al darse cuenta de que los caballeros que estaban detrás de él se sentían incómodos con la situación. Dudando, Gabel salió de la sala de conferencias y se acercó a ella. Riftan agarró el pomo de la puerta y dijo con una voz escalofriante dirigida a ella.

—No me esperes, vete a dormir.

Luego cerró la puerta, impidiéndole hablar más. Max se dio la vuelta de mala gana. Gabel, que estaba de pie, le quitó la lámpara de la mano.

—Todos están sensibles por las malas noticias. Por favor, perdonen si hablan con dureza. Están todos al límite…

Max sonrió a Gabel para calmar su mal humor, pero le salió forzada y rígida.

—No pasa nada. Más bien debería… disculparme por molestarte. Es que no podía esperar un poco más…

Levantó la lámpara para que pudieran ver los escalones que tenían delante y la miró con expresión suavizada.

—Milady tenía una estrecha amistad con el mago. No es descabellado que te preocupes.

Subieron las escaleras en silencio durante un rato. Max tenía demasiadas cosas en la cabeza. La actitud intimidatoria de Riftan y sus discusiones en la sala de conferencias se repetían todo el tiempo en su cabeza. Solo cuando cruzaron el jardín, abrió con cuidado la boca para preguntar.

—¿De verdad necesitas un mago… para la e-expedición? Cuando… te fuiste a la capital la otra vez… te fuiste sin Ruth.

Gabel se detuvo un momento y dejó escapar una sonrisa incómoda.

—La ruta hacia Drakium está bordeada por grandes pueblos y ciudades. Hay innumerables gremios en el camino, podemos conseguir tratamiento, o incluso contratar a un mago temporal de los mercenarios de la ciudad. Sin embargo, no existen tales cosas entre Anatol y Livadon. Si nos hieren, no habrá ningún lugar donde recibir tratamiento, así que viajar sin un mago sería agobiante.

—Yo…

Max apenas exprimió el coraje cuando llegaron al final de las escaleras.

—¿Qué tal si me llevas… a mí?

Podía sentir la mirada escrutadora del caballero, incluso en la oscuridad total de la noche. Quería parecer segura, pero no podía ocultar el temblor de sus manos. Por fin, Gabel respondió después de un rato.

—El Comandante nunca daría su permiso…

Max cerró la boca ante el hecho obvio, pero después de retirarse al dormitorio, la idea no abandonó su mente. Se acurrucó en la cama, reflexionando sobre la forma de persuadir a Riftan. Se fijó en las miradas de los caballeros. Ellos también lo consideraban una posibilidad, pero nadie se atrevía a pronunciar su nombre.

Su corazón latía ansioso. No había forma de que Riftan fuera a un lugar lleno de monstruos sin defensa. No podía permitir que fueran sin un sanador que los cuidara; aunque tuvieran la defensa más perfecta, aunque fueran los mejores caballeros del mundo. Se mordió el labio mientras esperaba a que Riftan abriera la puerta. Por mucho que él se enfadara, ella juró no echarse atrás. No toleraría que enviaran a su marido indefenso al campo de batalla.

Max esperó toda la noche, pero Riftan no volvió ni siquiera al amanecer. Se quedó dormida un momento, y la despertó el sonido de Rudis abriendo la puerta. Cuando vio a su milady tumbada a los pies de la cama, todavía con la ropa de ayer, sus ojos se abrieron de par en par. Max saltó de inmediato de la cama y corrió hacia ella.

—Ru-Rudis… ¿Ya se fue Riftan? Me quedé dormida un rato, no lo vi…

—El maestro durmió anoche en los aposentos del caballero.

—¿Dónde está… ahora?

—Está en el salón reunido con un mercader.

Max se frotó el sueño de los ojos, que había cerrado por apenas tres horas, se cepillo su desordenado cabello con los dedos y salio corriendo. Al bajar las escaleras, vio a Riftan y al mercader Aderon, sentados frente a frente en un salón antiguo y bien decorado. Max se detuvo a cuatro pasos al final de la escalera. Sus tranquilas voces conversando resonaban en silencio en el salón.

—En estos momentos no es fácil conseguir un mago en ninguna parte. La única forma de conseguir uno es contratarlo en la Torre de los Magos, pero no es fácil ya que hay reglas establecidas entre ellos, e incluso si superamos este obstáculo, tardaremos al menos diez días.

—No puedo esperar tanto. ¿Qué tal si contactamos con los territorios cercanos…?

Riftan se interrumpió al fijarse en ella. Max retrocedió de manera inconsciente, pero recuperó rápido la determinación y entró en la habitación. Apareció una aguda tensión en su rostro.

—Seguimos hablando. Fuera.

—Rif-Riftan… Yo también quiero escuchar. ¿Sigues intentando conseguir un mago? Si es así, yo…

—Te dije que te fueras.

La voz de Riftan se volvió grave y sombría. Max lo miró y luego se volvió hacia Aderon.

—¿Es… posible contratar a un mago dentro de tres días?

Los ojos del mercader se desviaron de la rígida cara de Riftan a la desdichada de Max, con expresión desconcertada, y respondió con la mayor calma posible.

—Siento decir esto, pero… es casi imposible. Los únicos territorios cercanos son el Conde Robern y el Barón Luvein. Como ya sabes… el Conde Robern no está dispuesto a prestar sus magos mientras que el Conde Luvein solo tiene un mago por lo que no puede ser enviado en una expedición.

—¿Quieres decir que es i-imposible entonces?

—¡Maximilian!

La paciencia de Riftan explotó por completo mientras gritaba furioso.

—¡Este no es un asunto para que te entretengas! Te dije que te fueras.

Max vaciló ante su actitud autoritaria, pero lo miró a los ojos sin intención de retroceder.

—Yo… soy tu mujer. ¿Por qué no es asunto mío?

—Esto no tiene nada que ver contigo.

Sintió como si le clavaran mil agujas en el corazón. Max se sintió como una niña rechazada por sus padres y cerró las manos en un puño.

—¡A mí sí me importa! Yo… ¡soy una maga! Riftan lo sabe, ¿verdad? Yo…

—Cierra el pico.

Su rugido era similar al de una bestia feroz, y todo su cuerpo se congeló en un instante. Había experimentado su ira varias veces, pero esta era la primera vez que la miraba con ojos tan amenazadores y despiadados. Riftan miró con frialdad a Max, que se estremeció de miedo, y luego se volvió hacia Aderon.

—Quiero a uno de los magos del conde Robern. No importa cuánto oro cueste. ¿Puedes intentarlo?

—Tenemos contactos en las tierras del Conde Robern… así que podemos intentar contactar con uno de sus magos usando un informante. Sin embargo, si nos atrapan haciendo eso, entonces nuestra credibilidad…

El mercader desdibujó sus palabras, como si no hiciera falta explicar las consecuencias, pero Riftan le lanzó una pesada bolsa de cuero, que aterrizó con un fuerte golpe.

—Si lo haces realidad, te pagaré diez veces más. Persuádeles diciendo que quien acepte el trato obtendrá cinco veces lo que el conde Robern les dé.

El mercader cogió la pesada bolsa y se la puso en la mano, luego asintió con un suspiro.

—Haré lo que pueda, pero no te hagas demasiadas ilusiones. Los magos que sirven al conde son como sus vasallos y han servido a la familia Robern durante generaciones. Por lo tanto, no será fácil convencerlos.

—Convéncelos, cueste lo que cueste.

El tono de Riftan era afilado como un cuchillo. Se levantó de su asiento y Aderon le siguió, metiéndole la bolsa de cuero en los brazos.

—Entonces, informaré dentro de dos días sobre mis progresos.

El mercader inclinó la cabeza ante ambos y abandonó el salón. Max se quedó quieta y sopesó la expresión del rostro de Riftan. Recogió su capa sin mirarla a los ojos y salió. Max corrió tras él, pero los pasos de Riftan solo se hicieron más rápidos. Casi tuvo que correr para alcanzarlo.

—Riftan… por favor… por favor escúchame..

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