Dama a Reina – Capítulo 21: ¿Amas al emperador?

Traducido por Kiara

Editado por Yusuke


Patrizia le dio a Rosemond una mirada confusa, luego le dio un “Ah” de reconocimiento. Ella debe estar hablando de la noche que el emperador pasó en su habitación debido a la lluvia. ¿Pero cómo Rosemond se enteró tan rápido?

—Lo estaba —respondió Patrizia, preguntándose si había un espía en su palacio.

—¿Por qué?

—Porque estaba sola con el emperador, y quedamos atrapados bajo la lluvia.

Las implicaciones en sus palabras la hicieron sonar romántico, pero no tanto para las dos personas que realmente estaban en la situación. Rosemond, por supuesto, lo interpretó a su manera. Agarró la falda de su vestido con un puño tembloroso.

—Anoche… ¿estabas junto con Su Majestad?

—Sí.

—¿Por qué?

Patrizia pensó que si tuviera que elegir el momento más ridículo de su vida, probablemente sería este. ¿Cómo se atreve una mera concubina a criticar la relación de una reina con su esposo como si fuera un asunto ilícito? Desafortunadamente, Rosemond parecía ignorar su propia locura. Eso también era un talento, aunque muy molesto.

—No es inusual que una reina esté con su emperador —dijo Patrizia—. Sin embargo, es normal que el emperador pregunte a su reina cuando quiera dar un título de nobleza a una concubina. Entonces, debería tener conocimiento de cuándo pasas la noche con Su Majestad —dijo Patrizia.

—¡Su Majestad!

—No grites. No tienes modales, como te dije ayer. Estoy empezando a dudar del nombre del barón Darrow. ¿Cómo diablos fuiste educada?

—Está yendo demasiado lejos.

—¿No crees que eres tú quien está yendo demasiado lejos?

Patrizia estaba empezando a perder la paciencia con Rosemond. No importaba cuánto prometiera que se quedaría quieta, no podía contenerse o lo buena persona que fuera. ¿Cómo podría no reaccionar cuando alguien la estaba empujando con un pincho caliente?

—No puedo creer que te preocupes por una reina que está pasando el tiempo con su esposo… debes haber sido atrapada bajo la lluvia también, Rosemond. Si no, ¿Cómo explicas la locura de este momento?

Rosemond entrecerró los ojos.

—No soy yo quien está loca, sino tú, Su Majestad. Aparentemente, le hiciste una promesa al emperador el día de tu boda. No pedirás su amor y no me harás nada. ¿Vas a romper esa promesa?

—Se basa en la premisa de que no me provocarás primero. Si sigues intentando conspirar contra mí de esta manera, ¿crees que me quedaré de brazos cruzados como una tonta? ¿O esperabas una reina de mente vacía?

—¿Amas al Emperador?

—Disculpe, lady Phelps. —Patrizia gritó con dureza. Le resultaba más difícil mantener su compostura mental, probablemente debido a que no se sentía bien por la lluvia. De lo contrario, no estaría tan nerviosa. Sabía que Rosemond era una mujer astuta, pero por alguna razón Patrizia se sintió indignada de haber pasado la noche junto a Lucio. Nunca lo había pensado de esa manera.

—Pensé que aún tenías cierta capacidad de comunicación, pero esto es serio. ¿Está mal tu cabeza por la lluvia? ¿Tengo la obligación de decirte si amo al emperador o no? —Patrizia no podía evitar gritarle—. ¿Y si lo amo, y si no lo amo? No entiendo por qué escucho esto de ti en mi palacio. ¿Necesitas ver a un médico?

La cara de Rosemond se volvió engreída, y Patrizia pensó sinceramente que la concubina debía estar mentalmente enferma. Como no había nada más que decir, Patrizia decidió terminar la conversación lo antes posible.

—Ya sea que me haya enredado en las sábanas con el emperador anoche o solo haya dormido junto a él, no hay razón alguna para explicártelo. Si tienes tanta curiosidad al respecto, ve a preguntarle al emperador a quien amas tanto —dijo Patrizia burlonamente—. ¿O tienes miedo? ¿Miedo de perder su superficial favor ante mí?

Los ojos de Rosemond se volvieron tan peligrosos como los de un animal salvaje. Sí, ella estaba asustada. Ella era consciente de la situación en la que se encontraba.

Patrizia continuó sin preocupación.

—Has actuado de manera bastante grosera hoy. Ya te advertí ayer, pero al parecer no has aprendido la lección. ¿Necesitas que te vuelva a abofetear?

Rosemond miró con veneno a Patrizia, luego se levantó y salió de la habitación sin decir una palabra más. El sonido de la puerta cerrándose hizo eco en la habitación, y cuando la concubina finalmente se fue, Patrizia suspiró. La concubina siempre la agotaba después de cada encuentro.

Raphaella se le acercó con una expresión de asombro.

—Su Majestad, ¿está loca? ¿Por qué la dejaste ir? ¡Deberías haberla abofeteado en la mejilla una vez más!

—Ayer fue suficiente, dama Ella. El emperador no dijo nada sobre lo que sucedió ayer, pero si le golpeo la mejilla nuevamente hoy, podría terminar en problemas. Entonces podría ser calificada como una reina celosa.

Patrizia nunca quiso que se esparciera un rumor tan ridículo. Cualquier otra cosa menos eso. Respiró hondo y acarició cualquier rizo suelto en su cabello, que se había soltado por la ira.

—¿Cuándo se van los invitados, Mirya? —pregunto Patrizia.

—Creo que todavía tienes mucho tiempo para despedirlos —respondió Mirya—. ¿Te irás ahora?

—Sí —respondió Patrizia casualmente, y lentamente se puso los tacones azules. Ayer llevaba un vestido rojo intenso, pero hoy llevaba uno de color aguamarina que recordaba al agua.

Patrizia caminó lentamente hacia el lugar designado, y vio a Lucio vestido de uniforme a unos cien metros del palacio Hanren. Fue él, no ella, quien causó problemas anoche, pero por alguna razón se sintió avergonzada de ser la que lo vio. Ella hizo que su rostro se viera lo más casual posible, luego se acercó a él.

—Saludos al Sol del Imperio. Salve a Su Majestad el emperador.

—Ah, ¿estás aquí? —dijo Lucio, volviéndose hacia ella.

—Debo terminar mis deberes como reina. Si no quieres que esté aquí, me iré.

—Quedate.

—Como desees. —Patrizia luego sacó un pañuelo. Era el blanco que ella le había prestado, no quería reconocer lo que sucedió anoche, pero sabía que el pañuelo era importante para él. Se atrevió a devolverlo frente a los nobles más importantes del imperio, ya que eso podría ayudar a su imagen un poco más. Como era de esperar, sintió las miradas de la multitud fija en ellos.

—Gracias por lo de anoche —dijo Patrizia.

—Me disculpo —respondió Lucio.

Patrizia se aclaró la garganta al recordar lo que sucedió. Los nobles parecían buscar frenéticamente información oculta en las palabras, y Patrizia esbozó una pequeña sonrisa. Eso no fue lo único que la complació.

—Estaba preocupado por haber tomado tu cama —dijo Lucio—. ¿Cómo te sientes?

—Estoy un poco cansada, pero estoy bien. ¿Estás bien?

El buen humor de Patrizia se debió a una mujer escondida detrás de un árbol y mirándolos.

—Rosemond.

Lucio asintió con la cabeza.

—Sí.

Rosemond ahora estaba apretando los dientes con furia. El amor era como una caña, y podía ser sacudido y roto en cualquier momento.

En ese momento, apareció el grupo de los representantes, y uno de ellos se inclinó y habló respetuosamente ante el emperador y la reina.

—Agradecemos al Imperio Mavinous por su hospitalidad.

Patrizia respondió con fluidez en el idioma del Imperio Christa.

—Espero que estuvieran cómodas. Me preocupaba no estar lo suficientemente preparada para ello.

—En absoluto, Su Majestad. Usted habla el idioma con fluidez, y todas nos hemos sentido muy cómodas —dijo la duquesa Verica, y se volvió hacia Lucio para hablar con él.

—Ustedes dos son una pareja encantadora, Su Majestad. Es una gloria para tu imperio tener una reina tan sabia y bella.

—Gracias por tu elogio.

En la superficie, la atmósfera era amigable, pero Rosemond todavía estaba detrás del árbol, apretando la mandíbula y emanando un escalofrío. Mientras observaba la escena desde lejos, intuitivamente sintió que algo andaba mal. No, ella no podía hacer nada todavía. Por lo menos, ella garantizo que sería la que llevaría en su vientre a un príncipe. Antes de eso, tenía que mantener el amor del emperador lo más posible. Se mordió las uñas con ansiedad y se dio la vuelta, murmurando furiosamente por lo bajo mientras sus ojos brillaban ferozmente.

♦ ♦ ♦

Esa tarde, Patrizia recibió una carta de Petronilla, preguntándole si podía visitarla al día siguiente. Patrizia estuvo de acuerdo, por supuesto, ya que había pasado mucho tiempo desde la última vez que se vieron. Patrizia pasó el resto del día haciendo el mayor trabajo posible para estar libre al día siguiente.

Llegó el día de la llegada de Petronilla, y Patrizia ordenó al chef que horneara los macarons de fresa favoritos de su hermana, antes de esperar con entusiasmo la aparición de su hermana. Pronto fue recompensada, y Petronilla llegó al palacio antes de lo que esperaba. Patrizia la recibió con los brazos abiertos.

—¡Nilla!

Durante la visita a los representantes, Patrizia lamentó que Petronilla no pudiera venir al banquete con su madre y el marqués Grochester.

Petronilla respondió con el mismo entusiasmo.

—¡Rizi! ¿Cómo estás? —Ella de repente se puso rígida—. Ah… ¿debería decir Su Majestad?

—Nilla, sabes que no me gusta eso. No hay nadie aquí, somos solo nosotras dos. Puedes parar con eso.

—Eres una desvergonzada, pero está bien. ¿Puedo tomar una taza de té? Tengo sed porque me apresure aquí.

Patrizia sonrió ampliamente a petición de Petronilla.

—Por supuesto. También preparé tus macarons de fresa favoritos. Podemos tomarlos con el té.

Como Patrizia ordenó, un plato lleno de macarons y dos tazas de té con leche fueron colocados en la mesa frente a ellos. Patrizia sonrió genuinamente mientras disfrutaba su tiempo con su hermana.

Hablaron sobre varias cosas por un tiempo, antes de tocar un tema delicado.

3 respuestas a “Dama a Reina – Capítulo 21: ¿Amas al emperador?”

  1. La treta de la zorra no solo salio mal, consiguio que el bicho se alejara un poco de ella y lo acercara mas a la reina si sigue asi conseguira que el emperador ame a la emperatriz

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