El contrato de la Princesa y la Duquesa Monstruosa – Capítulo 26

Traducido por Ichigo

Editado por Lucy


¿Qué hago con esto?

Las tazas aún estaban calientes con un rico líquido marrón. Es un desperdicio tirarlos. Oh, Sulli ya debería estar de vuelta. Madel se apresuró a entrar en su habitación, que compartía con otra criada. Justo cuando dejaba las tazas sobre una mesita en el centro de la habitación, entró su compañera de piso después de un largo día de trabajo. Ella le pasó una de las tazas de chocolate caliente.

—¡Qué dulce!

Sulli tomó un sorbo mientras se quitaba el tocado de encaje de la criada.

Estaba un poco tibio, pero aún así sabroso. El rico y aterciopelado líquido se deslizó con suavidad por su garganta para calentarla. La dulzura parecía aliviar la tensión de su cuerpo después del trabajo. Le disipó el estrés y la frialdad que la acompañaron durante todo el día.

Ante el inesperado manjar, no pudo evitar sonreír de alegría. Madel también sonreía mientras bebía un sorbo de su taza. Los sonidos de la charla pronto llenaron la habitación.

—¿Verdad? Lo hice extra dulce.

—¿En serio? ¿Y lo compartes conmigo?

Los ojos de Sulli se abrieron de par en par mientras disfrutaba del chocolate caliente mientras jugaba con su corto pelo rizado color calabaza con la otra mano. Se quedó atónita a Madel, sentada en la cama frente a ella con un chal colgado sobre los hombros.

—¡Pero si eres una tacaña! Solo lo bebes una vez al mes porque es caro.

No discutió y asintió con la cabeza. Era cierto y sin duda una sorpresa para Sulli que compartiera su objeto personal más preciado con otra persona. A la miembro del Ducado no le gustaban los dulces. Como era obvio, en la cocina no había postres. Pero a Madel le encantaban y siempre guardaba caramelos y otros postres en su baúl personal.

Una vez al mes, los empleados tienen un día libre. En ellos, va a una famosa cafetería de postres del centro y se pasa el día probando los dulces. Era la mayor alegría de su vida. El chocolate caliente era una de sus compras más caras. Tenía que ahorrar el sueldo de varias semanas. Por eso no lo compartía ni una sola vez, ni siquiera con su mejor amiga y compañera de piso, Sulli.

Lamiéndose el espumoso malvavisco de los labios, Madel miró la taza.

—La hice para la señorita Leslie porque parecía muy triste.

Iba a ser su primera visita al centro. Estaba muy emocionada. Luego, se canceló. Aunque dijo que estaba bien, estaba sin duda decepcionada y triste.

—¿Señorita Leslie? Ah, ¿la chica nueva?

—Sípp.

—Hmm.

Los ojos de Sulli viajaron hacia el techo como si estuviera pensando. Ella tomó otro sorbo del brebaje dulce.

—Ella es un poco diferente, ¿no? Quiero decir… con tortitas y todo.

—Lo sé. Se lo conté a la Duquesa.

Al enterarse del encuentro con la duquesa, Sulli dejó de inmediato la taza, cruzó la habitación hacia Madel y la examinó.

—¿Estás bien?

Al grano, con eficacia y en silencio. Así se trabajaba en el Ducado.

Aunque no eran oficiales ni regidas por la Duquesa en persona, los empleados las seguían como religión porque a ella no le gustaban las conmociones ni el desorden.

Y ésa era la pura verdad. No era porque fueran empleados excepcionales, bien formados y obedientes. Sino porque se sentían intimidados por su presencia. Así que, optaron por mantenerse al margen de los problemas no perturbando la paz y la tranquilidad en torno a la mansión.

Incluso los altos nobles y los caballeros entrenados con ferocidad no se atrevían a levantar la voz delante de la Duquesa. Así que la gente normal, en principio los plebeyos, no podían ni imaginarse estar delante de ella con la cabeza despejada. Las circunstancias con otros miembros de los Salvatore eran las mismas. Sairaine reía y bromeaba solo cuando su esposa estaba cerca. Sin ella presente, era un guerrero de rostro duro. Los dos hijos de la duquesa seguían el ejemplo de sus padres y siempre se mostraban severos y fríos.

Por eso, en cuanto pusieron un pie en el Ducado, supieron por instinto lo que tenían que hacer para sobrevivir y seguir trabajando. Solo tenían que callarse y hacer siempre todo lo posible por cumplir las tareas asignadas.

Por supuesto, el autoaislamiento voluntario del Ducado se sumaba a este consenso general. Rara vez tenían invitados, y nadie más que los empleados sabía cómo funcionaba. Así que no fue una sorpresa que los rumores sobre el “Ducado de los monstruos” se extendieran por todo el Imperio.

—Estoy bien. La Duquesa solo me dijo que tratara a la señorita Leslie, y eso fue todo.

—¿Lo hizo?

¿Había dicho alguna vez cosas así antes o incluso conversado con los empleados en primer lugar? Las dos criadas intercambiaron una mirada, haciéndose la pregunta en silencio. Pero, de nuevo, lo descartaron rápido porque tenía algo que ver con Leslie. La niña cambió el Ducado, y solo tenía sentido.

—Entonces, hagámoslo lo mejor posible.

—Sí, hagámoslo.

Terminaron el chocolate caliente en silencio, asintiendo con la cabeza.

♦ ♦ ♦

—Señorita Leslie… ¡Dios mío!

Era una mañana normal cuando Madel abrió la puerta de la habitación de la niña para despertarla. Pero cuando la puerta se abrió, se quedó estupefacta al ver las ventanas abiertas de par en par y el despiadado viento helado del invierno entrando en la habitación. El suelo salpicaba de nieve y la habitación estaba helada. Ella estaba allí, junto a las ventanas abiertas, recibiendo de lleno el invierno.

—Madel.

Sus ojos hicieron forma de luna creciente al girarse para mirarla. La criada no estaba segura de cuánto tiempo había estado junto a las ventanas, pero era evidente que llevaba allí algunas horas. Su cara estaba roja por los latigazos del implacable viento.

—¡Caramba! Señorita Leslie, ¿cuánto tiempo lleva ahí?

Madel se acercó rápido a la niña y le frotó las mejillas con las manos. Ella apoyó la cabeza en sus manos y se frotó, encontrando el calor de lo más satisfactorio. Como una liebre adormilada, sus ojos se entrecerraron y una sonrisa perezosa se dibujó en sus labios.

—No sé. Me levanté temprano y pasé el tiempo mirando afuera.

—Te estás congelando.

—Es que estaba demasiado excitada…

Esbozó una enorme sonrisa, dejando escapar una pequeña risita mientras la miraba a los ojos. Se despertó muy temprano. Hizo todo lo posible por volver a dormirse, pero no pudo. Solo podía pensar en la promesa del meñique de Bethrion del día anterior.

¿Podría ser un sueño?

Su cuerpo salió disparado de la cama con una ansiedad sigilosa cuando sus pensamientos llegaron a eso. ¿Y si todo es un sueño? ¿Y si todo esto ha sido una ilusión? No ayudaba el hecho de que estuviera tumbada en una cama mullida y cálida y caminando sobre una alfombra suave y esponjosa. Todo resultaba demasiado irreal.

Ansiosa, empezó a morderse las uñas. Sus ojos buscaron con frenesí por toda la habitación hasta que se posaron en el amplio alféizar de la ventana en el que había estado mirando las estrellas hasta quedarse dormida.

De inmediato, se acercó a las ventanas y las abrió. Pronto, el frío viento invernal le hizo cosquillas en las mejillas y le alborotó el pelo. Sintiendo cómo azotaba su pequeño rostro y su cuerpo, observó cómo se levantaban los velos de la oscuridad y el amanecer desde la distancia. Sus ojos lilas brillaban con un tenue naranja y amarillo.

No es un sueño. 

Se acomodó en el alféizar de la ventana y abrazó un pequeño cojín contra su pecho, igual que la noche anterior. Todo era demasiado hermoso y ahora demasiado real. Observó cómo caía la nieve, sintiendo los copos helados tocarle la cara mientras el viento la arrastraba. El frío helado le decía que no estaba soñando. Le susurraba ue un nuevo día había comenzado, un día en el que por fin visitaría el centro de la ciudad con Bethrion.

Perdió la noción del tiempo mientras escuchaba los vientos y sentía la nieve hasta que Madel la devolvió al presente.

—¿Así que llevas aquí así desde el amanecer?

Su voz subió de volumen y sus ojos se abrieron de par en par ante su respuesta. Pero la niña siguió sonriendo. Estaba tan contenta y emocionada de ir de viaje con su hermano, de la mano y juntos. No podía contenerse y se le escapaban melodiosas carcajadas. Pero la criada no podía compartir su alegría porque estaba demasiado preocupada por su salud.

—Te estás congelando… ¿Y si te resfrías?

—No pasa nada.

Sonrió aún más ante la preocupación de la amable criada. Nunca se había sentido tan feliz. Sería un gran día y se divertiría mucho. Estaba deseando salir.

—Estoy muy bien. ¿Me ayudas a vestirme, Madel? Quiero salir.

La joven no podía apartar los ojos de la niña feliz. Solo con verla sonreír le daban ganas de hacerlo y ser feliz. Al final, asintió con la cabeza, accediendo a satisfacer su petición.

Leslie tardó un rato en prepararse para un día de paseo porque no había ropa que le quedara bien. Jenna y un puñado de criadas tuvieron que hacer una búsqueda exhaustiva en muchas habitaciones del Ducado para desenterrar cualquier cosa diminuta del tamaño infantil para asegurarse de que estaría abrigada y a salvo del viaje. Por fortuna, todo se hizo a tiempo, y estaba lista. Cuando salió de su habitación, y bajó las escaleras, un rostro familiar emergió del final del pasillo.

—¡Señor Bethrion!

Bajó corriendo el resto de la escalera con los brazos abiertos y una gran sonrisa de alegría.

Él la vio correr. Jenna ya le había informado de lo emocionada que estaba. Así que iban a salir una vez que ella estuviera lista para ir a desayunar a algún lugar del centro. Pero él no había previsto que estuviera tan animada. Al ver la bola de pelo blanco que se acercaba con rapidez, sus manos se detuvieron a medio movimiento al tratar de encajar bien su gruesa capa de invierno.

¿De qué otro modo podría describir a Leslie que no fuera una bola de pelo?

Estaba envuelta en gruesas ropas de múltiples capas, que la hacían parecer redonda. Por supuesto, todo esto era gracias a Madel. Le preocupaba mucho que pudiera resfriarse por el viaje y por haber estado expuesta a los vientos invernales desde el amanecer. Así que la había armado con todas las capas posibles.

Lo remataba un abrigo de piel blanca y esponjosa. De verdad no había nada que pudiera ponerse. No había traído ropa al Ducado y, por supuesto, no tenía ropa de invierno, Bethrion señaló el abrigo de piel con cara de perplejidad. Madel respondió mientras se rascaba las mejillas.

—Es el abrigo de invierno de Sir Ruenti que llevaba cuando tenía diez años. Es el abrigo más pequeño que pudimos encontrar, así que tendrá que servir por ahora.

¿10 años? Los ojos de Leslie se abrieron de golpe. ¿Por qué me queda tan grande? Yo era mayor que Sir Ruenti cuando lo llevaba. Sus ojos bajaron hasta el abrigo, fijándose en las mangas y en la parte inferior del abrigo, que colgaba demasiado.

Le costó salir de su asombro mientras sus pensamientos volvían una y otra vez a la diferencia de tamaño y edad. Llevaba esto puesto cuando tenía diez años… Sabiendo cómo se sentía, Bethrion le acarició la cabeza con suavidad. Por supuesto, fue capaz de darse cuenta de su conmoción debido al error que cometió durante su primer encuentro.

—No dejes que te moleste. Eres más pequeña porque eres una chica.

Pero su humor no mejoró. Sin saber qué más hacer, le acarició la cabeza hasta que sintió un dolor sordo y punzante en el costado.

Dirigió la mirada hacia la fuente de dolor y vio a Jenna sonriendo con generosidad, al menos en apariencia. Entonces, la oyó. Susurró en un volumen apenas audible sin mover los labios.

—Señor Bethrion, las chicas suelen ser más altas que los chicos cuando son niños.

Aunque no lo dijo, en esencia significaba “cállate y deja de hacer más daño”. Él frunció el ceño y volvió a mirar a Leslie, que agachaba la cabeza, aún conmocionada. Sintió una punzada de culpabilidad, al pensar que la había entristecido y que todo era culpa suya.

Soltó un sonoro carraspeo seco y bajó rápido al salón principal para disimular la incomodidad de su culpa. Sus largas zancadas los llevaron a las grandes puertas principales de la mansión en poco tiempo.

—Pronto crecerás.

—¿Lo haré? —preguntó en voz baja y aferrándose a su capa.

Era la más pequeña de la casa del marqués. Eli solo tenía unos años más, pero era mucho más alta y fuerte. Y ahora, también seguía siendo la más pequeña del Ducado. No había nadie más pequeño que ella o de tamaño similar.

—Por supuesto.

No pudo evitar sentirse molesta al pensarlo. Pero entonces, la voz segura de su hermano respondió a su pregunta. Ella levantó la cabeza y lo vio asintiendo con seriedad.

—Ruenti solía ser el más pequeño de la Casa, pero míralo ahora. Tal vez sea por toda la carne que ha comido. De todos modos, tú puedes ser tan alto como él si comes y duermes bien.

Sus ojos eran serios, y ella no podía encontrar ningún indicio de mentira en su rostro. La esperanza bullía. Hizo una pregunta más en voz baja.

—¿Podré llegar a ser tan grande como la Duquesa?

—¿Tan grande como mi madre?

Los ojos verde oscuro se agrandaron, y sus cejas se arrugaron de nuevo.

—Hmm…

La estaba evaluando para ver si de verdad podía llegar a ser tan grande como ella y sus arrugas se hicieron más profundas.

—Podrías.

Después de un rato, contestó con el surco aún en la cara. Pero pronto se enderezó y volvió a sonar una respuesta más segura y amable.

—Lo serás.

Leslie no estaba segura de si quería decir lo que decía o si el significado era literal. ¿Quería decir que podría llegar a ser tan alta como la Duquesa o que sería capaz de alcanzar y llegar a ser tan grande como ella? Lo pensó un momento, pero pronto decidió que tal vez se refería a ambas cosas, y al llegar a esa conclusión, una sonrisa volvió a dibujarse en su rostro.

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