El contrato de la Princesa y la Duquesa Monstruosa – Capítulo 29

Traducido por Ichigo

Editado por Lucy


Leslie bebió de su taza. Bethrion miró a la niña con gesto adusto y murmuró.

—¿Qué paso en la casa del Marqués…?

—¿Perdón?

Leslie volvió a levantar la vista y preguntó. Bethrion negó con la cabeza y le dio unas palmaditas.

—Nada. Estaba pensando que podríamos recorrer otras tiendas cuando termináramos aquí.

—¿Podemos?

—Por supuesto.

Leslie sonrió ante la sencilla respuesta. A veces, la marquesa tenía citas y no podía llevar a Eli al centro. Entonces, Leah se encargaba de acompañar a Eli en sus viajes. Cuando volvía, acudía a Leslie para presumir de lo bien que se lo había pasado.

—¡Hoy hemos visitado un teatro! ¡Oh, qué maravilla! Había tantas damas hermosas y caballeros encantadores. ¡Y los actores! Eran preciosos. Por supuesto, la señorita Eli era la más guapa de todos. Todos se inclinaban ante ella. Quiero decir, ¿quién no lo haría? Después de todo, es la prometida del príncipe heredero.

Leslie escuchaba cada palabra de Leah con adoración. Sus días eran mundanos, ya que todo lo que le daban para entretenerse eran difíciles libros de texto. Así que las historias de Leah sobre salir con Eli la asombraban. Era más interesante que cualquier otro libro de la biblioteca, lo que hacía que ella también quisiera ir. Pero Leah siempre terminaba su historia de forma similar, aplastando el sueño y los deseos de Leslie para el futuro.

—Por supuesto, ¿qué importa? A diferencia de mí, tú nunca tendrás la oportunidad de salir de aquí.

Y Leah se rió de la desdicha de Leslie. Cuando Leslie bajó la cabeza y las lágrimas comenzaron a brotar, Leah consoló a la muchacha con voz condescendiente.

—Bueno, espera a que llegue el día en que la señorita Eli te lleve a palacio. Cuando llegue el día y la señorita Eli se case con el príncipe Arlendo, quizá te elija como una de las damas de compañía y te lleve a palacio, ya que es tan amable y generosa.

Por supuesto, su consuelo no era más que un lavado de cerebro para hacer a Leslie más obediente con una falsa sensación de esperanza.

—¡Hecho!

El sombrío recuerdo del pasado de Leslie se interrumpió cuando Madel concluyó sus negocios en la boutique. Por fin leyó los catálogos y se levantó con los ojos inyectados en sangre.

—Había tantos diseños nuevos con encajes. Tardé un rato en mirarlos con detalle.

Madel se frotó los ojos cansados y sonrió orgullosa a Leslie y Bethrion.

—Así que vamos a comprar estos cinco vestidos, una camisa y cuatro pares de pantalones, y zapatos para…

Madel repasó la lista por última vez mientras Bethrion y Leslie se preparaban para marcharse. Al terminar, abandonaron la boutique con la cálida hospitalidad de la dueña. Bethrion se agachó para tomar a Leslie, pero ella sacudió la cabeza con una sonrisa. En lugar de eso, se agarró con fuerza a sus gruesos dedos mientras caminaba calle abajo.

 A cada paso, los rubíes de las botas brillaban a la luz del sol. Eran cómodas y calentitas.

Madel le masajeaba los pies todas las noches con un ungüento. Pero sus pies eran demasiado ásperos: la piel estaba agrietada por todas partes debido a los años de abandono en la Casa del Marqués. Caminar era una tarea dolorosa para Leslie. Un dolor punzante le subía por la columna cuando caminaba. Pero con las botas acolchadas y forradas de piel que llevaba, no se sentía como si estuviera caminando sobre las nubes.

Emocionada por el paseo sin dolor y por el colorido paisaje del centro, Leslie sataba y tarareaba una canción. Madel y Bethrion se quedaron para pasear detrás de la niña con sonrisas afectuosas en sus rostros. Entonces, de repente, sus pequeños y ligeros saltitus se detuvieron cuando Leslie se asomó a una tienda a través de un gran escaparate de cristal.

—Es una juguetería.

Madel informó a Leslie mientras también se asomaba por el escaparate. Era una de las tiendas infantiles más conocidas del centro. En el expositor había colocados simpáticos peluches de animales de difernetes tamaños y colores. También había delicadas muñecas de porcelana con sedosos vestidos de encaje y delicadas figuritas de cristal.

¡Cuántos juguetes! Leslie se pegó al cristal y se quedó mirando la tienda sin aliento. Al verlo, Bethrion se dirigió hacia la puerta y la abrió mientras la llamaba.

—Leslie.

Le hizo un gesto con la barbilla para que entrara mientras mantenía la puerta abierta.

Los ojos de Leslie se agrandaron y centellearon a la luzd el sol. Una sonrisa brillante se dibujó en su rostro mientras entraba en la tienda.

—Bienvenidos.

Al entrar, una campanilla sonó para anunciar su presencia, y una anciana con muchas arrugas y una sonrisa amable salió de detrás del mostrados. La tienda era aún más grande de lo que parecía desde fuera. Todas las paredes estaban cubiertas de estanterías llenas de juguetes desde el suelo hasta el techo. Había estantes tras estantes de muchas cosas maravillosas que Leslie nunca había visto antes. Pronto, su cabeza giró en todas direcciones y sus ojos se movieron para abarcarlo todo.

—Es tan bonito.

Leslie se detuvo frente a una pequeña sección de una pared forrada con estantes de conejillos de peluche. Todos estaban teñidos de distintos colores y tenían preciosos ojitos y naricitas de cristal.

—¿Te gustan?

Preguntó Bethrion desde detrás de ella, y Leslie asintió, incapaz de apartar los ojos de los conejitos.

—Elige lo que quieras.

Pero la niña, hipnotizada por los peluches, no respondió. Se quedó allí, inmóvil y en silencio.

—¿Leslie?

—No, no pasa nada. Solo miraba porque eran muy bonitos.

Sacudió la cabeza al cabo de un rato, aunque sus ojos seguían clavados en los conejitos.

—Volvamos ya.

Bethrion observó a Leslie. Las niñas de su edad solían hacer berrinches en una juguetería hasta que conseguían lo que querían. Pero ella hacía lo posible por controlarse y mantenía sus deseos en silencio, enterrados en lo más profundo de su corazón. La ropa era necesaria, pero los juguetes no, y estaba claro que ella pensaba lo mismo. Con un pequeño suspiro, Bethrion la levantó. En un instante, Leslie alcanzó la parte superior de los estantes más altos y ivo todo lo que no podía ver a su altura.

—Elige los que te gusten.

—E-Está bien.

—¿De verdad?

Leslie negó con la cabeza y siguió negándose a decir lo que quería.

—De acuerdo. Entonces no nos queda más remedio que comprar toda la tienda.

Leslie levantó la cabeza y sus miradas se cruzaron.

—No se puede evitar, ya que correrán rumores sobre las finanzas del Ducado si dejamos la tienda con las manos vacías.

Leslie se mareó ante la idea de dañar la reputación del Ducado. ¿Es… es así como funciona? ¿Los nobles tienen que comprara algo cuando entran en una tienda? Ignorando la perplejidad de Leslie, Bethrion continuó sin pudor.

—Podrían sospechar que algo va mal en el Ducado, y como tú no quieres nada, tendremos que comprara toda la tienda.

La vieja tendera y Madel tuvieron que taparse la boca para contener una carcajada ante el adorable intercambio entre un hombre gigantesco y una niña diminuta. Pero para Leslie era un asunto grave. Bethrion solo hablaba cuando era necesario e iba al grano. Así que el hecho de que le dijera estas cosas con la misma expresión sería severa en el rostro lo convertía en un dilema demasiado real. Bethrion observó el pánico de Leslie y se volvió hacia la anciana.

—Me gustaría comprar cada…

—¡S-Sir Bethrion!

Leslie llamó a Bethrion en voz alta y añadió una voz más pequeña y tímida:

—Entonces…

—¿Sí?

Volvió a preguntar Bethrion. Las mejillas de Leslie enrojecieron mientras preguntaba.

—Solo uno, por favor… El conejito negro.

—Por supuesto.

Bethrion sonrió con cariño y le acarició la cabeza cuando por fin dijo lo que quería.

—Si hay algo que quieras, pídelo. Si hay algo que quieras comer o visitar, no dudes en decírmelo.

Se acercó a la estantería y tomó el conejo negro de peluche con un gran lazo lila atado al cuello, entregándoselo a Leslie, que lo abrazó con fuerza.

—Ya no estás en esa mansión. No hace falta que te contengas, ¿entendido?

Esa mansión. Se refiere a la del marqués. Leslie asintió con la cabeza y abrazó aún más fuerte al conejito mientras las lágrimas corrían, amenazando con derramarse.

—Sí… Entendido.

Leslie y sus acompañantes continuaron recorriendo el centro de la ciudad con el conejo de peluche abrazado entre sus brazos. Aunque no tenían mucho tiempo y no pudieron parar en el teatro, del que Leah presumía, siguieron pasándoselo de maravilla. Por fin, llegaron a su última parada: una confitería que hacía el mejor chocolate caliente del centro.

Madel, de nuevo, les recomendó el lugar. Cuando por fin le sirvieron la humeante taza de chocolate caliente, se sintió invadida por el apetitoso olor del azucarado líquido marrón. Cuando tomó un pequeño sorbo, toda su cara se iluminó y se puso roja de alegría desbordante. Sus ojos parpadearon tan rápido que parecía que se le iban a caer las pestañas, y sus piernas patearon el aire al ser incapaz de contenerse ante el rico y azucarado sabor.

—Está bueno, ¿verdad?

Madel sonrió ante la respuesta de la niña y le preguntó con adoración. Se quedaba junto a la mesa como una criada para ayudar a Leslie a comer. Pero Leslie rogó a Madel y Bethrion que se sentaran alrededor de la mesa para compartir los postres. Bethrion asintió con la cabeza y, con su permiso, Madel se unió a la mesa. Fue un momento mágico tanto para Leslie como para Madel. Leslie bebía por primera vez el delicioso chocolate caliente y Madel podía probar todos los caros postres que siempre había deseado probar.

La cafetería no solo era famosa por sus delicioos dulces, sino también por lo caros que eran. Así que para ella sentarse con sus amos y probar los postres de lujo era como el cielo. De no ser por Leslie, Madel habría tardado mucho tiempo en probarlos por fin, ya que cada pieza le costaba la paga de todo un día.

—¡No puedo creer que haya pedido tantos postres y me los haya comido todos!

Voy a contárselo a todo el mundo cuando vuelva. Sulli se pondría mu celosa. Madel se rió al pensar en la cara de envidia de sus compañeras de trabajo y de habitación. Sonriendo feliz, le ofreció un bocado de tarta de queso a Leslie.

—Qué rico.

Leslie dejó escapar un suspiro de satisfacción y esbozó una gran sonrisa, saboreando el pastel en la boca. La niña parecía derretirse de felicidad en su asiento. Bethrion, que dormitaba un poco ante la serena escena que tenía delante, sonrió también. Mamá había enumerado diferentes motivos para adoptar a Leslie. Sin embargo, Bethrion pensó que tal vez fuera su adorabilidad lo que había conmovido a su madre.

Solo un bocado de tarta, una taza de chocolate caliente y un juguete de peluche. Era todo lo que hacía falta para demostrar lo feliz que podía ser una persona con cosas tan pequeñas.

¿Qué le ha hecho el marqués a esta niña?

¿Qué hay que hacer para que una niña reprima sus deseos hasta tal punto? ¿Qué clase de vida debe experimentar uno para no haber probado, hecho y saboreado nunca estas cosas tan básicas? Bethrion reprimió su ira mientras contemplaba la vida de Leslie en casa del marqués, suspirando ante cada pensamiento rastrero. Al otro lado de la mesa, Madel colocó un pequeño plato de galletas delante de Leslie. Las galletas tenían la forma de un muñeco de nieve sobre un barco. Madel las había encargado por separado para Leslie.

—Pruebe éstas, señorita Leslie. No son dulces, ¡así que son perfectas para el chocolate caliente!

Al oír las palabras de Madel, Leslie tomó uno. Justo cuando iba a darle un mordisco, se detuvo y miró la galleta con intensidad. Un muñeco de nieve en un barco. Luego, sus ojos se detuvieron hacia la taza aún llena de chocolate caliente decorado con pequeños malvaviscos blancos.

Sin pensárselo mucho, colocó la galleta en la taza. Y, la galleta flotó en el chocolate caleinte como un adorno que hubiera estado allí desde el principio. Ya fuera por los malvaviscos o por la consistencia espesa del líquido, funcionó.

—Oh, vaya.

Madel dejó escapar una delicioa carcajada ante la visión, y Leslie también sonrió satisfecha ante la reacción.

—¡Señor Bethrion, señor Bethrion!

Leslie la observó extasiada. Luego, llamó a Bethrion, llegando incluso a tocarle en el brazo, que seguía pensando en el marqués con desagrado.

—Mira esto.

Ante el toque como de pluma en su brazo, abrió los ojos y miró a Leslie. Ella señalaba con orgullo su taza de chocolate caliente.

—¡Es tan bonito!

Leslie apremió a Bethrion para que se diera prisa y echara un vistazo a su taza.

—Aah…

Pero la galleta ya no estaba cuando Leslie y Bethrion miraron por fin la taza. Se estaba hundiendo lento en el turbio líquido marrón. La cara inmóvil y flotante del muñeco de nieve estaba desastrosa. Tenía una mancha naranja por todas partes, la nariz se le había salido y le faltaba uno de los ojos.

Como un naufragio antes de una tormenta, el muñeco de nieve se hundió hasta el fondo de la taza. Leslie se quedó paralizada en su asiento al verlo.

—¡Oh, no!

Madel se apresuó a sacar la galleta con la cuchara, pero ya era demasiado tarde. Se había hundido, y no había más que silenico alrededor de su mesa.

Y ese fue el día en que Bethrion y Madel vieron llorar a Leslie por primera vez.

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