El contrato de la Princesa y la Duquesa Monstruosa – Capítulo 30

Traducido por Ichigo

Editado por Lucy


—No debes decírselo a nadie.

—Por supuesto, señorita Leslie.

—De verdad que no se lo puedes decir a nadie, ¿de acuerdo?

—Juro que no se lo diré a nadie.

La niña estaba metida en la cama, mirando a Madel de pie junto a ella. Desde que regresaron al Ducado, había estado rogándole que no le contara a nadie que había llorado en el café. Todavía tenía la cara un poco sonrojada por la vergonzosa exhibición cuando la galleta se hundió en el chocolate caliente.

—No sabía que se hundiría así —murmuró entre los brazos del conejito de peluche. La criada sonrió amable y comprensiva.

Cuando lo colocaron sobre el chocolate caliente entre montañas de malvaviscos, fue sin duda una de las vistas más bonitas que había visto nunca. Pero fue catastrófico cuando se desmoronó y se hundió en la profundidad del líquido marrón oscuro. Ante el devastador giro de los acontecimientos, Bethrion se quedó sin palabras y ella acabó llorando.

—Se lo prometo, señorita Leslie.

Solo cuando Madel hizo una promesa con el dedo meñique, Leslie se relajó en la cama y sonrió.

—Ahora, es hora de dormir.

Volvió a meter la manta bajo la barbilla de la niña y le pasó con suavidad el pelo por la diminuta frente.

—Por favor, no abras la ventana en ningún momento. Si no puedes dormirte, quédate en la cama y abrígate. De lo contrario, podrías resfriarte.

—De acuerdo, no lo haré…

Sus párpados se cayeron de inmediato y contestó con una vocecita somnolienta. Madel la revisó y a la cama por última vez y se dio la vuelta para salir de la habitación. En ese momento, Leslie emitió una débil voz.

—Gracias por lo de hoy, Madel.

La joven se dio la vuelta y vio una carita diminuta, que intentaba con todas sus fuerzas mantenerse despierta para darle las gracias como era debido. Asintió con la cabeza y le devolvió la sonrisa. Luego, salió de la habitación con una mirada de determinación.

Cuando la niña oyó cerrarse la puerta, sacudió la cabeza para mantenerse despierta un poco más y bajó de la cama. Luego, se agachó debajo de la cama y puso su nuevo conejito de peluche en la oscuridad.

—Mira, se parece a ti. Los dos son negros. Hasta tiene un bonito lazo con el color de mis ojos.

De todos los muñecos, el negro le llamó la atención y lo eligió sin dudarlo. El viejo tendero le dijo que el blanco era el más popular, pero su mente estaba puesta en el negro que se parecía a las sombras oscuras. Además, llevaba un lazo lila como el color de sus ojos.

Habría muerto de forma dolorosa en aquel incendio de no ser por este poder. Entonces, se habrían beneficiado de su cadáver como abono para su codicia. La Casa habría sido restaurada, y habría sido glorioso.

Me alegro de haber sobrevivido. 

Sonrió con alivio agridulce. Con su supervivencia, el Marqués caerá. No, ya se está desmoronando. Y eso la hizo estar muy agradecida por las pequeñas manos que la empujaron fuera del fuego y las sombras oscuras que la salvaron de la caída del precipicio.

Y no olvidaré ni perdonaré. 

Me diste una nueva vida. La gastaré para regalarte la caída de la Casa de Sperado. 

Las sombras se agitaron como si hubieran oído. Pasó un par de minutos mostrando el conejito en la oscuridad y volvió a subirse a la cama, incapaz de resistirse a dormir por más tiempo.

Una cama grande y calentita, ropa bonita, postres deliciosos, y esto. Se abrazó con fuerza al conejito.

—Quizá podría ser feliz…

Sus palabras se desvanecieron en la silenciosa noche con un bostezo, y se quedó dormida.

Era noche cerrada, faltaban pocas horas para el amanecer. Durante las últimas horas de sueño, cuando los caballeros del Ducado patrullaban la finca en respuesta a la desagradable experiencia con el marqué Sperado, en la cocina brillaba una tenue luz.

—Se los dije. Necesitamos cinco cucharadas de cacao en polvo.

—Sí, pero eso lo hace demasiado espeso…

—Mezclando los tres malvaviscos grandes con los pequeños queda bonito y es más fácil de sostener.

—Tenemos que hornear una nueva hoja de galletas. Ya casi no nos quedan de este lote.

—Tenemos que tener en cuenta que ella va a beber esto. Sabrá raro si la bebida es demasiado espesa y se le añaden malvaviscos.

Cinco o seis personas se apiñaban sobre la encimera de la cocina, iluminada por la tenue luz de una sola vela. Tenían los ojos inyectados en sangre y claros signos de agotamiento colgaban de sus rostros. A pesar del agotamiento, debatían sin parar, y sus ojos estaban muy abiertos con inmensa concentración.

El ambiente era oscuro, como si estuviera invocando demonios, pero el aire era ligero y estaba impregnado del dulce aroma del chocolate caliente y las galletas recién horneadas.

—Puede que esta combinación funcione. Vamos a probarla.

Sulli lo sugirió con expresión sincera sin darse cuenta de que sus rizos color calabaza atados con pulcritud se desparramaban por debajo de su gorra. Todos asintieron al mismo tiempo. Uno de ellos sacó rápido un reloj de bolsillo y se dispuso a medir el tiempo.

—Allá vamos, intento número 68…

Madel tomó una galleta con mano temblorosa. Era una galleta horneada por Batha, el jefe de cocina del Ducado, que la había moldeado con cuidado para que pareciera un simpático muñeco de nieve con gorro montado en un barco.

Todos los ojos se centraron en la galleta mientras rezaban con desesperación por el éxito. Poco a poco, Madel se preparó para colocar la galleta en la taza de chocolate caliente. La galleta se clavó entre la montaña de malvaviscos de diferentes tamaños, flotando sobre el espeso y turbio líquido marrón oscuro. De inmediato, la sirvienta del bolsillo empezó a contar los segundos en voz alta.

—1, 2, 3…

El silencio se apoderó de la cocina, y los únicos sonidos que se oían eran tragos secos y respiraciones entrecortadas. Por favor, muñeco de nieve, ¡por favor aguanta el chocolate caliente! Súplicas silenciosas llenaron sus corazones.

—23… 24.

A medida que entraban en los dos dígitos y mientras seguía inmóvil sobre el humeante chocolate caliente, brillantes sonrisas de exultación pintaban sus rostros. Solo cuando entraron en los 30, el barco que había debajo del muñeco de nieve empezó a desmoronarse poco a poco y a hundirse. Cuando estaba a medio hundir, el criado con el reloj de bolsillo dio un puñetazo en el aire y gritó emocionado el número.

—¡35 segundos!

Chillidos de silenciosa euforia resonaron en la cocina. Todos se tapaban la boca para no molestar al durmiente Ducado mientras saltaban y se abrazaban. Lágrimas de alegría brillaban a la tenue luz de las velas. Miraron la taza de chocolate caliente con alegría. ¡Por fin habían encontrado la receta que duraba más de 30 segundos!

—Debería ser tiempo suficiente para que la señorita presuma la taza, ¿verdad? —preguntó Batha, el jefe de cocina, mientras se secaba las lágrimas. Todos en la sala asintieron con entusiasmo y nadie rebatió. En ese momento, a él se le escaparon más lágrimas de felicidad. Él era una de las personas que más había trabajado para hacerlo posible. Sin duda, este exito le produjo un júbilo inexplicable.

—¡Claro que sí! Y sabe de maravilla.

Uno de los criados dio un largo sorbo al chocolate caliente. Aunque la galleta estaba ahora hundida por completo, sonrió con alegría. Aun así, no era el único. Fue un experimento muy difícil. Desperdiciaron latas tras latas de caro chocolate caliente en polvo y bolsas de malvaviscos. Además, tardaron toda la noche en conseguir una receta exitosa. Como solo faltaban un par de horas para el amanecer, era obvio que no dormirían lo suficiente para el nuevo día.

—¡Y con esto, la señorita Leslie será tan feliz!

Ante la emocionada exclamación de Madel, todos asintieron con la cabeza. Los experimentos fueron su idea. Cuando regresó de la excursión al centro de la ciudad, contó a todo el que quiso escucharla lo desolada que se quedó la niña cuando la galleta se hundió en el chocolate caliente. Por supuesto, cumplió su promesa y omitió la parte en la que lloraba a lágrima viva. A continuación, reunió voluntarios para el experimento de hacer la taza de chocolate caliente perfecta en la que una galleta pudiera mantenerse a flote.

El primer voluntario fue Batha, el jefe de cocina. Tenía acceso ilimitado a todos los ingredientes y las habilidades para hornear el muñeco de nieve de galleta más delicioso en un barco. Luego vinieron Sully, un sirviente llamado Myles que fue recibido por Leslie esa misma mañana, e innumerables personas más. Todo este trabajo era voluntario, pero nadie se quejó ni aflojó.

Una vez reunidos los voluntarios y explicado el objetivo, todo fue eficiente y productivo. Batha y sus compañeros cocinaron muchas tandas de galletas con forma de muñeco de nieve. Sulli y las demás sirvientas empezaron a medir diferentes combinaciones de polvos de chocolate caliente y malvaviscos. Myles y los criados prepararon la bebida según las combinaciones medidas antes por el equipo y midieron el tiempo. Madel supervisaba todo el proceso, yendo de un puesto a otro, haciendo sugerencias y trabajando. A medida que pasaban las horas, los criados y las criadas con turnos tempranos se retiraban, y solo quedaba un pequeño grupo de ellos para completar los experimentos. A pesar de todo, al final tuvieron éxito.

—El desayuno debería ser más rico en proteínas, ya que el chocolate caliente dulce y las galletas serán el postre —añadió Batha mientras bebía el sobrante que ahora sabía raro porque la galleta estaba desintegrada en ella. De nuevo, nadie discutió y solo se murmuraron sonidos de acuerdo entre el grupo. Todos se imaginaron la cara radiante de la niña, sonriendo eufórica mientras lo bebía. Aunque estaban agotados y su nivel de azúcar en sangre era demasiado alto por haber bebido demasiado, todos estaban encantados con su trabajo.

¡No importa, si está contenta!

Madel se tomó su tiempo intentando terminar el resto del chocolate caliente. Por primera vez en su vida estaba harta de aquel líquido dulce. Se le revolvía el estómago, pero era demasiado caro para tirarlo por el fregadero. Así que se obligó a terminar la bebida feliz al pensar en la reacción de Leslie.

Y así, sin más, salió el sol y comenzó un nuevo y excitante día.

—Buenos días —saludó Leslie al entrar en el comedor. Llevaba un vestido amarillo pastel de la boutique del día anterior, con su largo pelo plateado recogido en coletas. Nada más entrar, se topó con un individuo de aspecto torpe, Tuenti, con su larga melena pelirroja recogida en una coleta, entornó sus ojos en cuanto la vio.

—Buenos días…

Aunque parecía incómodo, quizá un poco molesto, al verla, no ignoró su saludó y respondió con prontitud. Suspiró aliviada por su reacción. Luego se acercó a una silla alta y se subió a ella. Era una silla en especial fabricada por un carpintero artesano para Leslie y entregada en el Ducado a altas horas de la noche. Aunque en general tenía la misma altura que el resto de las sillas del comedor, los asientos eran mucho más altos, con pequeños escalones tallados en las patas. Aún tenía que subirse a ella, pero ya no necesitaba cojines por tener que estar a la altura de la mesa.

Me daré prisa y creceré para poder usar las sillas normales. 

Mientras Leslie se fijaba sus objetivos con determinación, Bethrion y Sairaine entraron en el vestíbulo con el pelo mojado por la ducha matutina después de una sesión de entrenamiento a primera hora de la mañana.

—¡Señorita Leslie!

Bethrion contuvo rápido a su padre para que no saltara sobre la niña, ya que estaba listo para abrazarla. Las horas parecían meses, y la echaba mucho de menos, aunque solo fuera la noche antes de separarse. Los ojos de Ruenti se desorbitaron al ver la excitación de su padre. Su hermano ya estaba acostumbrado a que hiciera un escándalo por ella, pero era la primera vez que él veía algo así.

Tras los dos hombres iba la duquesa, que parecía agotada.

—Buenos días, señorita Leslie.

La saludó y le dio unas palmaditas en la cabeza al pasar a su lado. Una pequeña sonrisa colgaba en la comisura de los labios de la mujer, pero no llegaba a sus ojos.

Jenna también parece un poco cansada…

Jenna, que siempre estaba al lado de la Duquesa y discutía algo en voz baja con ella, también parecía agotada. Leslie se giró rápido en su asiento y observó en silencio alrededor de la sala y vio a Madel, que también bostezaba somnolienta. ¿Qué pasó anoche? ¿Por qué están tan cansadas? se preguntó Leslie con un tenedor en la boca.

—Beth.

La mesa estaba en silencio, aparte de los utensilios que repiqueteaba en los planos y los sonidos de comer y beber. La Duquesa llamó a su hijo mientras untaba con elegancia con mantequilla su tostada.

—Madre…

—Ven a mi estudio cuando termines.

El joven respondió en señal de protesta ante la llamada de su apodo cariñoso, pero su madre lo ignoró y le dio instrucciones. Luego, dirigió su mirada a su otro hijo.

—Y Ruenti, debes llevar a la señorita Leslie a la biblioteca tal y como hablamos ayer.

—Claro —respondió malhumorado, llenándose la boca de chuleta de cordero.

—Um… ¿Puedo preguntar por qué? —preguntó la niña con cautela y voz suave. La Duquesa le sonrió mientras untaba su tostada con mantequilla con mermelada de manzana.

—A partir de hoy aprenderás la teoría de la magia con Ruenti.

—¿Teoría de la magia?

Repitió con suavidad mientras miraba a Ruenti. Él se negó a mirarla a los ojos girando la cabeza hacia otro lado con agresividad. La Duquesa se rió de la reacción de su hijo y se preguntó cuánto duraría. Su hijo menor era testarudo y rebelde. Era un joven excéntrico y muy selectivo en todas las cosas. ¿Pero por cuánto tiempo más? Volvió a reír.

—Puede que no lo parezca, pero es un mago con mucho talento. Así que será tu maestro. Y en cuanto lleguen tus camisas y pantalones, empezaremos tu entrenamiento físico. Necesitas buena salud y constitución para hacer cualquier cosa.

Con eso, la miró fijo mientras continuaba.

—Después de que ganes algo de fuerza física, comenzaremos otras lecciones como etiqueta y baile. ¿Cree que podrá hacerlo, señorita Leslie?

Cuando ella asintió, la mujer sonrió satisfecha.

—Bien. Aprende todo lo que puedas y utilízalo en tu beneficio. Será tu mayor fortaleza.

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