El contrato de la Princesa y la Duquesa Monstruosa – Capítulo 46

Traducido por Ichigo

Editado por Lucy


—Duquesa Salvatore.

El sirviente de palacio hizo una reverencia mientras se aclaraba la garganta. Era la duquesa Salvatore en persona. Su familia siempre había trabajado para la familia Imperial; su padre y el de su padre, y así. Ahora estaba en el palacio para servir. Pero su tiempo en el palacio fue mundano hasta hoy. Por primera vez, vio a la rumoreada Duquesa. Más alta que un hombre normal, tenía una larga cabellera negra, que le caía en cascada por la espalda y la mitad de la cara cubierta con una máscara blanca.

¿Es cierto que es una maga de batalla?

La mayoría de los rumores que había oído en las calles hasta el momento encajaban con la descripción de la mujer de aspecto intimidante. Sin embargo, las escamas bajo su máscara debían de ser un engaño, ¿no? Ocultó su curiosidad y de vez en cuando le robaba miradas.

—El Emperador espera.

La duquesa giró la cabeza hacia otra mujer que estaba detrás de ella. Era Jenna, el ama de llaves del Ducado de Salvatore. Ante el gesto, Jenna sonrió y asintió con complicidad.

—Esperaré su regreso, duquesa Salvatore.

—Sí.

La Duquesa arregló su costosa capa verde oscuro y le dedicó a Jenna una pequeña sonrisa. Luego, caminó tras el sirviente y pronto llegó ante una gran puerta marrón oscuro. El sirviente anunció la presencia de la Duquesa, y la puerta se abrió.

—Bienvenida, duquesa Salvatore.

Un hombre la saludó al entrar en una espaciosa habitación. Parecía tener más o menos su edad y las arrugas de su rostro acentuaban su aspecto flácido. Sus ojos eran azul cristalino como los de su primogénito, el príncipe Arlendo. Estaban pintados de cansancio.

—Saludos a Su Supremacía, el Señor de los cielos, el Emperador Fieste Giles Rucardius.

El Emperador agitó la mano cuando la Duquesa se inclinó.

—Ven, siéntate. No hay necesidad de ser tan formal entre nosotros.

—Si usted lo dice.

La Duquesa cortó al instante sus saludos y se dejó caer en el sofá frente al Emperador. Un ama de llaves y dos criadas, que esperaban en silencio en un segundo plano, empezaron a preparar la mesa con tazas de té y algunos refrigerios.

Mientras el ama de llaves preparaba el té, la duquesa comenzó.

—¿Por qué me has hecho venir al palacio?

—Para nada, la verdad. Solo quería ver cómo estabas.

—¿De verdad?

La Duquesa torció los labios en una sonrisa y preguntó con sarcasmo. Pero el Emperador esperó a que terminara el montaje y las doncellas abandonaron la estancia en silencio. Cuando la puerta se cerró y la habitación quedó vacía, Fieste se relajó, pasando de una seriedad profesional extrema a una preocupación amistosa. Se dejó caer en el sofá y suspiró.

—¿Qué planeas?

Hasta el tono de su voz cambió. Pero la duquesa ni siquiera pestañeó ante el cambio y se limitó a sober de su taza.

—No sé de qué estás hablando.

A la duquesa no le apetecía nada del palacio imperial, salvo el té. ¿Qué hoja utiliza y de dónde es? Sea lo que sea, Jenna debería poder conseguirlo.

Pensó, y Fieste gimió agotado mientras se frotaba la cara.

—Hablo de adoptar a la hija segunda de la Casa de Sperado. Por qué la adopción sin venir a cuento. Quiero decir, está bien adoptar, pero ¿por qué a ella de entre todos los niños que hay? —suplicó Fieste con una mirada desesperada en los ojos, pero la Duquesa bebió su té—. No es hora de tomar el té, Salvatore. Los nobles exigen un juicio desde todo el imperio, ¡encabezados por el marqués Sperado!

Fieste suspiró.

—¡Y anteayer también vino Arlendo a preguntar por ello! Me pidió que ayudara a la familia de su prometida para evitar el deshonor. Ayer, la reina viuda Medea vino a pedírmelo.

La duquesa entrecerró los ojos y examinó las manchas oscuras bajo los ojos azules de Fieste. Parece que la reunión de la corte con los nobles no fue tan bien, sobre todo con el marqués tan presente. ¿Y la reina viuda también se está involucrando? No durará mucho bajo tanta presión. La Duquesa chasqueó la lengua.

El Emperador no podía ignorar a Meda. Él era más poderoso y tenía autoridad sobre la Reina Viuda. Pero por alguna razón, no podía dominarla. Por lo tanto, estaba claro quién estaba detrás del Marqués: Medea.

Todo era una trampa, y no quería que su amigo se convirtiera en una marioneta del pequeño espectáculo de Medea. De ahí que la convocara hoy y tratara de convencerla antes de que fuera demasiado tarde.

—Ser la acusada del juicio de los nobles es una gran deshonra, sin importar el resultado. Tu Casa se escandalizará, y teniendo en cuenta lo mucho que la sociedad desea ver tu caída, te atacarán como voraces perros callejeros. Hago todo lo posible por mantenerlo bajo control, pero he llegado a un límite. El Marqués Sperado no dejará pasar esto y hará que suceda.

Fieste trató de calmar su respiración. Se inclinó hacia delante y clavó los ojos en la duquesa.

—No tengo toda la información para saber qué está pasando, pero sé esto. Hará cualquier cosa para arrastrar tu reputación por el fango. Devuélvele a su hija y negocia un acuerdo antes de que se celebre el juicio. ¿En qué estabas pensando, secuestrando a una niña enferma? Todos esos rumores de amenazas y situaciones con rehenes. No puedes volver de un chisme tan repugnante, Salvatore.

—¿Un chisme?

—¡Sí, un chisme! Tal vez no lo sepas ya que nunca sales de tu mansión y no recibes invitados, ¡¡¡pero él ha estado esparciendo rumores acerca de que eres un monstruo que canibaliza niños pequeños!!!

La Duquesa rió ante el arrebato frustrado de Fieste. Una caníbal, ¿eh?

—Mira, ya hace tiempo que se rumorea que soy un monstruo. Ese tipo de rumores no significan nada para mí.

—Salvatore.

Fieste insistió, pero la Duquesa hizo un gesto indiferente con la mano.

—Concédeles el juicio de nobles que deseen.

—¡Pero el daño que recibirán! Tantas Casas están ansiosas por verte caer, el poderoso Ducado de Salvatore. Podría haber alguien mucho más peligroso que el Marqués que se aproveche de la situación.

—No me importa.

Otro suspiro escapó de Fieste.

—La reina viuda Medea puede estar detrás de todo esto… Es demasiado arriesgado, Salvatore.

—Soy consciente.

Con eso, la Duquesa dejó su copa y miró por fin a Fieste con cierta seriedad.

—Rucardius, parece que has olvidado quién soy. Ni el juicio ni los nobles podrán jamás manchar el nombre de los Salvatore.

Los tiempos habían cambiado y la magia estaba desapareciendo. Las casas estaban perdiendo, y no nacían más herederos con poderes. Pero los Salvatore eran más poderosos que antes. Eran el depredador en la cima de la cadena alimenticia.

No importa cuántas presas envidiosas y celosas intenten dañar al depredador, ella no podría ser arrastrada a su nivel. Les arrancaría la carne del cuello, y todos volverían corriendo a sus nidos con el rabo entre las piernas.

—Incluso Medea no será capaz de derrotarme. Además, está será una oportunidad para advertirles.

—Es tan frustrante que no digas más que la verdad.

Fieste se tiró de los pelos, haciéndolos un lío. A veces se comporta como Ruenti. La duquesa lo observó y lo comparó con su hijo menor.

—Bien. Les concederé un juicio. ¿Está lista su defensa?

—Por supuesto.

La Duquesa le pasó a Fieste un grueso montón de informes bien organizados. Era el mismo documento que ya había leído varias veces e incluso en el carruaje de camino al palacio. Leyó los documentos con renovada seriedad.

—Como estaba escrito, el marqués maltrataba y desatendía a su segunda hija.

La duquesa bebió de su taza mientras continuaba. La taza tenía una gran abertura, lo que aumentaba su exposición al aire, por lo que ahora estaba tibia. No obstante, seguía siendo un buen té con un aroma flagrante y un sabor delicado.

—El hambre es un maltrato diario, junto con el maltrato físico, psicológico y emocional. Cuando descubrió que ella temía al fuego, la encerró en el carruaje y le prendió fuego.

La escritura de Bethrion era sencilla y directa. No tenía descriptores ni elaboraciones detalladas, pero el informe era directo al aferrarse a los horribles abusos y negligencias, al borde de la tortura. Un camino forestal oculto. Carruajes empapados de aceite y puertas cerradas. Y hombres que se quedaron quietos mientras la niña gritaba pidiendo ayuda en el fuego infernal.

—Incluso le clavó una tabla para que no pudiera escapar.

Los ojos azules de Fieste se agrandaron estremecidos. Buscó una respuesta mirando a la Duquesa, olvidando que ya estaba en los informes que tenía en sus manos.

—Pero, ¿por qué? ¿No es su hija de sangre?

—Lo es.

La Duquesa omitió la parte del sacrificio. Ya era demasiado terrible e increíble. Si se mencionaba todo el asunto del sacrificio, podría parecer ficticio.

Además, no era prudente acorralar demasiado a la presa. Cuando está desesperada, se defiende con ferocidad. En especial para gente como el marqués, es mejor cazar despacio y sin revelar demasiado. Lo volvería paranoico. Miraría todo el tiempo por encima del hombro y se preocupará por lo que la Duquesa pueda saber de él.

Y no hay ninguna prueba.

Leslie le contó todo sobre el sacrificio. La casa de cristal flotante junto a los acantilados y el voraz incendio en su interior.

Pero ella no podía dar una ubicación exacta porque sus ojos estaban cubiertos en el camino.

La duquesa había enviado hombres y mujeres a buscar el lugar, pero no parecía verosímil que pudieran localizarlo pronto. El sacrificio se practicaba desde hacía mil años sin que constara en los libros oficiales que se llevaban en los templos. Leslie le informó de que las muertes de niños pequeños siempre se registraban como accidentes o enfermedades. Sin pruebas sólidas que respaldaran la historia, solo contribuiría a demostrar el argumento del marqués de que Leslie deliraba.

Y…

¿Debería hacerle una prueba ahora? La Duquesa miró a Fieste, que seguía en estado de shock.

Era un hombre de voluntad débil, pero también un Emperador. Había cambiado a lo largo de los años para permitirse su título.

Fieste era un buen hombre. Su personalidad era más bien la de un sacerdote; siempre era considerado y amable con los demás y no podía gobernar basándose solo en la lógica del “mal necesario”.

Por ello, tuvo problemas al principio. Tomó decisiones insensatas y puso en peligro a su pueblo, lo que acabó llevando a la Duquesa a tenerle cogido por el cuello.

Pero con los años, cambió para ser más adecuado para la corona. Seguía siendo un buen hombre, pero no era el mismo. Así que tal vez sabía del sacrificio y guardó silencio por el bien del Imperio, respetando el “mal necesario”.

Si está involucrado, cualquier prueba que recoja sería inútil.

Aunque no estaba segura, era una posibilidad que no podía ignorar.

Según Leslie, el último mago negro nació hace mil años. Nadie sabía quiénes eran, y la magia negra en sí era un misterio para siempre. Todo lo que la Duquesa y sus predecesores sabían era lo que aparecía en los libros.

Así que tuvo que comprobar cuánto sabía al respecto su amigo de toda la vida.

—La verdad es que no tengo ni idea de por qué el marqués quiere quemarla viva.

Fieste frunció el ceño ante las palabras “quemarla viva”. Incluso murmuró “loco” con disgusto.

—¿Tienes alguna idea, Rucardius? ¿Sabías algo de esto?

—¿Cómo podría saber algo de esto?

La respuesta fue inmediata y Fieste puso cara de dolor. Sacudió la cabeza y creció ante la pregunta acusadora. Tardó un rato en recuperarse.

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