El contrato de la Princesa y la Duquesa Monstruosa – Capítulo 53

Traducido por Ichigo

Editado por Lucy


La conclusión fue la misma: todas las sospechas apuntaban hacia la duquesa. Bethrion maldijo en voz baja, y sus ojos verde oscuro se dirigieron hacia el marqués con la rabia encendida. El marqués se estremeció ante la mirada penetrante de Behtrion y dio unos pasos atrás. Luego, se detuvo en seco y volvió a mirar a Bethrion. ¿Por qué debería tenerle miedo? Su arrogancia se impuso a sus temores.

—Es eficaz.

La duquesa frunció el ceño, sintiendo que le asaltaba una migraña. Extraer información, matar si no se puede saber más, y la muerte se convierte en otra trampa. No era un enemigo fácil. La Duquesa suspiró.

—¡Como todos saben, Ruenti Aduel Salvatore es un mago famoso! Debe de haber hechizado a mi hija, ¡y así le ha lavado el cerebro! ¡Ella cree que sus secuestradores son su familia!

—¡Eso no es cierto!

Leslie no aguantó más y se levantó de la silla, gritando furiosa. El tribunal enmudeció y todos los ojos se volvieron hacia la niña.

—¡Usted es el que miente, marqués Sperado! Usted es quien me ha hecho cosas terribles. ¡Me pegaste, me hiciste pasar hambre y me encerraste en el desván! ¡Me llamaste inútil y me torturaste!

Las lágrimas mancharon su rostro, pero las afiladas puntas de las flechas del jurado seguían apuntando a la Duquesa. La pobre debía de estar bajo una fuerte magia. Si no, ¿cómo podría ponerse del lado de la Duquesa? Los susurros continuaron.

—¡Ni siquiera me diste un segundo nombre de bendición! ¡Ni siquiera me llamaste por mi nombre! ¿Cómo te atreves a llamarme “hija encantadora”, mentiroso?

Leslie gritó aún más fuerte, y su voz pronto se volvió ronca. ¿Por qué nadie me escucha? ¿Por qué no me creen? ¿Por qué miran a la duquesa con esos ojos? Se los digo, ¡todo es mentira!

—Duquesa Salvatore.

—Leslie.

El Emperador y la Duquesa hablaron al mismo tiempo. Suspiró y se reclinó en la silla, aliviado al ver que la Duquesa intentaba calmar a la muchacha. Bethrion tendió la mano hacia Leslie y la ayudó a sentarse en su silla mientras acariciaba su pequeña espalda.

—Sí, sir Bethrion…

—Shh, no pasa nada. Todo va a salir bien.

La mirada de Bethrion se suavizó cuando se cruzó con los ojos lilas llenos de lágrimas. A medida que las lágrimas caían, también lo hacían sus ojos. Se hizo un ovillo, escondiéndose de la atención del público. Tenía miedo de mirarles a los ojos, cegada por las mentiras, incapaz o no dispuesta a ver la verdad.

—¡Muerte a la Duquesa!

Su visión se ennegreció y volvieron las escenas de sus pesadillas. No podía tener paz en ninguna parte. Pero no podía seguir escondiéndose ante las siguientes palabras del Marqués.

—¡Solo mírala! ¿Qué le han hecho esos monstruos para que luche con tanta ferocidad contra su propio padre? ¿Y yo la golpeé? ¿La maté de hambre? ¡No, nunca lo haría! Si eso fuera cierto, me cortaría la mano. ¡Mira esto, por favor!

Leslie levantó la cabeza para ver lo que hacía el marqués. Con confianza, se llevó la mano al bolsillo interior y sacó una piedra mágica. Cuando la activó, proyectó una luz brillante que se concentró en una grabación de dos niñas felices, cuyas risas resonaban en la piedra.

Pero no era Leslie. Eran Eli y una niña que se parecía a Leslie. Leslie nunca sonreía así con Eli, ni habían ido juntas de picnic. Nunca compartieron comida ni jugaron juntas en el campo. Juraría por su vida que la grabación era falsa.

—Éramos una familia tan feliz antes de todo esto. Cuando llamaba a mi encantadora hija, ella solía sonreír y llamarme padre. Pero ahora, me llama con frialdad “Marqués”. ¡¿Cómo ha podido pasarle esto a nuestra familia, a mi querida hija?!

El marqués se echó a llorar. La multitud murmuraba compasiva.

—¿Y el segundo nombre de bendición, marqués Sperado? ¿De qué se trata?

Una mano se alzó entre los nobles, y la pregunta se repitió. También esta vez, el marqués asintió comprensivo y respondió de inmediato.

—Fue por el bien de mi dulce esposa. Después de haber sido bendecidos con nuestra primogénita, Eli, mi esposa sufrió un aborto espontáneo. Había estado tan contenta e ilusionada con otro hijo, pero cuando perdió al bebé… estuvo sumida en un dolor abrumador durante muchos días. Entonces, otra niña, Leslie, vino a nosotros. Pero nació pequeña y frágil, y no sabíamos si sobreviviría a la infancia.

La marquesa, que observaba en silencio el juicio, volvió la cabeza para mirar a su marido con grandes ojos. ¡Mentiras, mentiras! Casi muero al dar a luz a Eli. ¿Por qué iba a querer un segundo hijo? Me negué a acostarme con él durante dos años para evitar el embarazo, ¿qué es eso de un aborto? El rostro de la marquesa enrojeció de asombro y frustración.

Los ojos muy abiertos de Eli también buscaron a su padre, pero a diferencia de su madre, ella captó lo que su padre estaba haciendo. Solo tardó un segundo más en interpretar su papel, fingiendo calmar a su madre con falsa compasión.

—Así que le prometí que veríamos al bebé crecer y estar sano, y entonces le regalaríamos el nombre bendito. ¿Lo recuerdas, querida?

Unos penetrantes ojos azules se posaron en su esposa, Derrial.

—Sí, sí, aborté y me asusté… Íbamos a esperar hasta…

La marquesa tembló y bajó la cabeza avergonzada, con su honor de mujer sana y reproductora mancillado. Pero Eli estaba a su lado, y su actuación hizo que la Marquesa pareciera una mujer afligida.

El espectáculo estaba en su apogeo, y parecía que el Marqués se había ganado al público. Susurros de acusación hacia la Duquesa llenaban la corte.

—Marqués Sperado.

La fría voz de Ruenti sonó fuerte y clara entre los murmullos. Sus ojos se llenaron de desprecio e ira mientras se clavaban en el Marqués.

—¿Puede hacerse responsable de todo lo que ha dicho hasta ahora?

—¡Ha! Por supuesto. Lo juré por los dioses y por mi Casa, así que claro que puedo. Solo dije la verdad y nada más que la verdad. ¿Te atreves a acusarme de mentir? ¡Es absurdo! ¿Cómo se atreve, señor Ruenti, no, malvado monstruo manipulador que embrujó a mi hija?

Le gritó el marqués, que no estaba dispuesto a dar marcha atrás. Justo cuando Ruenti iba a hablar, el Emperador los detuvo a ambos. Parecía cansado. Pero en cuanto volvió a hablar, igual que antes, todo su porte cambió del aburrimiento y el fastidio a una orden firme.

—Marqués Sperado, han hecho acusaciones peligrosas. Si mintió en esta corte, no solo arriesga su título sino que también tiene como enemigos a los magos de Recardius y al ducado de Salvatore.

—¡He dicho la verdad y solo la verdad, Majestad! Puede que haya usado un lenguaje fuerte, pero no dije mentiras. Si no hay veracidad, aceptaré el castigo con gusto. Su Majestad, le expongo mi caso y solicito una inspección de mi hija.

—Hmm.

El Emperador se reclinó en su silla, con los ojos aún clavados en el Marqués.

—¿Inspección para probar una influencia mágica de magos sobre su hija?

—No, Majestad, los magos no. Lord Ruenti tiene una poderosa presencia entre los magos. Por lo tanto, no se puede confiar en todos ellos. Pueden estar sobornados o en asociación con el acusado.

Ante la acusación, los magos se levantaron de sus asientos, dispuestos a defender su honor. Pero antes de que pudieran hablar, el Emperador los detuvo levantando una mano.

—Continúe, marqués Sperado.

—Gracias, Majestad.

El Marqués se inclinó con una elegancia exagerada, como un actor en un cierre de escena.

—La divinidad y la magia entran en conflicto debido a su naturaleza opuesta. Por ello, solicito una inspección de la gran sacerdotisa Debaine para que nos revele la verdad.

Con esto, una mujer entró en la corte y se presentó con voz suave y calmada.

—Saludos a Su Supremacía y al Señor de los Cielos. Soy Debaine, su humilde esclava y sierva.

Vestía la túnica azul exclusiva de los sumos sacerdotes, lo que legitimaba de inmediato su posición en los templos. Llevaba el pelo negro recogido en una larga trenza, lo que revelaba la juventud de sus rasgos faciales. Teniendo en cuenta que la mayoría de los sumos sacerdotes son ancianos, ella era joven. Parecía tener unos cuarenta años, lo que hizo que todo el mundo supusiera lo poderosa que debía ser para convertirse en gran sacerdotisa a una edad tan temprana.

—Es la gran sacerdotisa.

Comenzaron los murmullos, todos sorprendidos. Conocer a una gran sacerdotisa era un acontecimiento único en la vida. Muchos estaban asombrados y conmovidos por su presencia.

—Hecho con los saludos, siervo de los dioses. Procedamos con la inspección.

La gran sacerdotisa sonrió. La extraña sonrisa la hacía parecer capaz de desaparecer con el viento en un abrir y cerrar de ojos.

—Sí, Majestad. ¿A quién debo inspeccionar?

—Es aquella niña de allí, gran sacerdotisa. La del pelo plateado.

El marqués señaló a Leslie, y ella se reclinó mucho en su silla, abrumada por un repentino deseo de salir corriendo.

—N-No. No quiero hacerlo.

El marqués debe haber hecho algo a o con esa sacerdotisa. ¡Todo esto forma parte de su repugnante plan para arrastrarme de vuelta al marquesado! Leslie sacudió la cabeza, haciendo creer la acusación del Marqués de haberla puesto bajo la influencia mágica.

—Shh, todo va a salir bien.

Y no había escapatoria para Leslie. Podrían perder el juicio si ella huía antes de que la sacerdotisa pudiera comprobarlo. Temblando de miedo y conteniendo las lágrimas, Leslie se levantó y se acercó resignada a la sacerdotisa.

Bethrion permaneció junto a ella para calmarla.

—Por favor, discúlpeme, hermana.

Debaine sonrió con frialdad, sus ojos azul claro brillando como la escarcha invernal a la luz de la madrugada, mientras tendía con cuidado la mano a Leslie. Pronto una luz dorada surgió de su palma y las envolvió a ambas. Entonces…

—¡Kyahhh!

Entonces, Leslie lanzó un terrible grito y cayó al suelo. Una fuerza tremenda la sacudió y la sentó como si la hubiera alcanzado un rayo. Pero Leslie sabía una cosa con certeza. Este dolor no se debía al choque de la magia con la divinidad. Aunque nunca antes había experimentado ese choque, sabía que el dolor que acababa de sentir era algo distinto.

—¡Leslie!

Ruenti se levantó de su asiento, sorprendido por su reacción, Leslie quería decirle que estaba bien, pero no podía hablar. Le temblaba todo el cuerpo, le castañeaban los dientes y su respiración era rápida y agitada. Tenía la cara deshecha en lágrimas, que ahora eran un torrente continuo. Debaine chasqueó la lengua con simpatía y anunció.

—Oh, vaya, parece como si hubiera en ella alguna influencia mágica muy poderosa. De lo contrario, me temo que no hay otra explicación para semejante reacción.

—¿Ves? Duquesa Salvatore, ¡qué le han hecho a mi hija!

El marqués rió de forma repugnante y señaló con el dedo a la duquesa, lleno de sí mismo y asumiendo su victoria. Luego, su dedo se movió para apuntar a Leslie, cuya mano seguía en la de la suma sacerdotisa y estaba tirada en el suelo.

—¡Miren todos! Miren con atención el dolor de mi hija y, por favor, ¡hagan justicia!

Aunque no había detalles sobre lo que debió de ocurrir en el ducado, la teatralidad del Marqués bastó para que los nobles dejaran volar su imaginación. El hombre dio una deliciosa vuelta sobre sus talones y miró al Emperador.

—Por favor, Majestad, castiguen a esa duquesa monstruosa y a su…

—Marqués Sperado.

El Emperador, cansado, se pasó la mano por el pelo con un suspiro.

—Cuida tu lengua, pues el juicio aún no ha terminado. Por las justas leyes del Imperio de Recardius, la defensa tiene derecho a ser oída antes de que se dicte sentencia.

—Mis disculpas, Majestad…

La Duquesa fue insultada por él, pero fue al Emperador a quien pidió disculpas. Aaah… El regente suspiró de nuevo y agitó su banda. De inmediato, el Gran Chambelán se adelantó desde detrás de la silla del Emperador y anunció en voz alta.

—De acuerdo con las leyes de la corte, haremos un breve receso. Lady Leslie Sperado descansará en soledad. NI el acusador ni el acusado podrán buscarla.

Ella tenía muchas ganas de decir algo. Pero el dolor seguía con ella, y por eso no le salía la voz.

—Oh, por dios. Qué pobrecita —murmuró Debaine y entregó la mano de Leslie al Gran Chambelán, que la llevó a una pequeña sala anexa al tribunal.

La niña esperó paciente hasta que pudo volver a moverse y sus miembros se liberaron de las ataduras del dolor eléctrico. Entonces, se acercó poco a poco a la puerta y la golpeó. Pero nadie respondió y la puerta permaneció cerrada. Cayó al suelo y sus piernas volvieron a flaquear. Pronto, la habitación se llenó de sollozos y empezaron a caer lágrimas.

La pesadilla volvía a devorarla por dentro. El suelo enmoquetado de rojo bajo ella parecía un fuego que la lamía de forma dolorosa.

Cayó hacia delante y enrolló su cuerpo en un ovillo mientras gemía y sus gritos se hacían más fuertes. Pero aun así, las puertas estaban cerradas y nadie entraba a ver cómo estaba. Se sentía herida y sola. Se sentía como si estuviera de vuelta en el desolado ático del Marquesado, abandonada y olvidada.

—N-No, no… Duquesa Salvatore…

Lloraba mientras se abrazaba a sí misma. Se le cayó el sombrero y el pelo se le escapó de la cinta. Pero no le importó porque no había nadie para verla. Justo entonces, oyó un alboroto detrás de las puertas cerradas.

Una pequeña esperanza se encendió en su pequeño corazón. Se puso en pie y escuchó con atención. ¿Será la duquesa? ¿Viene a buscarme? Sin embargo, cuando las puertas se abrieron, se sorprenidó al ver a Konrad. Siempre limpio, su cuidado uniforme estaba un poco desordenado y tenía la cara roja por el frío. Su respiración era entrecortada, como si hubiera corrido una milla.

—Señorita Leslie, ¿se encuentra bien?

—Sí, Sir Konrad. ¿Cómo…?

—Estaba cerca y oí lo que pasó. No tengo ninguna asociación oficial conocida con el Ducado de Salvatore, así que se me permitió verla.

Después de calmarse un poco, se agachó para tomar el sombrerito y se lo ofreció.

—No se sabe que soy tu tutor.

Sonrió con inocencia, y sus ojos brillaron con picardía. Aunque su sonrisa era un poco torpe, ya que sus mejillas parecían aún congeladas por el frío, Leslie se sintió un poco aliviada al ver una cara amiga.

—¿Estás bien? Parece muy deshidratada por el llanto excesivo. Tome, señorita Leslie, beba un poco de…

—¡Señor Konrad!

La mano de la niña agarró de repente las del muchacho. Sus ojos estaban llenos de depresión mientras fijaba su mirada en los ojos dorados.

—Por favor, usa el poder divino conmigo. ¡Por favor!

—¿Poder divino… en ti?

—Sí, está acusando a Sir Ruenti de haber usado magia sobre mí. Un s-sacerdote vino e hizo algo, y me lastimó. Dijo que había magia poderosa sobre mí…

—Sí, vi a la suma sacerdotisa Debaine justo fuera de esta habitación…

Pensativo, asintió con la cabeza.

—Muy bien, señorita Leslie. ¿Está preparada?

—¡Sí, lo estoy!

Cuando la misma luz dorada los envolvió, ella sintió que le dolor le recorría el cuerpo una vez más. Sus piernas se tambaleaban, cediendo bajo su peso. Sintió náuseas extremas y un fuerte dolor de cabeza que le ennegreció la vista con un mareo abrumador.

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