El contrato de la Princesa y la Duquesa Monstruosa – Capítulo 54

Traducido por Ichigo

Editado por Lucy


—¡Señorita Leslie!

Dejando caer el sombrero de Leslie, Konrad la tomó rápido con ambas manos y la ayudó a estabilizarse.

—¿Se encuentra bien?

—Sí…

Esta vez, Leslie pudo recuperar la compostura mucho más rápido que la primera vez. ¿Sería porque era la segunda vez, o porque sus poderes eran más débiles que los de ella? Leslie reflexionó, pero pronto su mente se llenó de otra pregunta. ¿Cómo ha ocurrido? ¿Por qué ocurre? Las lágrimas empezaron a brotar de nuevo, no por el dolor físico, sino por toda la frustración y rabia que sentía consigo misma.

—Soy… inútil después de todo. Toda mi existencia es un problema.

Leslie estaba acorralada, y en su estado actual, su antiguo yo cobarde e incompetente regresó. Desencadenada por el dolor, sus recuerdos la inundaron. Entonces, sin siquiera pensarlo, su lengua hizo sonar las palabras de autoculpabilidad y lástima. Todas las cosas que el Marqués, la Marquesa, Eli y Ria solían decirle se derramaron.

—Yo solo quería ser f-feliz…

¿Por qué soy así todo el tiempo? ¿Por qué soy tan… inútil? ¿Por qué nunca puedo proteger a los que amo?

—Señorita Leslie.

Konrad ayudó con cuidado a Leslie a sentarse en el suelo y se arrodilló frente a ella. La miró con atención a los ojos, con sus orbes dorados clavados en los de ella. Leslie miró el cálido resplandor, casi hipnotizada por su mirada.

—El juicio aún no ha terminado. El Ducado de Salvatore ganará.

—Pero, ¿cómo podemos? ¿Quién puede anular las palabras de la gran sacerdotisa? Y yo estoy… en este estado inútil. Mi cuerpo es la prueba más ventajosa para el Marqués —susurró Leslie entre lágrimas.

¿Y cómo podría alguien desafiar a la gran sacerdotisa, de quien se dice que es la más amada por los dioses? Pero Konrad se limitó a sonreír con serenidad, lo que de algún modo la hizo sentirse en paz.

—Puedo atestiguar la verdad. Es ilegal presentar un nuevo testigo que no haya sido anunciado de antemano, pero usaré el nombre de mi Casa para que hagan una excepción.

Pero, ¿de verdad te parece bien? Leslie buscó los ojos de Konrad. Para los nobles, un juicio aristocrático era visto como algo vergonzoso.

—Así que, por favor, descanse sus preocupaciones, señorita Leslie. Aún no ha terminado.

Konrad apartó con cuidado y vacilación el pelo de Leslie de la frente y se lo colocó con cuidado detrás de las orejas. Luego recogió el sombrero y le quitó el polvo antes de ponérselo. Ajustó las cintas con movimientos suaves. Cuando terminó, sostuvo con firmeza los ojos de Leslie y prometió.

—A partir de ahora te ayudaré.

Tras el descanso, se reabrió el tribunal. Pero debido a los recientes acontecimientos, Leslie no pudo sentarse junto a los Salvatore y la hicieron sentarse sola cerca del Emperador.

Es la primera vez que la veo después de oír hablar tanto de ella.

El Emperador miró a la niña ansiosa que estaba a su lado. Entonces recordó que ya la había visto antes. Hace algunos años, la prometida de Arlendo trajo a su hermana pequeña al palacio. Durante la fiesta del té, derramó una taza sobre su hijo, y el Gran Chambelán había corrido a denunciarlo, creando un gran alboroto. Pero el té estaba frío y Arlendo no se había hecho daño. Así que lo había dejado pasar sin molestarse en investigarlo. Supuso que por eso no la había reconocido antes.

Es pequeñita.

¿Cuántos años tienes? ¿No se supone que es solo un par de años más joven que lady Sperado? La casa Sperado es conocida por ser sibarita. Solo contratan a chefs famosos, y se dice que comen mejor que el mismísimo Emperador. Entonces, ¿cómo es que esta niña está tan delgada? El Emperador chasqueó la lengua con disgusto.

Claros signos de desnutrición.

Tengo que replantearme el compromiso de Arlendo y lady Sperado, pensó el Emperador mientras agitaba una mano.

—¡Reanuden la sesión!

—¡Se reanuda el juicio! La defensa, el segundo hijo de la Duquesa Salvatore, Ruenti Adel Salvatore, ¡puede hablar! —anunció el gran Chambelán.

Ruenti saltó de su asiento impaciente y furioso. Su rostro afilado desprendía una energía aún más aguda, como una espada bien afilada. Estaba más que preparado para comenzar la defensa.

Y lo mismo podía verse en todos los miembros del Ducado. Los ojos verde mar de Sairaine brillaban de forma peligrosa mientras murmuraba: “Zona de conflicto… Si alguna vez va a las zonas de conflicto, lo masacraré…” como una maldición.

Bethrion también miraba con atención al marqués, hirviendo de ira.

Solo la duquesa permaneció tranquila y no le afectaron las acusaciones del marqués. Se recostó cómoda en su silla mientras acariciaba perezosa la suave piel de visón de su capa.

—¡Yo, Ruenti Adel Salvatore, presentaré ahora la defensa! —dijo Ruenti en voz alta, como si estuviera declarando la guerra.

Su voz resonó en el tribunal.

—El Marqués Sperado acusa al Ducado de Salvatore de un incendio que al parecer fue un montaje. Comenzaré mi defensa demostrando que sus afirmaciones son falsas.

Dio un gran suspiro y lo soltó mientras miraba alrededor de la corte con una mirada fulminante. Los que se encontraban con sus ojos jadeaban y se estremecían de miedo.

—Verifiquemos primero los hechos. Mientras se dirigía a un templo, el carruaje en efecto se incendió. Sin embargo, el camino era uno de los pocos que solo frecuentaba el marqués,  y el carruaje pertenecía  a la Casa de Sperado. Afirma que rociamos el carruaje con aceite y lo encendimos. ¿No es extraño que ardiera con tanta violencia y rapidez tan poco después de ser rociado? Como bien sabes, los carruajes de los nobles están hechos en especial para mantener a los pasajeros secos de la lluvia y la nieve. Están hechos para no ser absorbentes y, por lo tanto, aunque se hubiera rociado con aceite, no debería haberse quemado al instante.

Se pasó despacio una mano por el pelo, como para calmarse y no enfurecerse. Pero sus ojos estaban desorbitados como los de un depredador esperando para arrancarle la garganta a su presa.

—¡En otras palabras, o bien no se ajustó a las normas o bien ha sido empapado en aceite durante mucho tiempo para garantizar la máxima absorción de sustancias inflamatorias!

—Correcto, yo estaba pensando lo mismo. ¿Cómo es posible que se haya reducido a cenizas de esa manera?

Los ruidos de acuerdo se extendieron, pero todavía eran pequeños, y la mayoría seguía sin estar convencida.

—¿Entonces cómo es posible que hayamos rociado con aceite hasta tal nivel y cantidad un vagón en marcha? Sin duda, cualquiera con un poco de sentido común puede ver lo absurdas que son las afirmaciones del marqués.

—¡Qué grosero, lord Salvatore! Por lo que sé, ¡podría haber usado magia!

El Marqués se levantó e iba a gritarle a Ruenti por el insulto, pero el Emperador intervino.

—Marqués Sperado, espere su turno y deje que la defensa termine. Señor Salvatore, cuide sus palabras y no se burle del Marqués.

Uf, este juicio no acabará pronto, ¿verdad? El Emperador suspiró resignado.

—Lo haré… Majestad.

Ruenti respondió con bastante descortesía, murmurando una disculpa poco clara. Sairaine miró a su hijo y murmuró con curiosidad:

—¿De dónde le viene su temperamento ardiente?

—Continuaré con mi alegato. Sostengo que el marqués instigó el incendio para poner en peligro la vida de su propia hija.

La corte se agitó esta vez. Un lord menor se levantó y preguntó de manera inquisitiva.

—¿Por qué haría algo así?

—¡Eso no lo sé! Cualquiera sea la razón, será difícil de entender de todos modos. ¿Cómo podríamos comprender a un hombre que intentó matar a su propia sangre? ¡Ahora traeré testigos para apoyar mi caso!

A pesar de la advertencia del Emperador, Ruenti volvió a insultar al Marqués. Antes de que el Emperador pudiera decir nada, llamó a sus testigos.

Dos hombres entraron en la corte. Uno vestía el mismo uniforme de caballero que Bethrion, mientras que el otro iba pobremente vestido. El segundo hombre tenía la mano derecha vendada, que olía a carne podrida cada vez que se balanceaba junto a su cuerpo.

—El nombre de este testigo es Peyton Whitpey. Fue empleado del Marqués durante mucho tiempo, hasta hace poco, y testigo en el lugar del incendio. Peyton, puedes testificar lo que has vivido con el Marqués.

Peyton se acercó al escenario y se situó en el centro. Solo cuando se cerró la distancia y levantó la vista, Leslie se dio cuenta de quién era. Era uno de los hombres que, en aquel camino del bosque, se quedó mirando cómo ardía su carruaje por orden del marqués.

Recordaba con claridad sus ojos fríos mientras ella suplicaba por su vida. Él había ignorado sus súplicas y corrió a esconderse detrás de un árbol. Pero el hombre no parecía el mismo de antes. Tenía los ojos oscuros y había adelgazado mucho. Debajo de su ropa de invierno no quedaban más que huesos. Tenía un aspecto horrible y parecía que iba a morir en cualquier momento.

Pero sus ojos seguían brillando con la intención asesina de un demente, aunque su objetivo ya no era Leslie.

—Como dijo sir Ruenti, trabajé para el marqués durante mucho tiempo hasta hace poco. Pero ahora estoy en el paro y me muero solo por culpa de esta mano.

Peyton levantó la mano vendada y deshizo la venda. Cuando se deshizo, reveló una herida tan asquerosa y repugnante que muchos acabaron apartando los ojos.

La herida era ahora negra más allá del púrpura. Un gran tajo rezumaba sustancias verdes y azules, que olían asquerosas. Los nobles cercanos empezaron a tener arcadas y a taparse la boca y la nariz con un pañuelo, y algunos se apresuraron a vomitar. Toda la mano e incluso bajo las mangas estaban podridos. Los dedos ya no se movían, e incluso tener que levantar el brazo le hacía sudar frío. Su respiración se volvió entrecortada y en su rostro se dibujó una clara expresión de dolor.

—El marqués Sperado nos ordenó a los hombres y a mí que quemáramos el carruaje de la señorita Leslie de camino al templo. Nos dio instrucciones detalladas sobre cómo clavar algunas tablas de madera en las puertas y ventanas, así como sobre cómo apilar troncos pesados contra ellas para asegurarnos de que el carruaje no vuelque y se rompa. Me dijo que no la dejara salir pasara lo que pasara, que necesitaba confirmar algo. Pero el plan fracasó cuando aparecieron sir Bethrion y los Caballeros de Rinche. Cuando volví con el marqués y le conté nuestros fracasos, me molió a palos.

Peyton agitó la mano y el líquido rezumante salpicó todo.

—Esta es una lesión sufrida entonces. Pero en lugar de curarme, me despidió porque no podía trabajar debido a la lesión. No me dieron ninguna paga tras el destierro, y no podía permitirme ni un médico ni un sacerdote. Al final, mi estado empeoró y ahora me estoy muriendo por ello.

Leslie comprendió por qué el hombre estaba aquí testificando a su favor. No iba a morir solo. Iba con el marqués, que había sellado su muerte.

El caballero, que vestía el uniforme de los Caballeros de Rinche y había estado de pie detrás de Peyton, dio un paso al frente:

—Yo, Pelon Hentee Reyum, soy uno de los Caballero de Rinche que estuvieron presentes en el lugar del incendio. Mi superior, el Gran Maestre Bethrion, y yo rescatamos a la señorita Leslie del carruaje en llamas. Atestiguo que este hombre dice la verdad. El hombre y los demás estaban escondidos detrás de los árboles del bosque cercano con hachas en las manos mientras veían arder el carruaje.

Ante el testimonio de uno de los suyos, de sangre noble, la corte no empezaba a inclinarse a favor del Ducado. Al igual que la suma sacerdotisa decantó el juicio a favor del marqués, el testimonio de alguien con estatus hizo lo propio a favor del Ducado. Ruenti chasqueó la lengua ante la paradoja del juicio a los nobles.

El marqués saltó de su asiento presa del pánico, gritando y señalando con el dedo a Peyton mientras olvidaba que ya no tenía voz ni voto durante el turno de la defensa.

—¡Es mentira! Castigué a ese sirviente después de que lo sorprendí robándome. Según las leyes del Imperio, debería haberle cortado la mano, pero no soy un hombre cruel y me limité a darle unos cuantos golpes antes de desterrarlo. No es más que un vil mentiroso…

—¡No me haga reír, marqués Sperado!

Peyton también gritaba ahora. Las lágrimas manchaban su rostro mientras gritaba desesperado.

—¡Hice todo lo que me ordenaste! ¡Todas las cosas sucias y repugnantes! Todo lo que cometí fue un error, ¡¿y me tiraste así?! ¡Escuchen todos! ¡Este hombre es un bastardo engañador que golpeó, mató de hambre y confinó a la fuerza a la pobre señorita Leslie! ¡Lo que es peor es que la golpea a diario por un enfermo y retorcido sentido del entretenimiento!

—¡Mentiras! ¡Nunca haría cosas tan crueles! ¡Además, su caso es débil! ¡Solo tienen a un sirviente a regañadientes y a un caballero como testigos!

Luego, se volvió hacia Bethrion y lo señaló con el dedo con una sonrisa retorcida.

—Nunca he oído hablar del nombre de Reyum. ¡Quién sabe si está siendo coaccionado para testificar por su superior!

Como si hubiera estado esperando a que el marqués hiciera esas acusaciones, Ruenti contraatacó.

—Déjeme simplificar esto para el tribunal. Usted, marqués Sperado, también tiene un caso débil, ya que solo cuenta con un sirviente y una suma sacerdotisa, dos testigos como nosotros, para exponer su caso. No obstante, ya que cree que nuestro caso es refutable, permítame presentarle pruebas incontestables.

Metió la mano en su chaqueta y sacó una gema labrada con forma de pájaro.

—No hace mucho, los magos y los templos inventaron juntos este dispositivo de grabación. No se parece a ningún otro dispositivo de grabación disponible en el mercado, ya que está especializado en patrullar de forma autónoma por lo templos y grabar lo que ve. Esto se hizo para garantizar la seguridad de los clientes, ya que hay varios caminos aislados y bastante peligrosos para acceder a los templos. Llevamos unos días probándolo antes de ponerlo a disposición del público.

Esbozó una sonrisa de lo más satisfactoria y enseñó con maldad su diente chasqueante.

—Por favor, observa con atención lo que ha capturado.

En cuanto la magia se transfirió a la gema del pájaro, éste abrió sus ojos esmeralda con un gorjeo. Luego, abrió la boca para proyectar una grabación desde el punto de vista del pájaro.

Un pequeño carruaje llano se detuvo de repente en un estrecho sendero del bosque que conducía al templo. El pájaro detectó una actividad sospechosa, voló bajo y rodeó la escena, captando una grabación clara del conductor del carruaje alejándose a toda prisa y adentrándose en el bosque.

Cuando regresó, estaba con un grupo de hombres que llevaban un hacha en la mano. Trabajaban en silencio y con eficacia, tapiando las ventanas y las puertas y apilando troncos contra el carruaje con manos experimentadas. No había ninguna vacilación. Cuando todo estuvo preparado, uno de ellos encendió una cerilla y lo prendió fuego. En un instante, fue devorado por las llamas, y un débil grito y la súplica de una niña pequeña resonaron de forma apagada. El tribunal estaba ahora tranquilo. No se oía ni se movía nadie.

La cara de una niña de pelo plateado apareció y desapareció en un pequeño hueco entre las ventanas tapiadas. Su pequeño puño golpeó la ventana, pero los hombres permanecieron detrás de los árboles, inmóviles, y observaron cómo ardía el carruaje.

Cuando la niña desapareció por completo de la vista, alguien gritó, y los demás jadearon entre el público. Todos pensaban e imaginaban lo peor. Entonces, otro grupo de personas no tardó en entrar en escena.

—Los caballeros de Rinche.

Una voz gritó desde la primera fila reconociendo al hombre, Bethrion, que dirigía al grupo y daba órdenes en la grabación.

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